Capítulo 2

—Debo confesar que si hubiera pedido por encargo un hijo no podría haber

imaginado uno más maravilloso que Johnny —empezó Cesar en un tono

engañosamente suave—. Pero, de no ser por el accidente, no sé si habría llegado a

conocerlo.

Sarah bajó la mirada.

—Había planeado que os conocierais cuando vinieras a Calif…

—Basta —interrumpió Cesar con brusquedad—. De lo único que quiero hablar

contigo es del futuro de nuestro hijo. Hasta ahora las cosas han sido como tú has

querido y Johnny está obviamente unido a ti. Podría quitártelo legalmente, pero eso

destruiría a Johnny y yo sólo obtendría su odio eterno. Quiero tener los mismos

derechos que tú sobre el niño. Por su bien, la única solución es que nos casemos.

—No, Cesar…

—¿No? —repitió él en tono amenazador.

—Me refiero a que será mejor que no hablemos de eso ahora. Sé… que me

desprecias, y estás en tu derecho. Pero tu familia nunca lo aprobaría. Lo importante

es…

—¿Que me recupere? —interrumpió Cesar en tono despectivo—. Supongo que

ése es el cuento de hadas que has estado contando a Johnny desde el accidente, pero

eso no va a suceder. Al traer a un niño inocente junto a mi cama y decirle que soy su

padre has puesto en marcha algo que ya nadie podrá detener.

—Lo sé. Pero haz el favor de escucharme…

—Johnny me ha visto en carne y hueso. Sabe sin lugar a dudas que existo. No

convertirlo oficialmente en un Falcon sería un pecado mortal.

—Pero tú nunca quisiste…

—¿Nunca quise casarme? ¿Es eso lo que ibas a decir? Deja que te aclare que el

hombre al que una vez creíste conocer ya no existe. La persona que tienes ante ti

tendría que arrastrarse para tratar de alcanzarte y estrangularte por lo que has hecho.

La expresión horrorizada de Sarah hizo que Cesar sonriera con crueldad.

—Pero se me ocurre una forma mucho mejor de obtener venganza. Johnny me

ha hablado de ese tipo que suele ir a vuestra casa.

Consciente de las erróneas conclusiones de Cesar, Sarah tuvo que sujetarse al

respaldo de la silla que tenía ante sí para controlar el temblor de sus piernas.

—«Mike vende seguros» —continuó Cesar, imitando a la perfección la voz de

su hijo—. «Viene mucho a comer y me trae juguetes. Cuando me voy a la cama suele

quedarse a ver películas con mamá».

—Mike es un amigo, nada más —dijo Sarah—. Sabes que no había estado con

ningún hombre antes de ti, y no ha habido otro desde Winters – Una verdadera familia – 2º Padres mediterráneos

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Cesar masculló una maldición.

—¿Y se supone que eso te absuelve de tus pecados?

—No… Sólo trato de explicarte lo de Mike porque Johnny aún es demasiado

pequeño para comprender.

—En ese caso, supongo que ni a Mike ni a ti os preocupará que la prensa

anuncie nuestra boda.

—Cesar…

—Por si lo has olvidado, deja que te refresque la memoria. Hace mucho tiempo,

una tentadora y ardiente plebeya hizo apasionadamente el amor con sus palabras y

su cuerpo a un incauto corredor de coches que resultó ser el segundo hijo de un

duque. Pero el destino hizo caer una maldición sobre ellos por haberse dejado llevar

por la pasión. Ella quedó embarazada y, tras dar a luz, ocultó a su amante la

existencia de su vástago…

—¡Basta, Cesar!

—Aún no has escuchado el resto del cuento. El hijo creció preguntándose si

tenía un padre. «Por supuesto que tienes padre», le decía su madre. «Lo puedes ver

en la televisión. Es ése al que están sacando de ese amasijo de hierro para llevárselo

en una ambulancia. ¿Te gustaría ir al hospital para ver lo que queda de él? Si su vida

corre peligro, no queremos que muera antes de que tengas la oportunidad de

llamarlo «papá» al menos una vez, ¿verdad, cariño?» —Cesar se inclinó hacia Sarah

como si quisiera lanzarse sobre ella—. ¿Cuándo te enteraste de que estabas

embarazada? ¿Se te pasó en algún momento por la cabeza que yo tenía derecho a

estar informado?

—¿Acaso crees que no he sufrido a diario por haberte ocultado que tenías un

hijo? —se defendió Sarah—. Pero eres el hijo del duque de Falcon, el campeón del

mundo de Fórmula 1, y ya tenías perfectamente planeada tu carrera años antes de

que nos conociéramos. Una carrera que no permitía interferencias de ninguna clase.

Ni esposa, ni hijos. Niente… dijiste. Yo tenía diecisiete años cuando te escuché decir

eso por primera vez, y volviste a decírmelo cuando saliste de la cama antes de acudir

a tu siguiente carrera en Francia. No quería que pensaras que era una de esas mujeres

dispuestas a hacer lo que fuese por obtener algo de ti. Y tú me habrías convencido de

que, si no estabas totalmente centrado en tu carrera, no podrías seguir siendo

campeón.

—Comparados con el hecho de tener un hijo, mis triunfos de los últimos cinco

años no significan nada para mí —espetó Cesar—. ¿Cómo pudiste creer que me

conocías tan bien y no comprender las necesidades más básicas y elementales de mi

carácter?

Sarah gimió, desconsolada.

—Pensaba que te conocía, pero tienes razón, Cesar. Debí acudir a ti, como me

aconsejaron mis padres, a los que no les dije la verdad hasta que mi embarazo fue

evidente. Mi padre me repetía que el hecho de que fueras el mejor corredor de

Fórmula 1 del mundo no te eximía de Winters – Una verdadera familia – 2º Padres mediterráneos

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—¡Y tenía razón!

—Ahora lo sé, pero hace seis años a ti te aguardaba una nueva carrera. Me

aterrorizaba pensar cómo podría influirte la noticia, de manera que le prometí a mi

padre que te lo diría cuando llegara el momento adecuado. El trató de hacerme ver

que tú siempre estarías preparándote para una nueva carrera, que aquél era el mejor

momento para decírtelo.

—¿Y a pesar de los sabios consejos de tu padre seguiste ocultándome la verdad?

—preguntó Cesar, incrédulo.

—Ojalá pudiera hacerte comprender… —dijo Sarah, angustiada—. Estabas

disfrutando de un éxito sin precedentes en el circuito. Yo… no veía cómo podías

compaginar la paternidad y tu trabajo sin que afectara negativamente a tu carrera.

No podía hacerte eso a ti, o a nuestro bebé, que acabaría siendo la verdadera víctima

de todo. Nuestro hijo sólo podría verte de vez en cuando… y eso si aceptabas ser su

padre.

—¿Si aceptaba ser su padre? —bramó Cesar.

Sarah movió la cabeza, incapaz de contener las lágrimas.

—Estaba equivocada, Cesar. Mis padres me advirtieron que acabaría

lamentando mi decisión, pero entonces creía que estaba haciendo lo correcto. Pensé

que tal vez irías a casa de mis padres la siguiente vez que acudieras a Estados

Unidos, pero no lo hiciste.

—Según recuerdo, cuando nos vimos por última vez quedamos en que serías tú

la que se pondría en contacto conmigo —dijo Cesar—. Tras pasar seis meses sin tener

noticias tuyas, ¿para qué iba a buscarte?

—Estuve a punto de llamarte en varias ocasiones, pero no me sentí con valor

para hacerlo. Cuando Johnny cumplió tres años y empezó a hacer preguntas sobre ti,

decidí llevarlo a Mónaco para que te conociera. Ya tenía los billetes cuando me enteré

por la prensa de que estabas implicado en una relación con una mujer embarazada, y

resultó que la mujer en cuestión era la prometida de tu hermano Luc. No supe qué

hacer. En caso de que el bebé resultara ser tuyo, temí que volar con Johnny a verte

pudiera complicar las cosas. De manera que decidí esperar y llegó el momento en

que comprendí que no podía retrasar más tu encuentro con Johnny. Le prometí que

te veríamos en tu carrera de Monterrey, pero sufriste el accidente en Brasil antes de

poder volar a California… —Sarah tuvo que interrumpirse para controlar su

emoción—. Nunca llegarás a conocer la profundidad de mi dolor —alargó

instintivamente una mano y la apoyó sobre el brazo de Cesar—. Estoy destrozada

por lo que te he hecho.

Cesar apartó su brazo con gesto desdeñoso.

—Eso no me basta. Me he perdido los cinco primeros años de la vida de Johnny.

Ya que es imposible recuperarlos, quiero disfrutar del resto. Vamos a casarnos aquí

mismo dentro de un rato.

—Nadie puede casarse tan rápido.

—Yo sí. Ya está todo Winters – Una verdadera familia – 2º Padres mediterráneos

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—Pero no quieres casarte conmigo —dijo Sarah con voz temblorosa—. Nunca

quisiste, o…

—¿O que?

—Nada… Da igual.

Cesar la miró sin ocultar su desprecio.

—Quiero a mi hijo y estoy dispuesto a hacer lo que sea para conseguirlo.

Después de lo que has hecho, verte condenada a vivir con un hombre que no te

desea, y que aunque te deseara no podría hacer nada al respecto, me parece una

penitencia adecuada.

—Descarga tu furia conmigo si es lo que quieres, pero no dejes que Johnny vea

lo que sientes cuando esté con nosotros. Es un niño tan dulce y amoroso…

—¿Como solías ser tú? —dijo Cesar en tono desdeñoso—. Es extraño. En otra

época pensaba que te conocía…

—Supongo que ambos hemos cambiado. Tú solías tener un espíritu competitivo

que nada ni nadie podía conquistar.

—Eso era antes de que quedara permanentemente inválido.

—Aún no hay pruebas de eso. El médico dice…

—Aún no he terminado —interrumpió Cesar en tono gélido—. Estoy

paralizado, así que empezaremos a partir de ahí con nuestro hijo. Comprendo que te

repugne la idea de verme así, pero a Johnny no parece preocuparle. Si no tienes

expectativas, no corres el riesgo de sufrir futuras decepciones.

—¡No puedes estar hablando en serio! El médico piensa que si te esfuerzas y

sigues la terapia volverás a caminar. ¡Y yo también lo creo!

—¡Más vale que no le cuentes esa mentira a Johnny! ¿Me he expresado con

suficiente claridad?

Sarah era consciente de que lo que le había hecho al ocultarle la existencia de su

hijo era imperdonable, pero le aterrorizó comprobar que Cesar había renunciado a

recuperarse.

Pero con lo que se había encontrado había sido con un ultimátum que no iba a

causarle más que pesar, hiciera lo que hiciese. Lo último que quería Cesar era una

esposa, pero sabía que tenía que contar con ella si quería a su hijo. Irónicamente, no

le había quedado más remedio que ofrecer matrimonio a la única persona de la tierra

a la que realmente despreciaba.

—¿Mamá? ¿Papá?

Johnny entró en aquel momento corriendo en la habitación, antes de que Anna

pudiera impedirlo. Sarah dio las gracias a la enfermera y cerró la puerta. En cuanto

se quedaron a solas, Johnny corrió junto a su padre.

—Habéis estado hablando mucho Winters – Una verdadera familia – 2º Padres mediterráneos

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Cesar miró significativamente a Sarah. Era evidente que quería escucharle

pronunciar las palabras que harían que los sueños de su hijo se hicieran realidad.

Johnny también miró a su madre.

Sarah se humedeció los labios, nerviosa.

—Tu padre y yo teníamos mucho de qué hablar, cariño. Quiere… que seamos

una familia.

—¿Como la de Carson?

—Sí —los padres de Carson vivían juntos—. ¿Te gustaría?

Johnny parpadeó antes de volverse de nuevo hacia su padre.

—¿Eso quiere decir que vas a vivir con nosotros? —preguntó, maravillado.

—Tu madre y tú vais a vivir conmigo. De hecho, insisto en ello.

—¡Hurra!

Sarah miró instintivamente a Cesar, que, en beneficio de su hijo, estaba

conteniendo la furia de su mirada.

Le temblaron las piernas. La idea de vivir con él en aquellas circunstancias la

aterrorizaba.

—¿Dónde está tu casa? —preguntó Johnny, emocionado.

—Te refieres a nuestra casa —dijo Cesar, y el niño asintió, feliz—. Tenemos dos

casas.

—¿Dos casas? —repitió Johnny, asombrado.

—Así es. Una está en Mónaco, donde viven mis padres y mi hermano.

—¿Está lejos?

—Bastante. Pero iremos pronto a que conozcas a tus parientes Falcon.

—Mamá me ha dicho que tengo una abuela, un abuelo y un tío llamado Luc.

Cesar miró un instante a Sarah sin ocultar su sorpresa.

—Así es. Él y tu tía Olivia tienen una hija pequeña llamada Marie Claire. Es tu

prima.

—¿Podré jugar con ella alguna vez?

—Por supuesto. Pero de momento vamos a ir a nuestra otra casa. Está aquí, en

Italia, en un pueblo llamado Positano, en la ladera de una colina que da al mar.

—Me encanta el mar.

—En ese caso, está acordado.

Seis años atrás, Cesar había pedido a Sarah que se reuniera con él en Positano

para pasar unas vacaciones de dos semanas. Parecía que había pasado un siglo desde

entonces.

Cesar se inclinó hacia Winters – Una verdadera familia – 2º Padres mediterráneos

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—¿Has volado alguna vez en helicóptero.

—No. ¿Y tú?

—Muchas.

—¿Da miedo?

—¿Te da miedo ir en avión?

—No.

—Entonces no te asustará volar en helicóptero conmigo hasta la casa.

—¿Cuándo podemos irnos?

—En cuanto tu madre y yo nos casemos.

Johnny abrió los ojos de par en par.

—Pero estamos en un hospital.

—Este hospital tiene una capilla en la segunda planta. El cura de nuestra familia

va a venir a celebrar la ceremonia. Si quieres, puedes ayudarme a prepararme

mientras tu madre va al hotel a por vuestro equipaje.

—¡Quiero ayudarte!

—En ese caso, pulsa ese botón para que venga la enfermera.

Johnny pulsó el botón de inmediato. Aquélla fue la señal para que Sarah se

fuera. Besó a su hijo en la mejilla.

—Volveré dentro de un rato.

Johnny asintió, pero era evidente que tenía cosas más excitantes en que pensar

en aquellos momentos.

—No tardes —le advirtió Cesar.

Una vez en el hotel apenas tardó unos minutos en recoger el equipaje. Al no

saber cuánto tiempo iba a permanecer en Italia no había llevado demasiada ropa y,

lógicamente, no tenía nada adecuado que ponerse para la boda. Pero, dadas las

circunstancias, no podía entretenerse saliendo a comprar un vestido.

Mientras esperaba a pagar en recepción no dejó de lamentar la falta de

habilidad de que había hecho gala para hacer comprender a Cesar cuál era su estado

mental seis años atrás. El muro que se había alzado entre ellos era demasiado

impenetrable.

Edward Priestley, su padre, era dueño de la empresa de refrescos Quenchers,

que construyó a mediados de los años ochenta el circuito de carreras Quencher, cerca

de Carmel.

Después de las carreras de Fórmula 1 siempre organizaba una fiesta para los

corredores y algunos selectos aficionados en su casa de Carmel.

Sarah había asistido a las carreras con sus padres y su hermana mayor Elaine

desde que era pequeña, y sabía lo que opinaba su padre sobre las relaciones

románticas con los Winters – Una verdadera familia – 2º Padres mediterráneos

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«Disfrutad de su talento, pero mantened la distancia con ellos», solía decirles a

sus hijas, cuya madre opinaba igual.

Elaine pareció asumir el consejo, pero Sarah no pensó en ello hasta que ya fue

demasiado tarde. Conoció a Cesar Villon cuando tenía diecisiete años y se encaprichó

enseguida del piloto de veinticuatro años.

Él también se encariñó con ella y acudía a verla cada vez que corría en Estados

Unidos. Solían dar largos paseos, o iban a navegar y a nadar.

Sarah llegó a sentir una gran confianza con él y Cesar compartió sus sueños con

ella. Con el tiempo, los sentimientos de Sarah crecieron hasta convertirse en auténtico

amor.

Cesar soñaba con ganar siete veces el campeonato, algo que no había hecho

nadie hasta entonces. Luego dejaría el circuito para dedicarse a sus negocios y se

casaría y tendría familia.

Aunque escuchaba sus palabras, Sarah no llegó a asumirlas. Cuando cumplió

los veinte años no quería creer que Cesar estuviera dispuesto a seguir soltero tanto

tiempo. Ella soñaba con convertirse en su esposa y darle un hijo cuanto antes.

De manera que siguió ignorando lo que le decía Cesar y jugó con fuego hasta

que una noche hicieron el amor. Aquella experiencia cambió su vida para siempre.

Pero todo lo que dijo Cesar después fue que era la chica más maravillosa que

había conocido y que trataría de dedicarle todo el tiempo posible entre carrera y

carrera.

Pero, tras su noche de pasión, Sarah pensó ingenuamente que Cesar no podría

vivir sin ella, porque ella sentía que no podía vivir sin él. Pero esperó en vano su

declaración de amor.

Pasaron dos carreras y dos meses y medio antes de que Cesar la llamara para

invitarla a pasar dos semanas de vacaciones con él en Italia.

Pero para entonces el destino había sorprendido a Sarah con algo que no

esperaba. Estaba embarazada de Cesar.

No sabía cómo reaccionaría si le decía la verdad. En aquellas circunstancias,

algunos hombres ofrecían casarse porque eran honorables y querían dar un nombre a

su hijo. Sarah consideraba a Cesar un hombre honorable, pero sabía que provenía de

una familia aristócrata de Mónaco a la que no le haría gracia enterarse de que una

chica americana cualquiera era la portadora de uno de los futuros herederos de la

dinastía Falcon.

Sin duda, Cesar haría todo lo posible por su hijo desde un punto de vista

financiero, pero no se comprometería de lleno. Sólo estaría en contacto con ella entre

carrera y carrera, y Sarah no quería que a su hijo se le rompiera el corazón por un

padre fantasma al que sólo vería ocasionalmente.

¿Y qué sabía realmente de Cesar? Sólo tenía una cosa clara: el embarazo crearía

complicaciones que le impedirían alcanzar sus metas. Acabó aceptando demasiado Rebecca Winters – Una verdadera familia – 2º Padres mediterráneos

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tarde lo que Cesar le había estado diciendo todos aquellos años: que pretendía

permanecer soltero hasta que terminara su carrera.

De manera que, consciente de lo que debía hacer por el bien del bebé, rechazó la

invitación de Cesar para ir a Italia. Como excusa argumentó que no podía dejar sus

estudios en aquellos momentos. De hecho, estaba a punto de graduarse y no podía

perder clases si no quería repetir.

Cesar pareció sinceramente decepcionado, probablemente porque no estaba

acostumbrado a ser rechazado, pero no trató de convencer a Sarah. En lugar de ello le

dijo que lo más importante era que acabara sus estudios, que comprendía su

decisión, y que esperaría a que ella lo llamara cuando pudiera irse de vacaciones con

él.

Acabó la conversación diciendo:

—Te echo de menos, bellissima. No sabes cuánto me gustaría tenerte aquí,

conmigo. Llámame cuando acabe el semestre y arreglaremos las cosas para estar

juntos.

Angustiada, Sarah tuvo que enfrentarse a la amarga verdad: Cesar no estaba

enamorado de ella hasta el punto de no poder vivir sin ella.

Podía devolverle la llamada y decirle que iba a ser padre, pero aquella noticia

cambiaría para siempre el mundo de Cesar. ¿Cómo iba a centrarse en su carrera con

un bebé necesitando su atención? Su profesión no era como la de otros hombres.

Finalmente decidió que lo mejor sería esperar a que llegara el momento

adecuado para decirle la verdad. Pero, tal y como fueron las cosas, nunca volvió a

hablar con él.

Después de terminar sus estudios alquiló una pequeña casa en Watsonville,

cerca de donde vivían sus padres, y empezó a trabajar en una aseguradora. Cuando

ya no pudo ocultar por más tiempo su embarazo contó la verdad a sus padres, que

no se mostraron sorprendidos. Sabían cuánto quería a Cesar.

Su madre sonrió con tristeza cuando se enteró. Ya había advertido a Sarah que

tuviera cuidado, que podía acabar sufriendo con aquella relación.

Y Sarah había sufrido. Sin embargo, el dolor que había infligido a Cesar y a su

hijo con su silencio era mucho más profundo.

Por fin, padre e hijo estaban juntos. Pero si había creído que aquel reencuentro

podría borrar todos aquellos años de culpabilidad y remordimiento, se había

equivocado.

Ningún hombre podía amar a una mujer que le había hecho aquello. Y cuando

Johnny se hiciera mayor comprendería que lo que había hecho su madre había sido

egoísta y cruel y la despreciaría.

Jamás lograría superar el abismo que la separaba de los dos hombres a los que

amaba por encima de Winters – Una verdadera familia – 2º Padres mediterráneos

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Capítulo 3

Después de que las enfermeras lo ayudaran a ponerse el traje y la corbata, Cesar

tomó de nuevo su móvil. Ya había hecho las llamadas necesarias para poner en

marcha la ceremonia. Sólo le faltaba poner al tanto a su ama de llaves de sus planes.

Mientras Johnny se entretenía dibujando, Cesar llamó a la villa.

—¿Diga?

—Hola, Bianca.

—¿Cesario? —la mujer, de sesenta y cinco años, rompió a llorar, emocionada—.

He ido a misa a diario para rezar por ti.

—Alguien de arriba debe de haberte escuchado —dijo Cesar, conmovido.

—¿Quieres decir que puedes andar? Tus padres no me han dicho nada todavía.

Tampoco tu hermano Luc.

—No, no, Bianca. Eso no va a suceder. Nadie sabe lo que estoy a punto de

decirte, excepto mi médico.

Y Sarah, por supuesto.

Cesar apretó instintivamente el puño que tenía libre. Cuando, años atrás, la

invitó a Italia, creía que estaba enamorada de él con la clase de amor que un hombre

sería afortunado de conocer una vez en la vida. Era su querida Sarah, una mujer

distinta a las otras. Tenía planes para ellos…

Masculló una maldición. Averiguar que le había ocultado que tenía un hijo le

había hecho comprender que no la había conocido en absoluto. ¿Cómo había sido

capaz de tal crueldad?

—Es una bendición que estés vivo —dijo Bianca.

Cesar siempre había podido contar con la lealtad de su ama de llaves. Al

parecer, iba a tener que confiar en ella y en su marido Angelo más que nunca.

—¿Puedo confiar en que vas a guardar el secreto más importante de tu vida?

—¡Me insultas preguntándolo!

—Lo siento, pero es muy importante que no se entere nadie de lo que te voy a

decir, ni siquiera mi familia. Podría filtrarse algo a la prensa, y nadie debe enterarse.

—Nadie se enterará de nada por nosotros.

—Grazie, Bianca.

—¿De qué se trata?

—Voy a volar a Positano dentro de unas horas, pero no iré solo. Necesito que

Angelo y tú organicéis al servicio y preparéis las habitaciones para dos personas que

van a vivir con nosotros.

—Me ocuparé de todo de inmediato. Esta casa ha estado vacía demasiado

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—Prepárate para escuchar pasos de piececitos a partir de ahora.

—¿Pasos de piececitos?

—Sí, Bianca. De un niño de cinco años llamado Jean Cesar Priestley de Falcon.

Tras un anonadado silencio, Bianca dejó escapar un gritito de sorpresa.

—Su madre también estará con nosotros —añadió.

—Ah…

Seis años antes, Bianca fue testigo del sombrío estado de ánimo en que quedó

Cesar tras su conversación con Sarah. Tan sólo ella y su marido fueron capaces de

soportarlo durante aquella temporada.

—Hasta luego, Bianca.

Cesar colgó sin dejar de pensar en Sarah. Decírselo en alto al ama de llaves le

había hecho experimentar una inexplicable sensación de orgullo. Sus padres no iban

a poder contener su alegría.

Y su hermano se iba a quedar de una pieza cuando averiguara que Cesar tenía

un hijo mayor que su hija.

En cuanto a su primo y mejor amigo, Massimo era la única persona que sabía

algo de Sarah. Dentro de unos días lo llamaría a Guatemala para darle el notición.

Hasta que había visto a su hijo, Cesar no había querido seguir viviendo…

Johnny tenía el aspecto y la inteligencia que cualquier hombre habría deseado

para su hijo, y Sarah era la responsable de su excelente comportamiento, de su

educación, de su sensibilidad y su amabilidad.

Debía reconocer que veía en su hijo todas las cosas que había amado de Sarah

cuando ésta tenía diecisiete años.

Cuando la había visto entrar aquella mañana en la habitación había pensado

que estaba sufriendo un colapso mental irreversible. Pero todo había cambiado

cuando había vuelto con Johnny.

Unos segundos después de ver el precioso rostro de su hijo de cinco años, Cesar

había sentido que una poderosa fuerza revitalizadora recorría su sistema nervioso.

—¡Mamá! —exclamó Johnny cuando su madre entró de nuevo en la habitación.

Cesar se volvió a mirarla. Estaba deseando que llegara para llevar adelante la

ceremonia y poder salir de una vez de aquella claustrofóbica prisión. Sarah cargaba

con dos maletas medianas.

Aún estaba asombrado por el cambio que había experimentado. Durante

aquellos seis años, la encantadora adolescente por la que perdió la cabeza se había

convertido en una mujer madura a la que apenas habría podido reconocer sin la

larga y sedosa melena que solía llevar.

Mientras miraba sus largas y contorneadas piernas no le quedó más remedio

que reconocer que se había convertido en una voluptuosa Winters – Una verdadera familia – 2º Padres mediterráneos

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Sarah tembló ante la intimidante mirada de Cesar.

—Siento haber tardado tanto…

—Una hora y media, para ser exactos.

—Lo sé, pero había una cola muy larga en recepción —dijo Sarah dejando las

maletas junto a la pared.

—Ya estamos listos para ir a casarnos, mami.

Cuando alzó la cabeza, Sarah se quedó sin aliento. Cesar estaba sentado en una

silla de ruedas, pero con el traje azul marino y la impecable camisa blanca que vestía,

era el deslumbrante piloto del que se había enamorado años antes.

Nadie que lo hubiera visto así habría podido imaginar que no podía caminar.

En la solapa izquierda del traje llevaba una pequeña rosa blanca.

—Toma, mamá. Esto es para ti —Johnny corrió a darle una pequeña caja de

cartón. Sólo entonces se fijó Sarah en que también él vestía un traje azul oscuro y

camisa blanca. Y también llevaba una rosa en la solapa.

—Gracias, cariño. ¡Qué guapo estás!

—Papá y yo vamos iguales.

—Desde luego —eran los dos hombres más guapos del mundo.

Sarah bajó la mirada hacia la caja y vio que contenía un prendido de flores

blancas.

—¡Qué bonito! —exclamó mientras levantaba la cubierta de celofán.

—Papá quiere que lo lleves.

Cesar se acercó en la silla de ruedas hasta ella.

—Inclínate para que te lo ponga.

Sarah hizo lo que le decía mientras él sacaba el prendido de la caja. Cuando se

lo sujetó al vestido, sus dedos la rozaron. Sarah cerró los ojos con fuerza, temiendo

respirar. A través de la fina tela de su vestido, el calor del contacto contra su piel

desató una reacción en cadena que recorrió cada célula de su cuerpo.

—¿Estás bien, mamá? —preguntó Johnny, al que no se le pasaba nada por alto.

—Sí, cariño.

—Entonces, ¿por qué tienes los ojos cerrados?

—No… no me había dado cuenta.

Cuando Sarah abrió los ojos vio que Cesar estaba a escasos centímetros de ella.

La burlona expresión de su mirada reveló que sabía con exactitud cómo le afectaba

su contacto. Sabía que sus manos, su boca y su cuerpo la habían vuelto siempre loca

de deseo.

—Vámonos —dijo Cesar unos momentos después.

—Estoy listo —Johnny se situó tras él y ayudó a empujar la silla hacia la Winters – Una verdadera familia – 2º Padres mediterráneos

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Camino del ascensor Sarah notó que había guardias de seguridad por todas

partes. Aquello le recordó que lo que estaba pasando en el hospital con Cesar era

algo que haría ganar millones de dólares a los medios de comunicación cuando el

público fuera informado.

Las carreras y la aristocracia formaban una combinación interesante para la

prensa, pero sumando a ello el elemento del playboy paralizado que había

mantenido oculto a su hijo y a su esposa durante seis años, la historia resultaba

explosiva.

Enseguida llegaron a la segunda planta. A Sarah le sorprendió el ornamentado

interior de la capilla. Todo en Italia, desde el estilo de los edificios y las estatuas a la

seductora sonoridad de la lengua, le encantaba.

Un anciano cura vestido formalmente los animó a avanzar.

—Acercaos —dijo en inglés.

Excepto por los trabajadores del hospital que iban a hacer de testigos, tenían la

capilla para ellos solos.

El sacerdote se inclinó y estrechó la mano de Johnny con expresión sonriente.

—Yo bauticé a tu padre cuando nació, y me alegra comprobar que ha tenido un

hijo como tú. ¿Cómo te llamas?

—Je… Jean Cesar Priestley de Falcon —dijo Johnny, con una soltura bastante

asombrosa para su edad.

—Muy bien, Jean Cesar. Es un placer conocer a un joven como tú. Sé que

siempre serás un gran consuelo para tu padre, sobre todo ahora que se está

recuperando del accidente. Depende de ti, de tu padre y de tu madre que el milagro

suceda.

El cura miró a Sarah y luego a Cesar.

—La mejor medicina que puede existir es una familia unida. Tened coraje y

triunfaréis. Y ahora, recemos.

Tras murmurar unas oraciones, el cura dijo a Cesar que tomara la mano de

Sarah.

El momento adquirió un aire de irrealidad cuando ambos prometieron amarse

y cuidarse en la salud y en la enfermedad durante el resto de sus días.

—Sarah Priestley y Cesar Villon de Falcon, os declaro marido y mujer. Que lo

que Dios ha unido no lo separe el hombre. En el nombre del Padre, del Hijo y del

Espíritu Santo, amén —el sacerdote concluyó haciendo la señal de la cruz.

—Amén —susurró Sarah.

Johnny dejó escapar un largo suspiro.

—¿Ya estáis casados?

—Lo estamos —murmuró Cesar con voz grave.

—¿Y dónde está el anillo de mamá?Rebecca Winters – Una verdadera familia – 2º Padres mediterráneos

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—En la villa.

—Oh —tras un momento de silencio, Johnny añadió—: ¿Y no vais a besaros?

—Sí —dijo Sarah antes de que Cesar respondiera.

Se inclinó y lo besó en los labios, pero su corazón se hizo añicos cuando sintió

que estaba besando una fría pared de piedra.

En cuanto ella se apartó, Cesar tomó a Johnny en brazos y lo sentó en su regazo.

El niño se volvió y lo rodeó con los brazos por el cuello. Sarah apenas podía respirar

debido a las emociones que la embargaban.

—Ahora eres oficialmente mi hijo. Nunca volveremos a separarnos —Cesar

besó a Johnny en la frente—. ¿Estás listo para el viaje en helicóptero?

—¡Sí!

El cura les recordó que debían pasar a la salita adjunta a la capilla para firmar

los documentos del matrimonio. Cuando acabaron, Sarah estrechó cariñosamente su

mano.

—Gracias, padre.

El sacerdote se apartó con ella un momento de Cesar y de Johnny.

—Conozco a tu marido desde que nació. Cesar protege celosamente su corazón.

Sé paciente durante los oscuros tiempos que se avecinan. Algún día volverá a salir el

sol.

A Sarah le habría gustado tener la fe del sacerdote, pero las palabras «algún

día» le hicieron sumergirse en una nueva oleada de desesperación.

Una vez concluidos todos los trámites, un grupo de trabajadores del hospital los

acompañó hasta la azotea, donde aguardaba el helicóptero que iba a llevarlos a la

villa. Dos enfermeros instalaron a Cesar en el interior y, tras ayudar a Johnny a subir,

uno de ellos entregó a Sarah la cámara de usar y tirar que había utilizado para tomar

fotos de la boda.

—¿Estás emocionado, cariño? —preguntó a su hijo una vez estuvo sentada.

—Sí.

La sonrisa de Johnny no engañó a Sarah. Estaba asustado, pero jamás lo habría

admitido ante su padre.

Un instante después comenzaron a rotar las aspas de las hélices.

Cesar debió de percibir el miedo de su hijo, porque apoyó su mano en la de él

en cuanto se elevaron.

—Así fue como me sentía la primera vez que conduje un coche de carreras de

verdad, mio piccolo. Pero enseguida me acostumbré a la sensación. Tú limítate a

mirarme y verás como todo va bien.

Unos minutos después dejaron atrás Roma en dirección al sur. Johnny no tardó

en superar el miedo y al cabo de un rato estaba haciendo comentarios sin parar

mientras contemplaba las espectaculares vistas que se divisaban desde el helicó Winters – Una verdadera familia – 2º Padres mediterráneos

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Siguieron su trayecto en dirección a Positano por la costa de Amalfi, conocida

como una de las regiones más bellas de Italia.

—¿Dónde está nuestra villa, papá? —preguntó Johnny cuando oyó que el piloto

comentaba que ya estaban muy cerca.

Cesar se inclinó hacia la ventanilla y señaló.

—¿Ves la casa rosada que está encima de esa colina?

Johnny presionó su nariz contra la ventanilla.

—¡Parece un palacio!

—Es demasiado pequeña para ser un palacio de verdad —dijo Cesar con una

sonrisa—. ¿Te gusta?

—¡Me encanta!

La mente de Sarah se llenó de imágenes de cómo habrían sido las cosas si seis

años antes se hubiera reunido con Cesar en aquel paraíso. ¿Qué habría pasado?

Entonces no había tenido una respuesta para aquella pregunta, pero ahora sí la

tenía. Cesar estaba feliz. Su instantánea transformación de soltero a padre había sido

total.

—Estamos a punto de aterrizar —les informó el piloto.

Cesar hizo que Johnny se sentara adecuadamente y no le soltó la mano hasta

que el helicóptero tomó tierra. Sarah se preguntó quién necesitaba más a quién.

El helipuerto formaba parte de una pequeña clínica que se hallaba en una

ladera de la colina. Dos enfermeros acudieron enseguida para trasladar a Cesar del

helicóptero a una ambulancia. Sarah dio las gracias al piloto antes de bajar con su

hijo.

Una vez en la ambulancia miró a Cesar y notó que su expresión se había

endurecido. Después de haber sido el rey de la velocidad durante varios años, no

debía de resultarle fácil aceptar la constante ayuda que necesitaba.

A su manera, Johnny mostró una asombrosa comprensión de lo que estaba

pasando por la mente de su padre.

—¿Te encuentras bien, papá?

Cesar acarició la cabeza de su hijo.

—Contigo aquí, ¿cómo no iba a estar bien?

Sarah se obligó a mirar por la ventanilla. «Sigue diciendo eso, Cesar. Sigue

creyéndolo y saldrás de ésta más fuerte que nunca».

El conductor puso en marcha la ambulancia y unos segundos después

circulaban por una sinuosa y estrecha carretera a la que daban diversas villas de lujo.

Finalmente se detuvo ante una verja que daba a un sendero privado. La verja se abrió

para darles paso y unos momentos después estaban ante la villa rosada que habían

visto desde el Winters – Una verdadera familia – 2º Padres mediterráneos

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—Ya estamos en casa —dijo Cesar.

—¡Hurra! —Johnny prácticamente saltó del coche, demasiado excitado como

para permanecer quieto un segundo más. Sarah lo siguió.

El enfermero que los había acompañado sacó una silla de ruedas en la que

ayudó a instalarse a Cesar. Luego empujó la silla hasta un precioso patio interior que

rodeaba una piscina rectangular.

Johnny tenía razón: la villa parecía un palacio.

Cuando el enfermero volvió a la ambulancia, una mujer y un hombre, ambos de

pelo rubio oscuro, salieron a recibir a Cesar. Por sus abrazos y expresiones de cariño,

Sarah dedujo que lo querían mucho.

Cesar atrajo a Johnny hacia sí y lo sentó en su regazo.

—Bianca, Angelo, os presento mi hijo, Johnny —dijo en inglés—. Johnny, ellos

son los Carlonis.

—¡Hola!

La sonrisa del niño fue como un rayo de sol.

—¡Qué niño más guapo! —exclamó Bianca mientras se inclinaba para besarlo

en ambas mejillas.

Angelo, un hombre fuerte como un toro, sonrió.

—Te pareces a tu padre cuando era joven.

—Lo mismo me ha dicho el piloto del helicóptero —dijo Johnny, obviamente

encantado.

—Bianca y Angelo llevan años viviendo aquí y se ocupan de mí y de la casa.

—Mamá y yo también nos vamos a ocupar de ti.

Cesar besó a su hijo en la frente.

—Lo mejor será que todos cuidemos de todos. ¿Sarah? —añadió

inesperadamente sin mirarla, casi como si fuera un exceso de equipaje.

Sarah se acercó con piernas temblorosas a estrechar las manos de Bianca y

Angelo.

—Os presento a mi esposa, Sarah Priestley, ahora Sarah de Falcon.

El nombre pareció significar algo para el ama de llaves, que miró a Sarah sin

sonreír.

—Nos acabamos de casar en el hospital —continuó Cesar—. Hasta mañana, no

quiero que nadie sepa que estamos en casa. ¿Capisce?

—Sí, Cesar —murmuró Bianca. Su marido se limitó a asentir.

—¿Johnny? Si quieres venir conmigo y con Angelo, Bianca se ocupará de tu

madre. Luego comeremos en la terraza.

—La cocinera ya tiene lista la comida —dijo el ama de Winters – Una verdadera familia – 2º Padres mediterráneos

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Johnny ladeó la cabeza.

—¿Tienes cocinera, papá?

Cesar sonrió.

—Ahora tú también la tienes. Se llama Juliana. Puede prepararte lo que quieras.

Al escuchar aquello, Johnny se puso a dar saltos, emocionado. Sarah notó que

parecía totalmente feliz con su padre.

—Nos vemos enseguida, cariño.

—De acuerdo, mamá.

Bianca se volvió hacia Sarah.

—Venga conmigo, señora de Falcon.

Tomó la maleta de Sarah y la condujo hasta un amplio dormitorio pintado en

delicados tonos azules y con un moderno baño que incluía todo tipo de servicios.

En el centro del dormitorio había una gran cama de matrimonio cubierta con

una colcha de seda verde.

—Es una habitación preciosa —Sarah miró a su alrededor y señaló una

puerta—. ¿Adónde da esa puerta?

—Al pasillo.

Sarah asintió.

—¿Y dónde ha instalado a Johnny?

—En la suite de su padre, al otro extremo de la villa.

El ama de llaves estaba siendo educada, pero Sarah detectó cierta hostilidad en

ella. Era evidente que culpaba a Sarah por aquella situación y quería compensar a

Cesar. Decidió que hablaría con Cesar sobre el tema cuando estuvieran a solas, para

que el comportamiento de Bianca no afectara negativamente a Johnny.

—La comida se servirá en la terraza oeste. Cuando esté instalada, vaya por el

pasillo hasta el vestíbulo y luego cruce las puertas corredizas.

—Gracias, Bianca.

El ama de llaves salió sin decir nada más.

Sarah comprendió que iba a tener que acostumbrarse a la situación si quería

sobrevivir. Sólo la toleraban en la villa porque era la madre de Johnny.

Tras refrescarse en el baño y ponerse unos pantalones blancos y una blusa

amarilla, salió al vestíbulo.

Había prometido hacer una rápida llamada a sus padres, pero tendría que

esperar a la hora de acostarse. El día anterior los había llamado para decirles que

habían llegado bien a Roma. Lógicamente, sus padres querían saber cuál había sido

el resultado de la visita al hospital. Se iban a quedar sorprendidos cuando

averiguaran que ya estaba casada, pero se alegrarían de que la verdad hubiera salido

por fin a la luz por el bien de su Winters – Una verdadera familia – 2º Padres mediterráneos

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Pero no estaban al tanto del verdadero estado mental de Cesar, y Sarah no

pensaba informarles de la situación hasta que la tuviera un poco más controlada.

A punto de llegar a la terraza, vio a Cesar sentado en su silla de ruedas. Estaba

señalando algo a su animado hijo, que estaba de pie junto a él.

Al verla, Johnny corrió hacia ella para abrazarla. Sarah nunca había agradecido

tanto sentir sus bracitos alrededor de su cuello.

—¡Ven a ver, mamá! —dijo el niño a la vez que tiraba de ella hacia la terraza.

Sarah trató de ignorar la castigadora mirada de Cesar mientras se encaminaba

hacia la barandilla.

Johnny señaló el mar que se veía desde la terraza.

—¿Ves esas islas?

Sarah asintió.

—Se llaman las islas Galli. Papá me ha dicho que las sirenas solían vivir allí y

que eran peligrosas. ¿Qué es una sirena?

—¿No te lo ha dicho?

—Me ha dicho que te lo preguntara a ti porque tú lo sabes todo sobre las

sirenas.

Sarah se ruborizó, pero se negó a mirar a Cesar.

—Eran mujeres imaginarias con medio cuerpo de pez que cantaban cuando

algún barco pasaba cerca.

—¿Y por qué eran peligrosas?

—Porque sus canciones eran tan bonitas que hacían que los hombres quisieran

saltar de los barcos para nadar hasta ellas —dijo Cesar—. Pero los hombres morían al

tratar de alcanzarlas.

Johnny miró a su padre con expresión seria.

—No deberían haber navegado cerca de ellas.

—Tienes razón, figlio mio. Desafortunadamente, aprendieron la lección tarde.

Sarah trató de contener su enfado.

—Es sólo un cuento, cariño —dijo a su hijo—. Y ahora vamos a sentarnos a

comer.

Se reunieron con Cesar en torno a la mesa redonda de cristal en la que una

doncella llamada Concetta acababa de servir la comida.

—¿Mamá? Bianca me ha dicho que Juliana ha preparado una hamburguesa con

queso especialmente para mí.

—¡Qué suerte! Ésa es una de tus comidas favoritas.

Johnny asintió.

—¿Cuál es tu comida favorita, papá?Rebecca Winters – Una verdadera familia – 2º Padres mediterráneos

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—También me encantan las hamburguesas.

El niño sonrió, encantado de la coincidencia, y luego se lanzó sobre su comida.

—¿Qué vamos a hacer después de comer? —preguntó al cabo de un rato.

—Tu padre acaba de salir del hospital, cariño. Ha sido un día muy largo y

ajetreado y lo mejor será que nos vayamos todos a la cama temprano.

Cesar lanzó a Sarah una mirada de advertencia antes de volverse hacia Johnny.

—¿Te gustaría ver mi gimnasio?

—¿Dónde está?

—Al final del pasillo, en el extremo más alejado de la piscina.

—¿Quieres decir que está en nuestra casa? —preguntó Johnny, sorprendido.

—Sí, piccolo mio. En una habitación muy grande en la que trabajo para estar en

forma.

—¿Qué hay dentro?

—Pesas, espalderas, bancos de flexiones, una bicicleta estática, una cinta para

caminar y correr…

—¡Bien! ¿Puedo hacer ejercicio contigo?

—Podemos trabajar con las pesas para fortalecer nuestros bíceps.

—¿Qué son los bíceps?

—Esto —Cesar palmeó el brazo de Johnny—. Dentro de poco los tuyos serán

más grandes que los de tu amigo Carson.

—Los suyos son más bien pequeños.

—Eso suponía.

Johnny rió.

—Pero tú aún no has visto a Carson. Eres muy gracioso, papi. Te quiero.

—Yo también te quiero —Cesar tomó un bocado de macarrones antes de

continuar hablando—. Mañana iremos a comprar unos juguetes y luego podemos

nadar. Nos sentará bien con el calor que está haciendo.

—Yo no sé nadar muy bien, pero sé bucear si mamá me sujeta.

—Ahora estoy yo aquí para sujetarte