Como muchas cosas que ocurren en la vida, lo suyo comenzó por curiosidad.
Tsukishima Akiteru, con sus 24 años de edad, trabajaba en un café situado en una calle tranquila, más bien conocida por su estilo vintage y la cantidad de plazas a su alrededor. En su opinión, la parte más linda de la ciudad, y desde que era niño quiso vivir por esa zona aunque sabía que el alquiler era costoso.
Con el paso de los años supo que tener una casa propia en ese barrio iba a ser un sueño lejano, por lo que se conformó simplemente con trabajar ahí. De hecho, su casa quedaba a unos quince minutos en bici, realmente no se podía quejar.
Otra cosa que le gustaba de su trabajo era conocer gente. Al ser mesero, se le obligaba a ser amable, sonreír y, si era necesario, hacer pequeñas charlas con los clientes, cosas que no tenía problema. Sus compañeros de trabajo también eran agradables, aunque sus más cercanos eran menores que él, eso no le molestaba, ya que hacían el trabajo más llevadero. Por todo eso se podía decir que estaba a gusto con su trabajo, pero lo que más le gustaba de él era la tienda que se encontraba al lado del café: la florería.
Esa florería había captado su atención desde el primer momento. Primero, le resultó curioso el cartel en que se leía "FLOWR SHOP". Si bien su inglés no era perfecto, estaba seguro que le faltaba una letra. Después de unos meses de trabajar ahí y que nadie comentara el tema, le preguntó a sus compañeros.
-¿La florería? Nadie sabe por qué le falta la E. Sus precios son elevados, por lo que dinero no creo que les falte. Además, es la que nos provee flores gratis y, como agradecimiento, nosotros le invitamos los cafés. Hablando de eso, antes de irte a tu casa llévale un Espresso al que la atiende, el de pelo negro- le había dicho uno.
De alguna forma le pareció un lindo gesto de parte de la florería, ya que el Café se veía hermoso con las plantas que tenían y le daban un toque único. Después de todo, sabía que sus cafés tampoco eran los más baratos de la cuidad.
Cuando finalizó su turno, agarró la orden que le habían dicho y salió del local. Realmente no conocía a ese chico que le mencionó su compañero ya que, cuando salía a atender las mesas que se encontraban fuera del café, él no traía sus lentes puestos. No era que no le gustara usarlos, sino que se olvidaba de ponérselos. Sin ellos no podía ver mucho más allá de las mesas y todo lo demás era borroso, por lo que deseó que no hubiese más de una persona con pelo negro en esa florería.
La segunda cosa que le llamó la atención ese mismo día fue lo que luego sería su perdición. No sabía por qué, ni cómo, pero en el momento que vio salir a un joven pelinegro con unos ramos de jazmines entre brazos, supo que él era el que buscaba. Esperó a que pusiera las flores en las macetas, usando ese tiempo para repasar lo que iba a decir a sus adentros y dijo:
-Hola, soy del Café de al lado, me dijeron que te traiga esto.
El pelinegro alzó la vista y Akiteru por fin lo pudo ver nítidamente. Pelo negro azabache, corto con algo de flequillo y ojos oscuros con mirada serena. Parecía más chico que él, y pensó que seguro tendrá la misma edad que sus compañeros de trabajo.
-No te veo mucho por aquí. Eres nuevo ¿verdad?-preguntó y, antes de darle tiempo a Akiteru de responder, añadió- Soy Ennoshita, me encargo de la florería, como te darás cuenta.
-Soy Tsukishima- dijo-...Akiteru-se apuró a decir, al recordar que generalmente en el Café se dirigían a él por su nombre, mientras que a su hermano por el apellido, por alguna razón-. Hace unos meses trabajo aquí, aunque me encargo más de las mesas de adentro.
Ennoshita se dirigió hacia el interior de la florería, haciéndole un gesto con la cabeza para que Akiteru lo siguiese.
-Deja el café entre las Hortensias y las No Me Olvides-dijo apuntando vagamente a un punto. Akiteru no sabía absolutamente nada de flores, por lo que escuchar nuevos nombres le pareció hermoso y confuso a la vez. Dejó el café cerca del mostrador de madera que había, esperando que ese sea el lugar adecuado. Ennoshita se había agachado para alzar un saco de tierra y lo llevó al otro lado de la habitación-. Gracias por traerlo. Últimamente no estoy teniendo mucha ayuda y aunque sea un lugar chico hay que hacer muchas cosas- se sacudió la tierra del delantal y le sonrió-. No creo que me dejen entrar así al Café y pedir una mesa.
-¿Necesitas ayuda?- preguntó por acto reflejo. Se hacía tarde y debería irse a casa, pero pensó que se podía quedar unos minutos más.
-Si quieres, puedes llevar esos sacos, los de etiqueta verde, hasta el mueble con los Claveles y colocarlos abajo-dijo sentándose en una silla alta dando un sorbo de su café-, las blancas con bordes rojos- aclaró. Akiteru hizo lo que se le dijo y luego de llevar unos sacos más, se sintió realizado.
-¿Estás cómodo?- le preguntó al pelinegro.
-Hey, tú preguntaste si necesitaba ayuda y yo necesitaba un descanso.
-¿Trabajas solo?
-Generalmente no, manejo la tienda con dos amigos pero uno está de vacaciones y el otro enfermo, por lo que todo el trabajo recae en mí. Aunque es un lugar pequeño somos bastante conocidos ¿no lo crees?
Akiteru supuso que era una pregunta retórica, por lo que solo hizo un gesto con la cabeza como diciendo "supongo". Miró al rededor de la tienda. Nunca había entrado a ese lugar aunque se pasaba horas en el Café al lado. Unos segundos después recordó qué hacía ahí y reaccionó.
-Por cierto ¿el cartel tiene algún significado especial o fue un accidente?-preguntó, señalando con el dedo hacia afuera.
-¿El cartel? Hablas del que dice "Flower" mal escrito ¿verdad? Un error de Kinoshita con la brocha, se distrajo y nos dimos cuenta una vez que estuvo ya colgado. Hasta ahora pocos clientes se han dado cuenta, por lo que lo dejamos y decimos que es a propósito. Pero como me das café gratis, te puedo decir la verdad-dijo tomando otro sorbo de la taza.
Luego de un rato hablando, Akiteru se dio cuenta que entre ellos la conversación se había vuelto completamente natural y los temas salían con fluidez. Mientras que Ennoshita hablaba, un mensaje proveniente de la computadora del pelinegro les recordó que seguían en el mundo real. Akiteru miró hacia la calle, contemplando que el sol ya se había ocultado. Miró la hora en el celular y se dio cuenta lo tarde que se le había hecho.
-Ya me tengo que ir-dijo Akiteru tomando la taza en la que había traído el café-. Tengo que devolver esto antes de que cierren.
-Hablando de cerrar, yo también creo que debería ir haciendo lo mismo. Pasó rápido el tiempo- dijo sonriendo, y Akiteru esperó no haber sentido un vuelco en el corazón por lo que acababa de ver.
Sin despedirse más que un gesto con la cabeza, se dirigió al Café a dejar la taza y se montó en su bicicleta, sin realmente saber qué pasó en esas horas.
Ni bien llegó a su casa, se tiró sobre la cama boca arriba, con la cara entre las manos, sintiéndose de nuevo un adolescente.
