Estado de Facebook, 1:49 am "Tengo tantas opiniones sobre éste capítulo que voy a ir a Word y escribir FanFics al respecto."

"Tema"

Respiró profundo, intentando contenerse, cerrando ambas manos en puños, mordiendo su labio hasta sentir cómo el dolor físico casi superaba al interno; fue inútil.

Escuchó las voces de sus compañeros junto a él, hablándole de cosas que no tenían la menor relevancia, haciendo ademanes incoherentes y casi gritando contra su oído palabras que nunca llegaría a comprender.

Se encontró a sí mismo con la mirada fija en él y no se prohibió recibir las descargas eléctricas que le provocaban verle así: con el cabello perfectamente estilizado, los zapatos pulidos, el rostro de porcelana, el traje negro que le sentaba maravillosamente y aquellos ojos, que hacían que su boca se hiciera agua y a sus propios ojos incapaces de despegarse.

Le vio allí, parado con una mano en el bolsillo, con esa sonrisa que le volvía completamente loco, toqueteando un moño que no había pasado desapercibido, hablando con una elegancia que sólo a él podía pertenecerle.

Cerró los ojos por un momento, inhalando fuertemente, dejando que todas las emociones que aún no le golpeaban lo hicieran de una vez, pero éstas no lo hicieron hasta que volvió a abrirlos: tragó con dificultad ante los orbes cielo que le observaban desde el otro lado de la recepción, Blaine sólo pudo atinar a sonreír.

Kurt volteó brevemente antes de encaminarse en su dirección, con aquella sonrisa con la que soñaba despierto pero, mientras se perdía en el color celeste de sus ojos el mundo de Blaine se detuvo, obligándole a admitir algo de lo que no se avergonzaba.

No eran los recuerdos de la primera vez que le había visto con un traje lo que le provocaba cosquilleos, no era la memoria de la primera vez que le había ayudado –con urgencia- a deshacerse de la molesta tela del blazer, ni tampoco qué tan perfecto se había visto bajo las luces de ambiente. No eran las memorias de lo que Kurt le hacía sentir paseándose vestido así, con una sonrisa tan radiante que pondría al sol en vergüenza, no eran los recuerdos de haber imaginado cómo se vería dentro de unos años, agregando un apellido a su nombre y una sortija a su dedo.

Blaine le observó dar los últimos pasos mientras sus labios se curvaban para pronunciar su nombre, dejó que el sonido le invadiese más allá de la música y ofreció su mano al chico que tenía frente a él para bailar: podía ver a las parejas abrazadas en medio de la pista.

Kurt tomó su mano, y el chico de ojos avellana no perdió de vista el sonrojo en su rostro pálido. No, se dijo Blaine, no eran sus recuerdos lo que hacía que las mariposas volaran en su interior. No eran memorias, porque no había día en el que no imaginara a Kurt Hummel como lo tenía en ese momento: sonriendo contra su piel, rodeándole con los brazos, moviéndose a su par con música lenta tocando de fondo, con el mundo siendo sólo una mancha borrosa fuera de su burbuja.