Disclaimer: todos los personajes pertenecen a J. K. Rowling
Regalo para Azul y Amarillo
Hannah estaba barriendo las habitaciones cuando una insistente lechuza comenzó a picotear una de las ventanas. Soltando un bufido se acercó y le abrió para dejarla entrar. La lechuza entró volando y salió de la habitación rumbo a las escaleras.
—Espera ¿adónde vas?— gritó la mujer persiguiendo al ave con la escoba en la mano. No quería imaginarse el desastre que podía hacer y ella no lo permitiría, acababa de terminar de limpiar todo.
En cuanto llegó al bar, vio a la lechuza posada sobre la mesa donde su esposo estaba trabajando. Hannah lo miró interrogante y él le enseñó la carta que le había llegado.
—Es una carta de Hogwarts— le explicó Neville.
—No me parece que tengas once años— comentó su esposa mirándolo de pies a cabeza, inspeccionándolo con cuidado.
Neville se rió de la pequeña broma y abrió la carta. En cuanto comenzó a leer una mezcla de sentimientos le cruzaron el pecho. Confusión, emoción, nostalgia, culpa. Hannah le arrebató la carta y comenzó a leer.
—¡Eso es genial, Nev! Tienes que aceptar— lo animó ella.
—Pero Hannah, debe de ser un error— comenzó a decir Neville, pero su mujer lo fulminó con la mirada.
El hombre supo que debía callarse, pero no entendía porque la directora McGonagall le pediría enseñar en Hogwarts. Seguro que había miles de candidatos mejores que él. Como si le hubiera leído la mente, Hannah comenzó a regañarlo, explicando que siempre había sido excelente con las plantas y si le habían pedido ser profesor, era porque lo merecía.
—¿Acaso crees que McGonagall haga favoritismos?
Neville se quedó callado, dándole la razón. Hannah tenía un buen punto, además las plantas eran su pasión y debía aprovechar la oportunidad. Pensar que volvería al castillo lo llenó de nostalgia. Tenía tantas ganas de volver, como de no verlo nunca más. Quería rememorar su estancia en el colegio, recordar todas las cosas geniales que había vivido, pero no podía olvidar recordar el castillo en ruinas, los cuerpos de los alumnos fallecidos llenando el Gran Comedor y todo ese olor a muerte y destrucción.
—No es buena idea— murmuró él, al ver el ceño fruncido de su mujer, decidió explicarse— No quiero dejarte sola ahora.
Posó la mano sobre el vientre abultado de Hannah y miró a su esposa a los ojos. No quería irse cuando ella más lo necesitaba, además quería poder ver crecer a su hijo. Se sintió culpable por estar pensando en dejarlos así, solo por seguir un sueño, pero por fortuna había reaccionado a tiempo.
—No seas tonto Neville, para eso existe la red flu, puedes visitarme todos los días.
Sabía que cuando a Hannah se le metía una idea en la cabeza, no había nadie que pudiera hacerla cambiar de opinión. En menos de una hora, ya había arreglado cada pequeño problema que Neville encontraba. ¿Cómo le haría para mantener el Caldero Chorreante? Fácil, tenía que contratar algunos dependientes, cosa que no era difícil dado que el negocio iba muy bien. ¿Cómo se contactaría con él en caso de emergencia? Ella aún recordaba cómo hacer un patronus, así que le mandaría uno en caso de necesitarlo.
Cuando el hombre se dio cuenta que no ganaría esa discusión, decidió hacerle caso a su mujer (que a su parecer siempre sabía que era lo mejor para él) y respondió a la carta de McGonagall, escribiendo que aceptaba el trabajo.
Su esposa lo abrazó y lo felicitó por ese nuevo empleo para luego salir corriendo hacía su habitación para buscar el galeón del Ejercito de Dumbledore. Tenía que avisarles a todos sus amigos que haría una fiesta en honor a Neville, el nuevo profesor de Herbología de Hogwarts.
