Disclaimer: One Piece le pertenece a Eichiiro Oda y Assassination Classroom a Yusei Matsui.


EMBOSCADA BAJO LA TORMENTA

-¿Loguetown? Venga ya, Isogai, tienes que estar loco para querer ir allí -dijo Megu Kataoka, mirando al capitán de su barco con cara de estupefacción. El joven moreno simplemente sonreía mientras recorría con la vista a toda su tripulación, reunida en el comedor del barco. Aunque ninguno comía. Todos se habían detenido al escuchar los planes que tenía su capitán con respecto a qué rumbo tomar.

-Nos pilla muy cerca, y necesitamos reabastecernos. Con el tesoro que hemos ganado en el último… trabajillo -dijo, con una sonrisa culpable-, podemos comprar comida casi para un año entero.

-A costa de hacer escala en una isla en la que hay una base de la Marina -intervino Takuya Muramatsu, frunciendo el ceño-. Tío, piden cuatrocientos millones de belis por tu cabeza. Tendrás suerte si no te están esperando y te echan el guante en cuanto lleguemos.

-Estoy de acuerdo con Muramatsu -tomó la palabra Nagisa Shiota, el segundo de a bordo, elegido personalmente por Isogai para ese puesto, sin creerse merecedor del puesto. Las excusas que le había dado a su capitán habían caído en saco roto. Nagisa no había podido decirle que no-. Isogai, escucha… podemos desviarnos a Villa Cocoyashi. Está un poco más lejos de aquí, pero es muchísimo más segura que Loguetown.

Varias voces se alzaron, mostrando su acuerdo con Nagisa, pero Isogai alzó ambas manos, pidiendo silencio. No estaba molesto ni enfadado porque le llevaran la contraria, al revés. Lo entendía. Pero él ya tenía su ruta trazada.

-Nos quedan poco menos de dos días para que se nos acabe la comida -dijo, en tono conciliador-. En ese tiempo sólo podemos llegar hasta Loguetown. Si vamos más lejos, no habrá nada que comer y no estoy dispuesto a permitir que nadie a bordo de mi barco pase hambre. Es mi última palabra.

A pesar del desacuerdo, ninguno de los miembros de la tripulación pudo evitar pensar en lo mismo:

"¡Es un ikemen!"

Nagisa suspiró. Precisamente por eso le resultaba tan difícil llevarle la contraria a su capitán: se las arreglaba para tocar la fibra sensible a cualquiera y hacer que confiara en él. Incluso a ellos, a pesar de que llevaban casi un año navegando bajo sus órdenes. Aunque más que su capitán, era el mejor amigo que habían tenido todos, porque no se comportaba como un capitán, salvo en los momentos más importantes, cuando se veía obligado a tomar decisiones. Y siempre las tomaba pensando en todos ellos.

-Ya, pero… -murmuró Tomohito Sugino, el vigía habitual-. ¿Qué pasa si se lía todo y nos cogen? Vamos a bordo de un barco robado de la Marina, en cuanto nos acerquemos a puerto lo reconocerán.

-Imposible -le cortó Sousuke Sugaya-. Me he asegurado de hacerle un lavado de cara a las velas y al mascarón de proa, además de pintar el casco por completo. No creo que a primera vista se dé cuenta nadie.

-Y técnicamente no hemos robado nada, nos lo encontramos varado en la playa de Goa y aprovechamos, porque la cáscara de nuez que teníamos antes… -secundó Karma Akabane, mientras terminaba de comerse el plátano del postre.

-...que compró Terasaka dejándose timar -dijo Itona Horibe, dirigiendo una mirada socarrona hacia Ryoma Terasaka, que apretó el puño mientras soltaba un gruñido.-

-¿Durante cuánto tiempo me lo vais a estar echando en cara? -protestó. Se oyeron algunas risitas.

-A ver, calma -pidió Isogai-. No tiene por qué ocurrir nada. Cuando lleguemos, bajaremos sólo yo y Nagisa, compraremos todo y en cuanto esté cargado nos iremos. El resto os quedáis en el barco y lo tenéis a punto para poder salir en cualquier momento. ¿Os parece?

-No lo preguntes así, hombre, que parece que no eres el capitán -Hiroto Maehara, el timonel, se levantó de su sitio y se acercó a su capitán y mejor amigo, palmeándole el hombro con una sonrisa-. Tú sabes que todo lo que digas lo vamos a hacer, ¿o no?

Tras cavilar un poco, todos terminaron asintiendo. Isogai suspiró, aliviado. A menudo se daban situaciones tensas entre la tripulación, pero siempre se las había arreglado para resolver las cosas.

-Bien, pues terminad de cenar y después a dormir todos -ordenó-. Mañana os quiero como siempre, frescos y bien descansados.

Tras decir aquello, abandonó el comedor y recorrió rápidamente el pasillo hasta llegar a la escalerilla que conducía a cubierta. El chico subió en dos zancadas y se dirigió hacia la barra de babor, para contemplar la noche estrellada y el mar en calma.

-Menos mal que no tenemos más problemas que el de la comida -murmuró-. Si nos estuvieran persiguiendo…

-Se te ocurriría algo, de una manera u otra -dijo una voz detrás de él, haciéndole pegar un bote del susto y girarse. Era Maehara, que iba hacia él con una sonrisa de circunstancias-. Venga, no seas exagerado, que no es la primera vez que te hago esto.

-Será que no termino de acostumbrarme -dijo Isogai, apartando la mirada, algo avergonzado. Tendría que haber previsto aquello. Hiroto solía aparecer cuando menos se lo esperaba. El rubio se rió y caminó hasta situarse a su lado.

-A mí no me puedes ocultar nada, Yuuma, y lo sabes -le dijo el rubio, mirándole directamente a los ojos-. Estás más preocupado que nadie por lo que nos pueda esperar en Loguetown. ¿Por qué aún así insistes en ir?

Isogai se sintió desarmado. Normalmente podía mantener la firmeza ante su tripulación y mantener ocultos sus pensamientos y sentimientos. Pero eso con Hiroto no le funcionaba, el rubio siempre lo sabía todo. Era como si le leyese la mente. Y eso le ponía… nervioso.

-Ya lo he dicho antes. No nos queda comida para ir más lejos. Tenemos que ir allí sí o sí. Así que… -dijo, apartándose de Maehara y dándole la espalda. Pero Hiroto le agarró del hombro y le dio la vuelta, obligándole a mirarle.

-No hay nadie aquí que no esté dispuesto a aguantarse un día más sin comer con tal de cambiar el rumbo. Venga, tío, dime cualquier otro sitio y me ocuparé de llevarnos tan rápido como pueda este armatoste -le dijo Maehara, poniéndose serio. Pero Isogai negó con la cabeza, adoptando una postura autoritaria.

-Loguetown, Hiro, ya está decidido. Si empiezo a dudar ahora, pasaremos días dando vueltas y eso será peor. No. Y ahora vete a dormir -señaló la trampilla que llevaba al interior del barco-. Dejaremos el barco anclado esta noche y mañana seguiremos.

Maehara suspiró. La tozudez de Yuuma era un constante contra el que tenía que luchar día a día. Pero por suerte, sabía manejar ese tipo de situaciones.

-Vale, me voy a dormir, pero te vienes conmigo -dijo, mientras le enganchaba por un brazo y empezaba a llevarlo hacia la trampilla, haciendo caso omiso de sus protestas-. Si te dejo aquí, eres capaz de no dormir en toda la noche, y eso no va a pasar mientras yo esté aquí.

Más avergonzado que enfadado, Isogai tuvo que dejarse llevar por Maehara hasta la puerta de la habitación del rubio, donde le tuvo que prometer que iría directamente a sus aposentos. Satisfecho, el rubio le guiñó un ojo y le dio las buenas noches. Lentamente, el joven capitán empezó a dirigirse hacia su camarote. Estaba junto a los demás, en el mismo pasillo, y era exactamente igual que los otros. No necesitaba lujos excesivos para dormir bien por las noches, porque rara era la noche en la que lo conseguía.

Sin embargo, aquella vez cayó dormido en cuanto, una vez se hubo puesto el pijama, se acostó sobre las cómodas sábanas. Y durmió de un tirón toda la noche.

Al día siguiente, por primera vez en su vida, fue el último en despertarse. Y lo supo porque, en cuanto se levantó, se vistió y salió de su habitación, escuchó bullicio por todas partes. Se apresuró a correr a cubierta, mientras pensaba en la excusa que les daría. Pero antes de llegar, se encontró con Kanzaki y Kurahashi, que salían del comedor.

-Buenos días, Isogai -le saludaron ambas-. Hoy se te han pegado bien las sábanas, ¿no?

-Eso parece -respondió el chico, sonriendo nerviosamente-. ¿Nagisa está ya arriba?

-Sí, te está esperando, pero antes tienes que desayunar -le dijo Kurahashi-. Ya lo hemos hecho todos y te hemos guardado una parte. Maehara nos ha pedido que nos aseguremos de que te llevas algo a la boca.

Isogai suspiró y les dio las gracias, pidiéndoles después que subieran a cubierta con los demás, mientras él se dirigía al comedor, ya vacío. Sólo había un plato, puesto en la mesa más cercana a la puerta, rebosante de arroz y embutido.

-Hiro… -murmuró, en voz baja a pesar de que nadie podía oírle, y sonrió, sentándose para dar buena cuenta de su comida. Lo cierto era que estaba muerto de hambre, y no dejó absolutamente nada en el plato. Al terminar, no perdió el tiempo y subió rápidamente a cubierta. Nada más salir por la trampilla, una ráfaga de aire le alborotó todo el cabello.

-Ah, Isogai -Nagisa se aproximaba a él-. He mandado arriar todas las velas, porque el viento nos sopla de frente, y creo que estamos a punto de sufrir una tormenta de las fuertes. Si queremos llegar a Loguetown antes de que estalle, habrá que remar. Estamos a poco menos de media milla.

-Entonces, no hay nada más que discutir -asintió Isogai-. ¡A remar todos! ¡Sugino, baja de la cofa antes de que el viento lo haga por ti!

Dentro estarían mejor que fuera. Y en ese "todos a remar" se incluía a sí mismo. Muchos capitanes piratas se limitaban a dar la orden y a quedarse mirando. A él le parecían modales propios de un dictador y los repudiaba. Cualquier cosa que hicieran sus marineros, también la hacía él.

Y gracias a que todos dieron su máximo esfuerzo, pudieron llegar a Loguetown y amarrar el barco antes de que la tormenta estallara, pero nada más hacerlo comenzó a llover, suavemente al principio y después más intensamente.

-Con lluvia, no tendremos problemas, las calles están vacías -opinó Isogai-. Nagisa, pongámonos en marcha. No tardaremos mucho, amontonaremos la comida delante del barco y vosotros la vais metiendo toda.

Nagisa echó a andar detrás de su capitán, mirando nerviosamente a su alrdededor. Llevaba dos cuchillos metidos en las botas y su espada al cinto, y tenía la mano encima de la empuñadura de ésta, tenso como una serpiente a punto de saltar.

-No te preocupes, Nagisa -le dijo Isogai, mientras le guiñaba un ojo-. Si hay algún problema, yo me ocuparé. Recuerda que tengo mi poder.

Nagisa se mordió el labio. Eso era verdad, pero aún así no estaba del todo tranquilo. Poco después de haberse conocido, en circunstancias que el peliazul prefería no recordar, Isogai se había comido una Fruta del Diablo. Desde aquel día podía usar un poder que ninguno de los miembros de su tripulación tenía. Pero eso no le hacía invencible.

-Ojalá no tengamos que enfrentarnos a nadie -musitó Nagisa. Él no era tan bueno combatiendo como Terasaka, Maehara u Okano, sus habilidades eran de… otro estilo. Y en un combate abierto no podía aplicarlas bien.

Al llegar a la tienda se la encontraron cerrada, cosa que preocupó mucho al joven capitán.

-Bueno… hay otra tienda por allí. Podemos ir a ésa- sugirió. Pero Nagisa no estaba del todo de acuerdo.

-Por allí está la base de la Marina. No es prudente acercarse -dijo-. Creo que es mejor que probemos en las casas…

-¿Por qué mejor no probáis en la cárcel? -preguntó una voz burlona tras ellos. Se volvieron de golpe, y vieron a un chico de pelo naranja y ojos violetas que les miraba con una media sonrisa. Llevaba puesto un uniforme de la Marina.

-A-Asano… -balbuceó Isogai. Nagisa lo miró, confuso. ¿Acaso lo conocía? Por su reacción y su mirada afectada parecía que sí.

-Parece que aún me recuerdas, Isogai, sabandija traicionera -escupió el muchacho con rabia-. No deis un paso más. Portaos bien y os llevaré al cuartel por las buenas.

Nagisa desenvainó ambos cuchillos, mirando a Asano fijamente.

-Capitán, le atacaré por detrás y le dejaré seco, si tú le distraes por… -empezó, pero Isogai negó con la cabeza.

-No puedes con él, Nagisa. Está fuera de tu alcance. Tengo que ser yo quien pelee. Tú vuelve al barco y alejaos de aquí tan rápido como podáis.

Nagisa no se podía creer lo que estaba escuchando.

-Ni hablar -se negó tajantemente-. No pienso salir corriendo dejándote luchar solo. Y ninguno nos iríamos sin ti, ¿te has vuelto loco o qué?

Asano parecía no tener prisa. Se limitaba a observarlos discutir casi como si se divirtiera.

-Nagisa, tienes que hacerlo -insistió el moreno-. Yo te daré tiempo para que llegues al barco.

-Lo siento, Isogai, pero no voy a obedecer tus órdenes -sentenció el peliazul, caminando un par de pasos hacia delante-. Eres tú quien tiene que volver al barco. Yo soy prescindible, tú eres el alma del grupo.

-Eso ha estado a la altura del mejor bodrio sentimentalista que haya visto nunca -dijo Asano, frunciendo el ceño-. Ya que parece que estás empeñado en pelear conmigo, te daré lo que quieres.

Antes de que Isogai pudiera hacer o decir algo, el muchacho de pelo naranja transformó literalmente sus manos en hielo y disparó hacia el suelo, donde rápidamente se formó un sinuoso camino que avanzaba hacia Nagisa a toda velocidad, listo para congelarle.

-¡Cuidado! -gritó Isogai, poniéndose delante del peliazul y cruzando los dedos índice y corazón de ambas manos. Una barrera de energía transparente apareció ante él, bloqueando el avance del hielo, que subió por la barrera y se detuvo.

-Isogai, ¿eso…? -empezó a preguntar Nagisa. El joven capitán lo miró con el ceño fruncido.

-¡Tiene el poder de una Logia, maldita sea! ¡Tú ni siquiera tienes Fruta del Diablo! ¡Vete al barco y largaos de aquí! ¡Yo lo contendré! ¡VETE!

Nagisa dudó. Seguía sin querer dejar a su capitán… a su amigo, solo allí. Si estaba tan nervioso era porque sabía que no tendría oportunidad contra Asano, y aún así quería salvarle a él… agarró fuertemente los cuchillos mientras temblaba. ¿Qué hacer? ¿Qué hacer? Era incapaz de decidir.

Sin embargo, algo (o más bien alguien) le ayudaron a desbloquearse. Un montón de marines aparecieron por la calle, atraídos por el ruido de la pelea. Isogai hizo desaparecer su barrera y creó otra que cubrió toda la calle, bloqueando el paso de los hombres. Asano había empezado a congelarla, y no tardaría en romperla.

-¡NAGISA! -rugió Isogai, con todas sus fuerzas. Y los pies del muchacho se movieron solos. Echó a correr en dirección al puerto, alejándose de la pelea. Eran muchísimos, y uno tenía el poder de una Logia. La Paramecia de Isogai le permitiría aguantar un poco, pero nada más. Y él… no había podido hacer nada. Temblando de rabia e impotencia, subió tropezándose por la pasarela e irrumpiendo en la cubierta como un huracán. Sugino le atrapó antes de que se cayera de bruces.

-¿Qué pasa, Nagisa? ¿Dónde está el capitán? -le preguntó el moreno, mientras el resto se le acercaba.

-Le han… a Isogai le han… cogido. Era una… trampa. La Marina…

Se quedaron sin habla. Había ocurrido lo que todos presentían. A Maehara parecía que le habían golpeado con un martillo en la cabeza.

-Voy a por él -dijo, mientras empezaba a bajar a tierra, pero Nagisa le agarró del brazo.

-¡No, Maehara! ¡Él me ordenó que soltara amarras y nos fuéramos!

-¡Me da igual! -gritó el rubio con la cara desencajada-. ¡No pienso dejar a Yuuma aquí!

-¡Estaba peleando contra una Logia! ¡Nosotros no tenemos poderes siquiera! ¡Todo lo que conseguirás es que te maten! -insistió Nagisa, tratando de disuadir a Maehara. Pero Isogai era su mejor amigo, y cuando se metía en líos era el primero en ir, sin importar los peligros que hubiera.

Sin embargo, cuando mencionó la Logia, los rostros de todos reflejaron alarma y preocupación. Incluido el de Maehara.

-¿Una Logia? -preguntó, mirando a Nagisa a los ojos, como si quisiera averiguar si decía la verdad.

-Sí. Isogai mismo dijo que era una, y yo lo vi con mis propios ojos. Rescataremos al capitán, pero ahora… ahora debemos irnos, o nos cogerán a nosotros también.

El tono de Nagisa era pausado y conciliador, no permitió que sus nervios tomaran el control. Sujetó a su compañero del brazo con firmeza. Maehara miró en dirección a la ciudad con una expresión de impotencia y dolor, pero terminó asintiendo.

-Volveremos a por él, ¿verdad? -murmuró entre dientes. La furia comenzaba a invadirlo-. Le salvaré, sea como sea, aunque lo tenga que hacer solo.

-No lo vas a hacer solo -intervino Hinata Okano, acercándose al rubio con una mirada de determinación-. Isogai es nuestro capitán y lo salvaremos todos.

Maehara miró esperanzado a todos los demás.

-No tienes ni que preguntarlo. Cuando estemos en condiciones, volveremos y les daremos a esos capullos para el pelo -exclamó Taisei Yoshida, dándole una fuerte palmada al rubio en la espalda.

Nagisa suspiró. Menos mal, se había encauzado. Pero lo malo no había hecho más que empezar, y él no tenía ni idea de qué hacer. Pero por ahora, había un problema más acuciante que solucionar; aquello que les había llevado a la ciudad.

-Como segundo de a bordo, asumiré el mando provisionalmente -decidió-. Trataré de manejar esta situación como mejor pueda, y por lo pronto, necesitamos abastecernos de comida. La Villa Cocoyasi está muy cerca, así que iremos allí. ¡Zarpemos, rápido!

La tormenta les ayudó a escapar, porque el viento soplaba a su espalda, así que se desplegaron todas las velas y el barco salió disparado, alejándose de Loguetown. Nagisa, situado en la popa, tenía la vista fija en la ciudad.

-No sé si podré dirigirles tan bien como tú, pero te juro que te rescataremos… Yuuma -dijo, usando por primera vez el nombre de pila de Isogai. Agarró fuertemente la barandilla y se mordió el labio. No era momento de llorar, aunque ganas no le faltaban. Era momento de ser fuerte. Y en esos momentos tenía confianza cero en sí mismo, pero iba a tener que mentalizarse de que ahora el capitán era él.