¡BIENVENIDOS!

DECLAIMER: Harry Potter y su mundo son propiedad de J.K. Rowling.

RECUERDEN: Las imágenes de TODAS mis historias están en mi perfil. No olviden mirar la de este SevMione.

¡AVISO IMPORTANTE!: Ésta historia está siendo editada. Pretendo corregir errores de ortografía y unas que otras cosillas. La trama no cambiará.

Espero que les guste...


"…¡Lo odio! ¡Me odia! ¿Alguna vez has dicho o pensado esto? Honestamente, Hermione Granger sí, ella jura odiarlo, pero ¿Será cierto aquello de que entre el odio y el amor hay solo un paso? La respuesta ella misma la vivirá…"


Capítulo I

¡Definitivamente lo odio!

_ Lunes _

Con un hondo resoplido entré en la fría aula junto a mis amigos. Estaba de muy mal humor, el día especialmente para mí había comenzado fatal y no pintaba ser mucho mejor al estar el sol oculto entre densas nubes con ciertas tonalidades grisáceas. Ciertamente, he tenido días hasta semanas que simplemente no me interesan ni siquiera me provocan recordar por el poco provecho sacado y aun más por como fluyeron logrando que deseara internamente que acabaran como cualquier otra persona racional podía querer, pero éste parecía ser el peor de todos y lo que desmejoraba la cuestión notoriamente era que se trataba del inicio de semana; sin duda, aquel no era un buen augurio y eso que la Adivinación en sí no la soportaba debía reconocerlo. Estaba claro. Honestamente, era como si todos en el Castillo se hubieran puesto de acuerdo para arruinar la poca tranquilidad que me quedaba.

Mi humor, más bien, mi mal humor no solo se debía por el hecho de haber discutido acaloradamente con Ronald Weasley muy temprano por el mismo asunto de siempre: sus deberes desastrosos; sino que aunado a esto la Biblioteca continuaba con sus puertas cerradas totalmente fuera de funcionamiento debido a que a algunos graciosos les pareció increíble la idea de batirse en duelo con varita y sin ella allí mismo logrando destrozar libros, estanterías,… todo con hechizos. Obviamente, aquella calamidad podía ser resuelta por el experimentado panel de Profesores de Hogwarts en un santiamén, pero no, al parecer ellos me querían hacer sufrir también porque decidieron categóricamente darles como castigo a esos estúpidos luchadores arreglarlo todo ellos mismos, solo pensar en eso me hace bufar de forma inconsciente, es que acatar y hacer cumplir aquella orden parecía asunto fácil para cualquier mago o bruja por más corriente que sea, solo debían ondear la varita, apuntar por aquí y por allá y todo resuelto ¿No? Al parecer no y ya me daba por vencida. O un conjunto formado por muchos, más bien, por bastantes personas vivas o no en el Castillo se habían aliado para atacarme y así destruirme poco a poco o yo me estaba volviendo loca, una de dos. Los Jefes de las Casas de ambos inmaduros, es decir mi admirada Profesora Minerva McGonagall por el chico de Gryffindor y el irritante Profesor Severus Snape por el arrogante y engreído estudiante de Slytherin que seguro fue el que tuvo la culpa inicialmente, decidieron que los dos debían solucionar lo ocasionado sin magia. Eso, justamente, si que era casi imposible. Llevaban casi una semana tratando de enmendar lo hecho.

Pero, para añadirle la guinda roja y almibarada a mi ácido y descompuesto pastel estaba Ginny Weasley, la mejor de mis amigas, ella precisamente me despertó a altas horas de la mañana tras literalmente haberme zarandeado por los hombros con tanta brusquedad que pudo avivar a un frío y asqueroso Inferi al intentar llamar mi atención, después que logró lo que quiso no me hizo nada bien verla con los ojos tan enrojecidos como su cabello color fuego muy cerca de mi rostro porque otra vez había llorado toda una noche por mi amigo, el ciego Harry Potter, que simplemente no le daba la gana notar lo mucho que sufre al verle sonreír a otras y no a ella. Tuve que consolarla y escuchar todo lo que ya una vez me había dicho sobre lo que sentía por él mientras trataba de evitar bostezos que mostraban el cansancio que aun sentía tras no haber dormido especialmente lo necesario por haberme acostado muy tarde después de adelantar uno que otro deber para las clases de la semana próxima. Solo la abrazaba rogando decir las palabras que ella quería escuchar o que al menos que lograran apaciguar su llanto desconsolar.

No, pero pensando bien las cosas todo aquello no me pesaba tanto, aunque el asunto de la Biblioteca me enfurecía, lo que realmente empeoraba el inicio de mi semana era la primera clase del día que era nada más y nada menos que con el Profesor más querido de todo Hogwarts, Severus Snape, quien para mi pesar parecía tener como hobby hacerme la vida añicos en sus horas de clase.

Resoplé otra vez al sentarme en mi habitual lugar; en los primeros puestos como en las demás asignaturas. Sin preocuparme en medir mi fuerza tomé un mechón de cabello que se había salido de la coleta alta que traía y lo sostuve tras mi oreja después de dejar escapar un bufido que Harry y Ron muy cerca de mí parecieron escuchar.

Como cosa común el Profesor no había llegado aun, pero eso no me alegraba en lo más mínimo porque sabía que faltaba muy poco para que hiciera su estúpida y engreída entrada triunfal. En serio me molestaba y me ponía aun más los pelos de puntas estar en sus clases. Si tan solo lo botaran, lo cambiaran, tomara un permiso o cualquier cosa que lo mantuviera lejos de Hogwarts me haría feliz, bastante feliz.

¿Creen que las cosas pueden empeorar? ¿Dijeron que no? Por favor, no me hagan reír, sí que se pueden desmejorar más, ahí les va, estas clase la comparto nada más y nada menos que con mis otros queridos amigos los Slytherin. ¿En serio, no les parece suficiente como para lanzarme a las vías del Expreso? ¡Por supuesto que lo es!... pero, tengo tan mala suerte que de seguro se avería o desvía sin razón cuando está a punto de mandarme al otro mundo. Volví a resoplar sacando mi pluma, la tinta, los pergaminos y los libros que usaría de mi mochila, la cual por cierto había tirado en el piso con cierta brusquedad por culpa de la irritación que trataba de contener. Agradecí internamente que nada en su interior se haya estropeado como los tinteros que hubieran ocasionado una monumental desgracia allí dentro.

En menos de un minuto me enderecé en mi asiento sin tocar el espaldar de la silla con mi espalda y un fuerte estruendo avisó el comienzo del acto…

— ¡Estupendo, no hay mejor espectáculo que verlo! — Susurré solo para mí mientras rodaba los ojo sin disimulo.

— ¡SILENCIO! — Ordenó el Profesor con su sonara e imponente voz mientras abría la puerta, más bien la empujaba y la lazaba con la misma habitual energía que siempre me ha motivado a reflexionar sobre el porqué no se ha hecho pedazos ya. Miró a la clase con su cotidiano gesto de superioridad y desdén que volvió a hacerme rodar los ojos con fastidio — Hoy harán la poción Crecedera de cabello... ¡Los ingrediente son estos! — Dijo apuntando con su varita al pizarrón donde comenzaron a mostrarse rápidamente — Tienen solo 40 minutos para hacerla, ¡No hay preguntas! — Gritó hacia Neville, que estaba adelante de mí porque al llegar tarde solo ese era el puesto que estaba libre. Miré al Profesor fijamente con el ceño fuertemente fruncido mientras mis manos se removían inquietas sobre la mesada, quería pararme y golpearlo al frente de todos, en serio ¿Qué se creía ese maldito bastado para hablarle así a un estudiante? — ¡Tampoco hay respuestas, Granger!

Fijó sus ojos oscuros en mí con ese estúpido gesto de Si hablas te castigo y obviamente, te quitaré puntos. En eso se la podía pasar, quitando puntos a Gryffindor o a cualquier otra Casa que este sobre la que él dirigía ¡Tramposo! ¡Pues no haga preguntas a la clase entonces! Las Serpientes comandadas por el Hurón descolorido del Malfoy comenzaron a reírse por lo que había dicho su adorado Jefe de Casa, aquellos eran unos hipócritas también, no tardaron en burlarse del pobre Neville y de la infortunada Granger. Sonreí llena de rabia aun sintiendo la mirada de muchos sobre mí, ¡Qué emoción! Como buena compañera me encanta que se diviertan, sigan, sigan, yo vendré mañana también para que continúen riendo… ¡Malditas Serpientes!

— ¡COMIENCEN, AHORA!

Las burlas y las risas cesaron.

Sin dudar acaté aquella orden, inicié con mi poción y traté como siempre de hacer todo bien, seguí las indicaciones del libro al pie de la letra sin detenerme si quiera a ayudar Ronald que me pedida auxilio entre susurros con un desesperado tic en uno de sus parpados, pero aun así debía tener presente que ninguna clase con el insoportable Profesor de Pociones tenía su excepción, ninguna. Así que como en todas esas malditas e insufribles horas en el salón ubicado en las Mazmorras del Colegio me salió todo mal, absolutamente mal. Un desastre que logró hacer reír a varias Serpientes, otra vez.

Ciertamente había seguido cada paso indicado en el libro, pero todo tiene un por qué claro, como aquella Ley de causa y efecto. No importa si el día está soleado, lluvioso, húmedo o despampanante; menos si estoy de buen o mal humor; no importa si me concentro o no; ni si llego puntual o retardada; ni siquiera importaba el hecho de que responda a las preguntas de la clase sin permiso o con él, última opción que muy pocas veces pasaba, para no decir nunca que sonaría a mentira aunque fuera para más pura y cruel verdad; siempre sin importar nada, ni clima, ni libros, ni apuntes, ni noches de prácticas, nada, absolutamente nada, hago toda la pócima a la perfección hasta ese último y maldito paso que está logrando hacer de mi vida un camino lleno de púas, huecos, charcos y demás cosas que ya no me está dando la gana saltar. Hasta ese último y mísero punto, aquel que solo debo cumplir para conseguir la más perfecta pócima de la clase, de todo el año, de todo Hogwarts, da la casualidad que a mi más que querido Profesor le nace pasar con su respingada nariz por mi lado.

¡¿POR QUÉ?! ¿Qué había hecho para merecerme aquello en cada una de sus clases? ¿Por qué rayos no pasaba antes de ese maldito punto final? ¿Por qué no se le ocurría captar mi atención antes de haberme esforzado tanto? ¿Por qué después de haber dejado a Ronald defenderse con sus propios medios para no altear más su humor justamente decide burlarse de mi técnica o lo que fuera que siempre rezongaba?

Traté de respirar de forma disimulada para que todo aquel debate de preguntas no saliera de mis labios que peleaban por abrirse sin importar una expulsión o lo que era peor, puntos menos para mi Casa. Seguramente si me pelirrojo amigo lograra escuchar mis pensamientos volvería a sugerirme ordenar mis prioridades.

Sin poder evitarlo mi humor empeoró aunque parezca imposible cuando el más admirado y querido de mis profesores pasó a mi lado ondeando su capa negra que con el avance de sus propios pasos hacia un sonido tan sutil y algunas veces terrorífico que erizaba hasta el más diminuto de mis vellos mientras colocaba las cinco últimas y malditas gotas de sangre de Dragón.

¡ERAN CINCO! ¡CINCO! Solo debía colocar... cinco no siete. Maldita sea.

Su presencia me ponía tan... ¿Cómo explicarlo? Tan tensa, tan colérica... Honestamente, me hacía sentir algo inexplicable, no encontraba ni siquiera una palabra que lo definiera, eran nervios mezclados con... sí, nervios ¿Patético, verdad? Pero, para mi defensa puedo decir que sentía aquella inquietud por la rabia contenida al desear y estar a punto de gritarle a la cara al murciélago lo patético que era y finalmente contenerme.

Sí, eran nervios e impotencia lo que sentía cuando él pasaba al frente de mi como si no tuviera nada más interesante que hacer que ver el interior de mi caldero, con sus brazos cubiertos por las mangas de su túnica oscura mientras los cruzaba a altura de su pecho y erguía su cabeza logrando hacer un efecto nada favorable para su nariz que parecía más alargada de lo que por si era.

Lo que más ponía mis nervios al extremo era el hecho de que tan solo él pasaba a mi lado, no decía nada, ni siquiera resoplaba y yo siempre me equivocaba en el elemento siguiente que debía agregar en mi pócima. El asunto de errar se estaba volviendo tan habitual, era tan molesto y turbador pensar en lo seguido que he llegado a albergar y no solo eso, a desarrollar a través de fundamentos basados en teorías sin sentido que equivocarme era una regla escrita por el mismísimo Dumbledore, y yo la cumplía al pie de la letra casi como ninguna otra.

— Por lo que veo la torpeza la invade nuevamente, Señorita Granger — Dijo con aquella voz fría y sin sentimientos frente a mi caldero logrando conseguir que varias cabezas giraran hasta donde estaba.

Según el maldito libro de Pociones la sustancia debía tener un color lila brillante al terminarla, sin embargo había logrado que adoptara el más denso y oscuro de los azules. Miré a mi Profesor como muy pocos se atrevían, directo a los ojos, sin una chispa de temor, sin vergüenza, sin miramiento si quiera porque aun no me había insultado, por eso osaba hacer aquello.

— A cometido demasiadas idioteces en mis clases y lo que es peor, una tras otra — Comenzó mirando mi caldero luego a mi finalmente — Son tantos errores seguidos que se me hace muy fácil colocar su apellido en el grupo conformado hasta ahora solo por Longbottom — Su voz era ruda, no había ni una pizca de humor aun cuando los estudiantes de la Casa de la cual era Jefe comenzaron a reír.

Inevitablemente no pude continuar sosteniendo su fría mirada, no después de proferir aquel insulto. Suspiré desganada sabiendo que aquel grupo al cual hacía referencia era al de los tontos como una vez dejó claro en una de sus clases. Mi orgullo estaba herido, por eso no pude continuar mirándole, ni siquiera tenía ganas de seguir allí haciéndome la fuerte cuando las risas resonaban en mis oído con fuerza, ni mucho menos cuando escuché la exclamación de Malfoy al lograr hacer la pócima perfecta, según él.

¡Genial! Mi desdicha se había multiplicado porque al parecer a la vida no le parecía suficiente con mi inicio de semana pésimo sino que tenía que terminar aquel mismo día dentro del grupo de la torpeza. En serio, estoy que exploto de dicha, no quepo en mí de lo feliz que me siento.

Suspiré pesadamente.

— Los demás errores se los dejé pasar en su momento, pero éste no, hoy a las 5:00pm la espero en mi despacho, ni un minuto más ni uno menos. ¡Está castigada!

— Pero... pero, Profesor…

— ¿Aun tiene la osadía de replicar? — Inquirió con enfado arqueando una de sus cejas cuando volví a mirarlo.

Fantástico. ¿Acaso no se suponía que mi lúgubre Lunes terminaría entrando en el grupo de la torpeza junto al otro Gryffindor? No, esto era mucho peor, era la injusta gota que rebasó el vaso que siempre mantuve lleno o no, me retracto, esto sí que era la guinda del pastel.

Ni siquiera le respondí, ya era suficiente para mí en aquellos dos bloques tétricos de clases con Snape. ¿Puede haber algo peor que un castigo con el murciélago de Hogwarts?...

Al parecer sí, porque no conforme con aquello le puso punto y final a su clase con un reprobado y 10 puntos menos a mi Casa que luego se multiplicaron hasta llegar a 50 menos para Gryffindor por culpa de Harry, Ron, Neville, la mía propia y los otros 10 porque simplemente le dio la gana...

_ Horas más tarde _

Repetí el mismo suspiro cansino que di en la entrada del aula esta mañana, pero ahora frente de la puerta de la oficina del Profesor Snape. Llevé ambas manos a mi boca y dejé escapar un aire caliente que logró tibiarlas un poco. Estar en la parte más gélida del Castillo se sentía con claridad a través de la túnica y el uniforme que traía logrando intensificar mi inquietud. Sin quererlo, pero sabiendo que debía hacerlo porque fue muy claro con la hora, el solo pensar su énfasis helaba aun más mi cuerpo, así que toqué la superficie de madera dos veces seguidas queriendo estar en un lugar cálido y agradable como la Sala Común de mi Casa o aun mejor, la Biblioteca que seguía sin funcionar.

Bueno, tampoco tenía porque exigir tanto, cualquier lugar cálido o no era mucho mejor que en donde me encontraba. Eso seguro.

— Pase — Escuché su voz encajar con el ambiente al instante. Fría, demasiado insulsa.

Inhalé y exhalé profundamente al colocar una mano temblorosa en el pomo de la puerta. No debía estar tan nerviosa como estaba porque nada podía empeorar ya la situación.

¿O sí?

Un escalofrío desagradable recorrió mi espina dorsal con brusquedad al escuchar el sonido de la cerradura dándome la libertar de tan solo empujar la puerta para entrar. Tomé aire antes de hacer aquello, como si el frío que entraba por mi nariz lograra darme la valentía que en ese momento no encontraba. Menuda Gryffindor.

— Tome asiento — Pidió cuando aun ni siquiera me había atrevido a dar el primer paso a su oficina.

Tratando de opacar el amilanamiento que sentía entré al recinto. Cerré la puerta tras de mi e hice exactamente lo que ordenó rogando hacer el menor ruido posible con mis pisadas y mi propia respiración. No quería alterar a la bestia que mantenía su ganchuda nariz sumergida en un pergamino que sujetaba con cierta fuerza y hasta rabia pude adivinar debido al rictus presente en su boca como si no hubiese notado mi presencia.

Mejor para mí.

Aproveché ese momento para echarle un vistazo minucioso a la oficina. Ya había estado unas pocas veces antes allí por el mismo motivo que me traía hoy, un castigo; pero aun así no podía dejar de sorprenderme lo tenebroso que era el lugar ¿Por qué todo lo relacionado a él tenía que ser tan negro, misterioso y hasta lacónico como sus intervenciones? No solo eso, limpio, excesivamente pulcro y elegante en cierta forma.

Las paredes estaban repletas de estantes de madera oscura que a su vez estaban cubiertos por frascos de vidrio de diferentes tamaños que contenían sustancias de colores y texturas diversas, ciertas me producían hasta nauseas al solo verlas, parecían restos de animales y la sola suposición me obligaba apartar los ojos de allí, pero lo que realmente admiraba de aquella área en especial era que ni una sola etiqueta los identificaban. Honestamente, el hombre que frente a mi resoplaba con molestia al escribir con cierta rudeza algo en el pergamino debía ser un amante de las pócimas para reconocerlas por el color, la textura o el olor nada más. Ni siquiera sabía porque ponía en duda aquello si la asignatura en sí era fascinante, yo misma podía identificar muchas de esas pócimas si me lo proponía, pero igualmente, era un punto en su despacho que me llamaba mucho la atención. Justo entre los estantes estaba una chimenea que trasmitía una calidez que en ese momento agradecía; un armario con la misma tonalidad de madera que escondía con recelo su interior; había una puerta también que supuse era la entrada al aposento más intimo del Profesor y finalmente estaba su escritorio organizado con un tintero y una pluma que cada cierto tiempo impregnaba en tinta para seguir con sus anotaciones, había un libro con una portada negra que tenía marcada una de sus páginas con una cinta roja que sobresalía, además de dos pilas ordenadas de pergaminos, una era visiblemente más alargada que la otra, justamente Snape colocó el pergamino en una de ellas y con un movimiento rápido tomó otro de la que se encontraba en la parte contraria. Temía respirar muy fuerte. Pensar que aquellas torres podrían derrumbarse por mi culpa helaba cualquiera de mis acciones. Estaba su silla y otras dos frente para los visitantes donde yo me encontraba aun indecisa si hablar o no. Si respirar o no. Si moverme o simplemente continuar mirando a mí alrededor con una expresión de infinita demencia.

Me removí en mi asiento algo incomoda.

¿Pero qué le pasa? ¿Por qué tiene que ser tan insufrible y molesto? ¿Por qué no me ordena lo que pretende que haga y ya? ¿Qué le cuesta sacar su alargada nariz de ese pergamino un instante para al menos mirarme y decirme lo que se supone debo hacer para cumplir con el castigo? Ni siquiera era necesario que me mirara, ni que hablara, que hiciera alguna seña al menos, yo no tardaría en comprenderle.

La situación era obvia para cualquiera, solo que no me daba la gana reconocerlo aun, pero ya había sido suficiente, él tenía que hacerme sufrir con su intimidante presencia, además de su molesto silencio como siempre, como en clase, como en todas partes. Constantemente era así, no había excepciones.

— Idiota — Mascullé muy bajo sin poder retenerlo ni un minuto más dentro de mí.

— ¿Dijo algo? — Preguntó mirándome al fin con una ceja arqueada de tal forma que casi rozaba la raíz de su largo y grasiento cabello oscuro que caía a ambos lados de su cara.

Rápidamente negué haciendo un gesto con mi cabeza algo brusco y para mi disgusto, lo repetí demasiadas veces.

Bufó volviendo a fijar sus ojos en el pergamino, mojó la punta de su pluma en tinta y escribió algo en la esquina superior del mismo con tanta violencia que temí no solo por la hoja sino por el propio escritorio. Con movimientos rápidos lo colocó sobre la pila menos densa y luego tomó otro de la opuesta sin molestarse en mirarme otra vez.

Miré hacia mis rodillas, las cuales no dejaban de moverse de un lado a otro, las juntaba y las separaba con tanta rapidez que tuve que apartar los ojos de ese lugar, preferí posarlos en mis manos unidas sobre ellas donde uno de mis dedos no dejaba de producir un leve sonido al tocar mi piel como si fuese una tecla de un piano.

Solté mis manos evitando con todas mis fuerzas liberar la ráfaga de aire que ese había acumulado en mi boca. Pasé una de ellas por mi frente con intención de continuar hasta mi cabello para peinarlo, pero no lo hice. Al contrario, llevé esa misma mano hasta mis piernas con la palma expuesta aunque oculta bajo el escritorio, restregué mis dedos y sentí la humedad esparcirse por ellos. Volví a posar ahora ambas manos en mi frente y traté de esfumar el humillante sudor que ahí había comenzado a formarse.

Maldita sea.

No soportaba más estar allí, ni siquiera podía controlar mis nervios, la fricción de mis rodillas comenzaba a molestarme, mis dedos temblorosos me producían un escalofrío patético que recorría mi espalda de tal forma que me obligaba a removerme en mi asiento de vez en cuando para no gritar por la tención.

Llené de aire mis pulmones lo más pausadamente posible, mientras cerraba los ojos para tranquilizarme. Escuché cerca las llamas de la chimenea moverse y golpearse con armonía, produciendo ese sonido particular que me reconfortaba, aunque aun más cerca oí una pluma moverse con agilidad sobre un pergamino mientras otro bufido resonaba en la habitación logrando erizar los vellos en mis brazos.

Ya no lo soportaba más, ni un miserable minuto más.

— ¿Qué pretende que haga, Profesor? — Intenté sonar lo más educada posible porque no quería escuchar cómo le restaba más puntos a mi Casa, aunque percibí cierta irritación en mi voz que no pude ocultar.

¿Puntos? Sinceramente no me he fijado en las esferas rubí del reloj de Gryffindor en el Vestíbulo, ni siquiera debería perder mi tiempo mirando aquella parte del Castillo, sé que varios Leones se encargaran de echarme en cara que el último puesto en el que deberíamos estar es por mi culpa. ¿Pero de que se podían quejar esos insensibles? Si yo misma gané la mayoría de cada uno de esos puntos con esfuerzo y dedicación.

Noches de estudio donde me olvidé de dormir las horas sanamente necesarias, los minutos que pasé estudiando en vez de disfrutarlos en compañía de mis amigos, la salida a Hogsmeade a la cual no fui, la tarde cerca del lago con las chicas a la que no asistí, nada, nada de aquello había valido la pena. Ni siquiera tenía que comprobarlo, la decepción sería garrafal.

Presentía que a estas alturas Gryffindor ya no tenía ni siquiera la cantidad de puntos necesarios para estar al menos delante de Hufflepuff es decir, antes del que siempre terminaba último. Qué vergüenza. ¿Cuándo se había visto algo así?

Sería muy iluso de parte del Profesor pensar restarle puntos a una Casa que no tuviera, ver el marcador en menos tal cantidad sería peor que imaginarlo y eso era decir bastante ya.

— ¿Acaso no es obvio? — Me miró con desdén como si realmente le molestara hacerlo — Los exámenes no se revisan solos, Señorita Granger — Escupió volviendo a tomar otro de la pila ordenada.

Suspiré mientras miraba aquella montaña en especial que parecía interminable. Al menos, no era un trabajo físico, más bien era algo que de cierta forma sentía que me agradaría ejecutar sumándole el punto de que ahora todos tendrían notas justas en Pociones. Era agradable solo pensarlo, así que eso aminoró mi mal humor una pizca tan mínima que no lo sentí.

Revisar exámenes, no sonaba mal.

— ¿Qué espera? — Volvió a mirarme — ¿Necesita que le explique cómo hacerlo? — El mohín en su boca me demostró el desagrado que sentía de solo suponer aquello y sabía que mi expresión corporal tan rígida y erguida era el resultado de la irritación que me producía aquella estúpida conjetura suya. De pronto, sus cejas se arquearon más de lo que por sí ya estaban — ¿Acaso teme echarlo a perder? Tranquilícese, su torpeza no podrá salirse esta vez con la suya, no hay calderos cerca — Espetó uniendo sus labios con fuerza formando una fina línea.

Le fulminé con la mirada sin decirle nada. Después de unos segundos tomé el primer pergamino ignorando su presencia.

— Confío en su objetividad.

No dijo nada más y yo ni siquiera me molesté en enfadarme por aquel atisbo de duda en su voz. ¿Acaso no sabía que los Gryffindor somos honestos? Qué iba saber de honestidad aquella insensible Serpiente. Cada quien sacaría la nota que se merecía, de eso me encargaría y tengo la sospecha de que serán mejores que las de pruebas anteriores. Lo sé, lo presiento.

Tomé examen tras examen sin parar, tratando de no hacer comentarios al respecto aunque me moría de ganas por lo menos de gritar por la rabia que volvió a consumirme porque noté para mi pesar que al plasmar las recomendaciones y por supuesto, las benditas notas lo hacía con la misma cólera que el Profesor frente a mí.

Ya entendía todo.

¿Qué no iba a ser un trabajo cansón? ¿Qué todos al fin tendrían notas justas? ¡Por Merlín! Honestamente llegué a pensar que los únicos que salían mal eran mis amigos y uno que otro compañero de Gryffindor y supuse que la razón era porque el Profesor los odiaba por ser Leones principalmente y claro está, por ser ellos.

¡Qué equivocada estaba! Nadie respondió más de 3 preguntas y pensar que eran 10, tenían para escoger, hasta tiempo, yo misma lo había hecho. ¡Estupendo! Toda la vida criticando el modo de evaluación del Profesor Snape para darme cuenta de que era totalmente imparcial. Tomé otro pergamino y para mi sorpresa era del ahijado de Severus Snape, sonreí con cierta malicia, pero poco a poco aquel gesto desapareció, el rubio descolorido podía ser todo lo insoportable del mundo tanto mágico como Muggle, pero no podía negar que el chico sabía lo que hacía o al menos lo que hizo en ese examen. Suspiré antes de ponerle la nota máxima.

Hice movimientos circulares sin disimulo con mi muñeca derecha donde comenzaba a sentir cierto cosquilleo desagradable antes de tomar otro examen. Ya no aguantaba más ni siquiera mis propios dedos y la posición en la que estaba no ayudaba mucho tampoco a mi espalda. Me removí en mi asiento dejando escapar invisibles hálitos de mi boca que demostraban mi adolorido cansancio, aun quedaban demasiados pergaminos, era como si al tomar uno estos se multiplicaran, ¿En serio, aquella pila no tenía fin?

Habían transcurrido calculo yo unas 2 horas más o menos y la incomodidad era algo con lo que no podía continuar luchando, volví a removerme en mi silla colocando una mano en mi quejumbroso cuello. Cerré los ojos mientras giraba mi cabeza con lentitud de un lado a otro intentando minimizar al menos el dolor. En serio comenzaba a ser un verdadero suplicio.

No había vuelto a mirar al Profesor desde que había acatado su orden, pero ya no podía aguantar todo aquello ni un solo minutos por más que una voz interior me refutaba que sí podía. Estaba irritada no solo por la postura y por mi mano casi adormecida sino por la pesadez en el ambiente. Hacía frío, la chimenea ya no cumplía con su función y supuse que se debía porque era de noche ya y aquello acentuaba las heladas Mazmorras o tal vez porque él en ningún momento se había dignado a atizar el fuego, ni siquiera con un movimiento de varita.

Respiré profundamente apoyando la pluma en el tintero. Alcé la vista algo titubeante.

— ¿Profesor, cuándo terminará el castigo?

Miré como posaba sus ojos oscuros en mí con la misma rudeza del principio y tampoco me pareció desapercibido el cansado tono en mi voz.

— Por si no lo entendió, su castigo es revisar los exámenes, señorita Granger — Repitió — Le queda una hora más aun, en caso de no terminarlos tendrá que venir mañana a la misma hora — Culminó volviendo a prestarle atención al pergamino.

Claro, él era el Profesor, él decidía, él hacía y deshacía a placer. ¿Quién podía recriminarle algo? Además, era él el que se sabía todas más una, siempre delante de todos con aquella superioridad que me daba nauseas. ¿Y yo? Yo simplemente era una estudiante que cometía el mismo traspié en sus clases y todo por su sola presencia.

Maldita sea, otra vez.

Me tragué todo mi coraje y terminé la insufrible hora que me quedaba maldiciendo internamente su existencia y la mía propia.

¡Bastardo! Debería acusarlo con el Director por su brusquedad.

A estas alturas ya no sentía la parte derecha de mi cuerpo de tantos exámenes corregidos, mi vista estaba nublada por haberla esforzado tanto para al menos adivinar lo que ciertos trogloditas habían escrito en lo que parecían ser jeroglíficos. Maldije cuando me tocó revisar las pruebas tanto de Crabbe y Goyle, en serio aquello sí que era tener mala suerte. Mierda, que dupla de Slytherin tan idiota.

Sin duda esos dos eran un desperdicio de cupos en el Colegio que otros podrían aprovechar mejor.

Me levanté de mi asiento con cierta dificultad solo cuando él me dio la orden. Caminé hasta la puerta sin saber realmente como logré llegar a ella sin caerme o trastabillar con la alfombra al arrastrar casi los pies y producir un molesto y perturbador sonido al hacerlo.

Tomé el pomo de la puerta, pero antes de girarla le encaré al escuchar llamarme…

— Granger, mañana a la misma hora — Sentenció con aquellas ínfulas de grandeza que no soportaba más.

En silencio miré hacia la estúpida pila de exámenes sin revisar que aun reposaba en la mesa. Inhalé profundamente y volví a posar mi vista en la madera oscura que comencé a empujar para salir.

— Al fin logra evidenciar la inteligencia que tanto se jacta tener por los pasillos y no solo eso, espero que haya notado que cerrando la boca puede llegar a aprovechar el tiempo, además de que no le hace daño dejar de lado su presunción de sabelotodo al menos unas horas. Debería ponerlo en práctica más seguido, sería menos… molesta.

Salí de su despacho como si no hubiese escuchado ni una sola envenenada palabra.

— ¡Mandito idiota! ¡Vampiro engreído y petulante! ¡Narizón insoportable! ¡Alimaña sucia! ¡¿Cómo rayos siquiera se atreve a insinuar que soy presumida?! ¡Por favor! Si aquella conjetura tuviese un ápice de verdad él justamente estaría peleando conmigo en la punta, cabeza con cabeza sin descanso… — Grité sintiendo las paredes de mi garganta arder cuando estuve refugiada en las cuatro paredes de la habitación compartida.

Maldita sea Severus Snape y todo lo que lo rodeaba.

— Hermione, amiga, pero tranquilízate… — Pidió Ginny haciendo gestos con las manos cuando tomé uno de mis libros tranquilamente posicionados en una cómoda junto a otros y lo aventé con toda la fuerza que pude en la pared más cercana tratando de restarle importancia al dolor que sentí al hacerlo en mis brazos y cuerpo en general — ¡Vas a destrozar todo!

— ¿¡QUÉ ME TRANQUILICE?! — Exclamé mirándola estupefacta sin prestarle atención a su ultimo susurro — Era una pila enorme de exámenes que en ningún instante pareció disminuir de tamaño, al contrario… — Tomé otro ejemplar y lo lancé esta vez al piso muy cerca de Lavender que saltó de la impresión — Obviamente no los iba a terminar hoy aunque recibiera ayuda ¡Es un cretino! ¡Inclemente sin corazón! No sé que pretende, ni siquiera quiero dedicar minutos de mi vida a pensar en aquello o siquiera en buscar alguna razón, pero estoy totalmente segura, tanto que apostataría con quien sea mi propia cabeza a que si cometía algún mísero error él…

— ¿Qué estás pensando, Herms? — Me interrumpió Parvati más alejada que Ginny y la propia Lavender — No creo que el Profesor Snape llegue tan bajo, puede que sean aterradoras sus clases, su voz produzca escalofríos, pero no creo que…

— ¿No crees? — La miré incrédula acercándome tanto a ella que vi cierto temor en sus ojos al acortar nuestra distancia — Estoy segura de que si es por él me dejaría un semana entera en su tétrico y gélido despacho solo para hacerme molestar, lo sé, puedo sentirlo — Giré encarando a mis otras compañeras las cuales tenían los ojos muy abiertos esperando alguna acción violenta de mi parte que trate de reprimir. Ellas no tenían la culpa de nada — Pero, no se lo permitiré. Les juro que cuidaré cada uno de mis movimientos, por más mínimo e inofensivo que sea, ni siquiera dejaré que los nervios que me invaden en su clase dominen mis acciones… ¡No, no y no! ¡Ya basta! — Exclamé lanzándome en mi propia cama boca abajo.

— ¿El Profesor Snape te pone nerviosa? — Inquirió Lavender con un tono que no me gustó para nada, era el mismo que usaba cuando se refería a algún amorío recién descubierto en el Castillo. Su especialidad.

— ¿Por qué te pone nerviosa, Hermione? — Preguntó esta vez directamente Ginny.

¿Acaso no era evidente? Tomé una almohada y me acurruqué a ella con fuerza apoyando mi mentón en otra dejando que mi vista se perdiera en la ventana abierta del cuarto donde se visualizaba la más oscura de las noches.

— ¡PORQUE LO ODIO! No les quede duda de eso. Quisiera un día tener la osadía de meterle el pies justo en el momento en el que se dispone a hacer su ridícula entrada al salón y hacer que todos, sean de su Casa o no se rían por tal humillación, con eso podría cobrarme todos sus insultos y no solo los dirigidos a mí, sino a Neville, a todos las generaciones de Gryffindor que tuvieron que pasar por sus clases o no, mejor… — Continué con la mirada perdida, viendo cada una de mis palabras materializarse dentro de mi cabeza dándome una pequeña demostración del espectáculo que sé muy bien daría mucho de qué hablar durante varias semanas en todo el Colegio — Prenderé fuego en el borde de su túnica como una vez ya lo hice y eso lo descontrolará tanto que no mirara por dónde camina y si tengo suerte y planeo bien mis acciones podría hacer que se enrede con su propia capa y caiga por las escaleras movedizas hasta el Vestíbulo donde todos notarían su estupidez y ahí, frente a su adolorido cuerpo me pararé altiva y me reiré en su cara de su torpeza, como él lo hizo conmigo. Eso sería estupendo — Sonreí sabiendo que mis ojos brillaban por la emoción.

— Lo que digas, Hermione — Susurró Parvati sin ganas de continuar hablando o tal vez, escuchándome.

— Pero, ¿Por qué lo odias?

¿Qué por qué lo odio?

Afirmé más los abrazos alrededor de la almohada, suspiré y continué cavilando un segundo más aquella pregunta.

¿Acaso no era obvio? Al parecer no, porque los minutos que me tomé para reflexionar fueron muestra de ello.

— Ginny, es claro, porque él precisamente es un Profesor que se le lee en la frente un ódienme tan evidente de puedo asegurar que más de la octava parte del castillo lo hace, incluyéndome. ¿Suficiente? — Respondí en tono fuerte para salir del paso maldiciéndome por no haber podido pensar en algo mucho mejor, más convincente, pero no para ellas, para mí misma.

No tenía deseos de volver a escucharlas y agradecí que ninguna haya abierto la boca otra vez, aunque la risita boba de Lavender me descontroló los pocos segundos que duró al escuchar mi respuesta.

Pero, sinceramente, ¿Por qué lo odio?


CONTINUARÁ...