Ese maravilloso momento en el que publicas dos días seguidos…
¡Hola a todos! Les traigo un RomaSpain –Sí, no leen mal. En ese orden- que surge como pago de una deuda a mi "queridísima" hermana :'3
Espero que te guste y si no… ¡te pateo!
Aún no sé cuántos capítulos tendrá y tampoco sé cuánto me tardaré. Me ayuda el hecho de tener una hermana muy Lovino –sí, use su actitud como base x'D Y sí, es doloroso tenerlo como hermana…- pero no conozco a nadie como Antonio así que… es difícil. -Claro, claro… como sí ya mis fics no fueran demasiado OoC :'v-
Y eso… espero que les guste :'D
Disclaimer: Hetalia y sus personajes le pertenecen a Himaruya Hidekaz
Advertencia: Un italiano mafioso, un torero sexy, Emma como… ok ya, 0 spoilers. Muchos insultos por parte del Italia tsundere :v
Habían sido días duros… demasiado, incluso para él. El negocio había decaído y es que ser la cabeza de un cartel de mafia no era fácil; sin embargo, había logrado posicionar a su gente entre los más temidos, sin contar que había obtenido una nueva oportunidad de sobrevivir gracias a eso.
Aunque Feliciano no tuviera ni idea.
Tomó un trago en el club al que iba frecuentemente, en la mesa a la que ya tenía prácticamente reservada. Tenía ganas de desahogarse y relajarse antes de fingir haber vuelto de su común y muy tranquilo trabajo, con problemas triviales y con las únicas preocupaciones de las fechas de plazo de entrega.
Lovino y Feliciano Vargas venían de una familia bastante pobre. Sus padres habían muerto cuando todavía eran muy niños por lo que su abuelo, Rómulo, tomó su tutela… pero ya era un hombre viejo, los años habían pasado sobre él y llegó lo inevitable cuando los gemelos bordeaban los 14 años.
El problema es que ambos eran menores de edad y, al quedarse sin más familiares que pudiesen tomar su custodia, tenían que caer en las garras del sistema legal: un orfanato con algo de mierda por comida y compartir habitación –con suerte una cama- con quien sabe qué tipo de gente y, con mucho menos probabilidades, permanecer juntos… porque el mayor la tenía clara: el agradable era su hermano, no él. No sería difícil encontrarle una nueva familia a Feli mientras que a él…
Sacudió la cabeza. No era momento para pensar en ello.
Así que, como pudo, una noche después del entierro de su abuelo, tomó las pocas ropas que tenían, algo de basura que creyó poder sacarle algo de dinero vendiendo o tal vez le fuera útil en el futuro, despertó a su hermano y, con todo el coraje que pudo sacar –ni siquiera el mismo supo de donde- escaparon sin un rumbo fijo a un lugar donde nadie pudiera encontrarlos o tan siquiera reconocerlos.
Era obvio que el sueño era demasiado surrealista ¿Casa? Tuvieron suerte de hacerse de un espacio bajo el puente ¿Comida? Si es que alguien se apiadaba de ellos o si las limosnas que recibían les alcanzaban para un pedazo de pan. Perdieron peso en cuestión de días y sus condiciones se agudizaban cada vez más… tampoco es que la seguridad haya sido su único punto a favor. ¿Cómo podían ser las calles de Italia para un par de chiquillos sin dinero, ni casa, ni comida?
Lovino se sentía culpable ¿fue muy egoísta el arrastrar a Feliciano con él? Pero… ¿Qué otro lugar podría ser más seguro que al lado de su hermano mayor? Mentiras, solo eso… ahora Feliciano podría estar gozando de un buen hogar, el único que se quedaría solo era él ¿no? Todo era por su capricho egoísta ¿y qué era lo que lo hacía sentir en verdad culpable? Que, aun siendo las condiciones insostenibles, la sonrisa y el afecto con la que lo miraba el menor no había variado…
Y tenía que pagarlo de alguna forma. Un día simplemente la comida no llegó más y no podía dejar que Feli pagara las consecuencias así que salió bajo el pretexto de que iría a la plaza y ver si conseguía algo y… lo hizo.
Así comenzó la carrera delictiva del pequeño italiano.
Primero la comida dejó de ser un problema para luego poder disfrutar de tres platos al día, algo que al principio parecía un sueño imposible de cumplir… no pasó ni un mes y ya tenían lo suficiente para pagar el arriendo de un pequeño cuarto en los suburbios y es que el trabajo que Lovino había conseguido en la ciudad había sido realmente fantástico y muy provechoso.
Su pobre hermano se desaparecía todo el día y venía agotado por las noches y sí, parecía preocupante el esfuerzo que realizaba el mayor, por lo que siempre le preguntaba por el trabajo que tenía… pero siempre era acallado con un dulce y una sonrisa del de ojos verdes diciéndole que aquella preocupación era suya.
El mayor de los italianos se había adentrado a un mundo oscuro, del que sólo había oído a través de las quejas de su abuelo. Conoció a mucha gente que lo timó y lo engañó pero los golpes de la vida lo hicieron fuerte, seguro, hábil… aprendió a crear un rostro distinto al que mostraba a su hermano y siguió adelante, haciéndose de un nombre y ganándose una reputación.
Era lo que debía hacer si quería sobrevivir.
Había logrado juntar el dinero para la meta que se había propuesto y no había dudado en invertirlo cuando lo tuvo junto entre sus manos. Sabía de las dotes que su hermano menor tenía para las artes… así que se encargó de pagar sus estudios básicos y costearle la carrera de Bellas Artes. Él nunca había sido talentoso, al parecer, Feliciano había salido con las dotes que le correspondía así que no podía dejar que todo ese potencial muera… la verdad es que envidiaba a aquellas personas que tenían un don, que valían algo en la vida, a diferencia de él pero con Feli… era algo que simplemente no podía hacer. Era feliz al verlo sonreír y al protegerlo, lo amaba y le importaba más que a nadie en mundo… incluso más que a él mismo.
Llevaban casi 7 años viviendo esa vida, no es como si lo contara… pero las cosas habían cambiado bastante. Hace un par de semanas había sido el cumpleaños de Feli –porque no importaba si era el suyo también- y se sintió orgulloso de lo grande y sano que se veía su hermano.
Sonrió con nostalgia mientras daba giros a su copa de vino para darle luego un buen trago. Al menos estaba reparando su error…
- Ladies and gentlemen, espero que estén disfrutando de su velada. Pero vamos ¡que es hora de calentar la noche! –Lovino mordió el cristal entre sus labios debido al sobresalto al oir al animador de la noche. Pensaba que realmente era patético- Déjenme presentarles al único, incomparable… nuestra absoluta estrella. ¡Un fuerte aplauso para nuestro torero!
Los aplausos y silbidos resonaron en toda la habitación haciendo que sus ojos se dirigieran directamente al escenario por curiosidad ¿de qué se había perdido? Al parecer, una semana había bastado para desubicarse por completo…
Llevó la copa a la mesa, no tenía ganas de pagarle nada a la dueña. Se acomodó en su asiento con el fin de apreciar mejor el espectáculo, la música apenas había empezado a sonar y ya el resto de la gente estaba en silencio, contemplando el estrado. Chasqueó la lengua. Sea lo que sea, sea quien fuera, no merecía tanta atención…
Comenzó el juego de luces y apuntaron hacia el centro del telón. La música empezó a llenar el ambiente y las cortinas se abrieron, para dar paso a un joven con una sonrisa radiante, el cabello marrón ondulado y corto con unos ojos verde olivo, trajeado con la ropa que los malditos hijos de puta españoles se la atribuían a un héroe… las mallas pegadas, la camisa con hombreras, el cinturón, el sombrero negro y hasta la tela roja que usaban.
Le dio ganas de vomitar.
Había tenido razón, no se había perdido de nada. Tomó la botella y llenó su copa vacía, no dejaba de pensar en el tipo que bailaba sobre el estrado. El sólo verlo le irritaba. Le jodía su estúpido atuendo, sus estúpidos pasos de baile… la estúpida impresión que generaba en los espectadores pero, lo que más estúpido y enfermo se le hacía, era esa sonrisa sincera que adornaba su rostro mientras realizaba su show.
- Parece que hay gente tan enferma que adora este estilo de vida –Él la odiaba, pero no tuvo la opción de hacerla a un lado si quería vivir.
Se llevó la copa a los labios y bebió. No desperdiciaría ni una maldita gota de alcohol.
Volvió a mirar hacia el español que bailaba, ahora había sacado a una mujer y le hacía un estúpido baile "sensual" sobre la silla. No sabía si tenía ganas de putearlo o arrojarle alguna cosa en la cabeza, pero algo tenía que hacerle al tipo.
- ¿Te gusta lo que ves, Lovi? –La persona a sus espaldas lo tomó desprevenido. Un susurro directo al oído, pronunciado con una voz bastante femenina. Sintió las manos que se posaron en sus hombros para luego dirigirse a su pecho.
- ¡Maldición, Emma! ¡¿Por qué rayos tiene que hacer eso?! –el licor se derramó producto del sobresalto pero, con una maniobra bastante rápida, logró evitar que cayera sobre su ropa.
- ¡Hey! ¿Qué te dije sobre lo de usar ese nombre aquí? –La muchacha le golpeó- Sabes perfectamente que aquí soy Kitty.
- Tú comenzaste llamándome así. –Reconocía que sonaba algo infantil pero no iba a perder contra ella.
- Bien, bien. Tienes razón, Ro-ma-no – lo pronunció espaciando las silabas, en son de burla.- Considera el vino como… cortesía de la casa. –Se enderezó y bordeó la mesa sentándose al frente del italiano- Y sí, gracias. Acepto la invitación de quedarme a beber una copa contigo.
- No deberías beber en horarios de trabajo. Vincent estaría decepcionado… -Sonrió burlándose, la picó un poco queriendo vengarse. Conocía a los hermanos desde hace mucho… más o menos como al comienzo de su "nueva vida".
Al menos, la adversidad le regaló un par de buenos amigos, uno de los cuales se convirtió en su primer amor y su primera novia. Lovino no le guardaba rencor a la belga por el fin de su relación incluso, de cierta forma, le agradecía que haya intentado corresponder a sus sentimientos.
Y de eso ya habían pasado bastantes años…
- Seguro –Una sonrisa gatuna se dibujó en sus labios.- Como si yo no estuviera al tanto del negocio de contrabando de whiskey que se carga con el escocés ese. –Rió con ganas mientras tomaba vino de la copa del castaño- Sé que sabe en qué estoy metida así como estoy tan segura de que es lo que él hace… pero supongo que simplemente fingimos ser decentes frente al otro para evitar tantas preguntas e incomodidades. –Tomó un trago más mientras sus mejillas se coloreaban. El licor no le iba para nada bien- Y la verdad, estoy agradecida por ello.
Lovino se quedó helado al oír a la rubia, lo había dejado sin palabras. Trató de quitarle la copa en lo que ella se distraía mirando, gritando y silbándole al español… pero recibió un golpe sonoro en la mano, seguida de un ataque de risa de la chica.
¿Dónde diablos estaba la húngara cuando se la necesitaba?
Oh, ya… de seguro la socia del Night Club era la que estaba a cargo del montaje del show de la noche. Dirigió su mirada al muchacho que bailaba sobre el estrado, al parecer, el show se había acabado y se estaba despidiendo de los espectadores.
Náuseas, es lo único que tenía.
- He visto como le miras ¿a ti también te gustó? ¡Por Dios, Lovi! Nunca me dijiste que habías cambiado de gustos –La mirada pícara de la belga lo puso nervioso.
- ¿Estás loca? ¡Ni en broma! Además… -volvió a acomodarse en su sitio- No hay forma en la que me gustara alguien tan repugnante –Se cruzó de brazos y cerró los ojos no queriendo continuar con la broma. El asco domino sus facciones, no podía evitarlo.
- ¿Repugnante? ¿Antonio? ¿Por qué lo dices? –Sus ojos se abrieron por la curiosidad- Sabes que el local se llena desde que él vino, ¿verdad? Al parecer, trae loco a varios de nuestros clientes…
- ¿Cómo que "por qué"? –Se sobresaltó, abriendo los ojos y mirando con algo de enfado a la rubia- Disfruta esto ¿no ves esa maldita sonrisa en su cara? ¿Cómo podría agradarme alguien así?
La rubia lo miraba negando con la cabeza, levantó un dedo y lo batió.
- Querido, no podrías estar más equivocado… -Toda gracia en sus palabras desapareció- Antonio no es como parece... Verás...
…
Estaba en el box esperando.
¿Qué hacía allí? Su maldita curiosidad, su orgullo y su piconería le habían jugado en contra… otra vez. Estaba seguro que era una treta de Emma para sacarle dinero, la reservación del cuarto ya era bastante… y ni que decir de lo que tuvo que soltar por el espectáculo privado. Se daba golpes en la cabeza con los puños ¿cómo podía haber caído? De seguro que la bendita historia era mentira…
La puerta se abrió y entró el chico con la piel bronceada, los ojos verde olivo y el cabello castaño oscuro. Ahora que lo tenía más cerca… bueno, podía aceptarlo… era atractivo. El bendito traje de torero le caía bien.
- H-Hola… -entró tímidamente, contrario a la fuerza que irradiaba hace menos de una hora. Rió nervioso mientras jugaba con sus dedos…- Señor, mi nombre es Antonio… pero puede llamarme como guste –se inclinó como haciendo una reverencia, mal hecha por el temblor que tenía. Lovino usó toda su fuerza de voluntad para evitar reírse en la cara del tipo- Seré suyo esta noche… -lo dijo más para convencerse a sí mismo que para otra cosa, pero el italiano pudo oírlo.
- Ven acá –levanto el índice y lo estiró y contralló, invitando al español. Tenía la expresión más seria que podía dar en ese momento aunque, por dentro, seguía muerto de curiosidad…
Antonio era su pequeño "experimento".
Lovino observaba directamente los verde olivo mientras sopesaba cada paso que daba el español quién, aún con los nervios a flor de piel, iba acortando la distancia entre ambos. Estiró la palma dando leves golpes en el sitio vació al lado de su asiento indicando cuál era el lugar al que quería que llegara. Antonio, en un mal movimiento producto de los nervios, hizo caer la botella de licor que estaba sobre la mesa y, en un acto reflejo, Lovino se movió a tiempo de evitar empaparse por completo.
- ¡Maledizione! –se levantó de golpe hecho una furia- ¡Maldito idiota! ¿No puedes ser más torpe? -traía los zapatos mojados. Miró con cólera al español quién sólo atinó a echarse para atrás en su asiento.
- Lo-lo siento –Se puso de pie dispuesto a buscar algo con que secarlo más el grito del castaño lo hizo voltear.
- ¡¿A dónde crees que vas?!
- Iba por... –titubeó. El italiano se encolerizó sacando todo el repertorio de maldiciones en su lengua materna que se sabía hasta que una idea macabra se cruzó por su mente.
- Límpiame los zapatos…. –una sonrisa se dibujó entre sus labios- usando tu lengua.
Los ojos del español se abrieron cuanto pudieron observando a aquel italiano más bajo que él sin creer lo que había oído. Le habían hecho muchas cosas en el pasado y se había visto obligado a hacer muchas otras más por la necesidad pero nunca algo como eso. Tragó en seco, no podía negarse.
- ¿Qué esperas? –Se lanzó a su asiento mientras cruzaba las piernas y cerraba los ojos.- Lame… perro –lo miró directo, provocándolo. Se sentía bien ser el malo y hasta él sabía que el español no lo haría. Después de todo, sólo era eso: una provocación.
El castaño sintió un escalofrío recorrerle la espalda y una vocecilla dentro suyo le gritaba que el idiota de turno se estaba pasando de la raya, que no debía hacerlo… pero la imagen de su hermano se le cruzó en la cabeza, haciendo que cierre los ojos, apretara la mandíbula y comenzara a andar en dirección al tipo con el extraño rulo sobresaliendo de su cabeza. Se arrodilló, colocó sus palmas al piso y acercó la cabeza hacia el zapato del italiano, sacó la lengua…
Y luego sintió un golpe duro en el rostro.
- ¡Eres idiota o qué! ¡Al menos quiérete un poco a ti mismo! –Se levantó rápidamente después de haberle metido una patada en la cara. Sus mejillas estaban rojas, nunca creyó que lo haría y menos creyó que iba él a reaccionar así.
Era obvio que no iba a permitir que el otro lo mirase, no así.
Por otro lado, Antonio se sentó en el piso poniendo una mano sobre el rostro. Dolía demasiado y tenía unas ganas asesinas de partirle la cara al intento de mafioso ese pero, como siempre, no importaba lo que él sintiera o quisiera. Sólo importaba el trabajo… aunque no negaba sentirse aliviado. El idiota ese tenía corazón y sentido común, algo que no había visto antes en los hombres que habían pagado por sus servicios antes.
Río levemente mientras un hilillo de sangre bajaba por su nariz.
- ¡De que te ríes, cazzo! –volteó furibundo y encaró al tipo que seguía tirado en el piso.- ¿Acaso eres algún tipo de enfermo que le va el sadomasoquismo? –frunció el ceño y apretó los puños haciendo que el español lo mirase divertido. En serio era lindo, bastante lindo.
- No es eso –río levemente una vez más mientras se ponía de pie- Es sólo que… -Se mordió la lengua, no podía tutear con sus clientes ni mantener una conversación coloquial con alguno de ellos. Era una regla que se había impuesto desde hace ya un par de meses, cuando comenzó el circo en el que había convertido su vida.
- ¿"Sólo qué"? –Hizo un puchero involuntario y, al percatarse de ello, se giró rápidamente dándole la espalda- Haz lo que quieras, bastardo. No voy a tocarte si es lo que piensas, no me atraes.- Cruzó sus brazos y maldijo por lo bajo.
Antonio parpadeó un par de veces y sonrió sinceramente después de mucho tiempo. Levantó la botella –que por suerte no se había roto- y la colocó sobre la mesa. Trató de remediar el desastre del suelo pero era un caso perdido. Rendido, se sentó en la silla que antes el italiano le había indicado y lo miro desde su sitio. Desde allí reinó el silencio en la habitación.
Los minutos pasaban, y ya faltaban sólo unos cuantos para que se cumpliera la hora. Lovino fue por el saco que había dejado en la perchera cerca a la puerta, tomó el sombrero que usaba para luego dirigir su mano hacia la perilla y salir de la habitación dejando al español con la curiosidad de aquel extraño cliente, al que no había dejado de observar durante todo el tiempo.
El italiano se apuró fue colocándose el saco a medida que se despedía de las dueñas del local, quienes no tardaron el guiñarlo el ojo al verlo cruzar. Aún estaba a tiempo para no levantar sospechas en su hermano y seguir con el teatro que vivía desde hace ya varios años. Estiró la mano y detuvo un taxi, le dio la dirección y una vez en marcha, se relajó en su asiento pensando en qué demonios había ocurrido esa noche y que diablos es lo que estaba haciendo. Recordó al torero y en lo cerca que había estado de hacer lo que había pedido y en la reacción que había tenido éste después de la patada que le dio en la cara.
Dio un pesado suspiro mientras tenía todo ese revoltijo en la cabeza. Tal vez Emma tenía razón, tal vez Antonio…
Como sea, lo averiguaría por su cuenta.
