Primer capítulo de "El sombrero Seleccionador". El fanfic tratará de Draco Malfoy en la casa "Gryffindor", por lo que el desarrollo será algo lento en cuanto al tema Draco-Hermione, el cuál se desarrollará en los siguientes capítulos (11 años me parece un poco promiscuo para el amor, aunque ya veréis).
Las actualizaciones no tendrán una periodicidad predefinida, no puedo prometer que vaya a subir una serie de días pues me encuentro bastante ocupado. Espero ver vuestros comentarios para darme ideas o comentar qué les ha parecido.
Los personajes, así como la idea original pertenecen a J. K. Rowling. Todo el uso que se hace de ellos es sin intención de beneficio propio alguno.
El sombrero seleccionador.
Draco Malfoy. Hijo de magos que se enorgullecían de su sangre pura, heredó todo su desprecio hacia los muggles y sobretodo a los sangresucia. Tuvo una infancia feliz, convirtiéndose en alguien astuto y bastante inteligente pero con grandes defectos que influyeron en su personalidad. Era cruel, frío, sarcástico y con un un gran sentido de la superioridad sobre los demás. Características propias de un Slytherin, pero odiadas por todos aquellos magos que no poseyeran las mismas cualidades.
Entonces, ¿por qué podría existir la posibilidad de que no fuera miembro de la casa para la que había sido educado? Durante generaciones los Malfoy habían sido miembros de la casa de la serpiente, por lo que era imposible que alguien que era una viva imagen de su padre a su edad acabara en una casa distinta a la de sus antepasados. Pero no adelantemos hechos, todo empezó cuando el joven Draco se reunió con el niño que vivió en el famoso callejón Diagón.
Narcissa, madre de Draco, lo había llevado el 31 de Julio a comprar todo el material necesario para empezar el año en Hogwarts, a pesar de que Lucius había querido que fuera a Durmstrang. Mientras el cabeza de familia compraba los libros y Narcissa iba a mirar la tienda de varitas de Ollivander, el joven Draco con solo 11 años aguardaba para comprarse una túnica nueva en Madame Malkin. Aguardó la túnica con algo de impaciencia, por lo que no era de extrañar que se pusiera a hablar largo y tendido con el primer chico que entrara a la tienda. En aquella conversación en la que únicamente habló el joven Malfoy quedó clara la disposición por el rubio a ir a Slytherin.
Días más tarde se encontraba en el andén nueve y tres cuartos, acompañado por sus padres y con una puntualidad exquisita. Estaba seguro de sí mismo, con aires de superioridad con los que serían sus compañeros de colegio e incluso burlándose de los más débiles. Lucius, su padre, le presentó a los padres de Crabbe y Goyle, dos grandullones que le otorgaban gran seguridad a Draco por su imponente tamaño. Estos rápidamente se hicieron amigos en una amistad que poseía más índices de lealtad hacia Malfoy que de verdadero sentimiento. Se había convertido en el cabecilla del grupo, el jefe de su pequeña banda de ganadores. Pero cuando escuchó que Harry Potter estaba en el tren una vez este ya había marchado de la estación no pudo evitar ir a ganarse su amistad.
Sin embargo esto no funcionó. Al parecer ni las palabras de Malfoy fueron las adecuadas ni el pequeño Harry parecía querer su amistad. Se encontraba ofendido, herido, repudiado... Desde aquel momento un odio comenzó a crecer en su interior, odio mezclado con envidia que le perseguiría a menos que humillara a Potter hasta el aburrimiento. Pero ese no era un gran problema, al fin y al cabo Draco estaría en Slytherin y Harry no iría a esa casa, y aunque lo fuera solo significaría que lo tendría más cerca para molestarlo.
La locomotora llegó a Hogwarts. Los botes se deslizaron sobre las oscuras aguas del lago hasta llegar al imponente castillo en el que estudiarían a lo largo de todo el año. Draco no pudo evitar mostrar asombro al ver la estructura erigida sobre la roca en el lago, mas no por esto se dejaría ablandar. Llegó junto a Crabbe y Goyle hasta el Gran Comedor, donde en fila india aguardó a que llegara su turno. Sonreía con descaro intentado que no se notara la ligera preocupación que se había formado en su cabeza. Temía que no fuera a Slytherin, la casa para la que había sido educado, la casa en la que habían estado sus padres y de lo que se enorgullecían.
Llegó su turno. Avanzó con paso firme hasta la silla de madera donde se sentó, siendo la profesora McGonagall la que le colocó el sombrero y este decía su veredicto en apenas el roce de sus cabellos. Sin embargo, no todo fue como cualquiera habría imaginado.
—¡Sly...! —gritó el sombrero seleccionador, sin llegar a pronunciar la palabra entera. El sombrero se acomodó en la cabeza del rubio platino bajo sorpresa de todos, nunca había titubeado al decir el nombre de la casa a la que debía pertenecer un alumno. Los profesores se miraron entre ellos, y los Slytherin que ya habían comenzado a aplaudir aguardaron en silencio el veredicto final. Una suave voz comenzó a susurrarle a Draco al oído.
—¿Slytherin? ¿Crees que es una buena idea? Tienes talento muchacho, quizás fuera una mala idea desperdiciarlo entre tantos magos tenebrosos. La oscuridad está creciendo de nuevo y tú eres de corazón débil.
—Pe...pero... ¡No puede ser! ¡Necesito ir a Slytherin, toda mi familia fue de allí y yo quiero ir allí! —pensó aterrado Draco mientras movía los ojos en todas direcciones observando las cuatro mesas que no le quitaban la mirada de encima.
—Necesitas de otros que te apoyen Draco, necesitas gente valiente a tu lado que no se unan al lado oscuro, de lo contrario mucha gente morirá. Necesitas ir a otra casa donde la valentía sea su estandarte... necesitas ir a...
—No... no por favor... —le pedía casi entre sollozos.
—¡Gryffindor! —gritó decidido el sombrero.
El silencio se hizo en el Gran Comedor. Todos, incluyendo los profesores, se habían quedado mudos. McGonagall tuvo que empujar a Draco, el cual se había puesto pálido, para que avanzara hasta la mesa correspondiente. Solo podían escucharse los aplausos de un sorprendido profesor Dumbledore y de Percy Weasley, entre otros prefectos, que aplaudían por pura educación. Draco notaba que sus piernas se iban a romper, que su cuerpo temblaría como la gelatina durante lo poco que le quedaba de vida.
Se sentó, sin apartar la vista del plato, justo enfrento de una chica llamada Hermione Granger sin siquiera darse cuenta de la mirada de lástima que esta le estaba dirigiendo. No comió nada aquella noche y tampoco se inmutó ante la presencia de Nick Casi Decapitado. No habló con nadie, ni siquiera con sus amigos Crabbe y Goyle los cuales habían sido elegidos para Gryffindor. Simplemente llegó hasta la sala común de su casa, se tumbó en la cama e, incapaz de llorar por el shock que estaba experimentando, trató de dormirse hasta que por fin lo consiguió tres horas más tarde.
Al día siguiente comenzaban las clases, y Draco se dejó llevar por la marea de gente hasta las clases sin siquiera mirar a nadie de Gryffindor a la cara. Sin embargo todo cambió cuando llegó la clase de Pociones. Una vez en la mazmorra se juntó con Crabbe y Goyle en una misma mesa, al parecer ellos creían que había sido un error y que pronto iría a Slytherin con ellos. A la salida de la clase Snape hizo que Malfoy lo esperara en la puerta. Obediente y algo más animado ante la presencia de sus amigos Crabbe y Goyle, esperó hasta que todos los demás alumnos salieran de la estancia y entonces Snape se dirigió hacia él.
— Draco, he mandado una carta a tus padres para informarles de tu desafortunada selección... —le informó—. Es posible que tengas noticias suyas en los próximos días, al igual que yo pensarán que esto ha sido un error.
Su tono de voz era frío y meditado, como si escogiera las palabras que debía decir antes de escupirlas de sus labios con un tono que parecía dudar si actuar de forma amistosa o de forma hostil. Pero Draco no podía pensar en eso en aquel momento, pues sabía que Snape era amigo de la familia y le aterrorizaba la idea de que sus padres se enteraran de que no había sido elegido para Slytherin. Sin respuesta alguna, Draco salió de las mazmorras y volvió a la sala común.
Allí todo era hostil. Se negaba a entablar conversación con nadie más allá de lo estrictamente necesario. Continuó con sus clases cuando un día más tarde recibió una carta con una bonita caligrafía de parte de su madre.
"Querido Draco.
El profesor Severus Snape nos ha informado del tremendo error que ha cometido ese viejo y sucio sombrero. Ya hemos solicitado una reclamación a la directiva de Hogwarts para que seas colocado en Slytherin como bien mereces. No te preocupes, pronto estarás con los tuyos.
Besos, Narcissa Black."
Leyó la carta al menos tres veces antes de mostrar la primera sonrisa en tres días. Confiaba en que sería trasladado esa misma tarde a Slytherin, por lo que incluso se permitió insultar a un Gryffindor de su edad al salir del Gran Comedor en el desayuno. Sin embargo su traslado no llegó, y Malfoy comenzó a desesperarse. Una semana más tarde le llegó remitida una carta del Director Albus Dumbledore a su madre, junto a un anexo de su madre en el que animaba a Draco a seguir con los estudios. Notó que su cuerpo desfallecía y tuvo que apoyarse en la mesa para no caer.
Ahora era un sucio Gryffindor y lo sería para siempre. Eso no solo le distanciaba de Crabbe y Goyle, sino que se había metido en el terreno de sus enemigos. Pasó el mes entero vagando de un lado a otro, clase tras clase, concentrándose en los estudios y huyendo de quedarse a solas con nadie. En su cuarto estaba el mínimo tiempo posible, evitando cualquier contacto directo con los Gryffindors. La única clase que estaba esperando para poder liberar su mente era "Lecciones de vuelo", y la profesora lo dejó en evidencia el decirle que tenía una mala postura de vuelo.
En el resto de clases Malfoy se distraía intentando hacer las cosas mejor que Harry, Ron y Hermione (aunque con esta última era un poco más difícil), e incluso evitó que Ron aprendiera el hechizo "Wingardium Leviosa" mediante distracciones y desprecios hacia su familia. Jamás habría pensado que aquello pudiera ser algo a tener en cuenta en el futuro para Draco.
Pero por fin llegó una de las noches más mágicas del año, Halloween. Esa noche todo cambiaría para Draco, aunque todavía no sabía por qué. El joven Malfoy se encontraba degustando un delicioso muslo de pollo cuyo interior poseía un hueso falso de goma cuando el profesor Quirrel, un tipo al que personalmente había odiado por su falta de carisma como profesor de Defensa contra las Artes Oscuras, entró corriendo en el Gran Comedor anunciando la aparición de un Troll en las mazmorras de Hogwarts.
Esto provocó un gran revuelo en aquella sala, por lo que todos los prefectos se encargaron de llevar a los alumnos a las dependencias de sus casas correspondientes, pero Draco observó algo que llamó su atención. Harry y su amigo Weasley, Ron, se dirigían directamente hacia donde estaba el Troll.
Draco decidió seguirles, guiado por la curiosidad. Su único propósito en aquella travesía era pillar a aquellos dos en la peor situación para poder chivarse a algún profesor y que los expulsaran, ni siquiera pensó en que él también podía ser expulsado pero eso a él le daba igual. Los siguió hasta una habitación donde comenzaron a escucharse grandes destrozos, y a los Gryffindors peleando y gritando. Se asomó con temor y precaución para ver la situación y observó a Potter clavando su varita en el monstruo y a Ron tratando de hacer levitar el enorme bastón con el que el Troll estaba causando la mayoría de los destrozos.
Entonces recordó que Weasley no era capaz de realizar aquel conjuro por sí mismo porque él lo había interrumpido durante la clase de encantamientos, que no sería capaz de elevar aquel bastón por encima del Troll. En verdad aquello no le importaba mucho, le aterraba la idea pero odiaba a Harry, a Ron, y a esa sangresucia Granger. Pero justo cuando iba a darse la vuelta para salir corriendo de allí observó a Hermione, la sangresucia, mirándole con ojos aterrados y suplicantes. Sintió una nausea en el estómago, pensó que provocada por el olor que despedía aquel Troll. Sin embargo se vio obligado a actuar.
De alguna manera sabía que tenía que salvarlos, actuó casi sin pensar y utilizó el mismo el conjuro que de forma fallida había usado el pelirrojo.
—Wingardium Leviosa... —murmuró Draco mientras agitaba suavemente su varita.
El bastón se elevó en el aire y golpeó al Troll, dejándolo inconsciente y salvando a Hermione, Ron y Harry. Había sido él el que había dejado fuera de combate a la bestia, ningún otro, y Hermione lo había visto. Con una última mirada de súplica y casi pena por sí mismo, Draco miró a la chica preguntándose que por qué lo había hecho y comenzó a correr por los pasillos y las escaleras hasta llegar a la sala común de Gryffindor donde, tras decir el santo y seña para entrar por la puerta, se metió bajo sus sábanas y se durmió entre lágrimas incapaz de borrar el recuerdo de la sangresucia apunto de ser aplastada.
