Disclaimer: Nada de Labyrinth me pertenece, sino ahora estaría viviendo en el Castillo más allá de la Ciudad de los Goblins... xD

Copyright: Esto me ha costado mucho, así que por favor, ¡no lo copies!

Bueno, no sé cómo, pero he hecho un fic sobre esta fantástica pelicula. Me encanta, y es mi primer fic en este fandom, así que por favor... si teneis que despellejarme por algo, adelante xD


Casualidad


Las bolas de fino cristal giraban en su mano, una y otra vez, sin menguar o aumentar su ritmo.

Aquellos cristales, entre sus manos mágicas, podían mostrarte lo que quisieras, lo que más desearás, y eso mismo mostraban al dueño de las mismas.

Sentado en su trono, en el Castillo que hay más allá de la Ciudad de los Goblins, Jareth observaba a la adolescente que tanto mal le había hecho a su vida y a su laberinto. Jamás había encontrado a alguien tan inteligente y tan cruel como ella. Alguien que con una sola frase, y la astucia suficiente, había destruido su mundo.

Esa maldita frase, siempre dando vueltas en su cabeza. "No tienes poder sobre mí", se recordó. La odiaba. No quería volver a verla. Por su culpa, los habitantes de su laberinto, sus siervos, ahora se burlaban de él. Había tenido que quitar todos los tapices de su castillo, pues alguien los había pintado de la maldita oración.

—No tienes poder sobre mí —le susurró a las bolas de cristal, que en ese momento mostraban a Sarah y a un chico saliendo de clase—. ¡No tienes poder sobre mí! —gritó, arrojándolas.

Las bolas desaparecieron en el aire, y el Rey de los Goblins suspiró. ¿Pero qué le pasaba? Apenas habían pasado dos meses desde su ida, pero ya debería haberla olvidado. Sólo era otra humana más, una simple mortal. Ella iba a morir en cualquier momento… pero él no. Él seguiría con su misma cara y su mismo cuerpo para siempre, hasta el final de los días. Nadie podía evitarlo. La Naturaleza seguía su curso.

Sin embargo, no podía negar que la había estado observando todo aquél tiempo.

Le dolió cuando guardó sus cuentos de hadas, y aún más cuando guardó en una caja abandonada su libro, Labyrinth.

Pero, sin duda, lo más doloroso había sido verla crecer, hacer amigos, y sobre todo… verla con aquél chico. Verla tontear con él, hacerle carantoñas, caminar de la mano…

Conjuró otra bola y la hizo girar. Seguía con él. Parecían reír sobre algo. ¡Ojalá despareciesen ambos! ¡Ojalá se muriese esa maldita niña y dejase de molestarle y torturarle! ¡Ojalá!

—Si sólo supiese cómo hacerla desaparecer… —suspiró, sin dejar de mirar el cristal.

Miro al chico con curiosidad, evaluándolo por primera vez. Era un joven desaliñado, no era muy popular. No, no era lo adecuado para ella. Sarah se merecía un hombre fuerte, que pudiese protegerla y que la amase con locura. Alguien como él.

Sacudió la cabeza con tristeza, debía olvidarse de eso.

—Ojalá desaparecieses de mi vida, mi cosa preciosa —susurró, mirando su cara en la bola.


Sarah miró ambos lados de la carretera antes de pasar, acompañada de Ray, su nuevo amigo.

Se sentía observada por alguien, como lo había estado en el Laberinto.

No, el laberinto era un sueño. Aquello nunca había pasado, era producto de su imaginación.

Volvió a mirar hacia todas partes, en medio de la carretera. No tenía que preocuparse por ella, por aquél lugar no pasaban apenas coches, a pesar de haber mucha gente por la calle.

Pero la casualidad hizo su aparición, cuando un coche desbocado entró en la recta.

—¡Sarah! —gritó Ray, intentando llegar a ella.

Pero era demasiado tarde, el automóvil ya la había tocado, y ella yacía en el suelo, inconsciente y rodeada de un charco de sangre.