Disclaimer: Naruto, todos sus personajes y lo referente al mundo shinobi es propiedad intelectual de Masashi Kishimoto. La historia es una adaptación del Libro "Riesgo Aceptable", de Robin Cook. Su Trama, historia e ideas son de su autoría. Yo sólo adapté la historia para el disfrute, sin fines de lucro ni nada parecido, sólo por diversión.

Advertencias: Aquí yo de nuevo trayéndoles otra historia, que en este caso no es mía, es una adaptación de una de mis novelas favoritas, "Riesgo Aceptable" de Robin Cook, la cual les traigo con los personajes de nuestra Saga Favorita, Naruto, La intención de este relato no es de lucro ni gloria alguna, solo,es por diversión, es una historia que no me canso de leer una y otra vez, y leyéndola me la imagine con unos cuantos de los personajes y decidí traérselas a ustedes, Les recuerdo que "Riesgo Aceptable" pertenece a Robin Cook, Y Naruto y sus personajes , al gran Masashi Kishimoto, solo les traje una nueva historia con muchos añadidos y escenas nuevas que no salen en el libro, incluidas por mi, que le darán una nueva sazón y otra dimensión, aclaro, solo lo hago por diversión y por traerles una gran historia a todos ustedes, espero les agrade, ahora si, a darle con todo! Espero su apoyo chicos y chicas, recuerden sera una adaptación...

Ahora si, Bienvenidos al mundo de las brujas y los estetoscopios!


Prólogo - El Primer Indicio


Sábado 6 de febrero de 1692

Impulsada por el frío penetrante, Namiko Kobayashi chasqueó la fusta sobre el lomo de su yegua. El animal apuró el paso, tirando del trineo, sin mayor esfuerzo, sobre la nieve dura y compacta. Namiko se acurrucó bajo el cuello alto del abrigo de piel de foca y juntó ambas manos dentro de su manguito, en un intento vano por guarecerse del aire gélido.

Una luz tenue iluminaba apenas el día despejado y sin viento. Desterrado por la época del año a su trayectoria meridional, el Sol caía en forma incipiente sobre el paisaje lleno de nieve, atrapado en el cruel invierno de Nueva Inglaterra. Las heladas masas de humo pendían sobre las chimeneas de las esparcidas granjas como si estuviesen congeladas en el azul del cielo polar.

Namiko había viajado alrededor de media hora cuando llegó a la sección de Northfields de la ciudad de Salem. A partir de ese punto, sólo tenía que recorrer poco más de dos kilómetros para entrar al centro de la población. Pero Namiko no se dirigía a la ciudad. Su destino era la casa de Hizashi Hyuga, un adinerado comerciante y naviero. Lo que había alejado a Namiko de su acogedor hogar en un día tan frío era una preocupación amistosa mezclada con cierta curiosidad. En ese momento, la familia Hyuga era una fuente de habladurías por demás interesantes.

Cuando detuvo a la yegua frente a la casa, Namiko observó la construcción imponente con varios techos a dos aguas, que mostraba la aguda visión del señor Hyuga para los negocios. La mansión tenía tablas de chilla marrones, los techos eran de pizarra de la más alta calidad y sus múltiples ventanas se acristalaban con hojas de vidrio cortadas en forma de diamante. Lo más espectacular de todo eran los elaborados colgantes invertidos, en las esquinas de la saliente del segundo piso.

Confiada en que el tañido de las campanas de su trineo, colocadas en el arnés del caballo, había anunciado su llegada, Namiko aguardó. En efecto, casi de inmediato una mujer abrió la puerta. Era Hikari Hyuga, a quien Namiko conocía. Ella era una mujer de unos 27 años de edad, de cabello largo y azulado, y unos preciosos ojos perlados. Entre los brazos, la mujer llevaba un mosquete. Al momento, una multitud de niños con cara de curiosidad surgió detrás de ella; las visitas sociales inesperadas no eran comunes con semejante clima.

-Hola, soy Namiko Kobayashi -anunció cortés la visitante-. Soy la esposa del doctor Kiyoshi Kobayashi. He venido a darle los buenos días.

-Es un placer -respondió alegre Hikari-. Pase a tomar un poco de sidra caliente para ahuyentar el frío de los huesos -apoyó el mosquete en el marco interior de la puerta y ordenó a su hijo Nikko que atara el caballo de la señora Kobayashi.

Namiko entró en la casa y siguió a Hikari hasta el cuarto de descanso. Al pasar junto al mosquete, lo observó. Hikari, que percibió hacia dónde se dirigía la mirada de Namiko, explicó:

-Se debe a que fui criada en los bosques de Andover. Teníamos que estar siempre prevenidos a causa de los indios.

-Comprendo -contestó Namiko, aunque en su experiencia cotidiana le resultaba totalmente extraña una mujer que empuñara un mosquete. Namiko titubeó un instante en el umbral de la cocina, que daba la apariencia de ser más una escuela que una casa. Había más de media docena de niños. En el hogar, el crepitante fuego irradiaba un grato calor. Una mezcla de aromas deliciosos inundaba la habitación: algunos provenían de una olla de estofado de cerdo que hervía a fuego lento colgada de una pértiga; otros, de un tazón grande con pudín de maíz. Pero la mayor parte salía del horno en forma de colmena, empotrado en la parte posterior de la chimenea, donde se doraban las hogazas.

-Espero no molestarla -se disculpó Namiko.

-Por supuesto, que no -respondió Hikari mientras tomaba el abrigo de Namiko y la conducía a una silla con respaldo de travesaños cerca del fuego-. Solamente que estoy horneando pan y tengo que sacarlo del horno -levantó una pala para pan de mango largo y con movimientos hábiles y breves, sacó ocho hogazas, una por una, y las puso a enfriar en la mesa grande de caballete que dominaba el centro de la habitación.

Namiko observó a Hikari y pensó que era una mujer atractiva, con los pómulos altos, el cutis de porcelana y figura grácil. Aunque también percibió algo perturbador en ella. En vez de la obligada humildad cristiana, Hikari irradiaba una audacia impropia de una mujer puritana cuyo esposo se encontraba en Europa. Namiko empezó a advertir que había algo más en las habladurías que sólo rumores ociosos.

-El pan despide un aroma picante poco común -comentó mientras se inclinaba sobre las hogazas que se enfriaban.

-Es pan de centeno -explicó Hikari.

-¿Cómo, pan de centeno? -preguntó Namiko asombrada. Sólo los granjeros más pobres, aquellos que tenían tierras cenagosas, comían pan de centeno.

-Me crié con pan de centeno -explicó Hikari-. Me agrada su sabor picante. Pero tal vez usted se pregunte por qué estoy horneando tantas hogazas. La razón es que he decidido animar a toda la aldea a usar el centeno para poder conservar el trigo. El clima frío y húmedo que tuvimos durante toda la primavera y el verano, y ahora este invierno tan crudo, han arruinado las cosechas.

-Es una idea loable -repuso Namiko-. Aunque quizá sea un asunto que los hombres deban debatir en el consejo de vecinos.

Hikari horrorizó a Namiko al soltar una sonora carcajada.

-Los hombres nunca piensan en términos prácticos -comentó-. Además, hay otro motivo aparte de la mala cosecha. Las mujeres tenemos que pensar en los refugiados de las incursiones de los indios, puesto que ya corre el tercer año de la Guerra del rey Guillermo y todavía no se vislumbra el final. He alentado a la gente para que reciba a los refugiados en sus hogares -Hikari se limpió la harina que tenía en las manos en su amplio delantal-. Nosotros adoptamos a dos niñas luego del asalto a Casco, Maine; en mayo pasado se cumplió un año -interrumpió los juegos de los niños para insistir en que fueran a conocer a la esposa del doctor.

Hikari primero le presentó a Chizuri Ageraki, de doce años, y a Yuri Isame, de nueve; las dos niñas habían quedado huérfanas debido a la crueldad de la incursión a Casco, aunque ahora se veían sanas y felices. A continuación, presentó a Himari, de trece años, hija de un matrimonio anterior de Hizashi, y después a sus hijos: Mikoto, de diez años, y Nikko, de nueve. Por último, Hikari presentó a Ayumi Uchiha, de doce años; Sahima Nara, de once, y a Mito Kumogara, de nueve, que estaban de visita y vivían en la aldea de Salem.

Después de que los niños saludaron obedientemente a Namiko, se les permitió regresar a sus juegos, en los que, según advirtió Namiko, usaban varios vasos de agua y huevos frescos.

-Voy a enviar a las niñas a casa con sendas hogazas de centeno -explicó Hikari-. Será más eficaz que ofrecerles a sus familias una mera sugerencia. ¿Le gustaría llevarse una?

-Oh, no, gracias -replicó Namiko-. Mi esposo, el doctor, jamás comería pan de centeno. Es un pan demasiado ordinario.

Mientras Hikari dirigía su atención al pan, Namiko recorrió la cocina con la mirada. Expuesta a lo largo del alféizar había una hilera de muñecos hechos de madera pintada y tela cuidadosamente cosida. Cada muñeco estaba vestido a la usanza de un estilo particular de vida: un comerciante, un herrero, un ama de casa y un doctor vestido de negro y con cuello almidonado de encaje.

Namiko tomó el muñeco vestido de doctor. Tenía una aguja larga clavada en el pecho.

-¿Qué son estas figuras? -preguntó.

-Muñecos para los huérfanos -respondió Hikari sin levantar la vista. Estaba untando mantequilla en cada hogaza para luego volver a ponerlas en el horno.

-Mi madre, que en paz descanse, me enseñó a hacerlos.

-¿Por qué este pobre muñequito tiene una aguja que le atraviesa el corazón?

Porque el traje que tiene todavía no está terminado -contestó Hikari-. Siempre pierdo las agujas y son muy caras.

Namiko volvió a colocar el muñeco en su lugar e inconscientemente se limpió las manos. Cualquier cosa que insinuara lo oculto la hacía sentirse incómoda. Se volvió hacia los niños y decidió preguntarle a Hikari a qué se dedicaban.

-Es un pequeño truco que mi madre me enseñó -contestó Hikari. Deslizó la última hogaza en el horno-. Consiste en adivinar el futuro mediante la interpretación de las formas de la clara de huevo en el agua.

-¡Que dejen eso inmediatamente! -repuso Namiko alarmada.

Hikari miró a su huésped.

-Pero, ¿por qué?

-Es magia blanca -reconvino Namiko.

-Se trata de una diversión inocente -aseguró Hikari-. Mi hermana y yo lo hicimos muchas veces para tratar de conocer el oficio de nuestros futuros esposos -Hikari rió-. Por supuesto, jamás me indicó que me casaría con un naviero y me mudaría a Salem. Pensé que iba a ser la esposa de un granjero pobre.

-La magia blanca genera la magia negra -advirtió Namiko-. Y Dios aborrece la magia negra. Es obra del demonio. Apenas el sábado, el reverendo Chiriku nos dijo que los problemas terribles que sufrimos con la guerra y la viruela en Boston el año pasado, ocurren porque la gente no ha cumplido el pacto con Dios.

-Me resulta difícil pensar que este juego infantil altere el pacto -replicó Hikari.

-Pero estoy absolutamente segura de que dedicarse a la magia sí -repuso Namiko-. Tal vez debería leer el libro del reverendo Chouji Akimichi, Providencias memorables: en relacíón con la brujería y las posesiones demoníacas. Asegura que la mala época por la que atravesamos se debe al deseo del diablo de devolver nuestro Israel en Nueva Inglaterra a sus hijos, los pieles rojas.

Hikari interrumpió el sermón de la visitante para llamar a los niños a comer. Mientras se acercaban a la mesa, les preguntó si querían un poco de pan recién horneado y tibio. Aunque sus propios hijos despreciaron su oferta, Ayumi Uchiha, Sahima Nara y Mito Kumogara aceptaron con gusto. Hikari abrió una trampa en el piso y envió a Mikoto a buscar más mantequilla en el almacén de productos lácteos.

Namiko sintió curiosidad por la trampa.

-Es idea de Hizashi -explicó Hikari-. Nos da acceso al sótano sin tener que salir.

Una vez que sirvió el estofado de cerdo en los platos de los niños y cortó el pan en rebanadas gruesas para que comieran si querían, Hikari vertió sidra caliente en dos tazas grandes y se dirigió con Namiko al salón.

-¡Santo cielo! -exclamó Namiko cuando observó un retrato de grandes proporciones que colgaba sobre la chimenea. Su realismo impresionante la sobrecogió, en especial los radiantes ojos perlas. Se quedó inmóvil y casi sin respirar en medio de la habitación, mientras Hikari avivaba el fuego-. Su vestido es muy revelador -comentó Namiko-. Y lleva la cabeza sin cubrir.

-La pintura me perturbó al principio -reconoció Hikari. Se puso de pie y colocó dos sillas frente al fuego encendido-. Fue idea de Hizashi. Le agrada. Ahora apenas lo noto.

-Es tan irrespetuoso -repuso Namiko con una sonrisa despectiva. Movió la silla para excluir la pintura de su campo de visión y bebió un sorbo de sidra caliente. El carácter de Hikari le resultaba desconcertante. Namiko aún tenía que mencionar el asunto por el que había ido a verla. Se aclaró la garganta:

-Oí un rumor -empezó-. Me dijeron que usted tenía la pretensión de comprar la propiedad de Northfields.

-En realidad no se trata de un rumor -aclaró Hikari alegremente-. Pronto seremos propietarios de terrenos a ambos lados del río Wooleston.

-Pero los Uchiha también quieren comprar esa tierra -repuso Namiko indignada-. Es importante para ellos. Necesitan tener acceso al agua para la fundición. Su único problema es que no cuentan con los recursos adecuados, por lo que tienen que esperar hasta la próxima cosecha. Se enojarán mucho si usted persiste, y tratarán de impedir la venta.

Hikari se encogió de hombros.

-Dispongo del dinero en este momento -comentó-. Quiero el terreno porque tenemos la intención de construir una casa nueva que nos permita albergar más huérfanos -los ojos de Hikari brillaron-. Va a ser una enorme casa de ladrillos, como las que existen en Londres.

Namiko no podía creer lo que oía. La codicia de Hikari no conocía límites. Namiko bebió con dificultad otro sorbo de sidra.

-Ese negocio es antinatural si su esposo está fuera del país -le advirtió-. No forma parte del plan de Dios y prefiero advertírselo: la gente murmura que usted está excediendo su posición como hija de un granjero.

-Siempre seré la hija de mi padre -repuso Hikari-. Pero ahora también soy la esposa de un comerciante.

Antes de que Namiko pudiera responder, se oyó un golpe tremendo e innumerables gritos salieron de la cocina. Hikari salió apresuradamente del salón, seguida de cerca por Namiko.

En la cocina, la mesa de caballete se había ladeado. Los tazones de madera, vacíos después del estofado, estaban esparcidos por todo el piso. Ayumi Uchiha se bamboleaba por toda la habitación, se rasgaba la ropa y gritaba que la estaban mordiendo. Los otros niños se habían pegado a la pared, horrorizados.

Hikari corrió hacia Ayumi y la sujetó por los hombros.

-¿Qué te pasa, niña? -preguntó Hikari-. ¿Quién te está mordiendo?

Ayumi abrió la boca y sacó la lengua lentamente hasta que ésta quedó afuera por completo, mientras el cuerpo empezó a moverse de manera desordenada, como si tuviera mal de San Vito. Hikari trató de detenerla, pero Ayumi se resistió con fuerza sorprendente. Entonces Ayumi se llevó las manos a la garganta.

-No puedo respirar -carraspeo-. ¡Ayúdenme!

-Vamos a llevarla arriba -le gritó Hikari a Namiko. A medias llevándola en brazos y a medias a rastras, subieron a la niña, que seguía retorciéndose a la planta alta. En cuanto la pusieron en la cama, empezó a tener convulsiones.

-Sufre un ataque -dijo Namiko-. Voy a buscar a mi esposo.

-Por favor -suplicó Hikari-. ¡Apresúrese!

Namiko meneó la cabeza mientras bajaba las escaleras. La calamidad no la tomó por sorpresa, pues conocía su causa. Era la brujería. Hikari había abierto las puertas de su casa al demonio.!


Espero hayan disfrutado de la lectura de este Prólogo -que aún no termina- que con mucho gusto y dedicación he traído para ustedes. Cualquier duda que tengan, no duden en enviarme un MP o búsquenme en el foro "Grandes Juegos Mágicos" del cual soy Moderador, os invito a que se pasen por el mismo si son megafanáticos de Fairy Tail. Si quieren compartir con gente amena y divertida sobre nuestra serie favorita, jugar divertidos juegos, participar en nuestro juego de Rol y en los retos como este, sólo deben pasarse por allí y encantados los recibiremos…

Si el Fic te gustó, dale pulgar arriba -fav- y compártelo con tus amigos, deja un preciado review que eso me ayuda a crecer como escritor y saber cual fue tu reacción al leer esta historia. Suscríbete a mi perfil para recibir más fics así, pásate por el Foro "Grandes Juegos Mágicos" y comparte conmigo y con nuestros compañeros foreros. Te ha hablado Nikko y te deseo, Buenas noches… XD

Nos vemos en el siguiente escrito…

De Pie, Reverencia, ¡Aye Sir!