CAPÍTULO 1: MEMORIES OF A DIFFERENT LIFE.

"-¡Sirius! ¡Sirius!- Había llegado al fondo del foso respirando entrecortadamente. Sirius debía de estar tras el velo; Harry iría y lo ayudaría a levantarse...
Pero cuando llegó al suelo y corrió hacia la tarima, Lupin lo rodeó con los brazos y lo retuvo.
-No puedes hacer nada, Harry...
-¡Vamos a buscarlo, tenemos que ayudarlo, sólo ha caído al otro lado del arco!
-Es demasiado tarde, Harry.
-No, todavía podemos alcanzarlo...- Harry luchó con todas sus fuerzas pero Lupin no lo soltaba.
-No puedes hacer nada, Harry, nada. Se ha ido.
-¡No se ha ido!- bramó Harry. No lo creía; no quería creerlo. Harry seguía forcejeando con Lupin con toda la fuerza que le quedaba, pero Lupin no lo entendía: había gente escondida detrás de aquella especie de cortina. Harry la había oído susurrar la primera vez que había entrado en la habitación. Sirius estaba escondido, sencillamente, estaba oculto detrás del velo.
-¡SIRIUS! - Gritó Harry.- ¡SIRIUS!
-No puede volver, Harry.- insistió Lupin; la voz se le quebraba mientras intentaba retener al chico.- No puede volver, porque está m...
-¡NO ESTÁ MUERTO! - rugió Harry.- ¡SIRIUS!"

Harry pegó un bote en la cama. Respiraba entrecortadamente y podía notar los latidos de su corazón bastante acelerados. Se llevó una mano al pecho para tranquilizarse, mientras entrecerraba los ojos, vislumbrando en la oscuridad que reinaba en su habitación.
Sabía que no debía alterarse, de lo contrario, su salud podría correr serio peligro, era algo que le habían advertido los médicos mucho tiempo atrás, cuando había salido ileso de su combate con Lord Voldemort. No obstante, hacía mucho tiempo que no tenía esa pesadilla. Demasiado tiempo...
A tientas, se sentó en la cama y notó como sus pies descalzos hacían contacto con el frío suelo. Se estremeció. Luchando contra la agitación que reinaba en su interior, se tambaleó hasta la persiana de la ventana y la subió unos centímetros, lo suficiente, para que los primeros rayos de luz solar se filtraran por el cristal.
La puerta de la habitación chirrió y se abrió. Instintivamente, Harry dio un salto hasta la mesita de noche y cogió su varita con agilidad, apuntando al intruso que se había colado en su territorio.

-¡Alan!- exclamó lanzando un suspiro al aire y sin dejar de jadear. Por un momento, los viejos temores y reflejos se habían apoderado de él. Un niño de unos cinco años estaba parado en la puerta, visiblemente desconcertado, mientras se restregaba unos profundos ojos azulados, a causa del sueño. Tenía el cabello de un negro azabache y que le llegaba hasta los hombros, en mechones lisos y desordenados. Su rostro, pese a su juventud, era varonil y tenía un moreno característico.- Me has dado un susto de muerte...

-Qui evenit? (¿Qué pasa?)- Alan avanzó un par de pasos y se llevó la mano a los ojos, para cubrírselos. Se acababa de levantar y el resplandor le molestaba. Desde su nacimiento, su madre le había enseñado a hablar el idioma arcángel, así que no era muy extraño escuchárselo cuando se dirigía a ella, a su hermano e incluso a su padre.- ¿Otra pesadilla?- Harry se dejó caer sobre el colchón de su cama y lanzó un prolongado suspiro. Su hermano pequeño no tenía ni idea de porqué eran tan continuas sus pesadillas. De hecho, Alan sabía muy pocas cosas que rodeaban a su familia. Después de la batalla contra Voldemort y de su inesperado regreso, Christine y Lupin habían llegado a la conclusión de que no era posible explicarle todo aquello a un niño pequeño y que era mejor esperar a que tuviera una edad considerable, para decirle la verdad y hablarle de su verdadero origen. Durante los cinco años desde que regresara, había vivido creyendo que Lupin era su verdadero padre y Harry su hermano y ninguno de los múltiples amigos que el matrimonio o el propio Harry tenían, habían gozado contradecir esa mentira. De hecho, Dumbledore había aceptado que era una buena idea que vivieran con un poco de paz, hasta que los lazos de unión fueran demasiado fuertes para romperse por una verdad que, sentimentalmente, no variaba mucho de la real. Así que, el pequeño Alan no tenía ni idea de porqué su hermano, casi todas las noches, sufría esos constantes sueños y el nombre de Lord Voldemort, únicamente, había llegado a sus oídos en algunas de las múltiples conversaciones en secretismo que efectuaban sus padres.

-Alan, son las...- Harry miró su reloj despertador, que con dos agujas fluorescentes, marcaba la hora.- ...7 de la mañana de un 30 de Julio...en serio, vete a la cama...- pero Alan no se movió del resquicio de la puerta. Quizás no eran hermanos de sangre, pero el niño reconocía perfectamente cuando su hermano mayor no estaba para bromas y eso ocurría muy pocas veces, las suficientes, para que se le notara en exceso. Harry lo observó detenidamente y cerró los ojos, sintiendo como la opresión del pecho le aumentaba, pese a que la respiración se le había normalizado. Tenía un mal presentimiento, siempre que veía a un Alan pensativo, callado, más maduro de lo que cualquier niño a su edad sería, le entraba esa sensación de pérdida de su persona. Como si no pudiese penetrar esa coraza de pensamientos que aludían la cabeza del niño y realmente, así era. Sin saber el motivo, sin comprender, no había podido utilizar su habilidad con la Legeremancia para leerle la mente, simplemente, ese acceso estaba cerrado, desde el mismo momento en que lo vio por primera vez. Así que, había tenido que reconocer que lo que le decía Christine era muy cierto: Alan era, probablemente, el arcángel más poderoso del mundo.- Venia...Alan..(perdóname, Alan).- susurró Harry de inmediato, notando su error al alejar a su hermano.- Pero es mejor que vayas a descansar...no me pasa nada, de verdad.

-Está bien...- la puerta se cerró con una suave brisa. Harry cerró los ojos, tratando de tranquilizarse y dejando que las imágenes de su pesadilla llegaran claramente a su cabeza.

-Ojalá fuera sólo una pesadilla...- murmuró y tras ponerse las zapatillas de estar por casa, caminó lentamente hasta el aseo. Abrió el grifo y dejó que el agua golpeara el lavabo con mucha presión. Aquel sonido le era realmente reconfortante. Mojó ambas manos y se las pasó por la cara, refrescando las gotas de sudor que todavía bañaban su rostro. El espejo le devolvió la imagen de un chico de casi veintidós años. Su cabello largo y azabache le llegaba a la altura de los hombros y sus ojos verde esmeralda, brillaban con ímpetu. Extrañamente, más aquella mañana de domingo. Habían pasado cinco años desde la caída de Lord Voldemort, pero las facciones de Harry Potter se mantenían agraciadas y mucho más maduras. Había crecido, físicamente y como persona, pero las preocupaciones hacía mucho tiempo que se habían disipado. No obstante, aquella mañana, parecían haber vuelto a renacer.
El mundo mágico vivía una calma inusitada, irreal, muy impersonal tomando en cuenta las tragedias que habían sucedido en el pasado. Los magos habían olvidado ya lo mucho que habían sufrido, habían deseado aparcar esos tiempos de guerra, esas muertes y esas batallas por una paz, que ahora disfrutaban en armonía.
Y Harry y sus amigos, no habían sido la excepción. La única mancha en el grupo, parecía ser Hermione. Desde que se matricularan en el colegio, Ron, Neville y él habían ingresado en la academia de aurores, así como Ginny un año más tarde y a todos les iba francamente bien.
La personalidad de Harry había mutado a un humor excelente, había cambiado y mucho, manteniendo esa madurez y sensatez, pero disfrutando plenamente de la vida que, un día de últimos de Junio, sus padres y padrino le habían devuelto.
Por eso, quizás, aquella pesadilla le había irritado en exceso, le había...perturbado. Desde que Sirius le expresara lo mucho que le quería y sobretodo, desde el final de la guerra, Harry no había vuelto a soñar con su muerte. El recuerdo de su padrino estaba muy vivo en él, pero sus sueños siempre se basaban en los grandes momentos que había vivido a su lado, por muy pocos que éstos fueran y ahora, aquel amargo error, había regresado.
-Mierda...- susurró el muchacho apretando los dientes y apoyando ambas manos en el lavabo. Una gota de agua resbaló por su bello rostro, hasta caer al suelo, mojando los azulejos que Christine había elegido.
Necesitaba dejar de sentirse tan vacío, pero sobretodo, necesitaba que las fuerzas le regresaran. Por extraño que pareciera, cuando Harry se alteraba en exceso o cuando realizaba esfuerzos considerables, su cuerpo se desproveía de energía y corría el riesgo de sufrir un grave accidente.
Cogió la toalla que tenía a su izquierda y se secó la cara. Decidió que una ducha le sentaría muy bien, así que después de asegurarse que el dolor que sentía en su cuerpo mitigaba, se quitó la camiseta y la lanzó contra el suelo, dejando entrever una perfecta musculatura. Cuando el agua le golpeó directamente en su cuerpo desnudo, se sintió mucho mejor.

Christine se había despertado temprano aquella mañana. Quizás eran los nervios de la fecha que se acercaba, el cumpleaños de Harry, pero notaba que algo no marchaba del todo bien. Estaba inquieta.
Había decidido que lo mejor que podía hacer era preparar el desayuno, así que, hundida en sus pensamientos, se había dedicado a realizar unas riquísimas tortitas de chocolate, que tanto gustaban a sus hijos.

-Buenos días, Chris.- Lupin acababa de bajar las escaleras y se había acercado a la cocina, sin duda, siguiendo el olor de la comida. El chocolate caliente era su debilidad. A pesar de los años, el hombre seguía manteniendo su aspecto joven y bello, que la magia le había devuelto cuando la felicidad había llegado a su vida. Su cabello era, quizás, un poco más largo y le llegaba casi al final del cuello y ninguna de las antiguas canas se asomaba para empañar ese atractivo natural. Llevaba unos pantalones cortos y no vestía nada en la parte de arriba. Se acercó a su mujer y en cuanto le dio un breve beso en los labios, notó que algo no marchaba igual que siempre.- ¿Qué ocurre?- Christine le miró preocupada y bajó la cabeza hacia la sartén que removía con brío.

-Tengo un mal presentimiento.

Iba Lupin a preguntar algo más cuando una figura pequeña atravesó la puerta, todavía en pijama. El niño, sin dar los buenos días ni ofrecer ninguna explicación a su tempranero despertar, se aupó con dificultad hasta colocarse encima de un alto taburete y apoyó la cabeza entre las manos, pensativo.

-Salvum esse aliquem iubere, Alan(buenos días, Alan)- murmuró Christine distraídamente, mientras le lanzaba una mirada rápida a su esposo, para que disimulara.- Qui evenit?(¿Qué pasa?)- añadió al ver la cara tan seria que tenía su hijo.

-Nihil, mater(nada, mamá)

-Alan...- cuando Christine utilizaba ese tono recriminatorio era mucho mejor obedecerla y el niño lo sabía. No obstante, se parecía muchísimo a ella, demasiado y ambos eran igual de obstinados.

-¿Quién es Sirius Black?

Tanto Christine como Lupin, palidecieron de golpe. La cuchara que la mujer utilizaba para remover los huevos revueltos, que en ese momento hervían en la sartén, calló al suelo en un estrépito y un silencio espectral se adueñó de la habitación.

-¿Cómo...cómo sabes tú que...?- pese a que Christine deseaba mantener la calma, le era bastante difícil lograrlo. El nombre de Sirius Black no se había vuelto a pronunciar en esa casa durante cinco años que llevaban de vuelta en ella y por supuesto, tampoco ninguno que pudiera llevar al niño a preguntar algo que los pusiera en un compromiso.

-Mater, ego sum magis potentissimus ab tû credere(mamá, soy más poderoso de lo que crees).- respondió Alan suspicazmente. Realmente, pese a sus casi seis años parecía que sus ojos se hubiesen vuelto de un azul mucho más oscuro y que, como decía, tuviera un poder que se salía de la comprensión de los demás.

-Alan, será mejor que vayas a buscar a Ares. Acaba de llegar con El Profeta.- los tres se dieron la vuelta en dirección a la puerta. El corazón de Christine casi dio un vuelco al ver la expresión que portaba el rostro de Harry. No había visto esa seriedad desde la última batalla con Lord Voldemort y que fue también, la última ocasión en la que el chico había utilizado su personalidad de "El Salvador". Harry estaba apoyado sobre el marco de la puerta, con los ojos entrecerrados y los brazos cruzados y el tono que había utilizado con su hermano pequeño parecía mucho más una orden, que una petición.

-Repetías el nombre de Sirius Black en sueños...- insistió Alan, que se acababa de poner de pie. Detrás suyo, Christine y Lupin interrogaron a Harry con la mirada, que los ignoró.- Y he leído tu mente...Sirius Black est aliquis ab tû volui multus(Sirius Black es alguien a quién tú quieres mucho).- Harry lo perforó con la mirada, pero su hermano no retrocedió, pese a que sus ojos inspiraban una frialdad que no había conocido en él.

-Tienes razón. Lo era.- respondió Harry secamente.- Ahora vete.

-Patior(sufres)- insistió Alan una vez más, cuyos ojos azulados brillaban con intensidad.- Puedo verlo.

-Es suficiente, Alan.- le interrumpió Christine cortantemente.- Por favor, haz caso a tu hermano.

-Quod?(¿por qué?)- quiso saber el niño.

-Eso,- la voz de Harry parecía quebrarse por momentos. Hizo un movimiento brusco que sólo Christine pudo notar y se apoyó más en el marco de la puerta.- no es asunto tuyo.- Alan no respondió con un berrinche como haría cualquier niño normal, sino que se encaminó hacia la salida y cuando estuvo a la altura de su hermano, le susurró:

-Lo he visto.

-No puedes romper mis barreras mentales.- negó Harry rotundamente. Alan, simplemente, le miró con seriedad y luego salió por la puerta sin pronunciar palabra. Christine y Lupin lo siguieron con la mirada hasta que se perdió escaleras arriba y escucharon como la puerta de la habitación del niño se cerraba con suavidad.
Entonces Harry lanzó un prolongado suspiro y sujetándose el pecho con una mano resbaló unos centímetros por el resquicio de la puerta.

-¡Harry!- Christine corrió en su ayuda y lo sujetó justo a tiempo, antes de que cayera completamente al suelo.- ¿Qué te ocurre?- ayudado por la mujer y por Lupin, consiguieron llegar hasta una silla, donde se dejó caer, jadeando y con los ojos apretados.

-El dolor no disminuye.

-No puedes hacer esfuerzos, no debes alterarte, de lo contrario...- Christine no acabó la frase, pero todos sabían lo que venía después. Parecía que la charla con los médicos se San Mungo había sido apartada de sus mentes, parecía algo fuera de su utopía, de su felicidad, pero, en ocasiones, continuaba dando signos visibles de encontrarse allí. Harry había hecho vida normal en todo aquel tiempo y había utilizado los poderes de arcángel sin ningún problema, pero cuando el esfuerzo que realizaba era fuera de común o cuando sufría sobresaltos demasiado grandes, entonces las secuelas de ese accidente del pasado, en el que casi perdió la vida, daba señales de existencia. De hecho, había muy pocas ocasiones en las que el muchacho se encontrara mal y la mayoría de las veces en las que había ocurrido, había sido después de una pesadilla, cuando su mente le jugaba una mala pasada y le rememoraba esa batalla contra su peor enemigo.
No obstante, en aquella ocasión la visión había sido ligeramente diferente y eso lo había llevado a una tristeza y un vacío que no sentía en mucho tiempo.

-No lo entiendo.- explicó frustrado, mientras dejaba que su madre le reconfortara con un poco de su energía.- Deberían de haber desaparecido esas pesadillas y sin embargo...

-¿Soñaste con Sirius?- quiso saber Lupin, cuyo rostro estaba sumido entre las sombras y visiblemente preocupado. Harry apartó la mirada de él y asintió en silencio, pasándose una mano por la cara.- ¿Qué...?

-Remus no quiero hablar de eso.- le cortó el muchacho de sopetón.- Me parece que no tengo que hacerte un mapa para que sepas lo que ha ocurrido. Díos, hacía cinco años que no...

-Es suficiente.- interrumpió Christine, relajando el rostro. Había utilizado toda la magia posible para devolverle las fuerzas a su hijo.- No quiero que te alteres y que hagas esfuerzos que te puedan llevar a una recaída...Harry, sinceramente, hoy me he levantado con un mal presentimiento...como si algo malo estuviera a punto de ocurrir y ahora esa pesadilla...

-¡Maldita sea, yo también lo siento!- el muchacho se levantó de un saltó y golpeó el mármol del banco de la cocina, con furia.- Y no he sentido nada malo desde la última vez...hemos vivido en una irritante calma y de repente esto...

-¿Sabes qué es?- preguntó Christine intercambiando miradas preocupadas con su marido.

-No. Sólo es un maldito presentimiento...- cuando Harry subió las escaleras en dirección a su habitación con la intención de ordenar los libros que había estado leyendo la noche anterior, no pudo notar como un poder más grande de lo normal se expandía por la habitación de su hermano. Alan apartó las manos de la esfera de energía que había creado y que le había permitido escuchar toda la conversación. Después, se subió a la cama descalzo y tomó un álbum de fotos viejo, que tenía colocado perfectamente ordenado, en su estantería. Pasó las páginas rápidamente hasta llegar a una vieja y estropeada, que mostraba la cara de un hombre alegre, de cabellos negros azabache y que pasaba las manos por los hombros de unos recién casados.

-Sirius Black...- murmuró clavando sus profundos ojos azules en el retrato que sonreía y saludaba a la cámara.- ¿Cuál es tu secreto?

La tenue luz del mediodía se colaba por los agujeros de las persianas, iluminando en exceso la amplia habitación. Un muchacho alto y delgado, vestido con un bañador de color verde botella y con una toalla tirada por encima de los hombros, estaba entretenido en una vasija de piedra, que tenía acomodada en su cama, donde estaba tumbado de malas formas.
Parecía concentrado en revisar la espesa niebla que se arremolinaba en el interior de aquel extraño objeto. Con su varita mágica, aburridamente, se dedicaba a remover unas hebras plateadas que giraban en dirección a las agujas del reloj, esperando para ser vistas.
Harry Potter bostezó ruidosamente. Hacía cinco años que le habían regalado aquel pensadero y curiosamente, fue el director de Hogwarts, quien le obsequió con semejante reliquia, cuando cumplió los diecisiete. "Algún día agradecerás tener uno. Hay muchos buenos momentos que debes recordar", le había dicho y el muchacho sabía que era verdad. Durante aquellos largos años, así había sido.
Sonriendo, por primera vez en aquel día, apuntó con su varita y las hebras comenzaron a girar con mayor rapidez, hasta detenerse en una imagen que Harry reconocía muy bien. Ron y él estaban tumbados bajo la sombra de un árbol, al lado del lago, en el último día que permanecerían en Hogwarts, al acabar su séptimo curso. Hermione venía corriendo con unos pergaminos en la mano, que resultaron ser las notas finales de los EXTASIS.
Pese a que Harry no había pedido ningún trato especial al Ministerio de Magia, parecía que Amelia Bones se había encargado de darles una sorpresa por anticipado. Y así era. Harry y Hermione habían obtenido las mejores notas de su curso y Ron, gracias a la ayuda de sus amigos, se había examinado en Pociones como ya tenía pensado y había obtenido las calificaciones necesarias para entrar a la carrera de auror.
La sensación de felicidad que embargó a Harry en ese instante, todavía hacía que los pelos de la nuca se le erizaran. Había estado trabajando muy duro aquel año y había ayudado muchísimo a sus compañeros, sobretodo a Ron y a Neville.
Volvió a introducir la varita en el pensadero y la imagen no tardó ni cinco segundos en cambiar. En aquella ocasión, pudo ver el jardín de su casa decorado con múltiples adornos y una mesa larguísima llena de comida. Era el banquete por la boda de Christine y Lupin, que se había efectuado un mes después de la última batalla con Lord Voldemort. Todo el mundo paseaba de un lado a otro, disfrutando de la fiesta y sonriendo felices, por la dicha de aquel momento. Harry había sido el padrino, así como lo era oficialmente de Alan. Christine llevaba un vestido largo y blanco precioso y Remus sonreía y reía como el muchacho no lo había visto en la vida.
Por tercera vez, Harry removió sus recuerdos. Las imágenes que pasaron por sus ojos no eran más que pequeñas charlas con sus amigos, momentos en los que estaba viendo la tele junto a su hermano o conversaciones con la Ministra de Magia y el director de Hogwarts, en las que les pedía que su identidad quedara estrictamente en secretismo, por la seguridad de Alan y su propia conveniencia.
Así que, salvo los habitantes del Valle de Godric y sus más allegados, nadie sabía realmente donde vivía Harry Potter y que había sido de su vida. Sus compañeros de academia le conocían por el nombre de Harry Oldman, que él mismo había adoptado y siempre llevaba un pañuelo en la frente para ocultar la cicatriz en forma de rayo.
Por supuesto, Amelia Bones le había concedido ese privilegio.
Harry extrajo la varita del tumulto de niebla y dejó que los recuerdos regresaran a su cabeza, mientras recapitulaba mentalmente cada uno de ellos. Cuando la última hebra se introdujo en su mente, un presentimiento se adueñó de cada parte de su ser. Y sin saber porqué, las palabras que había pronunciado en San Mungo, le vinieron a la mente como veneno.

" -¿Y por qué no tratas de encontrarlos?- comentó su novia. - Seguro que tú y Christine los encontraríais en seguida...
-¡Nah! - Harry negó con la cabeza. - A no ser que quieran ser encontrados. Sinceramente, en estos momentos no me preocupan. Si no siento su aura no puedo localizarlos...necesitaría que les pasase algo grave o algo muy muy bueno para sentirlos. De todas formas, no está de más que de vez en cuando Ares esté atento...pero estoy convencido de que el ministerio de magia los acabará atrapando...
-Ian Lewis...también escapó...- susurró Ginny con prudencia. Sabía lo mucho que podían afectar esas palabras.
-No, de ese cabrón me encargo yo."

Las palabras brotaban por su cerebro como motas de polvo incrustadas en el cristal. La sangre le bullía con furia y sabía perfectamente el motivo. No había dejado de repetirse mentalmente el nombre de Ian Lewis en su cabeza. No había podido borrar de su mente sus manos recorriendo el cuerpo de Ginny, el llanto desesperado de su amiga Hermione y el sufrimiento que le había causado.
Había prometido que encontraría a Ian y le mataría, se había jurado a sí mismo que volvería a ser un asesino si encontrarse frente a frente era algo que el destino había puesto en bandeja de plata. Sin embargo, el destino parecía haber desviado sus caminos. Durante el primer año después de la batalla, Harry había estado tratando de encontrar al mortífago, pero sin ningún éxito. Parecía como si la tierra se lo hubiera tragado. Ninguna emoción fuerte había llegado a su mente. O Ian era de piedra o muy escondido tenía que estar para que en cinco años no diera señales de vida. Y aunque odiaba admitirlo, también había ocurrido con los demás mortifagos que habían huido aquella noche y con los miembros de la casa Slytherin, en la cual, el nombre de Draco Malfoy figuraba entre ellos.
A veces, cuando la calma se adueñaba de su paz, cuando había un momento en el que abordaban los recuerdos, se preguntaba donde podrían estar aquellos viejos conocidos y qué estarían tramando. Imaginaba a Malfoy regresando, sus pesadillas se basaban en su archí enemigo, con la cara de Lucius Malfoy, entrando en la casa con un cuchillo en las manos y dando estacadas al cuerpo de su hermano.
Por eso, cuando abarcaban aquellas pesadillas, Harry se levantaba en medio de la noche, corriendo a la habitación de Alan y le colocaba una mano en el pecho, comprobando que el niño aún respiraba, para después terminar en el baño vomitando y sintiendo como la angustia se apoderaba de su ser, en forma de miedo.
Pero no había ocurrido nada. Nada, en cinco largos años. Así que, poco a poco esos sueños habían ido disminuyendo. Y hoy, después de meses de tranquilidad, una pesadilla poco común había asolado su mente y su corazón, rompiendo su seguridad en que nada iba a ocurrir.

-Ian...- los puños de Harry se cerraron alrededor de las sábanas, arrugándolas.- Vas a pagar lo que le hiciste a Hermione...lo juro...algún día...lo lamentarás...- pero lo que Harry no sabía es que, en un lugar que se asemejaba mucho al fin del mundo, un joven mago se preparaba para realizar su entrada triunfal y que cuando llegara el momento de reaparecer, sería él quien lamentara el no haberle matado cuando tuvo la oportunidad. Aquella vez, cinco años atrás, en su encontronazo con Lord Voldemort.

Era extraño encontrar aquel antiguo silencio en medio de las fauces del monstruo de la ciudad. No existe nada en Londres como este hechizo, al pasar bajo sus arcos te sientes transportado, como retirado de la confusión, del rugido, del tumulto, como si una semana entera se condensara en lo que parece un eterno descanso.
Uno de los lugares más secretos y más míticos de la ciudad es la zona en donde estaban los templarios: una de las órdenes más relevantes de la época de las cruzadas. Tal vez, la orden que ha generado más misterios a lo largo de la historia y donde están escondidos unos elementos muy secretos como la búsqueda del Santo Grial, la Cruzada y ese misterio alrededor de la Amazonería, la desaparición de los Templarios, qué secretos tenían...
En el corazón de Londres, está la iglesia del Templo, construida alrededor de 1162 por los caballeros Templarios que se encontraban en la ciudad en aquel tiempo. Los caballeros eran una de las grandes órdenes en Europa durante las cruzadas en la Edad Media.
La iglesia es de estilo románico en la parte baja, luego convertida en transicional en la de arriba donde se aprecian unos arcos puntiagudos. En el coro, construido más tarde, en 1240 hay un ejemplo de arquitectura gótica. Sin embargo, la mayor parte del templo fue destruido durante la segunda guerra mundial. Así que, lo que corona aquel céntrico lugar es en gran parte, una réplica del original.
En los altos muros se aprecian las "grotescas", unas figuras colocadas allí para enseñar a la gente lo que le puede suceder si se va al purgatorio y no al cielo. Varían las expresiones, de miedo, burlescas e incluso demoníacas, aunque entre ellas también se ven a reyes con caras felices, suponiendo que son ellos los que ascenderán al cielo.
Entre aquellos múltiples pasadizos subterráneos que se ocultan en el lugar, hay uno en especial que conecta la iglesia con el cementerio de Highgate y cuya existencia es desconocida para todo aquel que no tuviera relación con la antigua Orden de los Templarios.
Aquel cementerio es sin duda muy especial para los muggles Londinenses, puesto que las tumbas del filósofo Karl Marx, el científico Michael Faraday y la esposa de Charles Dickens, se encuentran entre las demás. En el lado Oeste se hallan las rarezas arquitectónicas y una avenida Egipcia, franqueada por dos obeliscos, demuestra el interés victoriano por los descubrimientos egipcios. También hay mausoleos familiares de estilo gótico y clásico escondidos entre los árboles.
Hacía cinco años que no pisaba aquellas calles, pero sobretodo, hacía veinticinco que no caminaba por aquellos pasadizos. Su familia era de procedencia Italiana, pero una vez, muchos años atrás, había pertenecido a un grupo que se hacían llamar "El Priorato de Sion" y que además, eran los que seguían la cadena de los Templarios, guardando un secreto de más de dos mil años.
Por eso, él estaba destinado a hacer grandes cosas. Lo sabía desde el mismo momento de su nacimiento, lo sabía desde que su padre lo había llevado a recorrer aquella antigua guarida cuando era apenas un niño y le había contado los secretos que las runas que decoraban la piedra rocosa, guardaban.

-Il preferiti está muerto...- susurró al aire agrio y comprimido que se respiraba en aquellas catapultas.- La misión de mi familia está en marcha...ahora queda la mía...- como un lobo en la oscuridad, como un gato en las tinieblas, los ojos rojizos del hombre brillaron como estrellas en la noche, desprendiendo un poder, que muy pocos habían alcanzado a acariciar. Ahora, era fuerte. Ahora, podía llevar a cabo su plan.

Sin añadir nada más, continuó deslizándose como una sombra en la penumbra, hasta llegar a una gran sala circular, cuyas paredes de piedra amenazaban con derrumbarse. El goteo del agua que el río Tamesis salpicaba en un leve tintineo, creaba un silencio sepulcral, tenebroso. La humedad hacía que el suelo rocoso resbalara y el aire quedara bastante reducido a un vapor molesto y agonizante. Pero nada de eso podía importar a las personas que se hallaban allí.
Cuando la figura dio un paso al frente y su rostro se iluminó por la luz solar que dejaba atravesar las grietas de las paredes, el otro hombre que se encontraba reposando en una vieja silla de madera rota y vieja, se puso en pie de repente y se arrodilló con cierto temor.
El muchacho que acababa de llegar, que no superaría los treinta años, alzó las cejas y caminó hasta la figura arrodillada, dándole la mano y ayudándola a ponerse en pie, bajo la sorpresa de ésta.

-No quiero esclavos ni sirvientes, viejo amigo. Si te he llamado no ha sido para eso...

-Pero...he estado al tanto de las grandes hazañas que has logrado...- replicó el hombre, que vestía una túnica negra ajada y su larga cabellera rubia, que una vez había estado limpia y hermosa, ahora portaba enredada y enmarañada.- Si quisieras...podrías ser el nuevo Señor Oscuro...- el otro hombre sonrió perspicazmente y le colocó una mano en el hombro.

-Nada más lejos de mi intención, Lucius. Mírate...- murmuró observando de arriba abajo el aspecto tan imperfecto y desaliñado que mostraba el antiguo mortífago.- Tu familia fue una de las más prestigiosas del país y ahora estás en la ruina...- Malfoy tuvo que morderse la lengua de vergüenza y aunque deseaba replicar y defender su intachable apellido, tenía demasiado miedo de hacerlo y no encontraba argumentos que le ayudaran.- No obstante, te preguntarás porqué te he mandado llamar. Por supuesto, ofenderte no era mi intención y no habría puesto al descubierto un lugar tan antiquísimo y sagrado como este si no supiera que es importante lo que tengo que proponerte...- el hombre, cuyas ropas sí se veían caras y ricas, ondeó su capa negra y se paseó de un lado a otro observando con una expresión que se asemejaba a la melancolía, las runas que dibujaron sus ancestros.- Sólo deseaba abrirte los ojos...sé que todavía quedan muchos mortífagos ocultos que una vez estuvieron a las órdenes de nuestro Señor y también sé que han caído en desgracia. Ya no les han servido sus viejas mentiras ni tampoco su honorable posición, nada salió ileso de la oleada que infundó Harry Potter hace cinco años...- al escuchar aquel nombre, las cuerdas vocales de Malfoy se resecaron y un odio imperceptible, como veneno, le recorrió la sangre. Había odiado aquel nombre durante todo ese tiempo.- Y te he mandado llamar porque también conozco tus continuos contactos con nuestros viejos amigos...y quiero proponerte algo...

-¿De qué se trata?- preguntó Malfoy interesado profundamente en las palabras que formulaba su acompañante. Cuando la figura emergió de entre las sombras y la luz que producían las antorchas que colgaban de las pareces, tintineó, la capucha que enterraba el rostro de Ian Lewis cayó hacia atrás, mostrando un rostro casi demoníaco. La magia que tenía por ser un mago metamórfico no ocultaba su temible aspecto, muy variado desde la última ocasión en la que se le había visto. Sus ojos estaban inyectados en sangre y sus pupilas parecían haberse agrandando, dándole un semblante de psicópata. Su piel era tan blanca como la cera y se había marchitado con el paso del tiempo, pese a su juventud. Las manos se habían convertido en garras, las mandíbulas en colmillos y el pelo largo y castaño le llegaba a la altura de la cintura.
Peso a todo aquel cambio radical, el que una vez fuera aprendiz y vasallo de Lord Voldemort se veía mejor que nunca. Fuerte, poderoso, inteligente y persuasivo. Se notaba que había sacado a flote sus mejores virtudes sin necesidad de perder su porte señorial que le habían inculcado desde niño, su educación, sus costumbres, la rutina de una familia de sangre limpia.
Ahora era un hombre y no un simple chico y sin lugar a dudas había superado a su maestro, pero cuando Malfoy clavó sus ojos grises en los de él, sintió como si quedara prendido por ese magnetismo tan poderoso que irradiaban sus párpados y supo entonces, que donde quisiera que hubiese estado el mortífago en los cinco últimos años, aquel lugar se debía asemejar mucho al infierno, porque ni Satanás mismo podía compararse con él.

-Venganza...- un suspiro fue lo que salió de las cuerdas vocales de aquel nuevo Ian y que llegó a los oídos de Malfoy como música celestial.- Diles que les estoy ofreciendo la oportunidad de volver a tener lo que antaño fueron, la oportunidad de crear un mundo sin muggles, sin impuros, sin estorbos de ministerio...un mundo dominado por nosotros...- el hombre extrajo de su lujosa túnica la varita mágica y con un grácil movimiento, hizo aparecer un papel algo viejo.- Sin ataduras, sin condiciones, sin torturas ni castigos...sólo un gran equipo...con un mismo objetivo...- le tendió el trozo de papel y Malfoy no tardó en examinarlo. Sus ojos se abrieron en exceso al observar lo que tenía en sus manos.- Alguien nos robó lo que era nuestro por derecho...es hora de devolverle con la misma moneda...y supongo que ya te haces una idea de cómo...

-Pero...- a Lucius Malfoy le costaba creer lo que sus ojos no podían parar de observar.- Es imposible...es...

-Sabía que te sorprendería. Muy pocos llegaron a comprobar su grandeza...y ahora...será nuestra...- siseó Ian colocándose de nuevo la capucha por encima.- Dime, ¿puedo contar contigo?- Malfoy levantó la cabeza y una sonrisa perversa cruzó sus labios.

-No lo dudes.

Los primeros vestigios del atardecer se asomaban por el horizonte. Hacía un día caluroso de verano, donde las altas temperaturas habían adormecido las ganas de pasar unas buenas vacaciones, haciendo deporte, montañismo o cualquiera de las actividad que durante el resto del año, les eran privadas a los que trabajaban.
Un hombre estaba tumbado a la sombra de un árbol , mientras observaba de reojo como sus dos hijos y su mujer disfrutaban de un baño en la piscina del jardín.
Normalmente, aquella imagen le habría sacado alguna que otra sonrisa. No eran muchas las ocasiones en las que Christine se reía a carcajadas mientras elevaba a un Alan en brazos y lo lanzaba contra el agua, cerca de donde estaba su hermano. Pero la imagen que tenía frente suyo y que, curiosamente, aparecía en portada del diario "El Profeta", bien valía la pena su atención.
Se habría preguntado porqué la muerte de un cardenal muggle salía en un periódico de brujos y en portada, de no ser por la fotografía que tenía enfrente de sus ojos. El hombre, que rondaría los sesenta años, tenía una expresión de terror en el rostro y los ojos bien abiertos. No tenía ninguna muestra física de haber padecido y de hecho, no se había hallado nada que justificara su muerte, quitando el hecho de que su corazón no latía. Nada. Ni un paro cardiaco, ni uno respiratorio...si los médicos no hubiesen determinado que el pulso del hombre hacía veinticuatro horas que se había extinguido, habrían jurado que el cardenal era un gran bromista y que estaba imitando a los mismos que se ponían en el centro de las ciudades, totalmente estáticos y pintados de blanco.
No, Lupin sabía perfectamente que aquella expresión que mostraba el cardenal Guidera de Barcelona, era la marca de la maldición Avada Kedavra y que había sido causada por un mago, por muy desconcertante que eso fuera.

-Il Preferiti- murmuró, todavía con los ojos puestos en la sotana del que iba a ser el futuro Papa.- No lo entiendo...

-Remus...- Lupin alzó la cabeza a la persona que le hacía sombra. Christine llevaba puesto un bikini de color azul marino que le quedaba bastante bien y acaba de alcanzar dos toallas para sus hijos.- ¿Qué ocurre?- quiso saber al ver la expresión que surcaba el rostro de su esposo. El hombre estaba muy pálido y por toda respuesta, le tendió El Profeta. Harry, instintivamente, se asomó a leer lo que decía la portada, junto con su madre, mientras Alan ignoraba todo lo que sucedía a su alrededor, concentrándose en dejar bien seco su cabello azabache.

-¿Han matado a un Cardenal?- Harry alzó las cejas, dejando de mirar por encima del hombro de Christine y sentándose al lado de su padre.- ¿Por qué alguien iba a hacer algo así?

-Ése,- señaló Lupin.- no es un Cardenal normal, Harry. Es Il Preferiti.

-¿El qué?

-No tienes porqué saberlo y menos si no vives como un muggle.-aceptó Lupin mientras se acomodaba un poco en el tronco del árbol, deteniéndose a pensar como iba a explicar lo que tenía en mente.- Cuando un Papa muere, como ha ocurrido hace muy poco, se celebra un cónclave para elegir a uno nuevo. La ceremonia tiene lugar en la ciudad del Vaticano- continuó explicando el hombre mientras removía los pulgares nerviosamente.- y de todos los cardenales que están allí y que realizan la votación, hay cuatro que se les llama "Los Preferiti" y que se sabe de antemano que serán los que mayor probabilidad tengan de ganar. Pero, igualmente, de esos cuatro cardenales hay uno en especial que siempre se cree que será el seleccionado y a lo largo de los años, así ha sido.

-¿Quieres decir que ese Cardenal que han matado era "Il Preferiti?- inquirió Harry bastante sorprendido.- Bueno, pero sigo sin entender porqué ha salido en el Profeta...seguro que habrá sido algún fanático muggle religioso que...

-Pensaríamos eso, Harry- interrumpió Christine mostrándole de nuevo la plana del Profeta.- si no supiésemos reconocer la marca de la maldición Avada kedavra.- en el momento en que lo dijo el corazón del muchacho dio un vuelco. Ahora comprendía la cara de preocupación que mostraba el rostro de su padre. La maldición imperdonable no se había vuelto a utilizar desde los tiempos de Lord Voldemort y por eso había salido en primera plana de los periódicos. ¿Quién podría estar cometiendo un crimen así jugándosela delante de los aurores del ministerio sin importarle las consecuencias?

-Los muggles están muy alterados.- añadió Lupin pasándose una mano por la cara y observando la expresión de tranquilidad que tenía el rostro de su hijo pequeño, que estaba montando un castillo con unos cubos de plástico. Era bastante obvio, Alan era un niño pequeño y no sabía lo que era la maldición Avada Kedavra, pero Harry sí. De esa manera, habían muerto sus padres.- Un figura tan popular da que hablar y más ese hombre.

-¿Qué tenía de especial?- inquirió el muchacho poniéndose en pie y intercambiando miradas con Christine. Sabía muy bien lo que su madre estaría pensando y por eso tenía esa expresión de dureza en el rostro. Harry se había prometido a sí mismo que no volvería a dejar que alguien estropeara la armonía que tanto esfuerzo le había costado a él y a los suyos y ahora un nuevo individuo, un insensato en su opinión, había vuelto a sembrar la marca de Lord Voldemort, utilizando sus mismos métodos. Y él deseaba detenerlo. Pero sabía que Christine le había prohibido rotundamente pelear más allá de sus capacidades como mago y en consecuencia, como auror, que era la carrera que estaba realizando. Utilizar su poder arcángel podía traerle graves problemas de salud y eso era algo que ella no estaba dispuesta a tolerar.

-Era una buen Cardenal.- aseguró Lupin.- Traía ideas avanzadas, estaba dispuesto a escuchar a la juventud, a aceptar innovaciones en las que la iglesia jamás había estado conforme. Iba a ser un buen Papa y sobretodo y más extraño...

-¿El qué?- preguntaron Christine y Harry al mismo tiempo. El rostro de Lupin se tensó durante unos segundos.

-Había aprobado escuchar al Priorato de Sion y desvincularse con el Opus Dei...por eso era tan popular.- Harry lanzó un suspiro. No sabía mucho acerca de las costumbres de la iglesia pero sí sabía lo que era el Opus Dei y el Priorato de Sion. Lo había estudiado cuando era pequeño en algún trabajo para el colegio y también en Estudios Muggles. Y la razón era muy sencilla. El Priorato de Sion era una organización secreta que descendía de los caballeros Templarios y los Templarios habían tenido mucha influencia en la ciudad de Londres. Había multitud de secuelas de su estadía en ella y su desarrollo a lo largo de los siglos. Sabía además, que los Templarios habían sido famosos por guardar un secreto antiquísimo, un secreto que involucraba al Santo Grial y que podía destruir la iglesia si era extraído a la luz. Por eso, el hecho de que un cardenal tuviera la decencia de escucharlos, era un gran paso a lo largo de la Historia de la humanidad.

-¿Pero por qué un mago querría matar a un cardenal?- Christine se rascó la barbilla pensativa, mientras centraba la mirada en su hijo pequeño, que continuaba entretenido, jugando. El silencio sólo duró los suficientes instantes para que los tres comprendieran la razón.

-No querría a no ser que...

-¡Fuera del Priorato de Sion!- exclamaron a la vez Harry y Lupin. Su compenetración era tan grande que Christine no pudo más que sonreír.

-Exactamente.- aprobó Lupin asintiendo con la cabeza.- Seguramente será algún miembro cuya familia haya guardado el secreto a lo largo de los años y que sea partícipe de sacarlo a la luz. Una alianza con el bando enemigo, es decir, la iglesia, no le convendría en absoluto.- Y aquella posibilidad era sin duda la acertada. Para cuando la familia Lupin descubriera al verdadero causante de ese asesinato y su objetivo final, recordarían aquella conversación el resto de su vida.
-Harry.- Alan tiraba de la manga de su hermano mayor, tratando de que éste le hiciera caso.- Equum ab acopae mecum(¿Me montas en la escoba?)

-Ummm...- Harry fingió estar pensándoselo mucho mientras notaba como Christine sonreía detrás suyo.- De acuerdo pero sólo si me ganas una carrera hasta mi habitación...

-¡Eso está hecho!- gritó Alan emocionado y salió corriendo detrás de su hermano. Pero en cuanto vio que sus piernas eran mucho más cortas y que estaba en clara desventaja, levantó los brazos al cielo, con una mirada pícara y desapareció en un resplandor de luz blanquecina.

-¡Alan!- gritaron Christine y Lupin poniéndose de pie al mismo tiempo. Le habían repetido a su hijo menor que aquello estaba prohibido y que desgastaba una energía considerable que podía ponerlo enfermo. Muy poco conocían sus padres lo mucho que el niño llegaba a controlar sus poderes. Desde que era muy pequeño, le habían explicado qué era un arcángel y lo que eso significaba, saltando claramente el tema del protegido y el niño siempre lo había entendido muy bien. De hecho, parecía saber que estaba destinado a algo. Pero aunque Alan no era un niño desobediente, en ocasiones ignoraba aquellas advertencias y acababa saliéndose con la suya.

-¿Dónde ha ido?- preguntó Harry desconcertado, pero no tardó en averiguarlo. La ventana de su cuarto se abrió de golpe y el niño sacó medio cuerpo saludando enérgicamente y gritando: "Te he ganado, Harry. Tienes que montar conmigo". Harry sonrió y sin darse cuenta, también él comenzó a concentrar energía para materializarse en la habitación. Había muy pocas ocasiones en las que Alan se riera de aquella forma, de hecho, era un niño bastante maduro y serio y no solía mostrar esos arranques de niñez. Pero antes de que pudiera desaparecer, notó una corriente de aire detrás suyo y como un cuerpo lo atrapaba entre sus brazos y lo aferraba con fuerza, impidiéndole desvanecerse.

-Detente...- susurró la voz preocupada de Christine. Harry reposó entre sus brazos. Se sentía muy bien así. Aunque Christine había cambiado mucho y era una buena madre no tenía mucha tendencia a demostrar lo que sentía y no solía abrazarle a menudo. Así que, en las contadas ocasiones en las que mostraba su preocupación y cariño, Harry se sentía realmente su hijo.- Podrías...ya sabes que es peligroso...

-Algún día no podrás impedirlo.- respondió Harry de mal talante y se deshizo del abrazo, clavando sus ojos verdes en los azules de su madre.- Tarde o temprano pasará...da igual que sea con este nuevo asesino o con otro...no puedes impedirme que tire mano de mis poderes...son parte de mí...- Christine se tapó los ojos con una mano, frotándoselos cansadamente. Se sentía impotente frente a una situación así y la entendía, aunque no la compartiera. Hacía mucho que había dejado de tener control sobre Harry y él ya era mayor para tomar sus propias decisiones.

-Estás enfermo.- respondió, tratando de que su voz sonara dura y autoritaria y fracasando en el intento.- Puedes vivir como un mago, ¿por qué arriesgarse a hacerlo como un arcángel?

-Porque es mi responsabilidad. Y tú lo sabes.- Sí, Christine lo sabía, pero durante los cinco años que no se había necesitado ese poder de mayor calibre, había vivido en la tranquilidad. Harry había sobrevivido a tan catastrófico desenlace, pero las secuelas no podían ser borradas del mapa.

-No vayas a por ese asesino.- susurró Christine. Más que una orden, era una súplica. Su voz se había quebrado por momentos.- El Ministerio de Magia se encargará...todavía no eres un auror y no es algo que te incumba...tu deber también es proteger a tu familia...a Ginny...aleja los problemas de ti, Harry.

-Yo también te quiero, mamá.- murmuró el muchacho mientras bajaba la mirada hacia el césped del jardín.- Y también estaría preocupado por ti si supiera que te encuentras en mi situación...pero este día tenía que llegar...no puedo dejar que mi parte arcángel se quede olvidada dentro de mí...por muy peligroso que eso sea...- Harry se dio la vuelta para dirigirse caminando hacia su habitación, pero Christine le tomó de un brazo.

-No quiero perderte...

-No lo harás, mamá. Te lo prometo.- aseguró Harry sonriendo ampliamente.

-Sabes que no debes llamarme así cuando Alan no esté delant...

-Lo sé.- asintió el muchacho.- Pero eres como una madre para mí y sé que a la mía no le importaría...puedo sentirlo. Además, me hace sentirme mucho más parte de esta familia.

-Eres parte de esta familia, hijo mío.- Christine le pasó una mano por la cara y Harry se estremeció ante ese contacto.- Anda, ve a jugar con tu hermano...- en ese momento, una columna de luz apareció a su lado y un niño de unos seis años, con el pelo alborotado, apareció tras ella, con el ceño fruncido.

-Harry, me lo has prometido...he ganado la carrera...

-Ya voy, Alan, ya voy.- sonrió su hermano mayor y tras lanzar un gesto de seguridad a su madre, se dejó arrastrar por el niño, que tiraba de él con mucha energía, puesto que no estaba dispuesto a que le privaran de su viaje en la escoba. Christine los vio alejarse y sintió una presión en el pecho. Si no fuera porque la terrible verdad se escondía entre las paredes de esa casa, habría jurado que, verdaderamente, Alan y Harry eran hermanos de sangre. Sintió una mano en su hombro y se dio la vuelta sobresaltada, topándose con el rostro tranquilo de su marido.

-Parece muy feliz, ¿verdad? Alan, digo.

-Lo parece.- aprobó Christine con un suspiro.- A veces me da la sensación que esta mentira es la verdadera realidad y que todo lo demás nunca...

.-Chris,- la voz de Lupin había adoptado un tono serio.- No es una mentira. Esto existe, somos una familia y eso es algo que no va a cambiar. Por muchas verdades que salgan a la luz.

-A veces creo que lo sabe todo. Que cuando me mira puede leerlo en mis ojos.- confesó Christine abrazándose al cuerpo de su esposo.- Que cuando escucha a Harry busca la verdad...tengo miedo de que...

-No sabe nada.- aseguró Lupin.- Pero Alan es especial...eso ya lo sabíamos...sé que el título de padrino es, desgraciadamente, a lo único que tengo derecho sobre él. Pero sabes que es como si fuera mi hijo. Y lo mismo con Harry.

-Lo sé, Remus. Es sólo que...

-Ese presentimiento. Lo sé.- Lupin la abrazó con fuerza y luego buscó con sus labios los de ella. Christine, como siempre ocurría, se rindió ante aquel contacto y resbaló por los brazos de su marido, hasta dejar que él la sujetara y la tomara en brazos.- ¿Qué tal si trato de hacer que lo olvides?

-Te mataría si no lo hicieras.- sonrió la mujer.

-¿En serio?- bromeó Lupin con un brillo intenso en los ojos.

-Sí. Pero aún no te he dicho cómo.

-Estoy deseando comprobarlo.- Christine se abrazó más fuerte a él y dejó que una columna de luz los engullera a ambos, reapareciendo después en su mullida cama y asegurándose de que la habitación quedara totalmente insonorizada. Esperaban que Harry tuviera a Alan surcando los cielos durante mucho tiempo, porque estaban cargados de energía. Y nunca, mejor dicho.

N/A: Olasssss gente! He vuelto! Madre mía, os juro que nunca pensé que diría esto. Creía, tonta de mí, que iba a poder estar sin escribir un par de meses mínimo, y ya veis que no, que me es imposible. Al final, entre tanta pesada (sí, Peke, Crisy, daros por aludidas) y entre tanto review maravilloso que me dejasteis al final de la 2º guerra, pues aquí estoy con la continuación que me pedisteis. Bien, este ha sido el primer capítulo y espero que os haya gustado, aunque aún quedan muchas cosas por explicar. Os cuento un poquillo como va a ser el fict. A ver, notaréis que quizás es bastante distinto que el otro, pero es que es una dinámica un poco más complicada y también una tónica distinta. Antes podía apoyarme bastante en las teorías sobre el sexto libro y en lo que Rowling fue dejando colgado, pero ahora ya no.
Bien, han pasado 5 años desde la derrota de Lord Voldemort, Harry va a cursar junto con Ron su último año en la academia de aurores, pero digamos que volveremos a pisar Hogwarts. Hermione estudia en otro lugar diferente, pero como viven unos cerca de los otros, se van a ver mucho. Como veréis, he puesto un Ron/Hermione de pareja, puesto que muchos me pedíais en el anterior fict que los juntara, así que bueno, lo he dejado para esta segunda parte. Vale, más cosas, Alan va a dar muchos problemas, más de los que pretendía yo al traerlo de vuelta y ya sabéis que eso implica que Ian vaya a abrirle algunas puertas, convirtiéndose en el nuevo señor tenebroso. Bien, nada más, el resto lo tendréis que ir viendo poco a poco, sólo espero que os siga gustando mi fict y que me dejéis muchos, muchos reviews para decirme que os va pareciendo ok?
Un besazo para mis dos niñas y para Emy, chicas, os dedico esta continuación por haberme animado tanto a ello. Y nada, más, nos vemos en el próximo capi!(cuanto me apetecía decirlo de nuevo).