ACLARACIÓN: este fic es la continuación de "Sentir", por lo que es necesario leer éste para comprenderlo mejor.
"(…) te amo como se aman ciertas cosas oscuras, secretamente, entre la sombra y el alma (…)".
Otro Encuentro
— Buenas noches, señor.
"Señor", porque ya no era su profesor, porque "señor" se le hacía más indiferente.
Cuánto le costó pronunciar esas tres palabras, nunca lo sabría. Simplemente lo dijo, y él permaneció observándola con el entrecejo fruncido y la palabra atorada en la garganta.
O eso le pareció.
¿Era cierto que Granger estaba ahí? ¿Era ella?
Estaba tan distinta con las mejillas hundidas, los ojos vacíos, quizá más delgada o un poco más alta. Más mujer. Pero si sólo había pasado un año...
Sólo un año.
¿Tan poco? Él podría haber jurado que desde la última vez que la vio transcurrieron fácilmente cien años. Acaso una eternidad. ¿Cuánto habría cambiado él mismo? ¿Quedaría en ella rastro alguno de lo que un día estuvo tan segura de sentir?
Rogó porque así fuera.
De pronto fue consciente de que su silencio estaba siendo extraño, por lo que decidió hablar, aunque no tuviera la más remota idea de qué decir:
— ¿Granger? — preguntó con un tono mucho menos sorprendido de lo que realmente estaba—. ¿Qué hace aquí?
Ella bajó la vista sólo un segundo para observar lo que traía en sus manos, el hombre la imitó y entendió todo: la chica no estaba ahí por cualquier casualidad de la vida, ni por algún arrebato de esos que le daban a veces. No, estaba ahí para devolverle el libro que hace tanto tiempo le había prestado. Tanto que hasta él lo olvidó. Y era más que obvio que su sentido de la responsabilidad fue el que la motivó a ir hasta allí… ¿qué más sería si no?
— Vine a devolverle esto— contestó Hermione ofreciéndole el libro sin mirarlo a los ojos—. Disculpe me torpeza… pero lo había olvidado.
Snape lo tomó rápidamente evitando cualquier tipo de contacto físico. Lo abrió con pulso nervioso y pasó las páginas sólo por hacer algo, luego lo cerró con una mano y alzó los ojos: ella seguía sin mirarlo, rebuscando quizá qué cosa dentro de su cartera.
— No me sorprende— dijo sin saber muy bien por qué, sólo sabía que necesitaba que aflorara algo de su personalidad normal.
Hermione detuvo su tarea para observarlo. Frunció el ceño levemente y soltó aire por la nariz a modo de muda carcajada. Pensó en devolverle la ironía, en decirle cualquier cosa que lo pudiera herir de vuelta… pero no había qué. Era imposible hacer que ese hombre se sintiera mal. Así que optó por lo sano: despedirse para siempre y largarse cuanto antes.
— He tenido mucho trabajo— objetó sin mayor gravedad, se acomodó la chaqueta y añadió: —. Gracias de todas formas, me sirvió mucho. Buenas noches— No esperó respuesta y emprendió el regreso, caminando resueltamente, haciendo sonar sus tacones.
No sentía el menor deseo de deshacerse en agradecimientos ni intentar iniciar ninguna clase de conversación, sabía que no serviría de nada, y no podía seguir en su presencia ni un segundo más.
Severus permaneció inmóvil bajo el dintel de la puerta viendo cómo Granger se alejaba quizá para siempre.
¿De verdad eso había sido todo? ¿Y por qué seguía caminando? ¿Es que acaso no se aparecería cerca de dondequiera que viviese?
Apretó con fuerza el libro y lo dejó lo más rápido que pudo en una mesa cercana, se puso la capa negra y salió de su casa cerrando la puerta tras él.
— ¡Granger! — claro, ahora él era el impulsivo.
Hermione, en un principio, no pudo ni quiso creer que él la estaba llamando, seguramente era su imaginación. Tenía que ser su imaginación. Pero no. Snape de verdad estaba gritándole a la distancia. Se detuvo y volteó con lentitud, y lo que vio la sorprendió de sobremanera: Snape caminaba raudo hacia ella con el gesto duro de siempre. No dijo nada, sólo esperó a que él se acercara mientras su cerebro trabajaba a toda velocidad para poder comprender qué estaba sucediendo.
— ¿Piensa ir caminando?— inquirió el hombre en tono sarcástico, alzando una ceja. Hermione miró en todas direcciones, como buscando una explicación a esa pregunta.
— Sí— respondió, acomodándose la cartera al hombro—. De la misma manera que llegué.
— ¿Olvida que aún quedan mortífagos por ahí?
"¿Como usted?", quiso preguntar, pero se lo tragó. Sería un golpe demasiado bajo, incluso para Snape. Ella no era tan cruel.
— Por supuesto que no— Hermione esta vez lo miró a los ojos sin pestañear siquiera—. Pero dudo que un par de mortífagos sea un gran problema— El desafío estaba ahí, flotando en el aire para que él, si se le antojaba, lo tomara.
En el rostro de Severus se dibujó la mueca más petulante que se sabía. Se alegró al percatarse que, después de todo, Granger seguía siendo la misma insolente de siempre.
— Yo no estaría tan seguro.
— Y aunque así fuera, da igual. Sería problema mío, ¿no? — continuó ella como si no fuera la gran cosa. Snape entrecerró los ojos ante tal declaración. Sin embargo, sí tenía mucha razón. ¿Qué demonios le importaba a él? Lanzó un suspiro corto y miró por sobre la cabeza de ella hacia el final del pasaje.
— Aunque no quiera creerlo, Granger, también es mi problema— dijo con voz cansada, fingiendo toda la impaciencia que podía. La verdad es que se regocijaba con las caras interrogantes de la "sabelotodo"—. ¿Sabe en el lío que me metería yo, siendo un ex mortífago, si algo le llegara a pasar a una funcionaria del ministerio tan cerca de donde vivo? — Hermione abrió la boca para responder, pero no pudo. Era un buen punto—. No, claro que no lo sabe.
— Si fuera tan peligroso como dice, no me hubiera abierto la puerta así como si nada, señor. ¿O me equivoco? — devolvió la pregunta como si estuvieran lanzándose un balón, como si fuera un juego para los dos.
— La idea es que los enemigos no noten las defensas, señorita Granger. Eso lo vuelve a uno más… vulnerable— replicó Snape con la voz baja y grave. La conversación se estaba alargando más de lo que había previsto, y no sabía ni por qué lo hacía. Claro que su argumento era más que válido, pero los peligros de ataques por parte de mortífagos eran casi inexistentes en esos tiempos.
Hermione no quiso contestar, no porque se hubiera quedado sin respuestas, era sólo para terminar de una vez con el que debía ser su último encuentro. Volvió a acomodarse la cartera y dio media vuelta.
— Si quiere acompañarme, está bien.
Snape se irguió en todo su porte observando cómo la impertinente de su ex alumna retomaba su andar dejándolo ahí, sin siquiera tomarse la molestia de esperarlo.
"Como siempre, una atrevida".
Comenzó a caminar hasta quedar a su lado, y por unos largos minutos lo único que pudieron oír era el sonido de sus propios pasos y el maloliente riachuelo que corría a un lado del camino. Ambos con la vista fija al frente, sin hablar ni mirarse. Simplemente andando lado a lado. Ya no como profesor y alumna, cuando él caminaba a paso veloz frente a ella, acentuando así su autoridad; iban como iguales, sólo como un hombre y una mujer, tal vez disfrutando secretamente de su silenciosa compañía.
Hermione no era capaz de creer lo que sucedía. ¿Snape caminando a su lado por cuenta propia? Sin contar el hecho de que no quisiera tener problemas si a ella le pasaba algo, lo estaba haciendo.
¿Y cómo se sentía ella? No lo sabía. Volver a sentir su aroma era algo que no estaba dentro de sus planes. Después de tanto tiempo había olvidado cómo era tenerlo cerca, reprimir las ganas y los sentimientos. Después de tanto tiempo pudo confirmar sus más terribles sospechas: aún seguía enamorada de él, y si ni el tiempo era necesario para olvidarlo, estaba segura que nada lo sería.
Suspiró profundamente sin dejar de caminar, resignada a la verdad.
Snape tenía deseos de decirle que continuara el camino sola porque no podía seguir a su lado sin aguantarse las ganas de besarla. Aquello era totalmente irracional, él no era así. Pero es que no quería dejarla ir, no esta vez. ¿Y qué sacaría? Seguro que ella ya no sentía absolutamente nada por él, por un viejo, un ex mortífago y profesor. Entonces lo mejor era seguir con ella lo que quedaba de recorrido. Siguió caminando, resignado a la verdad.
— ¿Cómo supo que trabajo en el ministerio? — preguntó Hermione por el mero hecho de trabar conversación… y por los nervios.
— Nada es un secreto en Hogwarts— contestó él automáticamente. Sabía que Granger era de las que no podía mantener la boca cerrada. Ella sonrió con nostalgia.
— Claro.
Siguieron en silencio, sintiendo que sus piernas avanzaban por cuenta propia. Las desvencijadas casas fueron quedando atrás a medida que se iban acercando a la estación de metro. La noche se hacía cada vez más fría y corría un viento más fresco. No había ni un alma en la calle, ni una luz más que la proveniente de los faroles.
— ¿Por qué no se apareció? — Esta vez fue Snape quien hizo la pregunta, dejando a Hermione un tanto apabullada.
— Prefiero la movilización muggle— fue su escueta respuesta. Severus asintió con la cabeza, recordando que Granger era hija de muggles, y que éstos no le resultaban desagradables como a él.
Aquellos cortos diálogos les parecieron tan naturales como si no hubieran estado un año sin verse. Hermione quería hacer cientos de preguntas, cómo estaban los demás profesores, si las cosas habían cambiado mucho, qué chicos eran los nuevos revoltosos… cómo estaba él. Pero nada de eso salió de sus labios, le era imposible hacerlo.
Severus también quería preguntarle cosas, pero evidentemente jamás lo haría, indagar en la vida de otros no era su estilo. Sólo podía sacar conclusiones de lo que era público, como que Potter logró ingresar al departamento de Aurores, Granger trabajaba en el ministerio, y Weasley… no sabía de él ni le importaba… en ese instante sólo quería saber qué era de la vida de la mujer que iba a su lado. Pero no preguntaría nada en absoluto.
Llegaron a la estación más pronto de lo que esperaban, se detuvieron un momento mirando al frente, esperando que el otro dijera algo… cualquier cosa.
— Bien… adiós—dijo Hermione, buscando dinero dentro de su cartera para no tener que mirarlo. Esa despedida le estaba costando más de lo que hubiera querido—. Gracias por acompañarme— añadió ante el silencio del hombre, y el movimiento involuntario de sus ojos la llevó a los de él, como muchas veces le había pasado durante su último año en Hogwarts.
Se sorprendió muchísimo al percatarse de que Snape la estaba observando con tal intensidad que su corazón comenzó a bombear con una fuerza que había olvidado que tenía, al tiempo que su estómago se retorcía incómodamente. Era la misma sensación de antes, el mismo nerviosismo.
Él no quería decirle un simple "adiós", era demasiado frío, demasiado vacío. Quería algo que augurara un encuentro en el futuro… pero ¿qué le diría? "Hasta pronto" no podía ser, ya que no sabía si la volvería a ver alguna vez; "Nos vemos"… era lo mismo.
No había nada que pudiera hacer.
— Buenas noches— fue lo único que se le ocurrió. Le hubiera gustado decir algo más. Sin embargo, ella ya bajaba los escalones de la estación subterránea. ¿Debía ir también para "asegurarse que no le pasara nada"?
No. Ya se había ido… y nunca miró atrás.
Severus volvió a su casa caminando lentamente, repasando cada palabra de Granger, cada gesto. No hubo indicio alguno de que sintiera… algo más. Tal vez de verdad la había perdido para siempre.
Pero no sabía que se sentiría así, que le dolería hasta el alma.
Los días siguientes no fueron más fáciles para Hermione. A pesar de tener su agenda más que ocupada, había cierta persona que se negaba a salir de su cabeza. Tampoco era que le impidiera cumplir con su trabajo como correspondía, sólo que era como un gran peso con el que cargar a diario. Una presión en el pecho que prácticamente le impedía respirar.
Y no se alegró más cuando llegó el fin de semana, ya que sabía que tendría tiempo de sobra para lamentarse por su maldita suerte.
Era sábado por la mañana, más temprano de lo que una veinteañera cualquiera estaría despierta, Hermione se encontraba en el salón de su apartamento viendo una película, costumbre muggle que Ron nunca supo apreciar. Ver la televisión era la mejor distracción cuando no quería detenerse a pensar. Era un escape a la realidad que, aunque no servía para absolutamente nada, la ayudaba, además de hacerle compañía en aquellos solitarios días.
Sin embargo, su terapia de distracción no estaba funcionando. Quizá una película de amor no era la mejor manera de alejar su mente de pensamientos indeseables. Ver cómo un hombre hacía hasta lo imposible por el amor de una mujer era… irreal. "Bueno… quizá Ron sí lo haría". Por un breve instante se sintió realmente triste por haber terminado con él. ¿Habría sido otro de sus estúpidos errores?
"No… ya basta". Apagó la televisión y se puso de pie, dispuesta a hacer cualquier cosa por dejar de pensar por un minuto. Justo en ese momento una lechuza pequeñísima se posó sobre el alféizar de una ventana abierta. La chica la observó unos segundos hasta reconocerla: Pigwidgeon. Seguro otra invitación de Ron para comer con ellos en La Madriguera. A veces le daba la sensación de que los Weasley le tenían lástima por lo sola que estaba.
Daba igual… iría como siempre.
Septiembre llegó sin pena ni gloria. Hermione continuaba trabajando en su caso de los derechos de los elfos domésticos, que le estaba trayendo más complicaciones de las esperadas, dado que no había datos suficientes para defender su teoría de que eran criaturas de fiar y que no era necesario tenerlos de esclavos. Toda la escasa historia de la relación magos-elfos era igual: magos sometiendo a los elfos para que trabajasen para ellos. Sin un trato justo ni dignidad. Y todos los elfos con los que había hablado parecían no tener intención alguna de que eso cambiara. No obstante, no se rendiría, haría todo lo que estuviera en sus manos para lograr que esas pobres criaturas pudieran vivir como todo ser vivo merecía. Pensaba constantemente en Dobby, y en que si estuviera vivo la hubiera ayudado.
Snape, por su parte, había vuelto a Hogwarts luego de un verano tedioso y aburrido. Sacarse a Granger de la cabeza era una tarea difícil, pero a veces lo lograba.
Y el año escolar empezó igual que todos los otros. Sin embargo, esa vez no estaba seguro si podría soportarlo. A decir verdad, se estaba aburriendo de ser profesor. Tantos niños incompetentes lo ponían de muy malhumor.
También había un problema más: la nueva profesora de Transformaciones, una mujer algo más joven que él, y que por algún motivo pensaba que todo lo que él decía era de lo más gracioso. ¿Qué rayos le pasaba? Ni siquiera recordaba el nombre de ella, tampoco le importaba. Sólo sabía que le molestaba en demasía su comportamiento tan cercano con todo el mundo. Dudaba que pudiera aguantar las ganas de mandarla al diablo durante todo el año, y eso que sólo habían pasado dos semanas.
— Pase— dijo Hermione con voz cansada. Y la verdad lo estaba… mucho. Habían sido días interminables de investigación, reuniones y apelaciones del caso, y aun así, no avanzaba lo más mínimo. Seguía en el mismo punto en que había comenzado.
— Hermione, tengo que hablar contigo— era Bennett, el muchacho que trabajaba con ella y no dejaba de insistir en que salieran. Ella hizo un ademán para que se sentara, él obedeció y se la quedó viendo un momento sin decir nada— ¿Estás bien?
— Sí— respondió llanamente, dejando sobre el escritorio un periódico muy antiguo—. ¿Qué ocurre? — Era raro que alguien osara interrumpirla cuando cerraba la puerta de su oficina.
— Es que… nos están presionando para dar término al caso lo más pronto posible. Nos han dado un plazo máximo de dos meses— El chico se veía muy incómodo ante la mirada dura de Hermione, que ya estaba harta de las estúpidas normas del ministerio.
— ¿Y les dijiste que seguimos con la investigación? ¿O es que acaso piensan que estamos aquí todos los días perdiendo el tiempo? — Cruzó las manos sobre el escritorio y se inclinó hacia adelante. Y es que aunque fuera una de las más jóvenes del Departamento, su aire de autoridad era más que intimidante.
— No es eso— respondió Bennett removiéndose en su asiento— Pero es el plazo que tenemos. No hemos avanzado mucho, y llevamos más de un año en esto.
— Eso ya lo sé, Ben. Me rompo la cabeza día y noche— Él la miró algo contrariado. Hermione suspiró hondamente, se puso de pie y comenzó a pasearse, buscando una solución.
¿Qué podía hacer? Dos meses no eran suficientes, y ya había hablado con todos los elfos domésticos que había podido.
Se detuvo súbitamente frente a una repisa atiborrada de libros. Sólo quedaba un lugar donde no había ido.
— ¿Segura que estás bien? — volvió a preguntar él al verla tan preocupada y desorientada. Era muy raro ver a Hermione Granger sin saber qué hacer, seguramente sufría de mucho estrés.
— ¿Has ido a San Mungo? — inquirió la chica sin prestarle atención ni mirarlo.
— Sí.
— Pues ve de nuevo— Bennett compuso una mueca de disgusto que Hermione no vio—. Se me ocurrió algo— volvió a sentarse detrás de su escritorio con una amplia sonrisa en el rostro—. Iré a Hogwarts— El joven la observó unos segundos casi conteniendo la respiración, y luego arqueó las cejas, comprendiendo todo.
— ¿No quieres que vaya yo? — Hermione le lanzó una mirada severa por toda respuesta.
— No es necesario. Tuve algún contacto con los elfos de Hogwarts cuando estudiaba, así que me será más fácil. Tú ve a San Mungo y vuelve a hablar con ellos y con todo el personal si es necesario. No podemos demorarnos más, Bennett— Él asintió y se puso de pie, sabiendo que cuando a Hermione se le metía una idea en la cabeza era imposible rebatirle.
— ¿Y cuándo planeas ir? Tienes la agenda copada, Hermione.
— Iré el fin de semana. No pierdas más tiempo— concluyó, volviendo a tomar el periódico y una pequeña libreta de notas. Bennett salió de la oficina viendo cómo en el rostro de Hermione se asomaba una leve sonrisa.
Si Snape no podía estar más fastidiado con dar clases ese año, los fines de semana se le antojaban aún peores. Nada que hacer más que corregir pruebas y ensayos y poner malas calificaciones. No había ni un solo mocoso que le hiciera frente, que lo desafiara o que simplemente sobresaliera. Todos parecían haber perdido la personalidad después de la guerra. Era demasiado aburrido.
Un sábado cualquiera por la mañana, se dirigía al Gran Salón a desayunar. Podía no hacerlo y que un elfo doméstico le llevara la comida a su despacho, como lo hacía la mayoría del tiempo. Pero eso también lo aburría. Así que aquella mañana decidió comer allí, sabiendo que se encontraría con la molesta de su colega.
Por suerte los alumnos solían despertar muy tarde esos días, así que apenas se cruzó con unos pocos que lo saludaban tímidamente por los corredores.
Atravesó las grandes puertas de roble dando zancadas y con su capa ondeando tras él. Siempre se preguntaba por qué la mesa de los maestros tenía que estar tan lejos, por qué lo obligaban a cruzar todo el maldito salón.
Tomó asiento, como de costumbre, a la derecha de Minerva, saludando apenas con un imperceptible movimiento de cabeza.
Se estaba sirviendo una taza de café cuando McGonagall le habló:
— Buenos días, Severus. ¿No saludas a nuestra invitada? — Snape levantó la cabeza de mala gana. "¿Invitada?", pero si no había visto a nadie nuevo. Bueno, la verdad es que ya ni se tomaba la molestia de mirarlos. La directora se inclinó hacia atrás para que Severus pudiera ver de quién se trataba.
Hermione estaba sentada por primera vez en su vida en la larga mesa de los profesores. La vista desde ahí era impresionante, jamás había tenido una panorámica tan amplia del Gran Salón. Ahora comprendía por qué los maestros se enteraban de todo, si hasta podía oír las conversaciones de los pocos alumnos que a esa hora tomaban desayuno.
A su lado, una profesora que no conocía le hablaba sin parar, al parecer muy interesada en escuchar su versión de la guerra. Parecía amable y alegre.
La distendida conversación la hizo olvidar que Snape podría aparecer en cualquier momento, aunque no era del todo seguro, ya que él bien podría quedarse en su despacho y no desayunar allí. No sería extraño.
Hasta que de pronto lo vio cruzar las puertas. La impresión que le causó fue tan inmensa que se atragantó con el té, y estuvo a punto de salírsele por la nariz, provocándole un fuerte ataque de tos.
Agatha, la profesora nueva, le daba suaves palmadas en la espalda mientras Hagrid le ofrecía una servilleta. Para la directora McGonagall no pasó inadvertida la reacción de Hermione, y sonrió con picardía.
La chica no podía parar de toser, y Snape estaba cada vez más cerca, pero al parecer no había reparado en su presencia. Tenía que calmarse, ¡y ya!
Cuando le mandó la carta a McGonagall para que le diera permiso un par de fines de semana para su investigación en Hogwarts, se sintió realmente feliz. Sin embargo, en ese momento no podía estar más inquieta, casi histérica.
Al menos logró recobrar la compostura a tiempo.
— Buenos días, Severus. ¿No saludas a nuestra invitada?
"¿Es necesario?", se preguntó Hermione al borde de la desesperación. ¿Acaso tenía cinco años que no podía comportarse?
Vio cómo la directora se hacía para atrás, y luego el rostro de Snape observándola con curiosidad. Lo único que atinó a hacer fue esbozar una sonrisa forzada y quizá un poco estúpida. No podía sentirse más tonta.
— Hola, profesor— saludó, con una naturalidad muy poco creíble. Y es que sintió que su voz sonó tan aguda que hasta los murciélagos podrían haberla escuchado. "Es una suerte que le digan el murciélago de las mazmorras". Ante ese pensamiento tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano por no echarse a reír. "¿Qué rayos me pasa?".
El profesor Snape alzó una ceja, evidentemente extrañado al verla… y vaya que lo estaba. Era quizá la última persona que esperaba ver (o la primera).
— Señorita Granger… qué sorpresa— dijo él pretendiendo fingir asombro. Los demás profesores los miraban alternadamente, esperando por parte de Severus algún comentario por lo menos burlesco… pero nunca lo hizo. Se limitó simplemente a continuar con su desayuno, como si la presencia de su ex alumna no fuera para nada interesante.
— La señorita Granger se quedará este fin de semana— declaró Minerva a nadie en particular— Tiene que hacer una investigación para su trabajo en el ministerio— añadió, esta vez directamente a Snape.
Él no la miró, más concentrado en ponerle azúcar a su café que en lo que la bruja le contaba.
— Fascinante.
Como no había manera alguna de que él iniciara ninguna clase de conversación, Hermione cambió el tema rápidamente preguntándole a Hagrid lo primero que se le vino a la cabeza.
Pronto el desayuno terminó, y todos se pusieron de pie y dejaron el Gran Salón. Snape fue el primero en hacerlo, levantándose apresuradamente y yendo directo hacia su despacho con la excusa de tener demasiado trabajo como para entretenerse en cualquier cosa.
Ciertamente la aparición de Granger en el castillo lo sobresaltó, y no quería que Minerva comenzara con esas preguntas desagradables y fuera de lugar.
Se quedaría el fin de semana. ¿Podría ser posible evitarla durante todo ese tiempo? No tendría que ser muy difícil, el colegio era lo bastante grande como para que no tuvieran que cruzarse nunca.
Así que decidió no acudir al Gran Salón mientras ella estuviera, ni salir de su despacho si no era absolutamente necesario. Sí.
"¿Acaso me tengo que esconder de ella? ¿Escapar?", un enfado inusitado se apoderó de él. ¿Por qué tenía que intentar evitarla? No era un cobarde. Ya bastaba de esa estupidez. Haría su vida normal, y punto.
Hermione estuvo toda la mañana en las cocinas entrevistando a los elfos domésticos que allí trabajaban.
Sorprendentemente, en Hogwarts tenían impuesto un sistema de horarios y turnos para que no trabajaran más horas de las correspondientes, además de un salario fijo, y los elfos estaban más que conformes. Trabajaban por gusto, no por obligación. Era la clase de "libertad" a la que ella se refería. A la libertad de elegir.
Aquello le sería más que útil. Al fin una prueba fehaciente de que los elfos domésticos estaban dispuestos a trabajar si tenían la motivación adecuada, y que no era necesario esclavizarlos cruelmente.
En San Mungo tan sólo tenían horarios para no exigirles demasiado, para que no estuvieran muy cansados y así fueran más eficientes. Seguían siendo esclavos.
Hasta en el mismo Ministerio ocurría algo similar, y ni hablar de todos los casos que se daban en hogares particulares.
¿Es que los magos no tenían sentido de la justicia? ¿Tan cegados estaban con el propio poder que ellos mismos se impusieron?
Ella cambiaría eso. No obstante, las declaraciones de los elfos no eran suficientes. Debía recopilar más datos para hacerles ver a los ancianos testarudos de la audiencia que fueron los mismos magos los que quisieron que los elfos fueran subyugados, y no éstos.
Y, como siempre, estaba segura que la biblioteca de Hogwarts era lo bastante surtida como para encontrar algo.
Se daría el gusto de tomarse "un poco" más de tiempo (para la investigación… y otras cosas).
Poco antes de la hora del almuerzo, se vio obligada a salir de las cocinas, por lo que optó por ir a la biblioteca y escribir unas cuantas cartas.
En el camino, que procuraba hacer con la mayor calma posible, se cruzó con varios alumnos que la saludaban con respeto, algunos los conocía de vista, y otros no los había visto nunca en su vida.
¿De verdad era tan reconocida? Una sonrisa de orgullo se asomó en sus labios. De seguro los niños la veían como una heroína. "La chica que ayudó a derrotar al Innombrable".
Sin embargo, la razón por la que caminaba tan lentamente era otra: quería, con todo su corazón, encontrarse con Snape. Aunque fuera por el segundo más mísero de su existencia, aunque él ni se tomara la molestia de mirarla, aunque pareciera una idiota tratando de articular alguna palabra. Quería verlo nuevamente. Pero llegó a la biblioteca y ni rastro de él. Tomó asiento en el lugar más apartado, sacó pergamino y pluma y comenzó a escribir a sus colegas, a sus amigos y a sus padres. Hacía bastante tiempo que no tenía contacto con alguien que no fueran sus compañeros de trabajo. Se sentía en deuda. Hogwarts le hizo volver la nostalgia.
Severus estaba tan ensimismado en corregir ensayos, que ni se acordó de ella. Últimamente era algo que se le daba fácil, podía concentrarse sin mayores problemas en sus responsabilidades.
Se estiró en el asiento, sintiendo cómo le crujían los huesos de la espalda por estar tanto tiempo en la misma posición. Ordenó la gran cantidad de pergaminos que tenía sobre el escritorio y se puso de pie. Su reloj interno le decía que ya era hora de almorzar. Después de tantos años en ese colegio, su organismo se había acostumbrado a los horarios de las comidas.
Sintió un revoltijo en el estómago cuando cerraba la puerta de su despacho. Lo atribuyó al hambre. Todavía se negaba a creer que dentro de él existiera algo parecido a sentimientos amorosos. No era un adolescente con las hormonas alborotadas.
Iba por un pasillo desierto, tan tranquilo que ni él mismo se lo creía. El silencio que reinaba era inédito a esas horas, seguramente ya todos los estudiantes estaban almorzando o pasando el rato en los jardines. Sin embargo, su buena suerte nunca podía durar tanto: la profesora de Transformaciones justo salía de un salón en el momento en que él pasaba al frente. Severus apretó el paso para evitar una posible conversación, pero no le sirvió de mucho.
— ¡Severus! — Llamó la profesora—. ¿Vas a almorzar? — Él se detuvo sólo por un segundo, giró un poco la cabeza y asintió—. Voy contigo.
El hombre exhaló con fuerza, evidentemente molesto con la presencia de su colega. Agatha caminó con rapidez hasta quedar al lado de él, y sonrió con complacencia.
— ¿Cómo estás? — preguntó cordialmente.
— Bien— La bruja alzó las cejas ante tan brusca respuesta—. ¿Y usted?
— ¿Usted? No es necesario ser tan formal— dijo ella mirándolo de reojo y ampliando su sonrisa. Snape no respondió, simplemente lanzó un gruñido y torció el gesto. ¿Por qué esa mujer lo trataba con tanta confianza si apenas se conocían?
"Qué fastidiosa".
— ¿Qué opinas de Hermione Granger? — Volvió a preguntar la profesora sin reparar en el cambio de expresión en la cara de Snape—. ¿No te parece una chica brillante? ¡Con veinte años y jefa de su propio caso! No sería raro que muy pronto fuera ministra de magia, ¿no?
Severus tomó aire profundamente, intentando juntar paciencia.
— Todos tienden a sobrevalorar a la señorita Granger— comentó con un tono de desprecio que tenía que ver más con la compañía que con Granger.
— ¿Eso piensas?
— Eso sé— Agatha lo miró con suspicacia, cosa que no pasó inadvertida por Snape. ¿Qué diablos le importaba a ella lo que él pensara o no?
— Yo creo que es a ti a quien la gente no valora lo suficiente— Severus esta vez la miró directamente a los ojos sin poder dar crédito a lo que había oído—. Quiero decir…— continuó la profesora acomodándose la túnica—. Tú hiciste lo que nadie jamás hubiera hecho: ser espía doble, arriesgar tu vida… tener que asesinar a Dumbledore…
— Basta— interrumpió él en voz baja pero dura. "Asesinar" a Dumbledore. Como si él fuera alguna clase de asesino asqueroso. Eso sí que no se lo permitiría.
Llegaron al Gran Salón en completo silencio. La profesora no se atrevió a decir nada más, Snape era tal cual se lo habían descrito aunque ella se hubiese negado a creerlo.
Severus tomó asiento en su lugar de siempre sin nada de apetito. Miraba constantemente hacia las puertas al percatarse de la notable ausencia de Granger. ¿Se habría ido ya?
No quiso hacer más obvia su insistencia por verla llegar, ya que Sybill Trelawney hizo su aparición en el comedor y parecía muy interesada en observar cada uno de sus movimientos.
"Malditas viejas brujas".
Hermione atravesó las puertas de roble con una gran sonrisa en el rostro. Llevaba apenas unas horas en el castillo y ya había conseguido más de lo que había logrado en un año entero. ¿Cómo no se le ocurrió antes?
Por instinto caminó hacia la mesa de Gryffindor, pero recordó que ese ya no era su lugar, así que cambió el rumbo y miró en dirección a la mesa de los maestros. Era más que evidente la atenta mirada de la profesora Trelawney sobre Snape, y la incomodidad de éste al revolver su comida.
Apretó los labios para aguantar la risa. Algunas veces realmente pensaba que los profesores estaban todos chiflados.
Al llegar la noche, Hermione volvía a estar en la biblioteca con un montón de libros sobre la mesa y una vela que si no fuera por la magia ya se habría consumido por completo.
Agradecía no ser alumna, así podía quedarse hasta mucho más tarde sin interrupciones.
Aun así, todavía no encontraba algo que le fuera útil. De todos los libros que hacían alusión a los elfos domésticos, éstos sólo eran nombrados en muy pocas ocasiones. Como si fueran un detalle que no valiera la pena tomar en cuenta.
Cansada, dejó reposar su cabeza en una mano. Quizá debía ir a dormir… pero, ¿dónde? McGonagall no había aclarado cuál sería su habitación, y ya era muy tarde como para molestarla con aquella nimiedad. Se frotó los ojos, notando lo realmente agotada que estaba.
De pronto oyó unos pasos acercándose y pensó que se trataría de Madame Pince, así que comenzó a ordenar el desastre que tenía sobre el escritorio con desgano y muy lentamente. Estaba enrollando un pergamino bastante largo cuando una voz que no era la de la bibliotecaria la sobresaltó, provocando que diera un brinco en el asiento.
— ¿Sigue aquí, Granger? — El inconfundible tono mordaz de Snape la hizo voltear a verlo. El profesor mantenía una ceja alzada y una sonrisa ladina en el rostro.
Hermione, por un breve instante, se quedó sin habla. Comenzó a balbucear una sarta de palabras sin sentido y bajó la cabeza, juntando con rápida inquietud los libros en una pila desordenada e inestable.
— Ya me iba— consiguió decir al fin. A Severus le asombró el nerviosismo de la chica, incomodándolo. Ella se puso de pie en un movimiento errático que la hizo trastabillar.
— No hay por qué perder la calma— ironizó el profesor, frunciendo el ceño—. ¿Consiguió algo de utilidad? — inquirió, logrando que Hermione le sostuviera la mirada por escasos segundos.
"¿Algo de utilidad?", se preguntó ella. De pronto recordó por qué estaba ahí. La súbita presencia de Snape en la biblioteca la hizo perder la compostura completamente.
— Ah… sí— respondió con un hilo de voz y sin atreverse a mirarlo de nuevo—. Es decir, no. Pero mañana continuaré, estoy segura que algo debe haber aquí— A medida que hablaba, su voz iba adquiriendo un tono normal y menos infantil.
El profesor Snape se rascó la barbilla distraídamente, y a Hermione le dio la impresión de que quería decirle algo pero se lo estaba pensando. Respiró hondamente para calmarse, aquello no era más que una simple conversación… si se podía decir así.
— Elfos domésticos, ¿no? — preguntó él observando con detenimiento los estantes con libros, como si buscara algo.
— Sí— dijo ella con cierta inseguridad, en espera de lo que él tuviera que decir.
— Recuerdo haber leído algo al respecto— sentenció Snape entrecerrando los ojos en un vago intento por recordar—. Sin embargo… fue hace mucho. Es probable que el libro ya no esté— Hermione contenía el aliento y mantenía la boca ligeramente abierta. ¿Acaso eso significaba una especie de "ayuda"?
— ¿Seguro? — inquirió sólo por decir algo. El profesor volvió a posar sus ojos sobre los de ella, quedándose en silencio por más del tiempo que era necesario. Contemplando cada una de las facciones de la muchacha, su rostro de iluminado por la ilusión de una respuesta.
Parpadeó un par de veces y dio media vuelta, apuntando con un dedo hacia las repisas más alejadas a su derecha.
— Por aquí— indicó, comenzando a caminar sin detenerse a ver si ella lo seguía.
Llegaron y él hizo levitar un gran libro que descansaba en la parte más alta. Éste flotó hasta llegar a sus manos, Snape lo inspeccionó un momento para cerciorarse de que era el correcto; y aunque habían pasado muchos años, sí lo era.
— Es este— murmuró Severus tendiéndoselo a Hermione, que lo tomó con manos temblorosas arrugando la frente.
— ¿Magos Famosos? — El hombre asintió con la cabeza, y no necesito mayor respuesta. Si Snape estaba tan seguro, entonces no debía desconfiar.
— No recuerdo exactamente dónde los mencionan, pero en alguna parte lo hacen— Snape hablaba con un dejo de aburrimiento, como si no deseara estar allí—. Supongo que no le molesta leer— agregó alzando las cejas.
— No, claro que no— repuso Hermione negando enérgicamente con la cabeza— Gracias— Una sonrisa sincera curvó sus labios.
Súbitamente sintieron cómo el aire alrededor de ellos se hacía más denso, más cálido y más difícil de respirar. No se despegaban los ojos de encima, como si quisieran decirse un millón de cosas con sólo mirarse.
Pronto la tensión se hizo incuestionable. Mas no era la tensión de quienes apenas y se conocían; era una familiar y a la vez remota, una tensión que sólo podía romperse con una cosa…
Hermione notó que la poca distancia que los separaba se le antojaba innecesaria. Que lo que más ansiaba en el mundo era volver a sentirlo cerca, sentirlo suyo.
Snape no comprendía por qué Granger no se iba y ya… o por qué no era él el que se iba. Ella le cortaba el paso, se decía. El estrecho pasillo no le dejaba espacio suficiente para pasar por su lado sin tocarla… y por obvias razones quería evitar hacerlo. ¿Qué estaría pensando ella, que se lo quedaba mirando así tan fijamente?
El profesor dio un paso al frente, con la entera disposición de apartarla e irse. Puso una mano sobre el hombro de ella para moverla de ahí, pero lo que hizo a continuación no se lo pudo explicar: apretó el agarre con delicadeza e inhaló todo el aire que le permitieron sus pulmones. El momento era ése… ¿para qué?
Para lo obvio.
Hermione se corrió un mechón de pelo de la frente con suma lentitud sin dejar de verlo a los ojos. Esos ojos. Jamás lo había visto mirarla de esa manera… pero tampoco podía afirmar con claridad qué era lo que había cambiado tanto en él. Suavizó su gesto antes tenso, se mordió el labio interior por dentro e intentó contener una sonrisa.
Sin saber muy bien por qué, ambos bajaron la mirada a los labios del otro al mismo tiempo. Hermione se ruborizó al instante y Snape sintió un cosquilleo en el pecho. Entreabrió los labios apenas unos centímetros con la respiración y el pulso acelerados.
— Granger…— No alcanzó a continuar una frase que no tenía idea de cómo iba a seguir, ya que esta vez sí eran los pasos de Madame Pince los que se acercaban, resonando por toda la biblioteca.
Snape apretó los dientes con fuerza, frunció el ceño y cerró los ojos un segundo para luego apartar a Hermione con la mano que aún tenía sobre su hombro y perderse de vista.
La chica se puso una mano sobre los ojos y suspiró. Estrechó el libro contra su pecho y dio media vuelta.
Aquél había sido un momento… único. Quizá irrepetible. Encontrarse a un Snape tan servicial y de buen humor no era algo que ocurriera siempre.
Pero sí había servido para algo: corroborar que él sentía algo por ella.
Así que, a fin de cuentas, su "doble investigación" en Hogwarts estaba resultando más fructífera de lo que jamás se hubiera imaginado.
¡Hola!
He vuelto... después de lo que esperaba/quería. No he tenido NADA de tiempo para escribir, ya que estoy en las últimas pruebas del semestre y ya terminando mi carrera, así que no hay mucho que hacer entre eso y mi trabajo.
Pero, en fin, logré sacar este capítulo.
No teman, que este fic no será tan dramático como su predecesor. Este tendrá toques dulzones y graciosos... o al menos es mi intención.
No quiero adelantarles mucho lo que viene, pero prometo que les gustará. Tengo tantas ideas en la cabeza que todavía no sé cómo unirlas xD Quería subir el fic cuando tuviera más capítulos escritos, pero pensé que quizá eso pasaría en más del tiempo que mi paciencia podía soportar... así que aquí va. (si no subo en mucho tiempo no es porque lo dejé botado, es que estoy escribiendo aún jiji)
Eso...
Como siempre, muchas muchas gracias por leer y de verdad espero que les guste :)
Cualquier comentario no duden en dejármelo, sea sugerencia, crítica, etc etc. Siempre son bienvenidos, y me alegra leerlos :)
Que tengan un hermoso fin de semana!
¡Un beso!
