Disclaimer: Los personajes son ni más ni menos que los que creó Suzanne Collins en su saga original titulada "The Hunger Games". Yo solo los tomé prestados para dejar volar mi imaginación sin ningún fin de lucro. Espero que les guste. ¡A leer se ha dicho!

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Mantenía su vista fija entre su vaso de whiskey, el que ya había llenado varias veces, y la imponente vista de la ciudad de New York que se desplegaba a través de los ventanales de su despacho. Su despacho… Hasta solo una semana atrás, ese despacho le pertenecía a su padre y él nunca se había imaginado ocuparlo tan pronto. Hasta hace solo una semana atrás, su vida era completamente distinta. Tenía menos responsabilidades y se había ocupado de sus negocios en la Isla de Santorini. Su familia tenía origen Griego y cuando a los veinte años decidió independizarse de su padre, no se le ocurrió una mejor idea que instalarse allí, en el paradisíaco pueblo de Oia donde había nacido su abuelo. Se dedicaba a la consultoría y el asesoramiento financiero a empresas de todo el mundo. Era el mejor en lo que hacía, analizar riesgos, armar planes de acción en consecuencia y tomar decisiones por los demás.

Peeta Mellark era un hombre sagaz, muy analítico, un ser muy pensante y por demás inteligente. Un orador brillante y dotado de un carisma asombroso que era acompañado con una belleza abrumadora. Era un hombre dominante y que siempre lograba su cometido. Podía leer a una persona a la perfección solo con haberla visto por minutos y nunca se equivocaba. Eso le otorgaba la tranquilidad y la seguridad que todo hombre quisiera tener. En el mundo de los negocios nadie quería ser su enemigo porque su encanto eclipsaba a todo el que se pusiese ante su paso. A sus veintisiete años había logrado amasar una fortuna quizá mayor a la de su padre pero nadie lo sabía a ciencia cierta. Hacía rato que solo trabajaba por deporte, porque amaba lo que hacía y porque no tenía más vida social que la que le implicaban sus propios negocios. Disfrutaba demasiado de la soledad y del silencio, que eran sus mejores compañeros. Cuando siete años atrás abandonó el bullicio de New York, descubrió que la felicidad se hallaba en las pequeñas cosas y con ello se sentía en paz. Pero el destino no siempre oía sus deseos y por más que se empeñara en quebrarlo, siempre lo encausaba hacia lo inevitable.

Oyó la puerta pero no se molestó en quitar la mirada perdida del líquido ambarino que yacía en su vaso, hasta que oyó que se dirigían a él con sigilo.

-Peeta, ya es hora de ir. Prim está esperando por ti en el auto.

-Dile a Miles que la lleve, yo salgo en mi auto en unos minutos.

-Nada de eso Mellark. –terció Finnick con decisión- Levántate y vámonos, que ya es tarde. Además Prim te necesita… eres lo único que le queda. No la abandones –le pidió casi en un susurro.

-Tienes razón Odair –dijo a regañadientes mientras se ponía de pié- iré con mi hermanita, se lo debo. Solo dame un minuto para recomponerme.

Se alisaba el saco, e intentaba peinarse con los dedos mientras pensaba que de ahora en más, el debía hacerse cargo no solo de los negocios de su padre sino de su hermana cinco años menor. Su hermanita, como él le decía, una rubia despampanante de grandes ojos azules que nunca pasaba desapercibida, no solo por su belleza sino por su simpleza. Físicamente eran muy parecidos, pero solo físicamente. Prim era cálida, apasionada e impulsiva; adjetivos que claramente no cuadraban con su personalidad. Después de varios minutos de luchar con sus demonios, tomó el ascensor junto a Finnick que lo taladraba en silencio con sus enormes ojos verdes. Finnick Odair no solo era su abogado y su mejor amigo, era como su hermano. Lo conocía tan bien que a él no le hacía falta hablar para que el cobrizo supiese lo que estaba pensando. Llegaron a la puerta de Mellark Industries y el calor del sol de primavera solo hizo que se sintiera aún mas a la deriva, que le recordara el frío que sentía en su interior. Tal como lo había dicho Finnick, estaba esperándolo Miles para abrirle la puerta del Rolls Royce Ghost negro que usaba su padre. Miró a Finnick quien subió rápidamente a su auto para adelantárseles. Respiró y mientras saludaba a Miles con un gesto silencioso de cabeza, ingresó a la parte trasera del imponente vehículo. Una llorosa Primrose Mellark lo abrazó tan fuerte que sintió que se le estrujaba el corazón.

-Cariño, tranquila. –le decía con voz dulce mientras le acariciaba sus largos cabellos- Te prometo que voy a cuidar de ti. Ya estoy aquí y volví para hacerme cargo de ti.

-Peeta, ¿Me prometes que ahora que mamá y papá ya no están vas a quedarte aquí? No vuelvas a irte a Grecia. No podría soportar quedarme sola en esta ciudad. –Dijo la rubia mientras hundía su cara en la solapa del traje negro de su hermano.

-Prim, no voy a dejarte sola. Dije que voy a cuidarte. –sentenció con firmeza.

-Peeta, no soy una niña. No necesito que me cuides, solo quiero que compartas tu vida conmigo. Eres lo único que me queda.

-Lo se cariño. No voy a irme a ninguna parte. –dijo sintiendo que irse era lo que precisamente quería hacer; y quería hacerlo lo más rápido posible, aunque sabía que esa no era una opción.

El entierro de Alma y Darius Mellark había sido una pequeña despedida en el Green-Wood Cementery. Si bien el matrimonio Mellark tenía muchas amistades, sus hijos habían decidido convocar a los amigos más íntimos para la disposición de sus restos. El accidente los había tomado por sorpresa. Se dirigían en su jet privado, de vuelta a New York, luego de pasar unas vacaciones en la Costa Amalfitana, donde poseían una hermosa residencia; cuando de repente uno de los motores dejó de funcionar minutos antes de arribar a su destino. Peeta acababa de levantarse cuando recibió la noticia; y tardó menos de una hora para organizar todo y volar a los Estados Unidos para estar con su hermana. Durante el vuelo no paraba de pensar en que sería de su vida a partir de ahora; pensamiento que lo ayudaba a acallar el gran dolor que lo carcomía por dentro.

Diez días después del entierro ya estaba nuevamente instalado en la Gran Manzana. Había pedido que trajeran toda su ropa y sus archivos al departamento que tenía en la ciudad. Antes de radicar sus negocios en Grecia, había comprado el Penthouse de la planta 96 del lujoso edificio ubicado en 432nd Park Avenue. Era inmenso para él solo, pero confiaba que en un futuro, su propia familia pudiese llenarlo. Su propia familia, un plan que había quedado relegado en el olvido cuando rompiese su noviazgo con la supermodelo Delly Cartwright. El había planificado pedirle matrimonio el mismo día que descubrió que Delly lo engañaba con Cato Summers, uno de sus grandes amigos. El mismo día que decidió cambiar su vida por completo independizándose de su padre y entablando sus negocios en territorios europeos. Esa decisión había roto el corazón de su madre y había sido la fuente de grandes discusiones con su padre. Después de siete años todavía no había podido hacerles entender que esa había sido la mejor decisión de su vida y ya jamás podría hacerlo. La culpa lo perseguía ahora más que nunca.

Había pasado toda la tarde revisando los últimos informes que le había pasado su padre, tan solo diez días atrás. A pesar de tener su propia empresa, su padre insistía en enviarle todas las novedades, porque decía que el siempre debía estar al corriente por si acaso; y ese por si acaso resultó útil al final de cuentas. En un abrir y cerrar de ojos, tenía una idea acabada del estado financiero de Mellark Industries. Fue recién al final de la noche que su hermana lo molestó en el despacho que tenía armado en su casa.

-Peeta, has estado toda la tarde aquí encerrado ¿Qué tal si dejas lo que estés haciendo y vienes a comer unas pizzas con helado para cenar?

-Cariño, debo revisar un par de documentos más pero…

-Nada de peros –dijo la rubia sin dejarlo terminar- mañana mismo vuelvo a la casa y nos será más difícil cenar juntos.

Prim volvería mañana a casa de sus padres y retomaría su trabajo en la agencia de publicidad que su padre le había regalado, y él comenzaría a ir a Mellark Industries intentando desde allí manejar también su propio negocio. Su hermana tenía razón. Su tiempo se vería menguado y casi no tendría tiempo para nada más.

-Tienes razón cariño. Vamos a tirarnos en ese sillón a comer pizza y helado mientras vemos una película en la televisión. –sentenció con una sonrisa en los labios.

-Siiiiiiiiii –estalló en un grito de júbilo- por fin una noche de hermanos… Aunque sea en esta circunstancia. El silencio y la tristeza se apoderó de ellos mientras abrazados se dirigían al sillón del living.

Esa noche cenaron entre risas y recuerdos de cuando eran chicos. Recordaron un tiempo donde todo era más fácil y sus padres todavía estaban con ellos. Rápidamente la noche dio paso al día y llegó la hora de despedirse. La encantadora rubia le hizo prometer a su hermano mayor que se mantendrían en contacto; que no iba a dejar que el trabajo lo absorbiese por completo robándoselo otra vez y éste lo prometió sabiendo que sería otra de las promesas que le incumpliese. Esa mañana, se notaba que la primavera estaba instalada en New York. El sol iluminaba cada rincón de la ciudad, pero ni la belleza del día lograba animarlo ni un poco. Conducía su BMW Grand Luso plateado mientras de fondo a sus pensamientos, sonaba una ópera italiana. No escuchaba música clásica a menudo, pero en momentos como este le servía para dejarse llevar por la emoción de la música en lugar de las propias emociones. Casi sin darse cuenta había llegado a la oficina y una voz conocida le daba la bienvenida.

-Señor Mellark, que bueno es verlo ya por aquí. -decía la mujer con cariño- No pensé que hoy vendría por la empresa.

-Querida Portia, cuánto tiempo llevaba sin verte –saludó con cariño a la que había sido la secretaria de su padre desde que el tenía uso de razón.

-Más del que usted está calculando jovencito. Quiero avisarle que el Dr. Odair ya está esperándolo en la oficina.

-Cuantas veces debo decirte que el señor Mellark era mi padre –dijo con una punzada de dolor en sus palabras- soy solo Peeta, Portia. Además sabes que Finnick no merece que lo trates de esa forma tan distinguida –espetó mientras entraba a su oficina.

Finnick lo miraba divertido y por fin pudo respirar. No era lo que a él le hubiese gustado pero ya no se sentía tan agobiado como esta mañana. El cobrizo lo retuvo en una eterna reunión hasta el mediodía; ya que después de almorzar con Annie Cresta, su novia hacía diez años, debía recibir a la nueva jefa de legales. Su día transcurrió en un abrir y cerrar de ojos. Cuando levantó la vista de su ordenador se dio cuenta que se había perdido el atardecer y eso lo entristeció un poco más si se podía. Decidió tomar sus cosas y partir rumbo al Penthouse. Pensó que ya no quedaría nadie en el edificio, más que los empleados de seguridad, pero se equivocaba. Un par de pisos más abajo una castaña entraba al ascensor mientras buscaba algo en su bolso. El se apoyó contra la pared trasera del ascensor agarrándose con ambas manos de la baranda metálica e inclinó su cabeza hacia abajo como buscándole un inexistente defecto a sus zapatos. Solo pensaba en llegar a casa a darse un baño, cuando de pronto, el ascensor se frenó abruptamente y sus luces se apagaron dejando a sus dos ocupantes a oscuras. Estaba por insultar al aire, cuando oyó su maldición y luego su respiración entrecortada.

-¡Demonios! No puede estar pasándome esto a mi. Por el amor del cielo. No en mi primer día. ¡En mi primer día no! –espetaba ella con desesperación.

-Tranquila señorita –dijo él con una mezcla de calma y fastidio. Estos ascensores se encuentran monitoreados por la gente de seguridad, de seguro ya están intentando hacerlo arrancar –le decía mientras se acercaba a ella que respiraba en forma agitada.

-Es… Es cierto –se le oía decir a la castaña mientras intentaba ralentizar su respiración- pero es que esta es mi peor pesadilla. No me gustan los espacios cerrados y la oscuridad me da pánico terminó de decir mientras sintió la mano de él en su cintura.

Cuando Peeta posó su mano sobre la cintura de ella, sintió una electricidad que le recorrió todo el cuerpo. Lejos de alejarse, la apretó contra su cuerpo para inspirarle seguridad y enseguida se sintió abrumado por su aroma a vainilla y jazmines. Sintió su suave cabellera en su rostro y cuando ella iba a recostarse sobre su cuerpo, el ascensor se movió y las luces se encendieron. Sin que el pudiese hacer nada, la castaña se soltó de su agarre dejándolo confundido. Justo cuando iba a esbozar una de sus frases encantadoras para que ella se volteara y reparara en él, las puertas se abrieron y ella salió velozmente del ascensor. Antes de que pudiese alcanzarla, oyó que le decía…

-Gracias por su ayuda señor.

No pudo contestarle nada porque cuando quiso hacerlo ya se había ido. Pero ese encuentro lo había dejado confundido y con ganas de conocer a la adorable criatura con la que había compartido sus últimos minutos; y Peeta Mellark no era de los hombres que se quedaban con ganas de nada.

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¡Hola queridos lectores!

Aquí he vuelto con otra historia. Espero que les guste porque arranqué a escribir y ni yo se donde me van a llevar estos dos. Ojalá no se hayan dejado llevar por el summary o el título porque soy horrible escribiéndolos.

Espero poder leerlos para que me guíen en esta aventura de escribir tan libre...Si es de su agrado nos leeremos una vez por semana.

¡Cariños a todos!

Igora