Fuera hacía frío, pero no tanto como en mi corazón. El viento helado golpeaba las ventanas con fuerza. La habitación estaba cálida, pero era mi gélido corazón el que me hacía temblar de aquella manera.
De pronto hubo un cambio en el ambiente: una gran brisa de aire frío me acarició el rostro, pero ni siquiera hizo que me estremeciese.
De reojo vi cómo se abría la puerta y una figura conocida entraba.
Nunca había olvidado aquella figura. Ni tampoco su perfume, que inundó la estancia.
Se dirigió con paso lento hacia mi. Tomó una silla y se sentó a mi lado. Puso su mano, recubierta de cuero negro, sobre la mesa; comenzó a dar ruidosos golpecitos con los dedos.
De repente paró. Se quitó el guante y volvió a poner la mano sobre la mesa, a escasa distancia de la mía.
Una hoja cayó con gran ligereza del gran árbol del jardín.
-Hola -dijo con firmeza y luego añadió en un susurro débil-, Astoria.
No respondí, me concentré en el tic-tac del viejo reloj que había encima de la chimenea.
-Háblame, por favor – noté un leve temblor en su tono de voz.
-Creo que debería felicitarte por tu compromiso – hablé al fin- ¿Con qué la conquistaste? ¿Con tu frialdad? ¿Tu arrogancia o tal vez tus mentiras?
Su gesto se volvió frío y sus ojos grises se oscurecieron, más que el cielo de tormenta que había fuera.
-¿Y tu prometido? - arremetió contra mi con toda su frialdad- A tu querido Conde,¿lo conquistó tu inmadurez? ¿Tus caprichos? ¿O lo inconstante que eres? Y bueno, ¿qué fue lo que te hizo fijarte en él? Su título supongo. ¿O su gran riqueza? -finalizó con sarcasmo.
Le miré con el máximo desprecio que pude. Él esbozó su sonrisa de victoria.
-Debió de ser el título – continuó mortificándome- , pues mi fortuna triplica la suya.
-¡Oh, si tu sinceridad igualara a tu fortuna! - exclamé furiosa. Él pareció asombrado. En realidad, no quise decir aquello. Pero ni siquiera sabía como diablos había salido aquello de mis labios, pues no lo pensé.
-Pues que todo le salga a pedir de boca, Condesa de Wiltshire – dijo con sorna.
Sus palabras fueron como cien bofetadas para mí; una detrás de otra. Y se puso en pie, dispuesto a marcharse.
-Espera -susurré tan bajito que incluso me extrañó que me oyera. De nuevo no había sido yo la que había dicho eso. ¿Qué diablos me estaba ocurriendo? Él se quedó muy quieto a mi lado-. Y ella, ¿qué fue lo que más te gustó? Tal vez su piel pálida; su fino cuello o sus labios rojizos...Dime, ¿cómo es?
Él se inclinó, apartó un mechón de pelo de mi mejilla y luego se acercó a mi oído. Sentí su respiración cálida sobre mi piel. Y me susurró:
-Nada, absolutamente nada, se compara a ti.
Y la madera crujió bajo sus pies. La puerta se cerró con un sonoro ¡clac!. Eso fue lo que descongeló mi corazón y lo hizo comenzar a latir con muchísima fuerza.
Le vi cruzar el jardín. Antes de desaparecer entre los árboles del bosque nevado , me dirigió una mirada.
El sol salió de entre las nubes. Un rayo hizo brillar su cabello dorado y sus ojos plateados.
Una lágrima resbaló por mi mejilla. Se giró y echó a andar entre los árboles. Le observé hasta que desapareció, esta vez, para siempre.
