¿En qué momento se convirtió en la doncella en apuros? ¿En qué momento se quedaba fuera de todas las acciones que intentarían salvar su vida y la de su alrededor? Y lo peor de todo es que esas preguntas le llevaban a una más importante todavía, ¿cómo demonios había dejado que las cosas llegaran a esa situación?
Por el amor de dios tenía 20 años, las chicas de su edad tonteaban con chicos, salían con ellos durante algún tiempo o pasaban un buen rato alguna noche perdida y bañada en alcohol. Luego estaba ella, ella que de todos los chicos de los que se había podido enamorar había sido de un vampiro y si querían liarlo todo un poco más solo tenían que descubrir que encima, no era del chupasangres que todos pensaban.
Stefan Salvatore era el chico, perdón, vampiro, que cualquier chica, (amante de lo sobrenatural, claro está), querría tener. Educado, atento, detallista, protector, romántico, una belleza de metro ochenta y poco, de pelo castaño y ojos oscuros, dientes perfectos y labios carnosos, manos gigantes y fuerza inquebrantable. El tipo de hombre que cuando entra por la puerta ninguna mujer puede dejar de mirarle y lo mejor de todo es que, cuando él entraba, no podía dejar de mirarla a ella, a Elena Gilbert.
Elena temblaba solo de verle sonreír, aunque fuera de lejos. Estaba más que orgullosa de haber pasado más de una noche, día, siesta, mañana, tarde, merienda, cena y dios sabe cuantas horas más entre sus manos, bajo y sobre su cuerpo, delante de…en fin, estaba bastante orgullosa de conocer cada centímetro de su piel a la perfección y no por echarle crema precisamente, que también, pero de sabores. Pero vamos ese es otro tema porque ahora estaba de mierda hasta arriba, tenía al hombre que deseaba solo con mirarle, que le encogía el pecho, que la hacía temblar, erizarse, reír, llorar, ser fuerte, débil, feliz, triste y todos los sentimientos que se puedan sentir hacía el hombre de tu vida, lo tenía, pero en la habitación de al lado.
Había pasado la noche peleando con Stefan, como buen caballero que era, se había percatado de que algo le pasaba, de que hacía meses que estaba distante. Tenía pensado decirle qué era lo que verdaderamente le ocurría, sin embargo y de alguna forma, habían acabado desviando el tema a lo ocurrido con Klaus, a su nueva situación como vampira. No había tenido ovarios de confesarle que si ya no sentía lo mismo por él no era por el hecho de que durante un tiempo hubiera dado rienda suelta a su parte oscura, que hubiera sido el destripador desalmado y que la hubiera dañado de mil formas.
Se sentía horrible pensando que Stefan se culpaba continuamente de que las cosas hubieran cambiado y sobre todo, se sentía asquerosamente mal sabiendo que Stefan creía que de alguna manera aquello se iba a solucionar. La realidad era que aquello no tenía solución, por mucho que ambos tuvieran miedo de mencionar su nombre, uno porque era consciente de lo que perdía y el otro por todo a lo que debería enfrentarse al decirlo en voz alta. El verdadero elefante de aquella habitación que ambos se esforzaban en ignorar era el verdadero problema. Damon Salvatore, el hermano de Stefan. Aquel con el que ya se había peleado una vez por una mujer, una mujer idéntica a ella.
Estaba segura de que los gritos se habían escuchado por toda la casa porque en algún momento de la discusión escuchó un portazo en la puerta de la habitación de al lado, sonido que anunciaba que Damon, por tercera vez en esa semana, se había marchado al Grill a emborracharse y evitar escuchar aquella sarta de estupideces. Elena moría por dentro cada vez que escuchaba a Damon marcharse y si eso fuera poco al haber bebido su sangre en varias ocasiones podía sentir como se sentía el vampiro al oírlos discutir, si no todo, podía sentir cuan ruin y violento pensaba que era el estar aún en esa casa después de la elección de ella.
Había elegido a Stefan, era su culpa. Pero amaba a Damon, le amaba con cada poro, fibra y pensamiento, su cuerpo entero le deseaba y el mero resto de olor que Damon dejaba en el salón antes de salir o en el pasillo cuando pasaba, la hacía estremecerse de los pies a la cabeza. Y no solo porque era una vampira y ahora todo lo sentía millones de veces más elevado, si no porque la noche que conoció a Stefan soñó con Damon, sin conocerle, sin saber de él, soñó con eso que ahora sentía.
Porque en ningún momento de los que estuvo con Stefan sintió el extremo de sentimientos que los que sentía cuando Damon se acercaba, la miraba o simplemente aparecía de la nada como acostumbraba a hacer. No es que no hubiera querido a Stefan, le había amado como nunca había querido antes a otro hombre, pero era mil veces diferente a lo que sentía por Damon, sentía como que todo este tiempo se había estado acostumbrando a vivir a medias, a sentir a medias sin darse cuenta y ahora se sentía frustrada.
Frustrada de intentar hacer lo correcto, de haber estado cegada negándose a sí misma lo que verdaderamente estaba ocurriendo y que todo eso no hubiera servido para nada. Toda la gente que había muerto, todos los problemas y sufrimientos por los que había tenido que pasar parecían en balde ahora.
Stefan se había dormido sobre su pecho cuando habían decidido dejar la pelea para el día siguiente, cansados de discutir. Su respiración era pausada y ella le echó con cuidado la cabeza hacia atrás para observarle dormir. Algo por dentro se estremeció, aquello tenía que acabar, no podía seguir mintiéndole a él ni a sí misma, había muerto y resucitado como vampira, había perdido prácticamente todo, tenía una nueva oportunidad y no debía ser desagradecida, debía vivirla como no vivió la otra, eran muchos los cambios que debería hacer pero el primero debía ser ese.
Iba a perder a Damon por ser una cobarde, él que había luchado por ella cada segundo de cada minuto de cada hora de cada día e instante desde que se conocieron. Él que la había querido hasta el punto de preferir estar a su lado aunque eso supusiera verla con otro, siendo ese otro su hermano. Él que por alguna razón ya estaba en su cabeza antes de ni si quiera saber que se podía querer a alguien así. Él que la había protegido con su propia vida, que la había antepuesto a todo, que había cuidado todo su alrededor, aunque lo detestara, solo por ella, Damon merecía aquello también.
-Stefan, despierta –susurró-no, no hace falta que te levantes, sólo escucha lo que tengo que decir –Stefan asintió con la cabeza sentándose en la cama-. Jamás había querido a nadie como a ti, lo que he vivido contigo ha sido lo más real que he tenido nunca, lo más bonito y preciado, te quiero y porque te quiero voy a dejar de hacerte daño en este mismo instante.
-Elena…-susurró Stefan agachando la cabeza.
-No podemos seguir haciendo como que no ocurrió nada con Damon. No quiero que esto os separe, él no ha hecho nada, jamás intento nada conmigo mientras sabía que tú y yo podíamos estar involucrados. Esto va mucho más allá, viene de antes y no ha sido solamente una distracción mientras tú no estabas. Eres maravilloso, pero no eres él, él es mi persona y aunque no me creas y aunque vas a necesitar tu tiempo, en algún momento verás como yo tampoco era esa persona para ti.
Stefan esbozó una sonrisa y Elena le besó la frente con cariño, algún día estarían bien como para ser los grandes amigos que podrían ser pero en aquel momento, aquello era una despedida.
Por supuesto que Stefan no dijo nada, era el tipo de chico perfecto que aceptaba perfectamente su derrota y más aún cuando él creía que había sido su culpa por completo. No tenía razón pero en aquel momento ella tenía demasiadas cosas con las que lidiar y sabia seguro algún día tendrían la oportunidad de hablar largo y tendido.
Se levantó de la cama y descalza, con los vaqueros y una camiseta de tirantes recorrió la habitación recogiendo las pocas cosas que tenía allí. La situación era más que violenta con Stefan mirándola desgarrado desde la cama. En menos de tres minutos había recogido, salido de la habitación, cerrado la puerta y corrido escaleras abajo.
Aún descalza y con sus cosas en brazos se apoyó en la pared, inclinó la cabeza hacía atrás y respiro entrecortadamente. Estaba horriblemente triste y le dolía el pecho sobremanera, pero había hecho lo correcto. Ahora tenía que despedirse de la mansión Salvatore y salir de allí antes de que Damon volviera. Ni se le pasaba por la cabeza ir directamente a tirarse a los brazos del vampiro, ninguno de ellos lo merecía. Lo que acababa de hacer era solo el primer paso.
Despertó al mismo tiempo en que los pájaros comenzaban a píar. Las seis de la mañana. Otra vez. No podía dormir, él, Damon Salvatore, la marmota andante, no podía dormir. Vaya año que llevaba, primero no dormía porque se enamoró de la chica de su hermano, después porque tenían que dedicar sus fuerzas a proteger a la damisela del malvado Klaus, más tarde porque a su hermano le dio un ataque de cuernos al ver a su novia distante y se dedicaban a discutir cada noche y ahora, cuando hacía más de tres semanas que había dejado de oírles discutir porque habían tenido la decencia de ir a dar el follón a casa de la huérfana dónde no molestarían a nadie, él silencio no le deja dormir.
Hizo una mueca de asco. Estaba cansado de esa situación. De no dormir, de escuchar píar a los pájaros que ahora parecía que lo hacían más alto que nunca. Estaba inquieto, bebía tanto que había comenzado a preguntarse si un vampiro podía sufrir cirrosis, pasaba tanto tiempo fuera de casa que estaba pensando en pagarse una habitación de hotel.
Aquello era de locos, seguir allí, torturándose, intentando escuchar algo de lo que ocurría en la habitación de al lado, intentando cruzarse con Elena aunque solo fuera en el pasillo. Sabía que las discusiones eran por él, quería decirles que a la mierda con todo, que volvieran a lo de antes podría ser su eterno protector con tal de que no la alejaran de él y con tal de que no siguieran discutiendo por cosas vanas para enmascarar el verdadero problema.
Podrían sentarse y hablarlo como adultos o gritar como adolescentes pero reaccionar, hacer algo. Dejar de fingir que todo está bien sin estarlo o definitivamente hacer como si nada y olvidar todo. Era consciente de que todas aquellas "soluciones" no eran más que excusas que inventaba en sus horas de insomnio para no reconocer que la verdadera salida era que él se marchara de allí por algún tiempo. Calmar la violenta situación. Pero no podía. Le era completamente imposible e impensable alejarse, no saber nada, absolutamente nada de Elena. Solo pensarlo le volvía loco.
Ya notaba su ausencia en la casa esos días que ella había preferido estar en la suya, ya notaba que no estaba y le parecía ínfimo el solo cruzar alguna mirada de reconocimiento en el Grill o algún semáforo si con suerte se cruzaban. Habían sido tres semanas y para él habían pasado más lentas que su siglo de vida.
Elena había sido para él mucho más que un enamoramiento, de alguna forma había sido su mejor amiga junto con Ric y tras la muerte del profesor, la joven y su hermano era lo único que le quedaban. El Damon normal, el de antes, se habría marchado de allí fingiendo que nada de aquello le afectaba y antes de marcharse habría soltado alguna de sus frases de indiferencia. Sin embargo, de algún modo en esos días en los que creyó que podrían haber muerto al mismo tiempo que Klaus, la unión con su hermano y la humana se había estrechado más de lo que le gustaba reconocerse a sí mismo y aunque aquella situación de mierda le estaba consumiendo y lo único que quería era marcharse y ser él mismo tenía que quedarse a cuidar de los dos, les defendería de lo exterior ya que de ellos mismos no podía.
Se levantó con la tenue luz del amanecer entrando por la ventana, vestido solamente con unos pantalones negros de tela suelta, se acercó a la mesa y se sirvió un vaso de bourbon. Sentado en el borde de la cama y mientras el alcohol quemaba en su garganta, apoyó los brazos en las rodillas y dejó caer la cabeza. No sabía cómo demonios había dejado que las cosas llegaran a aquél punto.
Él, el dominador, el controlador, el posesivo, déspota, cruel e irreverente Damon, estaba ahora al cargo de las dos personas a las que más amaba y odiaba al mismo tiempo y todo ¿por qué?, por una mujer.
¿Qué si no?, pensó mientras torcía una ó el fondo de su vaso y se dijo a sí mismo que aquello era lo que él hacía, proteger a la gente que le importaba, no importaba cuánto sufriera él, ni qué perdiera en el camino, aunque fuera a sí mismo.
Escuchó unos golpes en la puerta justo antes de que Stefan entrara a paso lento: Elena ha desaparecido –su tono sonaba abatido pero no tan preocupado como solía sonar Stefan.
-¿Otra vez? La de cosas que le gusta hacer a esta chica por llamar la atención –contestó Damon de espaldas a su hermano justo antes de acabarse de un trago el vaso-. Me siento como madre de una recién nacida a mitad de la noche, ¿a quién le toca rescatarla esta vez?, a mi no me importaría pero llevamos unas semanas sin hablar ni nada y aparecer yo solo puede resurtarle incómodo…
-Es mera información, no hay porque rescatarla. Es más, apostaría mi vida a que no quiere ser encontrada –Stefan parecía pensativo. Hace unas semanas que desapareció y pensé que quizás querrías saberlo.
Cuatro semanas en Naussau, una isla cerca de las Bahamas, habían dejado su piel morena cual mulata. Bendito anillo mágico, pensó el primer día que pisó la isla. Había estado alimentándose de gente de la playa, un poco de cada uno, un poco de hipnosis y listo, nadie ha salido herido del todo y ella había sabido vérselas por sí misma. En realidad podría decir que ser vampira se le daba bastante bien y le quedaba mucho mejor.
Los ojos se le había aclarado un poco por el sol y a parte de su piel, más que morena, había aprendido muchísimas cosas de la cultura de las Antillas, en todos los aspectos, todos, todos.
El primer día le había dado miedo pisar la puerta del hotel, pensaba que el anillo no sería tan fuerte, pero para su sorpresa, funcionó de maravilla y para más asombro, el tono de su piel había cambiado conforme pasaban los días, de lo que no estaba segura era de si sería algo permanente, lo que sí tenía claro es que a ella le encantaba ese nuevo e inesperado look y por la cara que estaba poniendo Damon cuando bajó del taxi que la había traído del aeropuerto hasta su casa, a él tampoco le disgustaba en absoluto.
-¿En qué tipo de demonio te has convertido?-preguntó poniendo la más rara de las muecas.
Elena rio a carcajadas y entró en su casa cargada de maletas, él ni si quiera había podido moverse del umbral al recibidor. Sus ojos estaban fijos en el corto vestido blanco que se ajustaba a cada curva de la nueva piel dorada de Elena, una piel que estaba pidiendo a gritos que la acariciaran para comprobar que era real.
Elena se limitó a mirarlo divertida aún aferrada a las maletas.
-¿En serio podemos hacer este tipo de cosas? –preguntó girando alrededor de la vampira- ¿crees que me sentaría bien?
-Impactaría con tus ojos azules –contestó ella con una sonrisa de par en par- vamos, dime que estás haciendo aquí. ¿Te ha mandado Stefan?
-Nope, por extraño que parezca, he venido por voluntad propia –sus miradas se encontraron y se mantuvieron durante unos segundos.
Elena bajó la cabeza y después miró entorno a ella. Había sufrido tanto en aquella casa, aquél pueblo, aquella gente…En su pequeño respiro le había estado dando vueltas a una idea y ahora que estaba dentro de aquella casa silenciosa, impoluta y sobretodo, aburrida, aquella idea iba tomando cada vez más forma.
De repente se imaginó a ella como vampira, viendo desde la ventana de aquel mismo salón cómo pasaban los años, cómo envejecía la gente que conocía, como morían, se imaginó a sí misma sola, como ahora lo estaba, sola porque en su tiempo de retiro había meditado mucho lo de Damon y no sería justo para Stefan pasearle su amor por la cara, no podía tener nada con Damon en Mystic Falls. Le miró. Sus ojos azules la estudiaban con fiereza, intentaba saber qué estaba pensando y ansiaba tanto como ella lanzarse hacia sus labios y besarlos y morderlos hasta que ambos acabaran sangrando.
-Quiero irme de aquí –susurró Elena con los ojos llenos de lágrimas. No iba a quedarse mirando a aquel hombre toda su eternidad sin poder tenerlo, mejor la distancia.
-¿De qué estás hablando? ¿Por qué lloras? Dios mio no entiendo nada, ¿qué bicho te ha picado ahora? –los ojos del vampiro se salían de las órbitas mientras daba vueltas por la habitación intentando entenderla- ¿Quieres que salgamos al porche? Te da un poco el aire y se te va todo el sol que se te ha metido en la cabeza…
-Cállate asqueroso arrogante –miró las maletas que aún tenía en sus pies y se sintió más segura que nunca-. Me voy de aquí, me voy de Mystic Falls y me voy ahora mismo.
Cargó sus maletas e intentó empujar al vampiro hacia la puerta, algo inútil porque por mucho que fuera vampira también, él seguía siendo cinco veces más fuerte que ella. Damon la miraba serio, algo en su tono debía de haberle convencido de que hablaba enserio porque cuando contestó no había ni una pizca de broma en su voz:
-¿Qué pasa con Stefan?
En realidad quería decir, ¿qué pasa conmigo?, pero no tuvo los cojones.
-Nunca podré ser feliz y si me quedo en Mystic Falls ni si quiera podré tener algo que se le parezca.
Como si con eso hubiera sido suficiente Damon se acercó hasta que sus cuerpos se rozaban y apartó un mechón de su pelo mientras acariciaba su hombro.
-Pensaba que saldría ardiendo o que tu piel expulsaría algún tipo de fuego –susurró sarcástico-. Ve segura, que no te pase nada.
Los ojos de él la penetraban con cada palabra que decía y ella sintió que se derretía mientras él agachaba la cabeza hacía su cuello e inspiraba fuertemente. Instantes después se dirigió hacía la puerta.
Elena observó sus anchos hombros y su cabeza caída y decidió que si aquello iba a ser una despedida, al menos lo sería como dios manda. En un segundo estaba donde él y apretándolo contra ella, cogiéndolo de la perchera, le besó salvajemente.
