Estos "cortos" nacieron de una idea bizarra mia del por que estos tres terminaron como jueces, hay teorias, diferentes, similares, y locas. Esta en mi opinion, es extraña, pero..segun yo es buena.
Disfrutenla
Saint seiya no me pertenece en lo absoluto.
Las frutas nunca crecían ya podridas, en ellas se colaba un gusanito y devoraba con gusto de la blanda pulpa hasta podrirla desde dentro, con buen cuidado esto no sucedía, o es lo que solía decir la joven y hermosa madre, con solo verla uno solía perderse en su clara mirada, verde, como el pasto y las flores en esta época del año.
La primavera abrazaba como fiel amante a las islas Fellows, y regaba sus hijos por todos lados, inundaba todo el lugar de esa fétida sensación de amor que enfermaba al hijo de la dama inglesa. El cual solo necesitaba de su amada progenitora, te asqueabas con el sobre exceso de cariño de las personas en las calles del pequeño pueblo, en las no menos pequeñas islas inglesas.
Tu, nada menos que un muchacho para nada bajo, aparentabas a tus quince años mas edad de la que ya poseías, el hombre de la casa luego de la perdida de tu abuelo, tu única figura paterna, ya que tu progenitor no era mas que un pobre diablo, enfrascado en el alcohol, agresivo y abusador. Te criaste bajo la firme vigilancia de tu madre - Constance- solo mencionar su nombre, avivaba la apagada luz de tus fieros ojos - cruelmente heredados de tu padre-
Pero no necesitabas recordar a ese despojo de vida, eras el hombre que eras por las fuertes reglas, y dulces manos de tu madre, esa mujer por la que darías todo. El motivo para no ser una lacra más de la vida. No, pues tú no deseabas seguir el ejemplo de sus viejos demonios, pero lo llevabas en la sangre, lo camuflabas con elegantes y refinadas tazas de café, llenas de este preciado brebaje y gotas de licor. Gotas que con el tiempo se hicieron chorros, y como si te llenaras de ese acostumbrado sabor (y se hiciera tan común para ti) las tazas se llenaban con el mínimo de café y por demás de whisky.
Ella te lo dijo, el vicio del alcohol lo llevarías en la sangre, pues EL lo llevaba, y no por menos eras su hijo. Y no se preocupaba de que su primogénito (el único de aquella cruel unión) fuera por los caminos del fantasmal marido. Que aparecía entre meses, pidiendo dinero y tal vez algo de comida, su propia carga personal, ese fantasma que nunca dejaría de tocar a su puerta hasta que la tragedia se lo llevara lejos, o el alcohol le hirviera las neuronas y lo despojara de todo recuerdo suyo. No se creía cruel al desear cualquiera de ambas opciones, en el fondo ella sabía que ese hombre bien se las tenía merecidas.
Mano dura y reglas firmes fueron los que te formaron, rubio como campos de trigo (tan parecido a tu madre), centelleante mirada dorada (tan parecido a tu padre) "Como un dragón" relataba tu madre cada vez que te aparecías a media noche en su alcoba, buscando asilo para calmar a los fantasmas que hostigaban tus propios sueños. "Radamanthys" un nombre que imponía respeto de solo leerlo, pronunciarlo causaba escalofríos. Quería que su hijo fuera eso; respetado.
Obediente, nunca decías no a lo que ella pidiese, fiel como nadie, y sobre protector como un perro. Dejándolo en claro las contadas veces en las que bajaste de tu alcoba como alma que se lleva el diablo y con furia sacabas a Aquel de tu casa, que a gritos exigía barbaridades y terminaba por insultar a tu amada madre. Nunca supiste cuanto o que sufrió durante su relación con el, pero, lo llevaba marcado en lo mas profundo de sus irises, esas que te dedicabas a observar en aquellas tardes de té junto a ella. Verdes llenos de recuerdos, dorados apagados pero aun rebosantes de tierna inocencia que como buena madre, ella celaba en conservar. Tú fuiste su orgullo.
Cuando la brisa acariciaba con mesura la copa de los árboles y el sol se ponía en punta, nada clemente a esas horas contra aquellos de piel sensible, la magullaba y roja se las dejaba, a ti, pequeñas pecas te formaba, aun la gentileza se vislumbraba en tus mejillas, y la intacta dulzura en tu sonrisa, pero dentro, aquella semilla oscura crecía y hoy; florecería entre la penumbra y abismo del dolor de aquel día.
Las doce en punto y como siempre saldrías a buscar los encomendados de tu amorosa madre, caminabas confianzudo por aquellas solitarias y pequeñas calles que creías tuyas, nadie llegaría a conocerlas tanto como lo hacías ahora; los rincones mas oscuros, las calles mas peregrinadas y las menos transitadas, aquellas donde los perros y gatos eran los únicos inquilinos, ahí donde dejabas las sobras (a sabiendas que era poco para todos ellos, pero, dichoso eras al saber que de hambre no morirían. Después de todo la madre no podía vigilarlo todos los minutos del día y así es como tú ibas perdiendo la ternura).
Pero esa vez, los cálculos te fallaron y simplemente no miraste a los lados, creyéndote en tu terreno, como aquellos felinos que caminaban en punta cuando los perros no asediaban para devorárselos muertos de hambre.
La vajilla entre sus finos dedos se deslizo sin razón alguna a simple vista. El escandaloso ruido despertó a la mascota de tu casa, que reposaba tranquilo bajo la mesa, ajeno a todo lo que pronto sucedería. Dentro suyo algo mas que la fina pieza de porcelana de había roto. Algo mas profundo, y que causaba mas dolor del que ya sus cansados hombros llevaban.
Un claxon, el freno chocando contra las ruedas y un sonido tétrico, una mezcla de hueso y carne rompiéndose, rasgándose, como si fueras un saco de papas, cayendo en medio de la calle dando vueltas sobre el asfalto, nada te detuvo, (el golpe ya había sido dado) hasta que tu inerte cuerpo dejo de moverse. Tal vez el conductor tuvo un hilo de esperanza del cual colgarse y rogar por ti, criatura inocente, gritaras clemente por ayuda pero no; no fue así y no seria así. Tu cuerpo no volvió a moverse y no volvería a hacerlo nunca jamás.
