¡Aquí estoy de vuelta! Hoy mismo he acabado una serie (DG) y ya he empezado con otra nueva, me pregunto cómo acabará esto, o si sabré a qué me estoy ateniendo... Como sea, hagamos presentaciones formales para quien no me conozca y para introducirnos en la historia.

Soy Bou y este fic es una serie de historias independientes entre sí (aunque puede haber excepciones) titulado Liberis Causa, que significa en latín 'La Causa de los Niños'. Y es porque tooodo este fic va a estar dedicado a nuestras naciones cuando eran infantes, de una u otra época, pero siempre incluyendo a algún niño en la estampa. Los protagonistas del último capítulo se incluirán en la descripción del fic. ¡Y no tengo más que añadir! Disfrutadlo, si podéis.

Disclaimer: Hetalia Axis Powers es propiedad de Himaruya Hidekaz. Todos los errores que podáis encontrar probablemente sean de la mía.


Liberis Causa

Capítulo 1: Yo te protegeré siempre

Personajes: España, Romano & Imperio Romano

El joven de ojos verdes salió corriendo. Corría tratando de escapar de una amenaza y de una posible paliza en ciernes, moviendo sus delgadas piernas tan rápido como era capaz con aquellas incómodas sandalias en sus pies. Por mucho que el viejo Roma dijese que eran cómodas y fundamentales para caminar (todo un lujo de la era moderna, Hispania hijo) no terminaban a él de convencerle. Prefería correr descalzo por la hierba, sinceramente, pero a estas alturas no podía decir nada porque la última vez que se las quitó metió el pie en una alcantarilla y a punto estuvieron de tener que amputárselo.

—¡Hispania vuelve aquí ahora mismo! –se escuchó gritar a una voz.

Numquam! –contestó el aludido mientras huía por las pobladas calles de Roma, colándose entre las piernas de los ciudadanos, haciendo traba a los diligentes esclavos y rompiendo ánforas aquí y allá descuidadamente. Todo era necesario cuando se trataba de huir de la ira de Galia.

— ¡Te he dicho mil veces que ego NON sum femina! ¿De verdad tenías que colarte en las termas de las mujeres para probar que no estaba ahí? ¡Encima ahora yo también estoy cargando con las culpas!

Non mea culpa! ¡Si tú no hubieras aparecido por detrás a asustarme yo no me habría caído de la columna al agua! Que me he caído encima de la madre de Claudio, ya verás cuando me lo encuentre... –terminó murmurando para sí mismo.

—¡Ey, tú, niño! –Voceó entonces un mercader– ¿No eres tú quien engañó el otro día a Tiberio para que te entregara las viandas del festival de la casa de Augusto?

—...¿Yooo? Temo que se equivoca, domine, es imposible que yo hubiere sido aquel joven, dado que me encontraba al otro lado del Tíber... haciendo... ya sabe usted... cosas de la educación... conjugar verbos... y esas cosas... ¡Adiós! Sea, digo, Vale!

—¡Vuelve aquí, rufián! –bramó considerablemente enfadado el hombre, mientras el hispano echaba a correr una vez más.

Huyendo del cada vez mayor número de enemigos que le perseguían, el niño se adentró decidido en el barrio más selecto, donde vivían los patricii. Éstos, por supuesto, pronto dieron cuenta de que aquel muchacho tan desharrapado no era parte de su ecosistema natural; antes de que pudieran echarlo, empero, Hispania tropezó con la toga de un hombre que resultaba casi ridícula de larguísima que era e inevitablemente cayó hacia adelante, mas por mucho que puso las manos para detener la caída, aquella pendiente tan pronunciada acabó haciéndole rodar.

Rodó y rodó hasta que se dio un golpe majestuoso con una columna del patio interior de una casa.

—Por Júpiter –meditó en voz alta para sí mismo–, venía con tanta carrera que he llegado hasta el patio de la Domus... pero, ¡menuda casa! ¿Dónde estoy?

Se puso de pie para observar bien el lugar, pero entonces se dio cuenta de que tenía las rodillas llenas de sangre por los rasponazos, y también una pequeña parte de las manos. Como cuando hay sangre significa que necesariamente se ha recibido algún daño (y eso de niño se entiende pero que muy bien), en el momento de ver las heridas éstas comenzaron a dolerle tanto que se le escaparon varias lágrimas. Habría llorado por todo lo alto de no ser porque se encontraba en casa ajena y podrían llevarlo ante la justicia, y también porque en ese momento un llanto desconsolado mayor del que él pudiera generar llegó desde el piso superior.

Llamado por la voz de su conciencia (y porque nadie iba a calmar a la pobre criatura) subió las escaleras tratando de averiguar el origen de tan doloroso berrinche. Lo encontró a la tercera, tras unas cortinas rojas que cubrían un arco de aspecto solemne, y que daban lugar a una habitación infantil. En el centro había algo así como un altar, que cuando se acercó comprobó que no era más que una gloriosa cama arreglada para un bebé, que lloraba en esos instantes por algún motivo desconocido.

—Ea, ea –trató de calmarlo– ¿Qué tienes?

El niño detuvo su llanto unos instantes, intrigado por la presencia del extraño. No duró mucho, sin embargo, ya que al de pocos segundos empezó a llorar de nuevo.

—¡Shhh! No, no por favor no... No llores, niño, no llores... ¿No ves que me van a descubrir?... ¡Mira! ¡Mira! Una servilleta de tela; ¿sabes qué se puede hacer con ella? –Trató de distraerlo, utilizando un truco que le había enseñado Galia– ¡Una cuna! ¿Has visto? Y si la doblas de esta otra manera... ¡Un pájaro! Y, ¡ouch! Qué daño... ¿De qué ríes tú? –preguntó enfadándose al punto.

El bebé había dejado de llorar en cuanto vio al pájaro, pero fue ver cómo el joven de ojos verdes se daba un golpe y comenzar a reír alegremente. Hispania, satisfecho aun así de haber conseguido calmar la pena de un infante (porque él ya eramayor, no cabe duda), se asomó de un salto a la cuna, quedándole los pies al vuelo para poder acercar los brazos hasta su recién conocido compañero.

—¡Ea! Muy bien, eso es... ¿Ves como riendo la vida tiene mejor pinta? –jugó con el pequeño, haciéndole cosquillas que propiciaban que se riese más. Éste parecía estar pasándoselo en grande, pero en un momento dado decidió que la diversión debía acabar y mordió la mano de su visitante–. ¡AUCH! ¡Traidor! ¿Pero qué se supone...? ¡Eh! ¡No te duermas! ¡Suéltame la mano! ¡No te...! Bah...

—¿Tiene mucha personalidad, verdad? –preguntó en tono casual una grave voz a sus espaldas.

—¡Imperio Romano! Es decir, Ave Roma. ¿Podría... yo... qu-qué hace usted aquí?

Ave, Hispania. ¿Cómo que qué hago aquí? –rio jovial, mientras se quitaba la toga y el arma y los dejaba en una esquina de la habitación– Es mi casa, ¡caramba!

—¡¿Su casa?! –Se sorprendió– ¿Y cómo no me he dado yo cuenta de que es su casa si he estado en ella varias veces?... No llevará usted una doble vida, ¡pendenciero!... Y tú suéltame la mano, ¡ea! –susurró mirando al niño.

—Qué osado por tu parte, jovencito; si sigues mostrando tal gallardía tal vez podamos medir tu valentía con la de los gladiadores –afirmó entonces el presunto anfitrión de la casa, logrando hacer palidecer terriblemente al muchacho que le escuchaba–. ¡Es broma, ja, ja! Ayyy, estos jóvenes de hoy en día, me dais la vida... –rio secándose una lágrima que asomaba por su ojo derecho– A pesar de que te has colado en mi casa por la parte de atrás y sin permiso, veo que has hecho buenas migas con mi nieto, y eso que no para de llorar.

—... ¿Su nieto? –preguntó Hispania sorprendido mirando alternativamente a Imperio Romano y al niño de la cuna.

—Sí; todavía es pequeño y me preocupa que no crezca a las velocidades esperadas, parece un poco débil... ¡Vaya! ¡Sí que te ha cogido cariño! –exclamó el abuelo viendo cómo el niño se arrebujaba cómodamente agarrado a la mano del delgado muchacho hispano.

—¡¿Qué hago?!... Esperaré a que se despierte, supongo –suspiró–. Es muy pequeño...

—¿Verdad? Tendremos que protegerle para que pueda crecer sano y fuerte.

—Sí... Un momento, ¿tendremos? ¿Yo? –se sorprendió, señalándose a la cara con la mano que tenía libre, aún llena de los arañazos de la caída. A él nadie le había hecho nunca responsable de nada, era siempre un desastre, lo tiraba todo, rompía las cosas y él mismo estaba ahora hecho un desastre; asociarlo al cuidado de una criatura viva era de repente una misión sumo importante.

—Claro, si él te quiere, eso significa que no puede ser otro. Es mi nieto y seguro que tiene buen olfato, así que confío en ti, Hispania.

Por otro lado, aquella bolita de carne se veía tan linda... y tan indefensa... que era imposible negarle la protección. De repente, el pequeño se agitó entero en su camita, agarró más fuerte su mano y soltó una risa espontánea en sueños. No quedaba ya nada que decidir.

—¡Sí, señor! ¡Le prometo que cuidaré de este niño aunque me cueste la vida! –contestó apasionadamente, apretando fuertemente el puño. El señor Imperio Romano rio de manera sonora.

—Ay, muchacho, cómo me gusta este carácter tuyo...

Tras unos segundos en silencio sólo interrumpido por las carantoñas que le hacía el chico de ojos verdes al bebé, se levantó el mayor de los tres. Se colocó de nuevo sus vestiduras mas, cuando se disponía a salir, la voz del joven intruso interrumpió su marcha.

—¡Una cosa más, señor Roma! –exclamó urgido.

—¿Hm?

—¿Cómo... cómo se llama? Su nieto, digo.

Imperio Romano sonrió con franqueza antes de desaparecer tras las cortinas.

—Italia Romano.

Yo te protegeré siempre - Fin


Traducción de las palabras en latín (o lo que yo creo que significan, que no tengo ni idea de latín):

Numquam = Nunca
Ego non sum femina = Yo no soy una mujer
Non mea culpa = No es mi culpa
Domine
=señor
Vale! = ¡Adiós!
Ave = Hola


Espero que os haya gustado, y que nos veamos pronto. Si veis cualquier error comunicádmelo sin problema alguno, y si ya de paso queréis dejarme vuestra opinión, ¡bienvenida sea!

Un besito, Bou.