Disclaimer: "Eragon" es propiedad del escritor Christopher Paollini y de la empresa que lo llevó a la pantalla. Los personajes no me pertenecen y no tengo afán de lucro con esto ni pretendo tenerlo en el futuro, así que no me demanden. Además, no tengo dinero. Si lo tuviese, estaría tratando de conocer a Garrett Hedlund.
Disfruten el fic!
"ABANDONED".
Capítulo primero: "Prisionero del pasado".
Unos guardias lo guiaban por un amplio pasillo, empujándolo de vez en cuando con las puntas de sus lanzas, pero eso no evitaba que su cabeza se irguiese altiva, aunque algunos mechones caían rebeldes sobre su rostro semibronceado. Doblaron por un pasillo hacia la izquierda, torciendo un poco después para subir por unas estrechas escaleras, donde los vigilantes que lo llevaban se apostaron uno adelante y otro detrás de él para asegurar que no se escapase. Al alcanzar una explanada profunda atravesada por un pasillo lo suficientemente amplio como para que cupiesen cinco hombres, se detuvieron. Una hilera de puertas oscuras con pestillos y fierros de metal se presentaron a cada costado de los hombres.
-La última habitación de la izquierda- dijo uno de los escoltas, de voz amable y ligera sonrisa, picándolo un poco con la punta de la lanza.
Avanzaron por el corredor dejando atrás las puertas hasta llegar a la ya mencionada. El pórtico estaba finamente tallado con metal y, a pesar de que la madera se veía gruesa por fuera, el otro guardia la abrió con un manojo poblado de llaves con suma facilidad, girando la manilla y azotando al muchacho escoltado con una luz cálida que provenía del interior de la habitación, provocando que entrecerrara los ojos por unos segundos al no estar tan acostumbrado a una luz tan azulina que proyectaba un rico fuego que saltaba en una chimenea pequeña.
-Pasa- dijo el hombre que le abrió la puerta y él no se hizo esperar; entrando.
Se volvió cuando sintió que sus guardaespaldas cerraban por fuera con llave la habitación, dejándolo sólo con el reconfortante sonido que provocaban las llamas al consumir lentamente los pequeños maderos dentro de la chimenea.
-Al parecer; ahora estoy a salvo- dijo en voz alta Murtagh, aunque estaba solo.
Recorrió la pequeña habitación casi en tres pasos que dio, pero estaba conforme. Con lo atronador que había sonado Ajihad abajo, cuando lo llevaron ante él, pensó que lo llevarían a la peor celda para dejarlo pudrirse de hambre o quizás torturarlo hasta que los gemelos lograsen ingresar en su blindada mente y develar sus secretos.
Se sentó cansado sobre un catre de metal finamente torneado y cubierto con unas mantas blancas a descansar, apoyando su cabeza sobre sus manos, mientras el fuego lo iluminaba. Estuvo por unos minutos así, con los brazos echados hacía atrás como una almohada para su cabeza, hasta que sus brazos se tensaron y un hormigueo molesto le recorrió los músculos. Separó sus manos y estiró los brazos, sintiendo una punzada honda en su espalda; una que recorría desde su hombro derecho; calando hasta el final de su cadera por la parte izquierda.
-La marca de Morzan…- susurró entrecerrando sus ojos grises.
Pronto, la cicatriz de su espalda comenzó a picarle, como si un fuego corriese por debajo de ella, haciéndola dolorosamente insoportable. Un calor comenzó a extenderse por toda la espalda, bajó por su cadera; rodeándola. Subió por su hombro, abrazando el pecho hasta que creyó que no soportaría más esa sensación; esta paró de golpe. Ni el ardor ni el sarpullido estaban y le extrañó.
-¿Qué demonios…?- empezó a maldecir, cuando la puerta de su nueva "cárcel" sonó delicadamente. Alguien golpeaba.
-¿Puedo pasar?- se escuchó una voz fina y melancólica desde el otro lado.
Murtagh, aún atónito con las sensaciones que su cicatriz le había echo sentir; murmuró un secó "adelante" sin moverse de la cama.
Lentamente la puerta se abrió y el muchacho fijó su vista en el suelo, y por momentos deseo que su espada estuviese a su lado para ayudarlo a defenderse en caso de un ataque, pero desechó la idea al alzar la mirada y recorrer rápidamente con la vista la habitación que Ajihad le había conseguido. Si los Vardens hubiesen querido atacarlo; ya lo habrían hecho… ¿O no?.
El sonido de unos tacones hizo que el hijo del primer Forsworm(1) volviese su mirada a la persona que había llamado a la puerta. Se sorprendió al tener delante de él a una muchacha quizás un poco menor que él, de piel oscura y rasgos exóticos, ataviada con un rico vestido finamente bordado, quien sostenía en sus manos un bulto. La extraña le regaló una pequeña sonrisa acompañada de una ligera reverencia, turbando a Murtagh con ese gesto.
-Disculpa, soy Nasuada, hija de Ajihad; Rey de los Vardens- dijo mirándolo a los ojos.
Extrañamente, el muchacho se sintió horriblemente torpe y maleducado ante la joven. Se paró de un salto de la cama, manchando con las botas sucias un extremo de la manta blanca sobre la cual había estado reposando.
-Lo siento- murmuró turbado, intentando limpiar la mancha con sus manos-; disculpa…-siguió limpiando; tratando de no mirar a la mujer ante él.
-No te preocupes- respondió tranquilamente, cosa que hizo que Murtagh volviese su vista hacia ella. Nasuada aún conservaba la cálida sonrisa con que lo había saludado al entrar-. ¿Eres tú Murtagh, cierto?.
La pregunta provocó en él una repentina vergüenza. Bajó su vista hacia la rica alfombra que yacía bajo sus botas y se dejó caer con pesadez de nuevo sobre la cama.
-Sí- respondió con la voz ronca, tragando sonoramente la saliva acumulada en la garganta. Sus manos largas se unieron cayendo en el hueco que formaron sus piernas separadas-. Supongo que tú padre te habrá mandado para avisarme de cuando seré ejecutado… o interrogado- dijo con un suspiro aún sin mirarla.
-No- refutó ella, acomodando el bulto que llevaba en las manos.
Alzando los ojos con rapidez, la mirada del guerrero se volvió fría, analizando los rasgos marcados de la mujer. Intentaba descubrir algún que le indicara si acaso ella sabía quién era, pero no lo halló. Al contrario, Nasuada volvió a sonreír levemente y él sintió una leve molestia ante ese constante y casi imperturbable gesto.
El tiempo que trascurrió mientras Nasuada era analizada por ese frío hombre hizo que ella se sonrojara un poco, pero debido a la escasa iluminación de la habitación y al color oscuro de tu tez; esto pasó desapercibido para su escrutador. Y así siguieron corriendo los minutos sin que nadie dijese nada, hasta que el ojiazul volvió a retomar la conversación.
-¿Acaso sabes quién soy?- le interrogó con la voz un poco exasperada.
-Sí, sé quien eres; Murtagh… hijo de Morzan- dijo con tranquilidad, pero ya no sonreía.
-Entonces¿no pretendes tratarme como un paria como lo piensa hacer tu gente una vez que sepan de quién soy hijo?- acotó casi escupiendo las palabras, mientras se apoyaba en el borde de la cama para ponerse de pie con una extrema lentitud, acortando sólo dos pasos la distancia entre él y Nasuada-. ¿Acaso no vienes para intentar examinar mi mente y perturbar mis pensamientos?- siguió alzando un poco su voz ronca.
La joven princesa vardena no se movió ni sintió miedo tanto ante el tono ni ante la cercanía que estaba comenzando a tener el muchacho.
-No no vengo ni a insultarte ni a investigar tu mente- respondió cansinamente-, primero, porque no acostumbro a insultar a la gente aunque lo hagan conmigo. Segundo, no vengo a ver tus pensamientos porque no poseo ese don y tercero… no vengo tampoco a juzgarte por ser quien eres- agregó alzando altivamente una ceja.
Tampoco Murtagh retrocedió, pero si ladeo ligeramente su cabeza hacia un costado.
-Eres sabia, Nasuada, princesa vardena; pero mientes- dijo con la garganta seca-. Tú no serás la primera persona que no me juzgue por ser quien soy. Al igual que todos; tú me crees un peligro por ser hijo de Morzan; el Forsworm y perro faldero de Galbatorix… ¿no es así?- y sin mirarla, pasó por el costado de la muchacha, dándole la espalda y caminando en dirección a la chimenea pequeña.
Su mano derecha se apoyó sobre la pared fría donde estaba ubicada más abajo la chimenea, mientras que su mano izquierda se colocó sobre su cadera izquierda, al final de donde terminaba la marca de su padre. Sus ojos estaban siendo lubricados con unas lágrimas que luchaban por salir, aunque las contuvo al igual que el tono triste de sus palabras.
-Al igual que todos los demás; tú me temes por ser el heredero de Morzan… y no te culpo- habló sin mirarla, mas su tono de voz había cambiado; ya no era altanero ni prepotente sino cansado-. Si fuera tú; le recomendaría a Ajihad que no se fiase de mí… ¿eso es lo que vas a decirle a tu padre después que salgas de esta habitación; cierto?.
La respuesta no demoró en llegar.
-No, simplemente porque no creo que el destino de los hijos sea el mismo que el de los padres- dijo la morena girándose para mirarlo apoyado en la chimenea.
La visión que tuvo le causó lastima y alzó su mano para intentar tocar el hombro de Murtagh, pero de repente éste dio vuelta su cabeza y ella bajó su mano; escondiéndola entre la carga blanca que llevaba.
Aunque miró a la mujer de reojo; no pudo evitar recorrerla de pies a cabeza con sus ojos, mas casi de inmediato apartó su mirada y se volvió a fijar en le fuego que crepitaba alegremente.
-Aún no me dices por qué estás aquí.
-Yo… te traía esto- le murmuró, estirándole el paquete blanco que había cargado durante toda la conversación.
El arquero se volteó para observar lo que le traía. Lo tomó un poco dudoso entre sus manos y volviéndose sobre los pasos que había dado para llegar hasta la chimenea, retornó a la cama blanca. Se sentó de lado y lentamente abrió el bulto tirando de una cuerda también blanca que lo contenía. Una vez desarmado; cayó de el, la manga de una camisa gris oscura.
-Esto es…- intentó decir, pero enseguida Nasuada lo interrumpió, hablando rápidamente.
-Es un poco de ropa, pensé que te haría falta- respondió pestañando velozmente-. Son algunas camisas y ropa interior. Pronto te traeré unos pantalones y un par de botas si así lo necesitas- y escondió sus manos entre los ropajes de su vestido-. Espero que sean de tu talla.
El joven quedó sorprendido ante las ropas que fue sacando de a una.
-Seguro que me quedarán bien- agregó abriendo los ojos contemplando las vestimentas con asombro.
-También si lo deseas puedes darte un baño, debes estar cansado con todo lo sucedido- ladeó un poco su cabeza intentando captar los ojos azules de Murtagh, y estos tampoco tardaron en mirarla.
-Te lo agradezco sinceramente- dijo con solemnidad, poniéndose de pie y regalándole una leve inclinación-, y disculpa por mi comportamiento brusco; no estoy muy acostumbrado a una hospitalidad tan buena como la que me han dado hasta ahora tanto tú como tu padre- su voz sonaba agradecida.
Nasuada volvió a sonreír y dijo:
-Mi padre trata de hacer lo que cree que es correcto para todos, y si de alguna forma te trató mal al llegar; discúlpalo, pero se dejó guiar por los antecedentes de… tú padre…- le contestó calmada, aunque ya no lo miraba directamente sino que sus ojos se había perdido en algún punto próximo a la pared donde el catre se agolpaba.
-Morzan… prefiero llamarlo por su nombre…- dijo el muchacho, el cual tampoco la miraba, sino que descendió sus pupilas a la alfombra- … un tipo como él no merece el título de "padre"- continuó entrecerrando sus ojos, los cuales se nublaron un poco.
La princesa se extrañó ante ese comentario y se lo hizo notar.
-¿Por qué dices eso?- preguntó con curiosidad, abriendo un poco más sus ojos oscuros quienes ahora se extraviaron entre los mechones de cabellos sucios del hombre.
Murtagh suspiró sonoramente y, empezando a tirar de su camisa; se deshizo de ésta calmadamente. Eso extrañó a la vardena quien buscó algo que le llamase la atención para no mirar el torso que comenzaba a develarse ante ella. Una vez que la camisa calló al suelo, sin mirar a la joven, el descendiente de Morzan se puso de pie otra vez, volteándose para que contemplase su espalda.
-Esta…- empezó indicándole con la mano derecha que se torció para hacer de guía a la mirada de Nasuada- … es la maldición que Morzan grabó para mí… por el resto de mi vida- y teniendo la ligera sensación de que la mujer no lo estaba mirando, le dijo:- descuida, no me molestará que me mires.
Ante el consentimiento que le dio el ojiazul, la hija de Ajihad levantó la vista un poco avergonzada, pero sus ojos perdieron casi al momento el temor y cambiaron su emoción hacia la rabia. Ante la semimorena espalda del muchacho se extendía una larga cicatriz blanquecina que viajaba desde el hombro derecho hasta el final de la cadera izquierda. La forma era irregular, pero sin duda el ancho de la marca era extenso y su profundidad, por lo demás, pudo calcular que casi era mortal.
-Es…- intentó articular alguna palabra que dejase expresar lo abominable que le parecía lo que estaba viendo, pero le sirvió de mucho que fuese el afectado quien terminase su oración.
-Horrible… tranquila, puedes decirlo; yo opino lo mismo- dijo él con la voz cargada de amargura. Se giró para mirarla con el rostro inexpresivo y siguió su relato-. Me la hizo cuando apenas tenía tres años y sólo porque pasé corriendo delante de él; borracho, me lanzó su espada a la espalda esperando que muriese…- seguía mirándola, pero parecía perdido en sus propios recuerdos-… y esa marca es la que me tiene maldito desde hace quince años… aunque siempre he pensado que estoy maldito desde el momento en el que me concibieron…- cerró los ojos con pesadez y se agachó para recoger su camisa.
Nasuada miraba cada movimiento de él perpleja, no pudiéndose imaginar que un hombre pudiese dañar tanto a su propia sangre y a tan corta edad.
-¿Por… por qué me mostraste eso?- le preguntó titubeante.
-Porque al cabo de un par de horas todos los Vardens lo sabrán y ya no vale la pena ocultarlo más, por lo menos mientras siga aquí. Además, lo más probable es que Ajihad ya te lo haya contando todo…- respondió abrochándose la camisa-. Lo que aún no entiendo es que, si soy de alto peligro para esta gente¿cómo es que tú padre te permite venir hasta aquí para verme?. Pensé que me temía…
-Mi padre no sabe que estoy aquí- agregó con fluidez la muchacha, sus ojos ahora estaban estáticos en un punto cualquiera-. Un sirviente venía a traerte las ropas, pero quise hacerlo yo para saber el porqué de tu encierro…
A Murtagh sin duda la respuesta le sorprendió. Sabía bien que por ahora no podía hacer nada para escaparse y que no le haría daño a los Vardens de ninguna manera, pero si su reputación lo precedía de forma tan maligna; era bastante temerario y estúpido mandar a alguien de importancia entre los altos mandos para que sólo te trajese la ropa. La verdad; estaba dudoso, mas acalló cualquier pregunta entorno al tema.
-Debo irme- susurró la morena, aún sorprendida-, descuida; por mi parte nadie sabrá sobre lo que hablamos. Y dudo que mi padre mancille tú nombre sin antes haber hablado contigo para conocerte bien.
-Mi nombre hace muchos años está mancillado, pero tú Rey reafirmaría que es justo si escuchase mi versión de la historia- acotó el hombre.
-Y lo hará- respondió ella saliendo de su estupor-, ahora, si no te importa; te quiero pedir algo.
El hijo del Forsworm alzó las cejas sorprendido, pero asintió sin dudas.
-No le digas a mi padre que estuve aquí, por favor- le miró suplicante.
-Esta bien, descuida- le sonrió-, pero también debo pedirte un favor…
-Claro.
-No me temas…- dijo, y su voz le sonó a la princesa mucho más suave que al entablar la conversación.
Era ella quien sonreía ahora.
Educadamente, Murtagh se levantó para abrirle la puerta de la habitación. Nasuada cruzó y antes de cerrar la comunicación, le dijo:
-No te juzgaré por los actos de tú padre, pues al verte me doy cuenta de quien eres y sólo así te juzgaré si es necesario, mas; no olvides que tu marca será tú maldición sólo si tu te dejas vencer por ella- y repentinamente tomó la mano izquierda del muchacho, ya que era la que estaba libre y continuó-. Fue un placer conocerte Murtagh… espero que no sea nuestro último encuentro.
Con una leve inclinación se marchó caminando con su porte altivo y desde el dintel de la puerta, al muchacho le pareció que jamás había visto a una mujer más sabia y más hermosa que esa; a pesar de haber conocido a la elfa Arya.
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Nasuada caminó sin rumbo por los múltiples pasillos de Tronjheim, con sus pensamientos todavía unidos con la conversación con Murtagh. Era asombroso lo que había pasado desde tan pequeño, y pensar que todos los criticaban como si fuese el vivo retrato de su sanguinario padre. La gente prejuzgaba sin siquiera molestarse por confirmar los sucesos, pero por el momento no podía hacer nada por el muchacho. Al menos trataría de que sus días como "prisionero" de su padre Ajihad fuesen días más confortables.
-Me gustaría que pronto te olvidases de todos tus dolores…- le susurró al viento mientras giraba y descendía hacía sus propios aposentos.
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Los guardias le prohibieron salir de su habitación excepto para darse el baño que Nasuada le había mencionado. Después de tantos meses de viaje; necesitaba un baño.
Cuando al fin estuvo sumergido en el agua, ésta le ayudó a despejar por al menos unos minutos su sufrimiento del pasado de su padre y cuando tuvo que salir del baño- porque uno de los guardias había tocado la puerta avisándole que se había acabado su tiempo-, se detuvo a mirarse en un gran espejo que cubría toda la extensión de su cuerpo. Se sorprendió al ver su reflejo. Tenía unas marcas leves a través de todo el pecho, las cuales se las había ganado cuando escapó de Galbatorix. Otras, las tenía desde pequeño, cuando Morzan de vez en cuando lo visitaba y lo marcaba con su espada… y estaba la cicatriz de la espalda, pero a pesar de todo y mirándose bien, no era un chico feo y secretamente en su corazón; esperaba que cierta chica pensara lo mismo.
El guardia volvió a tocar la puerta del baño y Murtagh se vistió rápido, cuando salió ni el guardia lo reconoció. Tenía los cabellos mojados pero con las manos trató de peinarse hacia atrás. Con la navaja de afeitar que le habían proporcionado, logró remover la barba que había empezado a crecer durante esos meses y la ropa que la princesa vardena le había entregado le había quedado justo a la media. Había razones de sobra para que le guardia creyese que no era el mismo ser andrajoso que le habían pedido que vigilara con sumo cuidado.
Sin más demoras, hicieron el camino de regreso hasta la habitación deprisa. Cuando al fin llegaron a su destino, Murtagh se sintió aliviado de no haber visto a mucha gente y de que casi ninguno de ellos lo reconociese y con una sonrisa de felicidad; les dio las buenas noches sus guardias ya que debía agradecer la fabulosa hospitalidad de Ajihad y estos- los guardias- hicieron un gesto con la cabeza ya que su Rey les había prohibido que mantuviesen algún contacto con el prisionero.
Así, el muchacho entró en su recámara y sin mediar tiempo; de un salto se tiró a la cama, reparando que a los pies de ella, había ordenados dos pares de botas largas, de color negro y tres pantalones de cuero del mismo tono, los cuales se probó en el instante, dejando caer una nota del bolsillo de uno de ellos. Al terminar de probarse las nuevas ropas se percató del trozo de papel en el suelo y lo levantó. La caligrafía era fina, delicada y un poco alargada, y se leía claramente: "Espero que estos vestidos te queden bien. Gracias por la conversación y por ser sincero conmigo; mi corazón aprecia ese gesto y nadie más sabrá de tú secreto (tú marca). Buenas noches, Murtagh. Nasuada".
Sonrió al terminar de leer la pequeña misiva, pero al instante esa sonrisa desapareció dando paso a su rostro normal, el rostro sombrío que siempre tenía. A pesar de estar retenido por la fuera, estaba tranquilo; mas su mente y sus recuerdos no lo dejaban en paz.
-Mi mente es el único refugio que no me han robado(2)- susurró para sí-, pero temo que el dolor se ha robado mi corazón para siempre- sentenció.
Dejando la nota sobre un escritorio de madera caoba en el cual también habían unos rollos de pergamino y botes de tinta; se volvió a tumbar en la cama, quitándose de paso la camisa, los pantalones y las botas. Instintivamente, llevó su mano derecha a su espalda, para tocar su estigma y cerró los ojos; comenzando a recordar.
Afuera, la luna brillaba alta a través de unas colinas bajas que protegía la parte de atrás del castillo en el que habitaba el primer Forsworm; Morzan, por algunas temporadas, visitando a su concubina Selena.
Era un 3 de septiembre(3) y la música sonaba alta y la gente estaba bailando.
-Beban, mis buenos amigos¡beban todos que la vida es una sola y hay que disfrutarla!- gritó un hombre alto, de talle distinguido. Su cabello era oscuro como la más negra noche y le caía liso por la espalda. Sus ojos eran de un azul profundo y sus vestimentas eran oscuras-. Disfruten todos de esta fiesta; porque será una de las últimas- dijo haciendo un gesto de tristeza-; pero entreténganse sin prisas.
Todos los comensales empezaron a reír y siguieron con el jolgorio.
Desde un arco que se formaba en el centro de la sala, la cual estaba decorada con modestia pero con mucha fineza, se encontraba recargada una mujer de aspecto cansado y enfermizo. Su cabello dorado descendía sin lustre, y su cuerpo- en extremo delgado- le hacía juego al conjunto de una persona a punto de desmayarse. Miraba a todos los que pasaban con sus copas llenas de vino, cerveza y quien sabe cuántos otros licores. Casi ninguno reparaba que ella estaba ahí, excepto el tipo de pelo oscuro y ojos azules, quien se acercó a ella cruzando el salón en el que estaba de tres zancadas hasta llegar a la mujer.
-Selena, mi amor; únete a la fiesta- le dijo con tono seductor, tomando a la mujer por la cintura y acercándola a su cuerpo-. Ven, diviértete, además; hace meses que no te veo- siguió, besándola fogosamente.
-Morzan, yo también te he extrañado- le respondió con palabras y con un nuevo beso-. ¿Estás tan feliz porque hoy es el cumpleaños de nuestro hijo?- preguntó cuando terminaron de besarse, con los ojos brilloso y una sonrisa casi infantil.
-¿Murtagh está de cumpleaños hoy?, lo había olvidado por completo- le respondió con una risotada-, ya la verdad; no me importa- agregó con un gesto de despreocupación.
-¡Es tú hijo!- le agregó Selena, tomando la cara del Jinete de Dragón con delicadeza-; por alguna vez, tenle un poco de amor y regálale algo de ti.
-¿Regalarle algo de mí, ¿y qué más podría querer más que saber que, cuando Galbatorix controle toda Alagaêsia; él será el único hijo del servidor más grande del Imperio y va a tener poder, dinero y mujeres por eso?; no creo que vaya a querer más- inquirió firmemente, bebiendo un gran sorbo de un líquido verdoso.
-Quiero que le regales tu amor, tu cariño y un poco de tú tiempo; el niño merece que su padre esté con él- siguió la mujer, quien se deshizo del abrazo del hombre, empezando a subir por la escalera central del castillo.
-Le regalaré mi espada cuando se haga hombre y quizás mi bendición¿pero amor?; ¡un verdadero hombre no está echo de amor!- empezó a hablar más alto mientras perseguía a la mujer por las escaleras.
-Está bien, Morzan. Dejémoslo así. Ahora, si no te importa, quiero saber donde está Murtagh- dio por cerrada la conversación siguiendo sola el camino de la escalera la cual, al final de abría en dos brazos distintos; uno a la izquierda y el otro a la derecha. Optó por el último.
Por otra parte, el hombre fiel a Galbatorix, bajó casi corriendo las escaleras murmurando un "mujeres" y terminando de beber el último trajo de su copa.
También el primer piso del castillo estaba dividido en dos, los cuales se segmentaban en diversas habitaciones, mas Morzan encaminó hacia el ala derecha, donde se escuchaban las risas y los cantos más fuertes. Cuando llego; vio que todos estaban divirtiéndose al ver a un niño pequeño, de no más de tres años, que bailaba cómicamente sobre una mesita baja de aperitivos. El fiel a Galbatorix se afirmó en el dintel de la habitación mirando lo que ocurría. El niño no se había percatado de la presencia de ese hombre hasta que en una vuelta del baile, se encontró con esos ojos; unos muy parecidos a los suyos azules profundos.
-¡Papá!- gritó con sus pequeños pulmones y bajó de un ágil salto la mesita, corriendo el corto trayecto con los bracitos extendidos. Cuando alcanzó al objeto de su grito, se agarró de sus piernas y lo abrazó con amor.
-Murtagh- se limitó a responder el Forsworm.
-¡Te extrañé!- le dijo mientras apretaba más fuerte las piernas del hombre. Éste, no contestó, sólo se limitó a intentar mover las piernas para quitárselo de encima. El niño entendió que mejor se alejaba de su padre y corrió de vuelta a la mesita y siguió bailando.
Minutos después, la fiesta seguía más amena que nunca, la gente se reía hasta ahogarse, bebía hasta emborracharse peligrosamente y la música estaba estridente.
Murtagh seguía bailando incansablemente, mirando de vez en cuando a su padre, quien estaba ahora sentado en un sillón, bebiendo como su el mundo estuviese acabándose, tanto así, que en un momento intentó levantarse y se calló pesadamente al sillón sin poder controlarlo.
Por otra parte, Selena, estaba preocupada. Su hijo no estaba en su camita ni en las otras habitaciones, así que sólo le quedaba revisar si se habría escabullido a la fiesta. Cada vez que veía pasar a alguna persona, le preguntaba por el niño; pero nadie sabía donde estaba debido a los ebrios que estaba ellos mismos.
-Tornac¿has visto a mi hijito?- preguntó a uno de los sirvientes que en ese momento la encontró en un pasillo estrecho que llevaba a la cocina.
-No, mi señora; quizás el jovencito esté en la fiesta- respondió con una inclinación respetuosa de cabeza.
-¿Puedes ayudarme a buscarlo, ¿por favor?- le pidió nerviosa, frotándose fuerte las manos.
-Claro, mi señora; vamos- agregó este y dejo sus labores, siguiendo a la dueña de la casa en la búsqueda del niño.
Vagaron por casi toda la extensión de la casa sin encontrarlo y ya sólo quedaba revisar las salas de la entrada; donde la celebración era más fuerte.
Se dividieron para buscarlo mejor, y el sirviente tomo el ala izquierda y Selena la derecha, pero a pesar de que estaba en el sector donde estaba Murtagh; no lo vio porque un mar de gente se agolpó encima de ella; pidiéndole que les hiciera compañía. Intentó zafarse de ellos, sin conseguir nada. Tornac, por su parte, pudo divisar desde el final de la sala izquierda al pequeño bailando animadamente.
-¡Joven Murtagh!- gritó alto y por suerte, el niño escuchó y se volteó a su llamado.
Con la misma agilidad con la que ya había saltado para saludar a su padre; saltó ahora para encontrarse con el sirviente, mas, sin ver; no notó que justo en el momento en el que él iba corriendo hasta Tornac, su padre se puso de pie a duras penas y el pequeño pasó por delante de el hombre rozándolo un poco; pero con todo el alcohol que el jinete llevaba en el cuerpo, enfurecido; gritó:
-¡Maldito malnacido!- y lanzó su espada ciega en dirección de la persona con la que había chocado.
Por momentos, todo parecía pasar en cámara lenta.
La espada viajó sin detenerse en dirección a la espalda del niño. Este seguía corriendo sin percatarse de lo que podía ocurrir y cuando empezaba a pasar por delante de la escalera principal de su hogar; algo frío y duro hizo contacto con su espalda frágil y con firmeza, se fue incrustando. La punta atravesó el hombro derecho y el resto del filo empezó a descender por la espalda en diagonal debido a la fuerza perdida al chocar contra él. Los ojitos grandes y azules de Murtagh se abrieron desmesuradamente e intentó gritar, pero el dolor en su espaldita no se lo permitía; algo le presionaba los pulmones.
Tornac, desde el ángulo que estaba, corrió desesperado intentando coger al niño en la caída, sin conseguirlo.
El cuerpo del pequeño cayó pesadamente en el centro de la entrada de la casa, con una larga espada color fuego incrustada en su espalda.
Todos estaban callados, y Selena sintió una opresión en el pecho, cuando al fin logró deshacerse de quienes le estorbaban, corrió a ver lo que sucedía.
Ahí, en el suelo de la entrada, estaba su pequeño recostado sobre un charco de sangre que crecía alarmantemente.
De sus pulmones nació un "¡no!" que se escuchó casi como un aullido. Sacando fuerzas de sus piernas delgadas, echó a correr.
Otro hombre que estaba sentado cerca de Morzan también se puso de pie raudo, acercándose al cuerpo inerte del pequeño.
-Hay que sacarle la espada rápido- dijo con la voz atropellada.
Tornac retiró la espada de un tirón y la tiró al suelo, y sin pensarlo; cargó al pequeño entre sus brazos y subió corriendo escaleras arriba, hasta la habitación más próxima. Selena y el desconocido iban tras él. Cuando alcanzaron la habitación, la mujer, con las manos temblorosas; abrió la puerta y los tres entraron deprisa.
Abajo, todos salieron repentinamente del estupor y se echaron a reír. Morzan, por su parte, sólo dijo:
-Bueno, ahora mi hijo tiene un regalo mío para siempre. ¡Feliz cumpleaños, Murtagh!.
Todos rieron. En cambio, arriba, desvistieron prontamente al pequeño y el extraño habló.
-Necesito ropas, vendas y agua hirviendo; necesitamos salvarlo- dijo presuroso.
Tornac no dudó y fue a buscar lo que pedía.
Selena lo miraba extrañada, mientras le ayudaba a dar vuelta al niño, dejando ver la espalda atravesada. La sangre fluida con rapidez y desde la herida, se lograba ver un par de costillas rotas y algunos órganos.
-Soy sanador, señora; no se preocupe, intentaré salvar al pequeño- comentó mientras se arremangaba su camisa y cerraba los ojos.
Colocando sus manos sobre la espalda del pequeño, hizo un poco de presión y de repente salió una luz semiazul de la palma de sus manos a la vez que murmuraba unas palabras en lengua antigua. Selena miraba la escena atónita. La amplia herida que había dejado Zar'roc estaba cerrándose con lentitud, reconstruyendo de a poco la piel.
-Un poco más…- murmuró un poco agitado el sanador y en ese preciso instante, el último trozo que faltaba por cicatrizar se encostró-. Listo señora, es lo que mejor pude hacer; al menos el niño vivirá.
Con los ojos llorosos, la rubia observó a su hijo tendido boca abajo, con su espalda pálida mutilada con una marca grande y blanquecina, que, si se miraba bien; tenía la forma de un dragón en toda su extensión.
Murtagh volvió a la realidad con los ojos llorosos; esa era la historia de su maldita cicatriz; de su estigma, y así la recordaba puesto que Tornac se la había contado cuando él, insistentemente; le pidió que le respondiera el por qué de esa huella tan horrible.
De repente, sintió frió por los brazos y recordó que estaba sin camisa. Sin pensarlo, abrió las tapas de su cama y se metió.
-Son muchas emociones por hoy, Murtagh- se dijo a sí mismo y poniendo la cabeza en la almohada; se durmió tranquilo… sólo al principio.
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ACLARACIONES:
(1)Forsworm: Apóstata. Se me pegó porque al principio leí el libro en inglés, aunque me costó mucho entenderlo . .
(2)"Mi mente es el único refugio que no me han robado": Esa oración sale en "Eragon" y sin duda; es una declaración profunda de los crueles traumas que Morzan inflingió sobre Murtagh, y la razón principal que me llevó a escribir esta historia.
(3)"Era un 3 de septiembre y la música sonaba alta y la gente estaba bailando.": La fecha exacta del nacimiento de Murtagh me es desconocida, pero quise ocupar este día porque es la fecha de nacimiento real de Garrett y porque además; ese día nació el hijo de un amigo mío, Gabito el lindo .
