DISCLAMER: Sherlock Holmes y el doctor Watson fueron creados por Arthur Conan Doyle hace muchos años atrás y adaptados por Mark Gattis y Steven Moffat para la BBC, regalándonos lágrimas, sonrisas y todas las cosas bonitas de este fandom.

Estos personajes no me pertenecen, ya que si así fuese el caso, Irene Adler jamás habría sido descrita como "the mad scary woman" (Moffat, ¿en serio?) y nadie se hubiese atrevido jamás a dañar los sentimientos de mi Molly, pero por sobretodo, ya no tendría que sentarme frente a la pantalla y susurrar: "can you just love each other and be happy together?, please" (soy muy dramática) cada vez que John y Sherlock aparecen juntos en escena, porque ellos tendrían el final que se merecen.

Peeero... como nada de eso pasó tengo la libertad de echar a navegar mi barquito otra vez, que de hecho, estuvo a NADA de ser canon (o confirmarlo, ya no sé, el punto es que cualquier cosa estuvo más cerca que el Johnlock, sorry guys) y escribir esta historia.

Última advertencia: Me van a odiar. No porque no sea Johnlock. Me van a odiar. Recuérdenlo.


En los pensamientos de Sherlock (recuerdos, ideas, deducciones, uso de "palacio mental") las voces de otras personas estarán en cursiva. La suya, en negrita.


1. ALGUIEN VIENE

¿Has tenido sexo?

La pregunta de su hermana resonaba viva en su memoria. En esa ocasión, estaba tocando la melodía que había compuesto para Irene Adler.

Sexo. Euros había preguntado específicamente por sexo. Podría fácilmente haber preguntado muchas otras cosas que eran igual de válidas en el contexto: "¿Te has enamorado?" "¿Te han roto el corazón?" No obstante, había optado por la idea del placer físico que no necesariamente está atado a un sentimiento, y que por lo mismo, significa tanto y tan poco a la vez. Y de paso (posiblemente de forma consiente) lograr que Sherlock se cuestionase una pregunta que había estado evadiendo desde la última vez que la vio, allá en Karachi. ¿Por qué no puedo dejar de pensar en ti?

-¿Por qué ahora? - La voz de Mycroft (quien llevaba un buen rato hablando) se alzó, y por ende, sacó de golpe a Sherlock de sus cavilaciones.

- ¿Perdón? - Solicitó el hermano menor, moviendo la cabeza intentando establecerse nuevamente a la realidad.

- Irene Adler. ¿Por qué el repentino interés en ella? - Volvió a inquirir el hombre, mientras analizaba con ojo clínico las expresiones de su hermano, preparando su cerebro para desmembrar cada palabra que saliese de sus labios.

- Eso no importa. Sólo vine a ver si sabías algo, su ubicación actual, si está a salvo… tú sabes cuán difícil es mantenerla alejada de los problemas de vez en cuando. - Replicó Sherlock, refiriéndose al último punto como una cualidad admirable en la personalidad de La Mujer.

- Tú lo sabes bien. Sabes mejor que nadie lo que pasa con ella. Hasta donde sé, aun mantienen el contacto a través de mensajes de texto.

- ¡Por dios santo! Casi nunca respondo. - Se alteró. No obstante, volvió a la calma y dijo: - Pero si, ella me escribe con cierta frecuencia. No dice mucho, pero puedo deducir bastante con lo que me da. Por dios, si, le he respondido un par de veces pero… pero ese no es el punto. Quiero saber dónde está ahora.

- Lo acabas de decir, ya lo sabes. De hecho, incluso con el mismo nivel primario de conocimiento que yo tengo sobre sus actividades sabrás que se estableció en Alemania hace un tiempo. Está allá, Sherlock - Mycroft se inclinó un poco sobre el escritorio y cambió su tono a uno más delicado. - Ya no es un tema de tú incumbencia.

- Me escribió en mi cumpleaños. - Se sinceró el detective. - Lo hace cada año. - Una pequeña sonrisa acompañó a esa frase, para luego volver a la seriedad intacta, tan clásica en los Holmes. - Pero… Siempre se ha mantenido en el radar ¿verdad? A un par de zonas horarias de distancia, nunca muy lejos. Entonces, se fue a Alemania. Una hora de diferencia, por lo que no se hace difícil hacer el cálculo. Pero, hace seis meses, salió de Alemania a América Central o algo así, sólo escribió una vez desde ahí, para quejarse del clima. Estuvo tres semanas y volvió a Alemania. Pero, esto es lo que no tiene sentido. En un punto, perdió la cuenta. - Entonces extendió su celular a su hermano, señalándole la hora del mensaje recibido en su cumpleaños. Era cerca de las cinco de la tarde.

- ¿Entonces? - Dijo Mycroft, desinteresado.

-Oh, lo olvidé. Ella siempre me escribe de noche. Inglaterra noche. Es por… tu sabes, el sonido… no es muy… en fin. Ella no está en Alemania. Hubiese esperado hasta las nueve, diez incluso de allá para hacerlo, pero no. Conclusión, se enredó en el cambio, lo que significa que de alguna forma, se movió en completo silencio. Tanto como para que ni tú ni yo lo notásemos.

- Ok, creo que finalmente entiendo tu preocupación. ¿Por qué Irene Adler se movería sin dejar rastros para que vayas en su rescate? De verdad tiene que haber hecho algo enorme… - Comentó con sarcasmo. - Aunque supongo que ella tiene mucho más claro que sus asuntos ya no son tus problemas, hermano. ¿Qué puedo hacer por ti entonces?

- Su caso es mío. - Contestó escuetamente el menor y se puso de pie, para avanzar hacia la puerta.

- ¿Estabas escuchándome por lo menos?

- Sabes que nunca lo hago. -Vociferó el detective consultor, ya a algunos pasos por el corredor que conducía a la oficina de su hermano mayor.

.

.

Esa visita era en realidad una confirmación. Tenía este cosquilleo en los pulgares que no sabía explicar. Había algo mal con ella y que Mycroft haya hecho hincapié en la distancia que el detective tenía que tomar, considerando las circunstancias, sólo confirmaba su teoría de que más temprano que tarde volvería a tener noticias de La Mujer. Volvería a enfrentarse cara a cara al puzle que ella representaba, ese que aun no podía resolver.

Por supuesto podía haber hecho algo tan simple como escribir y preguntarle directamente dónde estaba y qué ocurría, pero ¿Dónde está la intimidad en ello?

-¿Todo está bien? - Preguntó John, luego de darse cuenta que, siendo más de medianoche, Holmes había mantenido la misma posición desde las siete de la tarde.

-¿Eh? Si… sí, yo sólo, ya sabes, estaba… pensando - pensar no era el concepto correcto; más bien estaba analizando la situación, buscando en cada resquicio de su memoria las migajas que ella le dejaba.

-¿Pensando? ¿En qué? ¿Tienes un caso? - Insistió Watson, quien desde lo ocurrido en Sherrinford se preocupaba en exceso de su amigo.

-No… no aun… pero tal vez - sonrió un poco ¿Cenarás conmigo está vez? - John, ¿podrías pasarme mi computadora? - Solicitó, extendiendo un brazo hacia el costado, con la palma hacia arriba y los dedos largos, esperando recibir el objeto.

-Está sobre el escritorio, literalmente junto a ti. - Replicó el doctor.

-Si, exacto, ya lo sé. ¿Podrías dármela?

El médico resopló y dijo algo entre dientes, antes de tomar la dichosa computadora con brusquedad y dejarla sobre la mano que Holmes mantenía extendida y que se recogió hábilmente hasta llegar a su regazo, evitando que cayese. La abrió y mientras esperaba que se encendiese, dirigió su mirada hacia la biblioteca. Ahí, entre la Biblia y el diccionario de Oxford había un archivador en el que pocos habían reparado. Ahí la guardaba a ella.

-¿Necesitas ayuda o algo? - John atrajo su atención nuevamente.

- ¿Por qué no te vas a dormir? Mañana es el día que llevas a Rosie de paseo y supongo que con tu carga horaria estarás bastante cansado. Yo estoy bien John, en serio. No tienes que preocuparte de mí.

John lo miró y agradeció. Avanzó lento y se detuvo una última vez antes de salir de la sala; no sabía que pensar. Él sabía que había algo que inquietaba al detective, pero no podía decir a ciencia cierta qué. Después de todo, aun había tantas murallas que derribar para que Sherlock se mostrase completamente humano. Y quizás esta era una de esas instancias en las que el hombre necesitaba guardar un poco esa parte de sí mismo para pulir su razonamiento; como Eurus lo había explicado tan elocuente y gráficamente (quizás demasiado gráfica). El punto es que cuando Holmes entraba a uno de esos "limbos" como a John le gustaba llamarlos, nunca se sabía si era porque estaba planeando rescatar a una menor secuestrada en Dublín o evaluaba los pros y contras de una nueva droga. Aun así, en esta ocasión, el médico decidió esperar lo mejor.

Sherlock apenas había escrito en el buscador las palabras "Von Hoffmanstal[i] " cuando oyó el sonido de la puerta de Watson, por lo que dejó de lado el equipo y se levantó a recoger el archivador que contenía todo lo que había encontrado de Irene Adler, trabajo que orgullosamente podría mostrar al mundo, ya que era una pieza digna de museo, detallada, íntima y perfecta; sin embargo, las técnicas que había utilizado para acceder a dicha información y los métodos que había empleado para seguir su huella (incluso cuando su nombre no estuviese en ninguna parte) eran su placer privado.

Comparó los resultados que arrojó su búsqueda con lo que tenía en el archivo. No había nada nuevo, nada más allá de una fotografía borrosa de un hombre con ella del brazo. ¿Dónde estás y qué demonios has hecho ahora?

.

.

John ya había abandonado el piso cuando Sherlock se levantó. El mediodía había pasado hace mucho y el té que la casera gentilmente dejaba sobre la mesa de la sala cada mañana estaba frío. Pero Sherlock sólo necesitaba esperar. Nada más. Porque algo pasaría; pronto, alguien cruzaría su puerta y subiría las escaleras. El detective cerró los ojos y esperó por cerca de una hora. La puerta de la calle se abrió y los pasos que conocía de memoria subieron la escalera; entonces, Sherlock abrió los ojos al momento en que la puerta de la sala cedía a la firme mano de quien aguardaba al otro lado.

- ¿Qué encontraste? - Preguntó el detective, juntando las puntas de sus dedos bajo la barbilla.

- Nada diferente a lo que tú ya sabes. - Replicó Mycroft. Le molestaba en exceso el interés de su hermano pequeño por la situación.

-¿Puedes ser más específico?

- Tienes razón. Irene Adler abandonó Alemania hace unas tres semanas. No sabemos dónde está.

- ¿Y él? Von… algo ¿también está con paradero desconocido?

Mycroft deslizó una pequeña sonrisa burlesca antes de responder:

- Von Hoffmanstal - señaló con propiedad - no es un tipo que pueda desaparecer de la noche a la mañana así como así, Sherlock.

- Interesante. - Recalcó el menor de los Holmes, mientras sus rasgos se suavizaban.

- Además… - Añadió el mayor, pasando por alto la intervención de su hermano - no creo que esté muy contento con tu interés en su esposa… - dijo las últimas palabras con extremada delicadez y detención.

- Supongo que me estoy ofreciendo voluntariamente a hacer su trabajo. Debería agradecérmelo de hecho. - Replicó con ironía el consultor.

- Sherlock… - Solicitó Mycroft con suavidad.

- Fue una boda bastante encantadora. - Comentó el detective, entendiendo la preocupación de su hermano, quien parecía volver a ponerse en alerta luego de ese comentario, sin embargo, el más joven aclaró: - Te sorprendería lo que la gente deja ver sin una apropiada protección de privacidad en facebook, hermano mío.

Mycroft sonrió ligeramente, lo que provocó una extraña sensación infantil de recompensa en Sherlock, quien lo dejó ver en un casi imperceptible gesto con sus labios.

-Ella no vendrá, Sherlock. Posiblemente obtuvo lo que necesitaba de Von Hoffmanstal y es todo. No sería la primera vez, ¿verdad? - Mycroft Holmes se puso de pie, apoyándose en su paraguas y observó a su hermano una última vez, antes de desviar su rumbo a la salida.

- ¿Quién es él? ¿Von H algo? ¿Qué es lo que hace exactamente? - Preguntó Sherlock, con los ojos clavados en el piso.

- Frederick Von Hoffmanstal - El hombre disfrutaba cada vez que tenía que decirlo - es el jefe de la oficina de seguridad nuclear alemana.

Y Sherlock rió.

- Lo sabía. - Comentó alegre.

El mayor se retiró preocupado, con la duda razonable de si su hermano había vuelto a las drogas, o peor, se preocupó sobre el procesamiento que estuviese haciendo sobre los últimos acontecimientos en su vida. Se puso en contacto con John para pedirle que lo monitorease y lo tuviese al tanto de cualquier cambió. También invitó un café al detective Lestrade[ii] para pedirle lo mismo.

Cuando John volvió a casa, Sherlock sólo había hecho dos cosas desde que Mycroft lo había abandonado: calentar la tetera para servirse un té apropiado y cambiar el archivador desde la biblioteca hasta el armario de su habitación. Y volvió a su sillón, a esperar. Podía esperar toda la vida, de hecho. Pero quizás no sería necesario.

Watson estaba preocupado, por supuesto. Con Mycroft nunca se sabía si quería que evitase que Sherlock desafiase a un traficante de armas o comprase leche; por lo que al ver a su amigo sentado en el sofá, con los ojos cerrados y una semi sonrisa de satisfacción dijo:

- ¿Aun estás pensando?

-No. Ahora proceso y ordeno la información. - Contestó, para luego preguntar con suavidad: - Dime, John… ¿Cuánta capacidad de memoria se necesita para un programa nuclear completo? -

-¿Debería saberlo?

- Fuiste un soldado.

- Un doctor. - Corrigió.

- ¿No ibas a calentar la leche de Rosie?

John sabía que Holmes lo necesitaba, que la tormenta parecía haber dado una pequeña tregua y quizás volvería a atacar con fuerza; pero, humano como todos, tenía sus propios problemas, sus propios fantasmas y asuntos. Y se cansaba; se cansaba de la actitud de su mejor amigo, que a pesar del trauma, parecía no haber cambiado en lo absoluto. Incluso, en momentos como ese, Watson creía que Sherlock estaba más cerrado y distante que nunca. Pero, entonces:

- ¿Y si duermes siesta mientras Rosie y yo vamos a visitar a la señora Hudson? Me muero de hambre.

Y así nada más, los trazos de humanidad comenzaban a aflorar.

Obviamente, Sherlock no lo veía así. Sencillamente había terminado un largo y agotador proceso de razonamiento y su cuerpo le exigía alimento y descanso. Por una extraña razón, ayudar a John con sus labores paternales suplía bastante bien al menos una de esas necesidades. Además, las conclusiones de su larga deducción le permitieron establecer su parámetro de espera. Y aun faltaba un poco más.

Durante la semana, Sherlock aceptó tomar un caso que Lestrade le había llevado, sobre una chica que había tomado un empleo a las afueras de la ciudad y había hecho una denuncia por acoso laboral[iii]; y que terminó siendo mucho más interesante de lo que el detective consultor esperaba, haciendo las veces de un maravilloso catalizador mientras aguardaba al caso real. Estaba viniendo. Ese día, después del desayuno, revisó minuciosamente los itinerarios de cada aeropuerto de Inglaterra. Y esperó toda la mañana, sólo moviéndose para alcanzar su computadora y seguir monitoreando los vuelos. Estaba nervioso. John lo notaba e incluso la señora Hudson hizo un comentario sobre su aspecto, (-Que guapo estás hoy, Sherlock, ¿vas a salir?-). Su teléfono timbraba repetitivamente. Lestrade, Dimmock y correos en el blog de John (en el que ahora figuraba su nombre).

- ¿No deberías contestar? - La voz de John le recordó que eran las seis de la tarde.

- Ocupado. - Replicó Sherlock, para chequear el último arribo desde Sudamérica, con escala en Portugal.

- ¿Y si yo lo hago te molesta? El ruido me está matando.

- Haz lo que quieras.

John tomó el móvil del detective y comenzó a indagar entre los correos, los mensajes de texto y las llamadas perdidas, cuando el aparato timbró. Era Greg. Watson habló y preguntó, mientras asentía y respondía. Tras colgar, extendió el celular a Holmes, quien, al parecer, siquiera lo notó.

- Greg tiene un caso. Un atraco en un banco, no vas a creer… - Explicó.

- No. - Interrumpió Sherlock, cuyos sentidos comenzaban a agudizarse ¿es ese tu perfume? - Estoy ocupado ahora.

- ¿Haciendo qué?

- Esperando, obviamente.

- ¿Y qué esperas? - La paciencia del doctor comenzaba a desaparecer. - Sherlock si estás otra vez cerca de…

- Shhhh…. - Lo cayó Holmes.

El detective se irguió, en evidente posición de alerta y cerró los ojos. Estuvo así cerca de un minuto, sin que John pudiese entender qué ocurría. Pero él también estaba expectante. De pronto el detective abrió los ojos e inhalo profundamente, mientras hacía un gesto con la mano, previniendo cualquier palabra que pudiese salir de los labios de su colega.

-La puerta… - susurró el detective y cerró la computadora junto a él, ocultándola bajo su sofá.

John lo miró con el ceño fruncido mientras comprobaba que efectivamente alguien subía la escalera. De algo le habían servido los años de aventuras con su amigo, y supo pronto que se trataba de una mujer con tacones. Sherlock cerró los ojos y apoyó su mentón sobre sus dedos, perfectamente estirados, largos y delgados. John se detuvo a mirar la puerta, con una sensación entre adrenalina, miedo y curiosidad que lo tenían por las nubes. Y aunque no lo demostrase, Holmes se sentía exactamente igual, lo que de hecho era peor, porque él sabía que de quien se trataba. La Mujer apenas empujó la puerta para dejarse ver cuando, con los ojos aun cerrados, Sherlock dijo:

- Has tardado bastante. - Y los abrió, clavándole la mirada a Irene Adler.


[i] En la película "la vida privada de Sherlock Holmes" (que todos deberían ver btw) aparece una mujer que hace las veces de "Irene Adler" para el caso. Su apellido real es Von Hoffmanstal.

[ii] Porque Mystrade es más real que todos nosotros juntos ;)

[iii] En "Las Aventuras de Sherlock Holmes" el cuento "El misterio de Copper Beeches"