La noche se cernía sobre la ciudad cuando decidí salir de casa dando un enorme portazo. Aquella sería una noche prometedora, la luna me decía que lo sería. Me ajusté mi vestido con algo de nerviosismo, miré por última vez el reflejo que me ofrecía el cristal de la puerta y di dos pasos.
Jamás había hecho algo como aquello.
Las manos me sudaban y el vestido empezaba a estrujarse de tanto que lo apretaba. Era una locura, yo estaba loca, completamente loca. Todavía estaba a tiempo de volver atrás y ponerme una bolsa en la cabeza.
Mis piernas se encontraron por el camino a dos pasos de las escaleras y casi me mato. La noche perfecta para cambiar de trabajo, sin duda alguna. Siento ruidos en el segundo piso. Gritos y algún que otro golpe. Un cristal roto y la puerta se abre justo cuando estoy ahí parada como una idiota.
Es mi vecino. El cerdo de mi vecino que se ha vuelto a emborrachar y ha golpeado a su mujer por undécima vez. Le ha vuelto a dar otra paliza, siempre lo hace. Pero ella no razona todavía dice que le quiere. Es una puta masoquista. Como yo.
Me mira con los ojos muy abiertos y hace un amago de acercarse a mí. Su mirada es lasciva y repugnante. Si me pone un solo dedo encima le voy a romper la nariz puntiaguda con mis puños.
Lo ignoro y sigo mi camino. La puerta de la entrada está abierta, como siempre. Se rompió hace dos semanas y nadie piensa arreglarla. Este edificio es una mierda pero es mi hogar, el único que me puedo permitir por ahora. Cuando me prostituya será diferente. Ya no tendré que correr detrás del autobús para que no se me vaya todas las mañanas, viviré en una de esas bonitas casas o pisos del centro y tendré un coche mejor que el de la cerda de Ino Yamanaka.
Sonrío al pensar en mi vida, la que estoy a punto de cambiar.
Camino hacia el local que todo hombre en su vida vista. Konoha. El club de las prostitutas más solicitadas de la ciudad. Hoy sería mi entrevista. Si Ino lo había logrado, yo también, ese era mi mayor consuelo. Cruzo la puerta y los ojos se me iluminan. Las muchachas caminan desnudas sin ningún pudor con sus piernas de vértigo y sus cuerpos esbeltos que irradiaban juventud.
Yo era exótica y los hombres me adoraban por eso. Mis ojos de un verde fundido con espesas pestañas y mi cabello que llegaba hasta las caderas de un rosa pastel, el típico rosa que nunca podrías olvidar. Aunque quieras no me olvidarás. Además mi cuerpo no tenía nada que envidiarle al de ellas.
