"Luz y oscuridad: Dolorosas cadenas"

Autora: Vanesa Masen

Disclaimer: Todos los personajes pertenecen a la señora Stephenie Meyer, lo único que me pertenece es la historia y mi pasión por la escritura y algunos personajes adicionales.

Es rated M por contener escenas de sexo explícitas, así que, si eres menor NO LEAS ESTA HISTORIA.

Esta historia, como ya mencioné, es de mi propiedad y está registrada en SafeCreative bajo el número de código 1310308935966. Por lo tanto, no está permitido copiar, modificar y/o adaptarla de ninguna manera, ni su distribución de ningún tipo. Quien lo haga deberá hacerse responsable de las consecuencias penales y administrativas pertinentes.

Esta historia está beteada por la genial Flor Carrizo, Betas FFAD

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Capítulo 1: La pérdida.

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Llegué del funeral, exhausta, el bullicio en mi mente me acompañó todo el camino, hasta que una vez dentro, al cerrar la puerta de mi apartamento, el silencio me invadió.

Me apoyé suavemente contra la puerta y, después de unos segundos, me dirigí a la cocina a prepararme un café, no había probado bocado desde la mañana del día anterior, cuando había muerto Renée…

No supe cuánto la extrañaría, hasta que tomé su tazón de la alacena, no había llorado desde entonces, pero ya no pude contenerme y rompí en un profundo llanto. Sentí la necesidad de sentarme en el suelo. Mientras sostenía su tazón y miraba nuestra fotografía que colgaba en la nevera, lloré de forma incontenible. Sin duda, Renée había sida la mejor madre del mundo que hubiese podido tener, sus consejos y sonrisas estarían por siempre conmigo.

De un momento a otro, sin saber cómo, estaba otra vez en Phoenix, frente al mar. Mamá, con su camisola blanca, me abrazaba en silencio contra su pecho, mientras observábamos y nos dejábamos arrullar por las olas… Pero esa paz se interrumpió de golpe cuando sonó la alarma del reloj. No comprendí cómo acabé en la cama de Renée, ni cómo había dormido tantas horas. Me tomé la cabeza, me dolía mucho, en ese momento sonó el celular. Era Alice…

—Hola —dije con poca voz.

—Hola nena. —Ella tomó aliento—. He pensado en pasar la noche contigo. No quiero que estés sola y llevaré algo de comer… Bella, no has comido y eso te pondrá peor… —Entonces recordé la taza de café, que no había tocado.

—Claro —contesté. En realidad quería estar sola, pero sabía que Alice no me daría opción, había sido mi única y mejor amiga—. Luego te veo. —Y sin más corté la llamada.

Eran las ocho de la noche cuando Alice llegó. Nuevamente me había dormido llorando sobre la cama de Renée, pero desperté por los golpes en la puerta.

Luego de mirar por la mirilla, abrí la puerta lentamente.

—Bella, querida… —Me dio un abrazo tierno.

—Entremos —dije después de unos segundos, y cerré la puerta tras nosotras.

—Traje pollo a las hierbas —me comentó suave, mientras acomodaba el paquete sobre la mesada.

—Muy bien —respondí secamente, mientras comenzaba a preparar la mesa.

Comimos en silencio, no había mucho de qué hablar. En cuanto me dispuse a lavar los platos, Alice se me adelantó y lo hizo por mí.

—Ve, date una ducha, cariño… —Era tan dulce conmigo. Asentí sin hablar.

Tenía razón, necesitaba relajarme. En el momento que entraba a la ducha, sonó el teléfono.

—Isabella… —Era la voz de Aro—. ¿Cuándo volverás al trabajo? —Él forzaba su tono para aparentar empatía.

—Necesitaré unos días más, Aro —dije temerosa.

—Isabella… —Se escuchaba molesto—. Sabes que comprendo tu situación, pero el negocio no lo hace. —Estaba irritado—. Te he dado una semana… te espero mañana a primera hora.

—Por favor, Aro, no estoy bien aún… —quise insistir.

—Lo siento Isabella, si mañana no te presentas, tomaré a alguien más. —Colgó el teléfono de manera abrupta.

Entré al baño, abrí el agua caliente y, mientras ella resbalaba por mi espalda, rompí en llanto una vez más. No podía hacerme a la idea de no tener más a Renée a mi lado, y ahora Aro no me comprendía. Cinco días antes de la muerte de mamá se había portado muy bien conmigo, cuando me permitió permanecer esos días con ella en el hospital, para acompañarla en su agónica enfermedad… No entendía su cambio repentino para conmigo, ahora parecía desaparecer todo rastro de bondad en él.

Ya no lloraba cuando salí del baño. Me recosté con mi batón en la cama de Renée, era agradable sentir su aroma en la almohada…

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Una vez más, mi sueño tan hermoso con mamá en el mar fue interrumpido, esta vez por el despertador. Me senté en el borde de la cama, era lunes otra vez y la vida continuaba. Miré la fotografía que teníamos juntas, que reposaba en la mesa de noche de Renée. Sonreí al ver su expresión tan alegre.

Luego de tomar un baño rápido, me dispuse a salir. En cuanto tomé las llaves, noté la nota debajo de ellas.

Bella:

No he querido despertarte. Me fui más temprano para prepararme para el trabajo.

Dejé tú almuerzo preparado en la nevera, recuerda: no debes dejar de alimentarte.

¡No olvides que te quiero, nena!

Alice.

Alice era única, una gran amiga sin dudas. A causa de mi falta de apetito, había olvidado preparar mi almuerzo y también olvidaba que debía comer, así que lo tomé y salí a la calle… No sabía qué sería de mí sin Alice.

Tomé el bus, no me llevó mucho llegar a mi trabajo, en diez minutos, entraba al café.

—Buen día, Aro.

—Hermosa Bella, que sabia decisión has tomado al volver aquí. —Noté un tono amenazante en su expresión.

—Claro —asentí y sin rodeos tomé mi uniforme y me dispuse a atender a los primeros clientes que llegaban. Si bien el trabajo de mesera no era fácil, me había recibido la semana anterior y lo único que me quedaba era conseguir un empleo de veterinaria.

El día pasó rápido, sin nada fuera de lo normal, excepto por la ausencia de Jessica, por lo que debí trabajar doble turno, era la consentida y mimada de Aro.

En cuanto anocheció, me iba rápido pero desde el fondo del café oí la voz de Aro.

—Ven pequeña, quiero hablar contigo…

Me dirigí al despacho en completo silencio.

—Bien… lo escucho —murmuré.

—Querida, bien sabes que siempre he contemplado el ceder ante tus necesidades. —Una sonrisa falsa se dibujaba en su rostro—. Y aunque no puedo ignorar todo lo que has pasado en este último tiempo, debes entender que me debes horas de trabajo.

¿Pero en qué cabeza cabía? Él bien sabía que jamás le dejaba de pagar, cuando me adelantaba dinero, no entendía en qué estaba pensando.

—Aro… ve al grano, me duele la cabeza.

—Bueno mi querida, creo que has olvidado el adelanto que me pediste hace un mes.

Ahora comprendía. Creía que no le debía dinero, pero había olvidado aquel dinero que había pedido para los gastos de la clínica donde estaba Renée y para el alquiler del mes.

—Oh Aro… de veras lo siento. Sólo… dame un poco de tiempo, en poco tiempo ya estaré trabajando de veterinaria y podré devolverte todo el dinero. —Él me observaba en silencio—. Podría también venir aquí a trabajar por las noches hasta que termine de pagarle hasta el último centavo.

—Mí querida Bella… —Su tono no era nada amable—. Sabes que no te será fácil encontrar rápido ese empleo. Por otro lado prometiste que esta semana me devolverías el dinero. —Ahora sus gestos intentaban parecer razonadores, pero no su mirada, ni su voz.

—Es que no contaba con que mi madre muriese, además… —Él me interrumpió con un ademán de no querer oír más.

—No son así las cosas, Isabella —dijo dándome la espalda para espiar por la ventana, a través de la cortina.

— ¿Qué sugiere entonces? —repliqué fastidiosa—. ¿Qué triplique mis horas? Ya tengo demasiado con tener que cubrir constantemente los horarios de Jessica.

Se dio la vuelta lentamente.

—Oh Bella… linda, linda Bella… tú bien sabes que hay muchas maneras de pagar una deuda. —Caminó hacia mí.

Me congelé al notar su expresión, no pude siquiera hacer un gesto.

—Hace tiempo te deseo —dijo deteniéndose y tocando un mechón de mí cabello—. Puedo olvidar aquella deuda… —Ahora me miraba fijo, intimidándome, mientras se acercaba—. Claro que tendrás que retribuirme por ello. —Pasó la lengua por sus labios.

Morí del asco y di un paso atrás.

— ¡¿Qué te crees, Aro?! —reaccioné gritando—. ¡Suéltame inmediatamente! —dije con voz firme, mientras apartaba su mano de mi cabello.

Pude ver la ira en sus ojos, mientras me tomaba fuerte del brazo.

— ¡QUÉ ME SUELTES! —grité enfadada.

En ese momento llegó Jessica y, automática pero disimuladamente, me soltó.

— ¿Sucede algo, Aro? Creí oír gritos… —Jessica me miraba esperando una respuesta.

— ¡Pregúntale a tu amante!

Rápidamente tomé mi bolso y aproveché la oportunidad para salir del lugar. Caminé rápido por la salida del fondo que llevaba a una callejuela oscura que se dirigía hacia la calle iluminada. Estaba a punto de llover.

Unos segundos antes de llegar a la calle principal, oí la voz de Aro detrás de mí.

— ¡Isabella!

Me giré exasperada.

— ¡¿Qué?!

Llegó jadeante a causa de haber corrido hacia mí.

—Lo siento, no sé en qué pensé… ¿Vendrás mañana, verdad?

No respondí, estaba más que furiosa.

— ¿No me demandarás, verdad?

Tampoco respondí.

—Vamos —dijo nervioso—, no fue acoso, sólo una estupidez.

—Mira Aro, no creo que haya sido una estupidez… Lo considero una falta de respeto, una incoherencia de tu parte. —Ahora sí quería hablar—. ¿En qué estabas pensando? ¡Por Dios! ¡Tú conociste a mi madre, me conociste de niña! —Su rostro era de sorpresa ante mi reacción—. Pero quédate tranquilo, no te denunciaré y no vuelvas a llamarme o buscarme, porque entonces sí lo haré. —Resoplé y giré sobre mis talones, alejándome de allí lo más rápido que pude pero sin correr. Rogaba interiormente que no me siguiera hasta que salí de las penumbras de aquella pequeña calle

Caminé en silencio, tratando de contener mi llanto, pero no lo logré. La rabia y la impotencia, junto con el miedo y la adrenalina de lo que había vivido hacía unos minutos, hicieron que saliera de mí un llanto amargo. Y como si fuera poco, una llovizna leve comenzó a golpear mi rostro.

Había olvidado mi abrigo en el café pero no volvería por él, así que sólo me abracé a mí misma y me dispuse a esperar un taxi. En vano hice señas a un par de ellos, porque nunca aparcaron para que subiera.

Frente a mí, del otro lado de la calle en sentido contrario hacia donde iba, pasó un auto oscuro, último modelo, que luego retrocedió y bajó el vidrio.

— ¿Señorita se encuentra bien?

Una voz masculina salió del automóvil, pero fui incapaz de ver en su interior claramente, aunque se notaba una figura varonil dentro.

—Sí, estoy bien, gracias. —No me expondría a alguien que no conocía.

— ¿Está segura? ¿Necesita hacer algún llamado? ¿Quiere que la acerque a algún lugar? —insistió.

—Estoy bien, gracias.

En ese momento el auto de mi ex novio se interpuso entre nosotros.

— ¿Bella? ¿Qué te sucedió? Déjame llevarte a casa, estás tiritando.

Jacob era un muy buen amigo, lo de ser novios no había resultado, pero él lo había sabido superar.

—Gracias Jake —dije al mismo momento que levanté la vista para ver al hombre del automóvil oscuro, pero ya no estaba. Me tomó unos segundos dejar de buscarlo.

Rápidamente subí al auto de Jake.

— ¿Qué te sucedió Bella? —Preguntó Jacob—. Estás empapada… Atrás tengo una chaqueta, póntela, encenderé la calefacción.

Tomé el abrigo y, una vez envuelta en él, me acurruqué contra mi ventanilla.

—Dime —inquirió.

—Aro… me despidió. —Apenas pude decirle, no le daría más explicaciones.

— ¿Sólo así? ¿Por qué Bella? ¿Qué fue lo que te dijo ese maldito?

—Dijo cosas como que le debía dinero, que quería que lo compensara o debería buscar una nueva mesera —respondí entre dientes.

— ¡No puede hacerte eso! ¡Eres su mano derecha! —Tensó sus manos al volante—. ¿Dijo algo más?

No respondí, no pude. Las lágrimas empezaron a caer solas, me sentía impotente. Me refugié en el abrigo, levanté la solapa y estiré los puños de la chaqueta. Sólo me acurruqué y me concentré en mirar por mi ventana.

— ¡Vamos Bella, puedes decírmelo! —Tomó mi hombro para darme ánimo, aún no notaba que lloraba.

—Él… propuso que… —Tomé aire—. Él me pidió que le diera "ciertos favores" para perdonar mi deuda y mantener mi empleo. —No dejé en ningún momento de mirar por la ventana. Mis lágrimas caían rápidas y silenciosas, como las gotas de la lluvia en la ventana del auto.

— ¡Es un maldito! ¡¿Cómo pudo?! ¡Volveré allí y romperé su maldita cara! —Se puso furioso.

—Jake, déjalo así. —Limpié una lágrima de mi mejilla—. De todos modos no volveré allí.

—Pero necesitas el trabajo Bella, ¿cómo harás para sostenerte?

—No lo sé Jacob, sólo llévame a casa —pedí.

Jacob notó que estaba llorando, pero se limitó a guardar silencio hasta que llegamos a la puerta del edificio. Ya no caían más lágrimas.

—Bella… —dijo un segundo antes de que pudiera abrir la puerta—. Sabes que esto no habría pasado si estuvieras conmigo, podrías trabajar en el negocio de mi padre y además yo podría cuid…

—Jake no —interrumpí. No podía creer que él volviese con el mismo tema—. No sigas por favor… ya hablamos sobre esto.

—Lo sé, Bella… pero tú sabes bien que aún te amo, te necesito. Si tan sólo me dieras otra…

—Basta Jake. No te lastimes más, no me lastimes tampoco. —Tomé aire una vez más, cansada de volver a repetir lo mismo—. Sabes que lo intenté, pero no… —No quise decirle que no lo amaba, él ya lo sabía.

—Bella, sólo déjame decirte… —Intentó acercarse a mí.

—No, Jake, no —dije apoyándome más sobre la puerta, para alejarme de él—. Gracias por traerme —susurré y bajé del auto.

Sabía que él me observaba desde el auto, pero no giré. Él debía comprender de una buena vez.

Entré a mi departamento, dejé la chaqueta de Jake en el suelo, pero no reparé en cerrar la puerta. Me detuve frente al espejo, vi en él una foto de Renée y también mi patético reflejo: toda empapada, más delgada y con esa cara de pérdida. Fue entonces cuando tomé un adorno y lo lancé contra el cristal que estalló en pedazos. Tomé otro adorno y lo aventé al piso. No estaba pensando con claridad, no estaba pensando siquiera.

— ¡¿Bella qué haces?! ¡No! —Escuché la voz de Alice cruzando la puerta, ella siempre velando por mí—. No te hagas esto Bella… no, por favor. —Me abrazó con cariño y caímos ambas al piso, de rodillas.

Rompí en llanto aferrándome fuerte a mi amiga. Alice me tomó con fuerza, me contuvo por un tiempo.

—Todo está bien Bells, hace bien llorar… no estás sola… no estás sola —susurró.

Traté de recomponerme en sus brazos, pero no podía pensar, mi mente era una maraña de sentimientos y emociones fuertes.

Al notar que me calmaba, Alice me separó de ella, con sus manos en mis hombros.

—Tranquila Bella. Estarás bien, ya lo verás. —Asentí bajo su mirada dulce—. ¡Nena, estás sangrando! —dijo tomando mi mano.

No había notado ese corte. Seguramente, fue en el momento que estalló el espejo.

Bajo la mirada atónita de mi amiga, me dirigí al cuarto de baño y tomé del botiquín los elementos para limpiar mi herida.

—Cariño… esto no está nada bien —reflexionó Alice—, ya no puedes seguir así Bella… Piensa que creería de ti Renée si te viese así… Tienes que seguir —dijo suplicante.

—Es que… Alice… ¿Cómo? —Sollocé—. Renée era todo para mí, no tengo familia, ella era mi única familia. —No podía contener mis lágrimas, me sentía tan sola, tan desprotegida.

—Cariño… ven aquí —pidió y me abrazó, en el abrazo más tierno que nunca antes ella me había dado—. Sé que no es lo mismo, Bells, pero no estás sola… me tienes aquí nena, siempre para ti. Y también tienes a Jasper, él también te quiere. —Lloré amargamente una vez más.

—Lo sé, lo sé —apenas dije entre sollozos.

—Cuanto lo siento Bells… Siempre estaré aquí cariño. —Sus dulces palabras me reconfortaban.

Luego de unos momentos, aferrada a ella, me incorporé.

—Me siento mejor…

—Bien —dijo con los ojos húmedos—, tú ve a descansar, yo arreglaré este desorden.

—Claro que no Alice… eres mi amiga, no mi sirvienta, eso sin contar que este lío lo provoqué yo y ya haces mucho cuidando de mí.

—De acuerdo… pero lo haremos juntas entonces —ordenó.

—Claro. —Intenté sonreír.

Comenzamos a levantar los pedazos de espejos de a poco, con cuidado y en silencio. Por momentos Alice me miraba inquisitiva, pero no preguntaba.

—Vamos, pregunta —la animé sin mirarla.

— ¿Qué? No comprendo —trató de disimular.

—Oh, por favor, Alice —le respondí en tono de reproche—. Te conozco y sé que quieres preguntar algo…

—Es que no entiendo, Bella… ¿Cómo es que llegaste a esto? ¿Qué es lo que te sucede? Tú nunca fuiste así. —Me miró atenta—. No me mal interpretes… quiero decir… Sé que es muy duro para ti lo de Renée, y no es para menos, sabes que yo me crié sin padres. Pero no es lo que ella te enseñó Bells… Me preocupas —dijo y se puso de pie para llevar los restos del espejo a la basura.

—Lo sé, Alice, tienes razón. —Mordí mi labio de forma frenética—. Es que todo está mal, todo de pronto se puso de cabeza —le respondí nerviosa—. Aro quiso presionarme a cambio del dinero que le pedí para el tratamiento de mamá.

Me levanté y fui a dejar los cristales a la basura también. Ella se dio vuelta de pronto.

— ¿Aro te presionó? Acaso quiso que tú… —Se llevó una mano a la boca.

—Tranquila… no sucedió nada —dije calmada, apoyada en la mesada.

—Nada… ¿Seguro?

—Claro que nada, Alice. —Me giré hacia el lavabo y abrí el grifo—. Lo manejé bien… Luego Jake me trajo hasta aquí —dije comenzando a lavar mis manos. Sabía cómo reaccionaría.

— ¿¡Jacob!? ¿Otra vez Bella?

Y ahí estaba mi vieja amiga, recriminándome otra vez.

—Alice, no seas dura con él. —Tomé una tolla y sequé mis manos—. Sabes que cualquiera se equivoca.

—Pues yo no creo que el que él haya aparecido por allí sea una casualidad Bella. —Movió su nariz de manera extraña.

— ¿Qué quieres decir? —La miré expectante, pero no hablaba—. ¿Alice?

—Que tal vez él no sea tan inocente y bueno como tú crees. —Empezó a caminar hacia mí de manera firme—. Que, tal vez, él preparó todo esto, para luego rescatarte y quedar como héroe, haciendo que tú cayeras muerta de amor, suplicándole que te dejara regresar… Piénsalo Bella, ¿desde cuándo frecuenta esa zona de Forks?

En algún punto me parecía lógica su teoría, sabía que él odiaba a Jessica y mucho más a Aro.

— ¿Tú crees?

—No lo sé, Bella. Sólo que… tú sabes que nunca me inspiró confianza.

—Jake es un buen amigo —dije tomando la bolsa de basura para sacarla.

— ¡Por favor, Bella! —Rodé mis ojos. Ella era mi mejor amiga, pero a veces era tan exasperante—. ¡Vamos Bella! ¡Te engañó!, y luego adujo estar ebrio, la mejor excusa, ¿no crees?

—Alice…

—Y, además, él no respeta tu decisión de terminar. Es lo que yo llamo el típico ex novio bumerán.

— ¿Bumerán? —La miré extrañada—. ¿De dónde sacas esas cosas Alice?, ¿De la revista Cosmopolitan?

—Pues sí —dijo algo ofendida—. Pero encaja con él. Vuelve constantemente a ti, te persigue, siempre aparece en algún lado, es… tenebroso.

—No exageres, Alice.

— ¡Isabella Swan, es mi deber advertirte de este tipo! —atacó irguiéndose en su corta estatura con su dedo índice hacia mí.

—De acuerdo, prometo tener cuidado con él. ¿Satisfecha? —Si no cedía, ella no se daría por vencida.

—Al menos es algo… ¿Qué harás con Aro? —Ahí iba a la carga otra vez.

—Nada Alice, no volveré. Eso es seguro.

—Pero necesitas el empleo Bella.

—Ya tengo mi título, debo buscar empleo… Espero poder ejercer cuanto antes, para pagarle todo al maldito de Aro y no verle la cara nunca más.

—Sé que lo conseguirás. Y si, por alguna razón, se complica un poco, aún tengo mis ahorros. —Sonrió amable.

Ella podía ser gruñona, pero también era una dulzura de amiga.

—No podría aceptarlo. Has estado ahorrando durante mucho tiempo para viajar a Londres con Jasper.

—Pero sabes que haría cualquier cosa por ti, Bells… Y Jasper lo entendería, él ha llegado a quererte mucho —dijo tomando mi mano.

—Lo sé, yo también haría cualquier cosa por ti y también quiero a Jasper. —Balanceé su mano—. Me alegra que hayas encontrado quien te ame.

—Más bien él me encontró a mí. —Sonrió enamorada—. Nunca imaginé que mi jefe me seduciría así, hasta hacer que me enamorase de él. Tú también deberías buscar alguien que te ame.

—No, Alice… en este momento no estoy para eso. —La angustia amenazaba otra vez—. Tú tienes razón, debo superar esto y seguir adelante, tal como Renée quería.

—Lo lograrás cariño, te tengo fe —dijo moviendo su nariz respingada, de manera chistosa—. Bien… —Tomó aire—. Hora de descansar, ¿no crees?

—Me vendría muy bien, tomaré un baño también.

—Me iré a casa entonces. ¿Crees que estarás bien sin mí? —Asentí—. ¿Prometes no romper nada más? —Sonrió de manera burlona.

—Seguro. —Asentí, moviendo un poco mí barbilla.

Tomó su bolso y se dirigió a la puerta. Un segundo antes de salir, se dio la vuelta y con cara de preocupación, volvió a hablar.

—Amiga, yo sé por lo que estás pasando, no olvides que también perdí a mis padres, pero… tú no estás sola. Soy tu hermana, Bella.

—Lo sé, gracias.

—Piensa qué te diría Renée, ¿qué crees que te aconsejaría? —Levantó una ceja, tomó aire y me besó la mejilla con cariño.

Giró sobre sus pies y, taconeando fuerte el piso, se alejó.

— ¡Adiós Bella! ¡No rompas nada! —casi gritó divertida en tono musical, mientras subía al ascensor. Logró sacarme una sonrisa, antes de que yo cerrara mi puerta.

Dormí con tranquilidad esa noche. Sin duda haber hablado con Alice me había hecho muy bien, pude reflexionar sobre todo lo que me estaba sucediendo.

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Cada uno de nosotros es el escritor de su propio destino, de nosotros depende ser felices. Pueden ocurrirnos cosas muy tristes Bella, pero siempre nos podemos reponer. Siempre.

Las palabras de Renée, vinieron a mi mente. Fue en unas de esas noches en que tomábamos té juntas, charlando de la vida. Ella siempre aprovechaba cada conversación para dejarme una enseñanza, y yo adoraba escucharla. Era un ejemplo para mí.

Cuando quedó embarazada y Charlie la abandonó de un día para otro, Renée defendió mi vida frente a sus padres. Y aun sin respaldo alguno, salió a enfrentarse al mundo conmigo en su vientre.

Era cierto que se topó con una gran persona como la señora Hillary Cullen, pero fue sólo por mérito propio que se ganó el cariño de ella. Sabiendo que Hillary la había tomado como una hija nunca abusó de eso. Y, contrario a lo que haría la mayoría, dejó la lujosa estancia para ser independiente y valerse por sí misma.

Yo no guardo recuerdos de aquel lugar. Tenía tres años cuando Renée y yo vinimos a Forks. Y aunque manteníamos comunicación telefónica con la señora Cullen y solía visitarnos algún verano, nunca regresamos a aquel lugar. Era algo que nunca entendí, Renée se ponía a veces melancólica al hablar de la estancia y se reusaba a volver.

A pesar de todo, del abandono de Charlie, el rechazo de sus padres y el enorme peso de ser madre soltera, jamás me había faltado lo necesario para vivir dignamente. Nunca me había levantado la voz de manera autoritaria, ni jamás la vi llorando. Ella siempre tuvo la palabra justa, el consejo exacto y la sonrisa radiante para mí. Por eso la echaría de menos siempre.

Mis recuerdos fueron interrumpidos por el sonido del teléfono.

—Hola querida, soy Hillary.

—Señora Cullen… Qué bueno escucharla, pero siento tener que decirle algo muy triste.

—No hace falta cariño, ya me he enterado. Es por eso que estoy llamando. —Su voz era comprensiva y triste a la vez.

—Siento no haber podido comunicárselo yo misma, pero fue todo muy rápido. —Contuve las lágrimas que amenazaban con salir.

—Bella, sé que es muy apresurado pero me gustaría verte… Si me lo permites, claro está.

—Seguro, ¿cuándo viene por aquí? —pregunté interesada.

—Ya estoy en Forks, ¿podría verte esta tarde? —Suspiró—. Tengo algo de tu madre que quisiera darte, ¿te parece en la cafetería a las seis en punto?

—Claro, allí estaré.

Mi madre me había hablado mucho de la señora Cullen. Era una buena mujer, ahora algo mayor. Llevaba años viuda, su esposo la había dejado en una excelente posición económica, quedando al frente de los negocios. Pero una vez que su único hijo había crecido, fue este quien tomó las riendas de los negocios, excepto los de la estancia donde vivía Hillary; era ella quien atendía ese lugar.

Luego de esa charla telefónica, me dispuse a preparar una ensalada de vegetales mixtos y pastel de carne. Sabía que Alice vendría a almorzar, insistía en asegurarse de que estuviese alimentándome, pero sentía que, de a poco, recuperaba el ánimo.

Me disponía a guardar la ropa de Renée en el clóset cuando volvió a sonar el teléfono.

—Isabella Swan —atendí.

—Linda Bella… —Ese tono de voz era asqueroso.

— ¿Qué quiere, señor Vulturi? —contesté haciendo hincapié en la palabra señor.

—Ya son más de las 11 y aún no has llegado. —Desgraciado.

—Pensé que le había dejado más que claro que no volvería allí, no después de lo que sucedió ayer.

— ¡Te lo advierto Isabella, si no te presentas no te daré tu liquidación de sueldo! —gritó y colgó.

A causa de la impotencia sentí deseos de llorar, pero no me lo permitiría, no valía la pena. Podía quedarse con su maldito dinero.

Alice llegó con Jasper como a las 12:15 del mediodía. Alice era secretaria en una clínica y Jasper era doctor, su jefe y también ahora su novio. Él era algo serio para mi gusto, pero muy buen hombre.

—Hola Cariño. Espero no te moleste, Jasper vino conmigo… Es que lo he tenido muy descuidado —dijo con cierto brillo es sus ojos.

Inmediatamente supe que fue por mi causa, mi amiga había estado tan ocupada cuidándome y acompañándome que no había tenido tiempo para él.

—No me molesta, para nada.

—Eso es bueno —afirmó Jasper—. De otra manera me comería el pastel yo solo. —Y reveló el pastel, cuidadosamente envuelto, que tenía escondido detrás de él.

—No era necesario, pero gracias. —Tomé el paquete y lo guardé en la nevera.

Durante el almuerzo hablamos mucho e incluso reímos. Me sorprendí al notar que Jasper no era tan serio como parecía. Me hacía bien tenerlos aquí.

—Alice… ¿recuerdas que Renée solía hablarnos de la señora Cullen? —le pregunté mientras lavábamos los platos y Jasper miraba la televisión.

—Claro que le recuerdo. ¿A qué viene esto?

—Bueno, me llamó en la mañana, quiere que nos veamos. Quedamos para las seis en la cafetería. —Hice una pausa—. ¿Crees que esté bien?

—Claro que sí, Bella. Te hará bien.

—De acuerdo —dije guardando el último plato.

Luego de que terminamos de comer pastel, Alice y Jasper se marcharon. Creí que era hora de prepararme, estaba algo ansiosa.

Luego de una ducha, me vestí con un jean, una camisa blanca y un par de botas marrones. Decidí caminar hasta la cafetería, me haría bien algo de ejercicio y además aun era temprano.

Caminé tranquila, escuchando música en mi IPod. Cuando faltaban quince minutos para las seis, entré a la cafetería.

La señora Cullen ya estaba allí. La reconocí porque mamá conservaba fotos de ellas dos juntas.

— ¿Señora Cullen? —pregunté tímida al llegar a la mesa en donde esperaba.

Levantó su vista hacia mí.

— ¡Oh Isabella! —exclamó y me dio un fuerte abrazo.

Me costó reaccionar de manera cariñosa, desde mis cinco años que no la veía.

—Siéntate, por favor —invitó amablemente—. ¿Quieres comer algo? —Todos tenían la intención de hacerme comer.

—No, gracias. Pediré café. —Hice señas a Jessica, mi ex compañera de trabajo.

Ella no tardó mucho en traer mi pedido.

—Gracias Jess. —Ella sonrió antipática.

Probé mi café, mientras la señora Cullen también pedía uno. Quedamos en silencio unos segundos, hasta que ella tomó la iniciativa.

—Quisiera saber cómo pasó. —Tomó aire—. ¿Cómo sucedió lo de tu madre?

Tomé fuerzas para relatarle, lo más brevemente posible, cómo había sucedido todo.

—Renée no se sentía muy bien, pero insistió en no atenderse. Decía que sólo era cansancio a causa del trabajo, que pronto tomaría unos días de descanso. —Tomé un sorbo de café—. Un día se desmayó en su trabajo, recibí una llamada de su jefe en donde me pusieron al tanto. Así que dejé mi trabajo, casualmente aquí, y fui hasta la clínica. —Bebí un poco más—. Cuando llegué mamá dormía. Aproveché para hablar con el doctor, quien me dijo que estaban en proceso unos estudios, pero que mamá estaba muy débil.

— ¿Débil? —inquirió.

—Renée había estado perdiendo algo de peso, pero supuse que se debía a algunas de sus dietas… Siempre le gusto verse bien. —Era cierto, ella amaba verse bien.

— ¿Qué más dijo el doctor?

—Dijo que el conteo de glóbulos blancos era muy alto. Un día después teníamos los resultados. —Tomé aire—. Tenía cáncer de esófago, por eso sus mareos y la poca tolerancia a la comida, estaba muy avanzado. —Me esforcé por no llorar—. Sólo quedaba quimioterapia. —Sostuve mi frente un segundo—. Fueron siete agonizantes y duros meses… ella sencillamente no lo resistió. —Corrí mi mirada a la ventana.

—Cuanto lo siento pequeña… Debe haber sido tan duro para ti. —Tomó mi mano—. ¿Cómo es que no me llamaron? Hubiera puesto a los mejores médicos del país a su disposición. De hecho, mi hijo, Carlisle, está casado con una importantísima doctora, tiene grandes vinculaciones —casi recriminó.

En cualquier otra circunstancia, con otra persona, hubiera mandado a volar a quien me recriminase así; pero esto era distinto. Yo estuve al lado de Renée y sabía que realmente los médicos hicieron todo lo que estaba al alcance de ellos. Hillary hablaba desde el dolor de la pérdida, además Renée no quería seguir así, viviendo atada a una cama, demacrada y llena de dolor.

—Ya sabe cómo era mamá, caprichosa y testaruda. No quería más médicos, no quería más tratamientos… Créame que lo intenté todo. —Los ojos se me llenaron de lágrimas.

—Oh… Claro que lo sé, mi niña, sé cuánto has luchado por ella. ¿Pero me dejas darte un consejo? —Asentí con un gesto—. No te dejes derrumbar. Sé cuan obstinada era tu madre, pero eso la hacía fuerte, siempre luchó contra todo lo que la dañó y siguió adelante. —Mis lágrimas comenzaron a brotar fuertemente—. Siempre, siempre fue una mujer fuerte. Cuando se quedó desamparada contigo en su vientre, cuando el amor no correspondido la hirió, cuando su propia familia la abandonó. —Pasó su mano por mi mejilla—. Si ella estuviera aquí te diría que tienes que ser fuerte, que tienes que seguir adelante.

Cuánta razón tenía, Renée siempre me enseñó a sonreírle a la vida, aunque esta se empeñase en lastimar. De pronto recordé su sonrisa.

El silencio se apoderó de nosotras. Terminé de beber mi café.

—Cuéntame cariño —habló con voz tierna—. ¿Cómo van tus estudios? ¿Cómo te tratan aquí, en tu empleo?

—Bueno, ya terminé mi doctorado y, la verdad, ya no trabajo aquí. —Sus ojos se abrieron grandes—. Sí, yo era mesera junto Jessica, hasta ayer…

— ¿Qué sucedió?

—No quiero hablar de eso. —Desvié mi mirada una vez más hacia la ventana.

—Como quieras cariño. —Hizo una pausa, como para tomar fuerzas para decir algo importante—. Había venido con la idea de que te vinieras conmigo a la Estancia, te sentarían bien unas vacaciones… Sé que te sientes sola y, a decir verdad, esta anciana se siente igual.

—No lo sé, señora Cullen —contesté pensativa.

—Por favor, llámame Hillary —pidió.

—Hillary debo conseguir un nuevo empleo, para poder pagar el alquiler del apartamento y el último préstamo universitario. Lo siento mucho, pero la verdad no creo que pueda.

—Como tú quieras… Aunque necesito en casa un veterinario casi de tiempo completo. El señor Crosswel se acaba de jubilar y me es incómodo andar llevando los animales hasta el veterinario del pueblo, o que él venga hasta la estancia. —Yo sólo la observaba—. Si aceptas, puedo darte el dinero del alquiler de estos tres meses de verano como adelanto, y si luego de esos tres meses, deseas continuar trabajando para mí, seré muy feliz.

Dijo tantas cosas juntas y rápidas que me costó ordenarlas en mi mente, con razón Renée decía que era muy habladora.

—No lo sé…

—Prométeme que, al menos, lo pensarás —suplicó.

—De acuerdo, lo pensaré —dije para su tranquilidad.

Sonrió satisfecha.

—Muy bien pequeña, debo darte algo antes de marcharme. —Tomó su muy elegante bolso y sacó una pequeña caja de alabastro—. Son fotos de ti y de tu madre cuando aún estaban en casa… Me las obsequió el día que se fue, pero sé que ahora te pertenecen sólo a ti, ella lo hubiese querido así, son importantes para ti. Aunque conservé una, si no te molesta.

—Claro que no molesta, y gracias. —Tomé la caja con delicadeza.

Suspiró de forma notoria.

—Bien, debo irme cariño… El avión a Seattle saldrá en una hora y media.

Salimos juntas en silencio. Una vez frente al auto, me dio un abrazo que no esperaba, eso se sentía muy bien.

—Aquí tienes mi número, por si cambias de opinión. —Me entregó una tarjeta personal—. Siempre serás bienvenida.

Sólo pude sonreírle tímidamente. Y me quedé allí, viendo como el auto se alejaba.

Me dirigí a casa con la cajita bajo el brazo, caminar me ayudaba a pensar.

En el camino de regreso me encontré con Jake.

—Bells, que sorpresa —dijo dándome su mejor sonrisa y me abrazó—. ¿Qué haces por aquí? Creí que no volverías a la cafetería.

—Sólo caminaba…

— ¿Y cómo has estado? —preguntó.

—Bien, estoy bien… ¿Qué haces tú por aquí?

—Bueno… en realidad iba a tu casa, pero me di la vuelta —confesó apenado

— ¿Y eso por qué? Sabes que puedes venir cuando quieras —lo reconforté.

—Es que… no quiero que me veas como el patético ex novio que siempre te revolotea alrededor —respondió.

Ex novio búmeran, escuché a Alice en mi mente.

—No te veo así Jake, eres un buen amigo para mí.

—Eso es lo que me duele, que me veas como tu amigo —dijo triste.

—Vamos Jake… —le advertí mordiendo mi labio.

—Lo sé, lo siento. ¿Te acompaño a tu casa?

—Claro… me viene bien tu compañía —acepté sonriendo.

Jake era buen amigo, sentía mucho no haber llegado a amarlo mientras estuvimos juntos. Pero era un gran amigo, lo éramos desde pequeños. Aún recordaba cuando hacíamos pasteles de lodo.

Caminamos juntos, conversamos de muchas cosas. En realidad él me contaba de sus progresos como mecánico de motos; él las adoraba tanto, casi, como a sí mismo. Por eso había dejado la carrera de medicina, que tanto quería su padre que hiciera. Yo sólo lo escuchaba y a veces respondía con monosílabos.

De esa manera llegamos a mi edificio.

— ¿Quieres cenar conmigo? —lo invité.

—No creo que sea buena idea Bells. —Se movió medio incómodo.

Sabía que en algún momento lo superaría.

—De acuerdo… Gracias por caminar conmigo. —Lo besé en la mejilla.

—No fue nada —respondió.

Me di la vuelta y estaba a punto de entrar, cuando su voz me interrumpió.

— ¿Bells? —Giré hacia él—. Llámame si necesitas algo, lo que sea.

—Lo haré —respondí y entré a mi edificio.

Jacob era un buen amigo y con un buen corazón.

Al entrar a casa, puse la cajita que Hillary me había dado en la mesita de noche de Renée. Me di un baño y, con el batón puesto, me dispuse a ver las fotografías en su cama.

Todas eran hermosas. Estaban prolijamente ordenadas y organizadas por fecha, con breves notas detrás de cada una, con la letra de mi madre. Las fotos iban desde mamá con su panza junto con Hillary, hasta conmigo en sus brazos o sosteniéndome cuando comenzaba a caminar. También había algunas en donde yo tenía mi largo cabello trenzado a un costado, sosteniendo alguna mascota, un conejito, un patito o dándole el biberón a un corderito. Ahora sabía que mi amor por los animales lo traía desde pequeña.

Aunque me invadió mucha nostalgia y angustia no lloré. Al ver esa sonrisa enorme de Renée otra vez, recordé las palabras de Alice y de Hillary. Ambas tenían razón, mamá no me dejaría desplomarme.

Cerré la caja y la coloqué sobre la mesa de noche, volvería a dormir a mi cama.

.

.

Descansé como hace meses no lo hacía. Alice llamó por la mañana como lo hacía religiosamente todos los días desde hace ocho meses.

—Buen día, Bella, ¿cómo te sientes hoy? —Siempre atenta.

—Muy bien, gracias —respondí tranquila.

—Almorzaremos juntas hoy. —Ella y su sobreprotección déspota.

—Pero en casa, no tengo ganas de salir —repliqué.

— ¡Claro que no! No puedes estar todo el día encerrada en tu casa. Te veo a las doce en la cafetería. —Mandona.

—De acuerdo. —Era mejor ceder, además me hacía bien salir.

—Bien. Ahora dime, ¿cómo te fue con la señora Cullen?

—Muy bien, creo… Es amable y dulce, quiere que pase este verano en su estancia en Seattle. Pero no lo sé. —Realmente tenía dudas o tal vez miedo de dejar la casa donde siempre estuve con Renée.

— ¡Bella! Te haría muy bien cambiar de aire, relajarte. Alejarte del perro de Jacob.

—Alice, no comiences de nuevo —la regañé.

—De acuerdo cariño, no hablaré de este asunto, excepto en nuestro almuerzo. —Definitivamente Alice era una obstinada.

—Nos vemos, Alice —dije rodando mis ojos y colgué antes de seguir oyéndola.

Extrañamente, preparé mi desayuno. Alimenté a Kate, mi gata Angora y luego de terminar algunos quehaceres, tomé un baño y salí al encuentro de mi amiga.

De camino al café, me encontré con Jake otra vez, venía en una de sus motocicletas. Al verme, dio una frenada espectacular, quedando frente a mí.

— ¿Qué tal, Bella? —Sonaba algo fanfarrón o tal vez era el aire que le daba esa chaqueta de cuero negro.

—Jake… ¿por qué corres tan rápido? Podrías lastimarte.

Sonrió sarcástico.

— ¿Qué es lo que te causa gracia? ¿A caso te ríes de mí? —pregunté.

— ¿Ahora te preocupas por mí? —lo dijo en tono irónico.

—Sabes que te aprecio —contesté.

—Bueno… Tú me terminaste Isabella, no creo que eso sea aprecio —aseguró casi tenso.

—Jacob ese es otro tema. Además sabes que no fue mi culpa, tú sabes lo que pasó —me defendí.

— ¡¿Crees que no sé de quién fue la culpa?! —Levantó la voz, al mismo tiempo que tiró su motocicleta al suelo. Me alarmé, sólo podía observarlo sorprendida—. Pero te pedí perdón, no estaba sobrio. Ella me sedujo y cuando estuve con ella pensé solo en ti. —Tensó su mandíbula y dio un paso hacia mí—. Vamos Bella… tú nunca "quisiste" conmigo, soy hombre. —Dio otro paso más y yo reculé hacia atrás—. Pero me tuviste arrodillado, suplicándote, humillándome para conseguir tu perdón… ¿Pero yo no fui suficiente para ti verdad?

Nunca lo había visto así, anoche había sido amable. Su postura amenazante me asustó. Debía calmarlo.

—No es así, Jacob…

No me dejó terminar de hablar, ya que sentí lo fuerte que me tomó del brazo intentando jalarme hacia él.

— ¿Jake qué te pasa?, ¿hueles a alcohol?, ¿has estado bebiendo tan temprano? —No era el Jake de ayer.

—Como si te importase, Bella.

— ¡Suéltame! —exigí tratando de zafarme de su agarre, fue inútil.

En ese instante un auto oscuro frenó a nuestro lado.

— ¿Necesita ayuda señorita? —Una voz masculina salió del auto.

Jacob me soltó de a poco.

—Estamos bien, es sólo un malentendido —respondió por mí.

— ¡No te hablo a ti, idiota! —Jake quedó petrificado ante el sujeto al que no le veíamos bien el rostro—. ¿Se encuentra bien señorita? —insistió.

Mirando a Jake, quien me miró con ojos suplicantes, respondí:

—Estoy bien.

— ¿Segura? —Quería asegurarse.

Asentí en silencio. Y en un segundo Alice estaba allí, todo fue muy rápido y vertiginoso.

— ¡¿Qué crees que haces?! —exclamó enardecida mi amiga.

—Tranquila niña —Jacob le habló altanero.

El hombre en el auto abrió la puerta, furioso, y bajó. Nadie más lo notó, sólo yo.

— ¡Ya déjala en paz, perro! —El grito de mi amiga me distrajo.

Alice se abalanzó como si fuera a comerse a Jacob, quien al menos le llevaba casi dos cabezas de altura.

Jasper llegó de pronto y la tomó de la cintura apartándola de encima de Jake, y se interpuso entre nosotros protegiéndonos a ambas. El hombre del auto, que aún no había llegado hasta nosotros, se quedó observando.

—Será mejor que te vayas muchacho —le advirtió Jasper a Jacob.

—Tú no te metas, doctorcito. —Este no era el Jake que yo conocía.

— ¡Basta Jake! —grité alterada. Todos me observaron—. Vete, ¡vete Jake! Estás ebrio…

Pareció que mis gritos lo pusieron en su lugar, se dio la vuelta, tomó su motocicleta y se alejó.

El hombre del automóvil también se fue de allí, chirreando las ruedas. Ni siquiera pude agradecerle.

— ¡Te lo dije Bella, es un maldito perro! —Mi amiga aún no se calmaba.

—Alice…

—Vamos cariño, no le recrimines. Ya está bastante asustada. —Jasper intercedió por mí.

Sentía ganas de vomitar. Todo fue tan rápido, no entendía lo que había pasado. Todo me daba vueltas.

— ¿Bella? Bella, cariño… ¿Te encuentras bien? —Alice me tomó del brazo.

—Tiene un shock nervioso. Será mejor que la llevemos a su casa —aconsejó Jasper—. Iré por mi auto —dijo al no recibir respuesta de mi parte.

Alice se quedó conmigo.

—Por favor, háblame Bella.

—Estoy bien… —pude decir casi sin voz

—Dime, ¿te hizo daño? —Estaba muy preocupada por mí.

—No. No lo hizo… Él estaba ebrio Alice, él nunca fue así —murmuré al borde de las lágrimas.

—Tranquila cariño… Ya estamos aquí. —Me abrazó.

Jasper llegó con el auto y nos llevó hasta casa.

Una vez adentro Jasper fue a preparar té. Sabía que en realidad era una excusa, quería dejarnos a solas en mi cuarto.

— ¿Te sientes mejor ahora? —preguntó Alice.

—Sí, estoy bien… Gracias, Alice.

—Dime qué pasó cariño… Prometo no regañarte. —Acomodó una almohada y me instó a que me recostase.

Una vez cómoda comencé a hablar.

—No lo sé, Alice. Nunca lo había visto así, estaba ebrio —contesté—. Me recriminó que no lo haya perdonado. Dijo que, cuando estuvo con ella, pensó en mí; que era mi culpa por no habérmele entregado. —Sollocé.

—Patrañas Bella, él lo hizo porque quiso. No te culpes —habló comprensiva.

—Lo sé… sé que no es mi culpa, pero me dolió verlo así. Nos conocemos de niños, Alice. —Me sequé las pocas lágrimas que caían—. ¿Crees que esté teniendo problemas con la bebida?

—No lo creo —contestó arropándome—, pero sí creo que es un maldito bastardo que no acepta que se terminó su relación contigo. Y si los tuviese, no es tu problema. ¿Quién era el hombre del automóvil? —Creí que sólo Jacob y yo lo habíamos notado.

—No lo sé, simplemente estacionó cerca e intentó ayudar —dije tratando de recordar su rostro, pero no lo logré… no había podido reparar en él.

—Bueno… Quien quiera que sea, te salvó de aquel Idiota. —Asentí.

Jasper golpeó la puerta.

—Entra Jazz —dijo mi amiga.

Traía una bandeja con tres tazas de té. Alice le acercó mi sillón de lectura cerca de nosotras. Él me entregó la taza de té, con una sonrisa muy amable y bella. Ahora entendía por qué ella lo amaba tanto, era todo un caballero. Me gustaba saber que mi amiga tenía quien la amara, me preguntaba si yo algún día tendría algo así.

—Jasper gracias.

—No fue nada Bella, hubiera roto la cara de aquel tipo si las hubiera tocado. —Dudé que hubiera podido, Jacob medía un metro ochenta, Jasper no tanto—. ¿Suele comportarse como un patán? —preguntó.

—No, es la primera vez que lo veo así. —Tomé un sorbo de mi té—. Umm, exquisito —adulé a mi amigo.

—Es porque es té inglés, hecho por un inglés. —Sonrió pícaro.

—Espera que pruebes sus platos, es realmente bueno en la cocina Bella —se regodeó mi amiga mientras acariciaba el cabello de él.

—Sólo porque tú lo haces espantoso, cariño —respondió él guiñándome un ojo.

—Es que somos mujeres modernas y fuertes… estudiamos, trabajamos, pero no cocinamos. No nos preparamos para ser esclavas de los hombres, ¿no es así, Bella? —Mi amiga sí que sabía defenderse.

—Claro —la apoyé.

Reímos los tres. Me estaba sintiendo mejor.

—Hablando de comida… Tienes que comer algo Bella. —Y ahí estaba mi mandona y prepotente amiga.

—Tengo ensalada en la heladera —accedí.

—Nada de ensaladas nena, necesitas algo más fuerte. Hace meses que tienes los nervios a flor de piel, debes alimentarte mejor —ordenó mandona y se levantó de la cama para dirigirse a la cocina.

Miré a Jasper para buscar su ayuda. Sólo alzó sus cejas junto con sus hombros, en señal de que no podía intervenir.

—Jasper… ni lo intentes —dijo de espaldas a él, como si hubiera adivinado sus gestos.

— ¿Vas a cocinar tú, cariño? —Guiñó un ojo hacia mí, robándome una sonrisa.

—Claro que no, quiero alimentarla, no envenenarla. Llamaré al delivery —respondió aún de espalda, casi ya cruzando la puerta de mí cuarto.

—Como siempre —susurró su novio hacia mí.

— ¡Te oí Jasper Whitlock! —Dijo ella y lo llamó—: Ven a la cocina cariño.

Y Jasper fue detrás de ella.

Al rato estábamos los tres almorzando tacos, nos gustaba la comida mexicana.

—Bueno señoritas, este doctor debe ir a salvar vidas —se despidió cuando terminamos nuestra comida, no sin antes besarnos en la mejilla. Nunca besaba a Alice en la boca delante de los demás.

— ¿No vas con él? —pregunté sorprendida.

—No, ser la novia del jefe tiene sus ventajas, me dio el día libre para estar contigo.

En ese momento sonó el teléfono, Alice atendió en seguida.

— ¡¿Tú?! ¡Ya déjala en paz, maldito perro! —La amiga dulce se convirtió en una guerrera en un solo segundo.

—Dame el teléfono Alice —pedí.

— ¡Bella no! —dijo intentando apartar de mi alcance el aparato.

—Que me lo pases, Alice —repetí algo más firme.

Tuvo que acceder y entregarme el teléfono, no sin antes lanzarme una mirada fulminante.

— ¿Jake?

—Bella… Oh Bella… Lo siento, no quise asustarte ni hacerte daño. —Se oía sincero.

— ¿Estás teniendo problemas con la bebida?

—No Bella, yo sólo… anoche me quedé algo triste, fui a casa de Sam y tomamos un par de cervezas…

— ¿Un par? Jake estabas borracho a las once y media de la mañana, creo que fueron más de un par de cervezas. —La mirada inquisitiva y acusadora de Alice estaba sobre mí.

Me giré, para no verle la cara de enfado.

— ¿Por qué te haces esto Jake? Nunca fuiste así, ¿qué hubiera pasado si Alice o Jasper no aparecían? ¿Me hubieses arrastrado contigo a la fuerza Jake? Dime, porque si es así, no sé si quiero continuar con nuestra amistad.

— ¡No, Bells! No me apartes de ti, no lo resistiría. Yo sé que no hubiese pasado nada, jamás te haría daño. —Ahora se oía desesperado.

—No lo sé, Jake…

—Lo siento Bells, por favor perdóname al menos en esto. Te prometo que no sucederá nunca más. —Me dolía oírlo suplicar otra vez.

—Está bien Jake, todo está bien. No dejes que se repita por favor. —Todos merecemos el perdón.

—Gracias, Bells… no te voy a decepcionar otra vez.

Cuando colgué el teléfono, tuve que enfrentarme a una pequeña fierecilla llamada Alice, quien me miraba con enojo.

— ¡¿Por qué insistes en relacionarte con ese perro?! —arremetió contra mí.

—Deja de llamarlo perro —respondí tranquila mientras llevaba los platos a la cocina.

—Bella… ¡¿es que no te das cuenta?! —Me siguió todo el trayecto a la cocina como un huracán—. ¡Ese tipo está loco! ¡Todo el mundo lo nota, excepto tú!

—Alice, por favor.

— ¡Él es un peligro, Bella! ¿Por qué no puedes verlo? ¿Acaso no sentiste temor hoy?

—Claro que sí, Alice. Pero me pidió perdón, creo que eso es importante. —La verdad yo no lo consideraba un peligro, sólo había cometido un error—. Siempre fue bueno y atento conmigo, no se juzga a las personas sólo por sus errores —traté de razonar con ella.

Me tomó de la mano y me llevó a la sala. Nos sentamos en el sillón grande, enfrentadas. Tomó un almohadón y lo puso sobre sus piernas y, una vez calmada, habló.

—Bella… Él siempre fue así sólo contigo, él sabe lo que quiere de ti, nena, por eso actúa diferente a tu lado. Es una máscara, una máscara que algún día entenderás que comenzó a caérsele hoy.

Sus palabras me dieron qué pensar, pero me reusaba a creer que aquel niño que creció junto a mí, era ahora una mala persona.

—Sólo… sólo prométeme que tendrás cuidado con él —pidió casi suplicante.

—Está bien, lo prometo —asentí sólo para que se calmara.

—Bien. Ahora dime… ¿Cómo te fue con la señora Cullen ayer?, ¿cómo es ella? —Mi ciclotímica amiga estaba de vuelta.

—Es una buena mujer, me cae muy bien. Se nota claramente que amaba mucho a mamá —comenté.

—Es extraño que, siendo tan buena, viva sola en aquella gran estancia. —Mi amiga y sus desconfianzas.

—Tal vez… Tiene un hijo en Alaska. —O algo así me había contado Renée—. Es juez y su esposa doctora.

— ¿Y qué harás Isa? ¿Vas a ir?

—No lo sé, es una buena oferta. —Alice me miró con extrañeza—. Lo siento, olvidé mencionarte… Me ofreció trabajo como veterinaria de tiempo completo en su estancia. Dijo que si acepto, me adelantará el dinero para que pueda pagar de antemano el alquiler equivalente de los primeros tres meses… así no tendré necesidad de perderlo.

Amaba este departamento. Quizá no fuese un palacio, pero era el hogar que Renée me había dado. Aquí pasamos nuestras noches de película, o sencillamente teniendo hermosa charlas mientras bebíamos café.

— ¡Entonces tienes que aceptar, Bella! Podrías ejercer tu profesión, bien sabes lo difícil que es montar un consultorio veterinario cuando recién te has recibido, y más en este pequeño pueblo. —Hizo una pausa—. En mi opinión Bella, por más que me pese tenerte lejos, creo que debes ir.

—Tal vez tengas razón… aún debo pensarlo.

Luego de una pausa le pregunté:

—Ahora es tu turno… ¿Cómo estás tú? —Todo este tiempo que había estado triste había descuidado a mi gran amiga—. Veo que con Jasper todo parece ir bien.

—Sí Bella, lo amo demasiado. Pero tengo algo importante que contarte —dijo con sus ojos brillantes abiertos de par en par—. Anoche me pidió matrimonio, ¿puedes creer eso?

La abracé con todas mis fuerzas.

— ¡Cómo me alegra, Alice! Debes estar feliz. ¡Felicidades! —exclamé—. Sé que ambos son el uno para el otro.

—Sí, lo sé. Bella desde que lo conocí supe que él era el indicado.

Esto me alegraba muchísimo, ellos eran dos buenas personas y se merecían lo mejor de mundo. Tal vez el que ambos fuesen huérfanos los unía aún más.

Ella se quedó seria por un instante.

— ¿Sabes Isa? Creo que pronto conocerás al hombre de tu vida, y ya sabes que nunca me equivoco con mis presentimientos —dijo entusiasmada moviendo su nariz respingada.

—Tal vez —respondí, para no llevarle la contraria, sabía que ella creía tener cierto don de clarividencia.

Alice debió marcharse, tarde o temprano debía hacerlo. Además planeaba agasajar a su futuro esposo, así que debía pasar por la tienda primero. Adoraba estrenar ropa y zapatos, en realidad, adoraba estrenar todo lo que tuviese que ver con la moda.

Una vez sola eché un ojo a los clasificados. Pero, tal como lo había predicho mi amiga, no había pedidos de médicos veterinarios. Y sin dinero suficiente, sería muy difícil montar un consultorio privado.

Entonces comencé a pensar si debía aprovechar la oferta de Hilary. Sería bueno para mí trabajar en una estancia donde hay muchos animales. Eso me daría la experiencia para después, con el tiempo, abrir mi consultorio. Pero aun así, necesitaba seguir pensándolo. No era la clase de persona que toma una decisión así como así.

No cené esa noche, no más que un plato de ensalada, ya bastante me obligaba a comer Alice. Le abrí una lata de atún a Kate, y, luego de ducharme, me acosté y tomé el portarretrato de mamá que estaba en mi mesa de noche. Luego de observarlo detenidamente, noté que la foto estaba fuera de cuadro. Así que puse de revés el portarretrato y lo abrí para acomodar la fotografía. Pero, para mi sorpresa, había una nota doblada allí. Mi asombro fue aún mayor cuando la abrí y me encontré con una nota de Renée.

Era una carta de ella para mí, de su puño y letra.

Querida Bells:

Sé que si estás leyendo esto es porque ya no estoy a tu lado. Por favor, no me veas con resentimiento, no podía dejar que mi agonía se extendiese por mucho más tiempo, sólo por el hecho de ser egoísta, por querer continuar a tu lado, sentenciándote así, a postergar tus metas.

Siempre fuiste una niña fuerte, aun desde muy pequeña. Cada vez que preguntabas por tu padre y te respondía la verdad, sabías sobrellevarlo.

Estoy segura que, en estos momentos, te encuentras sola en casa, te desesperas y angustias… pero la vida continúa, nena, ya ves que no se detiene. Como no se detuvo cuando Charlie no quiso quedarse con nosotras, o cuando mi familia se opuso a que nacieras, sin embargo, seguí por ti linda, porque te adoro y porque eres lo más importante, único y puro en mi mundo y en mi vida, que hoy se me va.

Sé que desde algún lugar te estaré mirando y seguiré velando por ti. Acompañándote en el camino de vivir.

Hay unos consejos que quiero darte:

Recuerda que las oportunidades no se nos dan siempre, a veces sólo una vez. Así que, cariño, no permitas que nada te detenga, escucha tu corazón como siempre te lo he dicho, pero recuerda tomar las decisiones con mente clara y, en lo posible, tranquila.

Valora la amistad, Bella, es una de las cosas más bonitas e importantes que tiene la vida.

Sé fiel a ti misma y a tus convicciones.

Ama intensamente y no rechaces al amor cuando este se presente.

Siempre estaré contigo baby, estaré en cada recuerdo mío, en cada charla que atesoras en tu corazón, estaré en las pequeñas cosas que hicimos juntas y que nos hicieron tan felices.

Por favor no me recuerdes con tristeza… no quiero tus hermosos ojos hinchados e irritados de tanto llanto. Recuérdame con alegría, con una sonrisa. Me sentiré honrada y feliz, cada vez que te vea sonreír cuando alguien te diga mi nombre.

Ten siempre presente los buenos momentos que tuvimos juntas. Yo viví feliz, Bella, porque tú me hiciste feliz… no podría haber tenido una mejor hija, jamás.

Te amo como a nada en el mundo, siempre lo hice, aun antes de que nacieras y lo seguiré haciendo en la eternidad.

Te amará por siempre…

Tu Madre

Aquella carta llegó a lo más profundo de mi corazón y de mi alma. Fue como tener a Renée devuelta frente a mí, hablándome con su voz dulce y su hermosa sonrisa. Las lágrimas brotaron rápidas y fuertes, con cada línea que leía.

No comprendía… ¿Cómo podía ser que estando tan enferma, débil y sufriendo de dolor, encontró tiempo para dedicarme estas palabras de aliento? ¿Cómo podía ser tan noble y tener esa grandeza de dejar todo su sufrimiento de lado para concentrarse en mí?

Llevé la carta hasta mi pecho y la abracé con mucha fuerza. Lloré… lloré muchísimo más que las veces anteriores.

Luego de entregarme a un profundo llanto, una vez calmada. Me puse de pie y guardé, con mucha delicadeza, la carta en la cajita que Hillary me había dado con las fotos. Al hacerlo me encontré con la tarjeta personal que la señora Cullen me entregó.

La sostuve unos segundos en mi mano, junto con la carta de mi madre, y recordé uno de los consejos que ella me había escrito: "las oportunidades no se nos dan siempre, a veces sólo una vez". Fue cuando comprendí que tal vez esta era una de las oportunidades de las que Renée me hablaba, una que no debería dejar pasar.

Con valentía sequé mis lágrimas, sonreí hacia la carta, la volví a guardar con amor y tomé el teléfono para llamar a Hillary.

— ¿Hola? —Era la voz de Hillary, porque estaba llamando a su celular.

—Hola Hillary, soy Bella —casi susurré.

— ¿Bella? ¿Cariño estás bien?

—Estoy bien. —La verdad estaba mejor de lo que había estado todos estos últimos meses—. Reponiéndome, por supuesto.

— ¿En qué puedo ayudarte tesoro? —preguntó amable.

Tomé aire para hablar.

—He estado pensando en su propuesta… Voy aceptarla, me hará bien cambiar de aire y necesito el empleo —dije resuelta.

— ¡Qué alegría inmensa me da! —Casi me dejó sin audición—. Verás que has tomado la decisión correcta.

—Muchas gracias, Hillary. Sólo que no quiero vivir como una invitada, quiero ganarme el dinero con mi trabajo —le advertí.

—Lo sé, eres igual de obstinada que tu madre —dijo algo melancólica—. De acuerdo, pero después de tu trabajo y en tus tiempos libres serás mi invitada —afirmó en el mismo tono autoritario que Alice.

—Hillary… no creo que…

— ¡Claro que sí! —interrumpió estruendosamente—. Es justo que negociemos. —Ahora sonaba profesional.

—De acuerdo… en cuanto a la paga…

— ¡Bababap! No hay negociación en eso en absoluto. Recibirás una excelente paga y no aceptaré peros. —Increíble el don de mando que tenía esta mujer, no por nada seguía al frente de sus negocios.

—Está bien, señora Cullen, como usted diga —cedí paciente.

—Bien… ¿Cuándo quieres venir? No es mi intención presionarte, pero en unos días hay que empezar con las vacunas de los corderos y días después de los terneros y potrillos… Además Betsy está próxima a parir. —Se oía asustada.

— ¿Betsy?

—Betsy, la yegua de mi hijo. Y en verdad yo no entiendo de eso, si tengo que hacerlo sola entraré en pánico. —De verdad se notaba su temor.

—Tranquila Hillary… Iré pasado mañana, si para usted es apropiado, por supuesto —titubeé, no quería sonar entrometida.

—Claro que sí cariño, te esperaré —dijo amena—. Espero no te enojes Bella pero… ¿tienes dinero para el pasaje?

—Sí, aún tengo mis ahorros y los de Renée. —Corrí mi vista hasta su fotografía.

—De acuerdo. Llámame cuando tengas el horario de llegada, mandaré a alguien por ti.

—Hasta mañana, señora Cullen. —Colgué.

Por unos segundo más observé la fotografía de mamá. Las palabras salieron de mí en voz alta sin darme cuenta:

—Voy a seguir con mi vida mamá, pero nunca te voy a olvidar.

Aquella noche me prometí a mí misma que no volvería a llorar su pérdida y si asomaban lágrimas por ella serían a causa de los bellos recuerdos que siempre atesoraría en mi corazón.

Llamé a Alice y le di la noticia de mi decisión. Como era de esperarse, se puso muy feliz por mí. Por la mañana compraría mi boleto.

Una nueva etapa en mi vida me esperaba. No sabía qué me depararía el destino o qué cosas allí viviría, pero de algo estaba segura: viviría al máximo lo que me tocase vivir.

Bueno... ¡Estoy super nerviosa, emocionada, ansiosa, alegre, enloquecida!... Espero que les guste este sueño. Porque para mí, es lo que es, un sueño hermoso que quería compartir con ustedes. Gracias por permitirme hacerlo.

En primer lugar quería agradecer a FFAD. A Jo, que fue quien me acepto en el grupo y por haberme asignado a Flor como beta. Lo más hermoso es que descubrimos, después de unas semanas, que vivimos a una hora de distancia y lo que es más maravilloso aún es que se convirtió en una gran amiga... Flor eres una dulzura de persona, gracias por estar conmigo en esto. Porque, esto, es de las dos.

También a la maravillosa Patito fanfic, que es mi mentora. No me quiero olvidar Anna Swong y de Patricia Gr, dos grandes que me ayudaron en cosas técnicas más de una vez.

Por supuesto agradecerles a ustedes por "leerme". Espero que amen tanto a este Edward, que muy pronto conocerán, como yo y que lo sepan entender.

Pueden dejarme preguntas o inquietudes o lo que quieran, estaré gustosa de contestarles. Me encantaría que nos conozcamos de a poco.

Las actualizaciones se harán cada quince días. O sea que el próximo 13/11/2013 vendré con el segundo cap. ¡Hasta la siguiente actu!