~PRÓLOGO~

Mi nombre es Marinette Dupain-Cheng, tengo quince años de edad. Solía vivir en una pequeña aldea cercana al mar con mi madre y mi padre, ganándonos la vida gracias a la panadería familiar. Éramos felices, nuestra relación con el resto del pueblo era buena, vivíamos en paz.

Hasta que ellos llegaron.


–¡Marinette! Vamos, cariño, el sol ya ha salido y el trabajo en la panadería no puede esperar –habló la señora Cheng desde las escaleras que llevaban al pequeño cuarto de Marinette.

–Ya voy, mamá –la chica de cabello azabache se levantó con pereza de la cama. Amaba a sus padres y ayudarlos en la panadería, sin embargo anhelaba desde hace años ser costurera. Toda la ropa que llevaban ella y su familia era diseñada y elaborada por la misma Marinette, incluso a veces hacía los vestidos de algunos conocidos, así ganaba algunas monedas extra para su familia. Imaginaba los hermosos vestidos que podría hacer si tuviera acceso a telas preciosas. Por desgracia, si bien su familia tenía una posición económica decente, no podían darse el lujo de poseer telas tan caras, por lo que tenía que conformarse con la vida que llevaba actualmente y las telas baratas que usaba para hacer sus ropas.

De una pequeña pila de ropa limpia tomó su vestido favorito y comenzó a vestirse; un simple pero bello vestido rosa pálido descansaba ahora sobre su menudo cuerpo. Miró su reflejo en un pequeño y sucio espejo que tenía junto a su cama y se arregló su larga cabellera en un moño descuidado con su ya tradicional cinta roja.

Cuando entró a la panadería de su familia se dio cuenta que de nuevo sus padres la dejaron dormir demasiado. Marinette no era una persona muy madrugadora, por más que lo intentara, pero eso no evitaba que todos los días quisiera ayudar a sus padres con la preparación de los primeros panes del día y la apertura de la panadería.

Después de haber acomodado unos panes en los estantes vio a su papá entrar a la panadería con una bandeja llena de panes recién salidos del horno y a su mamá con una gran canasta.

–Cariño, ve y entrega estos panes a la familia Barbot –dijo su madre mientras le daba la canasta a Marinette.– Quizás tengas suerte y te encuentres con el joven Theo.

–¡Mamá! –exclamó Marinette ruborizada.

–Vamos, Mari, la familia Barbot es de una posición económica mucho mejor que la nuestra, que su hijo quiera pretenderte te da una gran oportunidad de tener una mejor vida a la que llevas ahorita, hija –el señor Dupain abrazó a su hija mientras la encaminaba hacia la puerta de la pequeña panadería.

–Papá, estoy bien así, no necesito tener un pretendiente. –orgullosa levantó el mentón y le dio una sonrisa a sus padres.

–Marinette, cariño, ya no eres una niña, pronto estarás en edad de casarte y entre más tiempo esperes menos posibilidades tendrás de hacerlo –la señora Cheng tomó el rostro de su hija entre las manos.– Nosotros no estaremos contigo toda la vida, mi niña, algún día partiremos de este mundo.

–Lo sé mamá, pero... –exclamó rápidamente la chica.

–Marinette, mírame a los ojos –habló con una voz más firme la pequeña mujer.– Queremos partir sabiendo que estás en buenas manos y que alguien te cuida como te lo mereces. No te pedimos que lo aceptes así de la nada, pero dale una oportunidad, Theo es un buen muchacho. –conteniendo unas cuantas lágrimas, suspiró la mujer mayor.– Ahora ve y entrega lo que te pedimos, después hablaremos de esto.

–Sí, mamá –susurró mientras se daba la vuelta con una cara entristecida. No podía demostrar tristeza ante sus padres, por lo que con su mayor esfuerzo puso la mejor sonrisa y dio media vuelta nuevamente.– Nos vemos más tarde. –les dio un abrazo a cada uno y salió de la panadería.

Jamás pensé que no volvería a abrazarlos otra vez…

Las calles comenzaron a llenarse de personas poco a poco, jóvenes y ancianos buscando abastecerse de recursos para sus hogares. Dio una mirada hacia la posición del sol y con prisa comenzó a caminar más rápido hacia la casa de la familia Barbot. Tenía que darse prisa, era más tarde de lo que creyó en un principio. Luego tendría oportunidad de mirar el paisaje.


Por fin, pensó Marinette al ver a lo lejos la casa de los Barbot; era una enorme construcción en la cima de una montaña, llena de vida. A diferencia de la suya, un pequeño y opaco lugar, pero sin faltar el calor de una amorosa familia.

Los Barbot eran la familia más adinerada del pueblo y sus alrededores. La casa Barbot siempre cautivó a Marinette, tantos lujos que ella jamás podría siquiera soñar, por mucho tiempo pensó que no podría haber mayor riqueza que esta.

Sin embargo, durante sus constantes viajes al hogar de los Barbot escuchó a más de uno hablar sobre el Gran Palacio Bijoux, donde solo pocos tenían la dicha de entrar, el palacio más grande del mundo y hogar de la familia Agreste, los soberanos del Imperio Miraculous, el más poderoso que haya existido. Marinette no sabía mucho sobre este imperio, ni el porqué era el imperio más fuerte, solo conocía sobre la nobleza de la familia Tsurugi, la familia que gobernaba su pequeño reino.[1] Pero eso no le impedía soñar que vivir ahí sería el paraíso. Cuantos tipos de telas y colores habrá en lugares así pensó. No, Marinette no soñaba con joyas y riquezas, ella se la pasaba imaginando las salas de costura en todos los palacios.

Al llegar a la casa, se dirigió a la puerta para la servidumbre, como lo hacía cada día, llevando pan fresco, y esperó a que llegaran a recogerlo. Cuando se comenzó a sentir desesperada, vio venir hacia ella un rostro conocido, quien sonriendo tomó la cesta y se la dio a una de las muchachas que venían con ella.

–Muchas gracias, Marinette, en un momento las muchachas te darán el dinero. –Alice, la joven muchacha que la recibió en la casa Barbot, se había criado junto a Marinette, casi como hermanas; era unos cuantos años mayor que ella, y cuando llegó a la edad de casarse, su padre, un hombre que enviudó joven, a la más mínima oportunidad le dejó en claro que cuando llegara a una edad o se casaba o se iba de su casa. Fue así como decidió entrar a la casa de los Barbot como criada para evadirlo. Era una mujer bella, de cabello castaño dorado, ojos almendrados y un físico muy atractivo, Marinette la envidiaba un poco, Alice era realmente bella, y los años no parecían llegar a ella. Fácilmente podía llevarse al altar a cualquiera de los jóvenes solteros del pueblo, incluso a Theo, quien para desgracia de la azabache puso sus ojos en ella y no en alguien más.

Marinette miró hacia todas direcciones en busca de alguna otra persona que las pudiera escuchar, al ver que no había nadie a los alrededores, se acercó a Alice y le susurró.

–Alice, necesito un favor.

–¿Qué sucede, Mari? –la castaña se acercó a la azabache, quien inmediatamente la jaló hacia un lugar más apartado.

–Necesito que investigues si alguna familia necesita muchacha para la servidumbre, no puedo permanecer más tiempo en mi casa. –habló desesperada la pelinegra. Alice, adivinando el porqué de su pedido, pues ella había pasado por lo mismo, aceptó que le informaría si había algún puesto disponible del que ella supiera.

Luego de darle las gracias a Alice por el favor y recibir el dinero, se encaminó hacia casa. Antes de salir de la residencia, oyó a alguien llamándola a lo lejos. Suspiró fuerte y con pesar se dio la vuelta.

–¿Se le ofrece algo, Señor Theo? –cuestionó la azabache haciendo una leve reverencia ante su presencia.

–Señorita Marinette –jadeó el joven. Al ver a la chica de sus sueños pasear por el jardín de su hogar, Theo salió corriendo en su búsqueda, esperando poder hablar con ella, puesto que la joven siempre lo evadía cada que podía.– ¿Tiene alguna prisa, señorita? Parece querer salir de aquí con prisa.

–Nada de eso, Señor, simplemente mis padres me esperan para ayudarles en nuestra panadería. Como usted sabe, de eso se mantiene mi familia y no podemos permitirnos perder ni un solo cliente –enfocando su mirada siempre en el suelo y sin siquiera pensar en alzar la mirada a la suya. Marinette quería salir rápidamente de ahí. Si Theo hablaba sobre el cortejo, no tendría escapatoria. Debo irme ya se dijo a sí misma–. Señor, por favor, mis padres me necesitan. Si me disculpa me gustaría volver a mi casa.

–Permítame acompañarla, señorita Dupain-Cheng, no es seguro para una joven como usted andar sola por el pueblo –sin decir una palabra más, el joven moreno salió de la propiedad y se encaminó hacia el pueblo.

Evitando acercarse demasiado a Theo, Marinette mantuvo su distancia. Theo era un buen muchacho. Dado que sus padres surtían diariamente pan a su familia, era inevitable que ellos se encontraran algún día. Theo cayó enamorado de la chica de ojos celestes desde el primer momento en que la vio cinco años atrás.

Marinette por su parte pese a que los años pasaban y se acercaba a la edad del matrimonio, no pensaba en pretendientes y mucho menos en formar una familia. Ella tenía sueños, ambiciones, y no permitiría que un matrimonio lo impidiese.

Si bien el camino del pueblo a la casa Barbot era muy bonita, el camino de regreso era hermoso. Con una gran vista de las costas del pueblo y el azul del mar, barcos acercándose a la costa.

Barcos.

Esos barcos eran extraños, nunca los había visto en su vida. Y ojalá nunca lo hubiera hecho.

–Señor Theo –algo andaba mal, y Marinette lo sabía. Algo dentro de ella le decía que esos barcos significaban peligro. Con una voz temblorosa señalo hacia el horizonte.– Esos barcos –su mano le temblaba, y su acompañante lo notó de inmediato, haciendo que se pusiera instintivamente alerta.– De donde… ¿De dónde son esos barcos, señor? –El joven Theo miró hacia donde su mano señalaba temblorosa y fue cuando también lo notó. Esos barcos no eran pesqueros. Entendiendo rápidamente el peligro que significaban, tomó la mano de la azabache y corrió hacia la viviendo nuevamente; allá estarían seguros.

Pero Marinette no pensaba en lo mismo. Sabía que esos barcos iban hacia el pueblo, y allí estaban sus padres. Soltó bruscamente la mano de Theo y velozmente corrió hacia el pueblo. Si se apuraba podría llegar antes que las personas en los barcos y salvar así a sus padres. Escuchó a lo lejos al hombre gritar su nombre, más sin embargo no se podía permitir perder el tiempo en distracciones, sus padres eran primero.


Las campanas del pueblo sonaban fuertemente cuando llegó. Al parecer no fue la única persona que notó esos barcos extraños y la alarma ya se había dado. Por todos lados veía a las personas correr de un lado a otro; mercaderes guardando su mercancía; familias yendo a buscar refugio; gritos por todas partes. El pueblo era un caos.

Marinette corrió a través del pueblo, esquivando personas y, para su molestia, empujando a otras en el proceso. Sabía que todos tenían prisa, pero la desesperación por sus padres le impedía pensar en los demás.

Tras infinitos minutos por fin pudo ver la panadería de sus padres a lo lejos. Desesperada corrió hacia allá ansiosa de ver que sus padres estaban bien. Podía ver que sus padres habían hecho caso a la alarma y la panadería se encontraba cerrada. Esperaba que la escucharan en la entrada.

Frente a la puerta comenzó a golpearla, esperando que sus padres la pudieran escuchar por encima de los gritos del pueblo que poco a poco iban cesando. Antes de recibir una respuesta del otro lado de la puerta, sintió que unos brazos la tomaban por la cintura y la jalaban hacia otro lugar.

Forcejeó con todas sus fuerzas, sin embargo esto parecía ser en vano. Intentó gritar e inmediatamente su boca fue tapada con la mano de su secuestrador, y por más que lo intentaba no podía quitársela de encima. Claramente la persona que la sostenía era mucho más fuerte que ella, aunque no mucho más grande. En un último intento decidió morder la mano de su atacante, logrando que este la soltase.

Un quejido fue la señal de la azabache para comenzar a correr, no obstante una voz la detuvo.– Señorita, por favor, venga conmigo antes de que esos hombres lleguen al pueblo –fue entonces que dio la vuelta y notó que el hombre era en realidad Theo, quien aparentemente la había seguido desde las montañas cuando ella salió corriendo.

Antes de poder responderle, sin previo aviso una daga fue encajada en la espalda de Theo. Este cayó de rodillas poco después. Detrás de él, no muy lejos, se encontraba un hombre con una vestimenta extraña y una cara de pocos amigos, y comenzó a caminar en dirección hacia ellos.

Se arrodilló junto a Theo, cuya herida ya había dejado una gran mancha de sangre. Sus miradas se encontraron. El mensaje que este le transmitía era claro. Corre. Marinette se negaba, no lo iba a dejar tirado a su suerte, después de todo se encontraban ahí por culpa de ella. Lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas y estas caían sobre el rostro de Theo, cuya cabeza se encontraba ahora en las piernas de la chica de ojos azules.

Bruscamente fue tomada del suelo por el hombre que había lanzado la daga a Theo. El hombre, mucho más grande y fuerte que ella la puso sobre su hombro y se la llevó como si fuese un saco de papas. Luchar contra él era en vano, pero eso no la detuvo de intentarlo. El cuerpo inmóvil de Theo tirado en el suelo cada vez se volvía más pequeño y sus lágrimas aumentaban. Se negaba a aceptar su destino.


Un golpe la devolvió a la realidad, ya no se encontraban en el pueblo sino en un barco. Fue arrojada a un lugar oscuro, donde podía escuchar llantos de otras mujeres.

–¡Cállense todas! –Vociferó el hombre que la tomó de su hogar.– Si no se callan no comerán hasta mañana. –dicho esto el hombre las dejó solas en la oscuridad.


Despierta…

Dolor. Cansancio. ¿Qué había pasado?

Oye, levántate…

Sus padres… Theo…

Señorita…

Murmullos, era todo lo que podía procesar su cabeza en ese momento.

Frío. Un escalofrío recorrió su cuerpo y obligó a sus ojos a abrirse de golpe.

–Vaya, por fin despiertas. Por un momento pensé que estabas muerta. –escuchó una voz a su derecha seguido de una risilla.

–Don… ¿dónde estoy? –estaba completamente empapada de pies a cabeza y su cuerpo temblaba. Al parecer la habían despertado echándole un balde de agua encima. Estaba completamente desconcertada, entonces los recuerdos comenzaron a regresar a su cabeza. El recuerdo de sus padres era cada vez más lejano y temía llegar a olvidarlos. No sabía cuánto tiempo había pasado ya desde que fue raptada, pero lo sentía como una eternidad.

Una chica de cabello castaño y piel morena se encontraba a su lado con una cubeta en la mano.– Estás en el mercado de esclavos de la ciudad de París, cariño, al igual que todas nosotras. –la morena le tendió la mano y la ayudó a levantarse. Al mirar a su alrededor Marinette se dio cuenta que ya no se encontraba en un barco sino en una habitación, mucho más grande a las que Marinette estaba acostumbrada, con aproximadamente otras cincuenta chicas, sino es que más. Algunas de ellas las reconocía del barco, pero la mayoría eran completas extrañas para ella, como la chica a su lado.

De pronto un hombre entró a la habitación y asustó a varias de las chicas en la habitación, incluida ella. Para su horror, el hombre parecía dirigirse hacia donde estaba ella.– Vamos malditas holgazanas, es su turno de salir. –tomó con violencia a varias de las chicas a su alrededor y por un momento la miró a ella, por lo que la azabache avanzó junto a las demás pues temía que por no obedecer le haría algo. Para su sorpresa, el hombre la detuvo-. Tú no, tú estás apartada para las últimas ventas. –con estas palabras el hombre le dio la espalda y se fue detrás de las otras chicas.

Al parecer tampoco se habían llevado a la chica de la cubeta, quien todavía se encontraba a su lado y miraba fijamente la puerta. La morena dio un suspiro y dio la vuelta.– ¡Espera! ¿A qué se refería ese hombre con "para las últimas ventas"? –Marinette puso su mano sobre el hombro de su compañera. Temía que se lo tomara mal, sin embargo era la única chica en la habitación que estaba dispuesta a hablar con ella. Algunas hablaban con otras, según lo que podía oír, en diferentes idiomas, que era lo que la dividía en este momento de las demás, siendo al parecer la morena la única en hablar su lengua natal.

La castaña se sorprendió, más no se lo tomó a mal, pues al ver la cara asustada de la otra solamente sonrió un poco y se volteó nuevamente.- Sígueme.

Y así ambas chicas se dirigieron a una parte más escondida de la habitación, alejándose lo más posible del resto de las chicas y, en especial, de aquella puerta.– Entonces… ¿vas a responder a mi pregunta?

–Verás chica, todas llegamos aquí igual que tú; fuimos alejadas de nuestras familias contra nuestra voluntad –ambas se sentaron en una esquina de la habitación, si es que podían llamarla así y siguieron hablando, o mejor dicho, explicando su situación.– Como te dije antes, este es el mercado de esclavos de París, la capital del Imperio Miraculous, el imperio más poderoso que haya existido…

–Las cosas en este mercado funcionan así; según lo que vi en el tiempo que llevo aquí; la venta de esclavas comienza a las primeras horas de luz del día, que es la hora en que los precios son más bajos, pues es cuando venden a las chicas menos agraciadas que han capturado, pero que igual les dan una buena ganancia. Pocos puestos están abiertos a esa hora, ya que, como dije, los precios no son muy elevados y muchos tienen la idea de que hacer esfuerzos por capturar y mantener a esas chicas no vale la pena. Entre más avanza el día las subastas se vuelven más caras y las chicas más hermosas comienzan a salir.

–¿Y qué pasa cuando pasa la hora de subasta de unas chicas y aun no han comprado a todas? ¿Siguen afuera o...?

–Regresan. Regresan a la habitación. Por suerte hoy no han regresado a ninguna chica, al parecer la "mercancía" que llegó esta vez ha sido del agrado de todos los hombres parisinos y las chicas quedadas de las subastas de días anteriores también han corrido suerte.

–Oh… –así que somos puestas en exhibición y vendidas como si fuéramos objetos cualesquiera, pensó Marinette amargamente. Entonces la mente de la azabache detectó algo raro.– Espera. ¿Cómo es que sabes esto? ¿Acaso eres una…?

–Quedada. Así nos llaman los hombres aquí.

–¿Y qué pasa con ustedes? –el rostro de la morena se ensombreció, entonces Marinette entendió que no debió haber hecho esa pregunta.

A pesar de la incómoda pregunta, ella respondió.– Todo depende del potencial que ellos vean en ti. Si eres una chica hermosa que no ha tenido suerte en unos días, ellos te dejan aquí una semana aproximadamente, y si eres afortunada, dos. Pero… –añadió esto sin siquiera ver su cara, pues la siguiente pregunta que haría era obvia.– Pasado este tiempo te dejan en tabernas, donde vivirás tus años dorados al servicio de hombres que te pagarán por atenderlos ya sea por un rato mientras beben o para pasar la noche con ellos.

–Es increíble… –¿ese era el destino de aquellas que no eran compradas? ¿Ser separada de tu familia, vendida y encima tener que estar al servicio de hombres ebrios para poder sobrevivir?– ¿Cuánto…? ¿Cuánto tiempo llevas tú aquí?

–Cinco días –la mirada de su rostro reflejaba distintas emociones: dolor, tristeza, furia, pero sobre todo, miedo. Miedo a ser enviada a una taberna, a ser convertida en el juguete, en la distracción, la diversión de un hombre que ella no conocía solo por unas cuantas monedas.

–¿Existe alguna forma de salir de esos lugares? –¿la había? Marinette no lo sabía. Cada que alguien en el pueblo hablaba de estos lugares que abundaban en pueblos más grandes siempre pensaba mal de las mujeres que se prestaban a trabajar en lugares así. En este momento ella se arrepentía de todo lo que había dicho y pensado sobre ellas, cuando seguramente ellas hayan sido abandonadas ahí a su suerte luego de haber sido rechazadas en los mercados de esclavos. Quizás, solo quizás, esta era la forma en que la vida le pagaba por haber sido así.

–La hay, puedes irte luego de un tiempo si pagas una cantidad por tu libertad. Claro, ten en cuenta que todos tus ahorros se irán comprando tu libertad y a las pocas semanas volverás o andarás mendigando en las calles por un pedazo de pan.

–¿No hay… alguna otra forma de salir de ahí?

–La hay. Una en un millón de chicas logra que un hombre la saque de ahí y se case con ella. No hay que ilusionarse en realidad, nadie por aquí querría casarse con una mujer con la que seguramente ya ha estado medio pueblo.

Ambas chicas siguieron hablando durante un rato, viendo como el hombre continuaba regresando y llevándose grupos de chicas que jamás volverían a ver. Ninguna de ellas había sido llamada aun y era un alivio ambas, pues ya se habían encariñado una con la otra.

Viendo la habitación ahora, casi totalmente vacía, Marinette se dio cuenta de que era bastante grande en realidad, y los muros se encontraban en muy buen estado, por lo que pudo adivinar que estaban en uno de los mejores negocios de comercio de esclavos de Paris. ¿Eso era bueno o malo? No lo sabía.

La puerta se abrió de nuevo, solo quedaban ellas y otras siete chicas; eran el último grupo aparentemente. Eran las esclavas más caras, las más hermosas que el lugar podía ofrecer. Rio para sí misma, horas de hablar con Alya, la chica morena, le hicieron olvidar las preocupaciones y los miedos.

Aun así Alya le dio unas últimas palabras de aliento antes de cruzar la puerta.– No te preocupes chica, eres la esclava más hermosa que ha pisado este lugar, lo peor que te puede pasar es que termines siendo llevada como obsequio al Palacio Bijoux o a alguno de los hombres más importantes del reino. –¿Tenía razón su amiga? El miedo de ser una quedada invadía su mente, más no se lo decía por temor a ofenderla al ser ella una de ese grupo.

Realmente se sorprendió cuando su amiga no fue llevada por el hombre antes, pues ella suponía que entre más tiempo llevara ahí menor era su valor en ventas, estaba equivocada, y eso la alegró mucho. Alya era realmente bella, su cuerpo con pronunciadas curvas lo hacía evidente incluso por encima de los harapos que llevaban ambas ahora. Ella por su parte tenía un cuerpo muy pequeño; con curvas, sí, pero estas no eran tan grandes como las de su amiga. Ni poniéndose el más hermoso vestido que tenía podía opacar el cuerpo de su amiga aunque esta llevase un costal de papas por vestimenta.

Su vestido… ¿cuál habrá sido el destino del mayor orgullo que ella creó? Recordaba haber llevado puesto el vestido cuando fue secuestrada. Luego de haber estado un rato en el barco, un hombre llegó con varias telas y la obligó a ella y a otras cuantas muchachas a desnudarse vergonzosamente y ponerse esas ropas. No volvió a verlo otra vez.

–Detente –el hombre le habló por segunda vez en el día.– Tú quédate aquí hasta que yo te llame.

Del otro lado de la puerta las cosas eran mucho más ruidosas, se oían las voces de muchos hombres no tan lejos también tratando de atraer gente a sus propios puestos.

Marinette estaba aterrorizada. Nunca imaginó llegar a esto; jamás pensó que algún día estaría en ese lugar, un mercado de esclavos, siendo vendida como una de las mejores ofertas.
Vendida.

Esperó un rato detrás de la puerta. Podía ir a varios hombres ofreciendo dinero por las mujeres que el hombre iba anunciando, pero nunca escuchó que anunciara a Alya.

Alguien abrió la puerta y se asomó un joven de aproximadamente veinte años.– Señorita, ya es momento de que salga. –el muchacho, mucho más amable que el otro hombre, la acompañó hasta una cortina a unos cinco metros, la cual le impedía ver para el otro lado, aunque ella suponía que del otro lado deberían de estar las otras chicas, si aun había alguna claro, y el hombre.

La voz del horrible hombre comenzó a llegar a sus oídos, anunciándola.– En esta ocasión señores, nuestros hombres han traído una verdadera joya a nuestro mercado, un diamante puro. –el muchacho a sus espaldas le dio un pequeño empujón para que cruzara la cortina. Inmediatamente el hombre la tomó del brazo con una mano y con la otra violentamente la obligó a levantar la cara.– He aquí a esta bella joven traída de tierras lejanas. –inmediatamente los hombres que aun se encontraban ahí comenzaron a preguntar por su precio, hombres adinerados, al parecer, pues las ropas que vestían eran mucho más finas que las del hombre a su lado o el muchacho del otro lado de la cortina.

–Quinientas monedas de oro. –vociferó el hombre a su lado. Los murmullos se hicieron presentes luego de aquel anuncio. Más de uno le reclamó al hombre que era demasiado dinero para una esclava, a lo que el hombre se defendió diciendo que no encontraría una mujer más bella que ella en el mundo.

El silencio se hizo presente y ningún hombre se atrevió a aceptar el precio. El pánico comenzaba a invadirla, temía ser una quedada. Miró a Alya, quien estaba cabizbaja a su lado; era la única de las chicas que no había sido vendida y Marinette sintió dolor por ella. ¿Cómo era posible que nadie quisiera a una belleza como ella?

–La compro. –se escuchó una voz entre la multitud. Inmediatamente los hombres alrededor de este comenzaron a alejarse dejándolo a la vista del vendedor, si podía llamarlo así.

Cuando los hombres se habían alejado del camino de aquel que habló, Marinette lo pudo ver bien. Un hombre joven, moreno y alto con vestimenta fina se acercaba hacia ellos con paso seguro seguido de algunos otros hombres, quienes dedujo eran sus guardias. El joven le hizo la seña a unos de sus hombres, quienes inmediatamente sacaron varias bolsas de dinero y se las entregaron al hombre de arriba, quien inmediatamente la lanzó cual basura ante ellos, y de no ser por el caballero, habría caído.

La tomó del rostro y la examinó por unos segundos, como si buscase algún defecto en ella para retirar su oferta.- Y también a la morena –inmediatamente uno de los hombres tomó una bolsa de oro más y se la dio al hombre.

–¿Está seguro de que a esa también, señor? Puedo conseguirle una mucho mejor si lo desea. Hay muchas mejores que… –El joven levantó la mano en señal de que guardara silencio, y le dijo que si no aceptaba el trato le regresara la bolsa de oro que había dado por ella, por lo que simplemente el otro ya no respondió.


Ya era de noche cuando ambas chicas se encontraban en un carruaje camino al palacio Bijoux, según les comentó el hombre. Ahora, escoltadas por un grupo de soldados y el mismísimo hombre moreno, se dirigían presentables y bien vestidas.

No habían podido darse un baño desde que llegaron al marcado ni podían quitarse esos harapos que les dieron por vestimenta, pues ya no tenían nada más. Para su suerte, el hombre las había llevado a una enorme vivienda, para que se prepararan y estuvieran más presentables. En el lugar se encontraron con algunas mujeres que las ayudaron a bañarse y las arreglaron. Claro, no sin antes pasar… un chequeo algo incómodo por la que pensó era la médica de la casa, quien se disculpó con ellas diciendo que era obligatorio revisarlas para verificar que fueran vírgenes.

Alya, para su sorpresa, no entendía nada de lo que las mujeres decían, parecía que el idioma estaba fuera de su cabeza, por lo que Marinette tenía que traducirle al momento lo que decían. En ese momento estaba más que agradecida con su padre por haberle enseñado su lengua materna. Esto, por supuesto, no pasó desapercibido por su comprador, quien le dio el visto bueno a su habilidad y se ganó su completa aprobación. El chico era realmente muy amable, y agradecía que haya sido él y no otro quien la comprara, pues él le inspiraba mucha confianza, a diferencia de los hombres con los que se había topado desde su hogar hasta acá.

Su hogar. Extrañaba a sus padres, el olor a delicioso pan recién horneado y la calidez que le brindaba el amor de su familia. El único recuerdo que tenía de su hogar era la cinta para el cabello rojiza que había llevado puesta aquel día. Su madre se la había obsequiado en su último cumpleaños; si bien era un trozo de tela muy pequeño, la tela de la cinta era fina y el color realmente hermoso, por lo que sabía que su madre había gastado meses de ahorros para darle ese insignificante trozo de tela.

–Es una cinta muy linda, Mari. –su compañera habló desde la oscuridad. El interior del carruaje solo recibía del exterior la tenue luz de la luna en pequeños momentos, por lo que la azabache se sorprendió de que Alya alcanzara a ver la cinta.

–Fue el último regalo de mi madre, y ahora el único que tengo de mi hogar. Es muy valiosa para mí. –el interior del carruaje cada vez se iluminaba más, por lo que ambas chicas decidieron asomarse por la ventana del carruaje y se dieron cuenta de que ya estaban por llegar. Con un nervioso suspiro volvió a sentarse en el asiento y miró el listón en sus manos, con una mirada determinada lo apretó en su mano. Este listón representaba su hogar, a sus padres, su pueblo… y a ella.

Soy Marinette… Marinette Dupain-Cheng, hija de Tom Dupain y de Sabine Cheng. Vengo de una humilde familia panadera en un pequeño pueblo cercano a la costa del mar.

Soy Marinette, una simple pueblerina que ahora se encuentra camino al palacio más importante del mundo, el Palacio Bijoux. Muchos desearían estar en mi lugar, yo con gusto se los daría. Lo único que me importa es mi familia, desearía poder volver con ellos, sin importar dejar todos estos lujos atrás.

Soy Marinette, y juro por mi vida que cueste lo que cueste regresaré a mi hogar.


[1]Como muchos ya sabrán, Tsurugi es efectivamente el apelligo de ¡KAGAMI! Y pues nop, ella no aparecerá en un futuro cercano, sino que ocupaba el apellido de una chica de familia importante que no fuera Chloe y Kagami fue la elegida.


¡HOLAAAAAAAAAAAAAAA! :DDD

Pues, bienvenido seas lector o lectora a esta historia sobre Miraculous, yo soy DreamGirl16 :) Esta es la primera vez que escribo un fanfic en mucho tiempo y el primero que hago de Miraculous, por lo que aun no estoy muy segura de haberlo hecho bien con el prólogo.

Antes que nada quiero aclarar que esta historia está parcialmente basada en el imperio otomano (principalmente el harén) pero con toques europeos. Podría decirse que es una fusión o algo por el estilo, pues los títulos serán una mezcla de ambos tanto dentro como fuera del palacio. El título del monarca no será Sultán, sino Rey, y las mujeres no usarán el velo como en el imperio ya que, como dije, es una mezcla de ambas culturas y no quiero entrar tanto en las creencias islámicas pues podrían causar problemas con la mezcla de ideas europeas al pasar de la historia, por lo que, como indica arriba, más que nada de allá tomo el Harén, con algunas modificaciones, por supuesto.

La época en la que ambiento esto es alrededor del siglo XVI y principios del XVII, principal razón por la que decidí hacer esto, pues tomé como referencia la época conocida como el sultanato de las mujeres (sí amigos, las novelas turcas sobre los sultanes me embobaron xD)

Todavía tengo algunas dudas sobre la historia. La que más me importa ahora es si pongo a los Kwamiis como personas o los dejo como lo que son, ¿ustedes que opinan? Me gustaría saber su opinión al respecto :)

Tengo más dudas, pero para no inundar las notas al final las publicaré en mi página de Facebook recién creada (no taaaan reciente, pero no tiene ni un like :'c), cuyo link se encuentra en mi biografía :D También he dejado un poco de información ahí sobre mi como una pequeña introducción de momento, por lo que pueden pasar por ahí cuando gusten ;)

Por cierto, tenía planeado hacerle una portada al fanfic antes de publicarla, pero como decidí adelantar la publicación del prólogo (razón en mi biografía :D), pues, no tiene portada así que les dejo una screenshot de Marinette en clase por mientras xD

Espero leernos pronto :D