¡Buenas! Os traigo un nuevo proyecto o algo así. Esta es una historia que llevo queriendo escribir un tiempo, con el tema de los saltos temporales como eje principal, pero lo cierto es que aún no tengo las cosas muy claras por lo que esto vendría a ser un pequeña prueba para ver que recibimiento tiene (y si soy capaz de hilvanar todo lo que quiero hacer).

OBSERVACIONES: Los personajes y lugares que aparecen esta historia (excepto los inventados por mí) pertenecen a J. K. Rowling, yo no recibo compensación alguna por escribir esto, sino que es simple y sano entretenimiento.


Capitulo 1

Septiembre de 1976

La Sala Común de Gryffindor estaba tal y como Remus la recordaba del curso pasado, con su rectangular chimenea donde una llama mágica ardía calurosamente henchiendo la habitación de un cálida y templada atmósfera. Alumnos de los distintos cursos entraron entre empujones y habladurías. Era Septiembre y la primera noche de un nuevo curso lleno de posibilidades. Remus hizo un ademán con la mano mientras se dirigía a los alumnos de primer año, aquellos que con caritas asombradas y regordetas lo observaban todo con una mezcolanza de distintas expresiones que, sin excepción, iluminaban sus ojos de emoción. A decir verdad, a Remus le gustaba ser Prefecto. Dumbledore se lo había ofrecido a finales del curso anterior, tras sacar una notas excepcionales en los T.I.M.O.S y, aunque en un principio no le había parecido buena idea ―porque, seamos sinceros, ¿qué clase de Prefecto era uno que permitía que los alumnos más alborotadores de todos los tiempos transgredieran las normas? ¿qué clase de Prefecto, válgase Merlín, era incapaz de decir «NO» y, como mínimo, mantenerse al margen de dichas transgresiones? Bueno, ese era él enfrentado a dos huracanes llamados Sirius Black y James Potter―, había acabado por aceptar con una sonrisa tímida y una caída de ojos modesta mientras contestaba «Haré lo que pueda» a la petición de Dumbledore de "tratar de contener un poco a sus amigos de Gryffindor". Sirius se había estado riendo y mofando de él durante las dos escasas semanas restantes del quinto curso, haciendo alusión a su apariencia de modosito responsable que no mataba ni una mosca cuando en realidad era «Un Merodeador, Lunático, y eres el mejor de todos; infiltrarse entre los Prefectos, joder, si es que eres un cabrón». Que Remus negara hasta la extenuación las palabras de Sirius, diciéndole que realmente, realmente, pensaba vigilarlos, solo provocó más risas, por lo que remus terminó guardando silencio eventualmente, incapaz de contener la sonrisa cohibida que se le dibujaba en el rostro.

Y eso le había pasado por un caluroso verano y lo había llevado al día de hoy.

―Sobretodo, aseguraros de que hacéis justo lo contrario a lo que veais hacer a ese sujeto ―dijo como última acotación de su discurso, señalando a Sirius que, en ese momento, se había puesto de pie sobre uno de los sofás y cantaba saltando de un lado a otro. Los niños de primeros soltaron carcajadas divertidas. Remus sonrió―. Ahora podéis ir subiendo a vuestras habitaciones y prepararos para las clases de mañana. Buenas noches.

Los niños se despidieron de él con alegría y subieron atropelladamente a sus habitaciones. Remus los observó por un momento hasta que la última niña desapareció tras la el recodo de la escalera y una mano le tocó el hombro.

―Parece que te diviertes ―comentó una voz dulce.

Era Lily. Volteó a verla y dejó escapar una suave carcajada.

―Creo que el tratar con los más pequeños es la mejor parte de ser un Prefecto ―y, como si se pusieran de acuerdo, ambos se dieron la vuelta hacia el coro que se había formado alrededor de los sofás donde Sirius y ahora James, que se le había unido en algún punto, graznaban algún tipo de representación―. Sin duda la más sencilla. Va a ser duro para ti también, Prefecta Evans.

La chica puso los ojos en blanco con una mueca de fastidio y enfocó su mirada de nuevo en Remus.

―No sé como los aguantas la verdad, eres demasiado bueno y paciente para tu propio bien.

―No son tan malos como parecen.

―Ya.

―Deberías darle una oportunidad a James.

―Ni se te ocurra, Lupin, nada de confabular con él.

―Vale, vale ―dijo alzando las manos en señal de inocencia―, sabes que prefiero no meterme entre vosotros.

―No hay un nosotros ―refunfuñó.

―Solo digo que...

―¡OH, mi dulce lirio!

Una voz que sonó extremadamente, demasiado cerca para el gusto de Lily, les interrumpió. Unas risas comedidas se escucharon de fondo. Remus pudo ver, con aprensión, como un tic nervioso se desataba en el ojo de Lily al girarse y descubrir a James arrodillado a su lado; una mano en el pecho y la otra gesticulando ampulosamente, como si fuera un caballero de la Edad Media.

―¡De la pureza más extrema que te dio luz, inúndame con tu esencia, la esencia de la primavera, del amor y la pasión, que en tu cabello reside como el inspirador amanecer de un ruiseñor! ¡Oh, mi dulce, dulce lirio, si solo pudieras perdonar las tonterías que este triste hombre hace por amor! ¡Si tan solo tus pétalos se abrieran a mí para así… !

Remus vio las intenciones de Lily con el espacio de tiempo suficiente para detenerla, pero no quiso. La chica volcó la muñeca sobre la cabeza de James y el zumo que había estado tomando le empapó entero, de arriba abajo. Como si fuera la señal de un juez, el gesto de Lily trajo consigo un momentáneo silencio en el que Remus vio a su amigo parpadear, desconcertado, mechones de pelo castaño pegados a la frente y alrededor de la cara.

―Madura, Potter.

Con esa última aseveración y un «Buenas noches» dirigido a Remus, la chica hubo desaparecido escaleras arriba dejando tras de sí un reguero de carcajadas estrepitosas y palmaditas de apoyo en la espalda por algunos compañeros de séptimo que hicieron enrojecer a James por unos segundos. Remus suspiró interiormente y, apiadándose de James, le tendió una mano.

―Me odia, Remus. Me odia completamente, si tuviera que decidir a quién odia más en el mundo estoy seguro de que tendría un cartel mío con las palabras: "ODIO A JAMES POTTER". ¿¡Por qué me odia?! ―se lamentó mientras se ponía en pie con la ayuda de Remus; la verguënza de segundos atrás olvidada. Remus realmente envidiaba esa inmunidad de James al ridículo―. ¡Yo no quise levantarle la falda en el tren! ¡Fue un error, un ERROR!

―Uno que te va a costar caro ―respondió―. Te dije que lo mejor era no molestarla durante unos días y que, en todo caso, te disculparas apropiadamente ―subrayó, y por si acaso repitió―: Apropiadamente.

James dejó escapar un suspiro mientras se pasaba la mano por su rebelde pelo.

―Tío, siempre la cago con ella.

Oliendo el fracaso, el momento de burla, la ocasión de restregar y ser molesto, de mofarse y juguetear como un perro con un hueso, Sirius se unió a ellos cuando se dirigían escaleras arriba hacia su habitación. Los ojos le brillaban con diversión malévola.

―¡«…Oh, LIRIO, MI LIRIO, inúndame con tu esencia y la esencia de la primavera y del amor y… »! ¡AGH, gilipollas, eso duele! ―y le devolvió el empujón a James.

―Pues cállate, imbécil, todo esto es tu culpa, deberías estar rogando por perdón.

―Jimmy, Jimmy, no debes ser tan arisco con el tío Sirius ―reprendió mientras abría la puerta de su habitación―. Es decir, ¿quién te va a dar mejores consejos que yo?

―¿Remus?

El aludido vio como el tan orgulloso Sirius Black mostraba la expresión de mayor ofensa que uno pueda llegar a imaginarse, en lo que se adentraba como un perro iracundo, se descalzaba ―tirando el calzado de cualquier forma―, se quitaba la camiseta y se tiraba sobre su mullida cama, que crujió suavemente bajo su peso. Resultaba irónico, pensó Remus yendo junto a su baúl, que se indignara por las asertivas palabras de James cuando sus consejos no solían ir más allá de una colección de frases de ligue penosas que solo a él le funcionaban o, cuando se hartaba del tema, un totalmente ridículo: «A otra flor coliflor, hay muchas en el jardín y vas a espantar a todas si te ven tan desesperado.»

Después de escuchar un último comentario de James, Remus decidió que era el momento idóneo para dejar de escuchar aquella insulsa conversación que solo iba a ir a peor, y se dispuso a acomodar de forma ordenada todas sus pertenencias en el baúl. La ropa doblada, los libros en su esquina concreta, los chocolates bien cerrados en la bolsa. Tras un instante de duda, tomó una de las tabletas de chocolate con leche de marca Godiva. Había cosas a las que no era capaz de resistirse. Se levantó y echó una ojeada alrededor.

El verano había sido largo. Sentaba bien estar de vuelta en Hogwarts.

El dormitorio era el mismo que hacía tres meses. Destacaba el suave y reconfortante aroma a hogar; un olor pintoresco a exámenes, risas, pergamino y tinta, travesuras y horas sucedidas entre las piedras que edificaban la Torre de Gryffindor. Cuatro piltras amparadas por unas cortinas rojas estaban diseminadas por el perímetro de la circular habitación, y nada más entrar por la puerta que daba a las escaleras se encontraba otra puerta, más pequeña, que dirigía al cuarto de baño de los chicos de sexto curso. La luz de las velas ardía en sus jaulas de cristal, tachonadas a las paredes, como mariposas encerradas. Había un baúl con las posesiones de cada uno a los pies de cada una de las cuatro camas. Tras la protección de la ventana, el exterior estaba ya sumido en un profundo sopor nocturno.

James y Sirius, aparentemente, continuaban discutiendo.

―¡OSTIA PUTA tanto lloriquear, como si no hubiesen tías en el mundo!

James entornó los ojos, desafiante.

―No como Lily.

―No como Lily ―imitó este en un tono agudo―. Tío, hermano, óyete. Das pena, eres patético. JIMMY PATÉTICO. ¿Dónde coño está el espíritu merodeador?

―… y su pelo… os juro que oler su pelo fue mi perdición, huele a flores, a perfume dulce y… oh, Merlín.

Cerró los ojos, como si el recuerdo fuese demasiado extasiante como para seguir rememorando, y se deslizó hacia abajo en la almohada quedando tumbado boca arriba. Remus lo contempló con cariño.

―Lunático, dile algo. Está majareta, joder, parece una niña. ¡Solo le falta escribir corazones con su nombre en los pergaminos! Lily. Corazón. Lily. Corazón.

Peter intervino en ese momento desde su cama.

―En realidad ya lo hace, el año pasado en clase de Historia de la Magia…

James se irguió como movido por un resorte.

—¡Peter, tío, cállate! —gritó señalándolo.

—Voy a vomitar —musitó Sirius haciendo muecas como si realmente fuese a cumplir con su palabra. Se levantó de su cama y se encaramó de rodillas en la de Remus, que lo miró con desaprobación.

—Fuera de mi cama, Canuto. Tienes la tuya.

Pero este no le hizo el menor caso.

—Lunático, voy a vomitar —dijo metiéndose los dedos en la garganta y provocándose arcadas, haciendo teatro, fingiendo estar enfermo.

Una Drama Queen, eso era Sirius en pocas palabras. En muchas, Remus podría nunca acabar de describirlo. Un perro, molesto, sucio, inquieto, rabioso; uno que muerde, uno que ladra, uno que protege a los que ama con el alma entera expuesta; guapo, talentoso y con los ojos más maravillosos que había visto en su vida. Por supuesto, todo eso último era mejor mantenerlo en secreto. Por el bien del propio Remus y del ya de por sí gran ego de Sirius.

Divertido ante las constantes quejas del de pelo largo que no hacían más que confirmarle que —— estaban de vuelta en Hogwarts, Remus arrugó la nariz y le señaló una de las puertas.

—Puedes dirigirte al baño para echar todo lo que creas necesario —y con total naturalidad cogió un libro que había dejado sobre la mesita de noche y se dispuso a leer.

Una expresión sorprendentemente ofendida surcó el rostro de su compañero. Luego entrecerró los ojos, peligroso, con la comisura de su boca curvándose hacia arriba de forma siniestra y oscura, solo como él sabía. Remus no lo vio, aunque sí sintió el peso hundiendo el hueco de su colchón justo al lado suyo. Se dijo a sí mismo que no debía mirar, que no era buena idea, no lo era. Las letras del libros eran ininteligibles para su visión. Algo —un brazo, o una pierna, un costado o, tal vez, una cabeza— le rozó el hombro. Notaba una presencia cálida junto a él y tuvo que forzarse —«Por Merlín, Remus, cálmate»— a tragar la saliva que se estaba apelotonando en su garganta.

Lentamente giró la cabeza hacia la presencia, pero en un rápido movimiento, que no pudo prever, un gran conjunto de pelusa negra se le había echado encima, mordido y luego tirado el libro, para luego llenar a Remus de lametones por la cara y el pelo, por las axilas y por cualquier lugar que encontrara para convertirle en víctima de un ataque de cosquillas.

Remus gritó, pataleó. Lágrimas amenazando por las esquinas de los ojos de tanto reír. Canuto le dejó la cama llena de pelo negro y solo paró cuando consideró que su amigo había pagado por el terrible e imperdonable menosprecio con el que lo había tratado —y cuando James decidió compadecerse de Remus y le prestó una mano—.

Era la primera noche de un nuevo año en Hogwarts. Las posibilidades eran infinitas, pero lo habían empezado como cualquier otro año: con James hablando de Lily, con Peter atento a cualquier necesidad de James, con Remus leyendo un libro y con Sirius interrumpiendo la lectura de este último a su manera, manera que implicaba ruido y babas y pelo de perro por lo general.

—Lunático, me cago en la puta, que acabamos de volver de vacaciones, ¡seguro que te has leído toda la biblioteca de Londres durante el verano! —rezongó con aparente mal humor—. No puedes llegar aquí e ignorarme de esa forma, si te digo que quiero vomitar tienes que querer vomitar conmigo, ¡que somos amigos, joder!

Remus se durmió con la sonrisa más amplia de los últimos tres meses.

0.o.o.0.O.0.o.o.0

Durante el desayuno de la mañana del día 2 de septiembre todo alumno recibía su horario de clases para el curso. Este año no fue distinto. Remus fue el primero de los Merodeadores en levantarse, cepillarse los dientes y vestirse diligentemente en su ritual mañanero para seguidamente bajar al Gran Comedor. En la Sala Común de Gryffindor se encontró con Lily, y ambos bajaron juntos charlando acerca de las asignaturas que habían seleccionado a final del curso pasado para ese año.

Remus estuvo hojeando el Profeta —nada interesante— que prontamente dejó apartado. Una lechuza le entregó los pergaminos nuevos donde se encontraba su horario. Se llevó un bocado de pastel a la boca sin despegar los ojos del pergamino color tierra. Lily, a su lado, se inclinó para mirar.

—Tenemos pociones a primera hora, después a mi me toca herbología —dijo—. Va a ser un año duro, casi no tengo huecos libres.

Remus esbozó una leve sonrisa.

—Eso te pasa por querer acaparar tanto.

—Mira quién habla —protestó blandamente al mismo tiempo que alzaba una ceja y tomaba un sorbo de su jugo de calabaza.

—¿A qué día estamos?

—Miércoles.

—Oh —murmuró—. Pociones y Estudios Muggles por la mañana, y Runas Antiguas y Estudios Antiguos por la tarde… ¿en qué momento cogí tantas asignaturas?

La chica soltó una risa ligera y musical, era el tipo de risa que hacía temblar a los que la oían, y se viesen invadidos por una inmensa dulzura. Remus no se preguntaba por qué a James le gustaba tanto Lily.

—Tenemos Runas Antiguas juntos después de comer.

Remus echó un raudo vistazo al horario de su amiga y luego la miró con curiosidad.

—Creí que este año no te ibas a apuntar a la Orquestra.

Por toda respuesta ella solo se encogió de hombros, una sonrisa avergonzada surcando sus facciones. Una sonrisa que desapareció en cuanto Sirius, James y Peter hicieron acto de presencia en la mesa de Gryffindor —Sirius montando jaleo como siempre, hablando tan alto que provocaba en Remus ganas de meterse con él—. Desde donde estaba sentado apreció la mirada anhelante que James le lanzaba a Lily y las claras intenciones de sentarse a su lado, pero en el último momento el chico pareció recordar el consejo de Remus de mantener distancia unos días y se sentó en otro lugar, concretamente en frente de Sirius, que ya había marcado como propio el asiento de al lado de Remus que la chica no estaba ocupando.

—Hola, Evans, ¿planeas seguir pisoteando a Jimmy este año? —saludó, como si el aludido no estuviera entre ellos.

—Black —le devolvió el saludo con una fría sonrisa—. ¿y tú planeas...?

—Yo lo pisoteo pero no le duele tanto —interrumpió—, ¿te lo puedes creer? Estábamos muy enamorados hace un tiempo, una apasionada historia de amor, mi familia no lo aceptaba. Ya ves, todo iba bien hasta que te conoció a ti y lo encandilaste con tus encantos femeninos...

—Me lo puedo imaginar —respondió en un tono seco que dejaba claro que no iba a seguirle el juego a sus estúpidas declaraciones—. Pero lo que quería decir es: ¿planeas este año también ganar el premio a la persona con más detenciones obtenidas?

Los ojos de Sirius centellearon con regocijo.

—¡Joder y tanto! La duda ofende, Evans. James siempre lucha por conseguir el puesto, pero está probado que soy imparable.

A Remus se le escapó una sonrisa ante las palabras de Sirius justo cuando Lily contestaba un sarcástico «Probadísimo» y James le metía una patada por debajo de la mesa a Sirius, que se destornillaba de la risa. Después de eso, la chica no tardó en marcharse, despidiéndose únicamente de Remus; la túnica ondeó tras ella salpicada de tirabuzones pelirrojos mientras se alejaba hacia la colosal puerta.

Unos segundos después, James se dejó caer sobre la mesa, casi hundiendo la cara en su plato de comida.

—Te voy a matar, Canuto.

—No, lo que te va a matar es tanta tontería.

James fue a contestar algo pero el otro chico atajó con un gesto su pretensión de hablar.

—Cornamenta —pronunció saboreando las palabras con un tono oscuro. Había girado la cabeza sobre el hombro y tenía la mirada clavada en un punto de la entrada al Gran Comedor.

Remus no tuvo que girarse para saber el objeto de su atención cuando descubrió aquel conocido destello de interés malévolo en los ojos de James al seguir este la mirada de Sirius. Suspiró interiormente, armándose de paciencia. Peter, al lado de James, preguntaba «¿qué? ¿qué pasa? ¿qué miráis?» repetidamente y sin recibir respuesta. Ese era un problema de los dos autoproclamados líderes de los Merodeadores, que no necesitaban palabras para comunicarse y entenderse a la perfección, lo cual provocaba que algunas veces dejaran atrás a Remus en sus diálogos y, de forma más habitual, a Peter, que no solía enterarse de nada hasta que no se lo explicaban un mínimo de dos veces.

—Sinceramente, me parece una terrible idea para el primer día de clases —expuso Remus su opinión, que, en este tipo de situaciones, solía ser ignorada.

—¿El qué? ¿qué idea es terrible? —volvió a preguntar Peter, pero Sirius le hizo callar con un gruñido.

—¡Remus! Molestar a Quejicus nunca es una mala idea —repuso James, contestando de paso a la pregunta de Peter.

—Es una idea terrible —asintió Sirius, apoyando la cabeza sobre el hombro de Remus, que pegó un pequeño respingo—. Terrible… Terriblemente grandiosa, colosal, inigualable…

—… e irresistible —completó James con una amplia sonrisa.

Los observó a uno y a otro, sus ojos virando como un péndulo de James a Sirius; de Sirius a James. Finalmente, un suspiro sentido brotó de sus labios y dejó caer los párpados con exasperación. Con los años, Remus había llegado a la conclusión de que no tenía razón de ser tratar de frenar los pies a sus dos amigos, era como creerse capaz de hacer retroceder a un maremoto con las manos desnudas.

—En cualquier caso, os recomiendo dejar pasar esta primera hora. Toca pociones y Lily está con nosotros. —Le lanzó una significativa mirada a James, que asintió tragando saliva—. Y —advirtó al ver que Sirius levantaba la cabeza de su hombro, con seguridad para decir alguna barbaridad— os recuerdo que soy Prefecto este año, no puedo dejaros campar a vuestras anchas.

La subsiguiente carcajada incrédula, perruna de Sirius puede que le ofendiera un poco.

0.o.o.0.O.0.o.o.0

El resto de la mañana fue como suelen ser todos los primeros días de clase para cualquier adolescente. Si hubiera sido por él, realmente hubiera conseguido sacarse unas risas a costa de aquella serpiente grasienta de Quejicus, pero por desgracia James no le acompañó en el sentimiento, demasiado preocupado porque Lily le diera aún más de lado. ¡Aún más! Como si eso fuera posible. Él, desde luego, no entendía la absurda bobería que su amigo tenía por aquella chica empollona; era mona, sí, pero habían cientos de chicas igual o mucho más atractivas que ella en Hogwarts —y con menos reparos a la hora de enrollarse en un rincón, con la bragas bajadas y suspirando como auténticas mujeres—, a Sirius le gustaban más de ese tipo.

En cualquier caso, la mañana pasó sin acontecimientos remarcables, tanto en pociones como en Estudios Muggles; en esta última Quejicus ya no estaba y Lily tampoco, por lo que al menos James estuvo dispuesto a hacer la primera broma no maliciosa del curso, la cual tomó forma de gominolas pestilentes en el asiento de Rodan McMillan, uno de sus compañeros de Hufflepuff, que salió de la clase apresurado y muerto de vergüenza cuando se dio cuenta de que aquel nauseabundo olor provenía de él. Hubo un coro de risas y la profesora de Estudios Muggles les dirigió a él y a James una mirada de advertencia. Ambos, por supuesto, pusieron su mejor cara inocente y la cosa quedó ahí, al menos en lo que concierne a la profesora, porque al salir de clase fue Remus el que les echó una reprimenda. Una muy blanda en opinión de Sirius…

—¿En serio no podéis estaros quietos?

—Sabes que no. Es una cuestión de naturaleza, como cuando te entran ganas de mear. ¿A que tampoco puedes evitarlo? Pues es lo mismo.

Remus arrugó la nariz.

—Estoy seguro de que la gente civilizada puede aguantarse y no van meándose por cualquier rincón. —Sonrió—. Los perros son diferentes, claro.

Sirius pegó un salto mientras caminaba a su lado.

—¡Eh, los perros somos las criaturas más fantásticas del mundo! Además, llevo aguantándome todo el verano, ¿eso no cuenta o qué? —al decirlo sacudió la mano en señal de desdén.

—Remus, tienes que dejar tus tareas de Prefecto para los demás alumnos, tus mejores amigos deberían tener una categoría aparte —dijo James alegre.

Un suspiro escapó de la boca Remus.

—Creedme, estáis en una categoría aparte.

Después de charlar un poco más acerca de temas diversos, como la nueva profesora de Astronomía, una mujer fatale de los pies a la cabeza en su opinión, Remus dijo que iba a ir a aprovechar la hora que tenían libre antes de la comida para ir a estudiar a la biblioteca. «¿¡Estudiar?! Espera, Jamie, creo que me está entrando migrañas o que me han envenenado para provocarme alucinaciones porque no puede ser que Remus haya dicho que va a ESTUDIAR. ¡En el primer día de clase!», pero el joven licántropo ignoró sus protestas, incluso aquellas que argumentaban que no había nada que estudiar cuando aún prácticamente no había iniciado el curso. Nadie ignoraba sus protestas. Excepto Remus, claro. Por lo tanto, Sirius, James y Peter se fueron a los terrenos de Hogwarts. Todavía era verano y el calor de los rayos de sol contra su piel resultaba satisfactorio, a Sirius le daban ganas de correr y vagar por ahí, bajo esa luz, revolcarse por el césped o incluso echar un partido de Quidditch. Si no lo hicieron fue porque tenían entrenamiento a las cuatro y James dijo que quería llegar bien descansado al primero del curso.

Faltaba poco para la hora de la comida y los chicos ya estaban haciendo un pensamiento de entrar en el castillo cuando vieron la figura desgarbada y larguirucha de Snape aproximándose por el este de los terrenos, subiendo una pequeña cumbre. El día pareció brillar un poco más. Sirius intercambió un mirada de entendimiento con James, cuyos labios se curvaron en una media sonrisa mientras que sus ojos adquirieron un matiz granuja que normalmente era opacado por una expresión alegre e inocente. Sirius sacó su varita con disimulo aunque Snape no parecía haberlos visto.

—¿Los honores, James? —susurró.

—Un placer.

Peter, a un lado de ellos, observó con admiración como el primer hechizo de James hacía tropezar a un sorprendido Snape que se dio de bruces contra un suelo encharcado en barro, cortesía de Sirius. Las risas de los tres no se hicieron esperar y tampoco hicieron nada por ocultar su culpabilidad.

—¿Algún problema, Quejicus? Parece que tu deforme nariz ha dado con el tónico ideal. La próxima vez podemos hacer algo por la rata que llevas en la cabeza… Oh, perdona, que es tu pelo grasiento.

Si las miradas mataran Sirius hubiera muerto en ese instante, bajo la furia del ceño fruncido de Snape. Pero si murió de algo fue de simple, pura y justa satisfacción. James se cruzó de brazos con expresión desdeñosa.

—Anda, corre a jugar con tus artilugios de magia oscura. Seguro que no has tenido suficiente durante el verano —dijo.

Snape se estaba poniendo en pie a toda prisa, recogiendo un libro que —¡Oh! qué lástima— había quedado embadurnado en la masa de tierra y agua. La propia cara del chico era la máxima perjudicada, tenía varias manchas marrones por las mejillas y la frente, que destacaban más de lo normal debido a la extrema palidez de su piel. Había también restos de suciedad en algunos mechones de pelo.

—Mira el lado bueno —añadió Sirius al percatarse de que Snape no parecía dispuesto a entrar en la bronca—, así ya no tendrás que lavarte. Se nota que no es tu punto fuerte. A lo mejor es por eso que Lily ya no se le acerca, James.

Las palabras, esta vez sí, le hicieron girarse hacia ellos para mirarlos. Arrugó la nariz en un rictus que era una extraña mezcla de odio y repulsión.

—Debe ser que el extraordinario encanto Gryffindor tampoco es de su agrado, entonces, porque pese a toda la insistencia de tu querido amigo Potter, no parece impaciente por dirigirle la palabra —escupió con voz venenosa.

Sirius frunció el ceño, pero James, ofendido, fue el primero en reaccionar lanzándole un conjuro que le haría estar vomitando babosas durante un buen rato. No obstante, Snape se protegió con un protego y, alerta, se alejó como pudo hacia el castillo.

—Juro que un día le quitaré a patadas esa horrible expresión de su rostro. Cabrón de mierda.

—Bueno —James le dio una palmada en el hombro a Peter mientras esbozaba una sonrisa—, tenemos un largo curso por delante.

Aquella promesa de planes y jugarretas fue lo que alegró a Sirius durante el resto del día, incluso mientras disimulaban durante la comida, cuando Remus les preguntó con la mirada si ya habían estado haciendo de las suyas. Sirius sabía que su fantástico amigo Remus no aprobaba esa clase de comportamiento, pero también sabía que lo consideraba más o menos justificado en el caso de Snape, después de haberlo defendido durante los dos primeros años en Hogwarts para darse de bruces con el desdén de este. ¡Ni Lily le hablaba ya! Totalmente comprensible. No se merecía más amigos que los de su misma clase, aquellos odiosos amantes de las artes oscuras.

0.o.o.0.O.0.o.o.0

Durante las próximas semanas Remus sintió como el agobio que creía haber superado durante el verano volvía con una fuerza insólita. Cualquiera hubiera pensado que ya debería haberse acostumbrado a aquello, pero era difícil hacerlo cuando Sirius se afanaba en ser tan irresistiblemente exasperante. En ese momento, por ejemplo, hubiese ayudado a su cordura —y al pergamino de pociones en el que estaba trabajando— que el maldito chucho dejase de apoyarse en su hombro. Había manchado el pergamino una vez, lo había tenido que pasar todo a limpio y Remus no estaba dispuesto a repetir el proceso una tercera vez.

—¿Sabes, Sirius? Si quieres tumbarte puedes subir a la habitación y usar una almohada en lugar de mi hombro. Es complicado hacer las cosas que tengo que hacer así.

Sirius no se dignó ni a mirarlo. En lugar de eso estiró las piernas a lo largo del sofá, de terciopelo escarlata, y se repantigó más contra él, el muy membrillo. Remus dejó la pluma en el tintero para evitar accidentes. Frente a ellos se encontraba James, sentado en una de las otomanas de la Sala Común de Gryffindor mascando un Drooble mientras los miraba con entretenimiento.

—No sé porqué te molestas, Remus. No se va a ir, está demasiado cómodo ahí.

Frunció el entrecejo tratando de concentrarse en su pergamino donde tenía que redactar 10 propiedades de la Poción de Ojos abiertos. Después de un momento volvió a mirar a James que había dejado de prestarles atención para iniciar una competición de lo más elocuente con Dante Treewhent —Quién hace el globo más grande y duradera con el chicle Drooble—. Dante era un sangremuggle que iba un curso por debajo de ellos y que aceptaba cualquier reto como muestra de su espíritu Gryffindor. Remus pensaba que aquello era absurdo, pero resultaba inevitable sonreír ante aquellas boberías tan típicas de James y algunos otros. Sin embargo, Remus no quería sonreír en ese momento. Tenía un pergamino que terminar.

—Sirius, voy a lanzarte un hechizo si no te levantas.

Recibió un gruñido como respuesta, pero después de unos instante unos ojos grises le observaron desde debajo, con la cabeza vuelta del revés.

—Eres un viejo cascarrabias, Remus. Sabes que no te molesto, lo sabes. ¿Por qué me quieres hacer daño?

El puchero de Sirius, normalmente efectivo, no le pudo importar menos. Con un movimiento se lo sacudió de encima.

—Principalmente porque no entiendo el motivo por el cual no puedes tumbarte en otro sitio. No soy ni un mueble ni un almohadón. —Esbozó una sonrisa fingida—. Y antes de que siquiera lo menciones, tampoco una de tus conquistas.

Sirius se apoltronó contra el cabezal del sofá y se cruzó de brazos antes de lanzarle una mirada que bailoteaba entre la suficiencia y el sarcasmo.

—No me digas —resopló—. Créeme, lo he notado. Te faltan algunas cosas para serlo, y te sobran otras. Pero eres un apaño.

De una forma descarada que solo podía llevar a cabo Sirius, le plantó las piernas sobre el regazo.

—En eso discrepamos. —Bajó la cabeza hacia las piernas estiradas sobre él—. Quita tus pezuñas, si no es pedir demasiado. Están llenas de barro.

Lo oyó mascullar algo más antes de levantarse, pero ya no le hizo caso. Ahora por fin podría concentrarse en su pergamino, solo que, tal vez, su mente se hallaba demasiado dispersa ya para entonces. Sirius era un egoísta. No había más que verlo. Y lo que más le fastidiaba a Remus, lo que le llevaba fastidiando desde finales de cuarto año, había sido darse cuenta de que no lo veía como un amigo más. Sus sentimientos parecían calmarse durante el período de vacaciones veraniegas, se engañaba diciéndose que podría mantenerlos a raya una vez empezara el curso. Pero no le había hecho falta ni un mes para darse cuenta de cuán iluso seguía siendo. ¡Cómo si fuera posible tal cosa tratándose de ese… Sirius! Irremediable y jodidamente idiota. Y sexy.

El sonido de un explosión lo retrajo de sus pensamientos para descubrir que a Dante le había explotado el chicle de color turquesa en la cara. Un coro de risas estalló en la estancia de forma inmediata. James ganó cinco galeones y unas chicas que estaban sentadas junto al fuego se acercaron a hablar con él. Sirius ya se había alejado y estaba sentado en una silla, con las piernas abiertas y las ondas del pelo revueltas como si acabara de hacer ejercicio, era una locura cómo siempre tenía ese aire gamberro y atractivo. Remus pensaba que era una locura mientras veía como Sirius coqueteaba con Sarah Mcmillan, hermana del Hufflepuff Rodan McMillan, descaradamente. «Bueno, pensó, aquí no voy a poder concentrarme más».

Se levantó con la imagen de la Biblioteca muy clara en su mente, tal vez incluso se encontraba con Ciel si tenía suerte. La voz de James lo detuvo cuando ya se dirigía a la salida de la Sala Común.

—Hey, Remus, ¿a dónde vas?

Unos niños de primero entraron en ese momento. Se apartó de la entrada del cuadro para dejarles espacio.

—A la biblioteca —dijo—. Tengo que terminar este pergamino de pociones y así aprovecharé para consultar un libro de Historia de la Magia. ¿Tú vas a quedarte aquí hasta la cena?

James asintió brevemente, había una expresión pensativa rielando en sus ojos castaños. Después de un momento sonrió y le despidió.

—Bueno, nos vemos luego entonces. No te canses.

Remus cabeceó con una media sonrisa hacia él y Peter, que lo miraba con condescendencia, y salió de la estancia tras echar una última ojeada de soslayo a Sirius, quien, demasiado ocupado con aquella libertina de Sarah, no se percató de su huida. «Oh, por Merlín, he pensado la palabra "libertina". Los chicos tienen razón, soy un anciano encerrado en un cuerpo adolescente.». En cualquier caso, prefería que Sirius no le hubiese visto marchar, le gustaba pasar desapercibido. Sobretodo en los momentos en los que deseaba coger a las chicas que se acercaban a su amigo y lanzarlas por un precipicio. El lobo se revolvía entonces, gruñía, reclamaba, era feroz y Remus sabía que demandaba lo que consideraba de su propiedad.

Sacudió la cabeza y se encaminó hacia las escaleras que conducían a la Biblioteca. Era jueves, por lo que sabía que no iba a encontrarse a Lily, quién estaría a media clase de Cuidado de Criaturas Mágicas. Un grupo de estudiantes de Hufflepuff que salían del aula de música lo saludaron de pasada y Remus se fijó en que uno de ellos era Rodan McMillan. Verlo le recordó a su hermana. Era increíble como dos mellizos podían ser tan distintos. En realidad, a diferencia de Sarah, Rodan no le caía mal.

Se llevó una pequeña decepción al llegar a la Biblioteca y ver que Ciel no se encontraba allí. Resoluto, pese a ese pequeño desencanto, fue hacia una de las mesas del fondo, de madera oscura y desgastada, y dejó sus cosas antes de sentarse para terminar aquel ensayo de pociones. No le llevó demasiado tiempo poner el punto y final en una pulcra tinta azul marino. Después de revisar su trabajo y quedar conforme, alzó la vista para mirar a su alrededor. De pronto, un infrecuente revuelo de voces en la entrada de la Biblioteca llamó su atención.

Aquel día se respiraba una quietud propia de los primeros meses de clase, cuando los alumnos aún no se hallaban atiborrados de deberes, pergaminos y exámenes con los que ponerse al día. Curioso, observó cómo un chico joven, que debía de ir a tercero o cuarto curso, hablaba con Madame Pince junto al mostrador. Parecía estar protestando por algo, pero la expresión de la mujer se mantuvo firme y severa en todo momento, con el ceño y los labios levemente fruncidos. En consecuencia, después de unos segundos más de discusión, el alumno se dio la vuelta y desapareció tras el recodo de una de las altas estanterías de la sección de 3A de Runas Antiguas. La muchedumbre que se había formado a su alrededor no tardó en disolverse. Antes de perder de vista al alumno, Remus pudo apreciar su insignia que lo delataba como hijo de la Casa Ravenclaw así como los negros y apretados rizos coronando sus facciones aniñadas, si no se equivocaba el niño no era otro que Derek Guccini. Había llegado como estudiante de intercambio aquel curso, con sus compañeros de tercero, y ya era famoso por ser un erudito en asignaturas como la Aritmancia, las Runas Antiguas, Encantamientos y otras del estilo. Remus también había escuchado que no hablaba mucho y que apenas se relacionaba con sus otros compañeros.

Miró la hora en el gran reloj de aguja que sobrevolaba la Biblioteca coronando la puertas dobles de la entrada, y vio que todavía faltaba media hora para la hora de la cena; por lo que se puso en pie dispuesto a pasar un buen rato leyendo acerca de la Historia de la Magia por Sirdhi Mufasa, un historiador y bibliotecario mago hindú que había descubierto un denso repertorio de tomos antiguos con milenios de información acerca de culturas anteriores al . A Remus le gustaba la Biblioteca. A pesar de su gran tamaño, lo consideraba su pequeño rincón. Le pirraba perderse entre polvorientas estanterías, donde la luz de las arañas y de las ocasionales antorchas apenas llegaba; la sensación de abrir las páginas amarillentas de un libro y verse tosiendo dentro de una nube de polvo gris, de ese que te llega a los pulmones pero que te inunda de erudición. También le gustaba el silencio, un silencio relajado, amplio y despreocupado, que se derramaba desde la alta techumbre cóncava, por las mesas y las sillas de madera vieja, por los nombres de los libros y hasta las ventanas pentagonales y alargadas que mostraban un paisaje natural y bohemio. Le gustaba especialmente en días como aquel, en el que los pájaros cantaban y los rayos de sol entraban en halos de luz a través de los cristales.

Cuando se reunió con sus amigos en el Gran Comedor su mente aún estaba perdida entre las páginas del libro que había sacado de la Biblioteca y depositado sobre su cama antes de bajar a cenar. Libro que retomó una vez instalado con sus amigos en las habitaciones, mientras estos jugaban a los snacks explosivos.

—Joder, Colagusano, mira que llegas a ser malo. Tú madre debió de darte en adopción al nacer, colega.

—Eh, no seas bruto —protestó este débilmente.

James soltó una carcajada fuerte y le dio una palmada en el hombro.

—Pedirle eso a Canuto es como decirle que se masturbe en silencio. No sabría cómo hacerlo.

—Saber y querer son verbos distintos, mi querido Cornamenta. Si la naturaleza humana quisiera que nos masturbaramos en silencio todos lo haríamos, pero no es así, ¿verdad? ¡Nuestro cuerpo exige sonidos, lamentos y pasiones! Yo cumplo con los instintos. —Hizo una pausa. Pese a tener la vista fija en la página del libro Remus casi pudo visualizar las miradas escépticas de sus otros dos compañeros—. Luego no me toquéis los cojones si se os atrofia el aparato por no dejarlo trabajar en libertad. Además…

En ese momento, Remus decidió que había escuchado más que suficiente e hizo un sobreesfuerzo por concentrarse en su lectura. Enriquecedora. Tumbado boca arriba en la cama, con las piernas cruzadas, estaba disfrutando los relatos históricos del siglo II d.C, durante el transcurso de las revueltas Xia Chung de maestros hechiceros en China. Su mente divagó hacia el estofado de carne de aquella noche, notaba un sabor a bilis ascendiendo por su garganta. Era horrible cuando a uno se le repetía la cena. Incómodo, cambió de posición y apoyó una de las tapas del grueso ejemplar contra el colchón mientras continuaba perdiéndose entre las letras.

Al menos eso intentó durante unos minutos, hasta que la voz de James le distrajo de nuevo.

—Está ese hechizo punzante que hace que te salgan verrugas enormes por todo el cuerpo. Hasta por la cara. No me importaría atizarle con uno de esos a Quejicus.

—Ese se lo hicimos en cuarto año, Cornamenta —desestimó Sirius con voz perezosa—. Quiero hacer algo novedoso, algo que le haga esconder esa cara de cactus para siempre.

Peter soltó una risita alentadora, como si la idea le pareciera estupenda. Remus solo pudo rodar los ojos en la seguridad que le proporcionaba estar de espaldas a ellos y fuera de su foco de atención.

—De hecho, James, lo que más le fastidiaría sería…

—No, Canuto. Mira que eres pesado. ¿Sabes el significado de la palabra «No»? Ven, déjame presentártela. «No», este es Sirius. Sirius, mi buen amigo «no». Espero que os llevéis bien y fomentemos una enriquecedora amistad.

—Lo siento, «No», Nuestro amigo en común, aquí presente James, puede resultar ofensivo a veces. Ya sé que alguien de tu alcurnia no se puede permitir relacionarse con alguien como yo. —Se escuchó una explosión ahuecada y contenida. Remus supuso que fue el snack de Peter porque Sirius continuó hablando con un suspiro pesaroso—. Ha sido una corta pero bonita amistad, nunca te olvidaré.

—Te faltan tornillos, Canuto, te lo digo en serio —dijo James después de un breve silencio—. Mira, no quiero meter a Lily en nada que tenga que ver con Quejicus ni con ninguna de nuestras bromas, solo conseguiré que me odie más.

—Tampoco hace falta, ¿no? —intervino Peter en voz cuidadosamente baja—. Ya sabe como es Snape, después de que la llamara sangresucia. Y no ha vuelto ni a mirarle.

—Ya era hora. No sé ni cómo aguantaba su presencia.

Conversaciones como esas eran habituales en las horas tardías de las habitaciones de los chicos de Gryffindor de sexto curso. Snape era un tema recurrente; y decir que Lily Evans era recurrente sería quedarse cortos. A Remus no le importaba aconsejar a James acerca de la chica, no demasiado —aunque prefería mantenerse al margen—, pero a veces resultaba agotador escucharlos mofarse de la desgracia de Snape. A él no podía importarle menos, porque el Slytherin había demostrado ser un completo imbécil además de conservar ideologías poco ortodoxas, pero una cosa no quitaba la otra: a Snape realmente le importaba Lily, de alguna retorcida forma. No resultaba especialmente heroico mofarse de los errores de otros, aún si esos otros eran Snape.

—Yo creo que en el fondo a Quejicus le van los rabos.

La repentina sentencia de Sirius le pilló con la guardia baja. No pudo evitar girarse sobre su cuerpo para mirar a su compañero, sentado en el suelo con las piernas abiertas y la espalda apoyada en el tronco donde guardaba sus pertenencias. Las risas de James y Peter se desataron de forma inmediata y la boca de Sirius se curvó en una sonrisa torcida.

—No me extrañaría, la guinda del pastel.

—Estoy seguro de que se los come a pares.

—¡Joder, Canuto, que se me revuelve la cena! Voy a echarlo todo en tu cama, por cerdo.

Remus no supo qué le dolió más, si la mueca de asco de Peter o las palabras implacablemente crueles de los otros dos. Entonces Sirius ladeó la cabeza y se giró para mirarlo, sus ojos grises tenían la densidad de un cielo de tormenta.

—¿Tú que opinas, Remus? ¿Snape es un maricón? —preguntó circunspecto.

Remus tuvo que recordarse, al ver las cejas arqueadas en diversión de James, que no estaban hablando de él. Que no sabían lo de él. Ni mucho menos.

—Opino que debe resultarte muy instructiva la sexualidad de Snape para que te tomes tanto tiempo en elucubrar sobre su orientación —soltó sin más—. No te preocupes, Canuto, le mandaré corazones de tu parte —añadió con una sonrisa afable.

James rompió en carcajadas y Peter no tardó en secundarle. Eso fue una forma, entre otras, de terminar con aquella conversación absurda. Sirius lo miró con el ceño fruncido durante las primeras milésimas de segundo, pero se podía vislumbrar la diversión destellando en sus pupilas y Remus sabía que no se había enfadado.

—Joder, Lunático, eres un jodido mamón —sentenció.

A continuación pegó un salto hacia la cama de Remus, hizo aparecer un cojín con la varita y se la estampó en la cara, iniciando un ronda de guerra de almohadas en la que todos se vieron involucrados. Remus fue el primero en rendirse, dividido entre el alborozo que le provocaba conocer y entender a Sirius y el resquicio de incomodidad que persistía tras confirmar, otra vez, otro de los motivos de discriminación del mundo mágico que le convertían en un paria. Y en este aspecto, sus amigos no parecían opinar distinto que el resto de la población.

Una vez más, supo que hacía bien en mantener en secreto su homosexualidad, y la culpabilidad que le asolaba de vez en cuando al pensar que estaba mintiendo a sus mejores amigos perdió consistencia.


Espero que os haya gustado el inicio ^^

Las parejas principales son Sirius&Remus, Lily&James y otra que no voy a revelar por el momento :P ¡Besos a todos!