Al final, he terminado por publicar a la semana siguiente. Como ya sabéis, este fanfic es el remake de Seduciendo al enemigo. No es perfecto, pero me resulta más aceptable que el anterior. Para quienes ya lo hayan leído, igual notais que algunas escenas han cambiado o que he omitido otras que de repente he notado inncesarias. También he juntado capítulos, ya que eran muy cortos algunos. Sobre el día de publicación, no puedo deciros nada fijo. Como es un fanfic ya publicado, intentaré publicar más de una vez a la semana aunque puede ser menos en alguna semana especialmente atareada para mí. De momento, por hoy, os dejo el prólogo y el primer capítulo.

PRÓLOGO:

— ¡Kagome, cógela!

La niña con el cabello despeinado y la cara manchada de tierra corrió velozmente hacia el muro que delimitaba el campo de béisbol, y saltó sobre una caja para atrapar la pelota al vuelo en un magnífico salto.

Por todas partes se empezaron a oír los gritos de los demás niños. Algunos la felicitaban, otros del equipo contrario la abucheaban. Desde la zona de los bancos, donde se sentaban las chicas a mirarles jugar con sus muñecas entre los brazos, se escuchaban algunas quejas hacia ella. Las niñas nunca la consideraron demasiado femenina. Ella tampoco se sentía femenina si eso significaba sentarse toda la tarde a ver jugar a los chicos mientras competía por contar el chisme más jugoso. Ella prefería la acción, le gustaba jugar, moverse, y ganar. ¡Adoraba ganar!

Le dio la vuelta a la gorra para dejar al descubierto su rostro manchado, y sonrió descaradamente a las otras niñas. Algunas gritaron horrorizadas. ¡Menudas idiotas! — pensó. A continuación, consultó el reloj de muñeca de Mickey Mouse que su padre le había regalado, y apretó los dientes hasta que se escuchó aquel desagradable sonido provocado por la fricción de las premolares. Tenía que regresar a casa. Su madre dijo que ese día debía volver antes, que iba a suceder algo importante. Se perdería lo mejor del partido.

Lanzó la pelota al campo, y se despidió con una mano antes de salir corriendo, ignorando los lamentos de sus compañeros de equipo.


— Estoy segura de que le encantarás a Kagome.

— Espero caerle bien. — coincidió — No me gustaría llevarme mal con quien puede ser mi futura cuñada.

— ¿Debo tomarme eso como una proposición?

Kikio soltó una suave carcajada, y agarró el brazo de su novio. Estaba en su segundo año de carrera en la universidad cuando conoció a Inuyasha por casualidad en la cafetería. Al principio, solo eran amigos. Empezaron a salir a los cuatro meses de conocerse. Actualmente, hacía dos meses que se habían hecho novios oficialmente. Todavía les quedaban dos años de universidad a ambos, dos maravillosos años, y, luego, podrían hasta casarse.

Inuyasha le dirigió una suave sonrisa en respuesta, y se volvió hacia la puerta del salón que daba al pasillo al escuchar el inconfundible sonido de una puerta que acababa de cerrarse.

— ¡Ya estoy en casa!

La madre de Kikio se disculpó, y salió al pasillo a buscar a su hija.

— ¡Cómo te has puesto Kagome! — exclamó enfadada — Siempre vuelves llena de barro… No sé por qué te comportas como un niño. — suspiró tan fuerte que se escuchó hasta en el salón — Deberías sentarte con las demás niñas y evitar mancharte. No sabes el trabajo que me das.

— No me gustan las muñecas. — se quejó una voz femenina más infantil.

— Bueno, ya tienes once años jovencita. — le regañó — Podrías encontrar otros pasatiempos como leer, bailar, comprar ropa… lo que sea menos practicar deportes tan violentos.

— Leer es aburrido, bailar es para niñas pijas y comprar ropa… ¡Puaj, qué asco!

Inuyasha y Kikio intercambiaron miradas divertidas ante la discusión madre e hija que se producía en el pasillo, y decidieron salir al pasillo a saludar. A ese paso, Kagome jamás llegaría a poner un pie en el salón. A juzgar por el enfado de su madre, Sonomi Higurashi estaría a punto de lanzarla dentro de una bañera.

Kagome dejó de atender a su madre cuando Kikio e Inuyasha entraron en escena. De repente, todo cambió a su alrededor. Dejó de escuchar a su madre y de ver a su hermana. Solo estaban ella y él. No lo había visto en su vida, pero podía jurar que ese era su príncipe azul. No era la clase de niña que soñaba con los príncipes de las películas Disney, no creía en el amor a primera vista, ni en todas esas tonterías por las que suspiraban sus compañeras de clase. Sin embargo, al verlo a él, algo cambió. Alto, musculoso, impresionantemente bien proporcionado, con el cabello plateado brillante y sedoso, unos magníficos ojos dorados, la piel bronceada y la nariz más perfecta que había visto en toda su vida. ¡Él era perfecto! Y era de su hermana mayor.

Gruñó al ver como ella agarraba su brazo posesivamente. ¡Y que se lo fueran a quitar! Nadie podía competir con Kikio para quitarle un novio, ella era la más guapa. Alta, delgada, de medidas 90, 60, 90, cabello largo negro siempre bien peinado, ojos oscuros, tez blanca, labios finos y facciones delicadas. Era la top model del barrio. Desde que podía recordar, había visto a cientos de chicos perseguirla tratando de llamar su atención.

— Kagome, mira. — su madre le señaló a Inuyasha — Este es el novio de tu hermana. Se llama Inuyasha. — le dio un empujón cariñoso — Anda, salúdale.

Inuyasha se acuclilló en el suelo para quedar a su altura, y la miró sonriente. Al instante, Kagome se sonrojó intensamente, y bajó la mirada. Si ese hombre era novio de su hermana, lo odiaría con todo su alma costara lo que costase.

— Mira, te he traído un regalo. — le extendió un paquete de brillante envoltorio — Cógelo.

Sin pronunciar una sola palabra, Kagome cogió el paquete, y se quedó mirando el envoltorio sin abrirlo.

— Kagome, ¿qué se dice cuando te hacen un regalo? — le preguntó su madre en lo que sonaba como una orden más que como una pregunta.

— ¡Kagome! — le llamó la atención su hermana.

Kagome levantó la vista, harta de escuchar cómo todos repetían su nombre para atosigarla. Su mirada se tornó gélida hacia el hombre que acababa de irrumpir en sus vidas para sembrar la discordia. Si tenía que odiar, odiaría.

— Se dice… — sonrió, sintiéndose malvada — ¡Vete al infierno!

Entonces, sin previo aviso, le estampó con todas sus fuerzas el regalo en la cara a Inuyasha, y salió corriendo escaleras arriba.