Disclaimer: Fairy Tail pertenece a Hiro Mashima.

Pareja: Silver/Lucy, algo de Gray/Lucy sutil. Leve Natsu/Lucy y Gray/Juvia rayando en lo irrelevante.

Extensión: 4099 palabras.

Notas: Para Sly Jeagerjaques, responde a su petición en el topic Escritura Sólida del foro Grandes Juegos Mágicos. Pidió un SiLu dramático así pa' llorar y es lo que trate de hacer, y así surgió esto. (Espero Sly no me odie porque creo que me fui a la mierda cuando hice esto, alguien tendría que haberme detenido). Es Two-Shot, así que me falta la parte final. Y pos eso, espero le guste a pesar de todo.

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25.776 años.

Primer equinoccio.


Ya son las 7:16
y el cadáver del minuto que pasó,
me dice tu estrategia te arruinó,
no queda más que ir aprendiendo a vivir solo,
si te quedan agallas...

Minutos – Ricardo Arjona.


Lucy siente algo parecido a dolor cuando se pone el labial, como si este le abrasara la piel, mientras se mira en el espejo; espejo, cara muerta, casa vacía. Tuerce el gesto al acabar, contemplando los labios carmesí bajo la nariz irritada y los ojos rojos, pero eso también se puede arreglar. Sorbe por la nariz y continua con su trabajo: aparentar que no ha llorado. De cualquier manera su figura sobre el espejo empañado y opacada por el vapor que cubre el baño, cortesía de la reciente ducha, no luce tan mal —no tanto—. Tuerce el gesto otra vez y mira su rostro lamentable sobre el vidrio a medio en medio de la pared blanca, antes de sacar la caja de sombra de ojos del pequeño velador al que le falta una pata, sostenido por Mistral y Andersen, poesía y cuentos infantiles, respectivamente.

Total, Lucy nunca tendrá hijos, ya no necesita esos libros.

Sale del baño y pronto del departamento, ya maquillada y ocupando una falda de mezclilla algo corta pero cómoda junto con su camisa de siempre. No espera verse linda, solo no tan fea.

Avanza por la acera haciendo sonar sus tacos sobre el cemento, caminando a paso lento hasta la intersección con la calle Mimosa. Se aleja así de La cruz, el edificio que contiene el departamento donde vive, ubicado en Wolf-Rayet, número 062. Suspira al detenerse a un lado del letrero negro que señaliza ambas calles, a causa de un semáforo en rojo. El repiqueteo de sus tacones se siente hasta que el semáforo finalmente pasa a verde, atravesando apresuradamente Mimosa para llegar de un lado de la avenida al otro, el punto donde Wolf-Rayet va del 051 al 040, según el letrero al menos. Desde ahí caminará recto hasta la siguiente calle, Juxta, en la que doblará rumbo a El ancla, número 356 y bazar levemente conocido del sector, a quien en realidad todo mundo nomina como El waka. ¿Por qué? No sabe, no lleva tanto tiempo trabajando ahí.

En la puerta estará Gray Fullbuster fumando un cigarrillo, único minuto del día en que se le puede ver fumando, y si Lucy mira su reloj —y es lo que hace al ver su figura en la lejanía, una vez se acerca al bazar— serán las seis y veintitrés.

El repiqueteo de los zapatos se detiene al llegar a su lado. Gray voltea hacia ella, la contempla unos momentos.

—¿Estuviste llorando?

Lucy sonríe escuetamente e ingresa en el edificio, no dispuesta a responder eso, de cualquier manera él ya sabe que la respuesta es sí.

«Sí, Gray, he llorado, lloro todos los malditos días desde que corrí a Natsu del apartamento.»

El lugar está vacío y polvoriento a esas horas, hasta un tanto oscuro. Limpia la barra de las seis con cuarenta y tres hasta las seis con cincuenta, luego se entretiene ordenando botellas. No es domingo, así que abren a las ocho y de ahí en adelante esperan que alguien llegue a comprar alcohol y, solo tal vez, quedarse a beberlo ahí.

Gray se sienta frente a ella lo que dura ese tiempo y la contempla. Lucy se aburre, en un punto, y le increpa.

—Ve a hacer algo de provecho.

Gray tuerce el gesto, no tiene ganas de ordenar las cajas de la bodega pero no le queda de otra ante la orden de la rubia, que solo quiere que deje de mirarla.

«Ya odio lo suficiente mi figura frente al espejo, ¡y él solo lo empeoraba!»

Apilar cajas es tan entretenido que Gray casi quiere reír de ironía al hacerlo, cansado. En realidad no tiene que hacer eso, él no tiene un alquiler que pagar pues ha vuelto a vivir con Silver, pero no siente deseos de dejar sola a Lucy.

«Sabes que a Natsu en realidad no le...»

«¡Cállate! ¡Ya no quiero hablar de eso!»

Así que apila cajas un buen rato, varios eones a su parecer, antes de que llegue mediodía y pueda volver a la parte principal del bar y salir de la bodega. Hay clientes y Lucy atiende como siempre en lo que él vuelve a sentarse en la barra para contemplarla fijamente, esta vez ella no le increpa en lo que dura el resto del turno.

Algo en esa rutina les duele a ambos.

Cerca de las seis de la noche Silver se pasa para buscarlo pese a que Gray le ha dicho que no es necesario, y quizás invite a Lucy a cenar con ellos, quizás ella diga que no. Gray se marcha rumbo a Ursae, número 28, en el auto de su padre, que es donde vive de nuevo desde que dejara su anterior departamento de la calle Cefeidas.

Tal vez esa rutina se repita eternamente.

Sin embargo, aquella mañana del veintiuno de Marzo se produce un quiebre, igual al que viven las estaciones. Quizás el primer síntoma de que ese día es diferente es el hecho de que su labial carmesí es reemplazado por un rosa suave, pues el otro ya prácticamente se ha acabado. O que la noche anterior terminó de mudarse una pareja al piso superior y el llanto del bebe no la dejó dormir, y ese llanto fue real y no un producto de su subconsciente.

De cualquier manera, ese día hay un quiebre y parte con la llamada telefónica a las cinco de la mañana, Lucy solo conoce un hombre lo suficientemente "ocupado" para llamar a esa hora, en cualquier caso contesta. No es su padre, pero la llamada es igualmente desagradable.

—Pero —tartamudea, no está segura de cuántos minutos lleva al teléfono y aún es incapaz de asimilar lo que oye—, ¿cómo?

—Así suceden estas cosas, es lo peor del cáncer —Si supiera qué responder, respondería—. Etapa terminal, eso dijeron, ya hubo metástasis y contagió otros tejidos, no hay nada que se pueda hacer —A través de la línea Lucy presiente que ese momento de silencio no augura nada bueno—. Él no quiso contarle, señorita Lucy, por como están las cosas entre ustedes pero... —Caprico se corta y ella tiene la noción de que sabe lo que viene, y de que no son necesarias las explicaciones—. No está bien, pensé que debería saberlo, quizás, visitarlo.

«Se va a morir igual», le susurra casi con burla una voz en su cabeza mientras siente que le tiemblan las manos.

—Ya —musita, paralizada—, entiendo.

—Comprendo que es repentino.

Quiere reír y gritar: «¿Repentino? Hace dos años vivía con él hasta que lo mandé al carajo, hace un año tenía novio hasta que lo mandé al carajo. ¿Qué sigue?, ¿es Natsu el del cáncer? ¿Qué te hace pensar que enterarme de que el padre que no veo hace dos años tiene cáncer es algo repentino?»

—Está bien —habla cómo puede, notando algo en la garganta, un nudo, tal vez—. Yo... veré que hago —juguetea con el cable—, es solo que no he estado bien últimamente justo para que ahora...

—Nosotros seguimos aquí, señorita Lucy, Aquarius no lo menciona pero se nota que la extraña mucho.

—Sí, lo sé. Hablamos luego, ¿sí? Debo ir al trabajo.

Cuelga, no quiere oír nada más.

Cuando llega a El ancla y se topa con Gray no recibe la pregunta de costumbre, en cambio este se saca el cigarrillo de la boca y la contempla unos segundos.

—¿Todo bien?

«Claro, hoy no parece que he llorado, hoy definitivamente no puedo estar bien», se ríe una voz en su cabeza mientras ella se interna en el bazar sin decir nada.

No ha llorado, ciertamente, de pronto siente como si no pudiera llorar.

En lugar de eso la colma un silencio casi asfixiante durante todo lo que dura su turno, porque sencillamente hay una especie de obstrucción en su organismo que no le permite emitir el quejido lastimero que contiene desde que se enteró de la noticia. Para empeorarlo los doctores lo dijeron, no hay nada que se pueda hacer. Nunca se puede hacer nada.

«Lo lamento mucho, señorita Heartfilia, señor Dragneel, no hay nada que se pueda hacer en estos casos.»

Tantos nobel entregados a lo largo de los años y los muy bastardos nunca pueden hacer nada. Limpia un vaso en tanto se muerde levemente el labio porque no hay nada que se pueda hacer, lo único que le queda es ir a enfrentarse al padre que no ha querido enfrentar por dos largos años para verlo morir. Todo eso sin llorar, no consigue llorar.

«¿Luego qué, debo ir a ver a Natsu para decirle que tenía razón, que no es culpa de nadie?».

Lucy presiente que no hace sino reírse de sí misma desde hace tiempo, lo piensa en tanto Gray se sienta frente a ella, la bodega de seguro ya ordenada.

—Lucy, ¿qué sucede?

—Por qué preguntas —es escueta al hablar y cualquiera que la conozca sabrá que está a la defensiva.

Se defiende de la vida —o intenta—.

—Estás rara —reclama él, contemplándola—. ¿Pasó algo?

—No.

—Venga, Lucy, soy tu amigo.

Gray no se rinde y ella tiene ganas de tirarle el vaso a la cabeza para que se calle, porque no quiere hablar, sencillamente no quiere hablar. Así que da la vuelta, le da la espalda y se pone a ordenar botellas aunque ya las ordenó por el simple hecho de que no quiere verlo a la cara. Lo oye chistar tras ella y sabe que su actitud lo ha cabreado, pero aún así Gray se marcha porque tras todo lo sucedido ambos aprendieron a darle espacio al otro cuando lo requería, tuvieron que aprender a hacerlo cuando se vieron en la obligación de sobrellevar las penas juntos, no quedo de otra. Por eso le da espacio y ella lo agradece internamente en tanto ordena botellas ya ordenadas.

El signo final del quiebre producido en la rutina se da finalizado el turno, porque no basta con que ella ande rara, hace falta que el desajuste llegue a su máximo. Se da cuando Silver va a buscar a Gray, como siempre.

—¿Quieres venir con nosotros? —La pregunta ya ni es mera cortesía, es simple rutina.

Lucy contempla unos momentos al hombre frente a ella, con el «no» atorado en la garganta. Pero el «no» no surge. Porque decir no implica volver a su departamento, ese donde vive sola desde hace un año; porque decir no es enfrentarse nuevamente al teléfono al que la llamó Caprico para decirle que su padre tiene cáncer y se va a morir; porque decir no es regresar a su asfixiante rutina donde todo está mal, horriblemente mal.

—Sí.

Le sorprende hasta a ella aceptar la invitación que no ha aceptado en todo el año que lleva conociendo al padre de Gray. Por eso mismo viajar en el viejo Dodge de Silver a través de la avenida Toliman es extraño, con este en el asiento del conductor y Gray en silencio en el del copiloto, dirigiéndole escuetas miradas cada tanto.

Cuando quiere darse cuenta se halla en la avenida Almagesto, número 116, frente al Pez austral, un cálido restaurante bastante conocido. Se nota por eso mismo algo incómoda al caer en la cuenta de que la van a invitar a comer, pero no objeta nada en contra cuando Gray le abre la puerta del coche con una mirada inquisitiva. Lucy apenas y lo mira al ingresar al restaurante, consciente de que su amigo anhela una explicación a su comportamiento, es solo que en esos momentos es incapaz de dársela.

El interior es elegante y bien iluminado, decorado con una pequeña fuente de un gran pez sobre la que se halla un tragaluz. Un lugar muy bonito, ciertamente.

—¿Te gustan los mariscos, Lucy? —cuestiona Silver, sacándola de su introspección.

Alza la mirada hacia el hombre mayor de sonrisa amable.

—Sí, claro que me gustan —responde, avanzando junto a padre e hijo rumbo a una mesa.

Aquello es... extraño. Hace poco más de un año que no salía a comer fuera, el simple pensamiento le deja un sabor levemente amargo pero no del todo desagradable en la boca al sentarse junto a Gray y su padre en una mesa para cuatro, dejando la cuarta silla vacía.

La silla vacía, el cuarto que nunca nadie usara.

«Es un problema genético, señorita Heartfilia. SIA, ¿le suena?»

Esperan unos segundos a que alguien se acerque a atenderlos, con un silencio pesado entre ellos durante el cual Gray carraspea, demostrándole que no es la única incómoda ahí.

—Hace —sabe que la tensión es su culpa, así que se siente en la obligación de alivianar el ambiente—, mucho que no salía a comer, más de un año, creo —comenta, jugueteando con sus manos bajo el mantel.

—¿De verdad? —Silver le sonríe con calidez—. Entonces deberías pedir un deseo, la primera vez que se hace algo en un año se pide un deseo.

Lucy trata de sonreír con algo de naturalidad —«Un hijo»— pese a que cada tanto se le remueve la herida y algo se le muere por dentro.

Porque no hay nada que se pueda hacer.

«Síndrome de insensibilidad a los andrógenos, señorita Heartilia, tras los diversos estudios se llegó a ese diagnostico.»

—Un deseo —repite, con el intento de sonrisa todavía en el rostro—, creo que sería un aumento de sueldo.

Silver ríe levemente tratando de aparentar que no nota que miente descaradamente a la vez que alguien llega a atenderlos; recién entonces Gray se digna a hablar, con la carta en sus manos.

—Quiero salmón —dice y le regresa la carta a la chica inmediatamente.

Su padre frunce un poco el ceño ante su tono algo irrespetuoso, o al menos eso le figura a Lucy, pero no le dice nada.

—Langostinos a la plancha, por favor —pide Silver y le entrega a la camarera la carta de vuelta—, y un whisky. Para el chico, el salmón al horno con algo de arroz negro y un jugo de naranja porque, como habrá notando, es un niño todavía.

Gray le dirige una mirada molesta a su padre antes de que las miradas se centren en ella. Lucy acaricia unos momentos el lomo del libreto rojo carmín antes de animarse a hablar.

—Ostras con espaguetis —pide, dejando la carta a un lado—, y un mojito.

La chica le sonríe antes de coger el libreto que ella acaba de soltar y marcharse rumbo a la cocina, para entregar el pedido.

Silver voltea hacia ella tras la pequeña interrupción.

—Entonces —inicia nuevamente la plática—, ¿a qué se debe que hoy aceptaras venir?

Por alguna razón entonces sí siente deseos de abrir la boca, a diferencia de con Gray.

—Necesitaba salir.

Supone que es debido a que es mucho mayor, que ella y que Gray, el motivo por el que acierta inmediatamente.

—¿Una mala noticia?

Lucy sonríe como perro herido.

—Un poco.

Silver le sonríe una vez más y ella pone un poco más de empeño en sentirse mejor, Gray sigue callado.

De alguna manera, la cena casi es agradable. En algún punto consigue distraerse algo entre pláticas sobre su trabajo y experiencias de vida de esas que siempre reservas para las conversaciones de sobremesa, y se siente un poquito mejor entonces.

Luego vuelve a su departamento; recién en la entrada del edificio Gray se digna a decir algo más que solo los monosílabos que ha dicho toda la noche.

—Lucy.

O ese es su plan inicial, ella lo corta.

—Mañana te cuento —replica, alzando luego la mano—. Adiós.

Ingresa al lugar y se apresura a las escaleras, llegando pronto a su departamento pues solo está en el tercer piso, sacando entonces las llaves para enfrentarse al silencio y a la oscuridad del lugar. Algo en esa imagen, la cartera tirada sobre el sofá, los platos en el fregadero, el único gancho para el único juego de llaves a un lado de la puerta, el «8» en la contestadora indicando el número de llamadas perdidas, le recuerda que su vida da asco.

Entonces se pone a llorar.

«Sé que esto será difícil, señorita Heartfilia, pero en realidad su genotipo es XY, si luce como una mujer es porque debido a problemas hormonales no hubo diferenciación en el desarrollo, eso explica su ausencia de periodo y la condición infértil.»

No hay hijo, no hay novio, no hay madre y muy pronto no habrá padre.

«Debieron diagnosticarlo en la pubertad, aunque por lo visto lo adjudicaron por entonces a problemas de nutrición. No, no es falta de grasa corporal, es porque no hay ni útero ni ovarios. Lo siento, no hay nada que se pueda hacer en este caso para vuestro problema en particular. Sin embargo, le recomendaría...»

Está sola y morirá sola porque ni siquiera es fea, tampoco es feo, no es una sola maldita mierda. Le duele demasiado verse al espejo y maquillarse mientras le dan ganas de vomitar, porque es horrenda.

Le duele existir.

«Lucy, lo podemos hablar.»

«¡Fuera!»

Últimamente, desde hace un año, solo anhela enterrarse profundo en la tierra y no salir nunca más. Anhela que los ocho mensajes de la contestadora no sean tan probablemente por el tema de su padre, anhela no haber corrido a Natsu, anhela tener por lo menos el valor para pedirle que vuelva, anhela no haberle mentido a Gray diciendo que era infértil sin decir la causa.

Es que la causa le duele demasiado.

Esa mañana casi siente algo parecido a dolor cuando se pone el labial, como si este le abrasara la piel, mientras se mira en el espejo; espejo, cara muerta, casa vacía. Tuerce el gesto al acabar, contemplando los labios de un rosa suave bajo la nariz irritada y los ojos rojos, pero eso también se puede arreglar. Sorbe por la nariz y continua con su trabajo: aparentar que no ha llorado, de nuevo, como viene haciendo todos los días de su vida desde hace un año. De cualquier manera su figura sobre el espejo empañado y opacada por el vapor que cubre el baño, cortesía de la reciente ducha, no luce tan mal —no tanto, un poco menos aberrante—. Tuerce el gesto otra vez y mira su rostro lamentable sobre el vidrio a medio romper, que quebró al arrojarle el secador de cabello a Natsu al exigirle que se fuera, sobre la pared blanca, antes de sacar la caja de sombra de ojos del pequeño velador al que le falta una pata, que Natsu prometió arreglar ante de que ella lo echara, sostenido por Mistral y Andersen, poesía y cuentos infantiles, respectivamente.

Total, Lucy nunca tendrá hijos, es asquerosamente infértil, así que ya no necesita esos libros.

Sale del baño y se dispone a vestirse para ir al trabajo. Se coloca una falda de tela marrón con leves tonos naranjas demasiado corta y una camisa beige con detalles en encaje. No espera verse linda (del todo), solo menos deforme.

Sale del apartamento y avanza, como todos los días, por Wolf-Rayet rumbo a la intersección con Mimosa, la que cruzará como todos los días para seguir en su marcha hasta Juxta, donde doblará rumbo a El ancla, el bazar donde trabaja ubicado en el número 356. Ahí se encontrará con Gray y este la mirará preocupado unos momentos.

—Lloraste —ese día, el siguiente al quiebre de la rutina, no se molesta en hacer la pregunta.

Lucy aspira, preparándose mentalmente porque prefiere decirlo antes de que él lo pregunte.

«¿Qué te pasó ayer?»

—Mi padre tiene cáncer.

El silencio entre ellos solo lo explica la conmoción que domina a Gray por largos minutos, lo que alarga por ese día el tiempo que tiene el cigarrillo en la boca.

—¿Qué? —ni siquiera lo grita, parece haber quedado en pausa.

Aspira una vez más antes de continuar.

—Caprico me llamó ayer por la mañana, las células cancerígenas ya se han extendido a los otros tejidos, no hay nada que se pueda hacer —aspira por tercera vez porque necesita fuerzas para contar aquello, demasiadas—. Uno, dos meses, como mucho.

Gray no dice nada por largos momentos, solo atina a sacarse el cigarro de la boca con lentitud. Exhala el último poco de humo que le quedaba en los pulmones antes de hablar.

—¿Cómo?

Ella se alza de hombros.

—Solo pasó —es patético y hasta un poco gracioso decir aquello—. Tuvo malestares repentinos y los exámenes mostraron que tenía un tumor, solo eso.

Duele tanto que sea así, tan repentino.

—Lucy, de verdad lo siento.

Sonríe lastimeramente y extiende los brazos, rogando no llorar. Sin embargo, cuando Gray atiende a la petición y la rodea con sus brazos no puede evitar que se le pongan los ojos rojos y el nudo en la garganta vuelva.

«Ya mejorará», se consuela a sí misma tratando de creerse, como hace desde poco más de un año, pero no es tan estúpida como para tragarse una mentira tan mala.

Al final ingresa al local y limpia la barra como siempre, para después ordenar botellas. Gray por primera vez no la mira toda la mañana como un acosador, en lugar de eso va de aquí para allá y por momentos parece que en verdad trabaja. Sin embargo, cerca del mediodía se detiene unos momentos para mirarla fijamente, captando su atención.

—¿Qué? —inquiere ella, no muy segura de a qué se debe esa mirada.

—Luces bien —responde él y Lucy siente la necesidad de cuestionarle por qué dice eso de pronto—, te ves bonita —agrega Gray antes de seguir trabajando.

Lucy quiere sonrojarse porque a fin de cuentas esa mañana por primera vez en un año se arregló a consciencia, como lo haría cualquier chica de veinte y pocos que siente deseos de conquistar un hombre. Gray no se da cuenta entonces, eso sí, pero su atuendo luce mejor de noche que de día.

Bajo la luz de los faroles que comienzan a encenderse y levemente alumbrada por las luces del Dodge los tonos naranja de su falda destacan mucho mejor, de la misma forma su camisa beige sobre los tonos azulados de la noche adquiere un relieve más único. Tiene de pronto la sensación de que luce más bonita, más femenina, cuando sonríe ante la invitación de siempre.

Esa noche, al igual que la anterior, dice que sí.

El ambiente al interior del auto es menos tenso mientras atraviesan Toliman rumbo a la avenida principal. Pársec es una calle ancha y bien iluminada que recorre la ciudad de extremo a extremo, usualmente atochada de vehículos. En medio de un semáforo, con el Dodge a punto de doblar hacia Praecipua, calle perpendicular a la avenida en la que se halla Pequeño León, un restaurante de alto prestigio ubicado en el número 383, Silver habla por primera vez en todo lo que llevan de viaje.

—¿Estás mejor hoy?

Lucy asiente unos momentos.

—Sí, un poco mejor —responde—. No todo lo bien que me gustaría pero al menos ya no estoy tan impactada.

—Y —dice el mayor mientras acelera el auto pues ya tiene luz verde—, ¿qué había sucedido?

—Mi padre tiene cáncer terminal.

El silencio vuelve al vehículo durante unos momentos.

—Lo siento.

Lucy niega con la cabeza.

—No se preocupe —le sonríe—, estoy bien, ya asimile la noticia.

Silver le regresa la sonrisa mientras aparca en el estacionamiento del restaurante.

—Me alegra verte mejor —le dice, colocando el freno de manos—. Cualquier cosa estamos para apoyarte.

—Lo agradezco.

Hay más sonrisas compartidas mientras Gray se baja y se dispone a abrirle la puerta por la que ella sale, para luego seguir ambos a Silver, que ya le puso alarma al auto, al edificio de arquitectura barroca dentro del cual se disponen las elegantes mesas listas para cenar. Pequeño León ciertamente no tiene nada de pequeño, pero como el rey de la selva su reputación le precede. Lucy se siente hasta un poco incómoda al sentarse y aceptar la carta de marrón oscuro con letras doradas, contemplando el menú. Silver sonríe al observarla.

—Una parrilla para cuatro —dice—, y un vino. ¿Cuál prefieres?

Sus ojos se mueven a la sección de vinos.

—Un Cabernet Sauvignon está bien.

Se vuelven a sonreír y de pronto Gray está sobrando, aunque él lo viene notando desde ayer. Es que Lucy le sonríe a su padre como le sonríe a los clientes del bazar y aquello le crispa los nervios.

O quizás ella simplemente ya no sabe sonreír de otra manera.

Eso o de pronto, mientras les traen el pedido y ella bebe el vino con una sonrisa algo coqueta, necesita sentirse mujer.

Que la hagan sentir mujer.


Y repito, espero guste.

Nos leemos.