Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, solo la historia es mía y algún que otro personaje.


Prólogo

¿Qué hacer cuando de la nada aparece tu hija reclamando su abandono? "—Así que… tú eres la mujer que me abandonó." A veces los papeles se invierten y es Bella quien abandona a Edward y a una pequeña bebé recién nacida. Años de silencio, engaños y amores inconclusos marcan la vida de dos personas… o tres.

Bella no esperaba que las cosas se complicaran tanto en un par de semanas. De un segundo a otro tenía a una hija adolescente y a un ex que escupe rencor por los poros. Sin embargo, no parecía ser un obstáculo para que ambos comiencen una relación clandestina. Caen en la fuerza de un amor que nunca concluyó, a pesar de que él no le perdona el abandono.

Una historia de amor, intrigas y un secreto guardado bajo siete llaves.


Capítulo 1

Enfrentamientos

Retiro la caja del asiento trasero de la camioneta en un solo impulso. Son tantas las cajas que tengo que trasladar, que dos brazos no me son suficientes. El clima de mayo ayuda bastante; puedo usar ropa ligera y fresca, ideales para un día de mudanza. La señora Finnigan me observa por la ventana del primer piso, curiosa. La mayoría de los vecinos sabe que soy la nueva del vecindario, y eso es porque he estado trayendo mis cosas desde hace dos semanas.

Decidí mudarme de mi casa materna porque necesitaba más independencia. Amo a mi familia con locura, pero vivir todas juntas, mi madre, abuela y hermana, era un caos. Además, necesitaba esta estabilidad después del divorcio con Riley, al que conocí en la universidad hace siete años.

Nuestra relación se fue apagando demasiado pronto después de que nos casamos. Éramos tan diferentes el uno del otro en tantos aspectos. No coincidíamos en nada, y es ahí cuando me preguntaba qué diablos hacía con este tipo. Me gritaba mucho, entorpecía mis salidas con amigas e inventaba romances de mí con otras personas. Nunca fui buena para darle vueltas a una decisión, así que no me sorprendió cuando un día empaqué sus cosas y las dejé en la puerta del departamento.

Jamás esperó que esa fuera mi reacción para con él. Intentó persuadirme sobre mi decisión, volviendo a ser el Riley que conocí y el cual creía estar enamorada, sin embargo, no di mi brazo a torcer, y con el tiempo dejó de insistir.

Luego de mi separación, me mudé con mi madre en Seattle, donde tramité el divorcio con mi ex marido y para mi suerte, todo ha salido a pedir de boca. Medio año divorciada, no se sentía para nada mal.

Vuelvo por mi tercera y penúltima caja de la camioneta cuando noto que alguien camina hacia mí. Al principio no le tomo importancia, y echo prisas hacia la puerta trasera, deseando haber aceptado la ayuda de mi hermana menor cuando me lo ofreció.

Detrás de mí, alguien se aclara la garganta.

—Disculpa, ¿tú eres Isabella Swan?

Con caja en mano, echo un vistazo a la chica de pie en la acera; alta, rubia. No es adulta, pero tampoco es pequeña, mas bien una adolescente.

Apoyo mi pierna sobre una roca, aprovechando la distracción.

—Sí —respondo todavía agotada por el rápido recorrido hasta aquí—, ¿tú eres…?

En vez de contestarme de vuelta, sus ojos se amplían por alguna razón.

—Claro que eres tú, no has cambiado mucho…

Ahora estoy confundida.

—¿Nos conocemos?

Ella presiona su boca en una mueca, agitando una foto alrededor de sus dedos.

—La encontré por ahí —explica cuya foto llama mi atención— ten.

No tengo idea lo que estoy viendo. Mis dedos tocan el borde del papel mientras frunzo el ceño. La muchacha soy yo, con 15 años menos. ¿Por qué ella tiene esta foto? Ni siquiera recuerdo haberme tomado esa fotografía.

Esta vez con desconfianza, miro a la chica de regreso.

—¿Cómo es que tienes esta foto?

Mi subconsciente tiene miedo de averiguarlo.

La chica me mira mientras continúo divagando, cavando en lo más profundo de mis recuerdos.

—Yo soy Elif… la hija de Edward Cullen.

Al segundo siguiente se me cae la caja al suelo. Empiezo a respirar con dificultad, una y otra vez, esperando cualquier respuesta menos esa, esperando cualquier apellido, menos ese.

—No puede ser…

—Vamos, sí que puede ser. —encoje los hombros, como si aquello le divirtiese— Sabes qué puede ser. —recalca— Había deseado tanto decir esto desde que tengo uso de razón, y ahora por fin puedo hacerlo. —murmura, mirándome de pies a cabeza— Así que… tú eres la mujer que me abandonó.

No hago nada. No me muevo. No respiro. De pronto, todo lo que veo en ella se me hace familiar. No son sus ojos los que recuerdo, no es su porte ni su voz. Recuerdo un bultito pequeño, de un llanto tembloroso y manos frágiles como el cristal.

Nunca entendí a la gente que me rodeaba decir que tarde o temprano olvidaría. Había intentado sin esfuerzos enterrar un pasado que me atormentada, y "olvidar" estaba lejos de ser un hecho. Sin embargo, había logrado salir adelante. Incluso si eso significó que dejara atrás el dulce rostro de un bebé recién nacido, cuando yo solo tenía dieciséis años.

—Oye, ¿vas a estar callada todo el tiempo?

Vuelvo en sí.

—Es que… —tartamudeo— es que tú… no puedes ser tú…

—Supongo que cambié en 14 años.

Me tirita el labio.

—Dios.

—Mira, haremos una cosa. Te voy a hacer una pregunta sencilla y tan pronto como me respondas, te prometo que nunca más me volverás a ver. —lo dice con una convicción escalofriante— ¿Por qué me abandonaste?

Podría haber intuido su pregunta, no obstante, no soy lo suficientemente fuerte para no romperme en mil pedazos. Lágrimas me envuelven en la miseria como si llevara años conteniéndolas, cuando no es así. Elif no espera que esa sea mi reacción, e interpone una coraza entre nosotras.

—Es una historia muy, muy complicada.

—Te escucho.

—No quieres escucharla —contesto segura de mi misma— ¿Cómo me encontraste?

Cambia el peso de su pie, sin descruzar los brazos sobre el pecho.

—No fue fácil encontrarte. Llevo meses juntando información sobre ti. Mi familia nunca iba a darme lo que yo necesitaba por mucho que se los insistiese. Sé muy poco, como que fuiste la mejor amiga de mi tía Alice. —asiento en respuesta a su afirmación. No dice nada por un tiempo— Eres más joven de lo que imaginé.

Un segundo antes tenía la sensación de que podía gritonearme y repetirme lo basura que he sido como madre, pero más allá de eso, veo una mirada frágil, la dulzura y tal vez un poco el dolor de saberme frente a ella. La rabia y la impotencia. No tengo cara para reprochárselo.

—¿Tu papá sabe que estás aquí?

Lo anterior desaparece, incrustando nuevamente la muralla de la indiferencia.

—No lo sabe. Nunca me hubiese dejado venir, y lo comprendo. —sacude la cabeza— Sabes, estoy perdiendo tiempo valioso aquí, ¿vas a responder mi pregunta? No quiero llegar tarde a casa.

El vello se me eriza a pesar de que no hace frío. Sus ojos claros como el cielo se clavan en mí como dagas de fuego. Trato de caer en cuenta que estoy frente a alguien que lleva mi sangre, e inhalo una bocanada de aire profunda, mitigando el repentino dolor en el pecho.

—No… aquí… yo —mareada o no, los recuerdos siguen frescos en mi cabeza—Solo…

—¿Te sientes bien?

Me llevo una mano al pecho, justo donde se encuentra mi corazón. La punzada sigue ahí, acuchillándome y castigándome por tantos años de abandono.

Por tantos años de cobardía.

Y entonces caigo al suelo.

.

.

El viento sopla en mi rostro cuando me despierto. Un olor desagradable a acetona invade mi olfato.

Pego un sobresalto ante dos ojos oscuros que me observan con tanta confianza.

—¡Se despertó!

Lo que pareció haber sido una pesadilla de aquellas, finalmente resulta una realidad. Tan pronto como el chico desconocido grita, Elif aparece a mi lado.

—¡Menudo susto me diste! ¿Tan intolerante a las emociones fuertes eres? —se irrita con un deje de diversión, y sacude la cabeza rápidamente para evitar que se le note.

Me siento en el sofá, comprobando que este sea el apartamento correcto. La mayoría de las cosas siguen embaladas, y solo unas pocas, como el sofá, están en uso. Presiono la mano con fuerza en mi frente, tambaleándome cuando intento ponerme de pie.

—Todavía se encuentra muy débil, ¿prefiere que la llevemos al hospital?

Muevo la cabeza en negación.

—¿Quién eres tú? —espeto.

El chico se endereza de inmediato.

—Soy Jacob Black, el hijo del conserje. Mi papá me dijo que vivía aquí, entonces la traje. Espero que no se moleste, de verdad que no quise…

—No pasa nada, muchas gracias.

—No hay problema —suspira y retrocede unos pasos, sabiendo que no tiene nada más que hacer aquí— cualquier cosa que necesiten… estoy abajo.

Le agradezco con otro asentimiento, notando que Elif y yo estamos solas de nuevo.

No tiene su atención en mí, sino en la casa. Hace sonar el metal que tiene en la lengua mientras busca algo en particular. Sus dedos trazan las cajas selladas, las ventanas, mi reloj favorito… sus ojos de un azul intenso caen en mí como las olas del mar; fuerte, agresivo.

Parece dudar un segundo antes de decir:

—Podría gritarte, sabes. —se apoya en la mesa— Te lo mereces. Te lo mereces tanto.

Estoy luchando para no romperme de nuevo.

—Y podría decir cuánto te odio, porque por culpa tuya he tenido que crecer con el fantasma de una madre que nunca me quiso.

—Elif…

—Pero no lo haré, no te odio. —admite— No me criaron para odiar a la gente, mucho menos para juzgarla. No tengo idea de los motivos que tuviste para hacer lo que hiciste, no sé si mi familia lo sabe incluso, pero ellos nunca me lo van a decir. Nunca permitirán que la tonta e ingenua de Elif, huérfana de madre, sufra más de lo que ya ha sufrido.

—No es así.

—Tú no sabes nada —esta vez, escupe las palabras— No me conoces, no sabes nada.

Hago puño mis manos del coraje. Elif no tiene por qué pagar una culpa que no le corresponde, y si hablo… sé que más de uno saldría perjudicado.

—Yo era tan joven. —comienzo. En parte era cierto, pero no era del todo verdad. Ella quería explicaciones, no por nada había llegado hasta aquí— Tenía miedo.

Frunce el ceño.

—Mi papá también era joven como tú y nunca me dejó tirada a mi suerte.

—Las cosas no siempre son lo que parecen, Elif. Eres muy pequeña para entenderlo…

—No me sirve que me des sermones sobre lo que debo o no debo entender.

Exhalo un suspiro.

—En parte entiendo que me odies, entiendo que estés enojada conmigo, te juro que no espero lo contrario. —arrastro las manos en mis rodillas, señal obvia de nerviosismo— Yo… perdóname.

—Ya te dije que no te odio, y no, no acepto tu perdón. No vine aquí a escucharte decirlo, vine aquí por respuestas. —Elif se aleja de la mesa y avanza rápidamente a la puerta— Respuestas obvias, respuestas que deduje desde un principio, pero respuestas que al fin y al cabo necesitaba escuchar de tu boca. —me mira por última vez— Después de esto puedes fingir que nunca me has visto… Hasta nunca.

Aguanto el impulso de salir corriendo detrás de ella, pero no hago más que quedarme sentada en el sofá, temblando y llorando como hace mucho no lloraba.

.

.

.

Le prometí a mi madre visitarla hoy, pero son las 3 de la tarde y ni siquiera me había metido a la ducha. Sigo acostada, con los ojos hinchados de tanto llorar, congestionada y sin ánimos de mover un solo dedo. No ayuda tampoco que la habitación esté llena de pañuelitos desechables usados y desperdigados como pompones de nieve. Las sábanas enredadas entre mis piernas, el cabello sucio y alborotado.

Tengo una interminable lista de llamadas perdida de mi hermana Nessie, mensajes sin leer, correos electrónicos. Tiro el móvil lejos cuando este empieza a sonar y profiero un gruñido apretándome la cara con las manos.

No puedo quitarme de la cabeza a Elif. No puedo olvidarme la postura con que se paró delante de mí para enfrentarme. Eso no lo hace cualquiera.

Alguien toca a la puerta.

Me cubro la cara con la almohada. Una estridente voz obstaculiza mi silencio.

—¡Swan! ¡Mueve tus perezosas piernas a la puerta!

Esa es Nessie, por supuesto. Mi veinteañera hermana. Dueña de un carácter tan podrido y vergonzoso como el mío. Es de las que se mete en problemas desde el jardín de infantes. No somos muy parecidas, salvo en las pecas. Nessie es pelirroja y pecosa, en cambio yo soy castaña y… también pecosa.

A nuestra abuela le gusta recordarnos aquello. No por nada nos llama pecosita 1 y 2.

Nessie casi cae de bruces sobre mí tan pronto como abro la puerta. Camina como quién no posee culpa alguna de sus acciones, echándose en el sofá. Deseaba tanto tener esa misma tranquilidad.

—¿Qué haces aquí, Nessie?

Se acomoda con los pies sobre la mesa, el cual odio, pero no digo nada.

—Esa es una pregunta fácil. Considerando que en casa estábamos esperándote para comer y tú ni siquiera contestas las llamadas, ni los mensajes y mucho menos los… —me mira a la cara— ¿Estás enferma?

Doy media vuelta, dándole la espalda.

—Solo un mal día.

—No es necesario que me lo digas—admite—, a simple vista es evidente. Dios, te ves fatal.

—Gracias.

—Una pregunta bien preguntona… ¿estás enferma o estás triste? Ya sabes, de esos días que quieres clavarte un puñal en el corazón y decirle adiós al mundo. Lo digo porque los he tenido, no es extraño. O tal vez es extraño y anormal, pero olvidemos eso.

—Congestionada.

Ella me conoce muy bien para saber que estoy mintiendo, sin embargo, no continúa atosigándome. Se pone de pie y me arrastra al cuarto a pesar de mis protestas.

—Nany preparó tiramisú para ti, y tú jamás en la vida, por muy agonizante que te encuentres, rechazas el tiramisú de Nany.

Si le rechazo ahora, Nessie sabrá que la cosa es grave, de modo que finjo una emoción que no llega a mis ojos y entro al baño a darme una ducha, vestirme y poner una estúpida sonrisa.

.

Mi abuela siempre usó bastón. A sus 70 años luce más despierta que todas nosotras en casa. Lleva el cabello blanco como la cal, con las puntas levemente inclinadas hacia arriba. Adora el púrpura tanto como yo adoro el tiramisú.

Mamá hace ademán de llamar la atención.

—Estaba deseando este encuentro para contarles que conseguí empleo en la panadería de la vuelta.

Nany pega un grito de satisfacción.

—¡Por fin! —exclama— Esto es sin duda gracias a tu padre, que en paz descanse. Que de algo sirva ese viejo fastidioso.

—No hables así del pobre abuelo. —ríe Ness.

Nany chasquea la lengua en respuesta.

—Es lo que era, pecosita 2. Cuarenta años juntos, por supuesto que lo sé.

—Mamá —Reneé la mira con los labios fruncidos. Estoy sentada junto a la mesa del comedor, escuchando la conversación, pero sin decir nada— Bella, cariño ¿no estás contenta por mí?

Parpadeo.

—¿Por qué?

—Pecosita 1 está en las nubes… Dime que no encontraste un nuevo Riley Biers porque te juro que te desheredo.

Pongo los ojos en blanco.

—Nada que ver, Nany.

—Entonces no hay razón para que no hayas probado mi tiramisú. ¿Te sientes bien, cariño?

—Sí

Mamá se sienta junto a mí.

—Bella, estás como… —pone la mano en mi frente— por supuesto… con fiebre.

Nessie trae compresas frías, pero me aparto.

—No exageres, mamá. Es un simple resfriado.

Sin embargo, su mirada severa es suficiente para que me quede callada y me deje cuidar. La misma mirada que siempre puso cada vez que hacía alguna travesura o cuando no quería terminar toda la comida del plato. Y, además, fue ella la primera en darme su apoyo absoluto, fue ella la que, a pesar de tener una hija pequeña, Nessie, abogó a mi favor aun sabiendo que no le convenía.

Me recuesto en la cama de mi antigua habitación.

No es mi cuarto de la infancia; mamá compró esta casa luego de la muerte de mi padre, pero aquí viví mientras tramité el divorcio y en donde todavía queda un poco de mis cosas.

Apoyo la cara entre mis manos para intentar dormir. La cabeza me tortura de dolor. Escucho el bastón de Nany acercarse y me hago la dormida. Un manta suave cae alrededor de mi cuerpo.

—Descansa, pecosita 1

Sueño con Elif.

Pero no con la chica rubia, pecosa y de ojos azules. Sueño con la Elif de hace 14 años.

Sostengo un bebé en brazos. Un bebé rosado y llorón. Siento el miedo invadirme de cualquier manera; por miedo a hacerle daño, por miedo a lo que vendrá, por lo que debería hacer. La pequeña duerme plácida en mis brazos y hubiese deseado congelar ese momento. Sonrío al verla suspirar y las lágrimas me abruman. Quisiera quedarme aquí, paseando de un lado para el otro con ella, sin embargo, de pronto la escena cambia y ya no tengo ningún bebé en los brazos. Y tampoco me encuentro en el cuarto de hospital.

Despierto sobresaltada y sudada. Mi madre entra justo a tiempo con un juego de sábanas limpias. Al ver que he despertado, me sonríe con cariño.

—Qué bueno que te has dormido la siesta. —guarda la ropa y bastan unos segundos para que note mi alarma— ¿Te pasa algo, cielo?

Agito mi mano cerca de mi rostro surcado en sudor.

—Nada… fue una pesadilla.

Mamá se queda cerca del armario.

—Dime lo que te pasa, Bella.

No estoy segura si sea buena idea contarle, no sé si sea buena idea recordarlo. Voy a terminar enfermándome si lo mantengo para mí, más enferma de lo que ya estoy desde anoche. Mamá cruza los brazos y noto como la arruga se marca en su frente con inquietud.

—No sé cómo decírtelo.

—Solo dilo

Mojo mis labios secos, llevándome un mechón de pelo detrás de la oreja.

—Ayer… —las palabras se atoran en mi garganta, imposibles de escupirlas, de gritarlas— vi a mi hija.

No reacciona al instante, es como si me hubiese escuchado mal o no quisiera creerlo. Descruza los brazos y se acerca hasta sentarse en la cama. El terror en su mirada indica que espera que le diga que es una broma, pero que finalmente sabe que no es.

—¿Qué?

—Ella fue a verme al edificio… me buscó. Todavía no lo entiendo muy bien.

Los ojos de mi madre se expanden.

—Bella…

—Su nombre es Elif —Sonrío con tristeza— y mamá… ella es tan, tan hermosa.

Me acuna en sus brazos cuando me pongo a llorar.

—No puedo creer lo que estás diciendo, Bella. ¿Cómo fue? ¿Qué sentiste? ¿Qué te dijo?

Me limpio la cara con el dorso de la manga.

—Fue una mezcla de emociones. Quería saber por qué la había abandonado.

—Entiendo —se queda en silencio analizando lo que acabo de decir. luego de unos segundos, levanta la mirada asustada— ¿Te buscó, verdad? ¿Puedes describírmela?

Todavía hay lágrimas danzando en mis pestañas.

—Rubia, alta…

—¿Con un aro en la nariz?

Miro a mi madre sorprendida.

—¿Cómo sabes eso?

Su boca se entreabre.

—Dios mío… ¡Ella vino a buscarte aquí! Yo le dije que no vivías conmigo ahora. Entonces me pidió si podía darle tu dirección y no quise porque no la conocía. ¡Era ella! Bella… —se lleva las manos a la boca— ¿pero cómo te encontró? Quiero decir, sé que es no es una ciudad lo suficientemente enorme como para esconderse, pero no has vivido aquí por un tiempo.

Me encojo de hombros.

—No lo sé, ella tenía una foto mía de adolescente. —miro a mamá sabiendo que aquello le sigue impresionando— ¿Nessie y Nany la vieron?

—No… o espera, sí, Nessie iba saliendo cuando la atendí, pero apenas hablaron. Pero cuéntame más… ¿qué hiciste cuando la viste?

Mamá es muy curiosa así que me tomo todo el tiempo para contarle los detalles. Ahora entiende por qué me sentía tan enferma hoy. Me promete silencio por ahora, aunque no es necesario ya que las probabilidades de volvernos a encontrar son escasas.

Recuerdo ese primer contacto visual con ella y de su reacción cuando le dije que era a quién buscaba.

He aguantado un montón de dolor a lo largo de mi vida, pero el rechazo de ella es lo único que he pospuesto en mis pensamientos desde siempre, y es algo que está pasando. Por mucho que lo apartase, de todos modos, llegó. Mi pecho se oprime, lágrimas se acumulan en mis ojos sin esfuerzo. Reprimo el impulso de echarme a correr, desaparecer para siempre.

Mi madre me deja sola en la habitación.

Nessie tiene vagos recuerdos de nosotros mudándonos fuera de Seattle, pero los recuerdos están frescos en mi cabeza. Recuerdo perfectamente como empaqué y como guardé dentro de una cajita de madera la única foto que tengo de Elif recién nacida, y esa fotografía lleva años encerrada dentro porque no tengo el valor de verla.

Hoy, sin embargo, es una excepción.


Holaaa... pues, aquí les traigo el primer capítulo de mi nueva historia.

Quiero avisarles y ADVERTIRLES que es una historia con mucho drama, así que si no les gusta mucho el drama mejor que no lean.

No tengo fechas de actualizaciones pero trataré de no demorar mucho.

Espero sigan esta historia y les guste, me cuentan que les pareció

Muchos besos