La brisa del mar golpeaba las velas una y otra vez moviendo el gran barco de madera que navegaba por las, ahora, relativas tranquilas aguas del océano. La brisa llevaba el suave aroma del mar salado a toda la tropa que a mediodía, limpiaba las maderas de proa con mopas, canturreando con alegría letras de historias fantásticas de sirenas que se pensaba que vivían entre ellos. Desde el puesto del timón, eran vigilados desde arriba por el capitán por aquel a quién servían; un hombre alto con una especie de gabardina negra sin abotonar llegándole hasta la altura de las rodillas, un sombrero pirata negro que dejaba ver algunos mechones de cabello rubio al frente, un parche en su ojo derecho debido al último atraco cometido por su tripulación que le había dejado una herida que aún cicatrizaba, una camisa blanca con las mangas sueltas desde el hombro hasta la altura de la muñeca donde unos volados sobresalían de la gabardina, al frente de su camisa tenía un cordón que servía para ajustar los dos orificios de la parte superior y finalmente, unos pantalones negros ajustados con una correa de oro con una insignia de calavera pirata al frente y unas botas negras en punta que llegaban a la altura de los tobillos, adornados con unas hebillas doradas iluminadas por el sol de mediodía. El hombre no despegaba la vista de su tripulación para vigilarles que todo se hiciera como él quería. Un hombre a su lado manejaba el navío en silencio, esperando cualquier instrucción de su capitán.

- ¡Capitán! ¡Un naúfrago a estribor! - gritó el vigía Clyde desde las alturas alzando los brazos.

- Sigue el rumbo. - ordenó el hombre rubio con voz tranquila al hombre a su lado y luego dio unos pasos para acercarse a donde gritaba el vigía había visto a un hombre.

- ¡Capitán! - gritaban los hombres desde abajo - ¡Hay un hombre flotando en un pedazo de madera!

El rubio entrecerró su ojo para poder ver a la distancia. No tuvo que esperar mucho para poder en la lejanía a un hombre echado flotando sobre un pedazo de madera; estaba con las extremidades abiertas y flotaba suavemente hacia ellos de seguro arrastrado por la marea.

- ¿Lo dejaremos subir? - preguntó quien conducía el navío y que con sus dos ojos buenos, ayudaba al capitán.

- No, es peligroso - se dio vuelta sin cambiar su postura, regresando a su lugar anterior.

- Tweek, la última vez perdimos muchos hombres, ¿Qué tal si se une a nosotros?

El capitán no dijo nada durante un momento tal vez pensando en la propuesta de su amigo.

- Sigue el rumbo, Stan - masculló con voz ruda.

- Tweek...

- no cometeré de nuevo el error de mi padre - silencio -. Nada de extraños a bordo.

- ¿Soy un error? - el azabache soltó el timón para encarar a su amigo de la infancia - ¡Mírame! - El chico apoyó sus palmas en su camisa blanca de volantes a la altura de su pecho - ¡¿Fue un error que tu padre me haya salvado?! ¡Ese hombre necesita ayuda! - el viento movía ligeramente sus cabellos sueltos y sus botas a la altura de la rodillas rechinaron con sus movimientos.

- Sabes que no me refiero a ti. - soltó sus brazos viendo al horizonte - Mi padre murió por culpa mía, porque tuve piedad al igual que tú de subir a alguien extraño aquí.

- Tu padre nunca dejaba morir a nadie en medio del océano; si él no me hubiera salvado a mí ni a mi padre de seguro yo no estaría aquí.

- Stan, ya es suficiente, ¡No subirá y es mi última palabra! - gritó encolerizado.

- ¡Señor!

La voz de un hombre subiendo a paso raudo interrumpió la discusión.

- ¿Qué pasa? - preguntó el capitán con indiferencia viéndo de reojo al recién llegado que calmaba su respiración.

- ¡Brilla! ¡El hombre que viene trae algo que brilla! ¡Mire! - le extiende un catalejo de bronce que el capitán toma y no duda en utilizar para cerciorarse de la información. Al ver el objeto brillante acercarse, entonces gruñó y con voz aspera, vio a Stan que tenía una pequeña sonrisa.

- ¿No somos piratas? Debemos subirlo para quitarle el objeto, ¿No Capitán?

- Lo vigilarás o yo mismo te arrojaré por la borda. - rodó los ojos ante el gesto alegre de su amigo que no cambiaba ni aún con la amenaza hecha.

- Creo que tragó mucha agua - comentaba el vigía que había bajado a"informarse" y que le había arrojado un baldazo de agua fría al recién subido a bordo.

Todos los hombres habían ayudado a subirle y ahora le rodeaban expectantes a ver algún gesto de vida. Hacía mucho tiempo que nadie nuevo se unía a su grupo luego de la muerte del padre del capitán, por lo que cuando se supo su orden se armó mucho revuelo.

El chico respiraba débilmente sobre la madera del barco. Parecía estar más muerto que vivo.

- ¿Dónde está? - se abrió paso el capitán por entre sus hombres - ¿Dónde está esa cosa brillante?

- La tiene en su muñeca izquierda, señor. No la podemos quitar, está ajustada... ¿Le cortamos la mano? - señaló el hombre con una media sonrisa mostrando sus dientes chuecos.

- ...

El capitán apoyando una rodilla en la madera, se dedicó a inspeccionar al hombre; parecía estar muy bronceado, tal vez llevaba bastantes días flotando en mar abierto por lo que no le sorprendería que haya tragado agua para saciar su sed o hambre. Sus ojos vagaron por su pecho apenas tapado por los harapos que tenían vestigio de haber sido una camisa blanca igual a la suya; sus pantanlones azules igual hecho un desastre y estaba descalzo. Sus ojos vieron con interés su mano izquierda después de la breve inspección y estiró su mano para intentar tomar el objeto, mas una mano atrapó la suya de sorpresa.

- ¿Quién... quién eres? - balbuceó el hombre a duras penas con los ojos semiabiertos.

De inmediato los hombres a su alrededor sacaron sus espadas y dagas apuntándole.

- Deja al capitán o estas muerto, mocoso - señaló el vigía con su mano extendida portando una daga.

- Suéltame - habló con voz taciturna el capitán zafándose del débil agarre e irguiéndose.

El hombre empezó a toser y voltéandose apoyado en sus antebrazos y rodillas, empezó a expulsar el agua y cosas que habría tragado esos días. Se escuchó un "agh!" y risas de la tripulación acompañados de una mueca de repulsión del rubio capitán.

- ¿Quién eres? ¿Cuál es tu nombre? - interrogó el capitán con indiferencia luego de unos segundos.

- No lo sé... ¿Dónde estoy? - habló el hombre antes de volver a toser nuevamente.

- Este es mi barco extraño, soy el capitán de esta nave y te salvé la vida. Como pago exigimos tu objeto.

- ¿Qué? - el hombre giró un poco para verle - ¿De qué hablas?

- El que llevas en la muñeca - señaló el capitán alzando un poco su quijada con superioridad.

El pelinegro vio con sorpresa el objeto que cargaba.

- ¿Para que lo quieres? - susurró cabizbajo.

- Si no recuerdas nada, entonces no importa. Entrégamelo y habrás pagado tu deuda.

- ¿Eres un pirata? - preguntó con la mirada clavada en la madera del barco - Si te lo doy me matarás, y si no lo hago, lo harás igual...

El rubio río acompañado de la risa de su tripulación.

- ¡Espera!

La voz de su amigo se dejó escuchar y se abrió paso entre la multitud.

- ¡Prometiste no matarlo, Tweek! - el pelinegro se aproximó al lado de su amigo, examinando al extraño que removió algo dentro suyo.

- Silencio - masculló irritado sin dejar de ver al extraño - si se resiste lo haré, no te entrometas en mi decisión.

El pelinegro miro lastimeramente al chico parecido a él.

- Danos tu objeto y te aseguro que no te mataremos. Trabajarás en la nave para pagar comida y agua, ¿Qué dices? Es mejor esto que caminar por la plancha...

- No quiero ser un sucio pirata - masculló el extraño.

- Si quieres sobrevivir, es mejor que hagas lo que te ordeno y te pongas a mi mando - el capitán sujetó su daga escondida del bolsillo de su gabadina- . Elige; la muerte... o vivir como pirata.

El hombre se quedó muy quieto por algunos segundos reflexionando su decisión, hasta que su voz oscura y nasal se dejó escuchar

- Acepto.

El ruido de risas y cuchicheos no se dejó esperar.

- Entrégame tu joya, extraño - Solicitó el capitán nuevamente - estarás a prueba y si no satisfaces mis expectativas, yo mismo te mataré; deberás obedecerme en todo lo que te ordene.

El hombre escuchaba las palabras de su ahora capitán sin responder.

- Si va a quedarse, ¿No necesitará un nombre? - dijo Clyde en medio de los cuchicheos de forma burlona.

- ¡Que se llame "Apestoso"!

- ¡No! ¡Que se llame "Perdedor"! ¡Porque debió estar demente al meterse con el capitán y pensar retarle!

- ¿Burdock?

La voz de Stan interrumpió las burlas de los demás.

- Capitán, mire - señaló el pelinegro la tabla que había sido dejada a un lado donde había estado el hombre - ¿"Burdock"? ¿No ese ese el nombre de un mercader?

- ¿Qué eras tú? ¿Algún marinero de ese comerciante de peces? - masculló el capitán.

El hombre seguía perdido en sus pensamientos.

- Capitán, ¿Y si lo llamamos Burdock? - Sugirió su amigo - Por ahora es la única pista que tenemos de él y es mejor que lo tengamos presente, ¿No lo cree?

El capitán sin decir nada, se posicionó al frente del hombre apoyando una rodilla en el suelo, tomando su muñeca donde estaba el objeto.

- Tomaré esto de una buena vez - sus ojos y los del extraño se encontraron por primera vez en ese instante. A pesar de que él debía inspirar terror y respeto, los ojos del extraño parecían tranquilos, con un tono desafiante que descolocaron un poco al capitán. Con algo de rapidez y trabajo, consiguió deshacer el fuerte candado de la joya bajo la mirada del extraño en toda su labor que le hizo sentir una extraña incomodidad al rubio. Ni bien tuvo la joya en sus manos, no tardó en levantarse y retirarse a su habitación, dejando al "nuevo" con los demás para que se encarguen de él, soltando a su amigo un "iré a descansar, no me molestes hasta la cena" al pasar por su lado.

Al cerrar la puerta tras de sí, el rubio se permitió respirar agitadamente con la joya siendo apretada a la altura de su pecho. El extraño tenía esa mirada desafiante, esos ojos azules que le recordaban tanto a su padre, lo que le hacía suponer el qué se había sentido tan incómodo al tener sus penetrantes ojos azules encima suyo.

- ¡ngh! ¡no! ¡no! - se regañaba camino a su cama - ¡No soy débil! ¡No soy un capitán débil!

- ¡aaaaaacckk! ¡Capitán! ¡Todos a bordo! - canturreó el loro que tenía por mascota que volaba en medio de la habitación.

- ¿Escapaste de nuevo de la jaula, Jack? - el capitán se acomodó con la espalda en la cabecera, extendiendo su brazo para que el loro pudiera venir hacia él. El ave se aproximó en vuelo suave - Solo tú me escuchas, mi amigo - el rubio acarició con su mano izquierda la cabecita color verde del ave - subí a un extraño a bordo, Jack. ¿Crees que mi padre hubiera hecho lo mismo?

- ¡Accckkk! ¡El capitán ama a su hijo!

El rubio asintió con una pequeña sonrisa, dejando que el ave volara de nuevo. Reflexionó durante un momento sobre que es lo que pasaría si ese extraño era un espía, ¿Acaso intentaba engañarlo con eso de que no recordaba quién era? Al parecer por ahora tendría que mantenerlo muy bien vigilado, pero por ahora era mejor descansar luego de estar todo el día en medio del sol, su amigo podría encargarse de todo durante unas horas. Se dispuso a dormir, cuando recordó la joya que le había arrebatado. Su mano vagó hasta la lámpara al lado de su cama que iluminaba su habitación con luz tenue para aumentar un poco más el fuego e inspeccionar mejor el objeto.

- Interesante... - masculló estirando su brazo por encima de su cabeza teniendo la esclava dorada suspendida con sus dedos hasta notar algo extraño - ¿Eh?

El rubio se irguió en su sitio, tomando la joya con ambas manos moviéndola para que la luz pudiera hacer brillar lo que veía.

- ¿Que significa estas "C." y esta "T."? -

Continuará...

Siguiente episodio: "Enemigo"