Disclaimer: Todo es de Jotaká.
Clandestino
Shakira ft Maluma
Todo da vueltas en tu cabeza mientras lo observas, sus ojos verdes tienen esa chispa de malicia y sorna que reserva solo para ti. No sonríe a la multitud mientras pronuncia su discurso; te sonríe a ti.
Resuenan en tu oído sus palabras juguetonas «yo pago la condena por besarte» y suspiras mirando una cabellera rojiza que lo espera. Eres casi una paria; él un héroe con cicatrices.
Y mientras recuerda a quienes perdieron la vida te sientes enferma, miserable, porque sus gestos y el tono calmado de su voz te transporta a sentir el roce de sus labios sobre los tuyos y sientes por un instante la ansiedad que te provoca su cercanía.
¿Recuerdas la primera vez? Sus cabellos negros alborotados, las palabras crueles e hirientes que se profesaron entre tragos baratos en un bar de mala muerte, un abrazo absurdo... sus manos sobre ti. El alcohol recorriendo tus venas. No hubo mañanas, solo noches cortas y una conciencia que decidieron ignorar. Que dejó de importar.
Termina y con el aplauso te alejas, no puedes ver más; la está besando. ¿Qué esperabas, ¿qué bajara a besarte a ti? Ilusa. Eres la fruta prohibida, no la princesa del cuento de hadas; pero en el fondo deseas ser ella, que sus manos se entrelacen con las tuyas entre la multitud.
Cierras los ojos apoyándote junto al balcón, el recuerdo de tu nombre saliendo en un gemido de sus labios inunda tu mente. Escuchas sus pasos, sabes que es el, siempre sigiloso y suspirando.
—Pansy —murmura a tu oído y sonríes porque así lo quiso el destino, te sientes volar al sentir su abrazo y es ahí cuando comprendes que cometiste el error de enamorarte.
Sin pijama
Becky G ft Natti Natasha
El amanecer no los encontró juntos la primera vez, la culpa se reflejó en su rostro cuando descubrió quien yacía a su lado. No debió pasar, fue su mantra, fue el tuyo también.
«Debemos hablar», decía su carta, dos días después. Estúpido ¿verdad? «Fue algo de una noche», te dijiste una y otra vez, fue el alcohol y te lo creíste hasta volverlo a ver .
Estaba ahí parado frente al mostrador de tu tienda y por su expresión supiste que no estaba ahí por ti, era la culpa la que lo había llevado hasta allí. Tu tienda es exclusiva, la gente te repele pero aun así admira la clase de tus joyas. La culpa debe ser inmensa, pensaste.
Lo atendiste como a uno más y no pudiste descifrar la mirada que sostenía la tuya. ¿Indiferencia?, ¿culpa? ¿deseo? Sus ojos eran indescifrables. «Ven», decía a lechuza que recibiste un día después, incluía una dirección en el centro de Londres. La ignoraste.
El periódico decía que habría lluvia toda la semana, que había un toque de queda en el mundo muggle que los magos debían acatar. Que la temporada de Quidditch había comenzado esa semana.
Te lo pensaste un instante, un día, una semana. Pero al final mirándote al espejo te preguntaste: «¿qué puedo perder?». Y mandaste por lechuza una palabra, solo una: «Hoy».
¿Sabes que él estuvo a punto de decirte que no? ¿Qué la culpa lo carcomió hasta las entrañas y fulminó su conciencia? Pero al final el deseo de comprobar que le erizabas la piel y que contigo se convertía en alguien diferente ganó la batalla de su moral.
Apareciste al anochecer envuelta en un par de jeans y una blusa blanca, te recibió con los ojos brillantes y una mirada desafiante. ¿Hablar? No, eso es para quien tiene algo que decir.
Ambos tenían claro que al menos esa noche no habría palabras suficientes para justificar sus acciones. ¿Recuerdas como enterró las uñas en tu carne? Lo haces. También recuerdas sus besos ardientes y su aliento sobre tu piel desnuda.
Fumaron en su sala, no existieron conversaciones, solo miradas, roces y marcas en la piel. Descubriste que no tenía tatuajes como se rumoreaba en el colegio; él descubrió las marcas de tu vergüenza y las besó una a una.
La luz de la calle se tornó rojiza, una alarma les hizo saltar del sillón.
—El toque de queda —dijo. Lo interrogaste con la mirada—. Disturbios en Londres muggle —contestó e, inseguro, añadió—: la próxima semana me toca patrullar.
Unos minutos después te tomó de la mano mientras subían las escaleras y sentiste el calor recorriendo tu cuerpo. Abriendo la puerta de la habitación principal sonrió con sorna y te dirigió por primera vez esa mirada maliciosa y cargada de quizás.
Esa noche dormiste entre sábanas claras, con su cuerpo ardiente a tu lado, sin pijama. Y no hubo marcha atrás.
Me rehuso
Danny Ocean
Sentiste todo romperse a tu alrededor, la viste a lo lejos de la mano de otro. Una llama de coraje se encendió en tu interior, pero un apretón en tu antebrazo la apago de golpe dejando un deje de tristeza. No podías reclamar.
Tu acompañante la observó contigo y comentó algo que no llegaste a escuchar, tus ojos estaban clavados en sus movimientos, su porte altivo y la cadencia de sus caderas. Sonreíste con tristeza y te arrastraste lejos de su camino.
«Esta es la última vez», te dijo hace un tiempo. No le creíste, antes había pronunciado las mismas palabras. Tú las pronunciaste también, más de una vez, pero volviste una y otra vez; ella también volvió.
Te negaste a creer que no volvería, pero al pasar los meses descubriste en soledad que esta vez sería diferente. No lo soportaste más, con ella eras diferente, nada era igual.
No tenías que ser amable, guardar la compostura y morderte la lengua hasta sangrar. Podías ser libre; ella te hacia libre y simplemente ya no estaba ahí para hacerte feliz.
Te maldeciste por ilusionarla, por romper tus promesas, por alejarla de ti. Armándote de valor atravesaste la puerta de su tienda en el callejón, esperaste hasta que los clientes y curiosos salieron del lugar dirigiéndote miradas cargadas de intriga.
Al descubrirse sola contigo una vez más después de tanto hizo un sonido de resignación, te acercaste al mostrador clavando tu mirada en sus labios y su expresión inquieta.
—Lo siento —murmuraste antes de besarla.
Respondió con la misma pasión de siempre, pero su mirada estaba cargada de tristeza.
—No es el último beso —dijiste al separarte de ella—, me rehuso a perderte —añadiste antes de salir por la puerta. Y la escuchaste gemir.
Pero nada es fácil, el destino se burló de ti y su entereza fue superior a tus intentos. Nunca olvidaste su piel, no quisiste aceptar que ese día soleado de abril iba a ser el último con sus labios sobre los tuyos.
Te aferraste a encontrar el camino en voz para acabar perdido entre el deber y el deseo, escogiendo lo correcto, sufriendo y dejándola partir con un trozo de ti.
La observaste siempre a la distancia con un nudo en la garganta. Es una lástima que el coraje que se supone tenías dentro de ti nunca lo usaras para ser feliz. ¿Qué harías si supieras que lloró por ti, que esperó por ti?
Porque esperó, esperó que hicieras honor a tu casa y con coraje la reclamaras como tuya frente al mundo, pero jamás lo hiciste. Al final ella solo cometió el error de enamorarse y tú terminaste siendo un cobarde.
