Suki-tte ii na yo es propiedad de Kanae Hazuki. Los nombres y situaciones descritas no se utilizan con fines de lucro.


○Beats○

Esa noche, sus labios tenían otro sabor. Uno más helado, más simple, distinto…

Esa noche, ella vendría a su corazón, con el alma desnuda, entregándole todo el amor que cabía en su pecho. Ella no se medía, podría no ser lo que los otros esperaban, ahora él la conocía tan bien, tan profundo…

Esa noche…

Dejó de mirarse en el escaparate de aquella tienda. ¿Cómo podría dirigirse a ella de nuevo?

Las disculpas eran inútiles cómo una gota de agua en el infierno.

Y pensó en las lágrimas que ella derramaría, cada uno sería un golpe brutal en su interior.

No puedo… pensó, pero era demasiado tarde.

— ¿Qué no puedes?

Mei, de pie a sus espaldas. Mei con la sonrisa iluminando su rostro, brillando de la forma que sólo para él lo hacía.

— Mei…

Se congeló y no supo que más decir. Ella estiró su mano derecha, enlazando sus meñiques.

—Se supone que me enseñas a ser distinta. Gracias a ti, ahora tengo amigos— Ella dirigió la mirada a su unión—, no quiero escucharte decir que no puedes hacer algo, porque siempre has sido tú quien me demuestra que todo se puede.

Yamato estaba pálido y boquiabierto.

— No puedo— aclaró su garganta—; no puedo ni debo guardarte secretos, Mei.

Ahora era ella quien palidecía. Soltó su mano involuntariamente. Su labio inferior tembló.

— He besado a Megumi, luego de la sesión ésta tarde.

Algo, igual al cristal sonó en la mente de Mei. Él hablaba, intentaba explicar algo. Ella, ella sólo miraba sus labios, esos que la besaron para salvarla, ella siempre pensó que los besos de Yamato eran un refugio, algo sólo para ella…

Ella le había hecho daño.

Su memoria evocó el puñetazo que Kai clavó en Yamato, la invitació a Land, su tristeza, su debilidad al no decirle a Yamato lo que sentía.

Confiaba en ella, pues le demostraba sus errores.

Mientras Yamato seguía hablando, Mei se acercó a él y pegó el oído a su pecho.

— ¿Qué haces?

— Tus latidos dicen la verdad. Se mezclan con los míos y me hacen sonreír.

Iluminó su rostro, y sin entender, Yamato sonrió también.

Tomó su mano y unió sus meñiques.

— Sí podemos, Yamato— lo miró, tierna—, podemos si estamos juntos.


Gracias por leer. Un beso :)