Lluvia

El silencio en la casa. El olor a lluvia traída por el viento. El cigarrillo prendido en su mano derecha. La copa de vino en su mano izquierda.

La penumbra de la noche se cernía sobre su habitación del primer piso, eran aproximadamente las dos y media de la madrugada de un sábado, nunca pensó encontrarse así, antes, en los buenos tiempos nada hubiera impedido que saliera a vivir la noche ni siquiera la inminente lluvia que en cualquier momento caería sobre la ciudad o el desengaño, no, esas cosas no la importunaban en lo absoluto, solo era que los años ya habían hecho mella en ella. (Que pensamiento tan deprimente) sentencio. Sacudió su cabeza de aquellas ideas absurdas, apenas estaba entrando en sus treinta y todavía tenía mucho camino por recorrer, era elegante, sexy, intrépida y millonaria, además de extremadamente inteligente, solo hacia malas elecciones. Ese siempre fue su problema, y más agravado en cuanto a los hombres.

Vio su copa de vino por la mitad mientras la movía sobre su mano, olio su contenido y apoyando delicadamente sus labios saboreo su textura, era exactamente como le gustaba, el sabor justo, si tan solo le fuera tan fácil encontrar a un hombre como le era encontrar una buena cosecha de vino.

Escuchaba muy tenuemente una melodía salir de su equipo de música mientras tarareaba, dejando la copa y apagando el filtro del cigarrillo ya terminado sobre el cenicero de madera junto a su cama, camino lentamente hacia el balcón abierto al sentir como las primeras gotas de la lluvia nocturna chocaban contra su ventana, lentamente se desanudo la bata de dormir quedándose solamente con un pequeño short blanco y una musculosa del mismo color que no llegaba a taparle el ombligo.

Sonrió al sentir la lluvia cada vez más fuerte contra su piel de porcelana blanca. Vio a lo lejos la oscura noche y las espesas nubes tapar el infinito horizonte en ella, relámpagos alumbraban cada tanto su rostro que solo dejaba paso a la sensación del agua corriendo, por su pelo azul eléctrico como los relámpagos, sus pechos turgentes sus muslos ansiados. Y sonrió ante tal sensación, de libertad, de amor hacia sí misma, de unión con el universo. En ese exquisito momento en donde sus manos exploraban su cuerpo húmedo, amo amar aunque doliera, amo reír aunque poco durara, amo vivir, esperar, llorar, rezar, saber, pensar, amo todo lo que significaba ella, lo amo a él y sonrió.

En la noche. El silencio en la casa. El olor a lluvia traída por el viento. El la vio en la lejanía que implicaba solo admirarla, desearla, y quizás porque no también amarla, sus ojos azules con los suyos azabaches se buscaban. Que idiota fue aquel que la engaño, él la vio en la lejanía, y por primera vez fue a buscarla.