•El pecado de una Diosa •
~Side Story de White Butterfly~
Stacia: Asuna
Terraria: Leafa.
Solus: Sinon.
Alistair: Kirito.
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Stacia~
Diosa de la vida y la creación.
Tu siempre nos darás esperanza a todos… porque todo tu cariño y devoción es para tu pueblo, tu gente por la que vives y respiras.
Stacia; tu amor es puro y sagrado, se remonta a los orígenes de los tiempos, a tu momento de concepción, a los dones celestes con la que fuiste creada; las virtudes que te cubren y que te hacen esa divinidad perfecta y humana que habita nuestro mundo. El equilibrio justo entre la vida y la eternidad. Porque además de ser una diosa, también eres una mujer.
Mi diosa, tu amor y preocupación deben ser para tu gente. El equilibrio de la vida se rige en esas leyes… amar a todos por igual, y llenarlos de favores y bienestar. ¿Cómo alguien como yo podría poner en jaque la balanza de la creación y osar conseguir tu amor? Cuando éste tiene dueño, y no es más que la humanidad por la que te desvelas en proteger…
Y tú eres mi diosa, Stacia, y yo te venero como el más fiel de tus devotos. Soy capaz de besar el suelo en el que caminas con tal de ser digno de estar a tu lado, y ser la luz que brilla en tus ojos. Por ti desafiaría a los avernos y me convertiría en escoria, por ti sacrificaría mi vida si con eso pudiera demostrarte cuanto te amo.
No importa que seamos enemigos, ni que tú fueras una divinidad y yo un humano maldito, no importa la guerra que se gesta a nuestro alrededor, ni los miles de enemigos que desean destruir lo que somos.
Yo te amo Stacia, y lo haré en esta vida y en todas las que vengan. Te lo juro.
Alistair.
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−¿Señora?
La voz profunda y agradable de Yulier se entremezcló en su mente con sus pensamientos de meditación. Su ceño se frunció algunos segundos antes de voltear su atención hacia la silueta de su doncella que fiel esperaba tras la puerta entreabierta alguna indicación de su ama.
−¿Sí? −le sonrió sin prisa.
−Ya está todo preparado como usted lo ordenó.
−Gracias −respondió volviendo la vista al frente, sus manos juntas sobre la falda, estaba sentada en el suelo y eso era algo que sus doncellas desaprobaban, pero era su momento de meditación y calma, y ella elegía como pasarlo.
-¿Usted cree que venga? −agregó la doncella sin intenciones de ser insolente, pero consciente que su lealtad le permitía ese tipo de familiaridad con la princesa del reino.
−Él dijo que lo haría −respondió con suavidad, sus ojos cerrados, y su cuerpo inmóvil, reproducía una gracia y una calma que solo su estirpe divina poseía.
−Es que ya la ha dejado plantada tantas veces, señora y no es justo que…
−Yulier…− la voz inflexiva la detuvo en su queja, y sonrió manteniendo los ojos cerrados en profunda calma −Descuida, eso es algo de lo que tú no tienes que preocuparte.
−Pero…
−Puedes retirarte −le dijo con suavidad, y agregó con cariño −Gracias.
La doncella hizo un ligero asentimiento, y cerró la puerta de la habitación dejando a la diosa con la tranquilidad y el silencio que buscaba. La sutil fragancia del incienso desparramaba una oleada de calma y serenidad en el ambiente, que servía para aquietar su espíritu.
El amor de una diosa debe ser para su pueblo. De eso se rige el balance de la vida… y nada puede alterarlo.
Las palabras se asentaron en su mente y se grabaron allí a fuego mientras las repasaba una y otra vez como todos sus atributos. Diosa de la vida, la creación y la fertilidad. Patrona de los matrimonios y las familias. Un ente puro, bondadoso y bien amado por todo Underworld quien le rendía culto.
Se puso de pie y se calzó los zapatos sonriendo, sabiendo que sus hermanas desaprobarían que anduviera descalza por toda la mansión, y más aún ahora que le esperaba aquella reunión diplomática con el representante de Overworld, el príncipe Alistair. Se sacudió el vestido rosa pastel, y acomodando su cabello tras los hombros, salió de la habitación.
El sol acompañaba sus movimientos mientras caminaba por la sala, sabiendo que su hermana Solus debía estar de muy buen humor para que el astro rey brillara de esa forma. Los días en que la peliceste estaba de malas, el cielo siempre era gris opaco y lluvioso.
−¿Dónde estabas? −Terraria apareció por una puerta, venía con un ramo de orquídeas blancas en las manos, fruto de su colecta particular, cultivar flores era uno de sus grandes pasatiempos, y el nexo que la unía con los aldeanos. Ella supervisaba las cosechas y ayudaba a la gente en sus cultivos. Bendecía la tierra y sus frutos, otorgándole fertilidad y abundancia.
−Meditando −respondió la pelirroja y se le acercó contemplando con una sonrisa las flores −Hermana, son preciosas.
−Lo sé, y sabiendo que tienes una reunión importante, decidí llenar todos los floreros de la mansión para darle la bienvenida a nuestro invitado…
−¿Crees que venga?
−Sería una descortesía faltar a la reunión por… ¿quinta vez? −advirtió risueña −Al consejo no le está haciendo mucha gracia su falta de compromiso, y las negociaciones se volverán nulas de continuar así.
−Se podría decir que es más a nuestro favor. A nadie le quedará duda de que Underworld está dispuesto a firmar un acuerdo de paz, y que Overworld se niega…
−Pues si así es su gobernante de descuidado, no quiero ni imaginar cómo será su gente… −la divinidad rubia suspiró −Pero Stacia, que te haga otro desplante a ti… No es justo.
−Tranquila Terraria, estoy segura de que esta vez vendrá. Es lo que me prometió durante el baile…
La rubia observó a su hermana con pena, quien en ese momento le daba la espalda. Obviamente era un poco más alta que ella misma, su cabello anaranjado caía lánguido hasta el final de la cintura siendo delineado por los rayos del astro rey. Y reconocía que Solus debía estar de muy buen humor para que el clima se luciera de esa forma.
−Iré a la sala de juntas −finalizó Stacia y se encerró en la nombrada habitación a esperar a su invitado.
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−¡No puedo creer que otra vez le haya hecho un desplante! −la diosa Solus iba y venía por la habitación principal frotándose los brazos con rabia. El día moría en el firmamento al igual que su poder, el sol se desvanecía lentamente anunciando el inicio de la noche.
Terraria solo la observaba sintiéndose tan o más culpable, las flores que temprano engalanaron los floreros yacían ahora marchitas, en un claro signo de su propia decepción.
−¡Deberíamos enviar una declaración de guerra por eso…!
−Solus, estas exagerando −la blonda se le acercó poniendo una mano en su hombro en señal de que guardara la calma. En ese momento la puerta principal se abrió y Stacia aparecía siendo cortejada por dos de sus doncellas. Tenía una mueca de cansancio y resignación pintado en su pálido rostro, si embargo se las arregló para sonreír al verlas −¿Hermana?
−Ha sido un largo día ¿les importa si me salteo la cena?
La peliazul frunció el entrecejo y la mandíbula al intercambiar una mirada con la blonda. Sabía lo que está pensando. Stacia se sentía decepcionada; sabiendo que el futuro de su pueblo dependía de esas estúpidas reuniones de diplomacia a las que el príncipe de Overworld se negaba a asistir. Ella se esforzaba demasiado. Y todo parecía no funcionar.
Sin embargo no dijo palabras al respecto.
−Haré que te lleven una charola a tu habitación si lo deseas.
−No te preocupes Terraria, no tengo apetito.
Ella siguió caminando en línea recta mientras ascendía las escaleras, pero las dos diosas captaron la mirada de pena de las doncellas que la precedían. Mientras la blonda bajaba los hombros, la expresión furiosa de la peliazul se ahondaba notablemente.
Esperaron hasta que Stacia desapareciera de la escena para dar rienda a su rabia y preocupación. La puerta de su recamara se escuchó cerrarse en el piso de arriba, y ambas soltaron el aliento que estaban reteniendo.
−¿Por qué insiste en hacerle eso? −Solus preguntó al aire recomenzando los paseos por la habitación −A ese cabro no le interesa nada más que su propio bienestar.
−Hermana…−la reprendió Terraria, aunque era obvio que ella pensaba lo mismo.
−Deberíamos hablar con los del consejo, Stacia no lo hará, de seguro dejará que ese imbécil vuelva a pisotear su honor.
−Eso podemos discutirlo mañana con más calma. De momento voy a ver cómo marcha la cena.
−Está bien −la hermosa diosa peliazul asintió, observando que la noche ya era un hecho. Corrió las cortinas sobre las ventanas como para auto protegerse. Era una verdad a medias que durante esa parte del día, sus poderes se volvían nulos, y eso aunque natural no dejaba de producirle cierta aversión.
Terraria conocía de sus temores por eso sonrió con simpatía al verla tapando las ventanas; un rasgo que aún conservaba desde niña; cuando tenía el infantil terror de que la oscuridad se la tragara, y por eso iluminaba toda la mansión.
−Estúpido cabro− sentenció Solus en voz alta, y su voz directa y firme, distó del tono suave y maternal con el que Stacia hablaba.
Las tres eran hermanas, pero eran completamente diferentes entre sí. Así como sus poderes, tan grandes y distintos, tenían un lazo en común, como el lazo divino que las unía.
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La noche había avanzado considerablemente mientras ella se encontraba sentada en su recamara. Aun lucía el vestido rosa pastel de la víspera, y miraba sus manos, examinando sus palmas a la difusa luz de las lámparas de aceite, como si pudiera leer las líneas delgadas que curtían su piel, aquellas líneas que marcaban su destino y que a su entendimiento conformaban un mapa difícil y confuso.
Cerró los ojos y exhaló un hondo suspiro que pareció desbloquear sus pulmones. Estaba cansada y en cierta manera; decepcionada. De pronto cerró sus manos y las hizo puños, dejándolas caer a su lado sobre las mantas. Entendía que la situación estaba fuera de su control, y aún así no podía evitar sentirse culpable. Era la encargada de mantener el bienestar de su amado pueblo, y eso incluía la paz entre los tres reinos.
Pero ella parecía ser la única que se echó esa carga sobre los hombros.
Comprendía que sus hermanas se preocuparían de verla así, por lo que se levantó con energía, se soltó el cabello, que cayó raudo tras su espalda y salió al pasillo para solicitar a sus doncellas le preparasen el baño. Entendía que era tarde para un pedido así, pero necesitaba relajarse antes de irse a la cama. El nuevo día le traía otras obligaciones, debía recorrer el reino con Terraria para ver cómo marchaban los cultivos, y atender las necesidades de la gente. No podía seguir en ese estado de ánimo.
El castillo estaba silencioso, y era medianoche. Las luces de la sala parpadeaban algunos segundos antes de que se apagaran por completo. En el piso de arriba Stacia enjuagaba su cabello con agua tibia y ponía un pie fuera de la tina. Rechazando la ayuda de su mucama personal la envió a descansar, asegurándole que podría sola con su arreglo, que además no iría a ningún lado a esas horas y que solo planeaba dormir. Yulier no estuvo de acuerdo con aquella orden, pero la acató sin chistar, y tras desear las buenas noches a su ama se retiró a descansar.
Stacia se colocó una bata sobre su cuerpo aun húmedo y decidió terminar de vestirse en su habitación. Una vez allí encendió las lámparas y se secó presurosa, sintiendo que había sido una mala idea vestirse ahí pues hacía un frío de los mil demonios, por lo que se echó sobre la cabeza una enagua de tul blanco que fue lo único que encontró entre sus ropas, pero como muy pronto se encontraría arropada bajo las mantas no le dio mayor importancia usar una prenda tan delgada. Tomó el cepillo y se lo pasó por su cabello húmedo poniendo rápido orden a sus rizos descontrolados.
Sin embargo un ruido violento la hizo volverse hacia la ventana. Allí, recién llegado del exterior, se encontraba una alta silueta encapuchada de pie en el alfeizar, quien la contemplaba con curiosidad. El brillo difuso de esas pupilas de plata así lo demostraba.
La diosa fue tomada por sorpresa, y siguió inmóvil junto a su tocador, cepillo en mano, respirando agitada, preguntándose qué hacer; si gritar o salir corriendo, y sabiendo lastimosamente que antes de hacer cualquiera de las dos, el intruso le daría alcance fácilmente.
Él se movió un poco hacia la derecha ocasionando que la fantasmal claridad exterior delineara su rostro apuesto apenas cubierto por la capucha, denunciando su paradero. Pero antes de que ella pudiera decir algo, éste se le adelantó.
−¿Princesa Stacia? −preguntó con curiosidad, y hasta con diversión, y dando un salto aterrizó frente a la pasmada divinidad.
Ella se sobresaltó al oírlo, reconociendo su voz de inmediato −¿Príncipe Alistair? −cuestionó a su vez.
Este se quitó la capucha y sonrió ampliamente haciendo una profunda reverencia ante ella, luego la miró con esos hipnotizantes ojos plata.
−Lamento mi impuntualidad, señora. Pero en mi pueblo hay un dicho que ilustra este particular momento; más vale tarde que nunca…− la observó interesado −Diría que es una noche muy fría ¿no se encuentra usted desprovista de un abrigo apropiado?
Ella se miró recordando que solo llevaba esa enagua de tul que no era otra cosa más que una ligera tela araña sobre su piel. Corrió hacia un lado de la cama y atrapó una de las mantas llevándoselas hacia el pecho, sus mejillas rojas hacían juego con el color de su cabello.
−¿Qué está haciendo aquí, alteza? −prosiguió echándose la tela sobre sus hombros como si fuera una capa y aún así intentando ser digna pese al bochorno que sentía.
−Pues…− él parecía avergonzado, se rascó la nuca evitando verla −Verá usted, olvidé que teníamos una reunión hoy, y mi fiel vasallo interrumpió mis actividades para recordármelo. Vine lo más pronto que pude.
Stacia meditó un momento y dio un paso hacia él, su figura menuda cubierta por esa blanca manta que rozaba el suelo la hacía parecer risible y adorable en cierta forma −Debió mandar un consejero, y hubiéramos concretado otra cita, alteza.
Él la contempló desde arriba, en verdad sin los zapatos de tacón que lució en la fiesta era de estatura pequeña.
−Lamento mi irresponsabilidad, princesa −volvió a inclinarse sonriendo −Le doy mi palabra que no volverá a pasar algo parecido.
−Pero debió estar muy ocupado, y yo entiendo… Oh, ¿Por qué se está riendo? ¿Dije algo gracioso? Un caballero como usted debe tener múltiples responsabilidades que atender en su reino… acaba de decir que su sirviente interrumpió sus labores…
−¡Oh no! Disculpe mi atrevimiento, no fueron ocupaciones como tal…− ahogó una tosecilla −Diría que hay cosas que una dama no debe saber…
Ella abrió sus ojos sin entender −Lamento mi falta de agudeza, señor.
−Es mejor así, conserve el ente puro de su alma, princesa −dio un paso hacia la muchacha, notando que ésta alzaba la cabeza para ponerse a su altura. Y eso le pareció gracioso, se mordió el labio para evitar reír −¿Entonces podemos hablar de lo que nos concierne?
−Y-Yo… creo que no es el momento ni la actitud adecuada, alteza −respondió sosteniéndole la vista. Notando la impetuosidad de esas pupilas de acero que parecían barrer con toda atadura.
−¿Se refiere a la hora?
−A la hora, y al lugar. Creo que no sería muy bien visto por el consejo que usted se encuentre en mi alcoba a estas horas.
Él la miró fijo y soltó una ligera carcajada −Pues a muchas doncellas que visito no les importaría en absoluto un detalle como ese…
La joven cazó al vuelo ese tipo de insinuación, y retrocedió mortificada, apretando la manta en torno a su cuerpo, como si buscara protegerse −P-Por favor, le pido que se retire, si usted gusta podemos hacer una nueva cita para mañana.
Alistair le devolvió una mirada confusa y contrariada −¿Acaso estoy rompiendo alguna regla de protocolo, princesa? Quizás alguno de sus atributos como diosa y soberana…
−No− lo cortó con demasiada firmeza −Solo estaba preparándome para descansar.
El joven asintió, y distraídamente paseó la vista por la habitación en penumbras −Realmente es un lugar muy acogedor.
−¿C-Como supo que esta era mi alcoba?
−En verdad no lo supe, solo me arriesgué.
−¿Tiene idea de lo que hubiera pasado si caía en la habitación de alguna de mis hermanas?
−Estoy seguro de que el recibimiento hubiera sido otro…−reprimió una carcajada socarrona. Pero ella no compartía su gesto gracioso, estaba seria. Así que se cubrió la cabeza con la capucha y volvió a subirse al alfeizar de la ventana −Entonces vendré mañana a la hora en la que habíamos acordado previamente −le hizo una reverencia −En verdad lamento mi falta de cortesía hacia usted, princesa Stacia.
−Está bien, lo comprendo.
−¿Puedo agregar algo más a riesgo de parecer atrevido o insolente? −ella no respondió, por lo que Alistair murmuró con voz ronca buscando sus ojos ambarinos −No necesita peinar su cabello para ir a dormir, princesa… en verdad desde mi punto de vista, las doncellas no tienen que sostener un peinado ostentoso para yacer entre mis sábanas…
El rostro de la joven ardió desde el cuello hasta las orejas, y sacando su brazo de debajo de la manta, le señaló la ventana en una orden clara −¡Largo! ¡Fuera de mi habitación insolente…!
Alistair ahogó la carcajada que le causó ver a la princesa tan avergonzada, y haciendo una burlona reverencia se lanzó al vacío desde la ventana abierta.
Al verlo desaparecer, Stacia corrió y se arrodilló en el alfeizar para buscar la silueta del príncipe, asustada de tal arrojo. Lo vio metros más allá, montado en el lomo de una criatura alada tan negra como la noche misma. Un Pegaso.
−¡Si me permite una cosa más…! −Alistair prosiguió en tanto movía las riendas y el caballo alado se ubicaba bajo la abertura −¡Es usted realmente hermosa cuando se ruboriza princesa Stacia…!
Pero antes oír la respuesta de la muchacha, el joven dio un pequeño silbido, y el Pegaso se perdió en medio de la noche.
Stacia se incorporó y cerró la ventana con traba. Luego se volvió a la cama y se quitó la manta, recordando con bochorno que ese insolente la había visto con esa prenda translucida, y no había hecho burla de eso. Él se había burlado sutilmente de su cabello, y tras una ojeada al espejo descubrió lo despeinada que estaba, tanto que daba pena, su pelo saltaba en todas direcciones como pequeños relámpagos de fuego. Tomó el cepillo y lo peinó con energía.
Hecho eso abrió las mantas y se acurrucó bajó ellas sin quitar los ojos de la ventana cerrada como si esperaba que esta volviera a abrirse. Segundos después salió de la cama, y arrastrando la silla del tocador, la afianzó contra el cerrojo, impidiendo que alguien volviera abrirla desde afuera.
Más tranquila con eso, volvió a la cama, y con una sonrisa ligera en los labios se quedó parcialmente dormida.
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−¿Está todo bien Stacia? −Solus preguntó con inquietud al notar a su hermana sentada en el suelo, sus ojos cerrados y su ceño fruncido dolorosamente, allá afuera el cielo estaba gris y encapotado, denunciando su mal humor.
−Solo estoy tratando de meditar −respondió la divinidad sin verla −Si es que me lo permites.
Oups… La peliazul sabía que cuando su hermana mayor necesitaba meditar era porque algo ajeno a su razón estaba molestándole.
−Stacia no debes preocuparte si ese cabro no vino ayer, he decidido hablar yo misma con el consejo y…
−Te dije muchas veces que no lo llames así, él no es una bestia... Y Sí vendrá −fue la respuesta interrumpiéndola −Vendrá hoy.
−Pero…
−Estoy segura, ahora Solus ¿puedes dejarme sola unos minutos? ¿Y crees que puedas hacer algo con el clima?
La nombrada quien en ese momento lucía un precioso vestido azul a tono con su cabello, cerró con suavidad la puerta y se alejó por el corredor. Se detuvo unos segundos bajo la ligera sombra que proyectaban las escaleras, y cerró los ojos aquietándose notablemente en tanto su poder se condensaba en el aire.
Una serie de pasos se oyeron desde la izquierda, y luego el sonido de una puerta al cerrarse interrumpió su concentración, pero ella sabía que con eso había sido suficiente.
Terraria se aproximaba cargando una cesta de frutas en las manos, detrás de ella otras dos sirvientas llevaban lo que parecían ser verduras.
−¿Ha ocurrido algo bueno? −aventuró con una sonrisa −Cuando salí en la mañana el cielo se veía neblinoso y triste, ahora el sol brilla en lo alto y los campos de girasoles se han convertido en colinas de oro…
−Tu hermana me pidió que cambiara el clima…− contestó la divinidad peliazul, robando una manzana de la cesta y dándole una mordida.
Terraria rio quietamente antes de entregar su canasto a otra doncella que apareció ante ambas tras hacer una ligera reverencia −También es tu hermana, y tenía toda la razón, el sol es necesario Solus.
−La lluvia también lo es sino los cultivos no pueden crecer −replicó y luego hizo un gesto hacia la manzana que comía −¿Y esto?
−Las primicias; los aldeanos nos han traído sus ofrendas de las primeras cosechas en agradecimiento.
−Pues está deliciosa, has hecho un gran trabajo Terraria.
−Todas hemos hecho un excelente trabajo −añadió otra voz con acento alegre y ambas se volvieron viendo a Stacia que llegaba a reunirse con ellas −Terraria bendiciendo la tierra y los frutos, Solus manejando el sol y las lluvias para que esos brotes se fortalezcan.
−Y tú soplando vida en esas semillas, y en esos campesinos para arar los campos −completó la divinidad rubia mirando con admiración a su hermana mayor −Somos un conjunto, un equilibrio.
−Stacia es el equilibrio entre nosotras −añadió la divinidad peliazul poniendo una mano en el hombro de la muchacha pelirroja −Si ella no derramara su vitalidad a lo que hacemos, todo sería nulo y yerto; el poblado sería árido, y la tierra seca e infértil.
Terraria asintió e hizo lo propio colgándose del cuello de la mayor, ésta envolvió en un abrazo a las dos y las juntó a su cuerpo −Hemos hecho un gran trabajo −Stacia dijo con acento maternal −Y mi labor no sería nada sin la ayuda de ustedes.
−¿Por qué estamos poniéndonos melancólicas? −cuestionó Solus para romper ese ambiente extraño que había quedado entre las tres.
−No habíamos compartido un momento así desde que… Vector intentó alterar el orden natural de las cosas, deshonrando nuestra confianza y a nuestra… −el estremecimiento que hizo presa del cuerpo de la divinidad pelirroja hizo que Terraria se arrepintiera de lo que había dicho. Sobre todo al entender que la herida provocada por su hermano mayor aún no había terminado de cicatrizar los sentimientos de la hermosa diosa.
Una divinidad según todo entendimiento debía inspirar respeto y pureza entre quienes la rodeaban, en eso se regía el sagrado equilibrio sobre el que se sostenía Underworld. Más en cambio los sentimientos tibios de Vector, aquel dios guardián, alcanzaron un nivel de corrupción tal que logró alterar sus atributos propios como divinidad, despertando dentro de sí una pasión carnal y sórdida hacia su hermana Stacia, a quien había intentado poseer a la fuerza… y de no ser por la intervención de Solus, sin duda lo hubiera hecho.
Stacia había quedado demasiado impresionada luego de eso, y el quiebre de su espíritu se reflejó en el ánimo del pueblo por mucho tiempo…
Terraria se reprendió por haber traído eso a colación. Se separó del abrazo de la pelirroja y la enfrentó con una gran sonrisa −El pueblo nos ha traído las primicias de las cosechas, en agradecimiento ¿quieres comer algo?
Stacia meneó la cabeza y se alejó −Tengo una reunión importante.
−¿Crees que el príncipe Alistair vendrá?
Solus soltó un bufido impropio de una dama, y miró hacia el cielo raso ahogando una maldición. También porque sabía que un ligero cambio en su ánimo provocaría un desastre climático.
−Sé que vendrá− asintió −¿Entonces hoy no habrá flores para decorar la sala?
Terraria compartió su sonrisa y sacudiéndose las manos en su vestido esmeralda, añadió −¡Déjamelo a mí! −y acto seguido desapareció de la escena, obviamente para salir al exterior, y perderse en los jardines que rodeaban la mansión.
Solus contempló a su hermana mayor con intensidad, repasando su cabello prolijamente recogido a un costado de su cuello por un broche de rubíes, su vestido color carmín, y las zapatillas a juego. En verdad el tono encendido de la prenda debía contrastar horriblemente con el color furioso de su cabello, pero la blancura innata de su piel, y el ambarino de sus pupilas hacía que el resultado final fuera deslumbrante en lugar de ridículo.
Stacia siempre tan correcta y elegante. Contaba con una gracia absoluta de la que no podía renegar. Era un rasgo distintivo de su personalidad. Y era preciosa, de eso no había dudas.
−Te estas tomando demasiadas molestias por ese cabro, y no quisiera que volviera a decepcionarte −replicó la peliazul con acento severo.
Pero la pelirroja le apretó las manos en un gesto de paz.
−Solo una chance más. De eso se trata la vida ¿no es así? De tener segundas oportunidades.
Sin agregar palabras, y ante la expresión resignada de su hermana menor, se encerró en el despacho para esperar a su invitado.
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La lista a tratar era larga, y aunque la había repasado muchas veces, aún existía detalles que escapaban de su concentrada mente. Lo que Terraria había dicho más temprano aún resonaba en sus oídos. Pese a que había pasado mucho tiempo desde entonces, aún tenía cierta reticencia a hablar de Vector. Y recordar esos detalles tan penosos… lo mucho que su pueblo había sufrido con su quebrantado ánimo… era algo difícil de olvidar.
Habían sido días oscuros y lúgubres, días en los que no había hecho otra cosa más que maldecir su origen, su aspecto y los dones que la rodeaban. Aquellos que habían hecho que su hermano mayor la viera como lo que era, aunque renegara de ello; una mujer. Una diosa en el cuerpo de una hermosa mujer.
Y por causa de ese detalle, el equilibrio sagrado que mantenía en pie el orden de su pueblo, casi se había deshecho…
−¿Llego muy tarde?
La alegre voz casi la hizo saltar del susto. Dirigió sus ojos hacia dónde provenía el saludo, encontrando la silueta del muchacho encaramada a la ventana abierta. La brisa del exterior sacudía los cortinajes a su alrededor mientras éste la contemplaba sin dejar de sonreír.
Ella soltó un suspiro y se puso de pie −Príncipe Alistair ¿Qué se supone que está haciendo ahí? ¿Por qué no se anuncia como corresponde?
−Entrar por las ventanas es más divertido…− proclamó por lo bajo, pegando un salto y aterrizando al lado de la divinidad −Entonces he llegado a tiempo ¿verdad?
Stacia se llevó las manos a la cintura −¿Eso significa que no tenía actividades hoy, señor?
−Solo las acostumbradas correrías nocturnas… algo que una dama no debería preguntar ni saber…− sonrió de lado, y luego la observó antes de hacer una exagerada reverencia a modo de saludo −Su cabello luce muy bonito hoy, princesa.
Eso hizo que la incauta divinidad recordara el episodio de la noche anterior, ocasionándole un gracioso rubor de vergüenza en las mejillas. Empero echó el cabello detrás de su hombro y le hizo una señal de que tomara asiento −Tenemos mucho de qué hablar, alteza. Le ruego que se ponga cómodo.
El muchacho la contempló sin dejar de sonreír con diversión, hasta que se sentó a un lado de la mesa llena de papiros y libros de origen antiguo −¿Ha hecho una agenda?
−Por supuesto −le extendió un pergamino para que lo supervisara −¿Qué opina?
−Pensé que simplemente firmaríamos un acuerdo de paz…
−Me temo que es más que eso −ella se sentó a su lado −Príncipe Alistair han sido siglos de guerra y malos tratos, en nuestras manos está el remediar todo el mal que nuestros antepasados han cometido. Underworld y Overworld se necesitan mutuamente, aunque sean como el agua y el aceite para evitar que The World intente conquistar nuestros territorios ¿está usted dispuesto a hacer una tregua de ser necesario?
Él dejó de lado el pergamino que estudiaba minuciosamente y la observó con toda la intensidad de sus ojos de plata. Sonrió ampliamente −Si es usted quien me lo pide, princesa, por supuesto.
Stacia ignoró esa zalamería y desenrolló otro pergamino, en tanto le pasaba un libro de hojas amarillas y encuadernación gastada −Lo primero en la orden del día es el paso libre en la frontera a nuestros artesanos y comerciantes…
−Lo mismo pido para mi pueblo −dijo Alistair con voz firme −Creo que el reino de Underworld podría beneficiarse mucho con la adquisición de telas, púrpuras, lanas, perfumes y especias… a cambio…
−¿A cambio?
−De vuestra ayuda, nuestra tierra no es del todo fértil como la suya. Ha sido castigada por mucho tiempo, pero creo que si alguna de las divinidades que reina este país sana nuestro suelo, Overworld volvería a tener algo de su gloria pasada…
Stacia lo escuchaba con atención. No estaba segura de que Terraria quisiera cooperar en algo así, pero ella misma podría hacerlo; echar una bendición a ese suelo… ¿acaso no consagraba los vientres de las mujeres que se entregaban en matrimonio; deseándoles ventura y fertilidad? Ella era la diosa de la vida después de todo.
−Está bien −asintió con un suspiro.
Alistair le dedicó otra de sus sonrisas deslumbrantes y le hizo una ligera inclinación de cabeza en agradecimiento.
La diosa no sabía en ese momento que bendecir el suelo infértil del reino enemigo, era solo el comienzo de una guerra atroz y encarnizada entre los tres mundos que la tendría a ella como principal objetivo.
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Semanas después
La divinidad entró a la capilla se cubrió el cabello con el velo azul pálido que descansaba tras sus hombros y se acercó hacia la pareja que esperaba nerviosa, junto al altar donde las luces de las velas parpadeaban.
Ambos se inclinaron ceremoniosamente al verla y permanecieron de rodillas en tanto Stacia recitaba unas palabras a modo de introducción, luego tomó las manos de ambos y bendijo al matrimonio recién afianzado. Tocó la frente del muchacho y le ungió con un bálsamo sagrado, luego colocó la mano en la cabeza de la muchacha y recitó una oración de bienaventuranza para ella.
−Que la dicha y la ventura guíen tus pasos, que tu vientre sea fértil y procrees hijos e hijas para ensalzar el nombre de tu marido…−apoyó la otra mano en la cabeza del muchacho y continuó −Los unjo como familia y como matrimonio, que sean prósperos y fructíferos… que su amor les traiga felicidad y bienestar en todo.
El edificio estaba desierto, a excepción de la silueta imponente que contemplaba la ceremonia escondido bajo la sombra que uno de los pilares proyectaba convenientemente sobre él, la voz suave y dulce de la diosa flotaba cual melodía en aquel lugar antiguo.
Luego de esas palabras Stacia permitió que la pareja se pusiera de pie y juntos se acercaran a encender la vela en el altar lo que marcaba el desenlace de la ceremonia conyugal.
−Muchas gracias mi diosa− ambos esposos hicieron una adusta reverencia ante la divinidad, y luego de que la novia le entregara su ramo de flores a modo de ofrenda, ambos se marcharon de la capilla.
La pelirroja se quedó a metros del altar viendo con detenimiento como las velas parpadeaban, iluminando su figura vestida de turquesa. Otro matrimonio más. Con la llegada de la primavera las bodas y los nacimientos se habían hecho constantes.
Y Stacia amaba recibir y dar las bendiciones a su gente. Era algo que adoraba y le complacía sobre manera hacer, más allá de que era una obligación que debía cumplir como diosa, ver feliz a su pueblo la llenaba de una satisfacción increíble.
−Hermana…− la voz de Solus sonó detrás de ella. Al parecer había estado tan concentrada en el fulgor de las velas que no la había oído entrar −El príncipe cabro ya está aquí.
−Solus…− la reprendió suavemente −Ya te dije que no le llames así, él no es una bestia...
−Pues como sea, su alteza te espera en la sala del trono.
−Muchas gracias, ya voy −le dijo por sobre su hombro, pero siguió sin moverse. Oyó que las pisadas de la diosa se alejaban y luego la puerta se cerraba dejándola a solas con su alma dentro de aquella iglesia.
Cerró los ojos sintiendo una zozobra extraña carcomiéndole el pecho, una curiosa sensación que ni el tiempo de meditación podía aplacar. Y eso que lo había intentado, dedicaba varias horas al día para calmar su espíritu, sosegar sus ánimos. Como la importante diosa que era debía mantenerse juiciosa y serena, nada podía alterar su función como benefactora y portadora de paz a su pueblo. ¿Pero cómo podía lograrlo si ella misma se sentía intranquila e inquieta consigo? Y lo que era aún peor, no podía determinar de donde habían salido todas esas emociones encontradas.
Suspiró audiblemente rompiendo el ambiente quieto de la capilla, y tras girar sobre sus talones caminó por el pasillo para cumplir sus obligaciones.
El sol brillaba en el cielo cuando entró a su hogar, rechazó la sugerencia de su doncella Yulier de mudarse los vestidos, y siguió hacia la sala donde su hermana le había dicho que estaba su invitado esperándola. Pero tras entrar a la citada estancia la encontró vacía, sin la presencia del príncipe; la mesa estaba tal cual la había dejado antes de ir a la capilla, y solo la ventana abierta de par en paz denunciaba el único cambio visible. Se acercó hasta ella mirando el paisaje desde el primer piso.
Alistair siempre entraba y salía por las ventanas como si no supiera de la existencia de las puertas para tal propósito. Stacia se había cansado de llamarle la atención por eso, siempre le daba un susto de muerte cuando entraba a la sala cual ladrón; pero por más que le riñera el príncipe seguía haciendo caso omiso a sus palabras, argumentando que era más sencillo para Sirrah (su precioso Pegaso negro), más práctico para él y más divertido para molestarla.
Ahora Stacia ubicó las manos en el borde de la ventana y se inclinó hacia adelante, la brisa exterior alborotó sus cabellos y los despojó del velo azul pálido, el cual salió volando hacia el cielo ante la abrupta correntada. Ella advirtió eso, pero cuando se estiró para tomar la prenda ésta estaba fuera de su alcance. Empero porfiadamente se hizo para adelante poniéndose en puntas de pie, olvidando que estaba sacando medio cuerpo por la abertura.
−¡Stacia! ¿Qué diablos haces? −el grito resonó junto a la sensación de alguien tomándola por la cintura con absoluta firmeza y confianza.
Lo próximo que la divinidad supo fue que se encontraba atrapada dentro de un par de brazos, cobijada por un pecho masculino que se sentía tibio y firme a la vez.
−¿Acaso olvidas que no eres un ave y no tienes alas? ¿Qué intentabas hacer? −la magnitud de sus palabras se reflejó en la intensa mirada de acero que el joven príncipe le dirigió.
Tan profunda, tan magnética y maravillosa que la diosa tardó varios segundos en apartar la vista,
−M-Mi velo…− murmuró tocando su cabello suelto, comprendiendo que él seguía sosteniéndola contra su cuerpo pese a que se encontraban alejados de la ventana. Alistair era mucho más alto que ella, e imponente también. Su presencia era suficiente para inquietarla. La firmeza con la que la sostenía era mucho más profunda que aquella vez que se conocieron en esa fiesta, y compartieron varias piezas de baile.
−Un tonto velo no es motivo suficiente para lanzarse por la ventana. Te traeré otro −la regañó con sequedad.
Sin embargo el príncipe estaba reteniéndola de un modo férreo y posesivo… lo que la aterró horriblemente… recuerdos retorcidos y penosos aparecieron en su conciencia… haciendo que su respiración se agitara... Lo que él debió notar porque apartando la vista la dejó ir dando varios pasos hacia atrás.
−Lamento si te asusté, pero imagina el problema que tendría si una de las tres diosas de Underworld se suicida tirándose del castillo…
Stacia sonrió levemente sintiéndose más segura consigo ante su tono liviano de hablar, suspiró más tranquila pasando la mano por su cabello suelto en afán de recomponerse −Está bien, acepto tus disculpas si aceptas las mías.
−Disculpa aceptada −Alistair vestía de negro como siempre, un color que no le hacía demasiada justicia a su piel blanca (no al extremo de la de ella) pero que enaltecía su apariencia de guerrero propiciándole un aire soberbio e inquietante; los rayos del sol detrás de él delineaban su figura sumando puntos a lo imponente y magnifico que era. Se inclinó y Stacia tuvo que esforzarse por no mostrarse afectada por su apariencia, ni por la sonrisa ladina que apareció en esos labios impertinentes −¿Y me permites una observación? Tu cabello se ve más bonito de modo natural, y tú ya sabes lo que pienso al respecto.
Ella ocultó la risita que sus palabras le causaron −¿Entonces donde andabas? ¿Hoy si decidiste entrar por una puerta?
−Por supuesto que no −declaró en un puchero ofendido −Me entretuve viendo cierto espectáculo curioso.
−¿Huh?
−Olvídalo. Entonces ¿Cuál es el siguiente punto en nuestra agenda princesa?
−¿El siguiente punto? −Stacia se acercó al gran libro de páginas amarillas y tapas desgastadas y lo ojeó en concentración −Pues según el itinerario deberíamos…
−¡Olvidemos eso! −la interrumpió con tanta animosidad que ella se sobresaltó.
−¿Qué?
−Hace un día precioso allá afuera, salgamos a dar una vuelta.
La sola idea hizo que la divinidad sonriera nerviosa, y rodeara la mesa poniéndose del otro lado, lejos del príncipe estelar −En mis planes de este día no está la idea de despegarme ni un milímetro del suelo…
−¿Por qué? −aventuró con intriga, luego comprendió y soltó una carcajada provocadora −No me digas que… ¿aún tienes miedo a volar sobre Sirrah?
−¡P-Por supuesto que no…!
Alistair la observó de soslayo con sus maravillosos ojos grises, y tras asomarse a la abertura se llevó dos dedos a la boca y dejó escapar un silbido potente. Casi al instante el llamado fue respondido por un relincho, y la silueta gallarda del joven pegaso apareció ante ambos, agitando sus majestuosas alas negras.
−Bien, ¿nos vamos?
−N-Ni de chiste…− rió quietamente retrocediendo, hasta que el joven la tomó de la mano −¡No! ¡Alistair suéltame, no pienso montar en un caballo emplumado…!
−¿Caballo emplumado? −reiteró riendo sonoramente −No insultes a Sirrah de esa forma.
−No insulto a Sirrah…−dirigió sus amielados ojos al animal como disculpándose de lo que sus apresuradas palabras hubieran causado −Pero en verdad…
−Ya deja eso…− Alistair saltó desde el alfeizar de la ventana y aterrizó en el lomo del pegaso, desde ahí extendió los brazos en dirección a la abochornada diosa −Vamos Stacia, tantas ganas tenías de saltar hace un rato, ahora tienes mi permiso.
−¿En verdad debemos hacer esto?
−El consejo dijo que debíamos afianzar los lazos entre nuestros reinos, y esta es una buena manera de hacerlo. ¡Vamos! −la princesa se mordió el labio y sus ojos temblaron −No te dejaré caer si eso te preocupa, soy bueno sujetando doncellas, lo juro.
Eso no causó la reacción esperada, los ojos ambarinos de la deidad se endurecieron en irritación, y su boca se convirtió en una línea tensa. Sin embargo saltó hacia el vacío cerrando los párpados con fuerza, hasta que se sintió tomada en vilo por esos brazos que empezaban a serle familiares.
−Rayos princesa, debió de avisarme que se lanzaría así sin más…− se quejó el joven, acomodándola en su regazo, entre su cuerpo y el cuello del animal quien relinchó aliviado al tener a sus dos pasajeros en el lomo.
Lo que no se esperaba era que ella se sentara recta, separando su espalda grácil de su pecho y se aferrara a las largas crines de Sirrah −¿Podemos terminar rápido? No quiero preocupar a mis hermanas.
Alistair guardó silencio al notarla tan reacia −Volveremos pronto, lo prometo…− agitó las riendas con suavidad y el caballo desplegó sus alas y planeó más allá de las torres del castillo elevándose entre las nubes −Pensé que habías disfrutado del paseo aquella vez que te llevé a Overworld para bendecir mi tierra… −murmuró con cierta decepción.
Los hombros de Stacia se afianzaron al oírle, y giró levemente el perfil para verlo. Esbozó una ligera sonrisa mientras sostenía sus ojos grises −Sí lo disfruté. Mucho −parpadeó y el movimiento de Sirrah ocasionó que su cabello volara hacia atrás, hacia la cara del príncipe −Perdona alteza, no he tenido un buen día hoy.
Alistair tan solo mantuvo la vista clavada en su nuca, como si se preguntara porque su expresión se había puesto melancólica tan de repente. Stacia sujetó su cabello con una mano, y con la restante rozó los largos dedos de él que seguían sosteniéndola de la cintura mientras comandaba los movimientos de Sirrah que seguía surcando los cielos sin la menor preocupación.
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El amor de una diosa debe ser para su pueblo. De eso se rige el balance de la vida… y nada puede alterarlo.
Las palabras daban vueltas en su mente mezclándose con aquellas que había oído de niña, de labios de sus tutores cuando la conciencia era demasiada despierta como para entender lo que ocurría a su alrededor.
'Stacia tú eres una divinidad encerrada en un cuerpo humano. Eres la más grande de las tres diosas ¿Y sabes lo que eso significa? La mayor responsabilidad recae sobre tus hombros, eres la benefactora directa del suelo, el clima y la gente. Tú eres el nexo entre Terraria y Solus, sin ti el equilibrio sobre el que se rige Underworld se vería deshecho ¿y qué sería de nuestro pueblo si algo así pasara? Tu misión es proteger, defender y amar a la gente, y nada puede alterar ese orden divino…'
Creció con ese deber en su mente, sabiendo que, aunque era una diosa, también poseía una parte humana. La otra mitad de sí misma que nunca le había causado problemas. Su yo divino acataba la misión que le había sido encomendada con alegría, respeto y devoción, bendiciendo a los suyos, olvidándose de Stacia la mujer, esa que quedaba relegada en algún lugar de su corazón inocente.
La que se sintió sacudida cuando descubrió que Vector la quería para sí. Vector, su hermano mayor que había desarrollado una pasión sórdida por un ente divino, puro y generoso que vivía para los demás… Y ese equilibrio que siempre protegió entre su pueblo y ella estuvo a punto de quebrarse, y las secuelas de lo que ocurrió después barrieron Underworld por meses enteros hasta que la diosa volvió a tomar su papel como guardiana y protectora, recobrando el orden natural de las cosas.
Fue duro, y la primera vez que descubrió que algo ajeno a ella podría apartarla de la misión para la que había sido creada. Y luego de ese episodio se prometió que nunca más dejaría que una situación inadecuada la alejara de sus deberes.
El amor de una diosa debe ser para su pueblo. De eso se rige el balance de la vida… y nada puede alterarlo.
Las palabras volvieron a grabarse a fuego lento en su mente, y las contempló con atención preguntándose porque no podía concentrarse en su significado que era tan claro como la luz del día. Ella una divinidad pura, sin mancha ni pecado. Fuerte, valiente y hermosa. Los trovadores del palacio alababan su belleza comparándola con la aurora…
'Stacia tu amor debe ser repartido por igual… no puedes tener favoritismos porque eso ocasionaría una guerra cruenta y derramamiento de sangre inocente entre tu pueblo…'
Era consciente de que nunca habría de amar a nadie, que su corazón siempre sería suyo y de su pueblo, su parte humana jamás había tenido problemas con esa sentencia; con aceptar el destino de vivir perpetuamente por Underworld… No obstante, en las últimas semanas su corazón de carne había estado latiendo desbocado cada vez que el príncipe Alistair entraba por esa ventana para reunirse con ella en otra de las reuniones de protocolo que ambos mantenían. Y la abstraía de sus obligaciones, poniéndola nerviosa e irritante hasta consigo misma.
Debía usar el doble de tiempo para meditar y serenarse mientras se repetía como un mantra todos sus atributos para protegerse de lo que su parte como mujer clamaba a gritos. Algo que a ciencia cierta parecía imposible de contener. Tanto tiempo negando su yo vulnerable y terrenal, pero bastaba con evocar la imagen del atractivo guerrero en su mente para que la ansiedad y el terror hicieran presa de ella. Desde el momento que se encontró en sus brazos por primera vez, esa ocasión que casi cayó de la ventana, y la expresión intensa de esos ojos grises, su respiración tan cerca de la suya, y el calor innegable de ese cuerpo, que la hizo ser consciente dolorosamente de una verdad cruel, una de la que había renegado por tanto tiempo: Stacia era una diosa, pero también una mujer.
Y la sensación de ese instante si bien en un principio la asoció a lo ocurrido con su hermano, pronto se dio cuenta que nada tenían que ver. La forma en la que Alistair la sostuvo, con firmeza y respeto ponía en evidencia una personalidad educada y cortés… Vector no conocía tales cualidades y había abusado de todas formas de su confianza. Se había asustado, tanto por lo uno y lo otro, cuando era obvio que Alistair no buscaba otra cosa más una relación diplomática. Sin embargo aquel encuentro había alterado los sentimientos de Stacia de tal manera que ahora se encontraba a la deriva, y debía repetirse constantemente que su deber era con su gente, no con quien podía ser su enemigo. Pero ese sentimiento dulce y estremecedor se encontraba dentro de su corazón pese a que no lo quisiera, y sin permiso se había instalado en sus pensamientos y en todo su ser.
−El amor de una diosa debe ser para su pueblo. De eso se rige el balance de la vida… y nada puede alterarlo… −murmuró con un hilo de voz, los labios apretados mientras una solitaria lágrima descendía por su mejilla pálida.
Llevaba tres horas encerrada en el cuarto donde usualmente meditaba, y no hallaba nada que pudiera ayudarle a serenarse, sus pensamientos eran contradictorios y sus emociones solo dictaban una sola cosa; que por una vez rompiera el protocolo y diera rienda suelta a sus deseos.
Pero el corazón es engañoso, y Stacia lo tenía bien presente. Sentía tanta rabia, ansiedad y aversión que internamente se preguntaba como una persona normal podría vivir con tantas sensaciones a cuestas. ¿Era normal sentir rabia y alegría al mismo tiempo? Porque eso experimentaba cada vez que el príncipe estelar entraba por la ventana sonriendo divertido y haciéndole bromas como si se conocieran de toda la vida.
−Alistair…−susurró bajito, y ante la mención de su nombre advirtió la cálida sensación que irrigaba desde su corazón al resto de su cuerpo, como el abrazo que el príncipe le había dado aquella vez.
−¿Hermana? −la voz de Terraria la hizo pegar un salto, se volvió viendo a la joven diosa junto a la puerta abierta −Estamos esperándote para cenar ¿ocurrió algo en tu visita al pueblo? Nunca te demoras tanto…
−Lo siento −replicó sintiéndose culpable de lo que estaba ocasionando con su actitud inquieta −Ya voy.
La blonda sonrió compartiendo su gesto y cerró la puerta dejándola a solas con sus pensamientos una vez más.
−Yo no pedí esto… −susurró y su voz se quebró en la última palabra.
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Su mente se hallaba a miles de kilómetros de distancia, presa de esa sonrisa maravillosa y de esos ojos gris plata en los que podía ahogarse por completo, en ese salvaje cabello negro que ansiaba recorrer con sus dedos, y en ese cuerpo del cual deseaba descubrir todos los misterios… misterios que habían sido develados muchas veces… pero ella quería ser la última, la única; su legítima dueña, así como él fuera el único dueño de sus secretos…
Solo que Alistair no parecía notar que ella existiera. Seguramente él la veía como la penosa obligación que le habían impuesto ante la posible invasión de The World, hacer una alianza con la orgullosa diosa y soberana del reino vecino para defenderse y defender a su pueblo. Él lo había manifestado la primera vez que se vieron en ese baile, y se encargó de repetirlo las ocasionales citas que tuvieron después en las que llegaba impuntual debido a sus múltiples obligaciones.
Obligaciones que más de una vez las hubo nombrado con tono jocoso solo para molestar a la divinidad, ciego de lo mucho que esas correrías amorosas afectaban el ánimo de la diosa, quien en las últimas reuniones estuvo más quieta y silenciosa de lo usual. No diciendo palabra cada vez que el príncipe le tiraba alguna puya para escandalizarla.
Stacia recordaba la vez que el impetuoso muchacho se precipitó en su alcoba, y la prenda tan íntima y reveladora que lució ante él… y luego su expresión férrea y compuesta como si la visión de sus encantos no hiciera mella en su ánimo.
Alistair no la veía como mujer, y sin embargo ella no podía evitar sentirse como tal cada vez que estaban juntos. Consciente de él como hombre, y segura de su femineidad.
¡Qué ironía tan cruel…!
−¡Stacia!
Ella se volvió asustada, cayendo en cuenta que era de noche y estaba en el comedor junto a sus hermanas. Solus la había llamado con urgencia, y al verla una expresión de inquietud le oscurecía el semblante.
−¿Qué ocurre? Llevas tiempo jugando con la comida y pareces ausente… ¿Algo te preocupa?
El gesto preocupado de Terraria se unió a la expresión inquieta de Solus, ambas diosas habían dejado de comer y la contemplaban consternadas.
−Ha sido una jornada larga −dijo esquiva, no pudiendo evitar sentirse culpable por preocupar a sus hermanas. Empujó el plato hacia el centro de la mesa −No tengo más apetito así que me retiraré a descansar…
−Pero Stacia…
−Déjala Solus, ella luce cansada emocionalmente. Esas reuniones con el príncipe de Overworld deben de drenar toda su energía −le sonrió con comprensión −Ve a descansar.
Stacia besó la frente de ambas como cuando eran pequeñas, y sin agregar palabras ascendió por la escalera rumbo a su habitación.
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Estaba poniendo demasiado empeño en su apariencia. Lo sabía, y no podía evitarlo. Contaba las horas hasta que el momento de su reunión con él llegara y corría a peinar su cabello, o a retocar su aspecto.
El espejo le devolvía una imagen de sí que desconocía; labios purpurinos, mejillas sonrojadas naturalmente y ojos brillantes como joyas. Una sonrisa nerviosa y el estremecimiento de sus manos que nada calmaba. Luego de peinar su cabello por décima vez, de un impulso lo llevó arriba de su nuca y lo ciñó con un palillo, estaba preocupándose por una tontería como esa, y la vanidad femenina nunca había sido su fuerte.
Se encerró en la sala de juntas y se dedicó a esperar mirando la ventana, imaginándoselo entrar con esa sonrisa seductora, sus ojos brillantes, y como siempre pidiendo perdón por el retraso…
Levantó la mano y quitando el palillo dejó que su cabello indomable cayera sobre sus hombros en desorden. Suspiró ansiosa, y preocupada.
−¿Stacia?
El llamado de Terraria la hizo saltar en su asiento. Al dirigir la mirada hacia la puerta descubrió a su hermana rubia vestida de esmeralda como siempre, tenía una expresión sorprendida en su bonito rostro.
−¿Que ocurre hermana?
−Ha llegado un mensajero de Overworld dice que tiene una carta para ti que debe dártela personalmente.
La divinidad pelirroja se puso de pie y caminó hacia su ella, quien la contempló de reojo notando su vestido color vainilla, su cabello suelto, y las zapatillas a tono. Su fragancia a fresias quedó suspendida en el aire cuando pasó a su lado cruzando la puerta.
−Stacia…−la detuvo.
Miró a Terraria por encima de su hombro −¿Qué?
Pero la deidad rubia apretó los labios y prefirió callar de momento guardándose para si sus suposiciones y presentimientos −Nada, que te apresures.
−Es lo que hago −le sonrió ladeando la cabeza, su largo cabello mandarina se sacudió tras la acción, y siguió caminando por el pasillo hasta que encontró al mensajero. Un muchacho rubio que veía con asombro la suntuosidad del palacio.
Stacia llegó hasta él y lo contempló curiosa −Me dijeron que usted me buscaba…−comentó con suavidad tratando de no asustarle.
El muchacho se giró de golpe quitándose el sombrero y despeinando sus cabellos. Contempló a la divinidad con ojos desorbitados, y la boca entre abierta como si estuviera pasmado. Rápidamente se inclinó ante ella doblando su torso.
−G-Gracias por recibirme princesa…− balbuceó visiblemente nervioso −Tengo un mensaje de mi amo para usted.
−¿El príncipe Alistair?
−S-sí…− la miró fijo unos segundos antes de empezar a buscar en su alforja, sus manos temblaron cuando le entregó el sobre lacrado, un pequeño rubor le cruzaba el puente de la nariz −Mi señor dijo que se lo diera a usted personalmente, princesa Stacia.
Ella asintió recibiendo el sobre en sus manos. Quitó el sello y leyó la rápida esquela, sus cejas fueron cayéndose a medida que las palabras tomaban forma en su mente. Trató de disimular la decepción que le quedó y volteó a ver al mensajero que seguía estoico frente a ella, mirándola intensamente.
−¿Necesita una respuesta?
−Mi señor dijo que me quedara a esperar la contestación, alteza…−hizo una reverencia apresurada.
Stacia suspiró unos segundos, despejó su hombro de su largo cabello anaranjado −Dile que la he leído.
−¿Solo eso? Pero alteza, mi amo se enoj…
−En todo caso dile que no tenía nada que responder −estrujó el mensaje en su mano y se volvió hacia el resto de las habitaciones −¡Yulier! −llamó a su doncella, la cual apareció presurosa ante la urgencia en la voz de su señora −Prepara una merienda ligera para el mensajero, que descanse un momento y luego envíalo de vuelta a Overwolrd.
−Sí, señora− la doncella se inclinó ante la orden y mantuvo su pose de reverencia hasta que la princesa pasó por delante de los dos sirvientes.
Stacia abrió la puerta principal, ignoró a los guardias quienes se pusieron firmes al verla, y salió al hall cubriéndose de los rayos del sol bajo la ligera sombra que la galería extendía sobre ella. Terraria estaba sentada en los escalones de la entrada con expresión ausente y pensativa, ella caminó hasta que se dejó caer a su lado.
−Una moneda de oro por tus pensamientos.
Terraria la miró sorprendida −Stacia ¿está todo bien? ¿Qué dijo el mensajero?
−El príncipe cabro no vendrá− admitió con voz resentida.
−¿Príncipe cabro? ¿Que no fuiste tú quien dijo que no lo llamáramos así? −comentó riendo.
−Me da igual como lo llamen −alzó el mentón recibiendo la caricia del sol de la tarde en su piel blanca. Solus debía estar de muy bien humor porque el clima era exquisito.
La sonrisa de la deidad rubia se intensificó ante eso −¿No vendrá hoy?
−Tiene múltiples deberes que cumplir −acotó con cierta rabia apretando los puños en un gesto de niña caprichosa, luego suspiró ladeando la vista hacia el jardín lleno de rosas y orquídeas orgullo absoluto de Terraria. Su semblante se calmó un poco aunque una arruga imperceptible se marcaba en su entrecejo −¿Alguna vez te has enamorado?
Terraria volvió la vista con espanto sorprendida de una cuestión tan repentina −¿Qué clase de pregunta es esa? ¿A que viene?
−Tienes razón, olvídalo −se sentó de modo recto.
−Tú eras la que siempre hablaba de eso… una diosa no puede enamorarse de un mortal y… sabes lo terrible que serían las consecuencias sí…
−Lo sé −Stacia la miró interrumpiéndola, sus labios eran una línea tensa y sus ojos tenían una expresión de dolor y melancolía −A veces es bueno recordar ese tipo de cosas− se puso de pie con expresión resuelta −Ya que tenemos la tarde libre, ¿Por qué no vamos al mercado, o a los viñedos?
La expresión desamparada en la deidad pelirroja era tal que a Terraria le causó dolor, se puso de pie a su lado −¡Claro! Podemos llevar a Solus también. Iré a buscarla −y sin agregar palabras subió los escalones y se perdió dentro de la mansión.
Stacia observó el jardín hermoso que cubría parte del frente de la mansión y pasando una mano entre su largo cabello anaranjado, se dirigió hasta allí con el afán de distraerse un momento hasta que las jóvenes fueran a buscarla.
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−El amor de una diosa debe ser para su pueblo. De eso se rige el balance de la vida… y nada puede alterarlo.
Stacia se repitió esas palabras con dureza mientras se trenzaba el cabello con brusquedad. Mantenía los ojos cerrados considerando cada palabra.
−Una diosa no puede tener sentimientos carnales… porque eso alteraría el balance de las cosas y…
Sus ojos se ciñeron dolorosamente, y aunque su mente lo dictaba una y otra vez… Su corazón hacía caso omiso a eso, latiendo y viviendo por ese amor (porque a estas alturas era amor) prohibido y no correspondido. Stacia se había cansado de luchar contra sus emociones, trató de matarlas y ahogarlas, pero todo fue en vano, los sentimientos hacia el príncipe Alistair se arraigaron de tal manera que siguieron creciendo sin su permiso hasta que se desbordaron por sus poros. La diosa pura y juiciosa estaba profundamente enamorada de un mortal. Y no un mortal cualquiera, un mortal que en otras palabras era un enemigo declarado de su nación.
Y cuantas lunas había pasado meditando, intentando acallar su parte humana, intentando ahogar esa sensación avasallante. Llenándose de tareas y pendientes, perdiéndose entre el mercado del pueblo para pasar el tiempo con sus habitantes y sentirse segura de quien era. Residía las ceremonias nupciales y los nacimientos con profunda devoción, dándose cuenta de lo cruel que era su destino… ella bendecía el amor de otras personas… ¿pero y el suyo? ¿Por qué no podía bendecir los sentimientos tibios que hacían que su corazón latiera cada mañana…?
−Quisiera saber porque la diosa Stacia está tan quieta y reservada hoy… −sonó una voz de barítono junto a su oído.
Ella se alzó de golpe, sorprendida, notando que había dejado de trenzarse el cabello y sus brazos descansaban sobre la mesa, en algún momento había dejado caer la cabeza entre ellos. ¿Se había dormido?
Alistair estaba a su lado sonriendo de modo sutil, vestía de negro como siempre y tenía las manos escondidas tras la espalda. Detrás de su silueta podía verse la ventana abierta y los cortinados sacudirse por la brisa.
−Pensé que no vendrías −respondió, pasándose la mano por las mejillas tratando de borrar la expresión somnolienta que seguramente debía tener.
−Una sola vez cometí esa falta alteza, ¿Cuántas veces planeas echármelo en cara? ¿Acaso no te pedí disculpas en reiteradas ocasiones…? −prosiguió el muchacho con acento ofendido y desviando la vista.
−Pues creo que no fueron las suficientes −le rebatió notando que la manga de su vestido había caído de su hombro, sin verlo se lo acomodó.
−Por esa razón te he traído esto, ya que no vas a perdonarme, aunque te lo pida mil veces− Alistair sacó sus manos detrás de sí y le ofreció un pequeño ramo de margaritas.
Stacia lo miró aún sin aceptar la ofrenda, el joven tenía una expresión seria y determinante en su rostro, y le sostenía los ojos con convicción, sin apartar la atención de ella. Pero por más que se esforzó, no logró ver nada en esa transparente y serena mirada gris..
−¿Por qué? −aventuró tomando el ramo con manos estremecidas, tratando de mantener dentro de sí la forma alocada en la que su corazón latía, y bajar de alguna forma el rubor que estaba formándose en sus mejillas.
−Pues siempre que cometo un agravio de esta naturaleza enmiendo mi error con flores o una joya acorde… Pero no sabía si una diosa pudiera vestir joyas, así que me incliné por una flor simple… además estas margaritas son fruto de los primeros brotes del jardín de palacio…− sonrió al contar con aire orgulloso. Luego notó que la deidad había dejado el bouquet en su falda y sus manos se habían ceñido levemente y temblaban. El flequillo anaranjado tapaba sus ojos de miel aunque era visible que sus labios estaban tensos −¿Stacia?
−No debiste molestarte Alistair −refirió con voz suave y poniéndose de pie se dirigió hacia un florero donde acomodó el pequeño ramo junto a las orquídeas blancas que Terraria le había traído esa mañana −Mi pueblo todos los días me trae una ofrenda de flores como una forma de agradecer mis bendiciones hacia ellos y hacia la tierra…
−Tu pueblo te ama.
−Así como yo los amo −dijo con voz firme −Por ellos fui creada, y mi destino es permanecer a su lado para siempre.
Alistair la veía con curiosidad, consciente de que ella nunca decía ese tipo de cosas sin razón. Stacia nunca hablaba de su origen divino, ni de sus virtudes y atributos, lo poco que él sabía al respecto se debía a las habladurías indiscretas de su propio pueblo.
−Debemos hablar de negocios −prosiguió ella cambiando drásticamente el tono de voz. Fue a la biblioteca que estaba a un lado de la pared y volvió con esa pila conocida de libros −Aunque falte mucho para el invierno queremos importar lana… hay cosas del clima que Solus no puede manejar y los inviernos se han vuelto fríos y hostiles.
Alistair la veía hablar con soltura, y asintiendo se sentó frente a ella −Escucho ofertas, princesa. Soy todo oídos.
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−Oh Keiko… ¡Es una preciosidad! −la divinidad pelirroja sostenía entre sus brazos a un pequeño bebé que a simple vista no contaba con más que algunas semanas de recién nacido. Estaba cómodamente dormido contra su pecho, de piel blanca y una pelusilla castaña en la cabeza en honor a su madre. Parecía tranquilo y feliz mientras era acunado por la diosa −Recuerdo haber bendecido tu matrimonio…− decía con suavidad para no despertar al pequeño −Pero no creí que el milagro de la vida se diera tan pronto…
−Mi diosa hizo lo que era acorde para mí −manifestaba la joven madre con expresión agradecida y dichosa −Bendiciendo mi hogar y concediéndonos un hijo, el primogénito.
−¿Y tu esposo cómo está?
−Feliz, mi señora. Es por eso que he venido hoy a la capilla para presentarle a mi hijo… tengo mucho que agradecerle a usted… −Keiko hizo una pequeña reverencia −Muchas gracias mi diosa, por tanta prosperidad y ventura.
−No tienes que agradecer… yo… cuando veo este tipo de cosas…−la voz de la diosa se volvió inestable, sobre todo al notar los hermosos ojos cerúleos del bebé que se conectaron a los suyos −M-Me siento tan feliz de tener la oportunidad de ser testigo de esta clase de milagros…
−Usted realiza esos milagros −sonrió la joven y fue a tomar el bebé de brazos de la diosa, quien pareció un poco renuente al principio de entregarlo.
−Yo le deseo bendición y salud −tocó la cabeza encrespada del niño quien gorjeó alegre −Protección y confianza, que crezcas fuerte y vigoroso como un roble, que llenes de alegría a tu padre, y seas el orgullo de tu madre.
−Muchas gracias mi diosa −Keiko asió la blanca mano de la divinidad y la bañó con sus besos, luego cubrió a su retoño con una mantilla blanca llena de ribetes azules, y tras hacer una ligera reverencia salió de la capilla rumbo a su hogar.
Las velas parpadeaban en el altar creando una curiosa mezcla de luces y sombras que creaban tonos anaranjados y dorados en su vestido negro. ¿Por qué usar una prenda tan lúgubre? La pregunta se caía de madura, era obvio que por él… Quizás así Alistair la viera como mujer por primera vez.
Se miró las manos notando que estas le temblaban, estremecidas. La sensación tibia de tener al bebé entre sus brazos seguía ahí tan presente… ¿Acaso nunca disfrutaría de esa bendición de acunar un niño salido de sus entrañas? ¿Fruto de un amor perfecto?
¿Nunca podría ser madre…?
Su parte humana peleaba con la divina mientras atravesaba la capilla y salía por la puerta, rodeaba el edificio, cruzando el jardín ignorando la belleza de las flores y entraba presurosa al palacio, ignorando a sus doncellas que aparecieron para atenderla. Corrió sintiendo que su alma se estremecía en su pecho, y las palabras que renegaba se agolpaban en su mente cual campana que retiñe.
Una diosa no puede tener sentimientos carnales… porque eso alteraría el balance de las cosas…
Abrió las puertas del estudio y se encerró allí, su aliento intentando regularizarse y toda ella estremecida por la carrera alocada que había hecho.
−Y miren quien llega tarde a nuestra cita… y luego te quejas de mí.
Ella alzó la vista viendo a Alistair sentado a una orilla de la mesa de reuniones con esa sonrisa provocadora y los ojos tan magnéticos y profundos como siempre. Los que se abrieron al contemplar su aspecto, las mejillas sonrojadas, su cabello despeinado sujeto por una cinta carmesí, y finalmente su vestido negro de encaje que resaltaba su piel increíblemente blanca. Si el verla así le impresionó un poco, nunca lo supo pues ampliando la sonrisa se acercó a ella y la reverenció con exageración.
−Mi diosa, tiene hojas en el cabello ¿dónde andaba?
−¿¡Eh!? −la divinidad retrocedió avergonzada y se pasó las manos quitándoselas, luego lo observó ofendida −Ali, ¿Qué haces tan temprano? Te caíste de la cama, o alguna de tus correrías resultó mal.
Él rió al aire, arqueando la ceja derecha ante el tono familiar con el que se había dirigido −No me interesa hablar de lío de faldas contigo…− le guiñó el ojo −Pensé que podríamos montar en Sirrah, hay unas tierras al norte que quiero mostrarte, un bosquecillo de cerezos… pero −añadió al ver como la cara de la joven palidecía ante la idea de volar −Encontré algo delicioso cuando venía de camino hacia aquí, y quiero saber su nombre…
−Moras −Stacia se adelantó viendo la mesa a rebosar de esas pequeñas frutas de color purpura.
−Moras− la secundó y se metió varias de ellas a la boca −¿Son frutas silvestres?
−Normalmente sí, pero esas…− se acercó a contemplarlas −Esas crecen en el huerto norte de Centoria…
−¿Quieres decir que me las robé vilmente?
−Entre las muchas cualidades que distinguen a su alteza, además de ser egoísta, engreído, narcisista y mujeriego…−el joven arqueó ambas cejas ante su elección de palabras −Ahora se le suma el título de ladrón.
−Hay algo de todo eso que no es cierto.
−¿El ser un narcisista?
Alistair solo rió y le hizo un gesto de que se sentara a su lado, lo que ella hizo viéndolo de reojo −Puedes probar, te doy permiso.
−Gracias alteza, considerando que las robó de mis jardines…−murmuró por lo bajo, y al darse cuenta de la cercanía que compartían, él seguía sentado en el borde la mesa y ella en una silla a su lado, se corrió hacia el costado opuesto. Dejó una mano reposando en su falda y alzó la restante tomando tres moras pequeñas, y siguiendo el goloso ejemplo del príncipe se las metió en la boca. Pero estaban tan dulces y deliciosas que jugo purpura tiñó sus labios y se deslizó por su barbilla.
−Tonta, mira lo que haces− antes de que Stacia pudiera hacer algo, Alistair se inclinó ante ella y como si fuera lo más natural del mundo limpió el hilillo de jugo con su pulgar, y luego le rozó la comisura de los labios en un gesto involuntario.
Y ella nunca olvidaría la expresión intensa de los ojos grises del príncipe, inclinado ante su rostro, uniendo la distancia que había impuesto, con su mano sujetándole la barbilla, sus dedos tibios haciendo presión en su piel…
Una diosa no puede tener sentimientos carnales… porque eso alteraría el orden de las cosas…
Fue inevitable que las palabras resurgieran en su memoria pues Stacia se había quedado de piedra. Luego Alistair se hizo para atrás y siguió engullendo moras tranquilamente sin prestarle atención.
Pero el daño ya estaba hecho, y el corazón de carne de la diosa latía desbocado en su pecho, así como sus manos temblaban y toda ella se sentía estremecida. Se puso de pie sobresaltando a su invitado y rodeó la mesa, quedándose parada en el lado opuesto. Sus hombros se contrajeron y sentía sus rodillas a punto de desfallecer.
−Lo siento Ali, estoy algo indispuesta. Te ruego me disculpes… Puedes quedarte el tiempo que desees… yo… Yo necesito descansar…
Ni siquiera le dio tiempo a que el pasmado muchacho dijera algo, corrió hacia la puerta, la abrió y desapareció en un santiamén.
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−Stacia ¿en verdad no vas a cenar? −la diosa Solus estaba bajo el umbral de la puerta viendo a la nombrada divinidad con preocupación, quien estaba sentada en el medio de su enorme cama de dosel. La blancura de las mantas contrastaba con su vestido color media noche, su cabello de fuego caía hacia adelante ocultando su rostro.
−No tengo apetito −declaró con voz suave y cansada
−Hermana ¿qué ocurre?
−No es nada para que te preocupes, Solus. Solo cansancio.
−Está bien… te subiré una charola con algo liviano, no consentiré que te duermas con el estómago vacío…
Stacia sonrió ante la muestra de carácter de su hermana menor y asintió sin decir palabra.
Satisfecha con esa respuesta, la divinidad de cabello azul desapareció de la alcoba dejando a su ocupante sumida nuevamente en sus pensamientos.
La hora transcurrió lentamente mientras Stacia seguía sentada en el medio de la cama. Sus manos se hicieron puño y apretaban con furia las mantas, se arrodilló e inclinándose hacia adelante, con la frente casi rozó las rodillas, en una pose humillada y afligida.
Las lágrimas caían de sus ojos de ámbar, mientras sus deberes como diosa se superponían con sus deseos como humana. Obligaciones divinas y sentimientos terrenales. Amor hacia su enemigo, devoción profunda por su pueblo…
¿Por qué ambos sentimientos no podían habitar juntos en su corazón?
Ella se sentía capaz de hacer ambos; amar al príncipe con cada entraña de su ser y vivir por su pueblo, sin que una cosa desmereciera el lugar de la otra. Porque amar a alguien de esa forma no podía ser un pecado… ¡Ella bendecía el amor terrenal, por todos los cielos! Hasta parecía una burla de los dioses bendecir algo que nunca podría tener…
El amor no era pecado. ¿Pero porque amar a Alistair sí lo era…?
Se secó las lágrimas con decisión, saltó de la cama y abriendo la puerta de su alcoba salió al exterior sin pensarlo dos veces.
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Ni siquiera sabía que estaba haciendo mientras su caballo galopaba bajo la plateada luz de la luna, siguiendo un camino que ella ni siquiera tenía idea. Pero hincaba el tacón de sus zapatos en las ancas del animal para que este no se detuviera; así cruzó las tierras de su reino y prosiguió por los bosquecillos de Overworld, sintiendo las gotas de rocío orlando su piel desnuda, la brisa nocturna era fría, pero era tanta la adrenalina que sentía que no advertía la baja temperatura pese a que no llevaba abrigo. La desesperación la había obligado a salir sólo con lo puesto.
Detuvo su caballo de golpe y ella se bajó con el corazón en la garganta. Acarició las crines del alazán y silenciosamente le pidió perdón por la carrera que le había obligado a hacer.
El castillo de Overworld no era tan grande ni imponente como el suyo, pero tenía una muralla intrincada, y una patrulla de guardias a toda hora. Alistair se lo había confiado la única vez que puso un pie en ese reino.
−¡Alto! −una voz la censuró y la mantuvo quieta. El calor del galope había bajado y sentía la baja temperatura haciéndola estremecer −¿Quién eres?
Ella se giró, notando a dos hombres, en la penumbra era obvia la silueta de esos cuernos a los lados de la cabeza. Se volvió del todo para que pudieran verla, consciente -o quizás no- de su largo cabello de fuego que la iluminaba cual antorcha en la oscuridad.
−¡Diosa Stacia!
Inmediatamente toda la guardia se encontró de rodillas ante ella, lo que le produjo una sensación extraña y triste semejante a un nudo de culpabilidad en su estómago.
−Por favor levántense, no es necesario…
El primero que la vio alzó la vista en su dirección −¿Ocurrió algo princesa?
−Y-Yo sé que es muy tarde, pero…−estrujó las manos nerviosa −¿Podría hablar unas palabras con tu amo?
−Por supuesto, alteza, sígame. Tú, manda a dar de comer y beber a su caballo−le ordenó a un plebeyo que presuroso se acercó a tomar las bridas del alazán que le sirvió de transporte −Mi nombre es Diavel, señora… cualquier cosa que necesite no tiene más que decirme…−hizo una ligera inclinación y la escoltó dentro del palacio hasta llegar a una sala donde unas velas casi consumidas ardían, creando una ligera claridad acogedora −Espere aquí.
−Sí, gracias…−la joven asintió sintiendo que su corazón en vez de calmarse latía más de prisa, mientras la parte lógica de sí misma le cuestionaba a gritos lo que estaba haciendo… a esas horas de la noche… sintiéndose tan inestable… Era una completa locura.
−¿Mi diosa, en verdad es usted? −un alto hombre de raza oscura se acercaba a ella con expresión preocupada. Hizo la ligera reverencia y la contempló con alarma notando que estaba sola −Princesa ¿ha venido sin cortejo, y sin abrigo? Ha pasado algo realmente malo ¿verdad? ¿The World ha enviado una petición de guerra… o…?
Pese a la situación, ella se permitió sonreír ante el desasosiego del pobre hombre −Eres Agil ¿verdad? −cuestionó recordando cuando Alistair le contó la situación de ese vasallo que era el más fiel de sus sirvientes. Y un gran amigo −No es nada de eso, no tiene que preocuparse…
−El señor Diavel dijo que usted deseaba hablar con mi amo…
−Sé que es muy tarde pero… ¿podría ser posible que intercambiara dos palabras con el príncipe? Es algo personal y…
−Por supuesto, mi señor estaba algo desvelado esta noche y ordenó un ligero entretenimiento, pero desde luego le agradará contar con su visita…−le indicó que siguiera por un pasillo tenuemente iluminado. La palabra entretenimiento hizo que los ánimos de la muchacha bajaran un poco, pero ya estaba ahí no podía salir huyendo −Ordenaré que acondicionen una habitación, y le preparen algo caliente de comer…
−¿Ehh? No, señor Agil no tiene que molestarse −le dijo mirándolo con terror por encima de su hombro. Ni siquiera pensaba en quedarse a pasar la noche allí… ya imaginaba la expresión de sus hermanas de enterarse que se había fugado del castillo en plena madrugada.
−Tonterías, mi amo se enojaría mucho si no la atiendo como corresponde.
Se detuvieron frente a otra puerta imponente custodiada por dos guardias impasibles, quienes inclinaron ligeramente la cabeza al verlos sin mayor ceremonia.
−Entre directamente, alteza.
El temor se apoderó de Stacia cuando Agil volvió por donde había venido, y los guardias tomaron cada uno una manija de la puerta y la abrieron para ella, obligándole a que entrara a la suntuosa sala del trono.
Lo primero que distinguió fue la hilera de cinco o seis bailarinas árabes, quienes con velos en las manos danzaban ante el trono donde el joven monarca se encontraba sentado viéndolas con atención. Ni siquiera se había percatado de su presencia, tan concentrado como estaba.
Ella se acercó por la derecha, distinguiendo a dos músicos que tocaban unos instrumentos extraños, que sin duda no conocía. La luz allí era más clara por lo que notó las arrugas de su vestido negro, había perdido un zapato en algún momento de la cabalgata y ni siquiera quería saber el caos que sería su cabello.
Mientras esas bailarinas eran tan bonitas, llenas de joyas y vestidos etéreos y sensuales… Se sintió de pronto tan estúpida, fea y tonta...
−¿S-Stacia…?
La voz firme del monarca le recordó donde estaba. La música se detuvo abruptamente, así como la danza. Ella alzó la vista en su dirección y supo que ya no había marcha atrás. No después de todo el camino que había hecho para llegar hasta ahí.
−¿Stacia que haces así? ¿Ocurrió algo? Me quedé muy preocupado de que te fueras así hoy...−prosiguió bajando de su trono y acercándose a grandes pasos hacia ella, quien se había abrazado a si misma −¡Fuera de aquí! −le ordenó a la gente que se hizo a un lado y adoptaba una expresión de reverencia hacia ambos −¡Fuera todos! Quiero quedarme a solas con la diosa Stacia…
Y ella casi lloró al oír como el joven la hubo llamado. Debía ser precisamente él quien le recordara su lugar divino en el mundo…
Esperó a que las bailarinas y los músicos salieran de la sala para terminar de acercarse a la deidad cuyos ojos amielados se encontraban ocultos por el fleco desordenado de su cabello.
−¿Has venido sin guardia real?
Ella no respondió.
−¿Stacia que tienes? ¿Le ocurrió algo a tus hermanas?
Los hombros pequeños de la divinidad empezaron a sacudirse, comprendiendo finalmente la envergadura de lo que había hecho al salir de su reino de esa forma.
−Stacia estás preocupándome−declaró con gravedad el príncipe −Le diré a Agil que te traiga algo de comer y un abrigo…
−No…− ella lo frenó sujetando el borde de su capa real cuando osó pasar a su lado −No es necesario Ali…
−¿Entonces qué diablos pasa? ¿Por qué estás así?
La preocupación en su voz fue tanta, que la divinidad alzó la vista, enseñándole sus ojos húmedos. Porque quería creer, creer que esa preocupación hacia ella existía y que no estaba imaginándosela. Se sentía a punto de desbordar.
−Y-Yo ya no puedo evitarlo…− susurró con voz quebrada −Y-Y créeme he hecho hasta lo imposible por mitigar estos sentimientos, pero… ¡No puedo…!
−¿De qué hablas?
Dos pequeñas lágrimas descendieron de los acuosos ojos de la diosa cuando se puso en puntas de pie ante él, y atrapando sus pupilas de acero, le susurró −Me gustas Ali…
Entonces lo tomó de la barbilla e impulsándose sobre sus talones, dejó que sus labios fueran al encuentro de los de él en un beso brusco y cándido. Terriblemente cándido y lleno de inexperiencia.
Pero así como se dio cuenta de lo que estaba haciendo, supo que el muchacho no estaba correspondiendo a su gesto. Tenía los ojos muy abiertos y estaba completamente pálido mientras la veía con pena. Entonces Stacia supo el error sin retorno que acababa de cometer.
Soltó el rostro de Alistair y retrocedió, todavía sintiendo el calor tibio en su boca, la que se obligó a abrir para disculparse −¡Lo siento! ¡Por favor olvida esto…!
Y se giró tragándose el llanto y la humillación que le ciñó el pecho con bochorno. Se precipitó hacia la puerta por la que había entrado, cuando el tirón suave a su muñeca la retuvo abruptamente a medio camino.
−Stacia espera… −él estaba a su lado nuevamente, pero ella se negó a encontrar sus ojos. No quería volver a ver la pena y la decepción en ellos, no estaba segura de poder soportar lo mismo dos veces −Stacia.
−P-Por favor déjame ir…
−Pero escúchame…−prosiguió con simpatía acercándose. La deidad retrocedió hasta que su espalda chocó contra la pared. Su mano pequeña y fría temblaba entre las suyas tan grandes y cálidas.
−D-de este modo solo… estás alargando mi vergüenza Alistair… y eso no es propio de un caballero…− le suplicó ya en un hilo de voz −Déjame ir por favor… te lo suplico… p-por favor…
Entonces cuando el príncipe dejó de hacer presión en su mano sorprendido quizás por sus palabras, ella le dio un empujón y escapó.
Nota:
Y finalmente! Stacia sama! Lo que he sufrido redactando este fic… pero primero vamos a los agradecimientos!
Dedicado especialmente a my dear love Sakura Zala mi hermana y amiga que el mundo fanficker me ha regalado. La verdad es que habíamos hecho la promesa de actualizar juntas hoy jueves, pero aunque le puse empeño no pude cumplir nuestro trato. Fueron 8 horas de diferencia, pero aquí está! Y este fic nació gracias a una idea que un día le conté y ella -obviamente- se emocionó toda y me rogó que la hiciera… y me sobornó horriblemente con imágenes, escenas y música hasta que lo logró xDDDD. Aquí lo tienes hermanita! Y espero te guste, di cientos de manotazos de ahogado como no tienes idea y seguro metí la pata cientos de veces, pero fue hecho con todo mi cariño para ti xDDDD
Y por supuesto no puedo dejar de nombrar a Liluel Azul quien gentilmente me prestó el título de su fic 'El pecado de una diosa' (de Saint Seiya) para el mío. Infinitas gracias Liluel sama! Ojalá más autores fueran como tú que prestan ideas y títulos desinteresadamente. Si quieren leer algo espectacular de Saint Seiya les recomiendo su fic que es maravilloso! *inserte corazón aquí*
Bueno… debo aclarar de que va este fic? Para los que leer 'White Butterfly' historia que pertenece a Sakura Zala creo que saben a que me refiero. Este fue una especie de AU donde Alistair (Kirito) y la diosa Stacia (Asuna) viven su amor prohibido y pecaminoso. Para más información leer el fic original de la nombrada autora.
Yo los tomé prestados porque amo ese shipp tanto o más que el KiriAsu, y porque me parecen completamente adorables, narrar como se enamoraron pese a que el mundo veía imposible su amor *inserte más corazones*
Bueno gracias por leer esta historia! Y por supuesto tendrá una segunda y -ultima- parte, que vendrá a ustedes después de que finalmente pueda actualizar Blood, Red Riding Hood, Recovery y Esto es la Guerra xDD
Cuidense!
Os adoro n.n
Sumi Chan~
Pd) Música que escuché para inspirarme One more time, one more chance OST by cinco centímetros por segundo (película que amo con mi alma!)
