Disclaimer: Los personajes pertenecen a JK y Blancanieves es de dominio público. Para inspirarme he de decir que he visto diversas películas: Blancanieves y los siete enanitos, Blancanieves: La historia de terror, Mirror Mirror y La leyenda del Cazador. Excepto de esta última (que encarecidamente os recomiendo que no veáis), es posible que encontréis elementos de estas adaptaciones a lo largo del fic. Cosas que pasan.

Por otro lado, tarde o temprano Trixie se pondrá a cantar. Si os preguntáis que es lo que canta os recomiendo buscar en youtube: "Death Eater Tango" de "The Butterbeer Experience" y que la disfrutéis tanto como lo hago yo o como lo hace MiladyMelara, para la cual añadí ese guiño (y porque, realmente, Trixie estaba deseando cantarla).

Por último, la principal inspiración del cartel es uno de los pósters de "Enantada: la historia de Giselle", además le pertenencen la mano de Bellatrix y la ropa del príncipe Harry. El resto de las imágenes pertenecen a la Warner Bros., excepto la cabeza de Dan que pertenece (obviamente) a Dan y el cuerpo de Draco, que es de MRBee30 (en deviantArt).

Advertencias: Slash, AU, posibles anacronismos.

Notas: Llevo siglos queriendo escribir esta historia. Las ideas han volado y las anotaciones se han sobrepuesto y este es el resultado. Escrito para Potteriza a los clásicos de la comunidad Desmaius. Gracias a Maia Sharairam y a Lilith Evans Black (¡trabajad, esclavas, trabajad!) por el beteo y la ayuda.

Por último señalar que el fic ya está terminado. Consta de cinco capítulos y de unas 16k largas de palabras (si contamos este mega―ultra―prólogo quizá llegue a las 17k). Lo iré publicando dos veces por semanas (martes y viernes, creo).

En fin, después de toda esta chapa (necesaria pero chapa):

~X~

"¿Y qué me cuentas de la princesa?"

"¿Princesa?"

" Siempre hay una princesa con deslizantes vestidos bancos."

Drácula, de Bram Stoker.

~X~

LA MANZANA DE LOS MUERTOS EN VIDA

CAPITULO 1: Espejito, espejito, ¿quién es en la Tierra la más bella de todas?

Érase una vez, en un reino mágico, un joven príncipe que, a pesar de que vivía rodeado de riqueza y opulencia, no era feliz. Su malvada tía, regente de su reino, se aseguraba de que así fuese. Pues, Bellatrix, que así se llamaba, no disfrutaba más que de la desgracia ajena. Desde su llegada al trono, había malgastado la hacienda de los difuntos padres de Draco y explotado a sus aldeanos.

Era abril y el príncipe Draco no esperaba que nada cambiara. Estaba tumbado sobre su mullida cama, con los ojos entrecerrados, intentando recuperar el sueño. Unos molestos rayos se filtraban entre las pesadas cortinas de su habitación. No quería levantarse porque sabía lo qué le esperaba más allá de su cama, de su cómoda y calentita cama.

Entrecerró los ojos y suspiró, dejándose vagar por sus deseos. Casi podía verse a sí mismo sentado en el trono de su padre y ordenando que ahogaran a la bruja de su tía cuando un ¡plop! le sobresaltó.

― El amo Draco debería levantarse ya. Al ama Bellatrix no le gusta que duerma hasta tan tarde― dijo la voz aguda de un elfo doméstico del que no se había molestado en aprender el nombre. Con un gruñido de protesta, se incorporó.

― Lárgate― farfulló, aún debajo de las sábanas.

― Como desee el amo Draco― el elfo, una criatura pequeña y nudosa, con una gran nariz y ojos saltones, hizo una pronunciada reverencia―. El ama Bellatrix le espera para el desayuno.

Con un suspiro de resignación, salió de la cama con parsimonia. Saboreó el frío de la mañana, que le despertaba, y el contacto de sus pies descalzos sobre la gran alfombra de piel de león que se encontraba junto a su cama. Se deslizó por su cuarto hasta llegar a un gran armario y lo abrió con desgana.

Pasó sus dedos por las delicadas telas y escogió sin pensárselo mucho. Unas mallas ajustadas de color beige, una camisola de mangas anchas y color índigo, y unos botines de cuero. Se cepilló con rapidez el cabello hacia atrás y se permitió observarse en el espejo durante unos segundos.

Era todo un hombre, había cumplido diecisiete años el verano pasado, con el cabello rubio platino echado hacia atrás y la cara pálida y alargada. Alto, de espaldas anchas y algo delgaducho. Era la viva imagen de su difunto padre.

Suspiró.

¡Plop! El elfo volvió a aparecer. Sobresaltado, se encontró con la mano a medio camino de su cintura, como si fuera a desenfundar un arma.

Un arma invisible. Tragó saliva y se irguió, intentando conservar su altivez:

― ¿Qué?

― El ama Bellatrix ordena que baje, amo Draco. El ama Bellatrix dice que si no baja ahora mismo, el amo Draco no se debe molestar en bajar ya― el elfo parecía aterrado por lo que estaba diciendo―. El amit…

― Cállate― ordenó Draco, dándole una patada al siervo de camino a la salida. El elfo se tiró de las orejas sumisamente y desapareció con su característico ¡plop!

Su tía estaba esperándolo en el comedor. La habitación era amplia, con una única mesa alargada rodeada de sillas, llena de cuadros y tapices que miraron a Draco en cuanto entró.

― Espejito, espejito― decía su tía a un espejo de mano, plateado y alargado. Draco la había visto miles de veces hacer aquel ridículo ritual mientras desayunaban―, ¿quién es en este reino la más poderosa?

― Tú, mi reina, eres la más poderosa de este reino― respondía siempre una voz sibilante, seductora. Y entonces tía Bella sonreía y dejaba el espejo junto a su copa, con inmenso cuidado.

En una ocasión, cuando Draco era pequeño, había conseguido robarle el espejo a su tía. Del susto que se había llevado al ver el rostro cetrino de un hombre calvo, sin nariz y de ojos rojos casi lo rompió. Tía Bella había aprovechado la ocasión para enseñarle que no debía tocar sus cosas.

Draco no había vuelto a intentarlo.

― ¡Querido niño!― exclamó su tía con voz aguda, inusualmente feliz―. ¿Sa―a―a―bes qué día es hoy?― canturreó.

― Feliz cumpleaños, tía― respondió Draco tomando asiento en el otro extremode la mesa. Decorada con un estrecho mantel con motivos bordados con hilo de oro, estaba llena de exquisitos manjares.

Su tía sonrió satisfecha mientras se metía un trozo de pastel de fresas en la boca. Había demasiada comida, pensó Draco mientras desayunaban en completo silencio. El único sonido que se oía en la alargada sala eran los repiqueteo del tenedor de su tía contra el plato de porcelana y los pequeños ruidos que producía cuando probaba algo que estaba especialmente bueno. Cada vez que gemía, Draco se tensaba y deseaba con todas sus fuerzas salir de la sala. La idea de su tía gimiendo era perturbadora, con su sonrisa lasciva y su mirada condescendiente.

Cuando ya estaba a punto de disculparse y correr hasta su habitación, las puertas del comedor se abrieron de par en par y entró un soldado. El hombre se acercó hasta su tía y le susurró algo. Ella cabeceó sin mucho entusiasmo y, al cabo de unos segundos, entró por la puerta Pansy Parkinson seguida por dos criados que cargaban un paquete envuelto.

Pansy era la hija de un Barón y la única amiga que su tía le había dejado tener. Probablemente fuera porque el Barón Parkinson tenía mucho dinero y cada vez que Pansy iba a visitarlos le traía un carísimo presente.

― Es la última moda― explicaba la muchacha sonriendo ampliamente―. Viene traído directamente desde el Reino de Hufflepuff.

Tía Bella asintió sin mucho entusiasmo:

― ¿Quieres sentarte y desayunar, querida?

― Muchas gracias pero ya he desayunado y…― Pansy señaló su delgada cintura comprimida bajo un vestido rosa con pomposos volantes y rió tontamente―. En realidad, quería ir a ver unos puestos al mercado y me preguntaba si Draco podría acompañarme.

Draco evitó jadear de sorpresa. Apenas había salido en tres ocasiones del castillo y dos de ellas habían sido cuando sus padres todavía vivían. Normalmente su tía le tenía prohibido salir, pero aquel día sonrió lentamente y asintió.

― Claro― murmuró―. Traedme algo bonito. Un broche― especificó llevándose la copa a los labios.

Draco apenas tardó unos segundos en levantarse y llegar hasta Pansy, que tuvo que esforzarse por no sonreír.

― Buscaré el broche más hermoso de todos― inclinó ligeramente su cabeza y salió de la sala, seguida muy de cerca por Draco.

― ¡No puedo creerlo!― susurró a su espalda.

― ¿El qué?― Pansy arqueó una ceja―. ¿Qué vistas como un mozo de cuadra?

Draco se paró con brusquedad, ofendido: ― No visto como un mozo de cuadra.

Pansy bufó y le hizo un gesto para que siguiera andando.

~X~

― ¿Sabes?― murmuró Pansy mientras observaba los broches de un pequeño puesto―. Tengo un plan.

Draco aún no tenía claro si le gustaba estar en la villa o no. Por un lado estaba rodeado de chusma y de animales, y olía mal y estaba sucio. Por el otro, todo tenía vida. Los niños corrían de un lado a otro, había música de fondo y los mercaderes mostraban objetos preciosos.

― Ese es horrible, Pansy― bufó Draco al ver el broche que le enseñaba―. ¿Un plan para qué?

― ¡Para colarte en la fiesta, por supuesto! ¿Qué tal este?― el broche representaba la cabeza de un león con dos rubís como ojos.

― Mi tía te lo hará comer si se lo llevas― replicó―. Y no voy a ir a esa fiesta.

― ¿Por qué no?― se lamentó―. Va a ser divertido. Y habrá príncipes de otros países.

Draco arqueó una ceja, intentando pensar en porqué eso debería interesarle a él:

― Ya sabes que no lo tengo permitido.

― Por eso tengo un plan― respondió resuelta―. Y es un plan magnífico, si me permites decirlo.

― ¿Puedes repetirme porqué debería ir?

― ¡Porque hay príncipes!

― ¿Y qué?

― ¿Y qué? ¡Draco, los príncipes tienen ejércitos!― Draco se mordió la lengua para no replicarle que él era un príncipe que no tenía ninguno, pues había entendido lo que Pansy estaba diciendo. Ambos sabían que, aunque el reino debería pasar a manos de Draco en junio, su tía no lo dejaría ir tan fácilmente.

Quizá con un poco de ayuda del exterior…

― Está bien, ¿cuál es ese plan?

― Creo que voy a comprar este― señaló uno alargado, engarzado, con forma de espada. Le hizo un gesto a uno de sus criados para que se ocupara de la transacción―. Bueno, verás, en realidad es muy sencillo. Tan sencillo que… ¡AH!

Un niño pasó corriendo por debajo de los faldones de Pansy y esta se ruborizó hasta las cejas:

―¡Maldito bastardo!― chilló perdiendo los papeles―. ¡Vuelve aquí, mequetrefe!

― ¡Atrapad al ladrón!― un hombre perseguía al muchacho. Iba con tanta prisa que pisó el dobladillo del vestido de Pansy, trastabilló y cayó al suelo.

― ¡Y tú!― Pansy tiró de su vestido, que se había quedado pillado debajo del cuerpo del hombre―. ¡Mira por dónde pisas! ¡O te mandaré azotar!

El hombre miró a Pansy fijamente y luego pasó su vista a Draco. Tenía el cabello largo, castaño, muy rizado y recogido en una cola baja. Llevaba un jubón morado y unas calzas negras. Y era indudablemente, vista más de cerca, una mujer.

― ¡Oh! ¡Perdón!― se incorporó con paso poco firme, ignorando la amenaza de Pansy―. Se me ha escapado, ¿habéis visto por dónde se ha ido?

― ¡Hermione!― exclamó una voz a sus espaldas. Draco giró la cabeza y vio a un hombre joven, probablemente de su edad, que llevaba al muchacho de antes cogido por el cogote. El hombre, que jadeaba por la carrera, tenía un horroroso cabello negro que iba en todas direcciones y los ojos grandes y verdes. Vestía un justillo a juego con sus ojos, bermejas oscuras y botas de montar. Además, a su cinto llevaba una imponente espada de gemas rojizas―. ¡Lo tengo!

En su otra mano llevaba un libro ajado, que mostró a la muchacha. Ella se lo arrebató sin muchas contemplaciones:

― Como le haya pasado algo, monstruito― gruñó, pasando sus dedos por las páginas.

― Hermione, no seas así, probablemente lo necesitara― replicó el hombre, sonriendo un poco. La expresión de ella cambió en el acto y asintió torpemente―. Toma, muchacho. Intenta no volver a robar.

Unos cuantos galeones acabaron entre los dedos del niño:

― Mu… muchas gracias, señor― graznó el pequeño al ver sus manos llenas de oro y salió corriendo.

― ¿Qué? ¡No! No tiene ningún derecho, señor― Pansy dio un par de pasos hacia él―. Debería ser castigado, ¡no recompensado! Voy a llamar al alguacil, ¡mire como me ha dejado el vestido!

― Solo era un niño― le quitó hierro el hombre de la espada―. Un niño hambriento, por cierto.

― ¡Usted no sabe con quién está hablando!― Pansy golpeó su pecho con uno de sus dedos, amenazador.

― Pansy…― Draco tiró levemente de su brazo.

― ¡Exacto! Soy Pansy Parkinson, hija del Barón Parkinson. ¡Deberías agradecerme que no…!

― Pansy, déjalo― insistió. Draco únicamente podía ver aquella espada colgada de su cinto. Era de clara manufactura goblin y eso solo podía significar que quien la llevaba era alguien importante. O un ladrón. En cualquiera de los dos casos, alguien que debería saber utilizarla―. Yo te compraré otro vestido.

Ella lo miró fijamente y arrugó el ceño, olvidándose del asunto.

― ¿El que yo quiera?― preguntó con voz lastimera.

― Vamos, tenemos prisa― insistió. El hombre de la espada lo miraba con curiosidad, mientras que la mujer del libro tenía una expresión un poco estúpida en sus labios.

Tras una última ojeada, Draco tiró con fuerza de ella.

~X~

Normalmente, después de comer Draco corría hasta las mazmorras del castillo para tomar clases de magia. Era la única cosa en la que se había atrevido a contradecir a su tía. Severus Snape, el maestre, se dedicaba a enseñarle los entresijos de la magia a escondidas.

Y es que Draco, como el resto de nobles del lugar, era un mago. Su posición era un privilegio por nacimiento. Había ocasiones en las que algunos plebeyos nacían con el don. Snape le había contado que en algunos reinos los nobles acogían y educaban a estos muchachos. Draco, por su parte, opinaba un poco como su tía Bella. Al menor rastro de magia en la plebe, a criar malvas.

Sin embargo, aquella tarde, se encontraba encerrado en su cuarto con la parlanchina de Pansy. Esto se debía a que, con los preparativos de la fiesta cumpleaños de tía Bella, Snape estaba muy ocupado haciendo no―sé―qué poción.

― Y entonces Daphne, la hija mayor de Lord Greengrass, me dijo que ella no tocaría en toda su vida a un media sangre― rió―. ¡Ni que ella fuera mucho mejor! Mi padre dice que su bisabuelo bajaba a la villa de al lado para ver a una tabernera. Y esas desviaciones se heredan, ya lo sabes― añadió firmemente.

― ¿A quién le importa a quién se follaba el decrépito Lord Greengrass?― se quejó Draco, aplastándose el pelo contra el cráneo.

― Eres un malhablado― se quejó arrugando su naricita, mirando por la ventana―. Si no te interesan los cotilleos, podríamos hacer algo útil. Podrías ayudarme a vestirme para esta noche.

― Explícame porqué eso es algo útil― bufó―. Además, todavía no me has dicho como me vas a colar esta noche.

Pansy se miró las uñas, perfectamente cortadas, y suspiró melodramáticamente:

― Si quieres que te lo diga vas a tener que prometerme algo.

― ¿El qué?― preguntó con desconfianza.

― Que― Pansy se mojó los labios, para darle dramatismo― no vas a quejarte. Ni un poquito.

Draco lo consideró un par de segundos y luego negó con la cabeza:

― Probablemente sea el plan más estúpido que haya oído en mi vida. Olvídalo, pienso quejarme.

― Está bien. ¡Dipsy!― llamó. Con un ¡plop! se apareció ante ellos una elfina muy anciana con una nariz alargada y afilada―. Dipsy, tráeme los vestidos, por favor.

― ¡Oh! ¡Está bien, tú ganas! No me quejaré― gruñó Draco aterrado ante la idea de que Pansy decidiera pasarse el resto de la tarde pensando qué vestido le quedaría mejor.

Ella simplemente sonrió con maldad.

~X~

Pansy estaba preciosa, pensó Draco con un deje de envidia al mirarse en el espejo. Y eso que no era especialmente guapa, pero el vestido color borgoña que llevaba le sentaba como anillo al dedo y los chapines la hacían parecer mucho más alta. Él, sin embargo, parecía la cosa más estúpida que había visto en toda su vida.

― No pienso bajar con esto puesto― gruñó, incómodo. El corsé le apretaba como mil demonios y apenas podía respirar.

Y es que, el plan magnífico de Pansy había resultado ser vestirlo como una doncella y colarlo en la fiesta como si fuera una invitada más. ¡Una!

― Oh, vamos, estás adorable― replicó ella, acomodándole el faldón.

― Me veo ridículo. Todo el mundo se va a dar cuenta― rezongó―. Además, ¿cómo pretendes que consiga apoyos vestida como… una chica? ¡Nadie me va a tomar en serio!

― Tonterías. Todo el mundo está dispuesto a ayudar a una dama.

― ¡Pero yo no soy una dama!

Y ni siquiera parecía una, añadió para sí mismo. Tenía la cara demasiado alargada y era tan alto que Pansy, con sus chapines de quince centímetros, apenas le llegaba a la altura de su nariz. Parecía una broma, con sus brazos alargados, sus manos grandes y su pecho plano.

― ¿Por qué haces esto, Pansy?

― ¿Por qué hago el que?― preguntó distraída, mientras pasaba una mano por su cabello―. Que corto tienes el pelo.

―Podría haberme colado como un hombre― explicó, apartándola con molestia―. Me podría haber puesto una careta. O una peluca.

― Se habrían dado cuenta― replicó Pansy sin inmutarse, mientras sacaba su varita―. Además, no hubiese sido tan divertido. Cierra los ojos.

Obedeció, sintiendo un nudo en el estómago. Las palabras de Pansy se le clavaron en el cerebro. No hubiese sido tan divertido. ¿Qué se suponía que era? ¿Un elfo doméstico? ¿Un bufón?

Pansy murmuró unas palabras y golpeó tres veces su varita contra su nariz.

― ¿Qué haces?

― Bueno, ya sabes, para que parezcas un poco más femenino― Draco se echó un poco hacia atrás y arqueó una ceja.

― ¿Estás de broma?

― Vamos, déjame alargarte un poco el pelo, te puedo hacer tirabuzones― se señaló su propio cabello con la varita.

― Ni se te ocurra volver a apuntarme con eso.

Pansy bufó y puso los ojos en blanco:

― Al menos déjame maquillarte.

~X~

Continuará.