Disclaimer. Joder, lo de siempre. No me pertenece nada, solo el escrito y la idea.

Advertencias. PWP. Y creo que se me ha colado un poco de OoC por ahí, no me lo toméis mucho en cuenta. Spoiler mínimo del penúltimo arco.


Noble Maiden

I.

No es culpa de una doncella no ser como se espera que sea. Pero para Ciel es diferente, él solo es un muchacho que tiene todo lo que quiere, y que ha llegado muy lejos. A pesar de eso, no puede evitar dirigirles miradas discretas de vez en cuando en la calle.

No a las chicas, sino a sus vestidos. Sus encantadores vestiditos, cuyas faldas rebotan con gracia en los traseros femeninos, y se menean de un lado a otro con cada paso. No puede decir por qué, pero le encantan.

Y oh, los zapatitos. Le gustan los taconcitos, esos de charol que son tan comunes y abundan tanto, los sencillos, con algún que otro lazo u adorno, no demasiado llamativo. Pero los que más le gustan son esos que se atan con lazos en las piernas. Siente un no-sé-qué irremediable cuando los ve, pero solo en los escaparates de las tiendas, pues ninguna niña o mujer los suele usar.

De vez en cuando, el mayordomo capta esas miradas rápidas y disuladas que Ciel les lanza, cautelosas.

- ¿Al joven señor le están empezando a llamar la atención las muchachas?- pregunta uno de esos días, cuando Ciel está recorriendo con su mirada un precioso vestido azul que porta una linda muchachita de ojos verdes y pelo negro como el de un cuervo. Pero aunque fuera el mismísimo Lucifer quien lo llevara, Ciel ni siquiera se daría cuenta, pues el vestido es lo único que lo atrapa.

Ciel gira la cabeza hacia Sebastian, aún con la mirada puesta en la prenda, disfrutando unos últimos momentos de la vista.

- ¿Cómo dices?- pregunta, aún distraído.

Sebastian suelta una risilla.

- Parece que lo tienen más encandilado de lo que pensaba.- le echa él ahora un vistazo a la joven, que dobla la esquina y se pierde finalmente de vista.- Decía que parece usted muy distraído por las muchachas.

Ciel se sonroja, y justo cuando va a nombrar el verdadero objeto de su admiración, se da cuenta de que eso sería aún más humillante, así que cambia de opinión y asiente.

- Un poco, sí.

- Supongo que es lo normal a su edad; con catorce años no puede esperarse uno que aún siga ignorando la llamada de la naturaleza.

- ¿Llamada de la naturaleza? ¿A qué te refieres con eso?- Ciel alza una ceja, curioso de veras.

- Procreación.- responde simplemente el mayordomo.

Ciel se sonroja de pronto, y Sebastian se extraña ante semejante reacción, luego recuerda que con esa clase de temas hay que tener cierto tacto, y más aún con un muchacho que aunque se crea lo más adulto y maduro del mundo aún se sonroja al oír la palabra "pecho".

- Discúlpeme, señor. No pretendìa ser brusco y decirlo de sopetón.

- No, no pasa nada.- Ciel hace un pequeño ademán con la mano, como restándole importancia al asunto, aunque aún sigue sonrojado como si alguien le hubiera estampado dos cerezas, una en cada mejilla.

Carraspea y apremia el paso, evitando esta vez mirar a otra parte que no sean sus propios zapatos con tacón, pero de varón, golpeando el suelo con ritmo.

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De vez en cuando se acuerda de aquella vez en el bosque, cuando se vistió con la ropa de Sieglinde para despistar a Wolfram.

Le gustó bastante la sensación de la tela contra su piel. Se había percatado de que la tela de los vestidos es más suave y delicada que la de sus trajes; incluso en ciertas ocasiones, cuando veía a Nina confeccionando el modelo previo de alguno de los vestidos que él le encargaba para Elizabeth, apreciaba cómo las telas eran diferentes, y que incluso las trabata con mimo y cuidado cuando las manejaba. Además, el vestido de Sieglinde le había parecido más cómodo, pues las faldas no se cerraban sobre las piernas como los pantalones, sino que las envolvían, y cubrían sin que se sintieran aprisionadas. El corpiño también le había gustado, y había sabido apreciar la belleza de la prenda. También le había maravillado el vuelo.

El mismo día de aquella conversación, ya por la tarde, el pequeño tontea en la biblioteca con la idea de volver a ponerse un vestido. No por mucho tiempo, solo para probar, claro. Quizás solo son tonterías, y en cuanto vuelva a ponerse uno, se percatará realmente de la ridiculez de la situación.

- Sebastian.- llama, sentado en una butaca. El mayordomo aparece de inmediato.

- ¿Sí?

- Necesito que llames a Nina.- el pulso empieza a disparársele ante la sola idea de tener un vestido entre sus manos.- Y le encargues un vestido.

El mayordomo alza una ceja, confundido, después desliza una pequeña sonrisa traviesa por su rostro.

- ¿Tiene esto algo que ver con lo de esta mañana?- pregunta, arrimándosele hasta que puede contarle las pestañas.

Ciel se sonroja un poco.

- Sí.- dice simplemente, pensando que, en realidad, no está mintiendo. Si el mayordomo cree que se refiere a muchachas, es su problema.

- ¿Así que piensa obsequiar a alguna joven en especial con un vestido?

- Mmph.- solo lanza un pequeno gruñido, pero internamente le da las gracias a Sebastian por darle excusas, quitándole a él el esfuerzo de hacerlo.

- Vaya, vaya, ¿qué dira la señorita Elizabeth...?- Sebastian alza la mirada, fingiendo preocupación.

Ciel pega un respingo en el asiento. No sabe qué es peor, que Lizzie sepa lo de los vestidos o que crea que anda detrás de alguna muchacha cualquiera.

- ¡Ni se te ocurra decirle nada!- exclama, clavándole el dedo índice en el pecho.- Ni lo menciones.- suspira.- Solo dile a Nina que confeccione un vestido, nada más.

Sebastian ríe y asiente mientras se incorpora.

- ¿Algún diseño en especial?

Ciel lo piensa un momento.

- Sí. Ah, y compra unos zapatos.

- ¿Qué clase de zapatos?

Ciel sonríe.

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Un vestido verde oscuro con detalles negros, voluminoso y de estilo alemán, con un enorme lazo detrás. Corpiño ajustado con botones lisos y dorados, tres a cada lado, y de mangas largas y anchas, con el borde ajustado en la muñeca.

De su propia talla, le había dicho a Nina, pues la muchacha a la que iba, supuestamente, destinado, era de complexión parecida a la suya.

Cuando Sebastian se lo entrega, no hace más preguntas, pero Ciel sabe que ha notado el increíble parecido con el vestido de Sieglinde. Sí, ha decidido basarse en ese vestido en particular porque es gracias al cual comenzó a interesarse por dicha prenda. Le complace ver que las telas son prácticamente las mismas.

- Allá vamos...- murmura, con el estómago revoloteándole de expectación. A su lado descansan los zapatos que Sebastian ha traído, con las cintas serpenteando sobre el suelo.

Tarda unos cuantos minutos en ponerse el dichoso vestido, a pesar de que es relativamente fácil hacerlo; para alguien que está acostumbrado, claro. Se pregunta, lleno de sudor, cómo las niñas no pierden las ganas de vestirse cada día. Claro que las chicas que pueden permitirse esa clase de vestidos usualmente tienen doncellas que se los pongan.

Ya, por fin. Se mira en el espejo, y se sorprende un poco. Cuando se puso el vestido de Sieglinde, ni siquiera sabía cómo le quedaba el vestido porque obviamente no había tenido tiempo para andar echándose miraditas en algún espejo. Pero cielos, este le queda estupendamente. Se ajusta perfectamente a él, como si la cálida tela lo abrazara, aunque está un poco rugosa y le roza los pezones y las pantorrillas, pero aquello le da gual.

"Solo un momento", se repite a sí mismo. Luego se lo quitará y le dirá a Sebastian que ha cambiado de opinión con respecto al obsequio del vestido, y le ordenará que se deshaga de él. La sola idea de destruír la preciosa prenda le revuelve el estómago, pero no tiene otra opción.

Se pone los zapatos, que también le entran como un guante. Y se ata las cintas como puede, alrededor de la pierna.

Vuelve a mirarse en el espejo, y se vuelve un poco para poder verse por detrás. El enorme lazo verde le llama la atención, y le sorprende que le guste tanto.

- Bendita Nina.- farfulla. Aunque sea una mujer molesta y algo pesada, debe admitir que eligió bien su profesión.

Mueve los dedos de los pies dentro de los zapatos, como para adecuarlos al pie. Luego, pensándolo un pequeño momento, comienza a dar vueltas por la habitación, con los ojos cerrados, cual bailarina. Bueno, bailarín.

Ah, el vuelo. La falda ondea ampliamente a su alrededor, pero no demasiado, pues son muchas capas y la hacen pesada, y Ciel es demasiado menudo como para poder ejercer la fuerza suficiente que las mueva bien.

Gira, y gira; se está empezando a marear, pero no le importa. Ríe bajito cuando analiza la situación. Él, el Conde Phantomhive, llevando un vestido (por voluntad propia) y luciéndolo como una muchachita, probándolo como si su madre se lo hubiera regalado por su cumpleaños o por su compromiso. De pronto, se avergüenza enormemente de sí mismo, y antes de que su mareado cerebro ejecute el deseo de Ciel de cesar la extraña y eufórica danza, un ruido en la puerta le hace detenerse de golpe, instintivamente.

El corazón, que desde que se había puesto el vestido llevaba un ritmo frenético y peligroso, parece detenerse de golpe. Allí está Sebastian, mirándole con los profundos y perversos ojos escarlata muy, pero que muy abiertos, aún agarrando el picaporte, e incluso con un pie en el aire.

Ciel comienza a negar frenéticamente con la cabeza, y avanza un paso tambaleante hacia él, en un intento desesperado de hacer que el demonio olvide lo que ha visto.

- ¡No! - exclama.- Mierda.- farfulla para sí mismo.- No es... lo que crees. Yo no...- la voz se le traba, la humillación es demasiada, casi insoportable. Teme desmayarse ahí mismo, aunque quizás eso sea lo mejor.

- ¿Qué estaba haciendo?- pregunta el demonio, aunque ya sabe la respuesta; es la primera vez que está tan sorprendido que formula una pregunta retórica sin estar haciendo gala del sarcasmo.

- ¡Te he dicho que no es lo que crees!- exclama Ciel, sin escuchar siquiera lo que ha dicho.

Sebastian se recupera apenas de la impresión.

- Entonces... explíqueme lo que es.- responde, viendo cómo el pequeño se desespera más y más poco a poco.

- Me he...- alza la cabeza de manera altiva, aunque sabe que eso no le funcionará en una situación como esta.- puesto un vestido.

- Eso ya lo veo.- alza una ceja y cierra la puerta.- ¿Por qué?

Ciel cierra los ojos con fuerza, envuelto en su pequeño vestido. Aprieta las puños y sorbe por la nariz.

- Pues porque sí.- responde en el tono más desenfadado del que es capaz, como si no fuera nada extraño que precisamente él lleve un vestidito.

Sebastian niega con la cabeza mientras ríe suavemente, su típico gesto de "no-tiene-remedio" que Ciel conoce tan bien, mostrándole que no se está riendo de él, porque lo que menos le hace falta al muchacho en estos momentos es que Sebastian se carcajee de su persona.

- Está bien. Y asumo entonces que no le gusta ninguna muchacha. Ni siquiera las miraba a ellas, ¿verdad?

Ciel no responde, y es el silencio el que responde al mayordomo.

Sebastian es consciente de que este sería un momento perfecto para humillarlo y burlarse de él pero, extrañamente, no lo considera buena idea. Resuelve humillarle en cualquier otro momento menos ese, porque sabe que oportunidades tendrá, y muchas.

- Le sienta bastante bien, de hecho.- menciona al cabo de un rato de incómodo silencio.

Ciel alza su cabecita azulada como un resorte, colorado como un tomate, para encarar al mayordomo, que lo mira con una de esas sonrisas tan irónicas.

- Qué cosas dices, estúpido.- desvía la vista. Tras tragar saliva, la vuelve a dirigir al mayordomo, y con voz trémula, añade.- ¿De verdad?

- Yo nunca miento, señor, ya lo sabe. Además, no hay más que ver cómo giraba por la habitación, feliz como un gato saciado de leche. Resulta obvio que sabe que le queda bien.

- ¿Cuánto has visto?- pregunta Ciel con cautela.

- No lo suficiente, de eso estoy seguro. Verle feliz es... ciertamente inusual.

- No estaba... feliz. Solo me gusta ver el vuelo, me hace gracia.- miente, cada vez más desesperado por conseguir restarle importancia.

- Difícilmente puede ver el vuelo con los ojos cerrados.- responde Sebastian, con un tono de voz bastante pícaro.

Si fuera un gato, Ciel habría agachado sus orejas al máximo, cuando su excusa se había visto desbaratada en tan solo un segundo escaso.

- Bueno, sí, vale. Tú ganas.- se sienta en el suelo, disfrutando a pesar de todo de cómo la falda se desparrama como agua a su alrededor.

- Cualquiera diría que es usted una doncella, señor.- se arrodilla frente a él.- Pero no una doncella justa, ni una noble.

Ciel se cruza de brazos, molesto, y chasquea la lengua mientras trata de sacar un trozo de tela aprisionado bajo la rodilla de Sebastian.

- ¿Qué demonios pretendes decir con eso?

- Quiero decir lo que quiero decir.- ríe.- Las doncellas son, precisamente, doncellas. Y eso no es un sustantivo cualquiera. Implica pureza, sí. Pero también ingenuidad, inocencia. También se habla en las canciones celtas de doncellas nobles. Doncellas justas. Así que podría decirse que es usted una doncella, pero irónicamente, sin poder aplicarle a la palabra nada de lo que le hace ser precisamente esa palabra y no cualquier otra.

- No he entendido nada. Pero asumo que lo que tratas de decir es no soy precisamente digno de adoración por los puritanos.- consigue liberar la tela.- Y tú tampoco. Y eso ya lo sabemos tanto tú como yo.

- Sí, por supuesto.- haciendo alarde de la galantería que se sobrepone a su instinto de demonio, le coge la pequeña mano y le besa el dorso con una intensidad abrumadora.

Ciel se sonroja.

- Puede que yo no sea justo (*)- dobla sus dedos hacia dentro, afianzando el agarre sutil de la mano de Sebastian, que aún no aparta aus labios, pero tiene la mirada clavada en la de Ciel.- Pero tú tampoco.

Y sin que Sebastian lo espere, Ciel tira de la mano que sostiene la suya, cortando el beso, pero reemplazándolo por otro, en otro lugar.

No, definitivamente su señor no es nada justo.


(*) En este momento se refiere a justo como, bueno, el sentido literal de la palabra. Como en "mierda, eres injusto"

Lo que Sebastian dice sobre doncellas justas/nobles se refiere a la pureza de las doncellas como tal. A la delicadeza, inocencia y todo quello.

Tanto el título del fic como lo que Sebastian dice se basan en la canción Noble Maiden Fair, de la película Brave. Me encanta esa canción, y esa película, y el gaélico, y Escocia, así que why not.

Por otro lado, la idea del fic me surgió tras admirar por vigésimotrigésima vez la imagen en la que la pequeña Sieglinde está apunto de entrar en una doncella de hierro ajena al peligro que tiene el dicho instrumento de tortura.

Doncellas, doncellas por todos lados, ya véis. Y también juegos de palabras y finales abiertos, y besos por que sí sin resolución de sentimientos, ME ENCANTAN.

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Otro fic. Madre mía, me asusto hasta yo. Y aún quedan más PWP (no miento si digo que me estoy aficionando abiertamente a ellos)

Bueno, muchos de mis fics son PWP, pero hasta ahora no recordaba que eso existe como categoría, así que ahora lo admito: sí, son PWP, no, no hay argumento sustancial, pero si lo has leído quiere decir que sabías lo que te ibas a encontrar, culpa tuya si has sufrido una decepción.

Hasta el próximo fic :'(