Disolución moral
Se puede decir que Bismarck Waldstein tiene numerosos recuerdos de lady Marianne, desde antes de que ella tuviera un título, cuando ella no era más que otra soldado sin estirpe de la cual disponer, con gran talento y una belleza difícil de ignorar. Pero en cierto modo, el primero es de ella inclinándose y diciendo "Buenos días, su alteza", provocándole una sonrisa que le resta diez años, antes de subir su pistola hacia el blanco en la pista. Que no es un muñeco, sino una persona.
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Bismarck no tiene tiempo de decir nada, solo abre la boca con horror y los disparos de Marianne convierten a la muchacha, en evidencia por sus ropas, una campesina europea que quizás ni habla el idioma británico, en una muñeca caída sobre un charco de agua roja.
El sudor frío le baña la cara y tiembla. Son los únicos allí. Marianne tararea una canción infantil y salta al interior de la pista iluminada con el blanco lánguido de los tubos suspendidos por encima de su cabeza. Va por allí como si fuese una modelo en pasarela y Lord Waldstein, sin color en la piel, enfermo y casi desmayado (porque no hay honor en esa muerte, ni siquiera necesidad), trata de buscar los resquicios de cordura, perdidos por la sorpresa, para llamarle la atención, indignado.
Entonces Marianne se inclina sobre su víctima, le aparta el cabello ensangrentado del rostro igualmente rojo, usando la punta de su pistola.
-¿C.C.? Levántate pronto, antes de que Lord Waldstein comience a tener una idea equívoca de mí y decida ejecutarme.
Bismarck no puede moverse y se pregunta en la distancia si es un juego óptico por las luces el que tenga la impresión de que la joven ha parpadeado.
-Y ya que estamos, podrías pensar en darle lo mismo que a mí. Se me ocurre que los dos tenemos un gran futuro en este Imperio. Nuestro éxito es también el tuyo, querida bruja.
En eso piensa Lord Waldstein, casi veinte años más tarde. La escena se repite hasta cierto punto: en la misma pista remodelada, Luciano le parte el esternón con una afilada daga a una muchacha de piel oscura, prisionera de una de las rebeliones en Nigeria. El muchacho salta a la pista con orgullo de cazador que va a levantar su presa. Se inclina sobre ella bajo la mirada de Bismarck, reprobatoria pero ya no espantada como antaño. Marianne hizo cosas peores por menos que impulso y él ya las ha presenciado o auspiciado.
-Querida, ya que aún estás tibia, ¿no deseas ofrecerle a Lord Waldstein lo que me dabas cuando respirabas y tenías fuerzas para llorar?
Bismarck lo hubiera suspendido cuando joven. Quizás, hasta lo habría retado a duelo. Lord Bradley hubiera recibido al menos un puñetazo asqueado de su parte. Pero eso fue, ya lo hemos mencionado, casi veinte años y una Emperatriz asesinada atrás.
Ahora ya solo hace una mueca, advierte a Luciano sobre su mal gusto y se retira a meditar sobre los fantasmas que lo rondan, uno específicamente, cuya crueldad puede ser emulada pero sin exactitud.
