Se podría decir que el destino siempre tiene algo preparado para todos, el destino puede traernos la felicidad sin darnos cuenta, eso pensaba al conocer a un chico perdido en mi ciudad, era un chico alto, sus facciones era asiáticas, ojos grandes y rasgados, facciones finas, su cabello negro hasta los hombros y al juzgar por sus facciones e idioma, deduje que era japonés, yo por mi parte era bajita, de piel blanca ojos rasgados y de tamaño normal, por mis facciones me decían "china" , "coreana" o "japonesa" poco importaba, yo era mexicana y aunque mi país no era el mejor, yo había nacido en él y no mentiría por mis raíces.
El joven parecía perdido, llegaba y preguntaba X cosa, pero al no entender estaba el traductor que llevaba a sus espaldas para ello, iba caminando tranquilamente pero ante ello los dos chocamos, fue de esa manera que nos conocimos, por un juego del destino.
Se encuentra bien – aquel joven me hablo en su idioma y extendió la mano.
No se preocupe, estoy, perdóneme a mí – le conteste, había terminado mis estudios de japonés y al parecer no era tan malo.
Oh ya veo eres – le interrumpí.
Soy mexicana – respondí secamente.
¿Entonces? – aquel joven ladeo la cabeza para luego detenerse, puesto alguien le buscaba.
Nogami-san, Nogami-san – el grito provenía de su traductor.
Supongo que hablas español- dedujo el joven.
Así es – me tomo la de mano para salir corriendo.
Sabes ya me canse de ese traductor, mañana quedas contratada – dijo decidido.
Mi nombre es Nogami Natsuki - se presentó ante mí, aquel nombre me sonaba, pero poco importaba ahora.
Blanca Rosales – conteste sin mucho interés.
Después de eso me pidió número de teléfono y se lo di al ver que tendría nuevo trabajo y por ello recibiría paga, además era bueno si deseaba aprender más el japonés además de lo enseñado.
El tiempo paso, una manera rápida, tres meses se fueron, al mes de trabajar con él, comenzamos a salir como pareja, a pesar de que era una persona aburrida, ante ello comenzamos a salir, a los dos meses me pidió matrimonio, al mes ya estábamos casados, de esa manera comenzamos a vivir en Japón.
La noche de bodas no fue la mejor de todas, la culpa residía en mí, puesto el miedo que tenía, me sentía indispuesta, por consecuente el jamás volvió a tocar el tema, gracias a mi el matrimonio había comenzado mal, puesto nunca habíamos intimado y desde esa vez que estaba indispuesta jamás se volvió a tocar el tema, tal vez porque el mismo lo miraba como algo innecesario al vivir juntos, pero ante ello parecía que había un castigo para mí, cuando él llegaba a casa, siempre tenía que estar a su lado aunque no habláramos y solo estuviéramos en silencio, al parecer era un castigo, quería matarme de aburrimiento.
Tras las vacaciones fui a visitar a mi madre, como siempre me preguntaba sobre mi vida, mientras él fue a comprar algunas cosas, el español le era más fluido, entre los dos aprendíamos más de nuestros idiomas, aunque le costaba trabajo hacerlo, pudo lograrlo, además de que había ido con mi padre.
¿Qué tal tu matrimonio? – pregunto mi madre.
Va bien, solo que - sonaba caprichosa.
¿Qué sucede? – pregunto extrañada.
Es muy aburrido, es decir, cuando el no está puedo estar en la computadora viendo lo que sea como lo llegaba hacer en casa, o viendo la televisión, también puedo hacerlo mientras está dormido, pero cuando él llega, apaga la televisión, no me permite usar la computadora y quiere que le acompañe a todas partes, aunque no hablemos nada – bufe un poco molesta.
Tienes que aceptar los defecto, es tu esposo – rio mi madre.
Tienes razón – sabía que ante ello mi madre me vería mas como una niña malcriada si seguía alegando.
El tiempo pasó, llegamos a casa, como siempre, la tenia alguna presentaciones, no perdía contacto con mis amigos y padres, les hablaba por teléfono en la noche y me conectaba de acuerdo a los horarios de mi país, solamente lamentaba los días de aburrimiento.
Bienvenido – conteste con una sonrisa.
He llegado – contesto feliz dándome un abrazo – vio la casa de un lado al otro - ¿has limpiado? – pregunto sorprendido.
Así es – sonreí ante ello.
No era necesario cariño, tus manos no se han de ensuciar, además para eso estoy yo – repuso él.
Pero me aburro – respondí con un puchero.
Puedes ver la tele mientras yo no estoy – contesto ante ello.
Pero – fui interrumpida.
Pero nada – dio aquella sonrisa.
Así eran todos los días, días aburridos para mí, le ayudaba a limpiar, por ende el no deseaba eso, decía que mientras él no estaba me dedicara a un hobbie o salir de casa, ya que cuando el llegara me deseaba ver junto a él, aquel comportamiento tal vez no era muy normal, un hombre gentil, hogareño y en su trabajo lo daba todo, era extremadamente serio, jamás me hablaba mucho de el mismo, si una plática se propiciaba mientras le acompañaba, quería saber más de mí, pero aquello me estaba matando, aquello me aburría demasiado.
