Disclaimer: Ninguno de los personajes me pertenece, son propiedad de Suzanne Collins.
Una noche en el Majestic
Capítulo 1
Nueva Orleans, 1914
La suave brisa de verano que se colaba por aquel callejón atrás de las tiendas hacía ondear su vestido de color azul, al raído, inadecuado para verdadera edad. Katniss Everdeen, de dieciséis años esperaba pacientemente allí. Su cuerpo algo menudo, producto de la alimentación mínima, y sus rasgos aún aniñados le permitían excusarse para hacer uso de uno de los pocos vestidos que poseía. Aquel vestido azul era el que en mejor estado tenía y lo había escogido para esta ocasión tan especial. En uno de sus puños llevaba los acostumbrados quince centavos para pagar el pan. Agradecía internamente que solo la luz de la luna de esa noche de julio fuera la única iluminación posible, dado que si no se notaría más el visible rubor de sus mejillas, porque hoy, hoy luego de pagar el pan dura que sobraba se animaría a declararle su afecto al muchacho del que llevaba prendada un año, tres meses y seis días. Sí, los había contado a los días minuciosamente cuando descubrió que el hijo del amable panadero del condado de Woodmere no le era indiferente.
De pronto un ruido metálico la sacó de su ensoñación, aguzó el oído y sintió las pisadas, su corazón empezó a latir furiosamente y la garganta se le secó. Todo el coraje que había reunido desde que había salido de su casa, diez calles de allí, se había anudado al piso junto con sus viejos botines marrones.
-¿Peeta?- preguntó Katniss, con un hilo de voz.
No hubo respuesta, sin embargo los pasos se hicieron camino hacia ella. Distinguió una figura masculina, la luz de la luna le permitió ver el reflejo dorado y ondulado de su cabello y los chispantes ojos azules. Se relajó. La figura se acercó más y pudo ver en sus ojos algo que no había visto nunca antes, en el tiempo que llevaba de conocerlo.
-Muñeca-dijo una voz masculina, algo pastosa.
Katniss palideció reconocer la borrachera en el hombre y toda su relajación fue reemplazada por profundo temor. Antes de que pudiera huir el hombre la apresó rápidamente, acorralándola contra la pared. Trató de zafarse de su agarre y las monedas que llevaba en la mano cayeron al suelo, haciendo un sonido tintineante al chocar contra el frío piso de piedra que retumbo por todo el callejón. Ella podía oler el alcohol en aquel hombre. Al ver bien se dio cuenta de que era Peeta, su Peeta, totalmente ebrio. Aquello la desilusionó notablemente. Sin demasiado esfuerzo, el joven hombre la volteó, haciendo que su cara se aplastara contra la pared.
-Hace tiempo que llevo deseando esto, muñeca, desde que te vi por primera vez- la voz ronca del hombre y su aliento a whiskey barato la mareaba- es hora de que pagues los panes como se debe.- una mano ágil recorrió el contorno de cuerpo, para situarse rápido sobre uno de sus pechos.
-Déjame, por favor- sollozó Katniss, removiéndose inquieta, tratando de liberarse.- Peeta.
-Lo haré cuando termine- respondió él, con sorna, mientras desprendía rápidamente los botones de delante de su vestido y colaba una de sus manos por allí- Eres deliciosa- murmuró contra la piel de su cuello, para luego dejar una ristra de besos húmedos sobre su suave piel color oliva. El contacto la estremeció, pero con repulsión. Se removió aún al sentir como su pecho era estrujado con rudeza.
Las lágrimas no tardaron en acudir a sus ojos. Trato de alejar lo más que pudo su cuerpo, asqueada de sentir la erección de miembro contra la parte baja de su espalda. Él, al notarlo, se apretó más y con su otra mano comenzó a levantar las faldas de su vestido. Rozando con sus dedos la fina piel se sus muslos.
-¡Te digo que me dejes!- gritó ella y reuniendo toda la valentía que pudo le propinó un codazo en el estómago. Él se encogió un poco del dolor dándole a ella la única oportunidad de escapar. No la desaprovechó. Comenzó a correr lo más rápido que pudo, sin voltear atrás, sujetando la parte de su vestido que estaba suelta. Las lágrimas corrían por su cara, ya no de miedo sino por odio. Odiaba a Peeta Mellark y se odiaba a ella misma por haber llegado a amarlo tanto como para ir en contra de las costumbres de su época y querer declararle su amor.
Unos minutos antes, y ajeno completamente a lo que acontecía, un Peeta Mellark de diecisiete años se pasaba nerviosamente una de sus manos por el cabello, tratando de acomodar sus risos rebeldes con un poco de agua. Se miró al espejo que estaba en el pequeño baño contiguo a la cocina de la panadería y se sintió muy estúpido por hacer eso. Salió de allí, para regresar a la cocina.
-Mierda, es tarde- masculló mirando el reloj negro en la pared. Con apuro tomó las dos hogazas de pan que estaban sobre la mesa de trabajo, asegurándose, como siempre, que no fueran las más duras. Hoy, como casi todas la noches, vería a Katniss, la chica que lo tenía loco desde que tenía uso de la razón. Pero hoy haría algo muy distinto y por eso estaba nervioso. De pronto, cuando estaba tomando el pomo de la puerta, escuchó un grito. Aquello lo obligó a encender la luz de la cocina, que hasta ese momento solo estaba iluminada por la luz de la luna que se colaba por el ventanal. Él y Katniss hacían su transacción a escondidas, ocultos en la oscuridad de la noche, porque si su madre, Ethel Mellark, se enteraba de aquello, sus gritos se escucharían hasta en Nueva York, además de que conseguiría una buena tunda. Peeta siempre insistía en regalarle los panes y ella en pagarlos. Al final, a regañadientes, terminaba aceptando los centavos que ella le da.
La luz inundó el callejón y el rechinido de las bisagras de la puerta musicalizaron el callejón nuevamente. Peeta se asomó con temor.
-¿Katniss?- miró alrededor, parado en el único escalón de la puerta trasera de la panadería- ¿Katniss eres tú?- preguntó nuevamente, con un tono de duda.
-La muñeca se fue- gruñó una voz. Él volteó la mirada hacia el origen de la voz, cuando lo descubrió frunció automáticamente el entrecejo.
-Ashton, estúpido, otra vez has vuelto a beber- le reprochó.
-Shh… no sabes nada, bebé- respondió Ashton, mientras que con paso tembleque avanzó hasta la puerta.- La muñeca se fue… tan bonita… y suavecita…- sonrió con malicia mirando al joven que lo observaba con desaprobación.
-¿A qué te refieres?- preguntó lentamente Peeta.
-Ay, bebé Peeta… eres tan inocente a veces- respondió con voz fuerte Ashton- estas manos, Peeta, estas manos tocaron esas jugosas peras que lleva esa chiquilla adelante… a mi no me engaña… debajo de ese vestido hay fuego puro, bebé Peeta- Apoyándose en el marco de la puerta trato de ingresar a la panadería. Sonrió al hombre que le impedía el paso.
-¿Qué hiciste qué?- gritó Peeta, y no le importó que varias luces se encendieran- Borracho estúpido, me estás diciendo que la tocaste… tú posaste tus asquerosas manos en su cuerpo- la adrenalina empezó a correr por todo su cuerpo.-Voy a matarte.- Y sin más preámbulo se arrojó sobre el otro hombre.
No hacía más que propinarle golpes a su hermano mellizo Ashton, a quien tenía acorralado bajo su cuerpo. Ashton, quien había nacido cinco minutos antes que Peeta, se creía el amo y señor de todo, y ocupaba un lugar preferencial en la mesa de la comida, después de Fred, el mayor de los hermanos Mellark. Mientras Peeta era bueno, obediente y amable, Ashton era pendenciero, malvado e irresponsable. Tal era el punto que aquella noche se había llevado un pequeña parte de la recaudación de la panadería y se la había gastado completamente en alcohol. Esa falta de dinero le había valido a Peeta una buena discusión con sus padres. Lo que él no sabía era que su hermano era un ser insaciable y que, muy el fondo, sentía profundos celos de él y no descansaría hasta ver a su pequeño hermano, como él lo veía, justificándose en aquellos malditos cinco minutos, completamente desdichado. ¿Y qué forma más fácil de hacer a Peeta desdichado? Robándole lo único que más quería en este mundo, a Katniss Everdeen, la pequeña lavandera de la Veta.
-¡Peeta, basta ya!- gritó Klein Mellark, el padre de los muchachos, asomado desde la puerta trasera. Había bajado alertado por la riña entre sus hijos, cosa que era muy común pero que esta vez parecía irse de las manos.
El más joven se incorporó y se alejo de su hermano. Ashton se levantó con dificultad y se llevo el dorso de la mano a la boca para sacarse la sangre que corría por sus labios. Chispas de odio eran intercambiadas por los ojos azules de los muchachos.
-¿Qué demonios sucede con ustedes dos?- dijo Klein mirando a sus hijos con marcado enojo en el rostro.
-Bebé Peeta se enojó porque he tocado a su mujercita- respondió con tranquila sorna el mellizo mayor.
-Eres un infeliz, Ashton… ¿acaso no había ninguna mujerzuela que te haga los favores esta noche en ese bodegón de mierda que sueles frecuentar?- dijo Peeta, poniendo sus manos como puños nuevamente, listo para el ataque.
-Sí, por supuesto… pero ninguna tan deliciosa como tu mujercita, Peeta- aquello fue suficiente para que el hermano menor volviera sobre el mayor y lo levantara por el cuello de la camisa. Ashton sonrió- Antes que vuelvas a empezar con tus golpes de gatito quiero que sepas que la muñeca piensa que has sido tú quien ha tocado su dulce cuerpecito… no paraba de murmurar tu nombre…
Esa declaración devastó a Peeta, quien soltó a su hermano, haciéndolo caer contra los botes de basura. El estridente sonido hizo que el señor Murph hiciera lo que tenía en mente desde que había comenzado la pelea y un baldazo de agua cayó de la segunda planta. Ingresó a la panadería como un autómata, ignorando los gritos de su madre, los reclamos de su padre y el hecho de que estaba completamente mojado. Con el ánimo por el suelo llego hasta su cuarto, en la primera planta y se sentó en la cama. Miró hacia la pared. Allí colgado, entre tantos, el retrato de Katniss que había pintado y esperaba la oportunidad ideal para dárselo. Que ya no llegaría porque Katniss Everdeen ahora lo odiaba.
Diez calles hacia el sur, a la entrada de lo que el condado de Woodmere denominaban la Veta, el suburbio más pobretón de todos, Katniss amontonaba las pocas pertenencias que tenía en una vieja y desvencijada maleta de cuero. Cuatro vestidos, un camisón, el cuaderno de notas de su fallecido padre minero, un collar de perlas de su madre y una vieja muñeca de trapo que ella y su pequeña hermana Primrose habían compartido de pequeñas. Primrose la miraba ausente, con los ojos rojos por haber estado llorando, mientras ella armaba su equipaje. Katniss había llegado a la casa temblando y llorando, con el vestido a medio abrochar. Sin meditarlo mucho se había arrojado a los brazos de su pequeña hermana de doce años, quien la esperaba expectante esperando la ración de pan.
Las hermanas Everdeen vivían con su madre en la primera casa de la calle principal de la Veta. Su madre, Josephine, había quedado viuda a la edad de treinta años cuando su esposo, Lyon Everdeen, murió en un terrible accidente de la mina de carbón de la Baltimore Company, tratando de encontrar una pizca de oro en aquella garganta seca de tierra. El telegrama de la Baltimore Company fue breve: "Señora Everdeen, lamentamos horriblemente su pérdida" y así, sin más, Josephine de pronto se vio en la necesidad de salir a trabajar, retomando más férreamente su profesión de enfermera, aceptando dos turnos de trabajo, lo que hacía que las niñas, de once y siete años respectivamente, pasaran muchas horas solas. A pesar del esfuerzo de su madre, los gastos las sobrepasaban, por lo que Katniss había aceptado ser lavandera. Luego de sus clases matutinas en la pequeña escuela de la Veta, bien alejada de la modesta, pero elegante, escuela de la zona comercial; Katniss tomaba su gran cesta y recorría las calles de la veta y se la zona comercial buscando prendas que lavar, casi siempre Prim iba con ella.
-Katniss, hija- mustió Josephine- ¿A dónde vas?
-No lo sé, pero lejos se aquí- respondió Katniss, mientras trababa su maleta- El señor Abernathy dijo que puede conseguirme un buen trabajo lejos de aquí.
-¿Ese borracho?- preguntó la madre asustada- Katniss, por favor…Puedes decirme qué sucedió, encontraremos alguna solución para esto, hija…
-No puedo decírtelo- respondió secamente- Por favor cuida de Prim… Prim, sabes cuales son los clientes habituales… recuerda, doce prendas son quince centavos- un nudo en la garganta se formó y un inminente sollozo tuvo lugar.
De pronto un golpe en la puerta la distrajo de su dolor. Prim corrió abrir, para dejar entrar al señor Abernathy. El hombre entro con cuidado, en esta ocasión, como rara vez ocurría estaba completamente sobrio, con el semblante serio. Aunque Josephine no lo sabía, el señor Abernathy tenía muy buena relación con las niñas desde la vez que las había salvado de un pequeño incendio que se había sucedido en la cocina de la casa. Desde ese incidente mantenían una buena relación y en más de una ocasión habían cuidado de él durante sus borracheras y casi una costumbre que compartían los pocos alimentos que tenían. A pesar de la confianza, el hombre era un misterio para las hermanas Everdeen, dado que contaba muy pocas cosas de su vida y había temporadas donde desaparecía por completo.
-Buenas noches, señora Everdeen- saludó el hombre, haciendo una pequeña reverencia.
-Buenas noches, señor Abernathy- respondió la mujer, algo sorprendida de no escuchar su acostumbrado tono pastoso producto del licor- No son estas horas para visitas, señor.
-Lo sé y me ruego me disculpe- dijo el hombre- pero la señorita Katniss ha requerido mi ayuda esta noche.- volteó la mirada hacia la joven mujer que ahora sostenía entre sus manos la manija de una ligera maleta de cuero- Katniss, querida, ¿estás lista?
-Lo estoy señor- respondió ella quedadamente. El señor Abernathy tomó el escaso equipaje de la joven y espero que se despidiera de su familia.
-Prim… mamá… les escribiré pronto- murmuró ella. Se abrazó a su hermana y luego a su madre, que la miraba con total desconcierto.
-Katniss, tú no te vas- dijo seriamente Josephine.
-Mamá, nunca te he pedido nada… esta vez te pido que me dejes ir- respondió Katniss clavando una dura mirada gris en las orbes azules de su madre. Azules. Azules como los ojos de Peeta.
Sin dar tiempo a nada, salió rápidamente de la casa. Un viejo cochero esperaba afuera, el señor Abernathy y el equipaje esperaban arriba del mismo. Trepó al carruaje con ayuda de su acompañante y les dedico una última mirada a su hermana y a su madre.
-¡Katniss!- gritó su madre, que sin importarle estar envuelta en una fina bata salió a la calle- ¡Regresa!- sollozó-¡Katniss!- y su gritó se ahogó en la noche.
-Lo haré… algún día- murmuró, mientras se apresuraba a enjuagar sus lágrimas.
-Serás una gran estrella, preciosa- le dijo Abernathy, tratando de animarla.
Hola, hola! ¿Cómo están? He vuelto! Y traje una nueva historia. En esta ocasión la historia es mi invención personal y veremos que sale, por lo pronto no me pude aguntar más y decidí a publicarla. Como verán es un mundo totalmente diferente a lo que vengo planteando en mis otros fics y espero que les guste. Principalmente voy a enfocarme a las relaciones entre los personajes, dejando un poco la historia real un poco de lado (el tema de la Primera Guerra mundial si bien tiene un rol importante, no es lo maaaaas relavante acá, y tampoco creo que la mayoría de los lectores tenga muchas ganas de hacer una repasada de esta bolilla de Historia de la escuela secundaria). En fin, espero que les haya gustado! De momento tengo escrito hasta el capítulo 5, pero no llegue ni a la mitad del asunto, así que paciencia, porque pienso subir el fic de a poco, un capítulo por semana con suerte (no me odien ^^).
Bueno, ahora sí. ¡Listo! :)
Saludos,
Ekishka
