Hola a todos, este es un nuevo proyecto que tengo sobre esta pareja (Elsa y Anna), y que estaré actualizando en conjunto con mi otro fic: "Música para la señorita Storm". Antes de leer, revisen las advertencias para que más adelante no tengan quejas en cuanto a la trama, pues el contenido puede ofender a algunas personas. De antemano, gracias por echar un vistazo.

Advertencias:

Anna y Elsa son hermanas en esta historia, por lo tanto, se hablará con regularidad sobre temas como el incesto o la homosexualidad. Así mismo, deben entender que se trata de un universo alterno; la historia se desenvuelve en un contexto actual (siglo XXI) y Elsa no tiene poderes de hielo. Habrán escenas sólo aptas para mayores de edad, y puede que algunas de las características de los personajes difiera un poco a la idea original de sus creadores, todo esto para amoldarse a la trama que intento recrear. Cabe decir que siempre intentaré apegarme a sus esencias, pues les soy fiel hasta el final, sin embargo, podrá haber cambios pues se trata de un contexto distinto al creado por Disney. Si eres de las personas que no pueden soportar estos temas, por favor NO leas.

Descargo toda responsabilidad, ninguno de los personajes en esta obra me pertenece, mucho menos Frozen. Todos son propiedad de sus respectivos creadores.

Estando todo claro, disfruten la lectura.

FrostDan


Cuando me quieras

-1-

Sólo hoy

Seguía mirando por la ventana, la que parecía estar flotando hacia afuera; sobresalía y dejaba un espacio reducido —pero cómodo— hacia adentro, lo suficiente como para que una persona pudiera sentarse con las piernas estiradas horizontalmente mientras dejaba descansar la espalda en cualquiera de los muros de los lados. Alguien inteligente, posiblemente el dueño anterior, había hecho esa construcción como si se propusiera hacer su zona de lectura en esa área. Era el lugar favorito de Elsa. La vista de los suburbios frente a ella y la complejidad del cielo cada amanecer. En ocasiones no era la imagen más cálida, pero sin duda era una que la tranquilizaba en sus peores momentos cuando se enfrascaba entre mil memorias que la llevarían y devolverían al mismo sitio de siempre, como si de ese modo pudiera librarse de tanta oscuridad. Como si de esa forma pudiera limpiarse las culpas que cargaba encima.

—¿Elsa? —Su madre, Idun, llamándola detrás de la puerta de madera—. Te esperamos ahí, cariño, ¿sí? ¿Puedes ir en el subterráneo? —"No tengo otra opción, ¿recuerdas?" —. Llevaremos a Anna ahora —Elsa esperó unos segundos conteniendo el aire, sabía que su madre seguía de pie, esperando una respuesta que no llegaría—. Ella en verdad te quiere ahí, Elsa. Ella… ella te quiere.

"Yo también la quiero, mamá, yo también".

Elsa escuchó los pasos vacilantes de su madre, a continuación, el silencio. Segundos después, abrazada a sus piernas y enroscada en una manta con estampado de cuadros, Elsa volvió a fijar su vista en los cristales de la ventana. Tenían unas salpicaduras de agua de la llovizna que caía desde hace un par de horas atrás, y que ahora iba cayendo con una tranquilidad pasmosa sobre el suelo asfaltado de la ciudad. El clima frío de afuera y la temperatura cálida de su habitación hacían que la ventana se empañara y tuviera que frotar con la manga de su camiseta cada cierto tiempo, solo para poder tener un poco de visibilidad del exterior. A través de la pequeña barrera traslúcida, justo abajo, su padre salió tomando de los hombros a las mujeres de su vida. Los tres parecían felices: él, su madre y Anna. Elsa deseó que sólo fueran ellos tres por siempre, sin ella. Ella, más que nada, no quería ser parte de esa familia. Quizá así se habría ahorrado muchos dolores de distintas especies. Quizá Agdar, por desgracia su padre, no la odiaría tanto en ese momento. Quizá así habría tenido una oportunidad con ella

Los mayores se metieron al automóvil negro. Antes de hacer lo mismo, Anna echó un vistazo hacia arriba, a la peculiar ventana que daba a la habitación de Elsa en el segundo piso. El corazón de la rubia se encogió cuando su hermana le sonrió y levantó la mano en un ademán de saludo. El cielo se hizo más gris y opaco cuando Elsa no le devolvió el gesto, y en su lugar sólo dejó su cómodo espacio para no tener que ver el rostro desencajado y roto de Anna. Ninguna lograba acostumbrarse a aquello.

Elsa calculó el tiempo que podía demorar su familia en abandonar la casa, y regresó a su sitio de antes, pero esta vez permaneció de pie, esperando algo, posiblemente una respuesta a todos sus males. La ventana estaba empañada de nuevo. Uno solo de sus dedos se posicionó en el cristal y se movió despacio sobre él, formando una letra "A" mayúscula, distorsionada, que enseguida borró con la palma entera de su mano. La molestia empezando a subírsele por el cogote. Tenía asco de sí misma.

"Tienes que ir, ella te espera. No puedes seguir dañándola. Prometiste que la protegerías…"

¿Pero acaso no la estaba protegiendo ya? De sí misma. Mantenerse alejada de Anna era lo mejor para ambas. Para todos en esa familia. Su padre y ella lo creían, ¿por qué los demás no podían aceptarlo?

Suspiró en su sitio. "Sólo hoy", se dijo. Y lo repitió mientras se embutía en unos pantalones negros y una cazadora gris; mientras calzaba unas botas. Lo siguió reproduciendo cuando tomó su paraguas y salió de la casa con nada más que el dinero para usar el subterráneo. Y más tarde, mientras esperaba a que llegara a su estación, supo que no se trataba sólo de ese día. Anna tenía todos sus días.

Sus pasos la llevaron fuera del metro. Estaba oscureciendo. Dejó atrás muchas calles, mientras intentaba por todos los medios mantener caliente al menos una de sus manos dentro del bolsillo de su pantalón. La otra mano estaba ocupada, manteniendo firme el paraguas negro que la cubría de la llovizna. Se maldijo así misma por no llevar nada más que la abrigara, una bufanda al menos, pero nada. El frío sí le importaba, sobre todo cuando estaba nerviosa y su cuerpo parecía estar siempre congelado, producto, posiblemente, de la terrible circulación que tenía. Tal vez moriría a una temprana edad. Sus botas tenían las puntas mojadas, y el agua salpicaba en sus pantalones cada vez que pisaba un charco que no podía evitar por la gente que se apretaba y empujaba entre sí. Siguió caminando, su corazón martilleando en su pecho ante la expectativa de lo que la esperaba. Más tarde, Elsa levantó la cabeza e inclinó un poco el paraguas para poder ver el edificio que estaba frente a ella; era una construcción antigua de colores claros. Antes había sido un teatro, ahora ya desmantelado, se había convertido en una sala de exposiciones. La sala en la que Anna y varios compañeros de la facultad de Artes presentarían algunas de sus obras.

Subió la escalinata que la llevaría hacia la puerta de entrada, pero antes de siquiera poder pensar en cerrar el paraguas y sacudir las gotas que se habían quedado en él, se encontró con la espalda ancha de un chico a quien reconocería a miles de kilómetros.

—¿Kristoff? —Su mejor amigo volteó a verla. La cara de sorpresa al encontrarla fue imposible de ocultar.

—¡Elsa! ¿Qué estás haciendo aquí?

Elsa levantó una ceja y cerró el paraguas antes de contestar. Al parecer también tenía prohibido asistir a eventos sociales.

—Es la primera presentación de mi hermana. ¿Por qué no estaría aquí?

—Sí, bueno, yo creí que… Ya sabes, sólo creí que no vendrías.

Observó a su amigo con curiosidad. Llevaba pantalones de vestir, zapatos lustrados y un saco negro. La camisa sin corbata. Kristoff nunca había sido fanático de la ropa de etiqueta. Lo que más le llamó la atención a Elsa, es que se había peinado y su mano derecha sostenía una rosa blanca.

—¿Qué haces tú aquí? ¿No tenías que acompañar hoy a Pabbie? —Elsa lo miró con dureza, no era tonta, y lo que estaba viendo no le estaba gustando ni un poco. Kristoff se sobó la nuca antes de contestar.

—Anna… Tu hermana me ha invitado. Y ahora solo estaba pensando si debería entrar en este momento o hasta que empiece el evento. También intentaba encontrar a tu familia, pero supongo que deben estar más adentro. Las obras de los de primer año están en la sala de exposiciones del segundo piso.

Elsa hizo un mohín imperceptible. Algunas personas iban saliendo del lugar, una mujer mayor sonrió a Kristoff con cortesía y miró a Elsa como si fuera de otro planeta. Suspiró dándose cuenta de un detalle, su madre no le había dicho que tenía que ir con ropa formal. Se encogió en su lugar y apretó los puños.

—Cuando entres… Dile a Anna que le deseo suerte. Dile que… —"¿Qué?"—. Que lamento no poder asistir.

—Espera —Kristoff la detuvo cuando empezó a bajar las escalinatas—. ¿Por qué no vas a entrar? Ya estás aquí, Anna debe estar esperándote.

—¿No está claro? —Alzó los brazos para hacer notar que no iba vestida adecuadamente—. Estoy hecha un asco, Kristoff. Si mi madre me ve posiblemente termine echándome. Es mejor retirarme pacíficamente antes de que Anna me encuentre y me obligue a entrar con esta ropa.

—¿Estás bromeando? Daría lo que fuera porque una simple cazadora y unos jeans me quedaran igual que a ti.

Kristoff y ella voltearon para encontrarse con la dueña de la voz. Era una pelirroja que iba vestida con un sencillo vestido verde; su sonrisa no se borró, aún cuando los dos amigos la miraron con confusión.

—Oh, oh, perdonen, no pude evitar escuchar su plática. He tardado un siglo en subir la escalinata, no se me da muy bien caminar con zapatos altos; pero por favor, no se lo digan a mi madre.

—¡Mérida! —la chica entrecerró los ojos e hizo una gesto de dolor cuando escuchó la voz que provenía detrás de ella.

—Y esa soy yo —canturreó.

—Dios, niña, te dije que nos esperaras —la madre de Mérida la alcanzó enseguida—. Sabes que tu padre tiene dificultades para seguirnos el paso.

—No es el único —masculló la chica. Kristoff y Elsa se rieron, pero enseguida se pusieron serios cuando la madre de la pelirroja los miró con inquisición.

—Estos son mis amigos… —Mérida pidió ayuda con los ojos.

—Oh, soy Kristoff Bjorgman, y ella es mi amiga Elsa Arendelle. Es un placer conocerla —Kritoff extendió su mano, y la mujer mayor la estrechó enseguida. Elsa hizo lo mismo.

—Un gusto, señor Bjorgman; señorita Arendelle. Soy Elinor Dunbroch —Todos miraron debajo de las escalinatas, en donde un hombre demasiado grande venía caminando con dificultad mientras se quejaba en voz alta—. Y ese es mi marido, Fergus. El padre de Mérida.

Elinor ayudó a su esposo a subir las escaleras restantes. El hombre, que ahora que estaba frente a ellos parecía más bien un gigante, les sonrió de oreja a oreja.

—Hola, chicos, ¿quieren escuchar la historia de cómo perdí mi pierna?

Kristoff retrocedió un paso y abrió los ojos asustado; Elsa reprimió una risita.

—No, papá, será en otro momento. ¿Por qué no entras con mamá a la exposición? Está por empezar, enseguida los alcanzo —Mérida le dio unos empujoncitos a su padre y este se despidió con una mano en el aire. Elinor lo siguió.

—Eso fue… Interesante —admitió Elsa.

—Bueno, ha sido muy temprano, pero esa es mi familia. O parte de ella —Mérida pareció pensarlo—. Aún faltan los trillizos. Pero creo que es suficiente con la primera impresión de mi familia. Así que… Elsa, Kristoff, un gusto conocerlos también —. Elsa asintió, Kristoff aún parecía estar digiriendo lo que había pasado.

—Un placer, Mérida. ¿Estás presentando alguna de tus obras también? —preguntó Elsa.

—Uh, sí. Supongo que eres la hermana de Anna, ¿no? Te he escuchado mencionarla. Es mi compañera, no de curso, porque soy dos años mayor, pero estamos en Historia del arte juntas. No me preguntes por qué sigo estando en el nivel uno de ese ramo. Así que… ¿van a entrar?

Los chicos se miraron entre sí. Elsa suspiró, su madre la iba a matar, pero esperaba, al menos, que Anna se sintiera satisfecha de verla ahí. Una sonrisa bastaría para saber que estaba haciendo lo correcto. Entraron al salón. Elsa seguía dudosa, pero siguió por detrás a su rubio amigo. Al lado de ella estaba Mérida, intentando por todos los medios caminar correctamente. Elsa sonrió ante la escena, la chica parecía un ciervo aprendiendo a caminar. Le recordó un poco a Anna que, cuando se trataba de patinar sobre hielo, era pésima. Así hiciera todo lo posible por mejorar, parecía que ocurría todo lo contrario cada vez que visitaban la pista de patinaje.

La recepción era amplia, un chico no muy mayor que ellas les pidió sus abrigos. Elsa se arrepintió de haber entregado su cazadora, ya que se quedó solamente con el jersey de su universidad. En las esquinas había algunas esculturas que, aunque Elsa intentó por todos los medios encontrarles forma, su deformidad impedía entenderlas. Cualquier ignorante en ese arte se podía sentir perdido. La rubia estaba segura que uno tenía la forma de un betabel. Al menos un par de personas se sintieron ofendidas ante su vestimenta. Anna le debería muchas después de ese día.

En algún punto, Mérida se encontró con sus padres y tuvo que despedirse de ellos ya que debía estar al pendiente de sus cuadros. Kristoff y ella subieron las escaleras que los llevarían a la segunda planta. Había más gente, y un hombre muy mayor —pequeño, de cabello blanco y bigotes largos— hablaba sobre un pequeño escenario, al fondo. Elsa le encontró un parecido irremediable con una comadreja; su voz era muy aguda y molesta. La sala entera estaba llena de las obras de los estudiantes de primer y segundo año. En alguna parte debía estar el trabajo de Anna.

—¡Kristoff!

Elsa, que se había quedado atrás por estar distraída con las pinturas, volteó en el momento exacto en que su hermana abrazó con fuerza a su mejor amigo, su casi hermano. Kristoff respondió con el mismo aplomo. Algo se rompió dentro de ella, pues el brillo que se filtraba por los ojos del muchacho era lo que estaba temiendo desde que se encontró con él ese día. Ese brillo muy conocido que amenazaba todos sus sentimientos, ahora estaban ahí, completamente reales frente a ella. Elsa no pudo escuchar las palabras que Anna le dijo al joven, tampoco supo la razón por la cual empezaron a reírse como si fueran una pareja de años, cuando nunca habían pasado más de unos minutos juntos, ¿o sí? Entendió el nerviosismo de su amigo, entendió su vestimenta, sus intentos de estar lo más presentable posible, algo que, hasta donde ella sabía, nunca le había interesado.

Elsa se quedó varada en su sitio. No podía mover ningún músculo, sólo podía seguir viéndolos disfrutar su momento de gloria. Quiso alegrarse, quiso sentirse feliz por Kristoff que nunca había mostrado interés en alguien; quiso sentirse orgullosa por Anna, que hace mucho no sonreía de esa forma. Pero no podía. Era imposible que eso sucediera. En cambio, sintió algo peculiar cerniéndose sobre ella, poco a poco, amenazante y venenoso: los celos. Celos de su mejor amigo que logró hacer algo que ella no había podido desde hace mucho: hacer sentir bien a Anna.

—¿Elsa?

Levantó la vista, completamente aturdida. Un paso hacia atrás y apenas se dio cuenta que su hermana estaba casi al frente de ella, increíblemente hermosa en ese momento. Anna llevaba un vestido blanco, largo, que se amoldaba a su figura. Sus pendientes y la sencilla cadena de oro que reconoció enseguida, pues era de su madre, hacían que todo su vestuario se viera en armonía con ella. Tragó saliva, sintiendo el calor subirse por sus mejillas. Si antes se sentía mediocre, ahora no podía encontrarse peor al ser consciente de lo que llevaba encima. Y Anna la estaba viendo así, en su día especial.

—Uh, hola —saludó, haciéndose la ignorante. Sus manos se frotaron contra sus jeans, para secar el sudor que se había acumulado en ellas. Si levantaba la vista, no estaba segura si podría controlar las ganas de comer a la pelirroja con la mirada.

—Estás aquí —Al oír eso, Elsa buscó la reacción del rostro de su hermana. Estaba sonriéndole, una pequeña sonrisa que apenas se curvaba entre la comisura de sus labios, y no la amplia que le había dedicado a Kristoff. Sin embargo, había algo más, algo más que la conmovió. Eran sus ojos que la miraban fijamente como si no creyera que estuviera ahí.

—¿Anna?

Anna se arrojó a sus brazos. Elsa apenas pudo sostener el equilibrio ante el sorpresivo acto. Un par de personas las miraron como si ellas fueran el centro de atención. Su cuerpo se tensó al instante cuando el aroma del cabello de Anna chocó contra sus fosas nasales e hizo que respirara como si fuera la primera vez que lo hacía. Estaba mareada. Sus brazos a sus costados se quedaron firmes, sin ningún indicio de que fueran a moverse en mucho tiempo.

"Abrázala, idiota. Ella está encima de ti, ¡Abrázala!".

—Sabía que vendrías —Anna le susurró y enseguida se separó de ella.

"Maldición, ¡hace meses que quieres hacerlo y sólo dejaste pasar la perfecta oportunidad!

—Sí, mamá… Ella quería que estuviera aquí —dijo, esquivando por todos los medios las palabras dulces que Anna pudiera decirle.

Anna pareció triste al escuchar aquello.

—Ya veo, es decir, por supuesto. No queremos que te riñan por no venir a… estas banalidades sociales. Entiendo. Es… realmente no es nada. No tenías que molestarte —se sintió terrible cuando Anna bajó la cabeza, escondiendo sus ojos de ella. Elsa no tuvo valor para contestarle, menos cuando notó que sostenía con fuerza la rosa que Kristoforo le había regalado.

Kristoff se acercó a las chicas y acarició la espalda de Anna. Elsa le envió una mirada asesina y el chico carraspeó, bajando su brazo enseguida. Ellos dos tenían que hablar a solas apenas salieran de ese lugar.

—Elsa, ¿qué diablos pasa contigo? —Su madre apareció de la nada y la miró con reproche. Seguía el regaño—. ¿Al menos te viste en un espejo antes de venir?

—Sí, bueno, si me hubieras dicho que este maldito evento era tan "formal", habría tirado encima de mí algo más adecuado al status social de toda esta gente, madre —masculló entre dientes. Si bien los había visto salir de la casa, no pudo notar qué tipo de ropa llevaban gracias a que los tres estaban embutidos en sus gabardinas negras, como si se trataran de agentes de la CIA.

—Está bien, Elsa no se ve mal, mamá. Realmente no es importante lo que piensen todas estas personas. Por favor, no inicien una discusión ahora. Sólo disfrutemos del evento.

Idun suspiró resignada ante esto y se frotó el puente de su nariz, tal y como Elsa lo hacía cada vez que estaba cansada o enfadada. Anna sonrió al ser consciente de aquello. Su padre se les unió enseguida, tenía una copa de vino en la mano. Los miró a todos con confusión y, cuando se percató de que Elsa estaba ahí, sus cejas se curvaron con ironía.

—Bonita ropa —fue lo que dijo. Anna quiso golpearse la frente en ese instante.

—Bien, me largo —respondió Elsa. Ya no iba a aguantar más de eso.

La rubia dio zancadas, sin detenerse a escuchar lo que su madre le estaba advirtiendo en voz alta. Uno de los chicos que servían aperitivos estuvo a punto de chocar con ella, pero dio una vuelta completa con su bandeja para impedir que ambos se fueran de bruces al suelo. No se detuvo ni siquiera por ese incidente, en su lugar apretó el paso y empezó a bajar la escalinata hacia el primer piso.

—¡Elsa, Elsa espera! —Era Anna.

—No me quedaré —respondió ásperamente y dio media vuelta para ver a su hermana.

El ceño de Anna demostraba su desesperación. Elsa sólo podía sentirse la peor persona del mundo. Al parecer, sus planes de no dañar a su hermana siempre terminaban mal por una u otra razón.

—No me hagas esto. Es importante para mí —Anna intentó acercarse a ella pero Elsa bajó un escalón más.

—No voy a quedarme mientras todos prefieren que no esté aquí. Deja de ser tan condescendiente conmigo, Anna.

—¿Crees… crees que lo estoy siendo? Deja tu maldito sarcasmo a un lado. Por Dios Elsa, eres mi hermana, quiero estés conmigo en estos momentos, no me importa lo que crean papá o mamá. O lo que piense la gente, sólo no te vayas, por favor —Anna bajó por la escalinata también, las dos estaban frente a frente, justo con un escalón de diferencia—. He estado planeando esto por meses, incluso cuando era muy posible que no vinieras, quise hacerlo perfecto… Para ti —Elsa reprimió un respingo cuando Anna acomodó su flequillo hacia atrás y luego sonrió satisfecha ante su creación—. Te hice un cuadro.

Para ese momento, estaba tan aturdida que ni siquiera pudo entender lo que Anna quiso decirle. Sólo estaba concentrada en la temperatura de sus dedos sobre su piel. Cada vez que la pelirroja estaba cerca de ella, su cuerpo colapsaba, ahora más que nunca, cuando ese sentimiento enfermizo iba creciendo más y más en su pecho.

—Anna, no creo que deba…

—Sólo hoy… Haz esto por mí —Anna sonrió con melancolía—. Mañana podrás seguir con tus cuestiones personales. O lo que sea. Sólo quédate hoy.

"Siempre. Siempre, Anna. ¡¿Por qué no puedes escucharme?!".

Elsa metió sus manos en los bolsillos de su pantalón y suspiró como si todo aquello no le importara. Era una buena mentirosa.

—Sólo hoy —dijo. La sonrisa de Anna fue el mejor pago que recibió ese día.

Después de varios minutos en los que tuvieron que regresar a hacer frente a su familia, Elsa decidió alejarse de ellos pues habían empezado a hablar con otros padres y administrativos; ella no estaba con ganas de que la miraran como la chica problema de la familia, así que se hizo la mejor amiga de la barra de bocadillos que estaba en una de las esquinas más apartadas de la sala. Estaba viendo los cuadros dispersos por los muros, aun sin saber cuál era de su pelirroja favorita. Además, no le quitaba los ojos de encima a Kristoff, que hizo lo posible para estar cerca de Anna cada vez que podía y ésta no estaba charlando con alguno de sus compañeros.

—Así que estás aquí, escondida, no sabes cuánto te envidio. Ojalá pudiera hacerlo un rato —Mérida tomó un bocadillo de queso y se lo metió a la boca.

—Puedes quedarte en el rincón, ya no lo ocupo por el momento —Elsa dijo con una sonrisa de burla—. ¿Cómo va la exposición?

—Como todos los años —la chica empezó a engullir un chocolate. No habló hasta que tragó—. Estoy segura que mi madre cree que está viendo los cuadros de Picasso cada vez que viene. No ha parado de hablar desde que llegamos. ¿Cómo le va a Anna?

—No estoy segura, aún no veo su pintura.

—¿Bromeas? Vamos a verla, se veía muy emocionada cuando estuvimos preparando el evento.

Iba a decirle que esperaba que fuera Anna la que le enseñara la obra, pero antes de poder abrir la boca, Mérida ya la había tomado de una mano y la estaba arrastrando entre la gente. Se tuvo que disculpar con todas las personas que chocó.

—Anna Arendelle, Anna Arendelle… Oh, ahí está —informó la pelirroja de cabello indomable—. ¡Y son tres!

Elsa iba a preguntar a qué se refería, cuando se encontraron de frente a las pinturas de Anna. Eran dos cuadros pequeños y un cuadro grande en el medio de estos. Tanto Mérida y ella ladearon la cabeza como si así pudieran apreciar mejor cada detalle de lo que Anna había plasmado.

—Son tres —confirmó.

—Impresionante, nadie presenta más de dos. Debió gustarles en verdad a los críticos.

Elsa leyó el título de la colección, se llamaba "Reminiscencias de invierno". Tuvo que tomar aire antes de atreverse a mirar de nuevo las pinturas. En uno de los cuadros pequeños, el de la izquierda, Anna pintó una casa derrumbada, no había colores, era en blanco y negro. Justo en el medio, frente al holocausto de piedras y nieve, había una flor que parecía pelear para seguir firme; Elsa no había notado que era la única cosa que parecía tener algún tipo de brillo azulado, casi congelado. El cuadro de la derecha dibujaba una cama desordenada, y encima de ésta había un par de muñecas de trapo, una en cada esquina de la cama. Un castillo de naipes en el momento exacto de su derrumbe estaba en el medio, producto de la ventisca que provenía de una ventana abierta. Justo debajo, en el suelo, se había amontonado la nieve. Los colores eran fríos. Entonces miró el cuadro grande y todo el amor desenfrenado que sentía por su hermana le vino de golpe; con molestia, ira, descontrol, tristeza, miles de nostalgias enredadas en su cuello amenazando con romperla en su sitio.

Había una chica, abrazándose a sus piernas flexionadas y mirando por un ventanal. Mirando a la nada en la penumbra. Elsa reconoció su habitación, se reconoció a sí misma ahí, sentada, esperando. Sólo esperando. Los cristales de la ventana tenían fragmentos congelados y, en la parte opaca, un muñeco de nieve había sido dibujado sin cuidado. Tal y como ella había escrito la inicial de Anna esa tarde. Justo arriba de la cabeza de la rubia estaba nevando. Pequeños copos de nieve que se deslizaban hacia abajo y se amontonaban en la alfombra azul de aquel espacio olvidado.

—Esa… ¿eres tú? —Mérida preguntó sin apartar la vista del frente.

—No lo sé —. Era ella, sí—. Anna dijo que me había hecho un cuadro, pero imaginé que sería algo como los patos bebés que me dibujaba cuando éramos unas niñas.

Escuchó la risa de Mérida. Ninguna se movió de su lugar.

—Ella debe quererte mucho —apuntó la pelirroja.

Elsa asintió. ¿Qué podía responder a eso? Ella quería a Anna, claro que la quería, de mil y más formas. Ese era el problema de todo. El jodido problema de su vida. Su perdición. Iba a causarle la muerte, o en su defecto, haría que la internaran en la clínica psiquiátrica más cercana en donde pasaría el resto de su vida, creyendo en imposibles.

Eran cerca de las nueve de la noche cuando el evento terminó. Elsa se enteró de que su hermana había recibido buenas críticas, además de que uno de los profesores le ofreció un espacio en su próxima exposición en la ciudad. Que un estudiante de primer año lograra eso era simplemente inaudito, casi milagroso. Sus padres no pudieron estar más orgullosos ese día. Secretamente, ella también estaba feliz por ella.

—Así que… Kristoff, ¿quieres ir un rato a la casa? Abriré una botella de vino, y supongo que quieres hablar un rato con Anna. Puedo llevarte a casa después —Su padre dijo, mientras esperaban a que el valet parking llegara con el automóvil. Elsa casi bufó.

—Eso sería fantástico, mamá y yo podemos cocinar algo para…

—En realidad él tiene que acompañar a Pabbie —interrumpió Elsa a Anna, antes de que su amigo pudiera hablar—. Hoy tenían sus rondas nocturnas, ¿no? Es viernes. Vas a llegar tarde, Kristoff.

El último viernes de cada mes, el chico y su padre subían las colinas que se encontraban a las afueras de la ciudad y acampaban ahí. Pabbie estaba loco por las estrellas, así que llevaba su telescopio y observaba los astros, mientras Kristoff escribía en un libro de campo todo lo que su padre tenía que decir.

Los dos rubios se miraron. Anna tenía el ceño fruncido. Elsa iba a matar a Kristoff si no se iba en ese instante. El joven pareció entender la amenaza, por fin.

—Sí, señor Arendelle, tengo que acompañar a mi padre. Debe estar histérico ahora mismo, le dije que no tardaría. Lo siento, Anna. En verdad quisiera quedarme —le echó un vistazo a Elsa—. Pero me es imposible hoy.

—Es una pena, ¿podrás otro día? —Agdar insistió.

—Eso es seguro, señor.

"Cásense", Elsa pensó. Kristoff era su amigo desde hace al menos cinco años y su papá nunca se había comportado así con él… Tan fraternal.

El valet estacionó el automóvil y le entregó las llaves del auto a Agdar. Su madre se despidió con un beso en la mejilla de Kristoff y Agdar le dio un apretón amistoso. Anna había tomado al rubio de un brazo y se alejaron unos pasos de ellos para hablar. Elsa no iba a soportar más esa situación, se metió al automóvil y cerró la puerta con fuerza.

—¡Elsa, qué demonios! Contigo los automóviles no pueden durar más de un año, ¿vas a destruirlo también? —exclamó Agdar, molesto.

Anna, que se había mantenido al margen de la actitud de su hermana, miró tensa al hombre ante sus palabras. Elsa había perdido fuerza en la quijada y estuvo a punto de abrir la boca. No podía creer que su padre dijera eso, frente a Kristoff. ¡Frente a quien sea! Frente a Anna.

—Cariño… —Intentó apaciguar Idun.

—¿Me estás oyendo? —Pero Agdar no parecía tranquilo—. Joder, ¡me estás oyendo!

—Sí, papá, te escuché —La voz quebrándose—. Lo siento —Y eso iba más para Anna que para su padre. Elsa sintió un picor en los ojos que quiso ignorar. Sólo pudo deslizarse por el asiento del automóvil hasta alcanzar la otra ventanilla para mantenerse lo más lejos posible de ellos.

Un minuto después, Anna y sus padres entraron al automóvil también. Estaban en silencio, toda la felicidad de hace un rato se había esfumado por su culpa, de nuevo. Para ignorar la densidad del ambiente, Agdar encendió la radio cuando se pusieron en marcha.

Elsa sólo podía mirar por la ventana, no quería enfrentar a Anna que estaba a su lado, en el otro extremo. Las luces de la noche la tranquilizaron un poco, pero su mente seguía nebulosa, entre recuerdos que no se habían deshecho del todo. Odiaba cómo olía el automóvil, y cómo disfrazaba las demás esencias como si así pudiera ocultar la realidad que se reproducía. Tragó saliva cuando recordó el penetrante aroma de la sangre combinándose con el olor artificial de pinos, en un despertar, eso había bastado para traumarla de por vida. Sus pupilas se dilataron y su respiración se hizo más agitada con las imágenes que empezaron a centellear en su cerebro. Estaba entrando en pánico y, luego, un apagón total.

Elsa dejó de prestar atención a su memoria cuando Anna la tomó del brazo izquierdo en un gesto cariñoso. No se había dado cuenta en qué momento la chica cambió de lugar. Su respiración empezó a regresar a la normalidad cuando su palma fue cubierta por las de Anna, y luego la chica ejerció presión como para decirle que estaba ahí. Seguía ahí.

—¿Quieres ver una película esta noche? —Anna preguntó, hablando peligrosamente cerca de su oreja—. Aún puedo cocinar algo rápido. Espero que no te sientas muy satisfecha de tantos bocadillos.

Elsa podía encontrarle mil significados a eso, en su lugar, miró hacia el frente. Aprovechando un semáforo en rojo, su padre las veía por el espejo retrovisor.

—Otro día, Anna —dijo, sintiéndose mal enseguida.

—Oh… Está bien —la pelirroja se sentó derecha, pero aun siguió tomándola de la mano—. Me alegra que estés aquí por un momento. Me alegra que te hayas quedado.

El auto se puso en marcha de nuevo. Y en ese instante, cuando sintió el peso de la cabeza de Anna sobre su hombro, Elsa también estuvo de acuerdo con sus palabras.

"Sólo hoy".