Disclaimer: Harry Potter no me pertenece, todos los derechos pertenecen a J. y a la WB. Solo aquellos personajes y situaciones que no reconozcan me pertenecen.

El Comienzo

El Comienzo

Volumen uno: Esbozos de un futuro

1

LOS NIÑOS SOLITARIOS

El señor y la señora Potter vivían en una enorme casa que pertenecía hacía bastante tiempo a la familia, mucho antes de que él pudiera recordar. Era una construcción de relativa antigüedad, amplia, con un enorme jardín repleto de árboles altos y añosos y una gran chimenea de la que usualmente salía humo todo el día. Era un lugar perfecto para todas las aventuras que podía tener un intrépido niño travieso, aun cuando, en apariencia, la casa no contara con él.

El señor Potter había sido, largo tiempo atrás, un miembro bastante importante dentro del Ministerio de Magia, tratando de cambiar algunos estatutos y mejorando otros, pero se había retirado en busca de la tranquilidad que, en ningún caso, podía encontrar en su trabajo. Ya era un hombre maduro, casi anciano de no haber tenido un aire evidentemente ligero y juvenil, alto y delgado. Su pelo, antiguamente imposible de peinar y de un furioso negro azabache, había mutado tiempo atrás en pequeñas entradas en la parte superior de la frente y en un cabello entrecano o directamente blanco. Aparte de eso, seguía teniendo una nariz larguirucha y ojos castaños tras unas gafas de montura negra.

Su esposa Dorea, en cambio, no había trabajado jamás en su vida. Había abandonado la cómoda casa de sus padres unos cuarenta años atrás, contenta de, finalmente, tener una casa en la que la dejaran hacer algo más que ser una completa mojigata. Tiempo atrás, largo tiempo atrás, había sido muy atractiva, y ahora era una señora igual de anciana que su esposo, bajita y menuda, de pelo castaño casi rubio por el paso de los años, ojos grises y cara muy delgada. Acostumbrada a quedarse en casa, se divertía experimentando con su varita en nuevas comidas o trabajando con sus propias manos en el jardín, aunque cada día se le hiciera más difícil agacharse.

Cualquiera que conociera a los señores Potter solamente, habría pensado que su tiempo de tranquilidad había llegado hacía mucho, y que ahora solo buscaban la paz entre ellos dos. Sin embargo, si se investigaba un poco más, y aunque los vecinos aseguraban que era su nieto, los señores Potter tenían un hijo, una criatura dispuesta a dar lucha y romper día a día la tregua.

- ¿Sale algo interesante?- preguntó la señora Potter una mañana, mientras tomaba su té matutino, y su esposo hojeaba con el ceño fruncido El Profeta.

- No, solo dan mucha cobertura a un grupo de Mortífagos que provocaron disturbios en una cantina en Tinworth- murmuró el señor Potter dejando de lado el periódico y cogiendo su café.

- Ah… menudos encapuchados molestosos- dijo la señora Potter con despreocupación.

- Sí, tienen preocupado al Ministerio, Elphias Doge me comentó que Voldemort le pidió hace unos años un lugar como profesor a Dumbledore pero este se negó, al parecer Albus no confía en él- explicó el señor Potter.

- No creo que sea de preocuparse, finalmente Dumbledore venció a Grindenwald, ¿qué podría ser peor que eso?- dijo la señora Potter- ¡Ah, cariño! ¿Qué vas a querer?

Acababa de entrar al comedor un niño enclenque y pequeño, envuelto en un pijama que parecía haber sido sometido a todo tipo de intentos porque le quedara a la medida pero que seguía luciéndole demasiado grande. James era la única criatura con menos de sesenta años que habitaba en la casa, el único hijo de los señores Potter y lo único que le daba un poco de entretención a la vida de ellos.

Había nacido después de que sus padres se dieran totalmente por vencidos, cuando la señora Potter bordeaba los cincuenta años y no esperaba nada más que envejecer tranquilamente. Era un niño de once años, delgado y diminuto, de hombros caídos y andar desgarbado. Tenía el pelo tan desordenado y azabache como su padre en sus mejores tiempos, y sus ojos también eran castaños. Lo único que realmente señalaba que se parecía a su madre era que sus rostros, delgados, eran iguales.

- Tostadas, mamá- murmuró James evitando un bostezo y restregándose los ojos por debajo de las gafas.

- ¿Cómo amaneciste, hijo?- preguntó el señor Potter mirando a su esposa irse hacia la cocina.

- Cansado- dijo automáticamente James.

- ¿Cansado de qué?- preguntó la señora Potter volviendo con un canasto con tostadas.

- De aburrirme- dijo James encogiéndose de hombros y sentándose a la mesa. Luego miró a su padre con súplica- Papá, déjame ir a ver a Corde, te prometo que no me pasará nada.

- No lo sé, James, ayer mismo hubo un altercado en Tinworth, no quiero que te pase nada- dijo el señor Potter pensativo.

- ¡Pero el Valle de Godric es tranquilísimo!- exclamó James poniendo cara de circunstancias y esforzándose en parecer un niño abandonado- Mamá…

- Charlus, eres demasiado intransigente, Corde vive en la otra cuadra y si James sigue encerrado acá va a incendiar la casa- dijo la señora Potter sonriendo.

- Está bien, ¡pero no vuelvas tarde!- advirtió el señor Potter finalmente.

- Claro- murmuró James tragando el último trozo de tostada y levantándose de golpe- Gracias, mamá.

James salió del comedor y volvió a subir en tres tramos, mucho más contento que en varios días. Su habitación era lo único que estaba ubicado en el tercer piso y por ningún motivo se habría querido mover de ahí. Era el lugar más alto de la casa y desde ahí podía ver todo el Valle cuando quisiera, y las estrellas por la noche, subiéndose al techo pero sin que el señor Potter se diera cuenta.

Era una habitación iluminada, quizás demasiado calurosa en verano, pero finalmente agradable. Había una cama, usualmente desarmada, una mesita de noche, una chimenea sin uso, un guardarropa de roble y varios estantes repletos de libros intactos y otros chismes que James alguna vez había usado cuando pequeño. De todo ello, lo que más le importaba era una bonita escoba que le habían regalado sus padres durante la última Navidad.

James se cambió rápidamente de ropa, procurando no darle tiempo a su padre para cambiar de idea y luego salió hecho un torbellino sin casi despedirse de sus padres. Salió a la despejada calle, donde no había nadie como siempre, camino a la casa de Cordelia Withers, la única persona de su edad a la que podría considerar su amiga.

Había conocido a Corde cuando tenía cuatro años y jugaba con su escoba de juguete fuera de su casa. James sin querer había tirado una miniatura de quaffle y al salir a buscarla se había encontrado con una niña pequeña inconsciente golpeada por su balón.

Corde era ahijada de Dumbledore, el director de Hogwarts, y al que James veía de vez en cuando en casa de su amiga. No tenía padres y se había criado en casa de su padrino más sola que acompañada, por lo que trabar amistad con James se había convertido en algo tan bueno para ella como para él, que siempre se lamentaba no tener algún niño cerca para jugar.

Dobló en una esquina y siguió caminando por encima de los descuidados céspedes de la gente durante ese verano.

Por lo demás Corde no era una amiga normal, tenía algo raro y para James constituía una hermanita menor. Era una niña distraída y pasaba más tiempo en las nubes que con él, pero de vez en cuando, James lograba hacerla sonreír, cosa que Corde le había dicho que solo Dumbledore había conseguido en su corta vida. En realidad era una muchacha bastante extraña y tríptica, pero James sabía que era una importante compañera.

Finalmente llegó a una casa que tenía los portones abiertos de par en par. Esa si que era una medida de seguridad, pensó James, imaginándose lo que diría su padre si supiera que Albus Dumbledore dejaba las puertas de su casa con una bruja menor de edad dentro así, incapaz de defenderse si entraba cualquier persona.

James entró resuelto a la casa y comenzó a andar por un sendero lateral a la casa a través del jardín. Sentada en árbol gigantesco y frondoso, y con las dos piernas al aire balanceándose, estaba Corde, aparentemente mirando a un pajarito que estaba cerca de ella.

- Hola, Jim- murmuró ella sin siquiera demostrarle que lo había visto- Me alegro que tu padre te haya dejado venir.

- Mi madre me ayudó- dijo James a modo de respuesta mientras trepaba con agilidad al árbol.

- Entonces… supongo que estás ansioso- dijo Corde mirándolo con curiosidad.

- ¿Ansioso?- preguntó James llegando al lado de su amiga y respirando entrecortadamente.

- Hoy es 31 de julio- dijo Corde solamente esbozando una sonrisa al ver la cara de incomprensión de su amigo.

- ¿Se supone que pasa algo importante un 31 de julio? Tu cumpleaños fue el mes pasado, así que…- James todavía no entendía el punto de su amiga.

- No, tonto, me refiero a que termina el mes y en agosto…llegan las cartas de Hogwarts- anunció Corde- Me lo dijo Albus.

James de pronto se acordó de lo que tenía ocupada su mente casi todo el verano. Ya tenía once años y eso quería decir que le tocaba su turno de entrar a Hogwarts finalmente. Había estado tan emocionado con la idea de salir de su casa para ver a Corde que por un momento había borrado de sus intereses las ansias que tenía que llegara la famosa carta del colegio.

- Lo había olvidado- murmuró, y Corde sonrió alegremente.

- Lo supuse- dijo ella.

- ¡Rayos! ¿sabes lo que significa? Por fin saldré de mi casa, quiero decir, no es que no quiera a mis padres pero me aburro como ostra, y aprenderemos magia al fin- exclamó alegre James- ¡Tienes que venir con nosotros al Callejón Diagon a comprar nuestros materiales! Marcaremos la historia de Hogwarts.

- Como tú digas- rió Corde- Con un poco de suerte lograremos ser miembros honorarios del equipo de Gobstones.

James sonrió, mucho más alegre con la perspectiva de ir a Hogwarts por fin junto a su mejor amiga y con unas ganas enormes de que ya llegara el día siguiente. Corde volvió a adoptar su aire soñador y pareció muy interesada en una hoja amarillenta mientras él la miraba divertido.

Cordelia Withers era, si podía ser factible, más bajita que él para su edad. Era menuda y muy delgada, con el pelo crespo y negro hasta la cintura, pero un flequillo alisado que cuando estaba largo le tapaba los ojos dándole un aspecto de cachorro. Tenías los ojos azules oscuros y su nariz respingona estaba repleta de pecas que ella encontraba de lo más interesantes. Era una niña muy bonita y James le había prometido que si no encontraba a nadie antes de los treinta y cinco años, se casaría con ella. Corde se había partido de la risa aquella vez.

El resto de la tarde la pasó echado sobre el pasto junto a Corde, fantaseando acerca de las cosas que harían al llegar a Hogwarts. James estaba decidido a entrar a Gryffindor como lo había hecho su padre, pero Corde ya había manifestado que no le importaba si quedaba en cualquiera de las cuatro casas del colegio, aunque le prometió que se esforzaría en no quedar en Slytherin porque sabía que su amigo le quitaría la palabra.

Así, pensaba James, y con un poco de suerte, dejarían de ser los dos niños solitarios que eran y se convertirían en dos de los mejores recuerdos de Hogwarts.


Hola! Bueno, este es el primer capítulo de mi primer fic. Por favor lean, estoy segura de que iré mejorando, no los defraudaré.