Pídeme el corazón

Parte 1

Seattle 2010

¿Ropa...? Listo.

¿Paraguas...? Listo.

¿Capas...? feliz de que esta vez fuera suficiente.— Listo.

Y está lloviendo. Sería un día largo en el hospital, un día de mierda.

Ese fue el primer pensamiento de Bella al oír su alarma sonar. Ojalá tuviera unos minutos más, pensó en vano, pero si se levantaba cinco minutos tarde luego llegaba retrasada y hoy eso era imposible. Ángela tenía un show de talentos para el cual tenía que ir peinada y vestida con un tutú, Tyler un partido de fútbol importantísimo mientras que Renesmee tenía un importantísimo examen de ciencias. Todo era más importante que ella.

Gruñó un poco molesta con la vida porque la tenía cuidando a sus sobrinos cuando su hermana se recuperaba en un centro de rehabilitación y es que la heroína no era algo agradable.

Sus padres habrían tomado el cargo de los niños pero luego se recordó por milésima vez que odiaban a su hermana pequeña, quién tenía tres hijos más diferentes que el agua y el aceite, y vivía la vida bebiendo y metiéndose mierda, y se dedicarían a influenciar a los niños en contra de su madre. No era tampoco fácil el hecho de hacerlos pasar a servicios sociales puesto que tenían suficiente familia y Marie tampoco era una opción. Su pobre abuela apenas podía moverse. Por lo que le tocaba a ella hacerse cargo de los tres pequeños. Había dejado de pronto de ser aquella hermosa y cuidada doctora de emergencias que seguía su rutina y sus planes, con un novio que hacía que fuera la envidia de todo el hospital; pero Michael se había esfumado comprometiéndose con Jessica en cuanto escuchó de tres niños y un cargo sin fecha de caducidad. Bastardo.

Bella se levantó y se quedó sentada en la cama, con los pies en el suelo mientras miraba su cara en el espejo del tocador. Otra vez le tocaba ponerse maquillaje para esconder las ojeras. Bajó un poco la cabeza resignada y vio una fotografía de su hermana en la secundaria.

Su querida hermana Rose había escondido muy bien el hecho de que había consumido drogas durante años, que Royce le había metido esa mierda con tal de controlarla para luego desaparecer y solo volver cuando no tenía como seguir pagando sus cosas, acostumbrado a encontrar dinero en un sobre al día siguiente a cambio de seguir suministrándole drogas a Rose. Bella no conseguía imaginarse como sus sobrinos ignoraban todo lo que sucedía con su madre, ya que ellos pensaban que su madre era una santa que estaba en un retiro para encontrar a Dios.

Mientras se metía en la ducha y se preparaba antes de ir a atender a sus sobrinos, Bella recordaba cómo eran las cosas en el instituto. Rose había sido la que siempre iba un paso adelante: era la deportista más hermosa de toda la secundaria, la más popular y la novia del capitán del equipo de fútbol. Sin embargo, Bella solo vivía para estudiar, siempre centrada en tener las mejores notas para poder optar a una buena carrera y, en un futuro, a un buen puesto de trabajo que le daría la comodidad que en esa época no abundaba en sus vidas. Rose era la que parecía que se iba a comer el mundo y a triunfar mientras ella solo era una nerd. ¡Cómo habían terminado siendo las cosas!. Bella tenía una carrera, una muy buena estabilidad y era popular entre sus compañeros, mientras que Rosalie había salido embarazada cada vez que Royce amenazaba con irse, estando ella hundida en la droga. Las consecuencias de esto terminaron siendo tres niños sin culpa ninguna que ahora estaban a cargo de Bella.

Regresó a la realidad cuando la pequeña Ángela gritó porque le había entrado champú en la boca. Bella rápidamente le quitó la ayudó a limpiarle la boca y le terminó de enjuagar su lindo cabello de un rubio tan claro que casi parecía blanco. Ángela siguió parloteando sobre lo hermosa que se vería en su vestido nuevo de ballet en tanto que Renesmee, su cabeza de zanahoria, recitaba en voz alta algo sobre moléculas y ADN mientras se cepillaba el pelo.

Quitó el corcho (tapón) de la bañera y sacó a Ángela rodeándola con una toalla que le pasó Tyler su muchacho maduro y lindo, cuyo pelo castaño siempre estaba revuelto, imposible de domar y sus ojos azules muy serios para sus 8 añitos. Tyler ya estaba vestido con el uniforme de gimnasia y con todo preparado, solo a la espera de poder ayudar con su hermanita pequeña mientras Bella terminaba de ayudar a Renesmee.

Se detuvo un momento antes de salir de casa y miró su departamento dándose cuenta de lo horrible de su estado. Parecía como si un tornado hubiera pasado por su sala: con todos los juguetes en medio y un jarrón roto en una esquina que Tyler había roto de un balonazo mientras entrenaba para su partido y que no había dado tiempo de recoger. Mirando su departamento se sintió más agobiada que de costumbre. Se tomaba todos los turnos dobles que podía compaginar con los horarios de tres pequeños de 8, 7 y 5 años, pero era una tarea muy difícil. No sabía cómo conseguía su hermana cumplir con todo entre tanta droga y alcohol, ya que su vida estaba patas arriba desde que un día una trabajadora social se había presentado en su puerta con ellos y ella no era el tipo de mujer que podía rechazarlos.

Aparcó su minivan frente al colegio y sí, su convertible había dejado de ser seguro y con la perra de Jane Vulturi, la trabajadora social, pisándole sus talones, decidió que mejor vendía su auto a una amiga suya del hospital y se compraba ese cacharro en buen estado.

Ángela le dio un beso de mariposa viéndose hermosa y adorable en su tutú rosa.

—¿Estás segura de que no puedes venir, tía Bella? -preguntó con un puchero en sus labios. Bella se encargó de acomodar sus rizos antes de levantarse y contestarle.

—Tengo turno doble en el hospital cariño pero prometo ver el vídeo que la maestra May me enviará a mi celular. Estaré contigo en tu corazón -Ángela asintió resignada mientras que Renesmee tenía sus brazos cruzados y la mente en moléculas y átomos sin darle importancia a su hermana, la diva. Por otro lado, Tyler golpeaba su pelota con ánimo y es que los tres tenían personalidades tan diferentes como su físico.

Ángela era la artista, pero no por eso sus notas eran malas. Era una geniecillo rubio y le animaba a que fuera así. Quería orientarla para que un día no cometiera los errores de su madre.

Renesmee era como ella fue en su tiempo: un ratón de biblioteca, aunque por el pasado de su niña hermosa ella miraba el mundo con desconfianza. Había hablado con una compañera del hospital que es psicóloga infantil e iba a hablar con Renesmee para intentar ayudarla y también para averiguar qué era lo que había sucedido, porque la pequeña se refugiaba en ser la mejor estudiante, no era sociable y rehuía a todos los hombres que se le acercaban. Bella esperaba estar equivocada con sus suposiciones, y rezaba todas las noches para que su pequeña sobrina no hubiera sufrido ningún ataque sexual. Lo bueno era que cuando estaba relajada era una niña preciosa y parlanchina que movía mucho su cabeza con todo ese pelo rojizo moviéndose de un lado para otro y llamaba mucho la atención.

Por último, estaba Tyler: su guapo deportista con cabello castaño y ojos azules, quién quería ser estrella de fútbol y abogado, todo al mismo tiempo. Su muchacho era muy protector con sus hermanas y siempre estaba pendiente de que estuvieran bien y no les faltara nada.

Bella miraba a los tres entrar al colegio con sentimientos entrecortados. Haría todo lo que pudiera por sus sobrinos y los quería muchísimo, pero ella todavía no llegaba a los treinta años de edad y no quería ser madre. Se suponía que su reloj biológico debería estar a todo rendimiento pidiéndole sus propios hijos, pero este se había paralizado con la llegada de los pequeños. Suficiente tenía. Tanto era así que llevaba más de un año sin poder echar un polvo decente.

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Seattle 2013. Tres años después.

Edward Cullen apreció la obra de arte que su madre estaba mostrándole. Era una hermosa peineta que seguro se vendería en el triple de lo que la había comprado. Tenía hermosos colores turquesa a lo largo de toda la pieza y era de un metal poco pesado. Su padre se encontraba merodeando por la tienda mirando las nuevas adquisiciones de Edward mientras en su cara se dibujaba una sonrisa malvada: realmente lo estaba poniendo nervioso.

— Es un hermoso regalo para una mujer -dijo Esme insistiendo en el tema de su soltería, pero él la ignoró y tomó su bastón para cruzar el local. Que su rodilla no doliera mucho hoy no era justificación para dejar el bastón. Si lo dejaba, luego no podría ni moverse por el dolor y quería aprovechar hoy la mejoría física para poder moverse un poco más y dar una vuelta cuando cerrara la tienda.

Se dirigió hacia la vitrina que había en el escaparate y colocó la peineta dejándola bien a la vista mientras pensaba que él ya no tenía interés en una mujer, y que no le interpretaran mal, que él era un hombre hecho y derecho, pero por un lado llevaba más tiempo solo de lo que podía recordar y por el otro, ¿quién iba a querer a un discapacitado como él? Sobre todo a la edad que ya tenía.

Muchas noches, mientras estaba tumbado en la cama, con la pierna en alto, recordaba el accidente que lo dejó en ese estado.

Hace diez años, él era bombero de Chicago, un hombre orgulloso y al que habían condecorado varias veces por su valor. La semana de su accidente había sido un infierno: se habían declarado varios incendios en Chicago y todas las unidades estaban sin descanso. Acababan de un incendio y salían corriendo a otro, solo parando lo suficiente para recargar los camiones en las bocas de incendios.

Cuando llegaron al edificio, este ya estaba siendo consumido por la llamas y otras dotaciones de bomberos estaban peleando contra el fuego, tan ensimismados que no veían a una pequeña niña en una ventana de la primera planta, que intentaba respirar pero el humo no la estaba dejando.

Él no se lo pensó dos veces y, como llevaba todo el equipamiento encima, entró corriendo en el edificio mientras sus compañeros le gritaban para que parara. En el interior del edificio apenas se podía ver nada con la cantidad de humo que había, pero él avanzó lentamente hasta encontrar las escaleras y después se dirigió hacia la ventana donde había visto a la pequeña. La encontró derrumbada al lado de la ventana respirando con mucha dificultad. La cogió en brazos y le puso la mascarilla de oxígeno que llevaba él puesta, pero ni dos segundos después de ponérsela, el suelo cedió cayendo ambos en la planta baja, con todo el fuego alrededor de ellos. Edward se levantó como pudo sin soltar a la pequeña mientras daba gracias a que la niña no se había enterado de nada por estar inconsciente. Le dolía mucho la pierna pero avanzó hasta poder salir del edificio donde sus compañeros lo miraban con horror. Rápidamente dos de ellos corrieron hacia él. James cogió a la pequeña y Amun lo cogió a él y entonces se permitió mirar la pierna que tanto le dolía. El uniforme lleno de sangre fue lo último que vio antes de caer inconsciente.

Las consecuencias de su "heroicidad", como la llamaban algunos, fue que casi perdiera la pierna y que su fertilidad se fuera al garete. ¿Qué mujer querría estar con un hombre de casi cuarenta, cojo y que no podía darle hijos? Hijos que pudieran heredar su tienda. Esta situación lo había vuelto un hombre amargado, lo que no ayudaba a que las mujeres se interesasen en él.

Edward se puso a colocar las estanterías mientras sus padres seguían revoloteando a su alrededor, hablando entre ellos. Él había abierto esta tienda como regalo para su madre, que le encantaban las antigüedades, pasearse por los mercadillos en busca de cualquier objeto perdido que pudiera restaurar y darle una nueva vida. Pero un día Edward se encontró con que ya no podía seguir apagando incendios y ayudando a la gente, así que hizo las maletas y se volvió a instalar en Seattle, haciéndose cargo de la tienda de su madre. Lo bueno es que había descubierto que lo de encontrar objetos raros tirados de precio se le daba muy bien. Se sorprendió mucho al principio de la cantidad de gente excéntrica que entraba en la tienda para comprar algo raro que él había comprado por tres dólares y que vendía por casi cien.

La campana que su madre había insistido en poner sonó anunciando un nuevo cliente. Edward dejó las estanterías y se giró para atender al nuevo cliente, encontrándose con tres niños. La más pequeña era una niña rubia que miraba las vitrinas de la tienda como si buscara algo. La otra niña del grupo, unos años mayor según parecía, era una pelirroja que ojeaba un libro grueso que llevaba encima. Este parecía demasiado para una niña que podría tener unos 8 años, como mucho diez. Por último también había un niño, quizás el mayor de los tres y que parecía demasiado nervioso.

Su tienda no era una tienda donde los ladrones, por lo menos de tan poca edad, entraran muy a menudo, pero por si acaso no les quitaría el ojo de encima a los tres.

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Tyler refunfuñó molesto porque se sentía muy incómodo buscando el regalo, ¿y si no lo quería?

Iba a ser el día de la madre dentro de muy poquitos días y ellos no tenían madre. Bueno, la habían tenido, pero la que era su madre volvió de su reencuentro con Dios y estuvo con ellos sólo dos meses en la casa de su tía Bella. Pero un día habían llegado de la escuela y la habían encontrado en la puerta con sus maletas hechas. Ella los rechazó, les gritó y les dijo que le habían arruinado su vida, que era joven y lo había perdido por culpa de ellos. La tía Bella se la llevó a una habitación y estuvieron gritándose mientras ellos se escondían en la habitación y se abrazaban en la cama de Renesmee. Por último se oyó el portazo de la puerta y su tía fue con ellos diciéndoles que ella jamás los dejaría, que eran lo más bonito que tenía en su vida, mientras los abrazaba a los tres.

Su tía se esforzaba todos los días para darles lo mejor, para que no les hiciera falta nada, pero Tyler podía ver a veces el anhelo con los que miraba a las personas que eran de su edad saliendo de fiesta y disfrutando sin niños. También había oído como ella había rechazado cordialmente muchas invitaciones a fiestas para estar con ellos. Por último estaba su trabajo, donde hacía turnos dobles que hacían que cuando llegara a casa arrastrara los pies de cansancio, pero ella sonreía en cuanto los veía y, si el tiempo lo permitía, los instaba a alistarse para dar un paseo. Tyler se sentía culpable por la carga que eran para su tía, por eso intentaba ayudar en lo que podía, sobre todo intentaba cuidar de sus hermanas y así hacer un poco más fácil la vida de su tía.

Ty también sentía culpable porque sino hubiese sido por él, su tía no tendría que ocuparse de ellos. Aunque ella no lo sabía, fue él quien había llamado a la policía, cansado de que Royce los encerrara en un cuarto pequeño con llave mientras golpeaba a su madre, sin darles de comer hasta dos días seguidos. Tampoco le había contado nunca, aunque creía que ya lo sabía, que Royce había intentado tocar a Nessie en el lugar prohibido cuando estaban durmiendo y que él se metía en la cama de ella para evitarlo. También escondían a Ángela de él porque más de una vez Tyler le escuchó diciendo que le gustaban mucho las rubias mientras miraba a su hermanita pequeña de una manera rara. Ahora, siendo más mayor, sabía que lo que Royce hacía estaba muy mal y que él hizo bien en llamar a la policía porque su madre nunca los protegía de Royce, pero no podía quitarse el peso de encima de haber fastidiado la vida de su tía.

Pero su tía Bella nunca les había dicho nada, todo lo contrarío, los ayudaba con los deberes, jugaba con ellos, los escuchaba cuando lo necesitaban y los acariciaba como su madre tendría que haberlo hecho.

También había ayudado mucho a Nessie, ya que a ella no le gustaban ningún hombre, aunque fuesen niños, solo se acercaba a Ty. Por eso la tía Bella los llevó a terapia con la doctora Carmen, quién pacientemente los escuchaba, ya fuera juntos o por separado.

La tía Bella era la mejor y por eso se encontraban en esta tienda. Habían tenido una loca idea, que extrañamente Nessie había apoyado. Querían regalarle a su tía Bella algo que la hiciera sonreír como hacía mucho que no lo hacía, y es que últimamente ella parecía más cansada de lo normal con su nuevo trabajo en una clínica gigante y prestigiosa.

—¿Qué están buscando? -Nessie se tensó al escuchar una voz de hombre a su espalda. Todavía tenía pesadillas que la hacían despertarse llorando.

—Queremos algo para regalar -contestó Ángela mientras Nessie se acercaba a ella y le daba la mano a Tyler, pero no se escondió detrás de él. La señora Carmen siempre le decía que ella era fuerte y que podía hacer frente a todo. Cuando se enterara de que no había retrocedido ante este extraño seguro que le daba alguno de sus dulces tan deliciosos.

—¿Es para alguien especial? -preguntó el hombre. Los tres asintieron con la cabeza y Tyler se adelantó, ya que era el mayor y el que tenía el dinero. Habían ahorrado durante mucho tiempo para darle un regalo a su tía Bella, ya que querían pedirle algo importante, y después de Ángela hubiera visto en la televisión que para pedir algo muy importante se necesitaba un regalo costoso, los tres pusieron más empeño aún para ahorrar más.

—¿Tiene anillos de compromiso? -El hombre miró a Tyler con un brillo extraño en los ojos. - Soy Ty y mis hermanas son Angie y Nessie.

Edward se quedó un poco aturdido mirando con atención a los tres niños ¿Había oído bien? ¿Querían comprar un anillo de compromiso? ¡Joder!.

Se aclaró la garganta y salió de detrás del mostrador para poder verlos bien. La niña más pequeña, Angie como la había llamado su hermano, era una hermosa niña rubia de ojos azules y era quién los encabezaba, mirando todo con curiosidad. Tyler parecía el mayor de los tres, un muchacho que debería tener unos once o doce años, y que daba la sensación de que estaba ahí para proteger a sus hermanas. Por último estaba la niña pelirroja, que estaba aferrada a su hermano y lo miraba como si Edward fuera a saltar sobre ella en cualquier momento.

—¿Puedo preguntar para qué quieres un anillo de compromiso muchacho? -él, a su edad, había comprado anillos, pero de esos de dulce, solo para comerlos ¿Por qué un niño querría un anillo de compromiso? ¿Qué edad tenía? ¡por todos los cielos! Él le echaba como mucho doce, pero aún así era un niño.

Tyler sacó los cien dólares que habían ahorrado y se los mostró a Edward, quién les frunció el ceño.

—Queremos comprar un anillo para pedirle a nuestra tía Bella que sea nuestra mamá.

—Sí -confirmó en un susurro la pelirroja.

-¡Oh! Son tan adorables ¿No crees Carlisle? -preguntó Esme llamando la atención de los niños, quienes la miraron con menos desconfianza que a él. —Edward, ¿dónde está tu educación? Lleva a los niños a escoger un anillo para su tía.

—No tengo anillos de ese precio madre -dijo Edward acercándose a ella. Esme le puso la mano en el hombro mientras le fruncía el ceño, para después dirigir su mirada a los pequeños. Edward también miró a los niños, quienes parecían decepcionados.

—Deberíamos irnos -dijo la pelirroja mientras los otros dos asentían con la cabeza.

—Haz lo correcto hijo. Ellos solo quieren algo sencillo. Si les falta dinero yo cubriré lo que les falte -le susurró Esme a su hijo.

—Sabes que no es por el dinero -contestó Edward. —Es que aquí hay piezas muy valiosas y no quiero que acaben en malas manos.

Esme le rodó los ojos.

—¿Qué mejores manos que las de esos pequeños que quieren tener una madre? -rebatió ella. —Deja de ser un idiota y enséñales los anillos. -Le dio la espalda a Edward y se dirigió a los niños. — Mi hijo os llevará a la sala de los anillos.

—No se preocupe señora, hemos decidido irnos -dijo Angie levantando la cabeza, quitándose el cabello de rostro como una diva y sujetando con la otra mano su bolso de brillitos, haciendo sonreír a los adultos.

—¿Podemos ver los anillos que cuestan cien dólares por favor? -dijo Nessie ignorando a su hermana. Edward se impresionó mucho cuando la pelirroja habló, ya que era tan tímida.

-Seguidme.

Los chicos lo siguieron, aunque Nessie seguía mirándolo con desconfianza. Pasaron por delante de una vitrina que contenía anillos de varios miles de dólares y que Edward ignoró, pero no así los pequeños, que se pegaron al cristal admirándolos.

Edward quiso maldecir, pero entonces se fijó en la mirada triste de Nessie y se acordó de que cuando él era pequeño su hermana tenía la misma mirada, pero hasta que no fue mayor nadie le explicó que era lo que ponía esa mirada en su hermana. Esperaba, aunque vanamente, que la niña no hubiera sufrido lo mismo que Alice, pero solo tenía que sumar su desconfianza a esa mirada para saber que sus rezos eran inútiles.

Cuando se acercó a ellos vio que, aunque los otros dos miraban los anillos más extravagantes, Nessie se había fijado en una antigüedad sencilla. Una joya preciosa.

—Ese anillo es El Turquesa, perteneció a una princesa de Egipto y tiene una historia graciosa -dijo Edward haciéndola saltar asustada. Sus hermanos se habían adelantado para mirar anillos de diamantes y de pelotas de fútbol.

—Es hermoso -dijo ella sin mirarlo, caminando hacia Tyler y dejando a Edward confundido, ya que ella le había echado una mirada de miedo y dolor antes de salir corriendo lejos de él.

—Ella se parece tanto a Alice -dijo Esme a su lado.

—Quizás solo está asustada de mí -dijo Edward pero Esme negó con la cabeza.

—Dales el anillo que le gustó a ella y recibe los cien dólares.

—Pero mamá, el anillo tiene un valor de varios miles de dólares, ¡iba a subastarlo!

—Ellos le darán un mejor uso Edward -le contestó Esme con ese tono que ponía cuando lo regañaba.—Le pedirán a su tía que sea su madre ¿Puede eso ser más importante que tu estúpida subasta?

Edward cogió el anillo y se fue tras el mostrador para meterlo en una caja forrada de terciopelo negra. No le gustaba mucho tener que regalar el anillo a los chiquillos, pero a lo mejor la historia del anillo se repita, ya que en un principio no iba a ser para la princesa de Egipto, sino fue realizado por un orfebre y antes de que lo pusiera a la venta se lo regalo a una mujer mal vestida que le dijo que era precioso. El orfebre se quedó prendido de sus ojos y se lo regaló a ella, siendo al final ella una princesa de Egipto.

Edward pensó en si pudiera repetirse la historia y acabar el anillo en las manos adecuadas, pero por si acaso llamó a su amigo Jason Jenks para que siguiera a los niños para confirmar su historia y si no, que recuperara el anillo.

Después de media hora de dejar deambular a lo pequeños por la tienda viéndolo todo y dándole tiempo a su amigo a llegar, les dio la cajita con el anillo. Los tres se pusieron muy contentos, y más cuando les dio cincuenta dólares de "cambio" para que pudieran celebrar el día de la madre, marchándose de la tienda con sonrisas pintadas en sus rostros, incluida Nessie.

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Bella se giró en su cama y sintió unas manitas heladas en su estómago, despertándola de su sueño.

—Alguien tiene frío, ¿eh? -susurró somnolienta y se giró para ver a Nessie apretada a ella con su mirada llena de miedo.

—Lo siento tía Bella, no quería despertarte -Bella atrajo a Nessie en un abrazo y ella se lo permitió. Ese abrazo permitió saber a Bella que su pequeña estaba realmente aterrada, ya que Nessie no se dejaba nunca abrazar.

En momentos como ese le gustaría poder tener a ese ser, porque hombre no se le puede llamar, a Royce, para poder utilizar su bisturí en él, poco a poco hasta que se le quitaran las ganas de volver a tocar a nadie, mucho menos a su pequeña.

Por suerte a su niña no la había llegado a violar, pero aun así el trauma todavía persistía, a pesar de los avances que tenían y de la ayuda recibida por su psicóloga. Incluso en el colegio, gracias a la directora Alice Cullen, le habían puesto solo profesoras, aunque seguía yendo a clases mixtas, porque era necesario que se relacionara con niños varones para que vieran que no le iban a hacer daño. Alice había sido tan compresiva porque, por lo que les contó, había sufrido lo mismo cuando ella era pequeña y toda ayuda obtenida era poca.

—¿Estás bien cariño? -Nessie negó escondiendo su rostro en el cuello de Bella y llorando de manera silenciosa. Maldijo a Royce mientras tarareaba una canción de cuna en el oído de su nena pequeña hasta que se quedó dormida.

Tyler las miraba desde la entrada, apoyado en el marco de la puerta mientras se frotaba los ojos rojos por el cansancio.

—Tendrías que haberme despertado Ty.

Tyler no quería que su día empezara así, pero no había podido evitarlo. Nessie había llorado casi toda la madrugada por culpa de las pesadillas y él había dejado a su tía dormir, puesto que últimamente trabajaba mucho más y descansaba menos.

— Nessie dijo que no quería que te molestáramos.

—Ella no es tu madre cariño -dijo Bella acostando a la pequeña despacio para no despertarla.— ¿Angie despertó ya?

Ty negó con la cabeza y Bella lo abrazó, besando la cabeza antes de mirarlo a los ojos.

—Ve a dormir -le dijo con cariño

—¿Tienes que trabajar hoy? -preguntó su pequeño preocupado.

Bella miró el calendario y solo entonces entendió porque de pronto Tyler parecía demasiado preocupado de que ella fuera a trabajar. Era el día de las madres y seguramente estarían extrañando a Rosalie, quién brillaba por su ausencia.

Acarició el cabello de su pequeño mientras le sonreía. Llenar el lugar de su hermana era algo que había querido hacer desde que hace tres años ella desapareció, pero si quería comprar esa casa que había ido a ver y darles una sorpresa a sus pequeños, tenía que trabajar como últimamente lo había estado haciendo, aunque un día de descanso en la cama con sus enanos, porque eran suyos, con helado, películas infantiles y pizza sería algo increíble.

—Puedo reportarme enferma hoy y pasar el día con vosotros en la cama ¿qué te parece? -le preguntó sonriéndole a su pequeño. Los ojos de Tyler se iluminaron como faroles de Navidad.

—Eres increíble tía Bella -contestó este abrazándola y salió corriendo la habitación donde dormían los tres, entusiasmado.

Después de que Rosalie se fuera ella había decidido en convertirse en la madre de sus pequeños, no solo porque llevaran su sangre, sino porque así los sentía después de haber estado cuidando de ellos durante varios meses. Bella se dirigió hacia el teléfono y llamó a Carlisle para reportarse enferma.

—Llevo dos semanas diciéndote que te tomes unos días libres -la regaño suavemente su jefe mientras Bella veía como Ty y Angie llevaban sus mantas y desaparecían en su habitación.

—No fue hasta que vi a Nessie llorando en mis brazos hoy que no supe que necesitaba unos días con ellos. Sabes que quiero comprar la casa que me ofreciste.

—¿Ella está bien? -Bella sonrió por la preocupación en la voz de Carlisle. Él no era solamente su jefe, sino que se habían hecho amigos, y sino fuera por la gran diferencia de edad y de que estaba felizmente casado, ya habría intentado flirtear con él.

Carlisle se había portado muy bien con ella, dándole los horarios que ella había necesitado, sin poner problemas en que trabajara tanto. Un día le mostró una foto de sus pequeños y él se puso a reír, diciendo que el mundo era un pañuelo. Después de ese episodio Carlisle se interesó más en ella y sus niños, haciéndole preguntas de como iban en el colegio hasta de como era su departamento. Cuando se dio cuenta de que era un departamento pequeño, le ofreció venderle una casa por un precio muy bajo del mercado, diciendo que para él no era cuestión de dinero, sino de que esa casita acabara en buenas manos.

"Fue la casa en la que viví con Esme durante una época difícil. Ella estará feliz cuando le diga que he encontrado a alguien digno de tener esa casa. El precio es simbólico"

Pero después de esa conversación la situación se fastidió un poco, ya que Tyler había pescado una neumonía y Angie la varicela. Tener tres niños, que se fueron pegando las enfermedades entre ellos, había hecho que sus ahorros menguaran debido a los medicamentos y las facturas de hospital. Llevaba poco más de mes y medio recuperándose de este socavón económico y apenas se estaba nivelando haciendo horas extras en el hospital y doblando turnos.

—Está bien ahora. La dejé dormida en mi habitación. Creo que no durmió en toda la noche -le contestó Bella a Carlisle.

—Bien -Bella iba a colgar cuando Carlisle volvió a hablar.—Que tengas un feliz día de las madres Bella -le dijo Carlisle antes de colgar, dejándola pensando. Ella no era madre pero que Carlisle le dijera eso había calentado mucho su corazón, mientras miraba a sus hijos dormidos en su cama. Sonrió pensando en ellos, porque aunque no los había parido ellos eran sus hijos y eso no lo cambiaría nadie, así que se unió a ellos en la cama para pasar un par de horas más durmiendo.

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Bella gimió mientras se giraba en la cama para ver la hora. Era tardísimo así que buscó por la habitación a los niños sin encontrar a ninguno de ellos, pero en la casa no se oía ningún ruido, lo que la asustó. Salió rápidamente de la cama y se fue hacia la sala, a ver si estaban allí jugando pero lo que se encontró cuando llegó allí casi la hace gritar de emoción. Tyler, Renesmee y Ángela la miraban mientras extendían un hermoso cartel rosa que tenía muchas fotos de ellos juntos. Ty empujó a Nessie un poco y ella dejó que sus hermanos sostuvieran el cartel. Se acercó a ella y, poniéndose sobre una rodilla, alzó su mano donde tenía una caja negra. Bella abrió sus ojos impresionada al ver a su niña abrir la caja.

—Tía Bella ¿Quieres ser nuestra mamá para siempre? -preguntó Nessie. Los ojos de Bella se llenaron de lágrimas y sollozó fuerte, aturdida, mientras sus hijos la miraban expectantes.

—¿Es que no nos quieres? -dijo Nessie empezando a llorar. Lo había dicho tan bajito que sino hubiera estado prestando atención no lo habría oído. Se dejó caer al suelo y abrazó a su más sensible pequeña.

—Es que estoy sin palabras mi amor -le contestó quitándole las lágrimas a esos ojos tan expresivos.— Si que quiero ser su mamá, para siempre ¡por Dios! -exclamó riéndose.— Nada, -dijo extendiendo sus manos para que Tyler y Ángela llegaran hasta donde estaban ellas, — nada me haría más feliz que ser vuestra madre, mis niños.

Ángela la abrazó chillando feliz.

—Estás llorando. Solo queríamos hacerte sonreír -dijo Tyler un poco apesadumbrado. Bella los abrazó a los tres muy fuerte.

—Estoy muy -dejó un beso en Ángela antes de besar a Tyler,— pero muy -besó a Nessie abrazándola fuerte antes de terminar diciendo— feliz con vosotros y os amo. Por eso estoy llorando. Maldición ¿Cómo podría no amaros? -preguntó feliz antes de coger el anillo para ponérselo orgullosa.

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—Isabella, Carlisle quiere verte en su oficina -dijo Lauren Mallory mientras la miraba molesta. Bella la ignoró mientras firmaba el informe de las rondas que estaba haciendo esa tarde. Suspiró cansada ya que hoy era uno de esos días que doblaba turno, pero el peso de su anillo la hizo sonreír mientras caminaba hacia la oficina de su jefe. Todo este trabajo valía la pena pensó.

Cuando llegó a la oficina de Carlisle, Bella dio dos golpes a la puerta y entró sin esperar respuesta, como siempre.

—¿Me llama... -dejó la pregunta en el aire viendo al hombre que se giró al oírla y que no era Carlisle. Sosteniendo la puerta dudó de entrar mientras el sonrojo se apoderaba de ella. Detrás de ese hombre pudo vislumbrar a Alice, la directora del colegio de sus niños, sentada tras el escritorio de su jefe.— Disculpen -susurró retrocediendo por haber interrumpido.

El hombre de ojos verdes miró su mano y de pronto, sorprendiéndola, le tomó la mano bruscamente mirando el anillo con intensidad. Ella quiso retroceder, incómoda como se sentía, pero ese hombre la agarraba con fuerza.

—Veo que conociste a mis hijos Bella -los interrumpió Carlisle, entrando en el despacho como si nada. Bella los miró sin entender pero de un tirón consiguió liberar su mano.

—Tengo una ronda que terminar doctor Cullen -dijo siendo formal, molesta con el hombre que es hijo de su jefe. Carlisle le quitó importancia con un gesto de su mano.

—Edward y Alice, a la que ya conoces, vinieron a mi hace unas semanas con una idea y quiero tu apoyo total en esto.

—¿Podríamos hablarlo cuando haya terminado mi ronda?

Carlisle apretó su intercomunicador para hablar con su secretaria.

—¿Doctor? -respondió Lauren escuetamente.

—¿Puedes comunicarme con Tanya sin equivocarse Lauren? -Lauren no contestó y Bella se sentó en la silla que había al lado del maleducado de ojos verdes, dándose por vencida ya que Carlisle estaba hablando con Tanya para que ella terminara la ronda de Bella.

Edward estaba impresionado, por primera vez en su vida una mujer lo había dejando sin palabras, y es que ella era hermosa. Su cabello castaño con toques pelirrojos, hecho un moño descuidado era llamativo y se lo imaginó desordenado, extendido en la almohada de su cama mientras él...

—Bella -dijo Alice, haciendo que Edward dejara de imaginarse cosas. — Ya conoces mi historia, os la conté a ti y a Nessie cuando vinisteis al colegio y vi como se comportaba ella.

Alice continuó con la historia que Bella ya conocía, pero Bella no sabía muy bien de que iba todo esto. Se había sorprendido al saber que Alice era hija de Carlisle, ya que nunca se había comentado, pero lo que estaba empezando a molestarla, y mucho, era que parecía que la pesadilla de su niña era público y que su jefe la ayudaba por lástima, por lo que le había pasado a su propia hija y todo esto se comentaba delante de un desconocido. A Bella le daba igual que fuera hijo de su jefe.

—¡Basta! -exclamó Bella levantándose de un impulso de la silla. Miró a Carlisle y negó con sus ojos llenándose de lágrimas.—Si te conté sobre Nessie fue porque pensé que podía confiar en ti, no era para que tuvieras lástima de mí.

—Bella, no malinterpretes esto. No te llame porque te tuviera lástima ni nada por el estilo. — Edward frunció el ceño al ver la preocupación de su padre y en cierto sentido se sintió celoso por la confianza que había entre ellos, haciendo que sus oídos zumbaran de forma molesta.

—Es mi hija Carlisle, -exclamó molesta,— no un mono de feria al que exponer ante todos -esto último lo dijo mirando a Edward a los ojos, antes de salir echa una furia de la oficina.

—Oh papá, lo siento -dijo Alice triste y pareciendo agobiada.

—No te preocupes hija, ella estará bien. Solo necesita tiempo para calmarse y que volvamos a hablar, dejarle claro que no es lástima lo que nos mueve, ni queremos dañar a su hija.


Después de mucho tiempo al fin otra historia de Ann. Esta historia va a ser muy cortita, solo dos partes y el epílogo. Aquí os dejo las palabras de Ann:

Ha pasado tanto tiempo que ni si quiera puedo contar cuanto fue. Hola nenas en verdad lamento que Joana y yo nos hayamos desaparecido tanto tiempo ¿Esto es un regreso? Si esperamos que lo sea.

Agradecer a Joana quien durante todos estos años ha sido un magnífico apoyo a mi vida. A Clara nuestra nueva visión, quién se tomó el tiempo de poner los puntos y las comas que ni yo ni Joana pusimos. Creo que sin ella estaríamos aún a pausas por todo el ajetreo diario que llevamos en nuestros hombros. Clara es nuestra nueva beta y esperamos que pueda seguir apoyándonos y aguantando nuestras locuras. Espero de corazón que esta historia les guste tanto como a mi me gustó escribir cada palabra. Quiero sus opiniones y la máquina de las aventuras esta en marcha. Espero se suban conmigo. Ann. Cuídense, besos.