Disclaimer: La trama le pertenece a G. Showalter y, los personajes, como todos sabemos, son exclusivamente de Meyer.

Hey, realmente no tengo palabras que puedan expresar mis disculpas. Para los que no se enteran, sucede que esta historia ya fue subida hace un tiempo atrás pero la tuve que borrar pues no sabía cuanto tiempo me iba a tomar rehacer la adaptación.

Aclarando esto, les explico un poco en que consistió este problema. Como publiqué en mi perfil, tuve varios problemas al guardar los capítulos pues como algunos ya saben, siempre tengo terminadas todas la historias o adaptaciones antes subirlas. El problema fue; que al conectar mi pendrive y abrir la carpeta donde estaban mis documentos, todos me aparecieron invisibles, es decir, estaban allí pero su ícono no era nitido, sin mencionar que no se lograban abrir adecuadamente.

En fin, no logré arreglar el problema, que al parecer ocurrió debido a un virus y, tuve que rehacer la adaptación, sin mencionar que todos mis otros documentos fueron eliminados, entre ellos mis propias historias, distintos outtakes y demás. Sinceramente, creo que ustedes pueden comprender que estas semanas no he estado bien anímicamente y esa es la principal razón de que me haya demorado tanto. Así que, vuelvo con esta adaptación que es un poco más larga que Amante & Felino -cuenta con 34 capítulos-, además la he adaptado con una pareja principal no tan común; Jasper e Isabella.

Sin mas detalles, espero que puedan disfrutar de esta lectura y, mis más sinceras disculpas hacia las antiguas lectoras de esta historia.


PRÓLOGO

La mañana de su decimoctavo cumpleaños, Isabella Swan se despertó de un sueño increíble con la sensación de que le habían arrancado los ojos, los habían sumergido en ácido y se los habían vuelto a colocar en las órbitas. En realidad, se había ido dando cuenta poco a poco hasta que tuvo plena consciencia de ello, se le tensó el cuerpo y se inclinó, liberando un grito que le rasgó la garganta.

Levantó los párpados hinchados pero... no había luz del día. Sólo la saludó la oscuridad.

El dolor se propagó, subiéndole por las venas como una rápida marea y amenazando con reventarle la piel. Se frotó la cara, incluso se arañó, con la esperanza de eliminar lo que fuera que estuviera causando el problema pero no había nada fuera de lo normal. No había bultos ni rasguños. No, espera. Había algo. Un líquido caliente le empapaba las manos.

¿Sangre?

Se le escapó otro grito, seguido de otro y otro más, todos y cada uno de ellos fueron como trozos de cristal que le rasparon la garganta. En pocos segundos, el pánico la sobrepasó. ¿Estaba ciega, sangrando... Y muriéndose?

Oyó el gemido de las bisagras de una puerta y el repiqueteo de unos tacones contra el suelo de madera.

—¿Isabella? ¿Estás bien? —hubo una pausa y luego un siseo entre dientes—. Oh, cariño, tus ojos. ¿Qué te ha pasado en los ojos? ¡Charlie! ¡Charlie! ¡Ven rápido!

Oyó una maldición seguida de una serie de pasos rápidos y fuertes. Un segundo más tarde, un jadeo horrorizado llenó la habitación.

—¿Qué le ha pasado en la cara? —gritó su padre.

—No lo sé. No lo sé. Cuando llegué, ya estaba así.

—Isabella, corazón, —le dijo su padre de forma tierna y preocupada—. ¿Puedes oírme? ¿Puedes decirme qué te ha pasado?

Isabella trató de decir: Papi, ayúdame, por favor, ayúdame, pero las palabras se convirtieron en un diamante demasiado duro e irregular para soltarlas. Y oh, Dios querido, la quemazón le había llegado al pecho y notaba las llamas en cada latido de corazón.

Unos fuertes brazos se deslizaron debajo de ella, uno debajo de los hombros y otro debajo de las rodillas, y la levantaron. El movimiento, a pesar de ser de lo más cuidadoso, aumentó el dolor lo que hizo que gimiera.

—Te tengo, corazón —le aseguró su padre—. Te llevaremos al hospital y todo irá bien. Te lo prometo.

Las puntas más afiladas del pánico fueron remitiendo. ¿Cómo podría no creerle? Él nunca había hecho una promesa que no pudiera cumplir y si pensaba que todo iba a ir bien, entonces todo iría bien.

Su padre la llevó a la camioneta que tenía en el garaje y la dejó en el asiento de atrás mientras el ruido de los sollozos de su madre hacía eco. Su padre ni siquiera se molestó en abrocharle el cinturón, simplemente cerró la puerta y encerró a Isabella dentro. Esperó a que se abriera la puerta de él y luego la de su madre. Esperó a que sus padres se montaran en el coche y la llevaran al hospital como prometieron pero... Nada.

Isabella esperó.. Y esperó.. Los segundos pasaban con una lentitud insoportable, la irregularidad de las inhalaciones se entremezcló con un olor a huevos podridos tan fétido y marcado que era suficiente para quemarle las fosas nasales. Se encogió, confusa y asustada por el cambio en el aire.

—¿Papi? —preguntó. Se le estremecieron los oídos mientras esperaba la respuesta pero todo lo que oyó fue...

Unas voces apagadas a través del cristal.

El ruido que se hace cuando se raya un metal.

Una risa espeluznante.

Un gruñido de agonía.

—Ve adentro, Reneé —gritó su padre con un tono aterrorizado que Isabella nunca le había oído usar antes—. ¡Ahora!

Reneé, su madre era la que ahora gritaba.

Haciendo una mueca de dolor, Isabella trató de ponerse en posición vertical. Gracias a Dios, el resplandor insoportable que la cegaba se desvaneció, por fin. A medida que se limpiaba la sangre, unos diminutos rayos de luz le atravesaban la línea de visión. Pasó un segundo, luego dos, la luz se propagó, los colores aparecieron, el azul por aquí, el amarillo por allá, hasta que tuvo la imagen completa del garaje.

—¡No estoy ciega! —gritó, pero su alivio fue breve.

Vio que su padre protegía a su madre pegándola contra la pared y escudándola con su cuerpo mientras lanzaba miradas aquí y allá pero sin aterrizar jamás sobre algo en concreto. Tenía unos cortes espantosos en las mejillas y le goteaba sangre.. De todos ellos.

Impresionada y horrorizada a partes iguales, esas emociones se convirtieron en una avalancha imparable que la embargó de arriba abajo. ¿Qué le había pasado? No había nadie en este pequeño recinto cerrado y.. Un hombre se materializó delante de sus padres.

No, un hombre no, sino un.. un.. ¿Qué era?

Isabella se echó hacia atrás, golpeándose contra el otro lado del coche. El recién llegado no era un hombre sino una criatura sacada de las profundidades de las peores pesadillas. Se le formó un grito que se le alojó en la garganta reseca. De repente, no podía respirar, sólo podía mirar fijamente llena de asco.

La... cosa era sorprendentemente alta, la parte superior de la cabeza rozaba el techo que ella no podía alcanzar ni con unas escaleras plegables. Poseía unos huesos que eran de un tamaño barbárico y unos colmillos de los que sólo había leído en las novelas de vampiros, con una piel del color de la sombra más oscura del carmesí y tan suave como el cristal. Le goteaba sangre de la punta de los dedos en forma de garras. Las retorcidas alas de un marcado color negro se extendían desde la espalda y unos pequeños cuernos le sobresalían a lo largo de toda la columna vertebral. Una cola delgada y larga estaba curvada desde la base y terminaba en una punta de metal manchada de sangre que chocaba contra el suelo de cemento cuando se agitaba hacia delante y hacia atrás una y otra vez.

Ella sospechaba que lo que fuera eso, era el causante de las heridas de su padre, y que sólo podría causar más. El miedo venció a las demás emociones que sentía y, aun así, se tambaleó hacia delante, golpeó el puño contra la ventanilla y se obligó a poner la voz en funcionamiento.

—¡Deja a mis padres en paz!

La bestia se volvió a mirarla con unos ojos terriblemente encantadores que le recordaban a los rubíes recién cortados. Enseñó los dientes un instante, imitando una sonrisa antes de que rebanara la garganta de su padre con las garras.

En un instante, le arrancó la carne y la sangre llegó a salpicar un poco la ventanilla del coche. Su padre cayó.. Golpeándose contra el suelo, con las manos alrededor del cuello herido, con la boca abierta, jadeando y tratando de conseguir ese aire que no podía, ni podría, encontrar.

Se le escapó un sollozo formado a partir de la incredulidad pero agudizado por la rabia.

Su madre gritó, explorando el garaje con los ojos muy abiertos, tal y como había hecho su padre, como si no tuviera ni idea de dónde podría venir la amenaza. Se tapó la boca con las manos mientras las lágrimas le caían por las mejillas manchadas de sangre.

—No-no nos hagas daño —tartamudeó—, por favor.

De la boca de la criatura salió una lengua bífida, como si estuviera saboreando su miedo.

—Me gusta la forma en que suplicas, mujer.

—¡Para! —gritó Isabella.

Tengo que ayudarla, tengo que ayudarla.

Abrió de un tirón la puerta del coche y salió volando, sólo para caer sobre el charco de sangre de su padre... No, no, no. A pesar de las náuseas, luchó por ponerse en pie.

—¡Tienes que parar!

—Corre, Isabella, corre.

Otra vez esa risa siniestra... antes de que esas garras golpearan, silenciando a su madre quien se desplomó.

Conmocionada, Isabella dejó de luchar. Se cayó al suelo, indiferente mientras el oxígeno le quemaba en los pulmones. Su madre... encima de su padre... sufría espasmos... todavía.

—Esto no puede estar pasando —balbuceó—. No está pasando.

—Oh, sí —respondió la criatura con la voz profunda, ronca.

Captó la diversión subyacente en su tono, como si el asesinato de sus padres no fuera más que un juego.

Asesinato.

A-se-si-na-to.

No. Asesinato, no. No podía aceptar esa palabra. Los habían asaltado pero saldrían de ésta. Tenían que salir de ésta. El corazón le golpeaba en las costillas y la bilis se le abrió camino por el pecho y le pasó a la laringe.

—La-la policía está de camino —mintió. ¿No era eso lo que todos los expertos de los programas de supervivencia decían que había que hacer para salvarse? ¿Afirmar que la ayuda estaba en camino?—. Márchate. Vete. No querrás te-tener más p-problemas, ¿no?

—Me encanta cómo suena eso de más problemas —el monstruo se volvió completamente hacia ella, encarándola, y sonriendo—. Lo probaré. —Empezó a golpear, golpear y golpear los cuerpos... rasgó las ropas y la piel, rompió huesos y salieron volando pulpa y tejidos.

No lo puedo asimilar.

No puedo... pero, en realidad, sí que podía. Lo sabía. Si sus padres habían tenido alguna oportunidad de sobrevivir, ahora, esa oportunidad se había convertido en cenizas.

¡Levántate! Has dejado que esa cosa mutile a la gente que amas. ¿Vas a permitir que te mutile a ti también? ¿Y qué hay de tu hermano, que está escaleras arriba, solo, probablemente, dormido y sin estar preparado para una masacre?

No. ¡NO! Con un rugido que le salió de un alma que pronto estaría destrozada por el dolor, Isabella se lanzó contra ese enorme pecho cuadrado y le lanzó un puñetazo a la fea cara. El monstruo cayó hacia atrás pero se recuperó con rapidez, dando la vuelta sobre ella, sujetándola por la espalda y tirándola hacia abajo. Extendió las alas, aislándolos del resto del mundo, como si sólo existieran ellos dos.

Ella continuó soltando puñetazos, una y otra vez. Por alguna razón, la criatura nunca trató de clavarle las garras. De hecho, le apartó las manos e intentó... ¿besarla? Riéndose, riéndose, sin dejar nunca de reírse, esa cosa presionó los labios contra los de ella, le metió el fétido aliento en la boca y se estremeció de sublime placer.

—¡Para! —gritó ella y esa cosa le metió la lengua tan profundamente que la hizo callar de nuevo.

Cuando levantó la cabeza, dejó una baba candente detrás, que le cubría a ella la mitad inferior de la cara. Los ojos de él brillaban de éxtasis.

—Bueno, esto va a ser divertido —dijo y, acto seguido, se fue, se desvaneció en una nube de humo pútrido.

Durante mucho tiempo, Isabella sintió que tenía la mente y el cuerpo paralizados. Lo único que se le movían eran las emociones y aumentaban a un ritmo alarmante. El miedo... la conmoción... el dolor... todo le presionaba de tal manera que creyó que se iba a ahogar.

¡Haz algo!

Finalmente, un pensamiento le hizo eco en la mente; "Puede volver en cualquier momento."

Darse cuenta de ello hizo que tuviera la suficiente fuerza para liberarse del agarrotamiento.

Deslizándose como pudo, se abrió paso hacia los cuerpos de sus padres. Unos cuerpos que no podía recomponer por mucho que lo intentara. A pesar de que todo lo que tenía dentro se rebelaba contra la idea, tuvo que dejarlos atrás con la esperanza de salvar a su hermano.

—¡Riley! —gritó—. ¡Riley!

Tropezó de camino a la casa y llamó al 911. Después de una explicación apresurada, dejó caer el teléfono y corrió escaleras arriba, chillando de nuevo a su hermano. Lo encontró en su habitación, durmiendo plácidamente.

—Riley. Despierta. Tienes que levantarte.

Sin importar lo mucho que lo sacudiera, se limitó a murmurar que lo dejara unos minutos más.

Se quedó con él, protegiéndolo, hasta que llegaron los primeros auxilios. Les mostró el garaje, pero ellos tampoco pudieron recomponer a sus padres. La policía llegó poco después y, en menos de una hora, Isabella fue acusada de los asesinatos.