Summary: Este fic participa en el "Reto de Halloween" del foro de InuYasha: Hazme el amor. Como desearía que los seres sobrenaturales fuesen como en los cuentos, buenos y siempre listos para ayudar, en lugar de ser esos seres despiadados ansiosos por quitarte un trozo de carne.
Disclaimer: Los personajes le pertenecen únicamente a Rumiko Takahashi, yo sólo los tomo prestados para narrar esta historia :3.
Capítulo I. Cuentos
Era una dulce voz, pero algo espectral, lo que de cierta forma lo hacía más atrayente, se decía que si te encontrabas en altamar al momento de escuchar ese canto, muy probablemente serías devorado por las Sirenas.
Sirenas, en aquélla época mucha gente decía que realmente existían, lo que en la época actual no era más que un mito, aquí parecía ser real. Daba igual si no eran reales en su época, si en esta había la posibilidad de que existieran y peor aún que se dedicaran a comer gente, de ninguna manera iría a meterse a una embarcación por muy confiado que pareciera Inuyasha.
— Inuyasha… —decía Kagome con voz suplicante, oír aquellas historias de viajeros y gente que vivía a orillas de ese inmenso mar no le había hecho ningún bien, ahora imaginaba que cualquier canto que se escuchaba se trataba de Sirenas.
— Vamos Kagome no tienes de qué preocuparte, esas cosas no existen y si lo hicieran las destruiré con Colmillo de Acero —decía confiadamente el muchacho al tiempo que sonreía, pero simplemente Kagome no tenía ánimos de ser devorada por un pescado con cara de mujer.
— No quiero —decía para sí, aunque sabía que daba igual cuanto le suplicara a Inuyasha que se alejaran de aquél lugar, era su culpa en primer lugar por haber dicho que aparentemente uno de los fragmentos de la Perla de Shikon se encontraba en esa dirección. La única forma de llegar al otro lado era mediante un barco, si es que podía llamarse barco, en su opinión parecía más una canoa.
Al igual que ella Shippo se encontraba con la piel de gallina, exaltándose de vez en vez, ambos sabían que era una tontería que unas Sirenas les provocaran tanto miedo, era tonto, después de todo iban con Inuyasha, no les pasaría nada.
De todas formas terminaron subiendo a aquella peculiar embarcación, aparte de ellos iban unas mujeres ya mayores, a quienes no les prestaron menos atención, en especial el Monje Miroku, quien de inmediato al ver que se trataba de ancianas perdió por completo el interés, perdiendo su mirada en el mar.
Sango intentaba tranquilizar a Kagome y Shippo diciéndoles que su padre solía decirle que las Sirenas no eran más que demonios comunes utilizando ese disfraz para aumentar sus posibilidades de cazar humanos, después de todo es más fácil que caigan en su trampa si no saben a lo que se enfrentan.
— ¿Estás segura Sango? —decía Kagome no muy convencida pero confiando ciegamente en su amiga, ella no le estaría mintiendo ¿cierto?
— En verdad Kagome, no tienes por qué preocuparte, esa es sólo una historia más... no te asustes si crees escuchar un canto, probablemente sea un monstruo con la intensión de asustar a alguien y que en el alboroto caiga al mar.
— Si tú lo dices… —Kagome y Shippo parecían más tranquilos con la explicación de Sango, sin embargo no les salía de la cabeza a las Sirenas devorando sus entrañas.
Mientras tanto Inuyasha iba despreocupadamente sentado en la orilla, muy cerca del agua, no parecía importarle, aunque a Kagome le ponía los pelos de punta, sólo imaginarse que de un momento a otro algo saldría de entre el agua arrastrando a Inuyasha hasta el fondo.
— ¿Quieres un poco de té caliente? —escuchó una voz proveniente de su izquierda, al volver la mirada se encontró con el rostro amable de una de las viejecillas que viajaban con ellos.
— Eh… —Kagome no sabía qué decir, además de que un té caliente a esas horas de la tarde bajo el Sol abrazador no le sonaba muy apetecible.
— Vamos muchacha, un té caliente te ayudará a tranquilizarte, se ve que estás muy nerviosa, deberías hacerle caso a tu amiga… no hay nada que temer, nosotras hemos hecho este viaje cientos de veces y nunca hemos visto ni una sola Sirena.
Al parecer su nerviosismo era demasiado evidente, tanto que hasta la anciana le ofrecía un poco de té, el cual terminó por aceptar, después de todo era de mala educación rechazarla, además de que lo hacía con una buena intensión. Pronto se les unió Sango, pero Miroku, Shippo ni Inuyasha aceptaron, diciendo que hacía demasiado calor como para tomar un té.
Las ancianas lo aceptaron de buena gana, de cualquier forma, parecía que el miedo se le había ido a Kagome, se encontraban de pronto charlando animadamente sobre el porqué de los viajes que realizaban las ancianas; éstas decían que del otro lado del mar había una aldea de niños huérfanos, lo que extraño un poco a Sango y Kagome, pero comprendiendo que probablemente se debía a las guerrillas que habían perdido a sus padres.
Los niños eran cuidados por las ancianas, quienes les llevaban en cada viaje que hacían un poco de comida, ropa, e incluso había ocasiones en que les llevaban algún juguete. Sin embargo la mayor parte del tiempo los niños sobrevivían por su cuenta, algo que sorprendió a las jóvenes.
Sin darse cuenta ya casi llegaba el anochecer y con el mismo un sueño abrazador que los sumía a cada uno de ellos en un sueño profundo; excepto a las ancianas, ellas continuaban despiertas, con sus ojos sumidos por la edad viendo fijamente el reflejo de la Luna en el inmenso mar.
De pronto la embarcación se detuvo, en medio del mar y de las olas, todo se movía menos ellos, se habían detenido sin razón alguna, no se hicieron esperar los cantos de las Sirenas, esos cantos escalofriantes, nadie las escuchaba a excepción de las ancianas, quienes sonreían con complicidad.
Kagome salió de ese sueño extraño en el que se encontraba, ya era de noche y por un momento creyó que ya se encontraban en tierra firme, pero al mirar alrededor vio que aún estaban en el mar, se preguntó entonces porque no se movían, ¿se habrían detenido por alguna razón? Fue entonces cuando las escuchó, las Sirenas, cantando, y las ancianas sonriendo enseñando su dentadura llena de colmillos pequeños y puntiagudos.
— ¿Pero qué pasa aquí? —se quedó sin aliento al percatarse de la presencia de un fragmento de la Perla de Shikon, provenía de debajo de ellos, se encontraba en el mar, lo que la llevó a una conclusión precipitada pero tal vez correcta, las Sirenas se habían hecho con un fragmento de la Perla y ahora les tendían una trampa tal vez sabiendo que ella traía consigo los demás fragmentos, o quizá fuese una trampa de Naraku—. ¡Inuyasha! —gritó fuertemente la sacerdotisa, pero Inuyasha no reaccionaba, no se movía parecía que se había convertido en una estatua—, Sango… Miroku, Shippo… Kirara —pronunció uno a uno los nombres de sus amigos, ninguno respondió o al menos eso creyó.
— ¿Kagome? ¿Qué ocurre? —era Sango quien despertaba apenas, aunque parecía que le costaba trabajo moverse
— No lo sé Sango, pero ni Inuyasha ni Miroku despiertan, y creo que esto es una trampa, siento la presencia de un fragmento de la Perla justo debajo de nosotras, y mira… —dijo señalando a las ancianas, que estaban inmóviles como en trance.
— ¿Qué les ocurrió? —Sango veía sin comprender, las ancianas tenían apariencia de un demonio, al menos no parecían demonios poderosos, aunque sus agallas en el cuello le decían que podían estar tanto en el mar como en la superficie—, son demonios Kagome, debemos… debemos irnos de aquí antes de que despierten.
— Lo sé… pero, ellos no despiertan —se quedaron viendo un rato a los muchachos que parecían estar profundamente dormidos, no había forma de escapar de ahí de cualquier modo, tendrían que quedarse ahí y enfrentar lo que fuese a salir de entre las aguas marinas.
La anciana del té caliente movió los ojos venosos hacía su dirección, sonriendo atrozmente mientras un repugnante sonido salía de su boca, un segundo después se lanzó sobre de ellas, Kagome se quedó viendo pasmada como Sango era atacada por aquella criatura.
— ¡Ahhhh! —gritaba Sango, nunca había escuchado gritar a Sango de esa forma, ni con el monstruo más horrible, pero aquellas criaturas tenían una mirada sádica; el monstruo intentaba morderle la cara, mientras reía inhumanamente.
Kagome corrió en su auxilio, pero no encontraba por ningún lado su arco y flechas, tomó entonces a Colmillo de Acero de Inuyasha, lo que obviamente no serviría de mucho, pero esperaba al menos distraerlo lo suficiente para que Sango se quitara de debajo del monstruo.
Golpeó lo más fuerte que pudo al monstruo, dos tres veces, hasta que al fin obtuvo su atención, volteó a verla con esos ojos asquerosos, las pupilas completamente dilatadas y sus venas saltadas que hasta parecía que escurría sangre de ellas.
No había sonido alguno, Sango se encontraba sujeta todavía por el monstruo que no dejaba de observar a Kagome, mientras ella sostenía con las dos manos a Colmillo de Acero, tras ella algo emergía a la superficie, hacía rato se había dejado de escuchar ese canto melancólico, algo subía a la superficie pero Kagome no se atrevía a voltear, además no podía despegar la mirada de esos ojos sangrientos.
Se podía ver al ser emerger desde las profundidades del mar, parecía que brillaba pero era tan sólo el reflejo de la Luna sobre él, ¿acaso era una sirena?, no se suponía que las sirenas eran sólo una historia inventada por la gente. Aunque tenerla prácticamente en sus narices le decía algo muy diferente, las sirenas existían y ésta estaba lista para devorarlos.
— ¡Kagome! —dijo asustada la exterminadora, ese monstruo o sirena no estaba segura de lo que era, se aproximaba lentamente hacía ellas, Kagome seguía de espaldas, como si sus músculos se hubiesen congelado.
— Así que tú eres la reencarnación de esa sacerdotisa que protegía la Perla de Shikon —una voz dulce y melodiosa se dejó escuchar sobre el soplido del salado viento—, en ese caso tú debes tener más fragmentos de la Perla contigo —esta vez su voz sonaba deformada, como si alguien más intentase hablar a través de ella.
— ¿Qué eres tú? —logró decir Kagome, que aún no se podía mover, pero lograba sentir la presencia del fragmento de Shikon que habían ido a buscar—, y ¿qué haces con ese fragmento de la Perla?
La Sirena se quedó sorprendida ante el tono grosero de la humana, nadie nunca le había hablado de esa forma, daba igual, en unos momentos más estaría en el otro mundo, lo único que le interesaba de ella eran los fragmentos que traía consigo.
— Mocosa inútil, cómo te atreves a hablarme de esa forma, no tienes derecho, pero sabes no importa porque en este mismo instante dejarás de abrir la boca —levantó el brazo y de éste salieron algas que enredaban el cuerpo de Kagome, apretándola y dejándola sin aliento.
— No puedo respirar… —logró decir Kagome, comenzaba a perder el conocimiento, sentía que hurgaban en busca de los fragmentos, no podía hacer nada para impedirlo, estaba maniatada con las algas.
Veía con los ojos desorbitados a aquella hermosa mujer con cuerpo de pez, tan impasible, como si no estuviese matando a alguien, como si fuese lo más normal y aburrido del mundo, no imaginaba que iba a morir de aquella forma, matada por una mujer pez.
Sango gritaba desaforadamente, intentando quitarse de encima a aquel demonio, era en vano, mientras más luchaba más se afianzaban las garras de éste sobre sus muñecas, la baba del demonio escurría de su boca, la saboreaba, se veía ansioso por probar la carne humana, la carne de Sango, su amiga… y ella solamente podía observar, sentir como con cada segundo se le escapaba la vida del cuerpo.
Espero les haya gustado el primer capítulo!
•Nenny de Borrego•
01 · Octubre · 2014
