Disclaimer: Naruto no me pertenece, es de Masashi Kishimoto.

Aviso: Este fic participa en el reto: ¡Humor de Cuarta! del foro Secreto en el Valle del Fin.

Palabra sorteada: Dios.

498 palabras.


A Kankuro nunca le gustaron los niños, y ya fuera un trauma de la niñez superado o no, seguían dándole un poco de miedo y de fastidio. Tuvo meses para acostumbrarse a la idea, seis, para ser exactos. Temari se los dijo en una cena y Kankuro escupió el agua encima de Shikamaru, quien tuvo la mala fortuna de sentarse frente a él. Un mocoso, un niño nuevo en la familia. Sí, felicidades, ¿eh? Pero a Kankuro no le gustaban los niños. Logró evadirlos un buen tiempo. Claro, fue a visitar a su hermana cuando se alivió. Cargó al mocoso un par de veces, luego regresó a Suna —Hola y adiós— y siguió en lo suyo. Kankuro no era un tipo al que le encargabas el bebé, con suerte le regaló ropa al nene y Gaara lo obligó a ayudar a Shikamaru a pintar la habitación de verde agua para el mocoso —Y Temari le repetía con una vena en la frente: "¡Se llama Shikadai, Kankuro, no le digas así!"—, y es que Nara no era un hombre confiable para ponerlo a hacer nada, era tan vago…

—Temari… te juro que soy malísimo para esto.

—Ya entrenaste cambiándole los pañales a ese muñeco, no va a pasar nada.

—¿Y si llora?

—Ya te he dicho qué hacer.

—Por Dios, es un mocoso y bien sabes que no me llevo bien con los mocosos.

—Y yo ya te repetí mil veces que no se llama mocoso, se llama Shikadai y tiene un año, por lo que más quieras, ¿cómo no te vas a llevar bien con tu propio sobrino, eh?

—¡Temari, no me gustan los niños!

La rubia le miró por dos segundos antes de volver a cargar con el niño, tenía que ir a una reunión y el llevarse a su hijo que podía llorar en cualquier momento no era lo que tenía en mente.

—Déjalo entonces.

La rubia se fue enfadada, y Kankuro no dijo nada aunque la consciencia le remordió. Él no le había dicho a Temari que se lo dejara encargado, y también le había dejado bien en claro que no sabía nada de bebés. Shikadai era muy dormilón y tranquilo, pero pese a ello a veces tenía ataques de llantos, como todos los bebés. Sabiendo que se iba a arrepentir, fue tras ella y lo tomó de vuelta. Kankuro regresó con el niño a casa y no pasó mucho antes de que sus temores se hicieran realidad. Shikadai empezó a llorar.

Le revisó el pañal, intentó darle de comer, intentó arrullarlo y quitarle los cólicos. Nada, ninguna de las cosas que hacía servían. A punto de tirarlo por la ventana, Kankuro decidió intentar razonar con él.

—¡Ten piedad de mí, mocoso!

Justo cuando estaba considerando el harakiri, Kankuro sacó una marioneta para ver si lograba callarse, y sonrió al ver que estaba funcionando. Shikadai miraba hipnotizado los suaves movimientos del títere y los dedos de su tío.

—Al menos tienes buen gusto, Shikadai.

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