[Adaptación de la novela original de Myranda Wolf]


Es mi primera vez en un antro gay y por algún motivo me siento increíblemente incómodo. No entiendo bien el motivo; a pesar de que soy heterosexual, nunca he tenido problemas con los gays ni con las lesbianas. Cada cual a lo suyo. Y luego de un rápido vistazo a mi alrededor, no es algo tan diferente a un antro hetero; gente bebiendo, gente bailando y gritando bajo las luces intermitentes, la música electrónica taladrándome el tímpano, el asfixiante aroma a cigarrillo y alcohol, y la ocasional pareja besándose o montándoselo en la pista de baile.

La única diferencia aquí es que todas las parejas están compuestas por tíos.

Pero fuera de eso, todo es igual.

Y debo admitir que esa imagen me chocó a simple vista; dos cuerpos masculinos entrelazados en un estrecho abrazo, con sus bíceps fuertes contrayéndose, y sus labios rozándose bajo sus barbas. Es extraño, no puedo negarlo, y me siento mal por mirarlos fijamente, si bien ellos no notan mi presencia. No notan la presencia de nadie; se besan como si fueran los dos únicos seres humanos en todo el planeta. Creo que yo nunca me he encontrado así; tan ensimismado por un beso, tan compenetrado en otra persona. Es casi como si ambos formaran uno.

—¿Reconsiderando? —Izo me sorprende y palmea mi hombro. Por su aliento, noto que ya bebió más de lo debido. Se lo merece; después de todo es su despedida de soltero.

—¡Cállate! —refunfuño mientras él prácticamente me arrastra a la barra. Es horrible tener que mantenerse sobrio durante una fiesta.

—Sólo digo... nunca es tarde para experimentar. Tal vez te termine gustando —Izo insiste entre risitas —Además, mi encantaría que mi mejor amigo de toda la vida sea gay también.

—Te repetiré lo mismo que te he dicho en la preparatoria, Izo. No soy gay, no te hagas ilusiones.

Mi amigo ríe, y yo también.

—¿Estás seguro? Porque aún estoy a tiempo de romper mi compromiso —Izo deja escapar una carcajada.

—Seguro, me gustan las mujeres. —Afirmo mientras apoyo mis codos en la barra. A unos metros de nosotros, el resto de los amigos de Izo están sentados en una mesa reservada. Cada uno tiene más pluma que el otro, y eso me hace sentir tan desubicado.

—Oye, brinda conmigo —me dice Izo, y ordena dos vodkas con limón.

—No, no. Sabes que no puedo beber. Mañana es mi primer día en la estación de bomberos, ¡no puedo aparecer con resaca! —me niego pero antes de lo imaginado Izo pone el vaso en mis manos.

—¡Oh vamos! Sólo un traguito —Izo insiste y alza su vaso.

—¡De acuerdo! La verdad es que me hace falta un buen trago para sobrellevar esta noche. Por el comienzo de tu nueva vida con Thatch. Dios se apiade de su pobre alma.

—Gracias —mi amigo sonríe—. Y por tu nuevo empleo, y el comienzo de tu nueva vida sin esa arpía de Hancock.

—Mierda, Izo ¿tienes que llamarla así? —protesto antes de dar un sorbo a mi vodka. Izo ya se terminó el suyo.

—Pude haber dicho algo peor y lo sabes —hace una demanda contra ustedes para pedir otro trago —Sabes muy bien que nunca me ha caído bien. Los heterosexuales son un misterio para mí, pero la relación que tenían ustedes era una cagada ¡Sí hasta te ha puesto los cuernos, hombre! Me alegra que finalmente seas libre.

Sé que mi amigo tiene razón: siempre la ha tenido, pero aún así bajo mi vista hacia el piso y suspiro.

—Además, me encanta que te hayas mudado aquí. Podremos vernos más seguido, como cuando éramos niños; sabes que a Thatch le encantará que nos visites —comenta Izo. —Y esta ciudad estará más segura con un bombero machote como tú...

—Ya te he dicho que no te hagas ilusiones, Izo —bromeó —No eres mi tipo...

—Oh ¿y cuál es tu tipo? —Izo sostiene su nuevo vaso lleno de alcohol con una mano y se apoya sobre un codo en la barra —Digo, si fueras gay...

—Izo...

—¡Si, si, ya se! Eres hetero y bla bla bla, pero... Si fueras gay ¿que tipo de hombre te molaría?

Observo el rostro de mi amigo, atónito, y noto una expresión muy seria en él.

—¿Estás hablando en serio?

—Si... ¡Es una pregunta científica! —insiste Izo. Luego deja su vaso sobre la barra con gran determinación y se aferra de mi hombro —De todos los que están moviendo el culo en esta pista ¿a cuál te follarías?

Dejo escapar otro suspiro. Conozco a Izo desde que tengo memoria y sé que no me dejará en paz hasta que responda. Así que doy otro vistazo rápido a la pista de baile, donde decenas de hombres bailan, se tocan, se besan y apretujan al son de la música. Observarlos me hace sentir extraño; ver sus cuerpos presionados con pasión, el placer en sus rostros, las sonrisas en sus labios. Veo sus lenguas cruzándose en un apasionado beso o sus muslos rozándose con frenesí. Una sensación asfixiante se apodera de mí, pero sé que Izo no me dará tregua hasta que responda. Así que señalo a un muchacho cualquiera al azar.

—¿Ése? ¿De veras? —Izo lanza un chillido agudo de sorpresa.

—Sí, ése —afirmo con la cabeza. La verdad es que ni me he fijado en el muchacho, sólo he señalado a alguien para terminar con esta conversación incómoda de una puta vez. —¿Ahora podemos volver a nuestra mesa?

—Pues que lástima que te guste ese flacucho —Izo suspira y deja su vaso en la barra con resignación —... porque ese semental te ha echado el ojo desde que llegamos.

Mi amigo me señala al extremo opuesto del club, y allí mis ojos lo encuentran ¿cómo no le he notado antes? Su mirada parece que quiere devorarme vivo, y la sostiene por tanto tiempo que mis rodillas comienzan a temblar. Es un hombre alto y fornido, con su cabello cortado de forma peculiar. Está vestido íntegramente de negro y un tatuaje asoma por las mangas cortas de su camiseta. Una camiseta que marca sus pectorales firmes y resalta sus brazos musculosos. No está bailando, ni bebiendo ni hablando con nadie, tan solo me está mirando.

Y eso me da todavía más miedo.

—Ufff, que pena que seas hetero. Si yo no estuviera por casarme con Thatch, y ese tipo me mirara así... —Izo deja escapar un aullido de lobo.

—No deberíamos dejar a tus amigos solos tanto tiempo —murmuró. Izo me da la razón entre el sopor de su borrachera, y ambos regresamos a la mesa.

Las horas transcurren, entre risas, más gritos y más brindis por la futura boda de mi amigo. Jamás creí que, de los dos, Izo se casaría primero ¡jamás creí que se casaría, para comenzar! Pero me alegro mucho por él. Todavía recuerdo aquella tarde después de la escuela cuando me confesó que era gay. Su padre le había dejado un ojo negro. Yo no supe que sentir, más allá de rabia contra el viejo desgraciado. No podía creer que el mismo muchacho con el cual jugaba pelota y videojuegos, era marica. Yo era un muchachito muy ingenuo, y muy imbécil por aquel entonces.

Hoy por hoy, me alegra que Izo haya conocido a Thatch, y que la ley les permita unirse como corresponde.

Por mi parte, mi vida no resulta tan prometedora como la de amigo. Pero por lo menos, he conseguido un buen empleo. Sólo he oído las de la estación de bomberos de esta ciudad, y cuando recibí el llamado confirmando mi traslado, no podía creerlo. Al fin una buena noticia luego del fiasco de mi relación con Hancock.

Ya estamos a altas horas de la madrugada; debería irme si deseo dormir. Aunque rara vez duermo antes del primer día en un trabajo nuevo. Rara vez duermo en estos últimos tiempos; parece que mi cabeza no se callara nunca. Y el club me resulta cada vez más asfixiante.

Así que tomo una decisión estúpida y comienzo a beber. No debería, y cada trago de vodka baja con culpa por mi garganta, pero a estas alturas parece la única forma de sobrellevar la incomodad de la noche. Pronto la sensación extraña de ser el único hetero en el club desaparece. Y también desaparecen los recuerdos de Hancock, mi frustración por estar solo y las dudas que invaden mi mente las veinticuatro horas. Sólo queda el mareo del alcohol y el ardor en mi pecho. Izo y sus amigos siguen parloteando de la boda y no sé qué más. De pronto, a mí me invade la urgencia por abandonar el lugar.

Con las piernas algo torpes, me levanto de la mesa y nadie lo nota. No se a dónde voy ¿al baño? ¿a la calle?

Atravieso la pista de baile y me intercepta un aroma a colonia tan masculina como arrebatadora.

—Oye ¿te sientes bien? —una voz de barítono resuena en mi pecho. Durante unos segundos, olvido la odiosa música a todo volumen y lo único que oigo es esa voz. Cuando alzo la vista, encuentro dos ojos claros fijos en mí. Es el mismo hombre que me ha estado observando toda la noche, y siento un estremecimiento.

Más de cerca, noto el color de sus ojos. Son azules, no celestes, y brillan de una manera enigmática bajo las luces oscuras del antro. Nunca he visto ojos así antes. O tal vez sí, pero nunca me han hecho sentir tan inquieto en tan corto tiempo. Su cuello y sus hombros son anchos y eso me dice que hace ejercicio, pero no es exactamente musculoso. De lejos parecía una bestia en celo, acechando a su próxima víctima, pero ahora, frente a mí, posee un aura de calma y amabilidad. Arqueó una de sus cejas con preocupación y una sonrisa se dibuja en sus labios.

—Yo... no soy gay —es lo primero que atino a decir mientras mis rodillas no dejan de temblar.

—Bueno, te felicito —ríe por lo bajo —Pero no te he preguntado eso. Parece que vas a desmayarte o algo por el estilo...

Otra sonrisa, y de pronto comprendo a que se refería mi amigo Izo. No me gustan lo hombres, pero puedo entender porque este tío sería considerado un primer premio.

Si me gustaran los hombres, por supuesto.

—Sí, yo sólo... he bebido demasiado —me llevo la mano a la frente y noto que estoy cubierto de sudor y temblando ¿por qué de pronto me siento tan... agitado? Tampoco es que haya bebido tanto. Miro sus ojos una vez más y encuentro algo bueno. Algo que no estoy seguro de que es, pero que hace que mi cabeza de vueltas. Sin quererlo, mi cuerpo se desploma hacia delante. De no ser por el extraño que me toma entre sus brazos hubiera caído de bruces al piso.

—Vamos al baño —me dice mientras me arrastra prácticamente sin esfuerzo.

—Yo... no... te he dicho que no soy gay —protesto contra su pecho, pero me dejo llevar. Por algún motivo que no es el alcohol, me dejo llevar por este hombre que huele a cedro y tabaco fino. El aroma de su piel me invade mientras mantengo mi rostro presionado contra sus pectorales, y sus brazos fuertes me rodean.

—¡Ya lo sé idiota! ¡Es que parece que te vas a descomponer! —protesta mientras abre la puerta del baño. Por suerte está vacío.

Una vez que estoy en un lugar iluminado, sin gente apretujada y sin música estridente me siento mejor. Las nauseas desaparecen pero aún conservo algo de nerviosismo pulsando por mi cuerpo. Y las palpitaciones aumentan al estudiar al hombre extraño bajo una luz más clara. Su piel está bronceada en un punto justo, y sus rasgos son afilados y fuertes sin proyectar agresividad. El tatuaje que asoma por su bíceps derecho es un colorido tigre de bengala. Y de buena calidad, no un tatuaje barato. Sus zapatos también son bastante buenos para un antro así.

Me mojo la cara en el lavabo, y la sensación refrescante es un enorme alivio. El extraño me ofrece su vaso para que tome.

—No debería beber más... —me niego mientras seco mi rostro.

—Es agua mineral. Yo tampoco debo beber —me explica. Yo tomo el vaso y nuestros dedos se rozan por un micro segundo. Es gracioso que un hombre de su apariencia esté bebiendo agua. Le doy un sorbo y las nauseas desaparecen del todo. Pero la excitación no disminuye.

De hecho, aumenta.

—Gracias —le digo cuando le devuelvo el vaso —¿Por qué no puedes beber? ¿Alcohólicos anónimos o algo así?

—No —el extraño ríe de una manera contagiosa —Mañana trabajo temprano.

—Yo también —asiento, recordando que mañana es mi primer día.

—Entonces ¿qué haces en un antro a estas horas?

—Podría hacerte la misma pregunta —respondo —Es la despedida de soltero de mi mejor amigo.

—¿Tu amigo es gay? —me pregunta algo sorprendido.

—Sí.

—Pero tú no.

—Nop.

—Ya veo —el extraño asiente, y me ofrece una sonrisa incrédula. Hace una pausa que se siente eterna y me vuelve a mirar —¿Cómo te llamas?

—Ace —extiendo mi mano para saludarlo. Inmediatamente me recorre un escalofrío; no debería ofrecerle la mano. No debería ofrecer ningún tipo de contacto físico ¡estamos en el baño de un antro gay! Puede malinterpretarse pero mi miedo desaparece cuando él estrecha la mano con calidez y firmeza.

—Marco —me responde, y nuestras manos permanecen juntas por más tiempo del imaginado. Finalmente me suelta pero nuestros ojos siguen fijos el uno en el otro —¿Te sientes mejor, Ace?

—Si... Sí. Ya me siento bien —respondo.

¿Por qué no puedo dejar de mirarlo? De pronto, me siento peor que antes. Nada me aqueja físicamente, excepto quizás la boca seca y las palpitaciones en el pecho, pero me arrepiento de haber dejado que me traiga aquí ¿en qué coño estaba pensando? ¡Dejé que un gay de dos metros me arrastrara al baño! Seguro que quiere follarme... si me descuido me besará en este mismo instante. Seguro está pensando en eso, por cómo me mira con esos ojos hambrientos...

—Mejor vuelvo con mis amigos —digo con temblor en la voz.

—Te acompaño —Marco dice mientras me sigue fuera del baño. Pero cuando nos encontramos nuevamente en la pista de baile, esta está repleta de gente. Es casi imposible discernir donde esta Izo y sus amigos. Trato de abrirme paso entre la gente, con Marco pisándome los talones. De pronto siento su mano en mi hombro y giro para enfrentarlo.

—Oye, ya que estamos aquí ¿no quieres hablar? —me dice.

—Ya te oí la primera vez —Marco refunfuña, y me jala del brazo con suavidad. Mi rostro queda a milímetros de su cuello y puedo sentir el aroma de su loción rodeándome. También lo veo sonreír de una manera triunfal y maliciosa cuando nuestros muslos quedan entrelazados. Puedo sentir el calor de su piel irradiar a través de la tela de sus tejanos, y siento que me va a quemar vivo. La música se torna asfixiante, y cuando Marco comienza a mecer su cuerpo con suavidad contra el mío, siento una ola de electricidad en mi espalda.

No debería hacer esto; debería detenerlo ya mismo y regresar a mi mesa.

Pero no lo hago. Dejo que sus brazos rodeen mi cuerpo con su fuerza y su calor, mientras nuestras entrepiernas se rozan. Siento como se me cierra el pecho, y mi corazón golpea con fuerza contra mis costillas. Puedo notar que Marco se ha puesto algo duro, y su erección roza contra mis muslos con una fuerza increíble. Un cosquilleo despierta en mi propio miembro.

—N... no soy gay —repito otra vez con un temblor de pánico en mi voz. Pero no me detengo, siento como mis caderas siguen los movimientos de Marco, aumentando la fricción.

—Un baile no te hace gay —Marco susurra peligrosamente cerca de mi boca. Su aliento es cálido y algo dulce, y mis palpitaciones aumentan.

Mierda ¿por qué estoy haciendo esto? Definitivamente no debo beber. En una situación normal ya le hubiera dado un puñetazo en la cara y huido.

Es que se siente tan jodidamente bien.

Mi miembro ya está duro, disfrutando cada roce del muslo y polla de Marco. Cada movimiento multiplica las cosquillas tan intensas, tan rítmicamente deliciosas. Puedo sentir mi polla pulsando bajo mis pantalones, y Marco no se detiene. Creo que me voy a correr en seco mucho antes de que termine la canción.

Mierda, no me había corrido con algo tan básico desde que tenía catorce años...

De pronto, siento las manos de Marco deslizarse por mi espalda, hasta que llegan a mi culo. Esto está mal. Debería detenerlo ¿cómo voy a dejar que un marica me toque el culo? Pero lo hago, lo permito. Permito que apriete mis nalgas y presione mi cuerpo con más fuerza contra el suyo, la fricción entre nuestras pollas se hace más intensa y yo dejo escapar un gemido vergonzoso de placer. Mi rostro se siente arder y Marco me está sonriendo con sus labios a escasos milímetros de los míos. Con el último dejo de voluntad que me queda, aparto mi rostro con un movimiento débil.

—Un beso tampoco te hace gay —Marco susurra contra mi boca antes de besarme. Y su beso es como un relámpago que me golpea. Sus labios luchan con los míos, dominándolos. Se abre paso entre ellos y desliza su lengua en mi boca. Yo la recibo, ansioso, hambriento, mientras mi polla se retuerce entre mis pantalones expulsando mi semen.

Gimo en su boca y me aferro con fuerza a sus hombros fuertes. El placer hace temblar mis piernas, como nunca en años y por un momento temo que mis rodillas fallen. Marco me sostiene mientras mi orgasmo me golpea y me destruye por completo. Sus labios recorren mi boca y mi cuello mientras el placer me embarga.

La canción termina y yo quedo hecho un despojo de vergüenza y culpa entre los brazos de Marco. Estoy recuperando mi aliento cuando él me besa con calma y ternura. Sujeta mi rostro con ambas manos y puedo ver por su sonrisa y su mirada relajada que él desea más. Pero yo sólo deseo huir y olvidar que esto siquiera ha ocurrido.

—Eres increíble —me dice, y está a punto de besarme de nuevo cuando yo me aparto.

—Debo irme —le digo. Me deshago de su abrazo y me alejo con las piernas temblando por el orgasmo y el miedo.

—¡Espera! No te vayas... —me suplica Marco pero yo ya estoy lejos, muy lejos.