Lord Roose Bolton, padre de Ramsay Nieve, en un futuro "convertido" a Bolton, veía su fama y su éxito crecer según sus conquistas por el norte y sus ataques contra los isleños, impidiendo que siguiesen con el burdo intento de hacerse ellos con el norte. Lord Bolton se encontraba cerca de Invernalia, la antigua ciudad más valiosa del Norte; la destrucción llevada a cabo supuestamente por los isleños había sido un golpe muy bajo para todos los norteños incluso aunque los Bolton estuviesen ahora sirviendo a los Lannister de Roca Casterly. Mientras tanto, el único hijo vivo –y bastardo– del susodicho Bolton se encontraba en Fuerte Terror.
Su rutina diaria consistía en salir a dar paseos y cabalgadas con Sangre, su fiel corcel, mientras desde las alturas del lomo de éste observaba cómo una de las putas con la que disfrutaba era devorada por sus fieles perros. Luego disfrutaba de un gran y extenso desayuno en el comedor principal del asentamiento de los Bolton justo antes de asearse y visitar a su fiel pero maloliente rehén, Theon Greyjoy. Fue el mismo Ramsay quien, tras el ataque de su padre a Invernalia, tomó cautivo al isleño y le encerró en las mazmorras de Fuerte Terror. Lo que importa es que hasta la hora del almuerzo disfruta de hacer sufrir a su rehén, ya sea desollando uno de sus dedos o clavando un cuchillo afilado en determinadas zonas de su vientre o costados. No llegaba a desangrarse, pero sólo quería disfrutar viendo las muecas de sufrimiento del rubio mientras le pedía entre quejidos que se detuviese.
Otras veces optaba por ridiculizarle y dejarle completamente desnudo, siempre maniatado a los postes de madera, y dejaba que uno de sus perros lamiese sus zonas íntimas. No, aquello no le excitaba, pero todo lo que ridiculizase al isleño era bienvenido. Tras almorzar, pasaba las tardes haciendo planes con sus hombres para atacar zonas específicas del norte con el fin de ganarse un mayor respeto de su padre antes de volver a visitar a su perro particular.
Aquel día, con el otoño en todo su esplendor, los campos de Poniente recibían la lluvia con los brazos abiertos, destrozando las cosechas de secano y embarrando todos los caminos. El frío se colaba por todas las ventanas de Fuerte Terror y ni siquiera todas las chimeneas conseguían disipar esa sensación de frío en los huesos. Sin embargo, el bastardo había sido inteligente y se había cubierto el cuerpo con todas las ropas de lana que poseía, además de haberse hecho con una prostituta que le acompañaba a todos lados y podía calentarle cuando quisiese.
Aparte de eso, era un día especial por otro motivo: estaba almorzando frente a su rehén, con la prostituta semidesnuda en una de sus piernas y una mano que se perdía entre los ropajes para estimularle y hacerle entrar más rápido en calor.
—Suficiente —ordenó Ramsay con la sonrisa tan malévola que le caracterizaba en los labios, decorada por unos colmillos exageradamente afilados; sin embargo, eran así por naturaleza—, es hora de que calientes a nuestro invitado. Mírale, atado y sin nada más que un suave pantalón cubriendo sus piernas. Por la forma de sus pezones puedo asegurar que tiene más frío que un dorniense en pleno invierno encima del Muro.
Estalló en carcajadas mientras le señalaba con uno de los huesos de cordero que se encontraba arrebañando, llenando sus morros y sus dedos de grasa y salsa. La prostituta sacó la mano de los ropajes del pálido bastardo y con una inocente risita desvistió de golpe al isleño. Ramsay se quedó observando su entrepierna, alzando una ceja al ver su tamaño.
—No le martirices, mira el tamaño de sus testículos. Me pregunto cuánto tiempo hace que no le ordeñan...
Volvió a reír con desdén y se terminó el cordero, relamiéndose los dedos y los labios mientras la prostituta besaba cada centímetro de la piel del isleño hasta llegar a su entrepierna. El bastardo gruñó al ver que comenzaba a trabajar con la boca y que el instrumento de Theon crecía con rapidez. Se puso en pie y se quitó de golpe el primero de los tres abrigos de lana que llevaba, avanzando hacia los postes a grandes zancadas. Le dio una patada a la prostituta, la cual gimió mientras caía hacia un lado.
—Puedes marcharte. Es mi perro; te dije que le calentases, no que le dieses sexo. ¿Acaso ves que tenga dinero encima para poder pagarte? A menos que lo guarde en ese trasero de mierda que tiene... Márchate ya y corre. Como te vea mañana por los alrededores del castillo, mis perros se encargarán de darte caza.
¿Eran, acaso, celos? Ramsay lo dudaba, pero era muy extraño hasta para él mismo el haber reaccionado así.
—Además —añadió, con los ojos fijos en Theon—, al perro le gustan los hombres. No juegues conmigo, todos sabemos que en Invernalia hay menos putas de las que desearíais. Y todos sabemos que cuando las probaste a todas, te colabas en la cama de Robb Stark, ¿me equivoco, isleño de mierda?
Theon le miró fijamente, negando muy suavemente con el rostro. Sin embargo, en su mente sólo se dibujaba una pregunta: ¿cómo lo sabe? Ramsay, limpiándose los dedos en la ropa de lana, se pegó más al cautivo, dispuesto a continuar lo que la prostituta comenzó, pero de un modo muy distinto.
