El pequeño balanceaba las piernas adelante y atrás, sentado en la silla,
mientras prestaba atención a las preguntas de su madre.
-A ver, ¿para presentarte cómo tienes que decir?
El joven Gaidel respondió sin dudar.
-Watashi no namae wa Gaideru desu. -Vale, esa era fácil. Ahora dime los pronombres personales de primera persona. -Esos me los sé... Uhm... Muy formal, watakushi. Formales... masculino watashi, femenino atakushi... Informal... boku masculino, atashi femenino... Y muy informal, ore masculino. ¿Sí?
La madre sonrió orgullosa.
-Muy bien. Esta ya es la última. ¿Cómo lees esta palabra?
Gaidel observó la palabra. Estaba formada por dos kanji que conocía, pero no tenía demasiado claro como se leían en aquella palabra.
-Eh... Hito... tsuki... ¿Hitotsuki? O... ¿Ichitsuki? Ah... ya sé... Ichigatsu, así quiere decir enero, ¿verdad?
Su madre le paso la mano por la cabeza mientras le dedicaba una sonrisa de oreja a oreja.
-Bien, muy bien...
Gaidel saltó de la silla y se acercó a su madre.
-Mamá...- empezó Gaidel, luego se calló hasta recibir una respuesta.
-¿Qué pasa?
-¿Puedo ir ya al colegio con los demás niños? Ya sé hablar japonés...
-Hemos llegado hace una semana, todavía no tenemos ni deshecho el equipaje, ¿y ya quieres empezar el colegio? Ojalá te preocupases tanto de tus otros estudios como del colegio...
Gaidel miró hacia el techo sin decir nada. Sus otros estudios... Nunca había tenido problemas en aprender literatura, ciencias, matemáticas o historia... Pero los "otros estudios"... No sabía por qué le costaba tanto entenderlos... Sus padres decían que era lo más importante de todo, que se trataba de desarrollar las características que lo hacían ser especial, pero seguía sin entenderlos.
-Bueno, si lo que quieres es hacer amigos, tienen que estar a punto de llegar visitas. Tienen un hijo de tu edad, y vais a estudiar juntos.
Justo en ese momento, sonó el timbre. La madre de Gaidel rió con una risa suave pero no muy natural.
-Hablando del rey de Roma... Creo que los he invocado...
Mientras se ponía en pie para ir a abrir la puerta, soltó una nueva carcajada. Gaidel siguió a su madre, pero se quedó detrás de ella mientras abría la puerta. Eran un hombre y una mujer, acompañados de un niño de unos 10 años, como Gaidel.
-¡Cuánto tiempo!- exclamó la mujer, autoinvitándose a pasar.- Ya iba siendo hora de que os vinieseis a vivir aquí.
-Disculpad el desorden.- respondió la madre de Gaidel.- Todavía estamos con la mudanza. -No pasa nada.- exclamó la mujer con una sonrisa.
El hombre, mientras, se agachó para ponerse a la altura de Gaidel.
-Tú debes de ser Gaidel. Ya estás hecho todo un hombre.- Luego se puso en pie y se dirigió a su madre.- A los chicos les vendrá muy bien aprender juntos.
-Sobre todo a Gaidel.- replicó la madre. Luego miró al otro niño.- Por lo que sé Leopold es muy aplicado, ¿verdad?
Antes de que los padres respondiesen, el mismo niño lo hizo.
-Es lo que tengo que hacer, el destino de la Tierra depende de mí así que tengo que estudiar mucho... Pero no me llame Leopold, por favor, todo el mundo me llama Goenitz.
La verdad es que la actitud del pequeño parecía impecable. Con su pulcro uniforme estilo escolar, su pelo perfectamente peinado con la raya al medio y su tono de voz tan educado y correcto, contrastaba con Gaidel, incapaz de mantener ni siquiera la camisa por dentro de los pantalones. El padre de Goenitz esbozó una sonrisa torcida, luego palmeó el hombro de su hijo.
-Venga, niños id a jugar por ahí, que nosotros tenemos mucho de qué hablar.
Gaidel miró a Goenitz de arriba abajo, luego se acercó a él.
-Ven, te enseño mi habitación.
Goenitz lo siguió, en silencio mientras Gaidel le explicaba que todavía estaba todo guardado en cajas, y la forma en la que tenía pensado organizar la habitación. Sin prestar atención a sus palabras, Goenitz cambió de tema.
-Eres un Hakkeshu, ¿verdad?
-Creo que sí.- respondió Gaidel encogiéndose de hombros.
-Yo soy uno de los 4 reyes celestiales.- respondió Goenitz con orgullo.- ¿Quieres ver lo que sé hacer?
Gaidel se encogió de hombros una vez más.
-Mira esa puerta.
Goenitz levantó la mano, con los dedos índice y anular extendidos, y la puerta empezó a balancearse de un lado a otro, para finalmente cerrarse con un violento portazo.
-Tú no has hecho eso... Ha sido el viento...
-Yo soy el viento.
-¿Tú que vas a ser el viento? El viento no es nadie, solo es aire.
Goenitz frunció el ceño. No soportaba que se burlasen de él o subestimasen su poder.
-Pues mira lo que hace el aire...
Goenitz levantó de nuevo la mano, con la palma extendida, y una racha de viento empujó a Gaidel haciéndolo caer. Gaidel se puso en pie. Lejos de estar enfadado, mostraba una sonrisa sorprendida.
-¡Wow! ¿Cómo lo haces?
Goenitz habló de nuevo, con una actitud quizás demasiado arrogante para un niño de 10 años.
-Tú también deberías saber hacer lo mismo con el... agua, si no me equivoco.
-Pero no sé... Además puede ser peligroso. Si meto la pata podría hacerle daño a alguien o algo así.
Goenitz parecía no creer lo que estaba oyendo.
-¡Pues claro! De eso se trata ¿no? Dicen que si sigo entrenando seré capaz de hacer un tornado capaz de matar a una persona... No puedo creer que seas realmente un Hakkeshu.
-Pues yo que sé. Igual no lo soy.
-Quizás no.- Goenitz habló con un ligero tono de desprecio.- Porque un Hakkeshu tiene que estar dispuesto a matar o morir si es necesario para que renazca Orochi.
-¿Por qué?- Gaidel habría hecho aquella pregunta casi un millón de veces, a gente distinta, y seguiría realizándola hasta recibir una respuesta que le convenciese.
-Porque sí, porque hemos nacido para eso... Es nuestro destino.
La respuesta de siempre.
-Todo el mundo habla de destino, pero nadie me explica lo que es... Solo sé que tengo que despertar a un dios que no conozco para que haga desaparecer la humanidad y no sé por qué.
-¿No sabes por qué?- Goenitz se fijó en una de las cajas que estaban abiertas y sacó un libro sobre animales del mundo.- ¿Te gustan los animales?
Gaidel parpadeó confuso.
-Sí, ¿por?
-Los humanos matan animales, los cazan hasta que no queda ninguno, contaminan los sitios donde viven... Si sigue habiendo humanos no va a quedar nada más. Orochi salvará la Tierra.
Gaidel suspiró. Él sabía que los humanos no eran malvados, él mismo se consideraba humano. Creía que los humanos solo necesitaban aprender a cambiar pero, ¿cómo podía convencer a los demás de que así era? Si se atrevía a contradecir las ideas de sus padres lo castigarían sin libros ni televisión durante un mes. Ellos pensaban que su hijo estaba demasiado influenciado por la forma de pensar de los humanos. Gaidel no lo decía, pero sabía que por eso no querían que fuese al colegio con otros niños, y por eso se habían mudado a Japón, para hacer que se relacionase con otros muchachos de raza Orochi a ver si aprendía algo de ellos.
-Quizás...- accedió Gaidel, sin estar realmente convencido. No le gustaban los enfrentamientos, y sabía que a veces para evitar uno tenía que estar dispuesto a ceder. Tenía que pensar otro tema de conversación si quería evitar la confrontación.- Oye... Vamos a estudiar juntos, ¿verdad?
-Sí, así es.
-¿Dónde?
-Pues mi padre nos da las clases. Es profesor de universidad, pero tiene una licencia para enseñarle a chicos de nuestra edad.
-¿Sólo vamos a estar nosotros dos?- A Gaidel no le hacía demasiada gracia dar clases con tan poca gente. Le gustaban los colegios normales, con muchos compañeros. Ahora estaba más seguro que nunca de que estaban intentando recluirlo. Ni siquiera entendía muy bien por qué, si su comportamiento nunca había sido malo, sacaba las mejores notas de clase y nunca se había metido en una pelea, pero sabía que la maldita sangre Orochi tenía algo que ver, como siempre.
-Pues a ver...- Goenitz contó con los dedos.- Ahora seremos 6 en total. Pero nosotros 2 seremos los únicos Hakkeshu... Y yo el único rey celestial.- Goenitz sonrió con la misma sonrisa torcida de su padre.- Los demás son bastardos.
-¿Bastardos?- preguntó Gaidel. No sabía si esa palabra tendría más significados en japonés, pero en su idioma pronunciarla resultaría en una reprimenda por malhablado.
-Hijos de un miembro de la sangre y un humano.
-Aaah...
-A ver, ¿para presentarte cómo tienes que decir?
El joven Gaidel respondió sin dudar.
-Watashi no namae wa Gaideru desu. -Vale, esa era fácil. Ahora dime los pronombres personales de primera persona. -Esos me los sé... Uhm... Muy formal, watakushi. Formales... masculino watashi, femenino atakushi... Informal... boku masculino, atashi femenino... Y muy informal, ore masculino. ¿Sí?
La madre sonrió orgullosa.
-Muy bien. Esta ya es la última. ¿Cómo lees esta palabra?
Gaidel observó la palabra. Estaba formada por dos kanji que conocía, pero no tenía demasiado claro como se leían en aquella palabra.
-Eh... Hito... tsuki... ¿Hitotsuki? O... ¿Ichitsuki? Ah... ya sé... Ichigatsu, así quiere decir enero, ¿verdad?
Su madre le paso la mano por la cabeza mientras le dedicaba una sonrisa de oreja a oreja.
-Bien, muy bien...
Gaidel saltó de la silla y se acercó a su madre.
-Mamá...- empezó Gaidel, luego se calló hasta recibir una respuesta.
-¿Qué pasa?
-¿Puedo ir ya al colegio con los demás niños? Ya sé hablar japonés...
-Hemos llegado hace una semana, todavía no tenemos ni deshecho el equipaje, ¿y ya quieres empezar el colegio? Ojalá te preocupases tanto de tus otros estudios como del colegio...
Gaidel miró hacia el techo sin decir nada. Sus otros estudios... Nunca había tenido problemas en aprender literatura, ciencias, matemáticas o historia... Pero los "otros estudios"... No sabía por qué le costaba tanto entenderlos... Sus padres decían que era lo más importante de todo, que se trataba de desarrollar las características que lo hacían ser especial, pero seguía sin entenderlos.
-Bueno, si lo que quieres es hacer amigos, tienen que estar a punto de llegar visitas. Tienen un hijo de tu edad, y vais a estudiar juntos.
Justo en ese momento, sonó el timbre. La madre de Gaidel rió con una risa suave pero no muy natural.
-Hablando del rey de Roma... Creo que los he invocado...
Mientras se ponía en pie para ir a abrir la puerta, soltó una nueva carcajada. Gaidel siguió a su madre, pero se quedó detrás de ella mientras abría la puerta. Eran un hombre y una mujer, acompañados de un niño de unos 10 años, como Gaidel.
-¡Cuánto tiempo!- exclamó la mujer, autoinvitándose a pasar.- Ya iba siendo hora de que os vinieseis a vivir aquí.
-Disculpad el desorden.- respondió la madre de Gaidel.- Todavía estamos con la mudanza. -No pasa nada.- exclamó la mujer con una sonrisa.
El hombre, mientras, se agachó para ponerse a la altura de Gaidel.
-Tú debes de ser Gaidel. Ya estás hecho todo un hombre.- Luego se puso en pie y se dirigió a su madre.- A los chicos les vendrá muy bien aprender juntos.
-Sobre todo a Gaidel.- replicó la madre. Luego miró al otro niño.- Por lo que sé Leopold es muy aplicado, ¿verdad?
Antes de que los padres respondiesen, el mismo niño lo hizo.
-Es lo que tengo que hacer, el destino de la Tierra depende de mí así que tengo que estudiar mucho... Pero no me llame Leopold, por favor, todo el mundo me llama Goenitz.
La verdad es que la actitud del pequeño parecía impecable. Con su pulcro uniforme estilo escolar, su pelo perfectamente peinado con la raya al medio y su tono de voz tan educado y correcto, contrastaba con Gaidel, incapaz de mantener ni siquiera la camisa por dentro de los pantalones. El padre de Goenitz esbozó una sonrisa torcida, luego palmeó el hombro de su hijo.
-Venga, niños id a jugar por ahí, que nosotros tenemos mucho de qué hablar.
Gaidel miró a Goenitz de arriba abajo, luego se acercó a él.
-Ven, te enseño mi habitación.
Goenitz lo siguió, en silencio mientras Gaidel le explicaba que todavía estaba todo guardado en cajas, y la forma en la que tenía pensado organizar la habitación. Sin prestar atención a sus palabras, Goenitz cambió de tema.
-Eres un Hakkeshu, ¿verdad?
-Creo que sí.- respondió Gaidel encogiéndose de hombros.
-Yo soy uno de los 4 reyes celestiales.- respondió Goenitz con orgullo.- ¿Quieres ver lo que sé hacer?
Gaidel se encogió de hombros una vez más.
-Mira esa puerta.
Goenitz levantó la mano, con los dedos índice y anular extendidos, y la puerta empezó a balancearse de un lado a otro, para finalmente cerrarse con un violento portazo.
-Tú no has hecho eso... Ha sido el viento...
-Yo soy el viento.
-¿Tú que vas a ser el viento? El viento no es nadie, solo es aire.
Goenitz frunció el ceño. No soportaba que se burlasen de él o subestimasen su poder.
-Pues mira lo que hace el aire...
Goenitz levantó de nuevo la mano, con la palma extendida, y una racha de viento empujó a Gaidel haciéndolo caer. Gaidel se puso en pie. Lejos de estar enfadado, mostraba una sonrisa sorprendida.
-¡Wow! ¿Cómo lo haces?
Goenitz habló de nuevo, con una actitud quizás demasiado arrogante para un niño de 10 años.
-Tú también deberías saber hacer lo mismo con el... agua, si no me equivoco.
-Pero no sé... Además puede ser peligroso. Si meto la pata podría hacerle daño a alguien o algo así.
Goenitz parecía no creer lo que estaba oyendo.
-¡Pues claro! De eso se trata ¿no? Dicen que si sigo entrenando seré capaz de hacer un tornado capaz de matar a una persona... No puedo creer que seas realmente un Hakkeshu.
-Pues yo que sé. Igual no lo soy.
-Quizás no.- Goenitz habló con un ligero tono de desprecio.- Porque un Hakkeshu tiene que estar dispuesto a matar o morir si es necesario para que renazca Orochi.
-¿Por qué?- Gaidel habría hecho aquella pregunta casi un millón de veces, a gente distinta, y seguiría realizándola hasta recibir una respuesta que le convenciese.
-Porque sí, porque hemos nacido para eso... Es nuestro destino.
La respuesta de siempre.
-Todo el mundo habla de destino, pero nadie me explica lo que es... Solo sé que tengo que despertar a un dios que no conozco para que haga desaparecer la humanidad y no sé por qué.
-¿No sabes por qué?- Goenitz se fijó en una de las cajas que estaban abiertas y sacó un libro sobre animales del mundo.- ¿Te gustan los animales?
Gaidel parpadeó confuso.
-Sí, ¿por?
-Los humanos matan animales, los cazan hasta que no queda ninguno, contaminan los sitios donde viven... Si sigue habiendo humanos no va a quedar nada más. Orochi salvará la Tierra.
Gaidel suspiró. Él sabía que los humanos no eran malvados, él mismo se consideraba humano. Creía que los humanos solo necesitaban aprender a cambiar pero, ¿cómo podía convencer a los demás de que así era? Si se atrevía a contradecir las ideas de sus padres lo castigarían sin libros ni televisión durante un mes. Ellos pensaban que su hijo estaba demasiado influenciado por la forma de pensar de los humanos. Gaidel no lo decía, pero sabía que por eso no querían que fuese al colegio con otros niños, y por eso se habían mudado a Japón, para hacer que se relacionase con otros muchachos de raza Orochi a ver si aprendía algo de ellos.
-Quizás...- accedió Gaidel, sin estar realmente convencido. No le gustaban los enfrentamientos, y sabía que a veces para evitar uno tenía que estar dispuesto a ceder. Tenía que pensar otro tema de conversación si quería evitar la confrontación.- Oye... Vamos a estudiar juntos, ¿verdad?
-Sí, así es.
-¿Dónde?
-Pues mi padre nos da las clases. Es profesor de universidad, pero tiene una licencia para enseñarle a chicos de nuestra edad.
-¿Sólo vamos a estar nosotros dos?- A Gaidel no le hacía demasiada gracia dar clases con tan poca gente. Le gustaban los colegios normales, con muchos compañeros. Ahora estaba más seguro que nunca de que estaban intentando recluirlo. Ni siquiera entendía muy bien por qué, si su comportamiento nunca había sido malo, sacaba las mejores notas de clase y nunca se había metido en una pelea, pero sabía que la maldita sangre Orochi tenía algo que ver, como siempre.
-Pues a ver...- Goenitz contó con los dedos.- Ahora seremos 6 en total. Pero nosotros 2 seremos los únicos Hakkeshu... Y yo el único rey celestial.- Goenitz sonrió con la misma sonrisa torcida de su padre.- Los demás son bastardos.
-¿Bastardos?- preguntó Gaidel. No sabía si esa palabra tendría más significados en japonés, pero en su idioma pronunciarla resultaría en una reprimenda por malhablado.
-Hijos de un miembro de la sangre y un humano.
-Aaah...
