ADVERTENCIAS: CRACK PAIRING. TEMAS ADULTOS.
No sé por qué pero tenía la necesidad de escribir sobre esto, sobre esta pareja inusual, así que lo he hecho… La idea de este fic aún no está del todo clara en mi cabeza, o sí, pero mis dedos fluían sobre el teclado y ya está esto es todo. Este es el primer capítulo, algo corto unas tres mil palabras… los tres primeros serán algo así pero intentaré subir el número. Después de esta parrafada intrascendente os dejo con la lectura, espero que os guste y me lo hagáis saber. Mil gracias.
CURIOSIDAD
Capítulo 1: Ojos tristes, chicos malos.
- ¿En qué piensas?
Él dejó de mirar la calmada superficie del lago que brillaba bajo las ultimas gotas de sol y posó sus ojos sobre ella.
-En nada.
-Mientes. - dijo para resoplar después. - Itachi a veces me gustaría saber qué piensas, saber todo aquello que ocultas. Todo eso que callas.
Suspiró como si con ello pudiera despejar un poco de su angustia, pero una parte de él deseó compartir todo con ella y otra aplacar todo el dolor allí, en ese instante.
Entonces sintió aquellos dedos tibios delineando su mandíbula, cayendo con gracia hacía su mentón donde reposaron unos segundos para volver a realizar el mismo recorrido. Besó las yemas, sintió las vetas de la carne contra sus labios, y luego apreció el color carmín de las mejillas de Izumi. Ella yacía allí, contemplándole, apoyada sobre sus muslos. Con su pelo castaño revuelto, con sus ojos oscuros llenos de una ternura infinita observando todos sus movimientos, sonriendo solo para él.
Aunque sus rasgos aún tuvieran algún resquicio de la niñez bajo aquella puesta de sol era más hermosa que de costumbre. Los rayos acariciaban su rostro pálido con delicadeza, como si intentaran abrazarla, él celoso la levantó y la apoyó contra su pecho, justo en su corazón para que ella pudiera sentir el ritmo.
-Es hermoso… tu latido es hermoso.
Se obligó a apretarla más fuerte contra su pecho, en un intento de fusionarse, y enterró su nariz entre aquellas hebras que olían a moras silvestres. Se maldijo bajo las melosas caricias que intentaban confortarle ajenas a su destino; un destino que el truncaría esa noche, con las mismas manos que ahora la sostenían.
Todo moría allí, con el sol, la brisa cálida. Esa noche todo moría, incluso él.
Pronto todo aquello que había consagrado con los años no sería más que un recuerdo en su memoria, se desvanecería. La calma y el sosiego que ella le brindaba sólo sería una sensación lejana e inhóspita que perduraría en él hasta que sus huesos se hicieran polvo.
Las pulsaciones de Izumi rebotaban contra sus oídos creando un sonido monocorde que se clavaba en su alma hasta desangrarla. Sin embargo siguió su mirada que le guío hasta el sol y por un momento se conformó con ese instante que perduraría en la eternidad, atado a ellos. Entonces se olvidó por un segundo de su fortaleza, de lo que significaba ser un shinobi, y del camino que había elegido para poder mirarla una ultima vez. Pero mirarla bien, así, viva. Con color en sus mejillas, con la promesa de un futuro en sus ojos y su respiración cortando los aullidos del viento entre las hojas.
Supo que jamás volvería a amar a nadie tanto como a ella.
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Abrió la ventana para saborear el aire primaveral que empapaba la aldea, cerró sus ojos, expandió sus orificios e intentó absorber todo el oxígeno posible para así llenar sus pulmones encharcados en polvo. El crujir de la madera alertó sus sentidos extasiados que trataron de recomponerse de una forma vaga, el viento aún repartía descargas sobre sus órganos, quizás había inspirado con demasiada fuerza.
Bufó para después retroceder, dio un ultimo vistazo al cielo azul y a las nubes blancas, parecía un mar infinito; las nubes la densa espuma girando en tropel como si fueran ideas desdibujadas, siluetas deformes de seres mundanos. Deseó estar allí abajo, fatigada bajo los rayos del sol, buscando la sombra desesperada. Ansiosa por saciar su gula con agua clara y fría para después yacer sobre el pasto verde, enredar sus dedos entre aquellas hebras finas que desprendían el dulce olor a caléndulas que tanto le gustaba mientras se dejaba vencer por el alelamiento del jadeante calor.
Pero los deseos solo son eso, una mera apetencia por conseguir algo, por ello cerró la ventana alejándose de los rayos que intentaban calentarla y tapó aquella esplendorosa vista con la cortina. Vuelta a la realidad, la rutina inquebrantable volvía a abofetearla para sentarla en aquel despacho lleno de papeles por clasificar. Después de la guerra todo se había sumido en una paz imperturbable y ella la había abrazado con los brazos abiertos como todos, sin embargo, contemplar día tras día aquel telón la había sumido en una agonía que trataba de estabilizar.
Sus pensamientos podrían malinterpretarse pero sus deseos estaban lejos de querer la devastación o un nuevo motivo para luchar, había encontrado el placer en ver regresar a casa todo lo que amaba, las sonrisas surcando las caras, los ojos brillantes y el barullo de una ciudad sana. Sin embargo el sempiterno sentimiento de vacío se estaba haciendo una bola demasiado gruesa para poder tragarla y se atoraba en su garganta impidiendo una respiración saludable. Todo aquello iba por dentro, guardando penitencia de rodillas, enclaustrado en su alma convaleciente mientras que por fuera seguía siendo ella; la perfecta melena rubia descolocada a placer cayendo en cascada por su espalda estrecha, su cuerpo como el de un pequeño figurín que los artistas en sus primeros años se dedicaban a retratar sin descanso, su piel compuesta de pequeños ampos suaves y unos ojos azules que escupían felicidad. Así eternamente.
Terminó de leer, apenas sin prestar atención y estampó su firma en los documentos. Necesitaba salir de aquel lugar o aquellas paredes recubiertas de moho la atraparían para siempre e impregnarían ese nauseabundo olor en ella como tantas otras veces. El reloj marcaba las cinco, el sol aún brillaba y en su cabeza se repetía la palabra libertad de manera intermitente. Sus labios se curvaron de una manera ligera dotándola de una sensualidad felina, una sonrisa casi espeluznante que se había hecho propia de ella en su adolescencia en cuanto había visto el poder que podía causar en el sexo opuesto. Al principio solía utilizarla como un mero reclamo, cuando quería algo de manera fácil, pero poco a poco terminó por ser una mueca habitual en sus labios, como un preludio de sus ideas.
Caminó por los pasillos del departamento de tortura e investigación también llamado por ella misma "su segunda casa" aunque empezó a considerar que pasaba más tiempo allí que en su pequeño apartamento en el centro de Konoha y quizás estuviera dando la numeración errónea. Nunca tuvo sus prioridades bien ordenadas después de todo. Antes de alcanzar la salida se encargó de despedirse de cada uno de sus compañeros, incluido su jefe, un habito que había adquirido los tres años que llevaba trabajando allí e incluso podría asegurar que sus compañeros agradecían. Sabía que aquel departamento no era precisamente un lugar lleno de parloteos, tampoco contaba con un ambiente distendido, pero ella puso empeño en aquel lugar no fuera un fiel reflejo de la personalidad de Ibiki. Y al igual que todo lo demás pareció conseguirlo.
Miró de nuevo el reloj, esta vez el que se adhería a su muñeca; las seis y cuarto. Abrió bien sus ojos y volvió a cerciorarse, nuevamente su lengua descontrolada le había vuelto a jugar una mala pasada. Había estado hablando durante una hora con todo su departamento, recorriendo todas las estancias sin dar tregua a los oídos ajenos. Suspiró, Sakura tenía razón cuando le decía que era incapaz de estar más de dos minutos en completo silencio.
Estiró sus brazos sobre la cabeza, consiguiendo que la parte superior de su cuerpo se estirara completamente y que los rayos del sol besaran con delicadeza su abdomen. Sintió un inmenso placer al verse devorada por el sol, entonces recordó que quizás Shikamaru estaría aún en la pradera disfrutando de la tranquilidad de aquel día despejado. Se encaminó dando un paseo tranquilo por la villa le gustaba escuchar las voces combinadas al mismo tiempo, atajar por el mercado para poder dejarse guiar por los olores de la fruta fresca, observar las telas traídas del país del viento que al tacto eran suaves y finas, ver como la vida seguía fluyendo arrastrándola consigo.
Pero se detuvo, el aire tórrido pareció condensarse a su alrededor creando una espiral que únicamente la envolvía a ella. Sintió como sus fosas nasales se secaban por completo haciendo la tarea de respirar angustiosa y su boca parecía un pesado cubo de barro que hacía de su lengua una lija contra el paladar. Sus ojos pronto fueron cubiertos por una neblina espesa llena de agua salada. Allí estaba él, estático, inmune a lo que había alrededor meramente concentrado en ella. Ino sintió algo semejante a lo que debería sentir una margarita siendo deshojada si esta tuviera sistema nervioso; dolor y repulsión. Instintivamente caminó hacía atrás, él en vano intentó alcanzarla, pero cuando estuvo en su lugar ella había desaparecido entre la multitud dejando en el aire aquel excéntrico aroma de vainilla que impregnaba cada poro de su piel.
Pensó que si él hubiera querido encontrarla lo habría hecho porque había corrido en todas las direcciones como un cervatillo asustado incapaz de alcanzar un lugar seguro, desbocada corriendo sobre el asfalto, brincando por los tejados incapaz de regir su chakra de un modo seguro. Por ello se había desplomado sin preverlo, acabando de la manera más estúpida en el suelo echa un ovillo. Patético incluso para un gennin.
-¿Ino?
-¿Sakura?
-¿Qué te ha pasado? Te ves hecha una porquería.
Ino se enderezó como pudo, sintiendo como la región sacroilíaca parecía haberse descoyuntado con el golpe, habían sido dos metros de caída libre en los que no había reaccionado, por ende, toda la zona que impactó contra el suelo estaba resentida. Si bien no tenía nada roto sabía con certeza que al día siguiente luciría unos hermosos cardenales.
-Gracias Sakura, me alegra verte también. - Dijo con dificultad, intentando que el aire siguiera su curso natural. - Pero realmente tú no te ves mucho mejor.
-Tú casa está cerca Ino, podrías invitarme a un café.
La joven rubia que hasta ese momento reposaba sobre sus rodillas intentando recobrarse y con ella su dignidad paró unos segundos de coger bocanadas extensas de aire, miró hacía arriba con curiosidad para observar a su amiga; las marcas de las lágrimas aún yacían sobre sus mejillas veía el brillo del agua refulgiendo bajo un sol ya agónico. Al parecer las almas en pena tenían como destino entrelazarse.
-Está bien, tengo unas pastas de cereza que van a encantarte.
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Error. Esa palabra definía prácticamente todo lo que había hecho en su vida, o lo que había sido. Todo lo que había hecho había sido un error desde el principio, y luego aquellos fallos habían terminado siendo una cadena kilométrica de desdichas. Una tras otra, sin saberlo; había sido un niño ingenuo intentando encajar un cuadrado en un círculo. Teniendo la fe de que aquella figura plana se amoldaría a la perfección en algo tan cíclico. Debió suponer que por mucho que intentara sabotear el destino, este siempre jugaría con una gran ventaja.
Giró sobre sus yemas el esbelto tallo del clavel, miró embelesado sus pétalos fruncidos, repletos de pliegues que volvían a aquel rojo vivo y puro en un degradado de sombras que lo hacían verse cruento, como si en el carpelo se estuviera llevando a cabo una batalla titánica. Reconocía que aquella flor era hermosa. Quizás solo fuera por el hecho de que sus sentidos dormidos durante un tiempo habían añorado los estímulos provenientes del exterior.
Se enderezó abandonando el alfeizar de la ventana, olvidando el picor de cuando pasas cierto tiempo bajo el sol y se adentró entre las sombras de la habitación, todo estaba como aquel día. Su cuarto seguía exactamente igual, la cama bien hecha, la ropa sobre la silla, las fotos colocadas en línea sobre la cómoda… todo excepto el polvo y la vida. Cerró sus puños e intentó calmarse, debía de mostrarse sereno ante Sasuke no quería perturbar la felicidad que parecía albergar su hermano menor al verle de nuevo entre los vivos.
Pero él no se sentía igual, aquella felicidad que parecía henchir el pecho de su hermano solo gangrenaba su piel, su alma. Se sentía como un monstruo, un ser antinatural condenado a vagar eternamente en un mundo que había creado él mismo, pero del que no ansiaba nada más que partir. ¿Qué había hecho en su otra vida? ¿Acaso había arrebatado más vidas que en esta? Abandonó toda clase de pensamiento, aquello no iba a liberarle, solo haría de él un ser más insufrible de lo que ya era dado que su regreso a aquel lugar se perfilaba ajeno y nada hospitalario.
Caminó como un autómata, apenas parecía humano aunque los latidos de su corazón recalcaran que aquel cuerpo que caminaba de forma errática lo era sin lugar a dudas, y bajó por las escaleras escuchando cada gemido agónico que susurraba la madera. La claridad en la cocina contrastaba con el aspecto lúgubre del resto de la casa, quizás fuera porque era después de todo la única parte que se habían afanado en organizar. O porque aquel lugar parecía ser el único pedazo intacto de unos recuerdos podridos.
Sasuke había hecho el desayuno, lo hacía siempre, lo dejaba sobre la mesa y en cuanto le veía aparecer sus labios se fruncían evidenciando una sonrisa. Entonces él devolvía el gesto y olvidaba por un momento la agonía que carcomía su interior, dejaba de sentir por un segundo las termitas creando túneles que poco a poco le iban dejando más y más hueco.
-He hablado con el Hokage, hoy ha venido a casa… tu estabas descansando.
Itachi enfocó su mirada de nuevo en la figura que ahora, como él minutos atrás, no despegaba sus ojos del café. Como si en aquella bebida oscura y amarga se encontrarán las respuestas a los misterios existenciales de la vida.
-Quiere verte, le gustaría hablar personalmente contigo acerca de lo que me dijo hoy.- Carraspeó.- Creo que su propuesta te hará bien, sé que no estás a gusto aquí…
Quiso contradecirle sin embargo se había prometido no volver a mentirle, por ello guardo silencio y asintió con su cabeza aceptando hablar con el Hokage. Sabía cual era la propuesta, era obvio, requerirían su ayuda. Volverían a hacerle un ninja de la hoja porque en parte le necesitaban, porque en parte querían redimir la culpa. Él aceptaría porque se lo debía a Sasuke.
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-¿Y bien?
No aguantaba aquel silencio, bueno realmente no aguantaba el silencio por más de cinco minutos por ello después de preparar una sencilla merienda para las dos y observar a Sakura comer ausente sin mediar palabra por más de media hora se exasperó. Si estaban allí era para algo más que beber café y comer pastas. Sin embargo su amiga pareció ignorar la demanda de su voz, no abrió la boca y sus ojos que en ningún momento la habían mirado parecieron seguir disfrutando de la vista a las montañas que le regalaba la ventana.
-Ya que al parecer te ha comido la lengua el gato, hablaré yo.- Bramó airada, aquella actitud depresiva que portaba Sakura iba a comenzar a contagiarla sino hacía algo pronto.- Me he encontrado a Sai en el mercado y he huido.
Ahí lo tenía, la joven Haruno ya estaba prendada de su incesante parloteo y contagiada por esa chispa irreverente de la que Ino siempre hacía gala. Se quedó embelesada de la historia, de la manera teatral en la que su mejor amiga contaba su encuentro con el muchacho con el que había tenido varios escarceos a lo largo de este último año. Obnubilada por su gracia y desparpajo Sakura sintió envidia al ver como ella hablaba sin ninguna clase de sentimiento más allá que la pura diversión. Ojala ella tuviera el corazón de hierro de Ino.
La sonrisa de su amiga le pareció lo más bonito de aquel día, pudo contemplarla balanceándose sincera sobre sus labios y tintineando en el verde jade de sus ojos. Pudo olvidar por un momento como se sentía ella realmente, al ver como las mejillas de Sakura se tornaban del color de la grana y su carcajeo moría estrellándose cual kamikaze en la pared. Sintió su alivio sin embargo por más que ocultara el dolor bajo aquella capa de narcisismo su corazón estaba cayéndose a cachos. Era consciente, sentía los pequeños latigazos sacudiendo aquel órgano, haciendo que poco a poco sintiera lástima de sí misma. Sentía aquello cuando se levantaba, se miraba al espejo y hundía sus uñas sobre la piel de sus carrillos, cuando detrás de aquel azul tan claro no veía más que todas aquellas cosas que decían de ella. Vacía e incompleta, llena de expectativas frustradas y cuentos sin final. Saciando su ego con ropa, consumiéndose por un hombre que no merecía la pena. Era consciente, joder era tan consciente de ello que se había castigado a si misma con la falsa promesa de no volver a caer, de no enredarse entre rosas y espinas pero de un momento a otro le extrañaba, le llamaba, le metía en su cama, le decía te amo y él posaba sus ojos en su figura con una mueca inerte, con los ojos vacíos, sin corazón.
Algo le decía que aquella clase de hombres eran su debilidad, que desde su tierna infancia había caído rendida a los pies de las almas torturadas, intentando salvarlas desesperadamente. Patética.
-Creo que hacía tiempo que no me reía así Ino.- comentó posando su mano sobre la de ella, bajando aquella mente de nuevo a la tierra.- Así que supongo que ahora me toca a mí...
La joven Yamanaka posó sus ojos sobre ella con intensidad.
-Las cosas con Sasuke no están bien, él siempre ha sido un…
- ¿Capullo, un frío cubo de hielo, una roca, una acera de adoquines cuando vas con tacones?
-Un poco especial Ino, eso quería decir.- gruñó cruzándose de brazos y girando su rostro claramente molesta.- pero esta vez… Dios Ino siento que le estoy perdiendo.
- No lo entiendo.
-Itachi.
Ese nombre fue suficiente.
