~Hasta las rosas más hermosas portan letales espinas~

En mitad de la madrugada, escuché un ruido algo peculiar en la calle. Hice caso omiso a éste y volteé hacia el otro lado de la cama.

De pronto, las luces del pasillo se encendieron, dejando ver las rosadas paredes con su tenue luz. Me levanté y fui a echar un vistazo, viendo que mi padre se despertó e iba afuera.

Fruncí el ceño y llegue aprisa hasta mi ventana, abriéndola para poder observar a dónde se dirigía. Mi padre gritaba y al fin pude identificar el ruido como el sonido estridente de la alarma de nuestro coche. Otro hombre estaba intentando robarlo y mi padre se dirigió hacia él para detener su hazaña.

Un disparo y todo se volvió oscuro para mis ojos. Lo que me despertó de la tragedia fue el sonido de la cínica risa psicópata de mi abuelo al recibir mi custodia. Esa sonrisa de satisfacción nunca me dejaba descansar en paz.

Otra vez la misma escena. Ya hacía más de diez años desde que asesinaron a mi querido padre y mi madre, si es que la podía llamar con ese apelativo, que acabó falleciendo poco después debido a su anorexia junto a la bulímia crónicas.

Tampoco su esquizofrenia le ayudó y los últimos días de ella, fueron también unos de los más duros que me proporcionó, lleno de castigos y torturas que la mayoría de veces eran mentales.

Fue el momento de gloria para mi abuelo puesto que, con una amplia sonrisa, me acogió en su hogar. Llevaba un don y una maldición en ese lugar nuevo para mí llamado Tokio, cuando solía vivir en Osaka.

Me pasaron algunos recuerdos desagradables por la mente, casi todos de mi oscuro pasado. Solo se salvaban los recuerdos de mí con cierta niña que siempre iluminó mi camino.

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Desperté con una película de frío sudor y respirando agitadamente. Me abracé a mis piernas para intentar tranquilizarme pues la pesadilla había acabado, pero mi vida continuaba igual de agonizante desde aquél fatídico día en que le dieron la custodia a aquel maldito hombre.

Decidí levantarme pues era consciente de que no volvería a dormir hasta la noche siguiente. Fui de puntillas hasta el baño, no quería que despertara mi opresión diurna. Me duché viendo algunos cortes en mi nívea piel... y las saladas lágrimas se entremezclaron con el agua caliente que intentaba purificar mi magullado cuerpo y mi desgastado espíritu. El jabón de vainilla me recordaba a mi apariencia: Una máscara dulce bajo la amarga realidad de los hechos.

Terminé de ducharme sin más dilación y me vestí con mis hebras liláceas aún mojadas. Tenía que encaminarme hacia la cocina para sanar mis heridas físicas, ya que las mentales hacía harto tiempo que las había dejado por imposibles. De nuevo tenía los nudos de la garganta y de la boca del estómago al recordar la noche anterior... Había sido aún más horrible de lo que ya era un simple profanamiento de mi cuerpo.

Mil preguntas abordaron mi cabeza. ¿Por qué seguía adelante? Deseaba acabar con mi vida y podía hacerlo ahí... en ese mismo instante. Fruncí el ceño y empuñé el cuchillo de cocina.

-Buenos días Ros –Se escuchó una voz a mis espaldas y quedé paralizada. Rauda guardé el arma blanca en su sitio correspondiente. Esa dulce e inocente voz... era la tuya y me hizo recordar porqué vivía. Por ti.

Por tu seguridad

Volteé hacia la puerta y ahí estabas, escondida detrás de ésta. Tu corta y enmarañada melena albina tapaba parte de tus ojos negros y me sonreíste con timidez. ¿Cómo podías ser hija de tal bastardo? –Buenos días, Lilyam. –Saludé con una media sonrisa. Quería que me vieses alegre sea como fuere. -¿Qué haces levantada tan temprano?- me atreví a preguntarte. Tú pusiste una cara adorable y te miré con una pizca de curiosidad en mi cristalina mirada azulada.

-Quiero pasar el día de tu cumpleaños a tu lado y para eso tenía que levantarme ya.- Tu sonrisa eliminaba por momentos todos mis dolorosos recuerdos. Olvidaba que estaba loca y que solo existíamos nosotras en este maldito mundo.- ¿Pasa algo? Parece te has hecho daño. –me hablaste con toda la inocencia de tu niñez.

Ojalá nunca te arrebataran eso.

Gracias a tus palabras volví a la cruda realidad y te miré seria. No era justo, ni para ti ni para mí.

Yo maduré demasiado deprisa y tu cargabas el peso del desprecio familiar al ser 'insignificante', como decía tu propio padre. –Solo son las heridas de un rosal. Anoche salí al jardín y tropecé. –parecía que te habías creído mi estúpida excusa. No podía decirte qué había pasado en realidad. –Ve a cambiarte. –te ordené mientras comenzaba a preparar el desayuno. Sabía que preguntarías por las tiritas y las vendas. Me partió el corazón ver tu expresión ofendida ante mi comportamiento reservado, pero no podía hacerte saber que mi vida terminó el mismo día que juré protegerte de tu propia sangre.

Ante mi orden, desapareciste cabizbaja por donde entraste mientras me repetía constantemente en la cabeza que "era por tu bien", para poder quedarme algo tranquila y que no te lastimaba por diversión.

Mis ojos se entornaron al ver que ya no estabas, escuchando tu trote hacia la habitación y volví a encerrarme en mi propio corazón. En mis recuerdos.

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-¡Rosalie! ¡Apártate de ella ahora mismo!- gritó bajo los efectos del alcohol. Si mi abuelo era severo, no tenía punto de comparación cuando estaba ebrio. Yo negué con la cabeza y le dije que te dejara en paz, ya que no había sido culpa tuya que el televisor dejara de funcionar. Eso era la antena, no tu torpeza. –No me das alternativa niña. Te enseñaré los modales que necesitas- me habló con su aliento impregnado del vodka de su despacho. Fue cuando corrí hasta encerrarte en un lugar seguro, advirtiéndote de que no salieras de allí. Me dispuse a afrontar el destino que me deparaba con mi abuelo... por ti.

Al principio pensaba que su cólera le conduciría a una agresión física y así fue. El primer golpe llegó con la mano abierta y dejé la cabeza ladeada hacia donde me la envió. Escupí algo de sangre debido a que mi labio inferior se partió. Un empujón fue lo que me llevó al suelo y el moreno solo me cogió de los cabellos, tirando de ellos hasta levantarme y llevarme a su propio dormitorio... esposada y con una siniestra y cínica sonrisa en su blanco rostro de serpiente.

Jamás pensé que pudiera tener unos pensamientos tan lascivos y crueles con una niña de apenas seis años cumplidos.

Lágrimas, sangre, dolor, deseos de venganza y una infancia hecha añicos era lo que me quedó aquella noche una vez hubo quedado satisfecho... pero tú estabas bien y a salvo. Los ojos amarillos que tanto odiaba ahora estaban cerrados, durmiendo sin remordimiento alguno.

Lo único que me conseguía animar era continuar con mi vacía y estúpida existencia... para protegerte.

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-¡Rosy!- llamó irónico con ese majadero apelativo que se había inventado recientemente. Estaba justo tras de mí y casi no pude reaccionar cuando sus brazos rodearon mis caderas de forma desagradable. Tragué saliva duramente y dejé que el aire de mis pulmones saliera con normalidad. –Vaya, ¿Te he asustado?

-¿No tuviste suficiente con joderme anoche? – contesté de mala manera y con doble sentido. Por el amor de Dios ¡Era mi cumpleaños! Sabía que estaba sonriendo satisfecho. ¿Qué le impulsaba a hacer daño a su propia nieta? Si yo estaba loca, él estaba para el manicomio.

-Ya te he dicho cuando tienes que abrir esa boquita y para qué la necesitas. –definitivamente quería tenerme amargada todo el santo día. La suerte me sonrió pues tu entraste alegre a la cocina y tu padre se despegó de mi, muy a su pesar. –Buenos días, Lily- Con cada niño que le gustaba, hacía lo mismo... nos acortaba el nombre.

-Buenos días padre. ¿Puedo estar con Rosalie todo el día? –preguntaste inocente. Yo aun no me movía de mi sitio. No quería enfrentar su mirada... hoy no.

-Claro que sí, pequeña mía. –esa posesividad escondía deseos repulsivos, pero tú ni cuenta te dabas. Eras una niña después de todo.- Pero os quiero pronto en casa, no vaya a ser que os pase algo malo por el camino. –Y encima se permitía hacer bromas frente a mi situación con él. Era de lo más retorcido y sabía que estaba disfrutando con la escena, ya que no le podía tocar ni un pelo porque acabaría contigo y por mucho que llamara a la policía, éstos no me devolverían tu vida.

-De acuerdo, vendremos antes del anochecer.- dijiste animada, pero la demente serpiente no había terminado.

-Primero tengo una gran sorpresa para mi nietecita. –me temía lo peor, pero di media vuelta.- Después de todo no se cumplen dieciséis años todos los días.

-¿Y qué es eso tan especial?- me atreví a preguntar y al voltearse hacia mí le vi malas intenciones en esos ojos amarillos. Me dijo que ya lo sabría a su debido tiempo y, viniendo de él, no sería nada agradable.

-Vete a cambiar. No querrás salir en batín ¿verdad?- Odiaba su sarcasmo, pero asentí caminando sin mirarte. No quería que vieras la expresión de mi rostro en esos momentos. Subí y me cambié a algo clásico y que me tapara el cuerpo. Algo que odiaba mi abuelo.

Bajé hasta el salón y la mirada de desaprobación abordó los amarillentos ojos del creador de mi infierno personal, pero pronto se sustituyó por una arrogante sonrisa. Sabía que tenía algo en mente... pero no pensaba que fuera a ser tan ruin.

A veces me preguntaba si era humano.

No te veía por los alrededores, así que deduje que la 'sorpresa' me la iba a dar ya. -¿Recuerdas las clases particulares de piano que pagaba tu padre?- asentí algo confusa. ¿Qué tenía en mente removiendo el pasado?- Resulta que un gran amigo mío, Yakushi Kabuto, se interesó en ti en una de mis cenas de empresa. –un escalofrío recorrió mi espalda ¿A qué venía todo esto?- Le dije que tocabas muy bien el piano y él aceptó gustoso a tenerte todas las tardes, de lunes a jueves, en su conocido conservatorio de gran prestigio. Solo van de los mejores, los más virtuosos. –Habló como si fuera una buena noticia y tú la escuchaste justo a tiempo, abrazándolo contenta de que me diera ese 'regalo'.

Tú no lo entendías pero lo que quería decir eso, en realidad, era que me quitaba todo el tiempo de estar contigo. Saldrías del colegio y yo, después de mis clases, haría los deberes, estudiaría y me iría al conservatorio. Seguro que cuando volviese estarías dormida, tu padre no te dejaría verme ni un segundo más de lo necesario y para colmo, tenía toda la tarde para poder acorralarte a placer. Debía pensar en algo y rápido. –Empezarás mañana mismo. Ya hablé con tu nuevo profesor.- con esas palabras me sentenció a muerte con guillotina. Disponía de muy poco tiempo para pensar en algo contra él.

-¡Qué bien! Iré a verte todos los días. –tu padre te explicó que un conservatorio, y más el de su 'amigo', era un lugar donde solo los profesores y estudiantes autorizados podían entrar. Te excusaste con ir a los conciertos, pero él contrarrestó esa opción con tus estudios y obligaciones.

Cuando se trataba de demagogia, mi abuelo era el mejor. Acabó reprimiendo tus quejas con su pico de oro y terminé por hartarme. –Si no te molesta, prefiero pasar mi cumpleaños fuera, con Lilyam. –hablé tranquila, no quería denotar temor ni montar una escena.

Por esta vez parecía que me dejaba carta blanca y tú subiste a arreglarte. Te esperé paciente en la entrada de la casa y cuando bajaste no pude evitar sonreír. Ibas preciosa, con un vestido azul celeste y tu pelo suelto, con un lazo a un lado de tu cabeza del mismo color. Abrí la puerta de casa y saliste con una pequeña carrera. Iba a salir, pero me detuvieron el paso unos blancos brazos. –Antes del anochecer os quiero en casa. –Su tono cambiaba de forma radical cuando estaba conmigo a solas.

Asentí y aparté sus brazos para continuar caminando hacia la salida- Hasta ahora, Orochimaru.- Sus labios formaron una cínica sonrisa. Lo sabía. No me hizo falta comprobarlo. Cerró la puerta y te alcancé acelerando el paso.

Paseamos mientras me hablabas de tu nuevo curso. Conversabas entusiasmada y eso me reconfortaba. Describías a mucha gente nueva en tu vida y a algunos compañeros los conocía por tus años anteriores, otros nombres me eran completamente nuevos. -¿Naruto vuelve a estar en tu misma clase? –pregunté. Sabía que el pequeño rubio había sufrido mucho a lo largo de su corta vida, quizás más que yo, pues ni siquiera tenía familia.

Me contestaste que sí y que te había tocado compartir tu pupitre con él y con otro chico nuevo, pero me confesaste que se seguían metiendo con el pobre ojiazul.

Suspiré. Los niños siempre serían crueles y más con él.

-También tendremos un nuevo tutor, se llama Iruka y es muy amable con todos.- me alegré por esa noticia. Tu profesora anterior era una arpía y a Iruka lo vi un par de veces cuando te recogía en días lluviosos. Su aspecto afable y cariñoso no mintió a mis ojos. –Y en cuanto al chico de mi otro lado... Es nuevo en el colegio, pero no en Tokio. Se llama Uchiha Sasuke. –me lo describiste como un chico de cabellos negro azulados y de ojos grises. Comentaste que no habló mucho en clase y te contesté que podría ser tímido o discreto. Después de todo te quedaba un curso entero para conocerle mejor.

Durante todo el día estuvimos hablando de tu vida, que era lo que me importaba. Tampoco tenía mucho que contar, mañana sería lunes y mi primer día de instituto. No tenía muchos ánimos en seguir con mis estudios, pero debía hacerlo para conseguir algo de provecho en la vida. Aunque tuviera buenas calificaciones, estaba demasiado abstraída pensando en tu futuro y en mi pasado. –"Supongo que no hay elección"- pensé. –"Hay que aparentar ser normal en este mundo hipócrita"