Titulo: "Por el corazón que una vez tuve"
Capítulo 1: "El vals de las hadas"
Autora: Lilith immaculate
.
.
.
.
El cielo hoy no es más que un camino
Hacia el lugar que una vez llamé hogar
Corazón de un niño, un suspiro final
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
En cualquier parte del mundo el tiempo pasaba volando, veloz, con las alas abiertas, pero en la campiña inglesa su paso se hacía lento y pesado, casi doloroso, como si anduviera desnudo sobre los surcados caminos que se extendían más allá de los páramos. El aire era sofocante y el polvo, todavía en suspensión sobre el camino, recordaba el paso, un rato antes, de un carruaje. Una pequeña granja usurpaba sombríamente el terreno bajo la bruma que cubría el pantano. La pequeña construcción, con su techo de paja, sobresalía entre unos tejos altos y delgados. Con las contraventanas abiertas y la puerta a medio cerrar, parecía tener la mirada fija, como horrorizada ante una broma de mal gusto. Al lado había un granero destartalado y combado, en un marco toscamente labrado, y más allá, un campo de trigo que luchaba en vano por sobrevivir en aquella región cenagosa.
En el interior de la casa, Hinata intentaba pelar patatas con un cuchillo romo y sin brillo. Estaba cansada. Hacía ya dos años que vivía en aquel lugar, dos desdichados años que habían ensombrecido su vida. Difícilmente lograba recordar los felices momentos anteriores al fatídico día en que la habían llevado allí, aquellos dulces días en los que había dejado de ser una niña y se había convertido en una muchacha. Entonces, Hiashi, su padre, todavía estaba vivo y ambos compartían aquella cómoda casa londinense, tenían ropa elegante y comida suficiente que llevarse a la boca. Desde luego, aquello era mejor. Incluso ahora, las noches en que su padre la dejaba a solas con el servicio parecían no asustarle. Ahora podía entender su sufrimiento, la soledad causada, hacía ya tiempo, por la muerte de su esposa, una adorable y bella muchacha irlandesa de quien se había enamorado, con la que se había casado, y a la que había perdido al dar a luz a su única hija. Ahora Hinata podía comprender incluso la necesidad que tenía su padre de jugar, ese cruel hábito que le había robado la vida y a ella el hogar y la seguridad, dejándola a merced de sus únicos familiares, unos tíos vulgares y desabridos.
Hinata se secó la frente y pensó en su tía Tsunade, que holgazaneaba en la otra habitación; el colchón de paja estaría aplastado bajo su más que generoso físico. Tsunade no era una persona fácil. Todo parecía disgustarle. No tenía amigos. Nadie la visitaba. Estaba convencida de que la irlandesa con quien su cuñado se había casado era de una clase inferior por culpa de su gente, una raza que, según ella, siempre estaba en guerra contra la corona debido a que era propio de su naturaleza luchar, y Hinata se había convertido en el blanco de ese odio malicioso. No pasaba un solo día sin que le echara en cara que era medio extranjera. Y ese prejuicio implicaba un sentimiento aún más profundo, que tergiversaba su razonamiento hasta convencerla de que, como su madre, la hija era medio bruja. Quizá se tratara de celos. Tsunade nunca había sido guapa ni nada que se le pareciera, mientras que la muchacha, Hitomi, poseía encanto y una belleza exquisita. Cuando entraba en una habitación todos los hombres se volvían para mirarla. Hinata había heredado la belleza de su madre, y con ella, las críticas de su tía.
Las casas de juego habían exigido el pago de las deudas que Hiashi había contraído con ellas y se habían llevado todos los bienes materiales que poseía a excepción de unos pocos objetos personales y algo de ropa. Tsunade se había desplazado a toda prisa a Londres para declarar el legítimo derecho de su marido, quedándose con su sobrina huérfana y la exigua herencia de ésta antes de que nadie tuviera tiempo de protestar. Se había quejado de que Hiashi no hubiera compartido en otros tiempos su riqueza y de que no les hubiera dejado nada. Había vendido todos los objetos menos uno, un vestido de noche de color rosa, que Hinata tenía prohibido ponerse, y se había embolsado ávidamente el dinero.
Hinata enderezó su dolorida espalda y suspiró.
—¡Hinata Hyuuga! —gritó su tía desde la otra habitación, y la cama crujió cuando se levantó—. Insecto holgazán, deja ya de soñar despierta y ponte a trabajar. ¿Te crees que otro va a hacer tus tareas mientras vas por ahí como un alma en pena? No me explico a qué colegio de señoritas has asistido. ¿Acaso no te enseñaron a hacer algo útil en vez de leer y llenarte la cabeza de ideas pretenciosas? —La corpulenta mujer cruzó sigilosamente el suelo de tierra y entró en la habitación. Hinata se preparó mentalmente; sabía lo que se le venía encima—. Mira lo bien que te ha ido vivir de la única familia que te queda. ¡Tu padre era un imbécil, sí que lo era, tirando el dinero de esa manera sin preocuparse de nadie más que de sí mismo! ¡Y todo por culpa de esa irlandesa loca con la que se casó! —Tsunade escupía con asco las palabras—. Intentamos prevenirle de que no se casara con Hitomi, pero no nos hizo caso.
Hinata dejó de mirar el rayo de sol que entraba por la puerta abierta y miró a su voluminosa tía. Había oído la misma historia tantas veces que se la sabía de memoria; a pesar de ello, los recuerdos de su infancia al lado de su padre la acompañaban en todo momento.
—Era un buen padre —se limitó a contestar.
—Eso es una cuestión de opiniones, jovencita —replicó la mujer con una mueca de desprecio—. Mira en qué situación te ha dejado: el mes que viene cumplirás dieciocho años y no tienes dote. Ningún hombre querrá casarse contigo sin dote. De acuerdo, puede que te quieran... pero sólo para calentar su cama. He puesto mucho empeño en hacer de ti una persona decente. No quiero que empieces a llenar la casa de bastardos. La gente de aquí está esperando eso. Saben la clase de basura que era tu madre.
Hinata se estremeció, pero su tía continuó despotricando mirándola con los ojos entornados y amenazándola con el dedo.
—El diablo se ocupó de que fueses igual a ella. Una bruja, eso es lo que era. Es lógico que te le parezcas. Al igual que tu madre arruinó la vida de tu padre, tú harás lo mismo con cualquier hombre que se fije en ti. Es la voluntad del Señor la que le ha traído hasta mí. Él sabía que yo podría salvarte del fuego y el azufre a los que estabas predestinada, y he cumplido con mi deber al vender ese vistoso traje de noche que tenías. Esos viejos vestidos míos te quedan muy bien.
Hinata estuvo a punto de echarse a reír, y lo habría hecho si la realidad no hubiera sido tan triste. La ropa de su tía, que pesaba el doble que ella, le sentaba peor que un saco. Eso era lo único que se le permitía llevar, viejos harapos que ridiculizaban su figura. Tsunade incluso le había prohibido que los arreglara para que le sentaran mejor; lo único que podía hacer era acortar el dobladillo para que no tropezase al andar.
La mujer sorprendió a Hinata contemplando los trapos que llevaba puestos y le dirigió una mirada despectiva.
—Pequeña pordiosera desagradecida. Sólo dime dónde estarías hoy si tu tío y yo no te hubiéramos acogido. Si tu padre hubiera tenido sentido común, te habría dejado una bonita dote. Pero no, se lo quedó todo para él, pensando que eras demasiado joven para casarte. Pues ahora ya eres demasiado vieja. Te morirás siendo una solterona... y una virgen. De eso ya me encargaré yo.
Tsunade volvió una vez más al único dormitorio de la casa, sin antes advertirle a Hinata que se apresurara a acabar las tareas del hogar si no quería que la azotara. Ya conocía el aguijón de aquella vara. Era normal que tras un castigo la espalda le quedase cubierta de rojos verdugones durante días. A Tsunade parecía producirle un placer especial dejarle aquellas marcas en la piel.
Hinata no se atrevió a soltar otro suspiro de agotamiento por temor a llamar de nuevo la atención de su tía, pero estaba exhausta. Llevaba levantada desde antes del amanecer, preparando un banquete para el arribo del tan ansiosamente esperado hermano de Tsunade, y dudaba de su capacidad para resistir mucho más. Días atrás había llegado una carta informando a Tsunade de que su hermano llegaba esa noche, y había ordenado a Hinata que iniciara los preparativos de inmediato. Ella misma se había dignado a ayudar para disponer las tazas de la forma correcta.
Hinata sabía que su tía sentía un verdadero cariño por aquel hombre. Había oído historias maravillosas acerca de él, e intuía que el hermano de Tsunade era el único ser, humano o de otra clase, por el que ella se preocupaba. El tío Hizashi había confirmado a Hinata sus suposiciones al contarle que no había nada que Tsunade no estuviera dispuesta a hacer por ese hombre. Ella le llevaba diez años, a su único hermano, por lo que lo había criado desde que era tan sólo un bebé. Pero el que hubiese decidido visitarla era muy extraño.
El sol semejaba una enorme y roja bola incandescente que descendía por el oeste iluminando la tierra. Tsunade llegó para dar el visto bueno a los preparativos y ordenó a Hinata que dispusiera más velas para encenderlas más tarde.
—Han pasado cinco veranos desde que vi a mi hermano —dijo— y quiero que todo esté perfecto para cuando venga. Mi Jiraya está acostumbrado a lo mejor de Londres, y no debe echar nada en falta mientras permanezca aquí. No le gusta tu tío y tampoco le gustaba tu padre. Mi hermano tiene mucho dinero porque sabe usar la cabeza. —Hizo un gesto con su enorme cabeza y luego puntualizó—: Nunca lo verás en una casa de juego tirando por la borda su riqueza o sentado mano sobre mano como tu tío. Es un hombre que se arriesga, sí señor. No hay mejor tienda de moda en Londres que la suya. Incluso tiene a un hombre que trabaja para él, sí señor.
Finalmente le dio a Hinata la bendita orden de que se fuera a asear.
—Ponte el vestido que te dio tu padre. Estarás muy bien con él. Quiero que la visita de mi hermano sea un feliz acontecimiento y tu aspecto con esos trapos que llevas puede deslucirlo.
Hinata se volvió sorprendida, con los ojos como platos. Su vestido rosa había permanecido escondido durante dos años, nadie lo había tocado o llevado. Estaba encantada, aunque únicamente fuera para complacer al hermano de su tía. Parecía haber pasado una eternidad desde que se había puesto algo bonito, y ahora sonreía esperando el momento de lucirlo.
—Sí, ya veo que estás contenta —añadió Tsunade—. Siempre pensando lo encantadora que te ves con esos vestidos tan finos. —Señaló a Hinata y agregó—: Satán ha vuelto a las andadas. Ten cuidado, el Señor sabe lo importante que eres para mí.
Hinata suspiró profundamente, como si estuviera cansada de la carga que su tía le había impuesto.
—Sería mejor que estuvieras casada y fuera de mi alcance —prosiguió Tsunade—, pero compadezco al hombre que desee contraer matrimonio contigo, aunque... sin dote no tienes ninguna posibilidad. Necesitas un hombre fuerte que te mantenga a raya y que cada año te dé un hijo para que estés ocupada. Lo necesitas para que ahuyente al diablo que llevas en el alma.
Hinata se encogió de hombros y siguió sonriendo. Lamentaba no tener el valor suficiente para asustar a su tía haciéndole creer que realmente era una bruja. Ello tenía connotaciones ateas y desde luego la tentación era enorme para alguien atrevido, pero la idea se desvaneció rápidamente de su mente. Las consecuencias habrían sido muy graves.
—Otra cosa, jovencita —añadió Tsunade—, recógete el pelo en un moño. Te quedará bien. —Sonrió pícaramente. Sabía cuánto le disgustaba a su sobrina que le dijeran cómo tenía que peinarse.
Hinata dejó de sonreír y se volvió balbuceando una respuesta afirmativa. Su tía esperaba que desaprobara suavemente sus órdenes; se tomaba muy en serio el impartir disciplina con métodos severos.
Hinata cruzó la sala y se dirigió a su rincón, corriendo las cortinas que la separaban del resto de la estancia. Oyó que su tía salía de la casa y sólo entonces se atrevió a mostrar un gesto de contrariedad. Estaba enfadada, pero lo estaba más consigo misma que con su tía. Siempre había sido una cobarde, y seguiría siéndolo si las cosas no cambiaban.
El deprimente cubículo tenía lo mínimo indispensable, pero al menos le servía de refugio de su tía. Suspiró y se agachó para encender la pequeña vela que estaba sobre una sucia mesa, junto al camastro hecho de cuerdas. Si por lo menos fuera más valiente y más fuerte, pensó, me habría atrevido a darle la espalda. Si por lo menos fuese capaz de contestarle de la misma forma aunque sólo fuera por una vez. Dobló su delgado brazo y sonrió sarcásticamente. ¡Tendría que ser Sansón para enfrentarme a ella!, se dijo.
Un rato antes, Hinata había llevado un aguamanil con agua caliente y una palangana a su improvisada habitación y disfrutaba pensando en el baño que se daría. Con expresión de desagrado, casi se arrancó el odioso vestido que llevaba. De pie, desnuda, se relajó y acarició su delicado cuerpo, estremeciéndose de dolor al rozar alguno de los cardenales. El día anterior, tía Tsunade se había puesto muy furiosa cuando Hinata había tirado accidentalmente al suelo una taza de café, y antes de que pudiera huir había cogido la escoba y le había golpeado brutalmente el trasero.
Hinata sacó con sumo cuidado el vestido rosa del fardo en el que se encontraba y lo colgó en un lugar desde donde pudiera admirarlo mientras se bañaba. Se frotó vigorosamente la piel hasta que ésta enrojeció resaltando su brillo juvenil. Restregó un paño contra un trozo de jabón perfumado que había robado y se enjabonó abundantemente, regocijándose con su fragancia.
Una vez aseada, se puso el vestido sobre una desgastada camiseta. El corpiño había sido diseñado para alguien más joven que ella. El tejido le apretaba a la altura del busto, cubriéndoselo apenas, pues el escote era muy bajo; recapacitó sobre su edad y ponderó semejante atrevimiento, luego desechó el problema encogiéndose de hombros. Era su único vestido y ya no había tiempo para contemplar otra alternativa.
Se cepilló el cabello con esmero hasta hacerlo relucir bajo la luz de la vela. Ése había sido el orgullo de su padre, recordó con cariño. A menudo, al mirarla, se había sumido en un estado de ensueño como si, suponía, hubiera imaginado que se trataba de su madre. Más de una vez la había contemplado largamente y con profunda nostalgia había balbuceado el nombre de su esposa antes de despertar y volverse con los ojos arrasados en lágrimas.
Tal como le habían ordenado, se recogió el cabello en un moño, no sin antes dejarse unos pocos rizos sueltos cayéndole por la espalda con pretendido desalmo y otros dos, provocativos, sobre las sienes. Se observó en un pedazo de cristal roto que hacía las veces de espejo y asintió con la cabeza. Había quedado mucho mejor de lo que esperaba, teniendo en cuenta los rudimentarios objetos de que disponía.
Hinata oyó que alguien entraba en la casa; una tos seca irrumpió en la habitación. No necesitaba espiar para saber que se trataba de su tío. Estaba encendiendo su pipa con un tizón de la chimenea, y oyó que volvía a toser. Remolinos de humo llenaron la habitación.
Hizashi Hyuuga se sentía destrozado. Su vida estaba vacía. Nada le importaba realmente, a excepción de la ávida vigilancia del dinero y la dudosa compañía de tía Tsunade. Había dejado de preocuparse por su aspecto. Su camisa estaba cubierta de manchas de grasa y tenía las uñas sucias. Había perdido el porte de que gozaba en su juventud y ahora, ante Hinata, se mostraba como un hombre encorvado, ajado y bien entrado ya en la cincuentena. Sus ojos perla sin brillo revelaban sueños rotos, esperanzas minadas y días llenos de frustración bajo las limitaciones de su esposa. Sus manos eran nudosas y retorcidas, fruto de los años de arduo trabajo intentando sacar rendimiento a una tierra pantanosa, y su piel, curtida por las inclemencias del clima, llevaba grabado el paso de las estaciones en profundas líneas que surcaban su rostro.
Levantó la mirada y al ver la dulce belleza de su sobrina, una nueva expresión de dolor pareció apoderarse de sus facciones. Se repantingó en su silla preferida y sonrió.
—Estás encantadora esta noche, hija. Imagino que es por la visita de tu tío Jiraya...
—Tía Tsunade me ha dado permiso, tío —explicó Hinata.
Tío Hizashi dio una chupada a su pipa al tiempo que mordía con fuerza la boquilla.
—Sí, me lo creo. —Suspiró—. Haría cualquier cosa para complacerlo, a pesar de que es un hombre muy frío. Una vez fue a verlo a Londres y él se negó a recibirla. Ahora no se atreve a ir por miedo a que se enfade, y él está satisfecho con ello. Tiene amigos adinerados y nunca se le ocurriría admitir que ella es una pariente suya.
En un retrato ligeramente borroso que tenía su hermana, Jiraya Senju era casi igual de alto que Tsunade, y ésta, a su vez, era una cabeza más alta que Hinata. Quizá no fuese tan obeso como ella, pero Hinata suponía que esa diferencia disminuiría en pocos años. Su rostro era regordete y rubicundo, con pesados carrillos, y poseía un protuberante labio inferior constantemente húmedo de saliva. A menudo se daba golpecitos sobre el mismo con un pañuelo de encaje, emitiendo ruidos nasales para hacer ver que se limpiaba la nariz. Cuando le dio la mano para saludarla, ésta estaba desagradablemente flácida, y al inclinarse para besársela Hinata sintió náuseas.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
N/A: Nuevo proyecto, tenía pensado subirlo hace tiempo, pero aprovecho estas vacaciones para subirlo, contendra mucho lemon y los primeros serán violaciones (lo siento es parte primordial tanto de este fic como de "El zodiaco"), Sasuke aparecera al final del próximo capítulo, espero les guste, gracias por leer.
