Todo estaba perdido… ¿Cómo había ocurrido? Aún no lograba explicárselo. Tanta protección, tantos años de exilio, tantos años en secreto… Y ahora, ¿por qué justo ahora?
Había sido un tonto descuido, jamás salían y mucho menos se acercaban a lugares públicos, excepto para su cumpleaños, siempre había sido así. Y esta vez los encontraron, luego de dieciséis años encubiertos, todo se había ido al carajo.
Definitivamente ese era el cumpleaños más trágico de su vida. Ahí estaba ella, derramando hasta la última lágrima sin saber qué hacer.
Los mortífagos, finalmente, les habían dado alcance. De alguna manera se engancharon a ellos cuando intentaron escapar por aparición y se llevaron a dos de los servidores del Señor Tenebroso consigo, hasta su hogar, protegido por el Fidelio… Una cantidad de coincidencias, detalles perfectamente calzados que provocaron el desastre.
Lo tuvo que ver todo, la primera en caer fue su madre, asesinada en cuanto tocaron el piso, el grito desgarrador de su padre al verla caer fue el reflejo perfecto de cómo su alma se partió en dos. Padre e hija lucharon codo con codo contra los dos mortífagos.
— ¡Vete, debes huir! —gritó su padre en medio de la lucha.
— ¡No te dejaré solo! — exclamó la chica con sus mejillas bañadas en lágrimas, el cuerpo de su madre aún yacía frente a ellos.
— ¡Debes protegerte, te quieren a ti! ¡VETE YA!
— ¡No puedo irme sin ti papá! —gritó con lagrimas en los ojos distrayéndose solo un segundo, lo que bastó para que el mortífago con el que luchaba le lanzara un maldición imperdonable.
— ¡Crucio! —gritó el enmascarado haciendo que la joven cayera al suelo retorciéndose de dolor.
— ¡NO! —gritó su padre— ¡AVADA KEDABRA! —lanzó de pronto asesinando al hombre que torturaba a su hija, sin embargo salvarla del dolor tuvo un precio mayor. El otro mortífago no dudó un segundo en decir el maleficio asesino y acabar con la vida del hombre.
— ¡PAPÁ! —gritó la muchacha desde el suelo. Se lanzó sobre él llorando, ya nada parecía importar. Entonces escuchó una risa fría y burlesca, era el asesino de su padre.
—Débiles, traicionados por sus sentimientos. No sé para qué te busca el Señor Tenebroso, si no eres más que…—la rabia y el dolor envolvieron a la chica al instante, agarró su varita y dijo apuntándolo, sin permitirle terminar:
— ¡Expelliarmus! —y desarmó a su oponente. Este se rio con más ganas. Solo quedaban ellos dos.
—Eres solo una niña, ¿qué piensas hacerme? ¿Harás que me salgan furúnculos en la cara? —preguntó en tono burlesco.
—Me subestimas, sanguijuela asquerosa— el mortífago sintió un escalofrío recorrer su espalda al escucharla con una voz que parecía no pertenecer a la misma niña de hacía solo dos segundos…. Algo en el rostro de ella parecía haber cambiado. Era como si hubiese envejecido de pronto diez años y que todo el odio del mundo se hubiera juntado en su interior, su alma estaba desgarrada, pero todo lo que se veía en su rostro era odio, incluso sus ojos, sus ojos café habían tomado una tonalidad rojiza, algo extraño que jamás le había sucedido. — ¡FUSTRICNUOS! —gritó entonces liberando toda su rabia en un rayo rojo sangre que salió de su varita y fue a dar directo al pecho del mortífago, atravesándolo. Ella lo miró fijamente mientras el hombre caía al suelo y se retorcía. Comenzaba a salir humo de él, como si se estuviera quemando sin fuego. Y en efecto, eso era lo que pasaba. Toda su piel ardía como si estuviera envuelto en mil llamas y gritaba aterrorizado, su piel se fue poniendo roja, cada centímetro de su piel se chamuscaba poco a poco y el fuego iba entrando a sus entrañas a un paso lento y torturante… Hasta que finalmente su vida se apagó.
La chica no perdió un segundo de todo aquel espectáculo… pero al acabar, ella volvió en sí misma. Había matado a alguien, por sus propias manos. Se dejó caer en el suelo devastada, jamás se creyó capaz de algo así, parecía que no había sido ella la que lanzó aquel maleficio tan horrendo, no se había sentido como ella misma… pero sí, de su varita había surgido la sentencia de muerte para aquel hombre y sí, había deseado con toda su alma la muerte de ese bastardo.
Lloró. Lloró sin consuelo por interminables minutos, tirada ahí en el suelo y apoyada contra la pared. Los cuerpos de sus padres estaban derrumbados frente a ella, sin ningún rastro de vida. Y aquel mortífago, al que había asesinado con crueldad, no podía mirarlo, no podía imaginar que ella por sí misma había hecho algo tan horrendo.
¿Qué hacer ahora? ¿A dónde ir? No podía quedarse en casa, su padre dijo que la estaban buscando a ella. Es verdad que la casa estaba bajo el encantamiento Fidelio y que siendo ella ahora, la única conocedora del paradero de su hogar, era la Guardiana del Secreto tras la muerte de su padre pero ¿cómo iba a valérselas por sí sola? ¿cómo podía seguir con su vida si ni siquiera tenía claro por qué era que la buscaban?
Lo sabía, tenía claro donde debía ir. Sacó fuerzas como pudo, se levantó sin atreverse a mirar una vez más los cuerpos tirados en su living, subió y guardó unas cuantas cosas en un bolso y sin pensarlo más, aún sin poder contener las lágrimas, desapareció y llegó directo a Hogsmeade.
Había ido dos veces a ese lugar. Una vez para su cumpleaños, y otra vez en la que se escapó de casa hacía dos años. Le gustaba ese lugar era lo más cerca que había estado de Hogwarts, desde ahí, en un lugar en particular podía observar el castillo e imaginar que algún día cruzaría las puertas para ir a clases como una alumna cualquiera.
Observó el castillo a distancia. Ese sería el día en que cruzaría las grandes puertas de roble, pero no precisamente para ir a clases como una alumna cualquiera.
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Está en la playa corriendo, angustiado. Se deja caer y observa el mar. Un pequeño Sirius Black sentado frente al horizonte cansado de tanto correr, pero por sobre todo angustiado.
La arena frente a él comienza a moverse y surge de ahí una hermosa figura de gato de cristal que se mueve en el aire y le ronronea. Pero a lo lejos se escucha un fuerte grito que no puede ser más que el de su madre: "¡SIRIUS ORION BLACK!" Y con el estruendo el gato se destruye en mil pedazos y vuelve a convertirse en arena.
Sin previo aviso y de un solo golpe unas altas paredes se elevan alrededor de él, paredes oscuras con un extraño brillo verdoso que parece emanar naturalmente de ellas. Hay muebles, todo muy oscuro, ostentoso y con forma de serpiente. ¡Tac, tac, tac, tac! Son los tacones de su madre que viene bajando a toda prisa la escalera.
— ¡Eres una maldita vergüenza para esta familia! ¡Una deshonra para toda la familia Black! —le grita la mujer y le lanza una bufanda y una corbata de Gryffindor — ¿Esto es lo que querías? ¡¿Esto es lo que buscabas?! ¡PUES LO CONSEGUISTE! —dice furiosa.
Vuelven a escucharse pasos… Esta vez es su hermano pequeño Regulus que se queda en la escalera y desde ahí mira.
— ¿Hermano? —pregunta el más pequeño.
— ¡No le dirijas una palabra a él, Regulus! Ya no es tu hermano… ¡SUBE! —y el pequeño contrariado mira una y otra vez a ambos. Sirius está al borde de las lágrimas. — ¡He dicho que subas! ¿O a caso quieres ser un traidor como Sirius y avergonzar a tu estirpe? —y entonces Regulus llorando sube rápidamente.
— ¡NO REGULUS! —grita Sirius finalmente y empuja a su madre para ir tras su hermano. Sube las escaleras, sube, sube, sube y sube… Jamás se acaban — ¡REGULUS! —grita ya desesperado— ¡No puedes ser como ellos, hermano! —grita aún subiendo, agotado, desesperado. Las escaleras son eternas. Finalmente cae rendido y escucha una voz profunda, de ultratumba, parecían ser todos sus antepasados hablándole a través de las paredes de la casa de los Black, cargada de toda la historia de la familia que le decía arrastrando las palabras: "Estás muerto para mi"
En ese instante Sirius Black despertó. Su corazón latía aceleradamente, la angustia del sueño se había traspasado a la realidad al igual que las lágrimas que secó al instante con la manga de su pijama.
Miró las otras tres camas y comprobó aliviado que todos sus amigos dormían. No lo habían visto llorar.
Desde las vacaciones de invierno en que fue a su casa de noche, se llevó algunas cosas, selló su habitación con un hechizo y dejó una nota diciendo que no volvería más, no podía evitar tener toda esta clase de sueños respecto a su familia. Había decidido abandonarlos, irse para siempre de esa casa del demonio como siempre le llamaba. Estaba cansado de las críticas de sus padres, de la constante guerra que se libraba en el interior cuando él estaba. No lo habría soportado un año más. Pero Regulus… Ya no importaba. "Ese imbécil" fue todo lo que pensó.
Se levantó, caminó a la ventana y apoyó su espalda en el marco, para mirar la inmensidad de los terrenos de Hogwarts.
Tenía solo dieciséis años en ese momento, era mayo y dentro de un par de meses se iría a vivir con su mejor amigo James Potter. Él le había ofrecido irse a vivir a su casa. Si no fuera por él habría tenido que soportar la monstruosidad de la casa de los Black hasta la mayoría de edad. Estaba demasiado agradecido de tenerlo como amigo.
Su vida entera, su felicidad estaban en Hogwarts. Tenía a James, a Remus y a Peter. Los Merodeadores, eran lo mejor que tenía, y lo único que podría desear. En ese colegio había encontrado todo lo que necesitaba para vivir, amigos de verdad, una razón para seguir.
Miró por la ventana mientras vagaba por sus pensamientos y entonces vio a lo lejos una figura. Caminaba en dirección a las puertas de roble apresurada. No estaba seguro, pero habría apostado que bajo esa capa de viaje había una mujer. ¿Qué hacía una chica a esas horas de la noche caminando por los patios de Hogwarts?
—Ey, James— dijo despertando a su amigo. — ¡JAMES! —dijo más fuerte y moviéndolo para que despertara.
— ¿Ah? Emm ¿Qué pasa? —extendió la mano a su velador y se puso los lentes para ver la hora— ¡¿Cuál es tu problema? ¡Son las 3 de la madrugada! —dijo molesto.
—Acabo de ver a una chica caminando por los patios directo hacia el castillo.
— ¿Una chica? ¿Qué chica? ¿Y qué hacía ahí? —preguntó con un poco más de interés.
—A veces realmente eres un idiota. ¿Cómo se supone que lo sepa? Dime ¿dónde está el mapa? Quiero saber quién es.
—Claro, claro…—y lo sacó de debajo de su almohada abriéndolo de inmediato.
— ¡Lumus!— dijo Sirius sacando su varita— Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas— dijo apuntando el mapa y comenzando a buscar de inmediato. — ¡Ahí! Está cerca del gran comedor, con Filch…
—Melissa Dyer… —dijo James leyendo— ¿Tienes idea de quién es? —Sirius lo meditó, su nombre le sonaba mucho, pero no lograba recordar…
—No, creo que no.
—A mi tampoco… ¡Vamos a averiguar!
—Espera, espera. Se mueven, van hacia el despacho de Dumbledore… Entraron.
Ambos amigos se miraron. No necesitaban decirse lo que pensaban, ya tenían claro lo que pasaría ahora. James se levantó, sacó una capa del baúl y tomó la varita.
—Hace tiempo que no salíamos a merodear Canuto…—dijo emocionado James. Sirius le devolvió una sonrisa como respuesta. Era hora de salir.
