«O es tu vida, o es la de los demás. O eres tú, o son ellos. Cosas que te ponen a pensar día a día, con remordimiento, con culpa, no los sálvate. No fuiste capaz. Eres débil. Auto-insultos ciertos pero que no sirve de nada.

El "hubiera" no existe, según muchos, pero a veces es bueno pensar en el. En el pasado. En el hubiera. Si no hubiese sido débil y cobarde ellos podrían haber sobrevivido, sin tan solo no me amaran, si no fuera importante, si tan solo fueran egoístas...»

Carol miro a la pequeña niña de ojos castaños con una sonrisa nostálgica. Acarició su cabello soltando un suspiro. La vida era cruel, ella lo sabía, claro que sí. Gabriela, la pequeña latina, alzó la mirada encontrándose con unos ojos maternales que le daban seguridad y comodidad.

—Eres valiente, Ela, sino no estarías aquí.

La chica soltó un descarado bufido.

—Estoy aquí gracias a ellos, no por mí, hubiese muerto en ese momento.

Carol la abrazó a si, recordando a su hija fallecida con algo de tristeza, sin dejar de acariciar su cabello. Gabriela se acomodó en su pecho y mordió su labio.

—No conozco mucho de tu pasado, eres la persona más misteriosa que he conocido, sin embargo si sé algo: sé que hay algo de inocencia en ti, deja que fluya, deja el pasado.—habló con voz ronca.

La castaña asintió cansinamente. No había inocencia, se había ido hace mucho, mucho tiempo.

—Iré a ver como están las cosas afuera...—

—Gabriela, alejate de la valla, ya hablé con Rosita, no quiero que hagas limpieza. Y no ruedes los ojos.

Volvió a asentir, por falta de madre le dieron una por dos, Carol podía ser sobre protectora cuando quería. Subiendo la cremallera de sus botas salió fuera de la biblioteca, caminando con pasos firmes hacia las afueras de la prisión. Cerró los ojos al sentir el sol en sus poros, recordando días de verano, cuando todo era perfecto.

Ella no tenía un trauma con su infancia, ¿No?

Carl volteó los ojos asintiendo a la orden de su padre. Odiaba sentirse inútil. Conocía esa sensación y no era muy buena. Pero el no tenía un trauma, claro que no. Devolvió la mirada a Violette, la cerdita enferma, había llegado a tomarle cariño. Esperaba que no pasara a mejor vida.

Chasqueó la lengua viendo a su padre alejarse.

—No escuchare cuentos...—gruñó rodando los ojos.

—¿Por qué no?—preguntó Patrick, y detrás de él, los "inmaduros" como les decía.

—Son para niños—volvió a gruñir en voz alta—, sabes lo idiotas que son. Les ponen nombre a los caminantes como si fueran... Mascotas.

Hizo una mueca de asco recordando las múltiples veces en que los vio nombrar a los caminantes de la valla. Los niños fruncieron los labios mirándole mal. Pero era la verdad, ¿No?

—Escucha, Sr. Me creo el importante, no somos idiotas, ¿Ok?—alzó la voz uno de ellos de pelo rubio y ojos grises-azules.

Sin embargo algo le llamó la atención, una niña de aproximadamente 12 o 13 años, menuda, alta, cabello semi ondulado y castaño, ojos chocolate, nariz respingara y piel algo pálida. Nunca le había visto. Una muchacha pequeña y rubia -con cara de rata- notó su mirada.

—Es la nueva, Gabriela.

—Es algo rara.—murmuró por lo bajo, Patrick.

Asintió comprendiéndolo todo. Luego se encogió de hombros aun mirando a la castaña que no levantaba la mirada. Se acercó un poco al oído de su amiga, susurrando:

—Por si las dudas, iré a escuchar el cuento.